La horrible duda (5: Otra caliente visita)

¿Con cual de ellas…?. ¿O fue con ambas?. No estoy seguro, y la duda es terrible, pero no me atrevo a preguntar...

¿Es solo Mariluz?. Y entonces, ¿por qué no viene a mi cama abiertamente, sin tanto misterio?. La idea de que sea mi hermana Carla, al principio me llenaba de culpa y remordimientos, pero con el paso del tiempo empiezo a aceptar una situación inimaginable anteriormente. ¿Y si son las dos?. En este caso, no sé qué pensar ni cómo actuar a partir de este momento. ¿Alguien puede darme algún consejo?. Lo agradeceré en el alma.

(Este relato es el quinto de 11. El primero fue publicado en estas páginas el 08-07-2003. Mejor, los leen antes para hacerse una idea, y luego continúen con este).

No sé cuanto tiempo llevaba dormido. No debería ser demasiado, de todos modos, porque nos habíamos acostado casi a las 04:00, y aún no se vislumbraba nada de claridad a través de la ventana. Sí recordaba haber estado escuchando a las dos chicas conversar durante un largo rato antes de conciliar el sueño, con mi mente poblada de imágenes de las dos mujeres desnudas en las camas gemelas. No entendía las palabras, a pesar de lo fino del tabique que separaba las dos habitaciones, pero sí distinguía sus voces.

Estaba tendido boca abajo en la cama. Y lo que me despertó fue el roce de unas suaves manos acariciándome los glúteos. Me quedé muy quieto, no fuera a espantar a Mariluz, como la noche anterior. (Porque prometo que ni por un momento pensé en aquel instante que pudiera ser Carla). Lo que no entendía muy bien es porqué se negaba cuando yo se lo pedía, y luego me visitaba silenciosamente en medio de la noche. En fin, que fueran cuales fueran sus razones, a nadie le amarga un dulce. Y yo lo estaba disfrutando.

Sentí las manos introducirse entre mis muslos, y un suave roce, casi una caricia, en los testículos, aunque mi posición le estorbaba llegar más allá. Decidí facilitarle las cosas. Suspiré como en sueños, y comencé a darme la vuelta. Aunque no podía verme, tenía los ojos cerrados, como si continuara durmiendo. Las manos abandonaron mi cuerpo, y noté la ausencia de un peso que liberaba la cama. Estuve a punto de incorporarme, sujetarla, derribarla sobre el lecho y hacerle el amor. Pero, aún no sé por qué, me contuve y seguí fingiendo que dormía, pero ahora boca arriba, y con las piernas separadas. Tampoco lo podía ver, pero esas cosas se "notan": mi pene estaba al máximo de la erección.

Acerté. Después de unos segundos, en los que no dejé de oír muy cerca una respiración ligeramente entrecortada, la chica volvió a subirse al lecho, y se arrodilló con una pierna a cada lado de mi cuerpo. Lo sentí en el roce de sus muslos en mis costados, pero ahora con los ojos abiertos, distinguía sobre mí unas formas algo más claras que la oscuridad que invadía el dormitorio.

Unos segundos después, la mano volvió a explorar mis muslos, subió hasta mi vientre apenas rozándome, se detuvo allí unos instantes, y luego agarró levemente la base de mi pene. Otra mano, como la noche anterior, acompañó a la primera, y sentí el leve jadeo de una respiración mucho más cerca de mi cara.

Las manos comenzaron un movimiento muy lento de vaivén, arriba y abajo, arriba y abajo. Era un suplicio mantenerme quieto en aquella situación, pero temía que si hacía algún movimiento, ella escaparía de nuevo. De modo que me concentré en la agradable sensación de las manos femeninas sobre mi verga, una de las cuales había descendido a los testículos, mientras continuaba con la otra el lento y cuidadoso movimiento que dejaba mi glande al aire unos instantes, para luego cubrirlo cuando la mano volvía a subir. Noté que no duraría mucho sin eyacular, pero decidí seguir sin moverme.

Segundos más tarde, la mano se detuvo, pero ahora una lengua lamió delicadamente la punta expuesta de mi glande. No debió parecerle desagradable, lo digo porque ahora unos labios reemplazaron a la mano en su tarea, tragándose una buena porción de mi mástil, para luego subir, lamer suavemente la punta, y vuelta a tragar todo lo que le cabía.

Y entretanto, los movimientos de bajada iban acompañados del leve roce de unos pezones en mis piernas, que se deslizaban unos instantes al ritmo de los movimientos de la boca de su dueña, luego se separaban, para volver de nuevo

Llegó un momento en que no pude soportar más mi inactividad. Muy despacio, elevé una mano acariciando uno de los muslos que me cercaban. La boca soltó mi pene, y la otra mano se retiró también de mis bolas, pero en contra de mis temores, la chica no se marchó. Probablemente ella también estaba un paso más allá del "punto de no retorno".

Mi mano rozó el suave vello de su vulva unos instantes. La retiré para mojarme el dedo pulgar de saliva, y luego volví a ponerla decididamente sobre un húmedo sexo femenino, que empecé a masajear arriba y abajo. Cuando el extremo de mis dedos estaba cerca de su ano, el pulgar encontraba un clítoris inflamado, que contorneaba muy suavemente, para no producir dolor, aunque ello era casi imposible, debido a la abundante lubricación de aquella suave abertura.

Primero volvió la mano a la base de mi pene, y unos instantes después la boca retomó su movimiento. Pero ahora, dejaba escapar suaves estertores en los momentos en que no estaba llena de mi carne palpitante, mostrando una gran excitación.

No duramos demasiado en esa situación. No pude ni advertirle de mi próxima eyaculación, que empezó afortunada (o desafortunadamente, no lo sé) en uno de los momentos en que la boca se tomó un descanso. Tampoco lo ví, pero estoy seguro de que el semen debió chorrear por su cara, además de sobre mi pecho y vientre.

Y entonces noté claramente las contracciones de su sexo en mi mano, que indicaban que su dueña estaba experimentando a su vez un grandioso orgasmo. Pero no era solo su vulva húmeda y turgente en mi mano, sino que sus rodillas me oprimían espasmódicamente los muslos, y gemía inconteniblemente al ritmo de sus convulsiones de placer.

Durante un tiempo, ambos nos quedamos muy quietos, recuperándonos de las intensas sensaciones vividas. Mariluz se había sentado sobre mis piernas, falta de fuerzas probablemente para mantenerse en otra postura.

Finalmente, se fue normalizando mi respiración, y ralentizándose los latidos desbocados de mi corazón. Noté que ella también despegaba sus redondas nalgas de mis piernas. Sólo entonces intenté decir algo, por que hasta el momento lo único que se había escuchado eran los gemidos de placer de ambos.

  • Mariluz, yo

Un dedo me tapó la boca, y noté de nuevo que la cama dejaba de soportar el peso del otro cuerpo. Pensé que se acostaría a mi lado, no sé… Tarde, me di cuenta, por un pequeño chirrido de la puerta, que escapaba de nuevo.

Perdí unos preciosos instantes en el baño, limpiándome las "consecuencias" de mi venida del pecho y vientre, para evitar que gotearan al suelo. Cuando terminé, la puerta de la habitación de las chicas estaba cerrada, en una repetición exacta de lo ocurrido la noche anterior. Sólo que esta vez, tenía una forma de comprobar… No quise encender la luz del dormitorio para evitar despertar a Carla, pero sí la del pasillo, lo que me daría la claridad suficiente para distinguir en cual de las camas se acostaba cada una.

Efectivamente, al suave resplandor que entraba por la puerta abierta, pude reconocer el cuerpo desnudo de mi hermana a la izquierda, tendida en posición fetal. Me acerqué a la cama de la derecha, y acaricié los senos de Mariluz. Unos instantes después, ella pareció despertar sobresaltada.

  • ¿Qué haces?. ¿Estás loco? -susurró-. Ya te dije que no, ¿o es que pretendes violarme?.

No lo podía creer. No había estado dormida, no podía ser. Solo unos instantes antes había estado sobre mí, proporcionándome una maravillosa felación, así que no entendía el por qué de su actitud. Pero esta vez había una forma de asegurarme. Dirigí mi mano a su sexo, que sabía empapado por su excitación. Ella juntó los muslos, impidiéndomelo, y retiró mi mano que trataba de introducirse entre ellos.

  • ¡Vas a despertar a tu hermana!. Pero, ¿se puede saber que te pasa?.

Su voz seguía susurrando, pero el tono de enfado era claramente reconocible. Me quedé helado. Si no había sido Mariluz, entonces

Pero mi hermana seguía respirando acompasadamente en la misma posición. Si no estaba dormida, hacía una estupenda imitación del sueño. Sólo había una forma de averiguar… Me dirigí hacia Carla, con la intención de comprobar en su sexo si había sido ella mi misteriosa visitante. Hasta llegué a poner mi mano en uno de sus muslos, pero entonces me detuve. No podía ser. Claramente había sido Mariluz, aunque seguía sin entender su juego. Pero es que, además, ¿y si Carla despertaba y me encontraba con la mano en su vulva?. ¿Cómo se lo explicaría?. Porque no era lo mismo los roces "casuales" que hasta el momento le había propinado, que poner mi mano descaradamente entre sus piernas. Dudé durante lo que me pareció más de un minuto. Finalmente, oí la voz susurrante de Mariluz a mi espalda.

  • Más vale que vuelvas a tu habitación, y mañana me explicas esto

Le obedecí como un corderito. Y hasta cerré la puerta del dormitorio a mi espalda.

Por una vez, fui el primero en despertarse. Una mirada a mi reloj me informó de que eran más de las 10:30 de otro día caluroso como los anteriores. Me dirigí a la cocina, y empecé a preparar café para el desayuno de los tres. Mientras, no dejaba de darle vueltas en mi cabeza a los sucesos de las dos noches anteriores. ¡Tenía que ser Mariluz!. De eso estaba seguro. ¿O no?. Estaba en un mar de confusiones. Pero, sin embargo, parecía claro que ella no tenía ninguna razón aparente para negar que la noche anterior… Entonces había sido Carla. Sólo el pensamiento de aquella boca en torno a mi pene volvió a producirme una erección, acompañada del estremecimiento de haber experimentado un placer prohibido, nada menos que con mi hermana. Pero no, ella parecía genuinamente dormida, y ni se estremeció cuando puse la mano sobre sus muslos desnudos. No sabía ya ni qué pensar. ¡Tenía que haber palpado finalmente el sexo de Carla para asegurarme, y al diablo con las consecuencias!.

En esas, oí la voz risueña de Mariluz a mi espalda.

  • ¡Buenos días, violador nocturno!.

Me volví. Ella entraba en ese momento completamente desnuda, con la misma tranquilidad que si estuviera vestida hasta los pies.

¿Qué le diría?. ¿Podía confesarle sin más que mi hermana y yo habíamos tenido una sesión de sexo?. Decidí callarlo, y responder con una broma.

  • Es que me dejas tan caliente todas las noches, que quise probar a ver si cambiaba tu decisión con mi hermana dormida profundamente.

  • ¡Wow! -respondió ella irónica-. Si no me hubieras despertado tan violentamente, hasta a lo mejor habría aceptado

Y miraba con gesto de picardía mi evidente excitación, mientras se relamía los labios. Luego se echó a reír.

  • A lo mejor, lo que tenemos que hacer es no provocarte tanto, a ver si consigues dominar tus instintos

En ese momento entró Carla, desperezándose soñolienta. Se había puesto la bata semitransparente de la mañana anterior, pero anudada a la cintura de forma tan descuidada que asomaba por el escote la totalidad de uno de sus senos y la mitad del otro. Por debajo, la abertura de la prenda permitía ver claramente su pubis y la totalidad de sus piernas. Casi me excitó más que si hubiera entrado desnuda, si es que era posible mayor excitación en aquel momento.

  • Buenos días, pareja -saludó-. ¿Interrumpo algo?.

A la vista estaba que no. Serví el café en las tazas sin responder, y después puse dos rebanadas en la tostadora.

  • ¿Sigues decidido a lo de tu plan de ayer? -preguntó Mariluz-.

  • A mí me sigue dando un poco de "corte" -terció Carla-.

(¡Ah!. Aún no lo he explicado. El plan consistía en ir a una playa acotada para practicar nudismo, que quedaba como a 10 Km., según el folleto de la Oficina de Turismo).

Intenté convencerla con argumentos, porque a mí la idea me seguí pareciendo de lo más excitante.

  • Mira, mujer. Tampoco tenemos que mostrarnos desnudos en medio de la gente. Seguro que hay lugares apartados, donde podemos conservar los tres una cierta privacidad. Y ¡vamos!, a estas alturas no creo que digas que te da apuro mostrarte desnuda ante nosotros, ni vernos en la misma situación.

Ella pareció reparar entonces en que Mariluz y yo estábamos como el día que nos parieron. En un curioso acto reflejo, cerró la bata sobre su cuerpo. No pudimos por menos que reír ante la inconsecuencia de su gesto.

  • Además, oye, si te sientes incómoda, no tienes más que decirlo, y nos volvemos -remaché yo-.

Ella entonces asintió con un gesto, con la cabeza baja, mientras se sentaba ante su taza de café. La bata volvió a entreabrirse, no dejando casi nada a la imaginación, pero esta vez no se cubrió.

  • Venga, ve tú el primero a la ducha -dijo Mariluz-. Nosotras nos asearemos después.

Obedecí, con mi imaginación llena de imágenes de los tres desnudos en el cuarto de baño, mientras las chicas se quedaban en la cocina cuchicheando en voz baja.

Pero terminé la ducha sólo, y no fue hasta que terminaba de secarme cuando entraron ellas. Sí me fijé en que Carla había dejado la bata en algún momento, y ahora estaba completamente desnuda, como todos.

Mariluz me empujó fuera del baño.

  • Déjanos a las chicas solas, que ya tendrás tiempo toda la mañana de recrearte la vista.

Tardaron un interminable cuarto de hora en salir. Para entonces yo, sin saber qué hacer, me había puesto un short sin nada debajo, y un polo blanco.

  • ¿Qué me pongo? -preguntaba Carla en ese momento-.

  • Chica, no sé tú, pero para quitármelo luego, creo que no me voy a poner más que un vestido. Además, me "pone" ir desnuda bajo la ropa.

Y se echó a reír con picardía.

  • Es que no tengo ningún vestido suelto -arguyó Carla-.

  • No te preocupes -dijo Mariluz, volviéndose hacia mí-. ¿A que tu hermano te presta una de sus camisetas holgadas, que a ti te llegará hasta las rodillas?.

Asentí, y tras buscar un momento, fui a su dormitorio a entregarles la prenda. Mariluz ya se había "vestido", pero Carla estaba de pie, aún completamente desnuda esperándome. Le entregué la camiseta, que ella se pasó por la cabeza. Entonces rió Mariluz delante de mí:

  • ¿A que el varón se ha puesto ropa interior?.

Me desabroché los pantalones, para mostrarle que no, que había tenido la misma idea, y las dos chicas celebraron la ocurrencia (y previsiblemente la visión de mi pene semierecto).

Nos pusimos en camino. La idea de que las dos mujeres iban desnudas bajo su única prenda, me mantenía en un estado de excitación permanente.

Me pasé la entrada, que era un camino casi invisible entre la vegetación, y tuve que retroceder, pero finalmente, Carla vio (cuando pasaba de largo otra vez) una flecha de madera que indicaba "playa naturista". Estacioné en una pequeña plataforma de tierra que se abría a un lado de la carretera, tomamos nuestras bolsas de playa, y nos metimos por el camino. Después de andar un poco

Pero quizá es conveniente que continúe el relato más tarde, si no tienen objeciones.

A.V. 28 de junio de 2003.

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