La horrible duda (8: Voyeurs)

¿Con cual de ellas…?. ¿O fue con ambas?. No estoy seguro, y la duda es terrible, pero no me atrevo a preguntar...

¿Es solo Mariluz?. Y entonces, ¿por qué no viene a mi cama abiertamente, sin tanto misterio?. La idea de que sea mi hermana Carla, al principio me llenaba de culpa y remordimientos, pero con el paso del tiempo empiezo a aceptar una situación inimaginable anteriormente. ¿Y si son las dos?. En este caso, no sé qué pensar ni cómo actuar a partir de este momento. ¿Alguien puede darme algún consejo?. Lo agradeceré en el alma.

(Este relato es el octavo de 11. El primero fue publicado en estas páginas el 08-07-2003. Mejor, los leen antes para hacerse una idea, y luego continúen con este).

Cuando entré en el dormitorio de las muchachas (anotando mentalmente el hecho de que la puerta estaba abierta de par en par) ambas parecían profundamente dormidas, abandonadas en su descuidada desnudez, y ambas cosas eran buena señal: de haber tenido las consecuencias que me temí la conversación de la noche anterior, digo yo que algo habría cambiado. Ellas me habrían indicado sutilmente mediante una puerta cerrada, o sus cuerpos vestidos, que las cosas no iban a continuar siendo como eran.

Miré mi reloj: las 09:30, hora más que apropiada para despertarlas y comenzar el día. Quise hacer aún una nueva prueba, y me dirigí primero a Carla. Puse una mano sobre uno de sus pechos, y con la otra la sacudí ligeramente por un hombro. Estaba temiendo una reacción de rechazo, que finalmente no se produjo: abrió los ojos, tomando conciencia de mi presencia, me dedicó una soñolienta sonrisa, y se desperezó, mostrándome sin problemas la vulva entre sus piernas abiertas.

  • ¡Buenos días! -me dijo alegremente-. Veo que por una vez, te has despertado el primero

A mi espalda, sonó la voz alegre de Mariluz:

  • ¡Os pillé!.

Luego se levantó y me dio un rápido beso en el cogote, riéndose.

  • No os enfadéis. Después de la seriedad de ayer había que hacer una broma

Se volvió desde la puerta:

  • Y a ver que hacéis ahora que os dejo solos

Sentimos su risa alejándose hacia el aseo de la entrada.

Para no forzar la situación, me dirigí a la cocina, y empecé a preparar el desayuno de los tres.

No tardaron mucho en aparecer, primero Carla, aún con ojos de sueño, y después Mariluz, con una bolsa de aseo en las manos. Se sentaron las dos ante la mesa, y yo serví los cafés, el zumo de naranja de "brick", las tostadas de bolsa, y las demás cosas. Luego me senté también.

Mientras sorbía pensativamente mi café, no dejaba de pensar en algo: una de las dos (seguía inclinándome por Mariluz, aunque sin absoluta seguridad) había estado entre mis brazos la noche anterior, dándome y recibiendo placer. Parecía lógico que ello se advirtiera en alguna mirada intensa, o en el apartar la vista de mí cuando me quedaba mirándola fijamente. Pero no había reacción en ninguna de ellas. Tal parecía que fuera un fantasma, y no una de las chicas, quién entraba de madrugada en mi dormitorio. Fue Carla la que rompió el silencio:

  • Estás muy callado. ¿En qué piensas?.

Como siempre, Mariluz tuvo que sacar a colación en tono irónico lo que yo me había propuesto no mentar.

  • Seguro que todavía está exhausto después de sus aventuras nocturnas

Intervine rápidamente:

  • No empecemos de nuevo. Dejé claro anoche que el tema está cerrado, y que no volveré a hablar sobre él.

Lo mejor era cambiar de conversación:

  • Por cierto, ¿qué hacemos hoy?.

  • Habíamos pensado volver a "esa" playa, ya sabes -me informó Carla-.

  • Pero esta vez llevaremos algo de ropa para después, que ya está bien de comida basura -terció Mariluz-.

Yo me mostré de acuerdo. Verdaderamente, me había encantado la sensación de libertad de encontrarnos los tres desnudos al aire libre, en un lugar donde no teníamos que preocuparnos de que nadie nos espiara.

Los tres prescindimos de la ducha aquella mañana. Al poco tiempo, salieron "vestidas" del dormitorio que compartían. Carla se había puesto el short más diminuto que yo había tenido ocasión de ver, casi unas braguitas de tela vaquera, y llevaba su torso cubierto únicamente por un sujetador de bikini, sin más ropa. Mariluz, un vestido suelto, ceñido a la cintura con una cinta anudada a su espalda.

Cuando estábamos ante la puerta, mientras Carla abría la cerradura, levanté la falda de Mariluz en plan de broma, comprobando que tampoco ese día llevaba más ropa encima que la visible. Ella me dio un cariñoso cachete en la mano, y se quejó a Carla.

  • ¡Tu hermanito me está metiendo mano!. Dile algo

  • Ya sois mayorcitos los dos. Defiéndete tú solita, si es que no quieres, que no me lo creo -respondió Carla-. Y se echó a reir.

Esta vez encontramos a la primera el camino medio oculto que conducía a la playa. Estacionamos el auto junto a otro con matrícula alemana. La tapa del maletero estaba subida, y una muchacha como de unos 18 años, calculé, vestida con el bikini más escaso que yo había visto, se inclinaba sobre él, buscando algo.

Al llegar nosotros, alzó por un momento la cabeza, y nos saludó en español, pero con fuerte acento. Nosotros respondimos al saludo.

La chica cerró el auto, y nos precedió unos metros delante de nosotros por el camino. La imagen mental de la chica desnudándose para acceder a la playa, hizo revivir mi excitación. Cuando llegó al famoso cartel, se entretuvo agachada buscando aparentemente algo en la bolsa que había tomado de su coche. Cuando observó que nosotros nos desnudábamos sin ningún problema (bueno, yo lo hice de espaldas a ella, para ocultar mi clara erección) ella se quitó rápidamente las dos breves prendas que vestía. Nos dirigió una sonrisa y comenzó a andar delante de nosotros.

Yo casi me había acostumbrado a la desnudez de mis dos acompañantes. Pero ver unas preciosas nalgas poco más que adolescentes, oscilando con el paso de su propietaria delante de nosotros, me excitó enormemente.

Unos pocos minutos después, la chica nos hizo un gesto amistoso con la mano, y se desvió del camino. Nosotros continuamos un poco más, hasta encontrar finalmente un lugar resguardado por dos lados entre los matorrales, donde tendimos nuestras toallas.

Ya era casi un rito lo de extendernos la crema protectora. Pero yo quise añadir un toque "especial" aquel día. Cubrí mi pecho y vientre de pegotes tomados del tarro, y ante la mirada expectante de las chicas, abracé fuertemente a Mariluz, y empecé a frotarme contra ella. No sabía como lo iban a tomar, pero afortunadamente les hizo gracia la idea. Mariluz colaboró, frotando su precioso cuerpo desnudo con el mío, haciendo caso omiso en apariencia al hecho de que mi pene, en completa erección, se paseaba a su placer por su vientre y muslos mientras nos extendíamos la crema de aquella erótica forma.

Carla debió decidir unirse a la broma, porque unos instantes después sentí como sus pechos frotaban mi espalda, y pude notar perfectamente el vello de su pubis en mis nalgas.

Finalmente, entre risas, acabamos de extendernos la crema, ya con las manos. Y, como el día anterior, no me privé de frotar los pechos, nalgas y entrepiernas de mis dos acompañantes, que actuaron conmigo de la misma forma.

Nos tendimos los tres sobre las toallas, y durante unos minutos nos dedicamos a dejar que el sol incrementara el ligero bronceado integral que ya mostrábamos los tres.

En un momento determinado, me pareció sentír el leve roce de unos pies desnudos sobre la arena del camino. Un momento después, apareció a un lado de las matas que resguardaban precariamente nuestra intimidad, el tostado cuerpo desnudo de la alemanita que habíamos visto antes, que nos saludó cortésmente de nuevo, y luego continuó su camino hacia la playa.

Minutos después, decidí que ya tenía suficiente sol. Notaba mi piel ardiente, suspirando por un baño en las tibias aguas del mar. Pero, al parecer, ninguna de las chicas se animaba.

  • No me apetece aún -dijo Carla-.

  • No, ve tú. Nosotras iremos dentro de un rato -remachó Mariluz-.

No me apetecía nada dejar solas a mis dos bellezas desnudas sobre las toallas. Luego pensé que allí no parecía acecharlas peligro alguno, y finalmente me decidí, dirigiéndome a la playa.

Había varios cuerpos desnudos en la arena, pero cercanos, solo los de dos mujeres ya algo maduras, con la piel enormemente curtida, una de las cuales miró mi pene fláccido como por descuido, apartando después la vista. Tampoco en el agua había demasiada gente. Una pareja joven con un niño de corta edad, que protestaba a gritos al sentir la frialdad del agua en su cuerpecillo desnudo. Un anciano de piel arrugada, parado con el agua poco más debajo de la cintura. Y "mi" alemana, en el lugar donde rompían las olas, lanzando su precioso cuerpo desnudo sobre los pequeños montículos de agua que se formaban al romper. Me dirigí nadando hacia ella.

Tardó en darse cuenta de mi presencia. Cuando me vio, me hizo un gracioso saludo con la mano, y continuó con sus evoluciones. Yo me dediqué a nadar unos minutos, y luego me dirigí a la orilla. La muchacha estaba sentada en la franja de arena húmeda que de vez en vez recibía la espuma de las olas, escurriendo su pelo largo hasta los omóplatos. Me dirigió una amplia sonrisa, que me pareció una invitación a entablar conversación. Así que me detuve ante ella, intentando desesperadamente no mirar sus pequeños pechos respingones, ni su pubis entre sus piernas entreabiertas, para evitar "crecimientos delatores".

Un momento después, nos habíamos presentado, y charlábamos animadamente sentados uno junto a otro. Ella hablaba español bastante bien, aunque con mucho acento. Se llamaba Greta, y estaba con sus padres (que supuse de edad más que madura). Eran aficionados al naturismo, y ella se había acostumbrado a la desnudez durante las vacaciones desde su infancia, lo que se notaba en la naturalidad con la que charlaba con un desconocido, tan desnudo como ella (pero no tan indiferente, puedo dar fe de ello). Sobre todo, cuando en un movimiento descuidado, que coincidió en un instante en que yo tenía puestos mis ojos sobre unos de sus muslos, me obsequió con la visión de su pubis completamente depilado, en el que pude distinguir durante un instante la rosada raya de su abertura. Traté de mirar al horizonte, rogando que ella no advirtiera mi erección.

No llevaríamos ni diez minutos, cuando vi aproximarse a las chicas hacia nosotros. Ligeramente turbado (más que nada por lo que podrían haberse imaginado ellas) hice las presentaciones. Pero tanto mi hermana como Mariluz tomaron aquello con aparente normalidad, y después de cambiar unas palabras corteses con Greta, nos dejaron de nuevo solos.

Seguimos charlando unos instantes. Luego ella se levantó, apañándoselas de algún modo para que yo no viera lo que estaba deseando contemplar de nuevo, me estrechó la mano ceremoniosamente, y se alejó con aquel oscilar de sus glúteos que ya conocía, y que hizo reaparecer instantáneamente mi erección.

Miré hacia el agua. Mis dos chicas jugaban a derribarse, en lo que me pareció en aquellos momentos un lúbrico espectáculo: dos cuerpos femeninos desnudos, frotando sus pechos entre sí mientras pugnaban por tumbar a su oponente. Me introduje apresuradamente en el mar, intentando que ninguno de los escasos paseantes pudiera notar la descarada horizontalidad de mi pene, y me acerqué a ellas, que cesaron en su lucha cuando me aproximé.

  • Creíamos que íbamos a tener que prescindir de tu compañía -me dijo Carla con cara risueña-.

Luego se acercó, poniéndome al paso uno de sus pechos sobre mi antebrazo, y dijo en voz confidencial:

  • Anda, que ya hemos visto que te comías con la vista el coño depilado de tu alemana

Y se echó a reir. Mariluz se me acercó por el otro lado, y agarró impúdicamente mi pene bajo el agua.

  • Y te ha puesto bueno… Pues tendrás que esperar a que esta noche te visite Carla.

Mi hermana protestó.

  • Querrás decir a que tú vayas a su dormitorio a darte una fiesta con mi hermano.

Ya estaban otra vez con lo mismo. Me volvió el enfado de la mañana, que hizo disminuir mi erección, lo que no había logrado el agua fría. Volví a la playa, seguido por las dos chicas.

  • No te lo tomes a mal, hombre -me dijo Carla, mientras se colgaba de uno de mis brazos-. Estábamos bromeando.

Cuando llegamos de nuevo a nuestras toallas, Carla se tendió de nuevo, esta vez boca abajo. Mariluz se quedó unos instantes pensativa, con una cara juguetona que ya había llegado a temer. Luego se sentó con las piernas encogidas pero juntas, de modo que no mostraba lo que había entre ellas.

  • En serio, ¿te gusta más el coño desnudito de tu alemana, o éste?.

Se abrió completamente de piernas, mostrándome impúdicamente su sexo, mientras adelantaba su pubis hacia mí, levantando el trasero de la toalla, al tiempo que echaba la cabeza hacia atrás, riéndose a carcajadas.

Carla levantó la cabeza, y se echó a reír también, seguramente de mi cara de confusión. Aquello no iba a quedar así.

  • Mmmmm tendréis que darme tiempo para decidir. No te muevas -me dirigí a Mariluz-.

Metí las manos bajo los muslos de Carla, que inicialmente no entendió lo que pretendía, hasta que quedó en posición de perrito, con su ano y su vulva expuestos entre sus piernas entreabiertas. Enrojeció hasta la raíz del cabello, pero no dijo nada.

Mariluz se reía a mandíbula batiente, sin cambiar ni un ápice su incitante postura. Finalmente, ambas volvieron a posiciones "menos comprometidas", no sin que antes Mariluz mirara descaradamente a mi pene, de nuevo en su máxima erección, y silbara apreciativamente.

  • Me parece que esta noche vamos a tener que visitarte las dos, para solucionar "eso".

  • De eso nada -saltó Carla rápida- te lo follas tú dos veces, si te parece, que ya tienes costumbre.

  • Casi mejor nos vamos a comer, que ya es hora -decidió Mariluz-. ¡Caramba, que una no es de piedra!, y a lo mejor me tiro sobre ti y te violo -terminó, mientras de nuevo se reía a carcajadas-.

Yo tampoco iba a contenerme mucho más en aquel estado de excitación en que me habían puesto, de modo que asentí, y comencé a recoger las cosas.

Después de una comida a base de carne a la brasa, que regamos con una botella de Rioja, nos dirigimos de nuevo a casa. Se me había calmado de nuevo la calentura, después de un par de horas en público, totalmente vestidos los tres -Mariluz se había puesto un diminuto tanga negro bajo la falda-.

Nada más entrar, Carla bostezó abiertamente.

  • Creo que voy a echarme un rato.

Nos miró pensativa.

  • Pero vosotros podéis hacer lo que queráis. Cerraré la puerta del dormitorio para que tengáis mayor intimidad

  • Eso mismo te iba a proponer -respondió Mariluz rápida-. Puedes quedarte aquí con tu hermano, os tumbáis un rato en el sofá, y… bueno, repetís si queréis vuestras escenas nocturnas.

  • ¡Joder! -saltó Carla-. Que ya te he dicho que no soy yo la que se beneficia a mi hermano por las noches.

Ya tenía bastante. Me fui a mi dormitorio, bajé la persiana y me desnudé, esperando que el sueño aliviara mi excitación.

Pero el sueño no llegaba, sobre todo, porque no cesaba de escuchar el cuchicheo y las risitas de las dos chicas -que por el volumen, no habían cerrado finalmente la puerta de su dormitorio-. Unos instantes después, sus cuchicheos se tornaron en grititos excitados. Me incorporé, sin saber a qué respondía aquello. Entonces oí los talones desnudos de las chicas, que corrían por su dormitorio.

Entraron en tromba en el mío, completamente desnudas como era ya costumbre, y saltaron sobre mi cama, arrodillándose frente a la ventana con caras excitadas. Carla levantó unos centímetros la persiana, muy despacio, sin hacer ruido. Yo no entendía nada.

  • ¿Qué sucede? -pregunté-.

  • Calla, que vamos a ver una "peli" porno -respondió Mariluz-. No hagáis ruido.

Me arrodillé yo también, apretado entre los dos cuerpos desnudos de las chicas, y miré a través de la ventana.

Las casas de aquella urbanización eran muy parecidas en cuanto a su forma exterior, pero no estaban ubicadas de forma simétrica. Frente a la ventana, la terraza de la casa contigua, con las cortinas completamente abiertas, nos ofrecía una panorámica de la sala de estar, como a veinte metros de nosotros.

Lo primero que vi fue una rubia de formas rotundas, completamente desnuda, que oscilaba sugerentemente su cuerpo al compás de una música inaudible para nosotros, subida en una pequeña mesita redonda.

A su lado, un hombre ya maduro también desnudo, se masturbaba ostensiblemente, sin importarles a ninguno aparentemente la presencia de otras dos parejas, sentadas a izquierda y derecha en dos sofás. Estos otros cuatro estaban vestidos, si bien una de las mujeres, una morenita menuda de unos 25 años, tenía bajado hasta el codo uno de los tirantes de su camiseta negra, dejando fuera un pecho muy bien formado.

La danza aquella duró unos minutos más. Finalmente, el hombre abrazó a la rubia por las caderas, metiendo su cabeza entre el vello abundante de su pubis, y comenzando sin duda a lamerle el sexo.

El varón sentado junto a ella, estaba en aquel momento quitándole las bragas a la morenita, que aparecía con las piernas en alto, y la falda subida hasta la cintura, y ahora eran los dos pechos los que asomaban de su camiseta. Pudimos ver la oscuridad de su coño entre las piernas abiertas, por más que la distancia no nos permitiera distinguir fielmente los detalles.

Volví la vista a la otra pareja. Ella estaba sentada mirando fijamente hacia delante, con las piernas muy juntas. Su pareja le acariciaba un pecho sobre el vestido, mientras su otra mano frotaba su propia entrepierna.

La rubia de la mesa se volvió, inclinándose, y el hombre no se hizo rogar: volvió a enterrar la cara entre sus carnosos muslos. Unos instantes después, la rubia se apartó, y se bajó de la mesa. Se dirigió a la única chica que quedaba totalmente vestida, la tomó de una mano, y la obligó a levantarse. Esta se resistía, pero débilmente, sin mucha convicción al parecer. Luego se volvió hacia la otra pareja, que se metía mano descaradamente en el sofá, y ellos se levantaron y se acercaron. Varias manos empezaron a desnudar a la otra chica, que se dejó hacer. Cuando sólo quedaba sobre su cuerpo una braguita, dos varones la tomaron, y la subieron sobre la mesa.

Inmediatamente, varias manos se aferraron a sus bragas, que finalmente se rompieron, dejándola desnuda sobre la mesa. El hombre que había estado sentado junto a ella se bajó rápidamente los pantalones y un slip que llevaba debajo, se acercó a la muchacha, la abrió de piernas sobre la mesa, y la penetró lentamente, empezando a moverse adelante y atrás. La chica, tras unos momentos en que estuvo como paralizada, se aferró al cuello del varón y comenzó a participar en el coito, activamente al parecer.

Los demás les contemplaban alrededor de la mesa, en distintos grados de desnudez: a la morenita le había bajado la falda a su sitio, aunque había quedado retenida por detrás en sus glúteos, que mostraba en gran parte. Sus pechos estaban totalmente al aire, porque la camiseta estaba arrollada a su cintura.

El único hombre que quedaba vestido se desnudó también rápidamente, y empezó a masturbarse contemplando el espectáculo. La rubia se acercó a la morenita, le dijo algo al oído, y metió la mano impúdicamente bajo su falda. Sus movimientos, aunque la mano quedaba oculta, parecían indicar que estaba masajeando el coño de la otra chica.

El hombre que follaba a la chica tendida sobre la mesa, se apartó momentáneamente, y terminó de quitarse las prendas que llevaba arrolladas a los tobillos. Luego se subió sobre la mesa a su vez, tomó a la chica por las pantorrillas, y levantó sus piernas, poniéndolas sobre sus propios hombros, y a continuación, en cuclillas, volvió a introducir su pene en la vagina de la muchacha.

Pude observar que todos los demás habían acabado de desnudarse en algún momento. El que había estado sentado poco antes a su lado, arrebató a la morenita de las manos de la rubia, la llevó hasta el sofá, y la empujó por la espalda, obligándola a levantar el trasero. Luego abrió sus piernas, y la penetró sin contemplaciones.

Mientras, la rubia se había abrazado a su pareja, frente a frente, mientras se comían a besos. Luego, elevó una de sus piernas, pasándola tras la cintura del hombre, y metió las dos manos entre ambos, sin duda guiando el pene de él hacia su interior. El le sujetó con una mano la pierna en su posición, mientras la otra se aferraba a la cintura de la mujer, y sus caderas se contraían rítmicamente. La rubia tenía los ojos cerrados, y oscilaba la cabeza a un lado y otro, sin duda disfrutando intensamente de aquello.

Tomé conciencia entonces de las respiraciones entrecortadas de las dos chicas, a mis costados. Carla estaba aferrada al marco de la ventana, mirando hacia delante con los labios entreabiertos, y los ojos muy brillantes. Mariluz tenía una de sus brazos caídos a lo largo de uno de sus muslos, y la mano del otro acariciaba lentamente uno de sus erectos pezones.

Volví a mirar por la ventana. La chica que había sido follada sobre la mesita estaba ahora sola, despatarrada, con la negrura de su sexo mostrándose entre sus piernas abiertas. De repente, pareció mirar fijamente en nuestra dirección. Se bajó rápidamente de la mesa, se dirigió al ventanal y corrió las cortinas, privándonos del resto del espectáculo.

Poco a poco, como si saliéramos de un sueño, fuimos abandonando nuestras posturas frente a la ventana. Yo estaba en el colmo de la excitación, y creí llegado el momento de pasar a mayores con las chicas, que estaban evidentemente en el mismo estado que yo.

Carla se tumbó boca arriba en la cama, con los brazos extendidos a sus costados, y mirando fijamente al techo, como hipnotizada. Mariluz, a mi derecha, estaba en cuclillas aún mirando a las cortinas que nos habían ocultado la vista de la orgía que se desarrollaba en el chalet contiguo. Sin pensarlo dos veces, dirigí mi mano a su entrepierna, e introduje sin vacilación dos dedos en la vagina empapada de Mariluz. Esta, pareció aceptar durante unos segundos mis caricias. Luego se envaró, miró hacia Carla que seguía inmóvil, me apartó la mano sin violencia, se levantó, y salió de la habitación.

Entonces mi hermana pareció salir del trance, y siguió a su amiga, dejándome sólo de nuevo. Yo no tuve por menos que irme al baño, y aliviar mi excitación de la única forma que me habían dejado, maldiciéndolas por lo bajo.

Luego me tendí en la cama, relajado aunque no satisfecho, y no tardé en dejarme vencer por el sueño.

No debí dormir mucho. Por una vez, cuando me despejé, había un silencio absoluto en la casa, que parecía indicar que las chicas dormían a su vez. No se oía ningún sonido.

Pero no, porque me pareció escuchar un ligero chapoteo tras la puerta cerrada del cuarto de baño de mi habitación. Me levanté en silencio, y me acerqué sin hacer ruido, entreabriendo la puerta lentamente, lo suficiente para tener una visión de la bañera. Me quedé de piedra, y mi pene creció de nuevo inconteniblemente.

Carla estaba sumergida en el agua, que le cubría justo por debajo de sus pechos, que parecían flotar con sus pezones muy inflamados coronando sus aréolas oscuras. Tenía los ojos cerrados, y su lengua asomaba entre los labios entreabiertos. Una mano estaba aferrada a la bañera, y la otra se distinguía apenas entre sus piernas, oscilando arriba y abajo, lo que producía el leve chapoteo que había escuchado.

Me quedé lo más inmóvil que pude, mirando con ojos desorbitados a mi hermana masturbándose. Unos segundos después, los movimientos de Carla se hicieron algo más acelerados. Su mano quedó unos instantes inmóvil, y entonces elevó su culito de la bañera, con lo que emergió su pubis casi cubierto por su mano, pero en el que se veía claramente que tenía al menos cuatro dedos introducidos en la vagina. Entonces su mano comenzó a moverse de nuevo, haciendo entrar y salir los dedos de su interior, y de su garganta empezaron a surgir unos gemidos guturales rítmicos, que mostraban a las claras que estaba experimentando un profundo orgasmo.

Tuve que levantarme apresuradamente, pero no sólo para evitar que Carla me sorprendiera mirando, sino porque sentí los pies desnudos de Mariluz sobre la tarima, acercándose a mi dormitorio.

Me tendí en la cama, y me hice el dormido, justo cuando el cuerpo desnudo de la otra chica aparecía en el dintel. Se dirigió en derechura al baño, y empujó la puerta. La oí silbar irónicamente. Luego entró, cerrando la puerta tras de sí.

Al cabo de un rato

Pero será mejor que aplace la narración de lo que ocurrió el resto del día, si no tienen inconveniente.

A.V. 1 de julio de 2003.

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