La horrible duda (6: Una playa muy especial)

¿Con cual de ellas…?. ¿O fue con ambas?. No estoy seguro, y la duda es terrible, pero no me atrevo a preguntar...

¿Es solo Mariluz?. Y entonces, ¿por qué no viene a mi cama abiertamente, sin tanto misterio?. La idea de que sea mi hermana Carla, al principio me llenaba de culpa y remordimientos, pero con el paso del tiempo empiezo a aceptar una situación inimaginable anteriormente. ¿Y si son las dos?. En este caso, no sé qué pensar ni cómo actuar a partir de este momento. ¿Alguien puede darme algún consejo?. Lo agradeceré en el alma.

(Este relato es el sexto de 11. El primero fue publicado en estas páginas el 08-07-2003. Mejor, los leen antes para hacerse una idea, y luego continúen con este).

Llegamos a dos postes colocados a ambos lados del camino. Uno de ellos soportaba un cartel, "a partir de este punto, no se permite el uso de ninguna prenda de vestir". Creo que los tres nos alegramos de nuestra previsión, porque desnudarnos fue cuestión de segundos. Sólo Carla miraba a un lado y otro mientras lo hacía. Luego continuamos el camino.

En un momento determinado, llegamos a una pequeña elevación, desde la que descendían una especie de terrazas naturales de arena, que llegaban casi hasta el mismo borde del mar. Tal y como yo había anticipado, había muchos matorrales de esos que crecen cerca de las playas, de una altura considerable. Aquí y allá, se vislumbraban más que veían cuerpos desnudos tendidos al amparo de alguno de aquellos arbustos.

No nos cruzamos más que con dos mujeres, que llevaban algunas prendas de vestir en la mano. Una de ellas, ya mayor, ligeramente entradita en carnes, con unos grandes pechos que, a pesar de su tamaño, no estaban del todo caídos. La otra -probablemente su hija- una muchacha de no más de dieciséis años, calculé, con un precioso cuerpo adolescente, y unas tetitas apenas protuberantes, pero muy bien formadas. Nos saludaron con amabilidad, y devolvimos el saludo. No fue nada diferente a como habría sido de estar todos vestidos. Creo que eso acabó de tranquilizar a Carla, que dejó de mirar aprensivamente a su alrededor.

Encontramos rápidamente un lugar resguardado entre dos de aquellas matas, que crecían próximas. Evidentemente, cualquiera que se acercara podría vernos, pero estábamos ocultos a las miradas rijosas de los posibles "voyeurs" que espiaran desde lo alto de la pendiente.

Mientras yo tendía las toallas, y montaba la sombrilla, Mariluz ya se había apropiado del tarro de protector solar. Cuando terminé, se acercó a mí con la clara intención de extendérmelo.

  • Si me ayudas a embadurnar a tu hermano, acabaremos antes.

Carla se situó a mi espalda, con el tarro en la mano, mientras Mariluz empezaba a extender la crema por mi pecho. Yo tomé una porción, y la imité absolutamente. Y cuando digo absolutamente, es porque me recreé en masajear sus pechos sin ningún disimulo ni inhibición.

Mariluz me hizo un gesto admonitorio con el dedo, desmentido por su sonrisa.

  • Es para que no te los quemes -bromeé yo-.

  • Entonces, espera, que hay una parte que no debes dejar sin protección -respondió ella.

Tomó entonces una buena porción de crema, dejando el tarro en el suelo, y se dedicó a embadurnarme el pene, mientras me miraba desafiante. Yo le respondí tomando otra porción, que extendí por la cara interna de sus muslos, sin olvidarme de pasar varias veces mi mano por su sexo. Nos echamos a reír, y continuamos con otras partes menos íntimas.

A mi espalda, Carla había cubierto ya toda mi espalda y, tras una vacilación, estaba pasando ambas manos por mis nalgas. Noté como se detuvo un momento, pero luego pareció decidirse, e introdujo las manos por la abertura entre ellas, llegando a rozarme ano y testículos, lo que le hizo apartar las manos rápidamente.

Mariluz se volvió de espaldas, para permitir que le extendiera la crema, y yo no perdí ocasión de masajear sus caderas, sus nalgas e, imitando a mi hermana, separé las dos semiesferas, y me detuve con un dedo sobre su ano. Ella dio un pequeño respingo, pero no protestó.

Sólo quedaba Carla. Mariluz se dedicó a su parte trasera, mientras yo repetía la misma acción que con Mariluz, pero absteniéndome de poner mi mano en su entrepierna. Pero sí masajeé los pechos de mi hermana, que solo me miró a los ojos cuando terminé la operación. No vi en ellos enfado, ni vergüenza, lo que parecía querer decir que había aceptado con naturalidad la situación.

Las dos chicas se tendieron sobre las toallas, y para mi decepción, mantuvieron ambas los muslos juntos, lo que solo me permitía ver sus dos triángulos de vello púbico.

  • Hay algo injusto -dije yo-.

  • ¿Qué es injusto? -preguntó Mariluz-.

  • El hecho de que un varón desnudo muestra por fuerza sus órganos sexuales, mientras que las mujeres podéis ocultarlos casi completamente.

Me tendí en la toalla entre ellas, mientras Mariluz sonreía socarronamente.

  • No, no, no. No creas que voy a enseñártelo, ni lo sueñes.

Pero a lo largo de la mañana, hubo muchas ocasiones de que, por fin, pudiera contemplar las partes íntimas de las dos chicas.

Primero fue Mariluz, que se inclinó arrodillada para tomar una botella de agua de una de las bolsas. Seguro que lo hizo descuidadamente, pero me obsequió una espléndida visión de su sexo visto desde atrás, con sus pliegues internos sobresaliendo, tal y como anticipé la primera vez que la vi semidesnuda. Después de beber un trago, debió darse cuenta de que estaba expuesta a mis miradas, y se volvió sonriente.

  • ¿Qué?. ¿Te gusta lo que ves?. Pues lo verás, pero no lo tocarás.

Miré a Carla. Estaba con los ojos cerrados y no pareció darse cuenta de la escena, o al menos lo disimuló.

Un tiempo después, fue mi hermana la que se puso en pie para mirar a la playa, sin advertir que desde abajo era posible contemplar perfectamente su sexo entre las piernas entreabiertas, visión que disfruté sin ningún complejo. Cuando se volvió, se dio cuenta de la dirección de mi mirada, y se sentó rápidamente, turbada. Pero fue peor, porque lo hizo con las piernas entreabiertas, lo que me permitió una nueva perspectiva de su abertura apenas entreabierta, con un ligero vello en los labios mayores, que terminaba en las ingles rasuradas. Duró apenas unos segundos, porque se puso aún más encarnada, y estiró las piernas con los muslos apretados.

Para salvar la situación, les propuse ir al agua. Ahora teníamos que atravesar todo el ancho de la playa, cosa que a Carla parecía no hacerle demasiada gracia. Sólo se tranquilizó cuando pudo advertir que ninguna de las personas que había cerca de nuestro camino reparaba para nada en nosotros, ni nos dirigía una mirada. (Mejor, porque yo mantenía una semierección que parecía ya casi mi estado normal en aquellos días).

Una vez en el agua, lejos de las miradas de todo el mundo, cesaron todas las inhibiciones. Jugamos como criaturas, abrazándonos, empujándonos, y cayendo revueltos al agua. Ninguna de las chicas se cuidaba ya a estas alturas de ocultar nada, y pude ver en varias ocasiones las vulvas de ambas, aunque siempre fugazmente.

En un momento de descanso, en el que los tres estábamos parados con el agua por encima de la cintura, se me ocurrió algo.

  • Casi era más excitante ayer, el quitaros las bragas en el agua. Así casi no tiene gracia

  • Quieres algo más excitante? -preguntó Mariluz-. Os voy a proponer un juego

Consistía en pasar buceando entre las piernas de los demás, separadas como formando un puente. Dos se ponían en fila, y el tercero pasaba entre ambos. El primero ahora pasaba entre las piernas de los otros dos, y se colocaba al final, y así.

  • Pero hay una condición -continuó Mariluz-. El que salga a respirar sin pasar entre los otros dos, recibe un castigo.

  • ¿Qué castigo? -preguntó Carla-.

  • Ya se nos ocurrirá -fue la respuesta de su amiga-.

Nos colocamos Carla y yo, y Mariluz pasó sin dificultad entre ambos. Luego me sumergí, y pasé entre las piernas de mi hermana, con los ojos bien abiertos para no perderme detalle, y luego buceé bajo Mariluz, rozándole intencionadamente la vulva como por descuido. Me coloqué tras ella, y ahora fue Carla la que se sumergió, pasando sin dificultad primero por debajo de Mariluz, y luego entre mis piernas. Cuando le tocó el turno a Mariluz, pude ver su gesto de picardía antes de que su cabeza desapareciera bajo el agua. Y, tal y como me esperaba, lo hizo boca arriba, deslizando su cara entre mis piernas.

Volví a pasar entre ambas, atreviéndome ahora a acariciar apenas el sexo de mi hermana, y decididamente deslicé un dedo en la abertura de Mariluz, que me obsequió con un pescozón cuando emergía.

Lo estábamos haciendo demasiado rápido, y Carla se quedó sin aliento, debiendo sacar la cara a la superficie entre Mariluz y yo. Se quedó jadeante pero sonriendo, esperando su castigo.

  • ¿Qué te parece que se merece? -pregunté yo-.

Mariluz se detuvo a pensarlo unos instantes.

  • Pues se me ocurren varias cosas, aunque tú eres el único varón, pero eres su hermano, así que no sé

De repente se le iluminó la cara.

  • ¿O quizá os lleváis tan, tan bien (ya me entendéis) que no tenéis inconveniente en nada que yo proponga?.

  • Porque ayer -continuó como pensativa- la escenita en el baño de los dos hermanitos enjabonándose, era sólo un par de grados por debajo del sexo

Carla protestó indignada.

  • No es lo que te crees, mi hermano y yo nunca

Volvió a asaltarme la duda de la mañana. ¿Seguro de que Carla y yo no…?. Decidí que era mejor dejarlo así, y les propuse volver a nuestras toallas.

En la media hora larga que estuvimos, se notó otro claro cambio de actitud. Ahora, ninguna de las dos chicas se cuidaba lo más mínimo, e incluso Mariluz estuvo tendida unos minutos boca arriba con las piernas entreabiertas, enseñando todo lo que la Naturaleza le había dado, que era mucho y muy bonito, por cierto.

Carla tampoco se recataba ya de ponerse en pie sobre mí, o en cuclillas con las rodillas juntas, pero dejando ver la fina línea de su abertura entre ellas.

Cuando dieron las 14:00, casi lamenté tener que decirles que debíamos marcharnos si queríamos comer, porque no habíamos llevado nada. Nos levantamos renuentemente, y recogimos todo. Empezamos a desandar el camino hacia la gente vestida.

  • Teníais razón -dijo Carla- ha sido muy agradable tomar el sol desnuda. Me ha encantado la sensación del aire sobre TODA mi piel, y nadar sin el estorbo y la opresión del bañador. Tenemos que repetirlo

  • Por mi de acuerdo -terció Mariluz-. Lo que pasa es que a partir de ahora, me parece que voy a usar muy poca ropa cuando estemos solos. Será como estar en la playa nudista, pero en la intimidad.

(¡Cómo si no llevara ya un día entero en pelotas! -pensé yo).

  • Y a ti, ¿qué te ha parecido? -me preguntó mi hermana-.

  • Genial -respondí-. Y mucho mejor porque estaba en compañía de dos preciosas chicas.

Las abracé a ambas por la cintura, y las besé alternativamente en la mejilla más cercana. Pero habíamos llegado al cartel de "desde aquí, desnudos". No quedaba más remedio que vestirse. Lo hicimos casi con pena, después del maravilloso rato vivido.

Fue Carla, ya en el auto, la primera que cayó en la cuenta de una cosa.

  • ¿Os habéis dado cuenta de que vamos desnudas debajo del vestido?. Así no podemos ir a un restaurante

Tenía razón. Una cosa era ir sentadas en el coche, donde nadie las veía, y otra muy diferente, un par de horas en un restaurante. Fue Mariluz la que dio con la solución:

  • Hagamos una cosa. Tú, que estás mas "presentable" te encargas de comprar algo, por ejemplo unas pizzas, después de dejarnos a nosotras en casa. Y luego, hacemos una especie de picnic campestre en la terraza.

  • Pero habrá que estar vestidos -arguyó Carla-.

  • No boba, ya verás -respondió Mariluz-. La barandilla es alta, así que sujetamos unas toallas de baño con pinzas cubriéndola, y luego todo es cosa de no ponerse de pie, aunque no creo que nadie vaya a estar con unos prismáticos, esperando que aparezcamos desnudos.

La imagen volvió a despertar mis "instintos", que ante la vista del vello púbico de Carla a mi lado, no habían estado nunca realmente "dormidos" en todo el trayecto.

Los veinte minutos que tardaron en preparar las pizzas, y meterlas en una bolsa, junto con un par de ensaladas, se me hicieron eternos. Ni cerré con llave las puertas del auto. Entré excitado, pensando en la lúbrica escena de las dos muchachas sentadas en la terraza, en sus pechos desnudos, en sus vulvas que ahora no me ocultaban. La presión de mi erección bajo el pantalón era casi dolorosa.

Abrí rápidamente. Nada más traspasar la puerta, vi una cómica señal de obligatoriedad, en la que sobre el fondo azul pintado con rotulador, había una caricatura de pene con testículos y todo. Me desnudé rápidamente, y entré en la terraza agachado, admirando el trabajo que habían hecho las dos muchachas en mi ausencia

Ya es bastante por ahora. Si no les importa, continuaré más adelante contándoles como fue el almuerzo "nudista".

A.V. 29 de junio de 2003.

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