La horrible duda (Un año ya...)

Numerosos lectores me han solicitado que continúe el relato; otros, que explique qué sucedió después de los hechos narrados en el epílogo. Voy a intentar dar gusto a casi todos

(Este relato es la continuación de otros 12 publicados en esta página. El primero vio la luz el 08-07-2003. Mejor, leed antes la serie, para saber de qué va este).

La primera noche

En el epílogo, dejé la historia después de que Mariluz y Carla me obsequiaran con una caliente sesión de sexo. (Por cierto, sigo sin saber "cual de las dos…". No volví a preguntar, lo siento por los que tenían mucho interés en saberlo; la verdad es que a estas alturas ya no me importa, pero creo que… fueron las dos).

A pesar de todos nuestros ruegos, Mariluz no quiso quedarse a pasar la noche con nosotros. Por un lado, mejor, porque en la casa hay únicamente una cama de matrimonio (la de mi dormitorio) y otra individual en la habitación que fue de Carla. De modo que una de dos: o las chicas se hubieran quedado en la cama grande -y yo de nuevo habría dormido solo- o hubiera habido que elegir quién de las dos iba a compartir el lecho conmigo.

De forma que a eso de las 12 de la noche, nos dijo que se marchaba a su casa, porque había terminado sus vacaciones y al día siguiente tenía que volver al trabajo, de modo que se duchó, se vistió, y se despidió de nosotros con un beso.

De nuevo nos quedamos solos mi hermana Carla y yo. Aquel día habíamos traspasado muchas barreras de forma consciente, pero quedaba una, creo que la última. Cuando la puerta se cerró detrás de Mariluz, Carla estuvo remoloneando por la cocina, pienso que tratando de retrasar el momento de irnos a la cama. Bueno, ya sé que es una estupidez después de todo lo que había llovido, pero a mí me pasaba un poco lo mismo: hasta ese momento, sólo habíamos tenido relaciones sexuales, pero el hecho de dormir en la misma habitación le confería a aquello otra dimensión. Por decirlo brevemente, significaba aceptar que no se trataba de un polvo ocasional, que podría repetirse o no, sino hacernos a la idea de que a partir de aquella noche viviríamos como pareja.

La verdad es que no duró mucho. En un momento determinado, la tomé de una mano obligándola a dejar de trajinar con los cacharros en el fregadero, y la puse frente a mí. Tenía los ojos bajos y rehusaba mirarme de frente, hasta que la tomé por la barbilla y levanté su cabeza. Me pareció advertirr en sus ojos un miedo atroz.

La besé intensamente, mientras ella se dejaba hacer, con las manos caídas a los costados. Poco a poco fue relajándose y acercando su cuerpo desnudo al mío, y luego se abrazó a mi cuello y entreabrió los labios, totalmente entregada. Quizá habría sido el momento de tener una larga conversación, pero yo no estaba para eso en aquellos instantes. Estaba en la gloria acariciando sus nalgas, y advertí que mi erección volvía poco a poco. La fui empujando suavemente, y la hice andar poco a poco de espaldas hacia mi dormitorio, haciendo frecuentes paradas.

La primera, nada más salir de la cocina. Una de mis manos subió desde su trasero a sus pechos, y empecé a pellizcar ligeramente sus pezones. Los brazos de Carla estaban ahora en mi cintura, y poco a poco descendieron hasta mis glúteos.

La segunda parada, en el pasillo, cerca del dormitorio. Nuestras bocas succionaban y mordían ligeramente la otra boca, y nuestras lenguas se enredaban en una danza de pasión, mezclando nuestras salivas. Carla ahora se aferraba con las dos manos a mi pene erecto, y yo tenía una mano en su vulva, que iba humedeciéndose a pasos agigantados, mientras la otra recorría arriba y abajo la hendidura entre sus nalgas.

La última, por fin, nada más traspasar la puerta de la habitación. Dos de mis dedos entraban y salían rítmicamente de su vagina, pero sin olvidar el resto de la vulva, que acariciaba con la palma de la misma mano. Sus pezones eran ahora atendidos por mis labios y mi lengua, que recorría su tumescencia circularmente. Carla tenía una mano en mis testículos, mientras la otra me pajeaba suavemente. Y los dos resollábamos como después de una carrera, con las respiraciones entrecortadas por la pasión que nos consumía.

De ahí a la cama, un paso, que no sé si fue iniciativa mía o de ella, no me acuerdo. Lo cierto es que unos segundos después, Carla estaba despatarrada en el borde, con las rodillas flexionadas y las piernas muy abiertas, en una clarísima invitación que, ¡voto a tal!, en aquellos momentos no habría sido capaz de rehusar, así se nos hubiera caído el mundo encima.

De modo que me arrodillé y enterré la cara entre sus muslos. Mi lengua encontró sin problemas el orificio de su vagina dilatada por mis dedos. Y estuve metiéndola y sacándola un rato, haciéndola simular un pequeño pene que penetraba suavemente la húmeda calidez del conducto de mi hermana.

Las contorsiones que ya había experimentado aquella mañana no tardaron en presentarse. Carla tiene unos orgasmos espasmódicos, en los que -según me ha confesado- participa con todo su cuerpo. Cuando el placer llega a ella en oleadas intensísimas, sus manos aferran la ropa de la cama un instante, para luego tomarme de los pelos y volver de nuevo a las sábanas. Su cabeza se mueve rítmicamente a un lado y otro con los ojos cerrados, su culito se alza de la cama para luego derrumbarse nuevamente sobre ella, sus caderas oscilan en todas direcciones, y sus muslos se abren y cierran convulsivamente.

Así fue en aquella ocasión. Y cuando comencé a succionar suavemente su clítoris, alternando la caricia con lamidas en toda la extensión de su abertura (que terminaban con la punta de la lengua otra vez en su interior) los movimientos se hicieron ya descontrolados, y de su boca escapó un quejido acompasado a los intensos espasmos de placer que la recorrían. Y conseguí hacer durar aquello durante muchos, muchos segundos, insistiendo con mis caricias bucales, hasta que por fin se desmadejó totalmente exhausta.

Dejé que se recuperara, acariciando suavemente con los labios la suave cara interior de sus muslos, y sus ingles, y simplemente el contacto de mi boca con su cuerpo estaba ya a punto de provocarme la eyaculación. Después, con una gran sonrisa, me invitó a subir sobre la cama para corresponder a mi "tratamiento". Como hiciera antes, una de sus manos acarició mis testículos, mientras la otra subía y bajaba por el tronco de mi pene, ocultando y descubriendo alternativamente el glande rojo e hinchado. Y luego fueron sus labios los que comenzaron a realizar el mismo movimiento, succionando a veces el capullo descubierto por su mano, y otras reemplazando a la mano en sus movimientos arriba y abajo, hasta que no pude resistirlo más.

Cada uno tiene sus preferencias. Y a mí me encanta acabar en la vagina de mi pareja, mucho más que eyacular en una boca, por experta y agradable que sea, de forma que me retiré rápidamente de ella, antes de que llegara el "punto de no retorno", ese en el cual ya no tienes modo de controlarte.

Me acomodé sobre ella, y esperé unos minutos intentando "enfriarme" un poco. Pero los aprovechamos bien, creedme. Los pasé recorriendo con pequeños besos todos los rasgos de su bello rostro, tan parecido al mío, su cuello, sus pechos que seguían con los pezones increíblemente erectos. Y, me podéis creer o no, pero al final Carla ya estaba retorciéndose debajo de mí, anunciando otro de sus convulsivos orgasmos. Y ya no pude más, y la penetré de un solo empujón. Mi pene se introdujo en su interior con toda facilidad, debido a que el sexo de Carla estaba muy húmedo y lubricado. Y bastaron pocos movimientos para que sintiera el semen saliendo a borbotones de mi interior para depositarse dentro de ella. Aún tuve que mantener los movimientos del coito durante unos instantes, hasta lograr que mi hermana alcanzara su segundo orgasmo.

Después de un tiempo, nos tumbamos de costado estrechamente abrazados frente a frente, mientras nos acariciábamos mutuamente. Y en algún momento nos quedamos dormidos. Y así fue la primera vez que dormimos juntos, a la que siguieron muchas otras

La conversación aplazada.

¡Claro que tuvimos que hablar sobre aquello!, y fue la noche antes de que ambos volviéramos a nuestro trabajo, una vez agotadas las vacaciones. Durante aquellos días, tuvimos sexo todas las veces que mi naturaleza pudo resistir. Por cierto, que pudimos hablar porque en aquella ocasión nos acostamos ya rendidos. Veréis. Habíamos estado casi todo el día fuera, primero de compras (por cierto, mi hermana adquirió un incitante conjunto de tanga y mínimo sujetador rojos, que se probó delante de mí en la tienda) luego comiendo en un restaurante, después fuimos al hospital donde estaba ingresada una tía, recién operada de no sé qué cosa en un riñón. A ninguno de los dos nos apetecía cocinar, de modo que nos fuimos a cenar "de tapeo". Y llegamos a casa en torno a las 11:00 pm, hora prudente para madrugar al otro día.

Y todo el tiempo íbamos enlazados por la cintura, y nos tomábamos las manos sobre la mesa del restaurante (y alguna vez se me escapó una mano a sus muslos por debajo del mantel). Como recién casados, vaya. Y la "temperatura" fue subiendo con unas cosas y otras, y ni siquiera pensábamos en que algún conocido nos pudiera ver de aquella forma (lo que al final terminó sucediendo, pero ya volveré sobre esto más adelante).

A lo que iba. Una sesión de caricias ardientes en el ascensor tiene su aquel. Pero cuando además es entre hermanos, pues, ¡que queréis que os diga!, el morbazo es enorme. De forma que salimos del elevador unos minutos después de que parara en nuestra planta, Carla con la cara encarnada (sin braguitas y con los pechos casi fuera de la blusa, por cierto) y yo con la bragueta abierta.

No recuerdo que nunca antes nos hubiéramos calentado tanto (después sí, pero esto son otras historias que probablemente no tendré ocasión de relatar). De manera que cuando cerramos la puerta a nuestras espaldas, no tuvimos tiempo ni de desnudarnos. Allí mismo, sobre el sofá, con la falda de Carla arremangada en la cintura, y mis pantalones en los tobillos.

Luego nos dimos una ducha juntos, y para cuando nos acostamos, mi pene y yo no estábamos ya para muchas alegrías. Y no sé cómo, hablando de esto y lo otro, llegamos al tema que habíamos estado aplazando.

Descubrimos que a ninguno de los dos nos importaba un carajo a aquellas alturas el hecho del parentesco, y que cada uno de nosotros se sentía desesperadamente enamorado del otro. Carla me confesó que había estado buscando en Internet información sobre el incesto, y salvo alguna página confesional con que tropezó, el resumen de todas sus lecturas es que no estaba demostrado siquiera el mayor prejuicio en torno a la cuestión, esto es, que de parientes muy cercanos hay una alta probabilidad de que nazcan hijos subnormales. Y que al final todo se puede condensar en que se trata únicamente de tabúes sociales, que vienen de la época y las culturas en que había que mantener a ultranza la virginidad de las mujeres hasta el día de su boda. (Aunque no siempre había sido así, y Carla me dio una lección sobre matrimonios entre hermanos, o entre padres e hijos en el Egipto de los faraones). Y costumbres parecidas entre tribus primitivas, donde se considera de lo más normal el coito entre familiares cercanos.

Siguiendo con las confesiones, me dijo que se sintió atraída por mí -como hombre- casi desde el mismo momento en que llegó a mi casa "para unos días". Que se llevó a Mariluz con nosotros como una especie de seguro de que, con el calor, la semidesnudez de la playa y esas cosas, no terminara pasando algo que no debía, aunque el "seguro" fue exactamente de lo contrario al final.

¡Hombre!. No le puedes decir a una mujer, aunque sea tu hermana, que ni te habías fijado en ella, y que si no llega a ser por las braguitas y las tetitas al aire de Mariluz, y luego las suyas, y después los coñitos desnudos de las dos, pues posiblemente seguiríamos en plan fraternal, con lo que crucé los dedos, y le dije que la había espiado en la ducha (por cierto, hasta entonces no me había parecido raro que siempre dejara la puerta entreabierta, como por descuido, aunque jamás de los jamases se me pasó siquiera por la imaginación echar una miradita).

Lo del prejuicio de los hijos nos llevó a otra cuestión, y era que lo que no nos podíamos permitir era tener descendencia (¡imaginaos si me presento en el juzgado a inscribir a un recién nacido cuyos padres tienen los mismos apellidos, y sus abuelos paternos y maternos se llaman igual!) por más que Carla me confesó que deseaba desesperadamente un hijo mío. Cuestión de hormonas, supongo. ¡Ah!. Creo que no lo he dicho hasta ahora: Carla está en los 28, y yo acabo de cumplir los 30, con lo que calculo que está en esa edad en que a algunas mujeres la naturaleza les impulsa a la reproducción. A mí también, por cierto, pero lo llevo mejor, o eso creo.

Y el final fue que nos prometimos solemnemente uno a otro (¡qué cosas tan tontas se te ocurren cuando estás emocionado!) que no habría celos ni reproches si cualquiera de nosotros dos -ocasionalmente, o no tanto- tenía sexo fuera de casa.

Bueno, pues así era la cosa. Ambos habíamos asumido la idea de vivir como pareja, ¡y al diablo todo lo demás!.

Historias de la vida cotidiana.

El primer follón fue el de la empleada de hogar. Teníamos contratada una mujer ya metida en la cuarentena -y en carnes, por cierto- que venía todos los días a limpiar la casa, lavar la ropa y esas cosas.

En nuestra calentura ni lo habíamos imaginado, pero cuando se reincorporó al trabajo empezó a advertir cosas "chocantes". Primero, que la cama que había sido de mi hermana nunca estaba deshecha. Segundo, que en la almohada de la mía había cabellos largos de Carla. Y un buen día, encontró unas braguitas olvidadas bajo mi cama. Ya se nos había ocurrido que no convenía que ella trasladara su ropa a mi armario, pero no es que tuviéramos excesivo cuidado por lo demás, lo reconozco. Y, una de las veces en que a Carla le vino el periodo de noche, ni nos dimos cuenta de que había manchas de sangre en las sábanas, pero la mujer aquella sí.

Pero lo que debió ponerla en el disparadero es que una mañana nos sorprendió juntos en la cama. (Bueno, casi). La noche anterior estuvimos hablando hasta cerca de las 2:00 am, y ninguno recordó poner el despertador. La buena mujer llegaba en torno a las 8:30 am, así que estábamos tan ricamente dormidos (en pelotas sobre la cama, por supuesto) cuando me despertó el sonido de la puerta de la calle. Carla quiso disimular, se puso mi albornoz, y salió rápidamente fuera, diciéndole a la otra que me había puesto enfermo. Pero, entre que salió abrochándose con las prisas, y la cara -que supongo roja como la grana- pues no debió quedar muy natural, imagino.

Total, que el día de pago (que volvía por la tarde, cuando llegábamos de trabajar) nos estaba esperando con cara de pocos amigos. Y me espetó que además de la mensualidad quería la liquidación, "porque ella no podía estar ni un día más en una casa donde se cometían toda clase de obscenidades, incluido el horrendo pecado del incesto". ¡Y eso que no nos había visto en "ambiente", que si no!

Cuando encontramos sustituta, nos cuidamos muy mucho de decirle que éramos hermanos. Bueno, siempre hay papeles del Banco o cartas que se dejan olvidados encima de cualquier sitio, donde alguien curioso puede ver que los supuestos marido y mujer tienen los mismos apellidos, pero o no se ha fijado en ello, o le importa un comino. Mejor.

Los vecinos no son ninguna preocupación. Hay 40 viviendas, no conozco ni de vista a más de la mitad de ellos, y nunca había tenido ocasión de contarle a ninguno que mi hermana vivía conmigo.

Pero con los amigos y amigas, y los compañeros de trabajo, era distinto. Primeramente no pareció extrañarles vernos siempre juntos, pero ¡claro!, según iba pasando el tiempo, empezaron a mirarnos raro. Tampoco nos cuidamos demasiado, que se diga. Si íbamos a la discoteca, la excepción era que alguno de nosotros lo hiciera con otro u otra, y lo normal es que bailáramos juntos. Y ella que daba "calabazas" a todo el que le proponía una cita. Y yo que dejé de intentar llevarme a la cama a toda aquella que no tuviera compromiso, o noviete, o lo que fuera. ¡Joder!, es que esas cosas se acaban notando, ¿no?.

Pasó lo que tenía que pasar, y lo extraño es que no sucediera antes. Una tarde íbamos no recuerdo a dónde, abrazaditos y tal, como solíamos. Mientras esperábamos un semáforo en rojo, Carla me arrimó la cara un pelín demasiado, y no pude resistir la tentación de besarla nada fraternalmente. Y en esto, que alguien me toca el hombro: Pepón, uno de los chicos del grupo. Supongo que unos minutos después su celular echaría humo, porque cuando volvimos a ver a la pandilla, ¡tendríais que ver cómo nos miraban todos!.

A partir de aquel día, tratamos de ir muy modositos, separados y sin cogernos siquiera de la mano, no fuera a ser que la próxima vez se tratara de un tío o una prima. No tenemos demasiada familia y la ciudad es grande, pero ya sabéis aquello de que "el mundo es un pañuelo". Y ya había sucedido una vez, de modo que no quisimos tentar la suerte de nuevo. Eso sí, tomamos la costumbre de irnos a pasar los fines de semana fuera, y poco a poco dejamos de vernos con los chicos. ¡Vaya!, como suele pasarles a los recién casados, solo que a nosotros nos están vedadas las "cenas de matrimonios" y esas cosas, por lo que en el momento presente no es que tengamos demasiados amigos, no.

¿Y Mariluz?.

Hablábamos con ella por teléfono, primero muy frecuentemente, y luego las llamadas se fueron espaciando, más que nada porque no tardó ni un mes en "enrollarse" con un tío, que al parecer la ocupaba mucho tiempo.

Carla y ella sí que salieron algunas tardes, de compras o a tomar un café, y esas cosas, pero yo no volví a verla.

En marzo, ella al parecer ya le había "dado puerta", y eso coincidió más o menos con mi cumpleaños. Carla estuvo muy misteriosa los días anteriores, diciéndome con cara enigmática que "me iba a hacer un regalo muy especial". Y el regalo fue Mariluz.

Fuimos los tres a cenar a un restaurante, y volvimos tarde aprovechando que cayó en viernes. Y hasta a mí me pareció natural que, sin ponernos de acuerdo, ella nos acompañara a casa. Bueno, veréis, la temperatura a pesar de la calefacción, no era como para andar "en bolas" para recordar viejos tiempos, pero lo que sí es cierto es que en cuestión de minutos, estábamos los tres desnudos en nuestra cama, bien tapaditos con el cobertor, yo en el séptimo cielo metiendo mano a las dos chicas.

(¿Os habéis dado cuenta?. Ya digo "nuestra" cama).

Lo más natural era que yo "homenajeara" a nuestra invitada, y eso fue exactamente lo que hice, sin olvidarme por supuesto de Carla, pero digamos que mi hermana no fue el principal objeto de mis atenciones. Y cuando Mariluz empezó a chillar debajo de mí, y yo a acompañar mi eyaculación de los gruñidos habituales, Carla se levantó llorando y se encerró en su "ex habitación".

Y es que las personas a veces somos un tanto inconsecuentes. Porque, ¡vamos a ver!, no había sido yo el que metió a Mariluz en nuestra cama. Y ya se podía imaginar que no iba a estar de mirona, mientras Carla y yo follábamos en exclusiva. Digo yo, vamos.

Para cuando conseguí convencerla de que me abriera la puerta, Mariluz había desaparecido, y no he vuelto a tener contacto con ella. Creo que Carla tampoco, pero no lo sé de cierto. No quiero preguntarle, no vaya a ser que piense que estoy intentando follármela de nuevo, o qué sé yo.

En la actualidad.

Desde aquel día, se produjo un sutil cambio en nuestra relación. Carla se muestra cada vez más celosa y posesiva, y hay veces en que me tienta darle una azotaina. Como la vez en que tuve que hacer un viaje de trabajo, y ella fue a recogerme al aeropuerto. ¡Teníais que ver la mirada asesina que le dirigió a Neus, una de mis compañeras, que cometió el "grave error" de ir charlando conmigo cuando nos encontró!. Aquella noche, me dieron casi las 3:00 am intentando convencerla de que entre Neus y yo no había habido nada de nada. Y lo más absurdo de todo es que me moría de ganas de hacerle el amor, después de cinco días de abstinencia total. Al final consintió, como concediéndome un favor. Y ni siquiera se convenció del todo -o fingió no convencerse, a saber- cuando eyaculé nada más penetrarla (así iba yo de ganas atrasadas). Vamos, que si hubiera venido relajado y bien "atendido", seguro que no me pasa. Pero, ¡bueno!, Carla es como es, y yo la sigo queriendo como mujer y como hermana, a pesar de todo.

¿Qué más os podría decir?. Que una relación incestuosa es "diferente". Hay demasiadas cosas que nos están vedadas, falta la naturalidad de besarnos en público, como ya expliqué (es un ejemplo). Y sobre todo, el no poder hablar con nadie de ello, el tener que ir a ver a nuestra familia (las raras veces que lo hacemos) en días distintos, para que no se "mosqueen" más de lo que posiblemente están. Y que Carla ya esté hablando de adoptar un niño, en lugar de dejar de tomar anticonceptivos y permitir a la Naturaleza que haga su trabajo.

Pero si tengo que hacer balance, creo que los "pros" superan a los "contras". Solo el que lo haya experimentado sabe del morbo de hacer el amor con tu hermana. El parentesco es como la pimienta que sazona nuestra relación con el sabor de lo prohibido, lo inconfesable. No sé cuanto durará. Puede que un día ella encuentre a otro, y yo me apartaré, palabra. (Más dudoso es saber qué pasaría en el supuesto contrario).

No sé si nuestra relación subsistirá eternamente, pero yo soy feliz así, y creo que Carla también, por lo que nos hemos conjurado a dejar de pensar en el mañana, y vivimos cada momento juntos como si fuera el último.

Este año nos vamos de crucero al Caribe en septiembre (¡toma ya!). Pero los dos solitos, por supuesto.

A.V. 4 de agosto de 2003.

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