La horrible duda (4: El baño nocturno)

¿Con cual de ellas…?. ¿O fue con ambas?. No estoy seguro, y la duda es terrible, pero no me atrevo a preguntar...

¿Es solo Mariluz?. Y entonces, ¿por qué no viene a mi cama abiertamente, sin tanto misterio?. La idea de que sea mi hermana Carla, al principio me llenaba de culpa y remordimientos, pero con el paso del tiempo empiezo a aceptar una situación inimaginable anteriormente. ¿Y si son las dos?. En este caso, no sé qué pensar ni cómo actuar a partir de este momento. ¿Alguien puede darme algún consejo?. Lo agradeceré en el alma.

(Este relato es el cuarto de 11. El primero fue publicado en estas páginas el 08-07-2003. Mejor, los leen antes para hacerse una idea, y luego continúen con este).

Me despertó una mano sacudiéndome por un hombro. Debía ser muy tarde, porque la luz había disminuido, indicando que el sol se había ocultado ya. Aunque estaba completamente desnudo, me volví sin ningún reparo, después de lo de la ducha. Era Carla, para mi decepción, vestida con un vestido fresco de una pieza, a través del que se trasparentaba veladamente que, esa vez sí, llevaba ropa interior debajo. Se puso encarnada como un tomate, quizá por el contraste, ella vestida y yo desnudo.

¡Venga!, vístete, que nosotras ya estamos preparadas para salir. Y me dejó solo.

Yo había tenido la fantasía de una tarde sin salir de casa, los tres desnudos, una música suave, unos bailes sugerentes, y luego

Ni modo. Me puse un "polo" y un pantalón ligero, me calcé unos náuticos sin calcetines, y salí a la sala, donde me esperaban las dos chicas.

Bueno, tengo que decir que algo sí había cambiado con los acontecimientos de aquel día. La noche anterior, ambas caminaban a mis costados, pero separadas. Aquella tarde, ambas se colgaron de mi brazo, y el ambiente era también distinto, más distendido. Ahora había bromas sexualmente muy explícitas, y un buen rollito entre los tres. Y es que no hay nada que dé tanta confianza como habernos visto los tres desnudos. Digo yo.

Después de una cena al aire libre, y unas copas, recordé una tarjeta que nos había dado un muchacho por la calle. Era de una discoteca, "con tres ambientes", y me pareció una buena forma de pasar el rato, porque ninguno teníamos sueño, después de la larga siesta. Ellas se mostraron encantadas.

Efectivamente, era un sitio muy bien puesto, con gente guapa, veraneantes en su mayoría, supuse. Tomamos una mesa, y no pasó demasiado tiempo antes de que un chaval con buena pinta se decidiera a sacar a bailar a Carla, que estaba un poco apartada en un extremo de la mesa, mientras que Mariluz y yo estábamos más juntos.

Me quedé mirándoles. La música era suave en aquel ambiente, y ellos dos estaban enlazados en la pista, aunque Carla mantenía una decente distancia. Mi primer sentimiento fue de celos (¿será posible?, si es mi hermana) pero un momento después lo estaba viendo con otra perspectiva. Y es que si Carla y aquel chico se enrollaban, yo tendría vía libre aquella noche con Mariluz. (Aunque no, que mi hermana no se iría a la cama con el primero que se le atravesara, la conocía bien. ¿O eran de nuevo unos estúpidos celos ¡de mi hermana! los que me hacían pensar así?). No quise analizarlo más, y saqué a bailar a Mariluz, porque era la primera ocasión que tenía de hablar a solas con ella, después de la siesta que quise que fuera otra cosa.

Yo sí que me apreté fuertemente contra ella, abrazándola por la cintura, y Mariluz no rehuyó la proximidad, sino que pasó sus dos brazos en torno a mi cuello, quedando con las mejillas juntas, las bocas casi en contacto. Y mi paquete, medio en erección, notoriamente apoyado más o menos contra su ombligo. Decidí jugarme el todo por el todo.

  • ¿Por qué no dormimos juntos esta noche?. Mira, eres una mujer preciosa, yo creo que no estoy del todo mal, estamos de vacaciones, y me parece que sería lo más natural.

Se separó un momento, para preguntarme lo que me temía:

  • ¿Y Carla?.

Estuve a punto de soltar un exabrupto, algo como "si te sientes mal por dejarla sola, pues venís las dos, y hacemos un trío". Pero me contuve.

  • Mira, como te he dicho esta tarde, Carla es ya mayorcita, no es una virgen inexperta, y comprenderá perfectamente la situación

  • Es que me sigue dando mucha vergüenza. Mira, nosotros… bueno, a lo nuestro, y Carla sola al otro lado del tabique, oyéndolo todo. Es una situación muy violenta, tienes que entenderlo.

Iba a proponerle que nos fuéramos a un hotel durante unas horas, y así se solucionaba el problema, pero nos interrumpió Carla:

  • ¿Me prestas a mi hermano?.

Y sin pedir permiso, metió los brazos entre nuestros dos cuerpos, separándonos. Se enlazó a mí como antes lo había hecho Mariluz, solo que manteniendo alguna más distancia por la parte de abajo.

  • ¿Y tu galán? -pregunté-.

  • Ese iba a lo que iba. A los dos minutos ya me estaba proponiendo que nos fuéramos a su hotel.

  • Y, ¿por qué no aceptaste? -pregunté algo frustrado-. ¿O es que no te gustaba?.

  • No, no es eso, pero ya me conoces. No soy mujer de irse a la cama inmediatamente con cualquiera.

En ese momento, se acabó la pieza que estábamos bailando. Nos dirigimos a la mesa, donde Mariluz nos esperaba (me pareció que con cara de ligero enfado).

Bueno, seguimos allí hasta después de las 02:00. Nadie más se acercó a nosotros en todo el tiempo. Yo bailé alternativamente con las dos, cuando iba "de agarrado". En las otras ocasiones, salíamos los tres juntos a la pista, moviéndonos al compás de la música. Un par de veces, vi sobre nosotros las miradas de envidia de algunos varones solos. Fue Carla la que propuso finalmente que volviéramos a casa.

Dentro del pequeño chalet, el ambiente era sofocante. Nos habían advertido que dejáramos las ventanas cerradas, porque se habían producido algunos robos últimamente en la zona, y así lo habíamos hecho.

Las abrimos todas, pero era demasiado el calor para disiparse en pocos minutos. Unos refrescos nos aliviaron un tanto, pero el calor seguía. Miré por la ventana. Aunque no había luna, se percibía la línea fosforescente de las olas rompiendo sobre la arena. El agua debía estar fresca, aunque no demasiado. Y eso me dio una idea.

  • ¿Qué me diríais de bañarnos desnudos en el mar?.

Cada una reaccionó de manera distinta. Mariluz empezó a palmotear, encantada, mientras Carla se quedaba pensativa. Fue su amiga la que la decidió:

  • Mujer, no seas boba. Está oscuro como boca de lobo ahí fuera, y nadie nos va a ver. Mira, apagamos las luces para que no se nos vea desde fuera, dejamos la ropa en la terraza, y corremos hasta el agua. ¡Ya verás que excitante!.

Lo que menos me gustó fue lo de desnudarnos sin luz, pero funcionó. La misma Carla se levantó a accionar el interruptor, y luego sentí el roce de sus prendas cayendo al suelo. Sentada en el sofá a mi lado, Mariluz se estaba quitando también la ropa, y a mí me costó breves segundos quedarme como me trajeron al mundo. Sólo me detuve a coger unas toallas, para la salida del agua (que luego sirvieron también para otra cosa). Pero vamos paso a paso.

Cuando estuvimos fuera, vimos que el problema era que no veíamos donde pisábamos, aunque eso no nos arredró. Solo que, después del primer tropezón de Mariluz, empezó a andar casi abrazada a mí por detrás, con su cuerpo desnudo frotándose contra el mío al caminar.

Fue sin intención, palabra. Sólo me guiaba la preocupación de que Carla, que abría camino, no tropezara con nada, cuando la abracé por detrás, aunque sin apretarme contra ella. Pero mis manos fueron en la oscuridad a posarse sobre sus pechos. Las retiré, aunque ella no reaccionó ante el contacto, y las pasé en torno a su cintura.

Lo que no pude evitar es que, de vez en vez, mi verga en erección rozara sus nalgas al caminar. No podía ver sus gestos, así que no sé si le importó o no, pero lo cierto es que no me lo dijo.

Una vez en la orilla, Mariluz introdujo un pie en el agua, y se volvió con un pequeño gritito:

  • ¡Joder!, está fría.

La ocasión la pintaban calva. Con el pretexto de obligarla a entrar en el mar, pasé un brazo por debajo de sus pechos, la otra mano descaradamente entre sus piernas para levantarla en vilo ligeramente, y así entramos los dos en el agua, riéndonos, hasta que caímos abrazados, en un revuelo de piernas y brazos. Quedé en muy buena postura. Tumbado sobre ella, estrechamente enlazados, con mis muslos entre sus piernas abiertas, y mi pene apoyado en su pubis. La besé largamente en la boca, con besos hambrientos de dos días de frustración, y ella respondió introduciendo su lengua en mi boca. Pero estaba visto que aquello no iba a durar mucho. Cuando estábamos en lo mejor, y mi mano casi llegaba a su coño, oímos la voz medrosa de Carla:

  • ¿Dónde estáis, que no os veo?. Por favor, no me asustéis

Mariluz se desasió con un suspiro. Luego le volvió la onda juguetona, y me propuso atraparla entre los dos y tirarla al agua. Y así lo hicimos. Mariluz chilló sobresaltada cuando sintió nuestras manos encima, porque nos acercamos por detrás dando un pequeño rodeo. Luego se prestó al juego, sin protestar por los achuchones de nuestros cuerpos desnudos, ni por nuestras manos que la agarraban por donde podían, mientras forcejeábamos en el mismo borde donde rompían las mansas olas. Al final, mientras Mariluz la sujetaba desde atrás, pasé mis manos bajo sus nalgas, y la levanté en vilo. Ella, para no caerse, no tuvo más remedio que abrazarse a mi cuello, con lo que quedamos en una postura por demás comprometida, porque me habría bastado con dejarla caer ligeramente para que mi pene quedara en contacto con su sexo, y quizá, se introdujera en su interior.

(Confesión: por un momento estuve tentado de hacerlo. Pero finalmente se impuso la razón, y me limité a dejarla caer al agua, eso sí, absteniéndome de tenderme sobre ella.)

Unos minutos después descubrimos que el agua estaba fría para continuar en ella mucho tiempo. Nos secamos someramente, y Carla propuso regresar. Pero pensé en la casa sofocante, y les propuse que nos quedáramos un rato tumbados sobre las toallas. Carla protestó débilmente, sin mucha convicción, pero finalmente se tendió en las toallas a mi izquierda, mientras que Mariluz lo hizo al otro lado.

Para entonces, la situación había hecho volver mi erección, aplacada unos minutos por el agua fría. ¡Y es que la situación no era para menos!. Era excitante sentir la brisa sobre mi húmedo cuerpo desnudo, tendido entre dos preciosas mujeres también sin ropa, aunque no podía verlas con claridad, sino que sus cuerpos se distinguían apenas en la oscuridad como una mancha más clara.

Debió ser telepatía. En el mismo momento en que yo lo pensaba, Mariluz dijo algo como

  • Está muy oscuro, no distingo ni vuestras caras.

Y la respuesta me salió también de lo más natural.

  • Pues palpa, como hacen los ciegos.

Ella no, pero yo sí que dirigí tentativamente mi mano hacia sus pechos, y comencé a acariciarlos. Y entonces, otra vez tuvo Carla que romper el encanto:

  • Podéis quedaros si queréis, pero yo me vuelvo a la casa.

No la íbamos a dejar volver sola. Pensé que la cosa estaba muy a punto, que después de esto, por fin no iba a dormir sólo, así que me levanté y recogí las toallas.

Desanduvimos el camino como a la vuelta, agarrados unos a otros, pero ahora era Mariluz la que caminaba delante de mí, mientras que Carla se aferraba a mi cintura por detrás. Pensé que podía aprovechar para poner a Mariluz "más en ambiente", así que me pasé todo el camino pellizcando sus pezones, acariciando su vientre, tentando la piel suave del interior de sus muslos, y amasando suavemente sus nalgas de cuando en cuando. Y ella no decía ni mú.

Una vez en casa, corrimos las cortinas para no ser vistos por un hipotético paseante, y encendimos la luz. ¡Estábamos cubiertos de arena de pies a cabeza, producto de nuestros revolcones!. Así que se imponía la ducha de nuevo.

Mariluz se entretuvo tendiendo las toallas en la balaustrada de la terraza, sin importarle aparentemente un pimiento que alguien pudiera verla completamente desnuda. Carla se dirigió al baño, y yo la seguí, entrando tras ella sin asomo de reserva en ninguno de nosotros a estas alturas.

Cuando Carla se inclinó para abrir la canilla del agua, tuve un último resto de pudor "fraternal", y desvié la vista de su trasero, donde sin duda la vulva habría quedado medio a la vista en esa postura.

Mientras Carla se introducía bajo los chorros de agua apenas templada, sentado en el wc, me asaltó el pensamiento de cómo sería la vida con Carla en mi casa, una vez que terminaran las vacaciones. Habíamos roto muchos tabúes en aquellos dos días, e indudablemente las cosas no volverían a ser como antes, cuando manteníamos estrictamente nuestra privacidad, y ni por asomo se nos habría ocurrido a ninguno de nosotros entrar en el baño mientras el otro estaba dentro. Me asaltaron sofocantes visiones de los dos andando desnudos por la casa, que esa vez no quise apartar. Quizá, ese fue el primer punto de inflexión en las relaciones con mi hermana, la primera vez que me permití pensar que, al fin y a la postre, el incesto no es más que un convencionalismo de nuestra sociedad, y que no había ninguna otra razón para que dos jóvenes sanos no se permitieran disfrutar del sexo, aunque fueran hijos de los mismos padres.

Cuando levanté la vista, Carla intentaba enjabonarse la espalda. No lo pensé dos veces:

  • ¿Quieres que lo haga yo?.

Y, sin esperar respuesta, me metí en la bañera, tomé la esponja impregnada de gel, y empecé a pasársela suavemente por la espalda, sus costados, sus firmes nalgas

Estaba inclinado, dedicándome a sus pantorrillas, con la vista desvergonzadamente puesta entre sus muslos cerrados, aunque no apretados, entre los que apenas se adivinaba la abertura de su sexo medio oculta por su corto vello oscuro, cuando entró Mariluz. Silbó irónicamente.

  • ¡Fiuuuuuuu!. ¡Qué fuerte!. Los dos hermanitos metiéndose mano… Si queréis, os dejo solos.

Carla tuvo bastante con esto. Murmuró un avergonzado "yo ya he terminado", y salió de la bañera. Le hice señas a Mariluz de que entrara, pero ella rehusó con un gracioso gesto. Así que no me quedó más remedio que enjabonarme rápidamente. Mientras, Carla había terminado de secarse, y salió con la cabeza gacha, o eso me pareció. Pensé que lo había estropeado, que había ido demasiado lejos, no sé. Así que dejé sola a Mariluz, y me fui a la habitación de las chicas. Llamé antes de entrar, pero al no recibir respuesta, abrí la puerta y entré.

Carla estaba sentada sobre una de las camas, aún completamente desnuda, y terminaba de secarse el corto cabello. Yo no sabía qué decir. La visión de su cuerpo me llenó de nuevo de deseos inconfesables. Pero no había ido a aquello.

  • Carla, lo siento. ¿No te habrás enfadado?.

Ella me miró pensativa.

  • No, no te preocupes. Es solo que mientras me estabas enjabonando, empecé a pensar en que no estaba bien, que al fin y al cabo somos hermanos, y yo

  • ¿Qué pasó?.

Ella se ruborizó y bajó la cabeza.

  • Mira, no ha pasado nada. Ni siquiera me has tocado. Y ya empieza a no causarme casi sensación el verte desnudo, o el mostrarme así ante ti.

  • Casi… es mejor que lo dejemos ahora -prosiguió-. Mañana tendremos tiempo de hablar de todo esto.

Era una despedida. Así que salí de la habitación, sólo para encontrarme con Mariluz en la entrada.

  • Después de lo que he visto antes, estaba dudando si entrar o no… -dijo con cara de picardía-.

Me abracé a ella, y puso mi boca en su oído.

  • La que tendría que estar dentro de mi habitación eres tú. Y Carla la que debería dudar si entrar o quedarse fuera.

Se desasió de mí, pero sin violencia.

  • Ya hemos hablado de eso. Hasta mañana.

Y se metió lentamente en la habitación que compartía con Carla. Yo me quedé fuera, sin saber qué hacer. La idea de las dos chicas desnudas a pocos metros me excitaba enormemente, pero ambas habían dejado claro que no habría nada más, al menos por hoy.

De modo que no tuve más remedio que acostarme.

No tardé mucho en dormirme, pero un rato después

Pero pienso que lo que ocurrió aquella noche merece un capítulo aparte, si no tienen inconveniente.

A.V. 27 de junio de 2003.

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