La horrible duda (9: El juego de Mariluz)

¿Con cual de ellas…?. ¿O fue con ambas?. No estoy seguro, y la duda es terrible, pero no me atrevo a preguntar...

¿Es solo Mariluz?. Y entonces, ¿por qué no viene a mi cama abiertamente, sin tanto misterio?. La idea de que sea mi hermana Carla, al principio me llenaba de culpa y remordimientos, pero con el paso del tiempo empiezo a aceptar una situación inimaginable anteriormente. ¿Y si son las dos?. En este caso, no sé qué pensar ni cómo actuar a partir de este momento. ¿Alguien puede darme algún consejo?. Lo agradeceré en el alma.

(Este relato es el noveno de 11. El primero fue publicado en estas páginas el 08-07-2003. Mejor, los leen antes para hacerse una idea, y luego continúen con este).

Pasado un rato, las dos chicas salieron del baño, dirigiéndose hacia su dormitorio. Esperé unos instantes, y las seguí, escuchando sus voces por el camino. Cuando aparecí en la puerta, se callaron repentinamente. Me habría encantado conocer el contenido de su interrumpida conversación, pero me abstuve de preguntar. Todavía me excitaba la imagen de mi hermana masturbándose en el baño, no sabía si Mariluz habría alcanzado a verla, pero no quería ponerlas en una situación incómoda.

  • ¿Qué os apetece hacer esta tarde? -pregunté alegremente, como si no hubiera advertido nada-.

  • No sé -respondió Carla- dilo tú, por una vez.

Lo pensé unos instantes. No me apetecía nada vestirnos para ir al pueblo, pero tampoco quedarnos encerrados en aquel momento.

  • A ver si os gusta mi plan -me decidí-. Podemos irnos ahora a pasear por la playa de cerca de casa. Vestidos, por supuesto.

Las dos chicas sonrieron por mi ocurrencia.

  • Por cierto -continué- a lo mejor, podríamos ir a pasear desnudos. Seguro que causábamos un revuelo.

Ahora reían francamente a carcajadas, sin sombra de la pequeña violencia de hace unos instantes.

  • En serio. Después podemos tomar unas raciones en el bar que hay a la entrada de la urbanización. Hacemos tiempo, y después….

Me interrumpí para aumentar el efecto.

  • De noche cerrada, cuando la playa esté solitaria, volvemos a darnos un baño muy, muy sensual. ¿Os apetece? -concluí-.

Las dos chicas se mostraron entusiasmadas aparentemente con la idea.

Estuvimos paseando cogidos de la mano hasta que se hizo oscuro, aunque quedaba luz suficiente para ver el camino que terminaba en la calle principal de la urbanización. Charlamos de mil naderías, de música, de cine… Lo normal entre tres buenos amigos, que así me sentía con respecto a las chicas, y supongo que ellas estaban tan relajadas y contentas como yo mismo.

Por cierto, que fuimos objeto de miradas curiosas. En especial, una pareja ya madura se nos quedó mirando descaradamente, sin duda pensando… lo que era, reconocí en mi interior, y eso que no sabían que Carla y yo… No pude por menos de sonreír ante la idea. Carla me preguntó sobre la causa de mi alegría, y se lo expliqué.

  • Haz una cosa mientras están mirando -susurró Mariluz-. Ponnos una mano en el culo a cada una, a ver que hacen

No sólo lo hice, sino que acaricié los dos firmes traseros. Nos volvimos a mirarlos: la cara de los dos era un verdadero poema. No pudimos por menos que reírnos a carcajadas de sus rostros ofendidos. Reanudamos el paseo, pero ahora llevaba a las dos chicas enlazadas de la cintura, y ellas con uno de sus brazos en torno a mi cuello, en una especie de abrazo a tres.

Me sentía en la gloria. Casi no pensaba en Carla como mi hermana, sino más bien como una preciosa muchacha a la que quería con locura. Y Mariluz era… no sabía como explicarlo. En sólo tres días se había convertido en una amiga muy querida. Y, sobre todo, el ambiente de confianza entre nosotros, la casi constante desnudez sin complejos (aunque con enormes deseos insatisfechos parcialmente, al menos por mi lado) constituían una experiencia maravillosa, que no querría que acabara nunca.

A pesar de que hicimos sobremesa, sólo eran las 23:00 cuando llegamos a casa. Era demasiado pronto para bañarnos desnudos. Corríamos el serio riesgo de tropezarnos con alguna pareja haciendo "manitas" o peor, alguna persona paseando a su perro

Había que hacer algo para entretener la espera. Mientras nos desnudábamos tras las cortinas corridas del salón, pregunté a las chicas:

  • ¿Qué hacemos para pasar el rato hasta que sea la hora?. Os toca a vosotras, que yo ya he puesto mi parte

  • Mmmmm no se me ocurre nada -dijo Carla-.

  • A mí sí -saltó Mariluz-. Pero no sé si proponéroslo, que igual alguno se enfada

  • Por mí, de acuerdo con lo que digas.

  • No estaba pensando precisamente en ti -respondió Mariluz-. Seguro que a ti te parece de perlas

  • ¿Entonces soy yo la que no querrá? -preguntó Carla-. Pero si no nos lo explicas, no sabré si quiero o no.

  • Va -dijo Mariluz-. Os propongo jugar a las prendas.

  • ¿A las prendas? -preguntó Carla-. ¿Quieres decir que nos vistamos, y luego nos vayamos desnudando?. Pues no le veo la gracia… Ya estamos los tres desnudos, y no me apetece nada vestirme.

  • No estaba pensando precisamente en eso… -empezó Mariluz-. Más bien en otra cosa. Veréis. Cada uno escribe en un papel un "castigo" para una persona sola, y luego otro para una pareja, y los ponemos en dos platos. Tengo por ahí unos dados. Tiramos los tres, y el que saque la peor puntuación, toma un papel de los castigos individuales, y tiene que hacer lo que diga el papel durante un minuto. Cuando se acaben, los dos de las peores puntuaciones cumplen un castigo para pareja, pero esta vez sin tiempo limitado. ¿Qué os parece?.

  • A ver -arguyó Carla-. ¿En qué tipo de "castigos" estás pensando, bribona?.

  • Pues castigos… -rió Carla-. Cualquier acto de carácter sexual que no sea ofensivo para nadie. Pero eso sí, hemos de prometer todos que no nos echaremos atrás, salga lo que salga.

Yo no estaba totalmente seguro de sus intenciones.

  • Pon un ejemplo de lo que quieres decir.

  • Mira, pues un castigo individual puede ser: "debe permitir que cualquiera acaricie su sexo".

  • ¡De eso nada! -saltó Carla-.

Luego continuó, con voz indecisa.

  • Lo siento, pero es que me da un poco de vergüenza

  • Mira, Carla -trató de convencerla Mariluz-. ¿No me vas a decir ahora, con todo lo que ha llovido, que tienes ningún complejo en tocar o que te toquen?. Ya nos hemos visto los tres todo lo que teníamos que vernos, y nos hemos sobado a placer, y no pasa nada… Así que no te vayas a hacer ahora la estrechita.

Yo estaba sumamente excitado ante la idea. Pero había algo que quizá no se les había ocurrido

  • Una cosa -comencé-. Tenéis que prever que alguno de los castigos de pareja puede tocaros a las dos chicas. ¿Y en ese caso, qué?.

  • Todo o nada -respondió Mariluz-. O nos echamos atrás ahora, o continuamos. Pero si seguimos, que nadie se "raje" después. ¿De acuerdo?.

  • Por mí, sí -acepté-.

(Caramba, no es que estuviera de acuerdo, sino que lo estaba deseando. Y mi pene en erección era buena prueba de ello).

  • Pero tenemos que poner un límite -dijo débilmente- Carla.

  • Hasta donde tú quieras, hermosa -ofreció Mariluz-.

  • Bueno -continuó mi hermana-. Nada de llegar hasta el final.

  • ¿Cuál es para ti el final -pregunté-?.

Carla estaba intensamente ruborizada.

  • Bueno, quiero decir que

Se decidió.

  • O poner alguna condición. Que si sale que una pareja hace el amor, vale para Mariluz y para ti, pero no para nosotros dos.

  • Ni hablar, chochito -saltó Mariluz-. O lo dejamos, o seguimos. Pero nada de salvedades. ¡Ah!, y para que quede claro: se trata de que uno o dos hagan y los restantes miren. No vale salir de la sala mientras dure el juego.

  • Bueno, si insistís… -aceptó Carla reticente-.

  • Insistimos -remachó Mariluz-.

Yo me había quedado callado, para que mi hermana no pensara que trataba de forzarla.

Rápidamente, Mariluz repartió dos hojas de un pequeño bloc de notas a cada uno de nosotros. Nos turnamos para usar el único bolígrafo, que aportó Carla. Y, finalmente, quedaron tres papelitos doblados en un plato, y tres en otro. Entonces Mariluz apagó todas las luces, excepto una pantalla de la mesita de rincón, que dejaba la habitación en una suave penumbra.

  • Empiezo yo -ofreció Mariluz-. Luego tiras tú, y luego tu hermano. El orden es indistinto, porque la puntuación será la que sea, tires el primero o el último.

Lanzó los dados. 9.

Luego Carla, que dudó unos instantes. 12.

A continuación lo hice yo. 8.

Tomé un papel del primer plato. Lo desdoblé parsimoniosamente, ante los ojos expectantes de las chicas. "El perdedor se masturba", leí.

Carla se tapó la boca, riendo excitada.

Yo me recosté en el sofá, y comencé a subir y bajar mi mano sobre mi pene, que continuaba totalmente erecto. Deseé poder contenerme, porque en un minuto, en el grado de excitación en que me hallaba, podía acabar, y quería reservarme por si la suerte decidía

Las chicas, de pie frente a mí, me miraban con cara de lujuria Mariluz, y Carla, aunque no perdía detalle, se tapaba la boca con la mano, ligeramente avergonzada.

El minuto duraba eternamente. Sentí que no duraría mucho más… Afortunadamente, la voz de Mariluz -que cronometraba con su reloj- gritó en ese momento.

  • ¡Tiempo!.

Guiño un ojo a Carla.

  • No ha estado mal, ¿ves?. ¿A que no habías visto nunca a un hombre hacerse una paja?.

Me miró socarrona.

  • Aunque pienso que si hubiera durado tres minutos, habríamos visto algo interesante

Se echó a reír, seguida por Carla, aunque su risa era algo nerviosa.

Volvimos a tirar los dados.

Mariluz: 5.

Carla, sonriente. 14.

Por último yo: 12.

Mariluz tomó un papel con suficiencia. Era su castigo, y su propia letra: "El perdedor debe permitir que todo el que lo desee acaricie su sexo".

Con absoluta tranquilidad, se tumbó sobre el sofá, despatarrada, con su vulva expuesta, y nos desafió con la vista. Evidentemente, yo no desaproveché la ocasión. Estaba deseando algo más que las caricias furtivas que había tenido ocasión de hacerle hasta el momento. Separé sus labios mayores con dos dedos, me humedecí ostentosamente el dedo índice, y comencé a recorrer los bordes de su abertura durante unos instantes. Luego empecé a acariciar circularmente su clítoris. Para entonces, el sexo de Mariluz estaba totalmente empapado, señal de que se estaba excitando… Sin abandonar mis caricias, me volví a Carla.

  • Y tú que, ¿no vas a participar?.

  • Ahí dice "el que lo desee". Aprovéchate tú.

Mariluz entonces, claramente quiso provocarla:

  • No te vas a morir porque toques un coño distinto del tuyo. ¡Va, animate!.

Yo quería ver hasta donde estaba dispuesta a llegar Carla. Tomé su mano y la obligué (sin demasiada resistencia, todo hay que decirlo) a ponerla sobre la vulva de Mariluz. La dejó allí un instante, completamente ruborizada, y luego la retiró rápidamente. Yo seguí con mis caricias. Como yo antes, Mariluz estaba claramente excitada, y empezaba a jadear audiblemente. A mí me estaba pareciendo muy largo el minuto, pero… Continué con mis caricias, y entonces me atreví a introducir un dedo en su vagina, moviéndolo dentro y fuera como un pequeño pene. A los pocos instantes, el sexo de la chica comenzó a contraerse bajo mi mano, y sus caderas oscilaron en las convulsiones de un orgasmo que duró muchos segundos.

Estuve a punto de eyacular "en seco". La corrida de la chica en mi mano me había excitado tremendamente. Mariluz pareció salir de un trance, y miró su reloj.

  • Te has pasado en más de dos minutos, tío.

  • Eras tú la que controlaba, -protesté-.

La chica se relamió, y rió maliciosamente.

  • Ya lo sé, pero es que me estaba dando tanto gusto

Miré a Carla. Estaba desencajada, podía notar su excitación. Tenía una mano en su entrepierna, que retiró apresuradamente al sentir que la miraba.

Tiramos de nuevo los dados:

Mariluz: 16.

Carla: 6. Nos dirigió una mirada preocupada.

Por último, los lancé yo: 5. Verdaderamente, no era mi día.

Tomé el último papel: "permitir que todos acaricien su sexo". Era la letra de Carla, que había repetido el ejemplo de Mariluz.

Me tendí en el sofá, como antes había hecho la otra chica, con mi pene totalmente vertical. Mariluz, como antes yo mismo con ella, no perdió ningún tiempo en empezar a masajear mis testículos con su mano. Carla, como yo ya esperaba, estaba apartada, sin atreverse a participar. Entonces Mariluz tomó una mano de Carla, y la obligó a rodear con ella mi pene.

Aunque se la veía visiblemente "cortada", Carla no retiró la mano de mi verga. Cerré los ojos, deseando de nuevo que el minuto transcurriera rápidamente. Las manos, que ahora eran tres, que masajeaban mis testículos, o rodeaban mi pene, me estaban produciendo mucho placer, pero quería reservarme para los "castigos de pareja", donde acaso

En ese momento, Mariluz volvió a gritar que se había terminado el tiempo, y las manos se retiraron, sin demasiada prisa, por cierto.

Los dados rodaron de nuevo. Ahora había una tensión en el ambiente que no había existido hasta entonces. Todos estábamos expectantes, pensando que quizá, alguno de nosotros

Mariluz: 12.

Carla: 10.

Yo: 15.

Desdoblé el papel: escuetamente, la letra de Carla había escrito "masturbación mutua". Se hizo un silencio que se podía cortar.

Finalmente, les ofrecí:

  • Oye, si no queréis, no pasa nada. Os relevo de vuestra palabra.

  • He dicho que aceptaría las consecuencias –respondió Mariluz- y no me echo atrás.

Miró desafiante a Carla, y me entregó su reloj.

  • ¡Abrete de piernas, preciosa!.

Carla, encarnada como la grana, expuso su sexo entre las piernas entreabiertas. Mariluz tomó una mano de la otra chica y la dirigió a su propia vulva, donde quedó inmóvil. Luego, empezó a recorrer arriba y abajo el sexo de Carla con su propia mano.

Unos segundos después, Carla estaba empezando a jadear, pero seguía con su mano inmóvil.

  • ¡Oye, rica!, -protestó Mariluz-. Que decía "mutuamente".

Carla pareció reaccionar, y deslizó lentamente su mano arriba y abajo por el sexo de su amiga, pero sin mucho entusiasmo. Miré el reloj. Aún no había transcurrido el minuto. Mi insoportable excitación me pedía que continuara el lúbrico espectáculo que me estaban ofreciendo las dos muchachas, pero sentí que yo mismo no aguantaría mucho aquello. Así que dije que había pasado el minuto.

Volvimos a los dados. Quedaban sólo dos papelitos. Yo sabía qué había escrito: "Besos apasionados y tocamientos mutuos" (más que nada por si nos tocaba a Carla y a mí, sería el máximo "aceptable") pero ignoraba qué decía el papel de Mariluz.

Mariluz: 18.

Carla: 18. Pensé que un empate no estaba previsto en las reglas del juego

Yo. 15.

Las miré expectante.

  • Y ahora, ¿qué?.

  • Primero, saca el papel –respondió Mariluz-.

Lo hice. La letra de Mariluz sobre el papel decía: "Los perdedores follan". Me quedé helado de su atrevimiento, que a pesar de las bromas anteriores, no me esperaba. Pero continuaba el problema del empate. Decidí arriesgarme:

  • Hay dos opciones. O bien tiramos de nuevo los dados o, puesto que técnicamente las dos sois igual de "perdedoras", intentaré hacer lo que pueda con las dos… -ironicé-.

  • Hay una tercera opción, que lógicamente a ti te interesa menos –me reprochó Carla-. Deshacemos el desempate entre nosotras.

Se quedó pensativa unos instantes.

  • El problema es que, a pesar de toda mi decisión, si me toca a mí, me sigue pareciendo muy "fuerte" la idea. No sería capaz.

  • Pues hagamos algo –terció Mariluz-. Si tiramos tú y yo los dados, tienes el 50% de probabilidades. Pero, por si finalmente te toca, él va a ser tan amable de permitir que le vendemos los ojos, y no sabrá quién es la agraciada. ¡Vamos!, como con su supuesta visitante nocturna –terminó-.

  • Sigue dándome mucho reparo -arguyó Carla-.

  • ¡Pues te lo follas, ricura! –le espetó Mariluz-. Quedamos en que nadie se echaba atrás... Además, el chico no está nada mal. Y no sé tú, pero yo estoy recaliente.

  • Te lo cedo desde ya –saltó Carla-.

  • ¡De eso nada!. A suertes.

Estaba deseando hacer el amor con Mariluz (¿y con Carla? -preguntó mi demonio interior-) pero esto era demasiado. Se había "pasado" enormemente, y nos había puesto a los dos en una situación muy violenta. Cualquier final de aquello era malo. Había que hacer algo para evitarlo. Pero, sin embargo, el mismo diablo de antes me soplaba al oído que una de las dos, o ambas, habían entrado en mi dormitorio las noches anteriores. Pero no, aquello había ido demasiado lejos

  • Mirad, chicas, creo que debemos dejarlo aquí. Como estamos los tres algo "calientes", os propongo que vayamos ahora a tomar ese baño.

Carla suspiró aliviada.

  • Por mí de acuerdo.

  • ¡Vaya!, dos votos contra uno -dijo Mariluz-. En fin, yo al menos ya he tenido una satisfacción.

Agarró impúdicamente mi pene, casi fláccido ahora.

  • Pero sé de uno que se va a quedar con dolor de testículos

Unos minutos más tarde, estábamos Mariluz y yo con el agua tibia del mar por la cintura. Carla estaba aún en la orilla, dudando si acompañarnos. La chica se me abrazó de frente, y me mordió suavemente el lóbulo de una oreja.

  • ¿Qué decía tu papel? -preguntó melosa-.

  • "Sesión de besos y tocamientos" -respondí-.

  • Eso no suena nada mal -ronroneó-.

Me besó ardientemente, y pugnó por introducir su lengua entre mis labios, lo que consiguió sin esfuerzo, y sus manos comenzaron a acariciar mis genitales. Yo puse una sobre uno de sus pechos, mientras introducía la otra entre sus piernas, y acariciaba su vulva con movimientos masturbatorios. Estuvimos así unos segundos, comiéndonos a besos, y palpando los más íntimos lugares de nuestros cuerpos.

En esto, vimos una mancha algo más clara, el cuerpo de Carla, que se acercaba.

  • ¿Qué hacéis?.

  • Hemos optado por un grado menos de la prueba interrumpida -respondió Mariluz-. Pero, como tú también eres perdedora

La tomó de un brazo, y la acercó a nuestros dos cuerpos enlazados.

  • Creo que debemos cumplir las dos.

Y se puso a uno de mis costados, obligando a Carla a pegarse a mi cuerpo, al otro lado. Yo hubiera preferido seguir como estábamos, pero Mariluz era implacable.

  • O cumplís, u os exigiré que continuemos donde lo dejamos.

Finalmente, sentí también las manos de Carla sobre mi virilidad. Esto debió costarle menos esfuerzo, habida cuenta de que ya lo había hecho aquella misma noche. Y yo entonces enterré una de mis manos en la vulva de cada una de las chicas.

Segundos después, las respiraciones entrecortadas de los tres parecían anunciar nuestra próxima culminación. Las manos aceleraron el ritmo sobre mi verga, y enseguida me derramé interminablemente en el agua. Después Carla, y finalmente Mariluz, denotaron con sus gemidos y contracciones que estaban experimentando, ellas también, un liberador orgasmo.

Abrazados como en la tarde, volvimos a la casa.

Aquella noche pude dormir de un tirón. No hubo ninguna visitante nocturna.

Cuando amaneció

Pero quizá es conveniente que me detenga ahora, y continúe el relato en otro momento, con el permiso de ustedes.

A.V. 2 de julio de 2003.

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