La horrible duda (7: El picnic doméstico)
¿Con cual de ellas ?. ¿O fue con ambas?. No estoy seguro, y la duda es terrible, pero no me atrevo a preguntar...
¿Es solo Mariluz?. Y entonces, ¿por qué no viene a mi cama abiertamente, sin tanto misterio?. La idea de que sea mi hermana Carla, al principio me llenaba de culpa y remordimientos, pero con el paso del tiempo empiezo a aceptar una situación inimaginable anteriormente. ¿Y si son las dos?. En este caso, no sé qué pensar ni cómo actuar a partir de este momento. ¿Alguien puede darme algún consejo?. Lo agradeceré en el alma.
(Este relato es el séptimo de 11. El primero fue publicado en estas páginas el 08-07-2003. Mejor, los leen antes para hacerse una idea, y luego continúen con este).
Efectivamente, habían logrado con las toallas una especie de cubículo oculto a la vista de cualquiera que pasara por la playa. Dado que la casa estaba ligeramente más alta, tampoco era ningún problema andar de pie, porque seguramente no se nos vería desde el exterior por debajo del cuello, sobre todo a ellas, que eran más bajitas.
Habían tendido la alfombra del salón sobre las baldosas, y encima un mantel, donde ya estaban los cubiertos, las servilletas y los vasos, más una jarra de sangría helada. Pero estoy describiendo lo menos interesante. Las dos chicas, recién bañadas y oliendo fragantemente a gel de baño, estaban sentadas en la alfombra. Carla estaba de rodillas, con las nalgas apoyadas en los talones, pero Mariluz, en cuclillas, mostraba claramente su sexo con absoluta naturalidad. Pensé si sería capaz de comer en aquellas circunstancias.
Pero sí que conseguí pasar unos bocados de pizza, regados con tres vasos de sangría, afortunadamente con poco alcohol.
Cuando acabamos, recogimos la mesa. Mariluz se puso en pié sin ningún reparo, pero Carla salió agachada todas las veces. Yo era el único que aún no se había duchado, y estaba pegajoso de sal, y tenía arena en los pies y pantorrillas.
Me voy a la ducha, chicas. (Las miré con cara compungida). Si alguna quiere venir a enjabonarme la espalda
Carla, que se le da muy bien -saltó rápida Mariluz-.
No, mejor tú, así aprendes -respondió mi hermana-.
Pero después de las bromas, ninguna se animó, así que me duché de nuevo solo.
Cuando volví a la terraza, tenían una pequeña discusión. Mariluz decía de dormir la siesta en la terraza. Carla temía que las toallas se cayeran durante el sueño, y además argumentaba que dentro de un rato toda la terraza estaría al sol. (Era cierto, porque ya quedaba menos de la mitad a la sombra). Además, el calor era mayor fuera que dentro, lo que también era cierto.
Malhumorado, no tuve más remedio que aceptar otra siesta solo en mi enorme cama.
Otro sutil cambio. Me retrasé unos minutos en depositar en el cubo de basura los restos del almuerzo. Al pasar por delante de la habitación de las chicas, pude advertir que la puerta estaba abierta de par en par por primera vez, aunque no pude ver gran cosa, porque habían cerrado los postigos y bajado la persiana.
Yo hice lo mismo en mi dormitorio, que quedó en una penumbra menos densa que la oscuridad de las noches, pero en la que apenas se distinguían los objetos que había sobre la cómoda, a dos metros de mi cabeza.
Por un momento, tuve la loca esperanza de recibir otra visita durante la siesta, pero luego la abandoné. Las chicas cuchicheaban interminablemente en su dormitorio, y mientras una no estuviera dormida
Poco a poco, me fui dejando llevar por el sueño.
De nuevo me despertaron, porque yo estaba en uno de esos sueños pesados, de los que quieres despertarte, pero no puedes. Esta vez, eran las dos chicas, todavía desnudas, las que me sacudían. Mariluz sentada en la cama, y Carla en pié, al otro lado, inclinada sobre mí.
- ¿Sabes qué hora es? -me preguntó Mariluz-.
Yo me incorporé, todavía medio dormido:
No, ni idea.
Pues son casi las 22:00, ricura -respondió la chica-. O nos damos prisa, o no podremos ya ni cenar
Yo no tenía la menor gana de salir.
- ¿Y por qué no repetimos lo del almuerzo?. Tengo una idea -continué-. Si os gusta la comida china, hacemos una cena en la terraza al fresco, después esperamos a la madrugada, y volvemos a bañarnos a oscuras A mí me gustó la experiencia, y no me importaría repetirla.
Carla se mostró de acuerdo:
- A mí tampoco me apetece nada ducharme y vestirme para salir. Además, para cuando estemos preparados, serán más de las 23:00, y es muy tarde para ponerse a buscar sitio donde cenar
Mariluz tampoco se opuso, así que otra vez fui yo el que tuvo que ir a comprar la cena.
Cuando volví, de nuevo habían preparado la terraza para cenar en plan picnic. La única luz la proporcionaba un farol con una bombilla de baja potencia. Había claridad suficiente para cenar, pero era difícil que nadie pudiera vernos a distancia, si manteníamos apagada la luz del salón.
Dispuse los envases sobre la alfombra, y me senté. Fue Carla la primera en protestar:
- Oye, hermoso, ¿no habíamos quedado en hacer un día nudista?. Pues tú estas vestido.
Era cierto, no me había acordado de desnudarme al volver.
En plan juguetón, Mariluz se me echó encima, pugnando por sacarme la camisa del pantalón. Carla se unió rápidamente a la broma, y fue ella la que soltó mi cinturón, desabrochó la cremallera (y queriendo o sin querer puso la mano sobre mi pene durante unos instantes) y me sacó los pantalones por los pies. Mariluz seguía luchando con la camisa, porque no había desabrochado el único botón, con lo que no podía sacármela por la cabeza. Para ayudarla, Carla se tumbó a mi lado, poniendo al paso sus senos sobre mi pecho descubierto. La erección me volvió de inmediato. Por si fuera poco, mi hermana puso entonces una pierna entre las mías, y se tendió casi completamente sobre mí, aplastando mi pene sobre su vientre, lo que aparentemente no le produjo ninguna reacción. Y finalmente, Mariluz se levantó triunfante con mi camisa en la mano, mientras Carla se daba cuenta por primera vez de lo comprometido de la postura. Estaba prácticamente tumbada encima de mi cuerpo, ambos desnudos, con su vulva sobre uno de mis muslos. Se levantó, creo que un poco "cortada".
Empezamos a cenar. En un momento determinado, Mariluz estaba intentando comer un largo tallarín, que se le resistía a pesar de sus cómicos sorbetones. En plan juguetón me senté sobre sus muslos, y atrapé en mi boca el otro extremo. Poco a poco, nuestras bocas se fueron acercando, hasta que quedaron en contacto. Me recordó la escena de "La Dama y el Vagabundo", aunque en plan erótico. Ella me mordió ligeramente los labios, y rodamos por el suelo entre risas. Cuando me incorporé, Carla nos miraba con una cara de clara excitación. A mí, la erección se me calmaba un momento, para volver ante cualquier estímulo: la vista del sexo de Carla entre sus piernas descuidadamente abiertas, o los pezones erectos de Mariluz, que parecían afectados de lo mismo que mi pene. O el roce sin intención de los pechos de mi hermana cuando se inclinaba sobre mí a coger una porción de comida del envase que yo tenía en las manos.
Para cuando terminamos la improvisada cena, se había levantado viento, que traía arena de la playa, y amenazaba con hacer volar la frágil barrera de cortinas que resguardaba nuestra intimidad. Tardó poco en empezar a llover, con gruesos goterones de tormenta estival. Así que apagamos la única luz, y a tientas, procedimos a quitar las toallas, y recoger todo. Para entonces, el cielo iluminaba de cuando en cuando nuestros cuerpos desnudos, como esas luces destellantes de las discotecas. Finalmente, cerramos las puertas de la terraza, corrimos las cortinas y encendimos la luz.
Fue Carla (estoy casi seguro) la que buscó música bailable en una vieja radio olvidada sobre el aparador, que por milagro tenía aún batería, mientras Mariluz preparaba unas bebidas. Ceremoniosamente, saqué a mi hermana a bailar, y me apreté fuertemente contra ella, sin importarme que mi pene empezara a crecer apoyado en su vientre. Ella se me abrazó también, sin rehuir el contacto de nuestros cuerpos desnudos, y empezamos a bailar. Se envaró un poco cuando empecé a acariciar sus nalgas, pero no hizo la menor intención de retirarme la mano, que siguió con las suaves caricias en sus firmes semiesferas sin ninguna oposición.
Mientras, Mariluz se movía al compás de la música, con los ojos cerrados. Cuando acabó la pieza, cambié de pareja. Si no había tenido ningún reparo en acariciar a Carla, aún menos lo tuve con la otra chica. De las nalgas, mis manos pasaron a acariciar su ano, y la parte de su vulva que me quedaba al alcance desde atrás. Ella empezó a jadear ligeramente, pero finalmente se apartó, mientras me miraba con los ojos brillantes.
- En serio, estoy deseando yo también tener sexo contigo, pero sigo con el mismo problema.
(Lo dijo susurrando, pero sospeché que Carla podía habernos oído, aunque no hizo gesto alguno que lo delatara). Realmente estaba un poco lejos, despatarrada sobre el sillón, y moviendo una de sus piernas al compás de la música, sin importarle en apariencia la estimulante visión que ofrecía.
Aquello tenía que terminar, no podía seguir así ni un momento más. La conduje al sillón, sentándome entre las dos.
- Voy a contaros una historia -comencé-. Las dos noches anteriores, una de vosotras ha entrado en mi habitación
Hice una pausa para observar su gesto. Ambas tenían cara de (¿auténtica?) sorpresa, y se miraron entre ellas.
La primera noche -proseguí- la cosa se limitó a un ligero manoseo. La segunda, ya fue más allá. Ella me hizo una felación, y yo la masturbé hasta que acabó en mi mano. Pero las dos veces, escapó después
Dices "una de las dos" -interrumpió Carla- pero sin duda debes haberte dado cuenta de que yo no fui.
Yo tampoco lo hice -saltó Mariluz-.
Nueva mirada entre las dos. Yo estaba empezando a exasperarme. ¿Cómo que no había sido ninguna?. ¡No te jode!. Pues como no hubiera entrado una vecina por la ventana abierta
- ¿Cómo es que no reconociste a Mariluz? -preguntó Carla, directa-. Tiene las tetas algo más grandes que las mías.
Y puso las manos bajo sus pechos, adelantándolos como si los ofreciera.
La otra chica protestó.
¡Te he dicho que no fui yo!.
Mirad, no me liéis -las interrumpí-. Una de vosotras está fingiendo. Una de vosotras ha tenido que ser. Otra cosa es que no queráis reconocerlo ante los demás. La habitación estaba completamente a oscuras, y no pude saber al tacto de quién de vosotras se trataba, que tampoco tengo tanta costumbre de meteros mano.
¿Es que acaso crees que yo, tu hermana, estoy ansiosa de tener sexo contigo. ¡Por favor!.
Pues no sería nada del otro mundo -terció Mariluz-. Cosas peores se han visto. Además, no os habéis ahorrado las caricias estos días. Y dos hermanos "normales" no se muestran en pelotas todos los días, como hacéis vosotros.
Eso no tiene nada que ver -la interrumpió Carla-. Antes de estos días, no nos habíamos visto nunca desnudos, y fuiste tú la que empezó, te lo recuerdo. Y las caricias, pues son inocentes, al menos por mi parte.
Ya, ya, inocentes -ironizó Mariluz-. ¡Vaya, tan inocentes como el manoseo cuando os extendéis la crema!. También bailáis los dos desnudos, bien apretados, "inocentemente".
Aquello podía acabar muy mal. Metí baza antes de que se fuera todo al garete.
- Bueno, escuchad. Vamos a dejar de discutir, y no hablemos más del asunto. No quiero saber quién de vosotras entra por las noches en mi dormitorio. Pero sí quiero que quede claro algo: que una cosa es que Carla y yo nos hayamos acostumbrado a vernos desnudos sin ningún pudor, lo que ha sido algo propiciado por el buen "rollito" que hay entre los tres, e incluso que nos hayamos llegado a acariciar alguna vez, y otra muy diferente es el incesto. Y creo que ni Carla ni yo hemos tenido la menor intención
Mariluz me cortó.
- Lo que deja claro que no puedo haber sido más que yo, ¿no?. Pues os repito que no he entrado en tu dormitorio estas noches, ¡cojones!.
La cosa volvía a ponerse fea. Tapé la boca de Carla, antes de que pudiera responder.
- Vamos a hacer una cosa. ¿Por qué no tratamos de olvidarlo los tres?. Sería una pena enfadarnos, y volver a las inhibiciones, a los tabúes. Y perdernos los baños nocturnos, los días de playa nudista
Me volví hacia Carla.
- Quiero que conste que las veces que te he acariciado, o que lo has hecho tú, ha sido sin demasiada malicia... Y que no pienso privarme de ello en adelante, salvo que te moleste, y me digas que no vuelva a hacerlo
Carla estaba con los ojos bajos, sin responder.
No quedaba más que una cosa. Me dirigí a mi dormitorio, y me tendí en la cama. Mañana veríamos si la conversación, que nunca debí comenzar, ahora lo veía claro, tenía alguna consecuencia en la relación que había entre los tres. Ya no podía borrar lo que todos habíamos dicho, y solo me quedaba arrepentirme de haber iniciado aquello.
De repente tuve una idea. Palpé en la mesilla de noche, hasta encontrar el interruptor de la pequeña lámpara, y lo coloqué en la esquina más cercana del pequeño mueble, de forma que pudiera encontrarlo en la oscuridad. Probé varias veces, quedándome satisfecho. Si Mariluz venía esta noche (ahora estaba seguro de que era ella, aunque después de lo que había sucedido cabía dudar que repitiera su visita) encendería la lamparita y saldría definitivamente de dudas.
Estuve escuchando a las chicas durante mucho tiempo hablar en voz baja en su dormitorio, hasta que la conversación se extinguió y volvió el silencio. Un par de veces se me cerraron los ojos, pero conseguí mantenerme despierto, esperando
No sé qué hora era. Algún tiempo antes, en la esfera luminiscente de mi reloj de pulsera había visto las 03:10, pero no tenía conciencia exacta del tiempo transcurrido. En el estado de vigilia expectante en que me hallaba, esta vez si pude discernir el leve paso de unos pies desnudos dentro de mi dormitorio. Y, efectivamente, poco después una mano femenina se posó en mi pecho, acariciándome unos instantes, sin duda para despertarme. Decidí hacerme el dormido, y esperar a ver qué hacía Mariluz. Pero tomé el interruptor de la lámpara, y puse el dedo sobre el botón.
Durante unos segundos, no sucedió nada. Luego, un cuerpo femenino desnudo se tendió junto al mío, y una mano acarició morosamente mi estómago, mi vientre, y luego se posó sobre mis genitales, que empezaron a crecer. Ya no podía seguir fingiéndome dormido. Tuve la intención de encender entonces la luz, pero me lo impidió el deseo que sentía. Tiempo habría "después" para salir de dudas de una vez
Atrapé dos firmes pechos con mis dedos, y empecé a amasarlos suavemente. Una boca tomó el relevo de las manos sobre mi vientre, y fue descendiendo, besando y lamiendo levemente. Cuando esperaba sentirla sobre mi pene, la boca se posó en uno de mis muslos, que fue recorriendo de fuera hacia el interior, para luego repetir el mismo tratamiento con el otro.
Acerqué mi boca al lugar donde escuchaba una leve respiración entrecortada, pero la otra boca se hurtó al beso. Yo estaba ya acariciando unas caderas redondas, después un vientre de seda, y finalmente posé mi mano sobre el inicio de una vulva ligeramente húmeda y muy caliente.
La chica cambió de postura, sin que yo acertara a conocer sus intenciones, hasta que noté perfectamente como quedaba abierta de piernas sobre mi pecho. Subí mis manos por las piernas, hasta que convergieron en unas redondas nalgas. La intención quedó muy clara entonces, cuando la chica, sin duda con la cabeza inclinada, tomó mi pene con sus manos, y después de acariciarlo durante unos instantes, se lo introdujo en la boca.
Yo hice lo que cabía esperar. Separé aquellas nalgas, e introduje mi cabeza entre ellas, lamiendo la entrada de una vagina que ya empezaba a estar lubricada. En aquella postura no podía alcanzar su clítoris, pero ensalivé un dedo y tenté por su vulva hasta encontrarlo. Luego, lo acaricié suavemente, lo que hizo que la chica comenzara a jadear.
No sabía en cual de las sensaciones concentrarme. De una parte, sentía una húmeda boca subir y descender por mi erección, produciéndome mil sensaciones placenteras, mientras las manos femeninas acariciaban mis testículos, o la sensible cara interior de mis muslos. Pero además, el leve deslizar de mi lengua por aquella suave vulva, o mi dedo acariciando un clítoris que se había hinchado perceptiblemente bajo él, me llenaba también de emociones intensas.
Sin abandonar aquel botoncito de placer, mi lengua, casi por voluntad propia, empezó a intentar introducirse, como un pequeño pene, en aquella vagina fragante. Ahora, las caderas de la chica empezaron a oscilar, y los jadeos se convirtieron leves gemidos, que fueron "in crescendo". La vulva empezó a segregar un flujo más abundante, y finalmente, a contraerse sobre mi cara, oscilando al impulso de los estremecimientos de placer del orgasmo de la chica.
Fue entonces cuando mi pene empezó a soltar el contenido de mis testículos, acumulado por la excitación del día anterior. La boca se retiró tras la primera descarga, y sentí los calientes goterones sobre mis muslos, y de nuevo pensé si la muchacha habría recibido parte de mi eyaculación en la cara. A la boca, de seguro que había ido a parar al menos una parte. La cabeza descendió sobre mis muslos, y el pubis de la chica se relajó, tendiéndose sobre mi pecho.
Unos labios ardientes empezaron a besar nuevamente la cara interior de mis muslos. Tenía agarrado el interruptor desde hacía unos segundos, pero no me decidía a interrumpir aquellos besos apasionados.
De repente, el leve peso de la muchacha sobre mí desapareció, lo que interpreté como que de nuevo iniciaba la huída. Apreté el interruptor, con un "clic" casi estruendoso, pero no sucedió nada. Y los pasos apresurados de la chica alejándose, me indicaron que de nuevo había huido, y que continuaba sin conocer realmente su identidad.
Esta vez ni me molesté en dirigirme al dormitorio. Sabía que las encontraría, a una durmiendo, y a la otra fingiendo dormir. Y hoy, menos que nunca después de la conversación de unas horas antes, no me atrevería a tentar la vulva de mi hermana para descubrir la verdad.
Me di la vuelta, cerré los ojos y me dormí casi instantáneamente.
Poco a poco fui despertando de un profundo sueño, poblado de imágenes sensuales, en las que yo me encontraba tendido sobre un cuerpo femenino, moviendo mi pene dentro y fuera de una estrecha vagina.
Yo tenía los ojos cerrados, disfrutando de las increíbles sensaciones de aquel coito. De repente, los abrí, contemplando el rostro contraído de placer de Carla, que se aferraba a mi espalda, clavándome ligeramente las uñas. Me detuve conmocionado por el hecho inaceptable de que estaba follándome a mi hermana, y fue entonces cuando debí despertar. Tan vívido había sido el sueño, que la busqué con la vista, en la indistinta claridad que ya entraba por la ventana, rindiéndome finalmente a la evidencia de que me encontraba solo como siempre en aquella inmensa cama de matrimonio.
Me quedé tendido unos minutos, analizando mis sensaciones. Poco a poco, tuve que rendirme a la evidencia de que la idea del sexo con mi hermana, al contrario que en el sueño, no me parecía ya nada monstruoso ni repugnante.
Me levanté despacio, en el silencio de la casa, y me dirigí al dormitorio de las chicas. Tenía prisa por averiguar
No voy a hacerlo más largo. Continuaré en otro momento relatándoles qué sucedió a continuación, si me disculpan.
A.V. 30 de junio de 2003.
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