La horrible duda (12: Epílogo)

¿Con cual de ellas…?. ¿O fue con ambas?. No estoy seguro, y la duda es terrible, pero no me atrevo a preguntar...

¿Es solo Mariluz?. Y entonces, ¿por qué no viene a mi cama abiertamente, sin tanto misterio?. La idea de que sea mi hermana Carla, al principio me llenaba de culpa y remordimientos, pero con el paso del tiempo empiezo a aceptar una situación inimaginable anteriormente. ¿Y si son las dos?. En este caso, no sé qué pensar ni cómo actuar a partir de este momento. ¿Alguien puede darme algún consejo?. Lo agradeceré en el alma.

(Este relato es el último de 12. El primero fue publicado en estas páginas el 08-07-2003. Mejor, los leen antes para hacerse una idea, y luego continúen con este).

Las dos semanas de vacaciones pasaron volando. Volvimos dos veces más a la playa nudista, y todas las noches (incluso cuando hubo luna llena) nos bañamos desnudos en el mar frente a nuestra casa alquilada, sin importarnos un comino que alguien pudiera espiarnos. El gasto de ropa fue mínimo, porque en cuanto cerrábamos la puerta a nuestras espaldas, nos desnudábamos los tres inmediatamente, y permanecíamos así todo el tiempo.

Y todas las noches, sin falta, recibía la visita de la mujer misteriosa cuya identidad ya no tenía ningún interés en averiguar. Una, otra o las dos alternativamente, no importa, acudían cada noche a mi dormitorio, y disfrutábamos del más ardiente sexo. Probamos todas las posturas, todas las variaciones… Pero siempre, una vez satisfecho nuestro mutuo deseo, volvía a su habitación. Nunca quiso, a pesar de mis ruegos, quedarse en mi cama hasta el amanecer.

Pero todo lo bueno acaba, y al fin llegó el día de la partida. Nos despedimos con nostalgia de la que había sido nuestra "casa nudista" (broma de Mariluz) durante aquellos trece días. El viaje no tuvo ninguna incidencia que relatar.

Nos despedimos de Mariluz con unos besos, y la promesa de que mantendríamos nuestro contacto.

Al entrar de nuevo en nuestra casa me asaltó una sensación de irrealidad. En la normalidad del ambiente de todos los días, me parecía casi un sueño lo vivido durante esas vacaciones.

Carla estaba tan callada como yo, y evitaba mirarme. Nos dedicamos ambos a deshacer las maletas, a guardar la ropa en los armarios, en absoluto silencio cuando nos encontrábamos en el pasillo, donde nos cruzábamos poniendo cuidado en no rozarnos siquiera.

Había una tensión en el ambiente que había que deshacer de alguna manera. Finalmente, ya no hubo más excusas para estar separados. Nos encontramos en la sala de estar, sentados en diferentes sillones, rehuyendo mirarnos, concentrados ambos en las bebidas que yo acababa de preparar, como si hubiera en los cubitos de hielo algo interesante que ver.

Carla mantenía las piernas juntas, y la falda estirada cubriendo decentemente sus muslos hasta casi las rodillas, lo que en sí mismo representaba una diferencia: días atrás, ella no se habría cuidado lo más mínimo de que pudiera contemplar sus genitales, y ahora se cubría púdicamente para no mostrarme siquiera su ropa interior.

En un momento determinado, no lo pude soportar más. Había dos maneras de enfrentar aquello: una, tener una "seria" conversación, que no sabía a donde podría conducirnos. Dos, reanudar las costumbres de aquellos días, como si no hubiera ocurrido nada, mediante el mismo pretexto con el que empezó todo. Me decidí por la segunda opción:

  • No sé tú, pero yo me encuentro sudado del viaje. Si quieres darte una ducha, te cedo el primer puesto

  • No, ve tú -respondió-. Yo lo haré después.

Me dirigí a mi dormitorio, con una sensación de excitación creciente. Me desnudé completamente, y tomé un juego de toallas limpias. El único cuarto de baño estaba en el pasillo, junto al vestíbulo, y tenía que pasar por la sala de estar para llegar a él. Con la mayor tranquilidad que pude fingir, entré en el salón. Carla abrió los ojos como platos al verme desnudo, y enrojeció instantáneamente. Sin mirarla, me acerqué a la mesita de centro, donde había quedado mi bebida sin terminar, la tomé y la apuré, dándole tiempo a que me contemplara a su placer y quizá (¡ojalá!) a que aceptara la situación, que era nueva en ese ambiente, sobre todo por el hecho de que, por primera vez en días, estábamos los dos solos. Era la opción correcta, pude darme cuenta.

Cuando la miré, tenía clavados en mí sus ojos brillantes, y parecía relajada, menos tensa. Le guiñé un ojo, y me dirigí despacio hacia el baño. Tenía la secreta esperanza de que quizá

Y funcionó. Acababa de meterme en la bañera, dejando que los chorros de agua tibia acariciaran mis músculos, cuando sentí abrirse la puerta. No pude verla, ni ella a mí, porque aquí si había cortina. Tras unos segundos de duda, me decidí, y abrí una rendija para mirarla.

Estaba sentada en el wc, desabrochándose las sandalias. Vaciló unos instantes, antes de quitarse la camiseta que vestía en la parte superior, dejando desnudos aquellos pechos que tan bien había llegado a conocer. En ese momento, advirtió que estaba siendo observada por mí. Hubo una leve vacilación, sus mejillas se tiñeron de nuevo de carmín, pero luego se puso en pie, decidida, y descorrió tras de ella la cremallera de su falda, dejándola deslizarse por sus muslos hasta el suelo. Finalmente, se quitó el mínimo tanga blanco que era su única prenda de vestir, quedando así esplendorosamente desnuda ante mí.

Como si fuera la primera vez, admiré sus pantorrillas torneadas, sus muslos tostados por el sol, su vientre apenas prominente, sólo ligeramente redondeado, el triángulo de vello recortado de su pubis, sus rotundas caderas… Me excité inmediatamente con la visión de mi hermana desnuda ante mí, que ahora me miraba francamente, sin asomo de pudor. Estaba a punto de proponerle a las bravas que se introdujera conmigo en la bañera, pero ella me dio pié antes de que pudiera hablar.

  • ¿Tardas mucho?.

  • No. Pero podías frotarme la espalda -insinué-.

No se hizo rogar. Con absoluta tranquilidad se metió ella también bajo el chorro del agua, bien arrimada a mí, sin ninguna reserva. Después de dejar correr el agua por su cara unos instantes, tomó la esponja, puso una porción de gel en ella, y empezó a frotarme, no la espalda, sino el pecho, y luego el vientre. Sin ninguna vacilación, introdujo la esponja entre mis piernas, y a continuación la pasó por mi pene, completamente erecto en aquel momento, sujetándolo con la otra mano sin dudarlo ni un instante. Luego se puso en cuclillas, con mi verga a unos centímetros de su cara, para dedicarse a mis muslos y mis piernas. Y mientras lo hacía, tenía el rostro alzado hacia mí, mirándome con absoluta franqueza.

Me pidió que me diera la vuelta, y repitió la operación con mi parte de atrás. Dejó la esponja, y me miró casi desafiante.

  • Ahora te toca a ti.

A mí me sobraba la esponja. Llené mis manos de gel y me puse a su espalda, pegado a su cuerpo, con mi pene entre sus nalgas. Entonces inicié un masaje con las manos por sus pechos, sus costados y axilas, su vientre… Introduje descaradamente una mano entre sus piernas, y lavé su sexo, deteniéndome más de lo necesario en ello. Para entonces, ya se oían las respiraciones entrecortadas de los dos, y ahora Carla tenía de nuevo las mejillas enrojecidas, pero no era de vergüenza

Le di la vuelta, y descendí acariciando su espalda, luego sus glúteos. Después de pensarlo unos instantes, los separé con dos dedos, y me dediqué a enjabonar su ano, y la parte contigua de su vulva. Carla jadeaba ya audiblemente, y en ningún momento pude percibir el más leve movimiento de rechazo a caricias tan íntimas como las que estaba recibiendo de mis manos.

Quedaba una pequeña puerta por "traspasar". La empujé ligeramente para que los chorros de agua cayeran sobre ambos, quitándonos los restos de jabón. Pero para que nos alcanzaran a los dos, teníamos que estar muy juntos. Me abracé a mi hermana cara a cara, sintiendo mi pene aprisionado entre nuestros cuerpos, y nos miramos a los ojos durante unos segundos.

Finalmente, me decidí a besar sus labios, primero con un beso leve, luego con otros más urgentes, mordiendo ligeramente su boca, que poco después se entreabrió. Enredamos nuestras lenguas, jadeando de pasión, más allá de cualquier posibilidad de detenernos.

Entonces sentí las manos de Carla que agarraban mi pene, y comenzaban a moverse cadenciosamente sobre él. Separándome ligeramente, pasé una de las mías entre nuestros dos cuerpos desnudos, y la dirigí a su entrepierna. Empecé igualmente a frotar suavemente arriba y abajo su sexo, que notaba turgente bajo mis dedos. Y finalmente, introduje uno de ellos en su vagina, que entraba y salía de ella al compás de mis movimientos. En ese momento, Carla empezó a contorsionar las caderas, cada vez más rápido, gimiendo ya sin ninguna clase de reparo. Y unos instantes después, me mordió la barbilla mientras chillaba ya francamente, estremecida por un intenso orgasmo.

Afortunadamente, al relajarse, sus manos cesaron en sus movimientos sobre mi verga, que estaba ya a punto de soltar su carga. Y digo afortunadamente, porque yo quería mucho más, sin esperar a que mi pene recuperara la dureza después de una eyaculación. Pero, aunque había detenido sus movimientos, no lo soltó en ningún momento.

La interrogué con la vista. Ella enrojeció ligeramente, y suspiró.

  • Creo que podrían llegar a gustarme tus caricias "fraternales".

Le di un cachete suave en sus nalgas desnudas.

  • ¿Podrían llegar a gustarte?. ¿Es que estas no te han gustado?.

Me miró pícara.

  • No sé, casi no me has dado tiempo. Necesitaré que las repitas muchas otras veces, antes de decidir si me gustan o no.

Y por primera vez, me besó en la boca por iniciativa propia.

Ya no había más tensión entre nosotros, ni quedaba ninguna reserva. A partir de aquel momento, viviríamos horas intensas de sexo, sin tabúes ni convencionalismos, disfrutando de nuestros cuerpos, como si no fuéramos hermanos.

Fuera ya de la bañera, nos secamos mutuamente con movimientos suaves, disfrutando del tacto de nuestros cuerpos.

Luego, en la sala de estar, Carla se sentó en un sofá con los pies sobre el asiento y las rodillas separadas, mostrándome impúdicamente su sexo, mientras me sonreía en lo que interpreté como una muda invitación. No la hice esperar. Me arrodillé ante ella, y puse mis dos manos abiertas sobre sus ingles, separando los labios de su vulva, que veía por primera vez a mi placer. Estuve contemplando unos segundos el rosa nacarado de su interior, el pequeño capuchoncito de piel que dejaba asomar el botoncito de su clítoris erecto, la abertura de su vagina ligeramente dilatada por mis dedos

Atrapé su clítoris entre mis labios, estirándolo para luego soltarlo. Carla se puso tensa unos instantes, pero luego sentí que su cuerpo se relajaba absolutamente bajo mis manos, y se abandonaba a mis caricias.

Mi lengua estuvo recorriendo arriba y abajo su abertura durante mucho tiempo. De vez en vez, me detenía para contornear con la lengua el minúsculo capullito que asomaba entre sus pliegues. Y Carla gemía cada vez más intensamente, y se frotaba los pechos, pellizcando sus pezones absolutamente prominentes sobre las redondas aréolas oscuras.

Cuando introduje mi lengua en su interior, moviéndola circularmente, bastaron pocos segundos para que Carla se aferrara a mi pelo y cerrara sus muslos a los costados de mi cabeza. Su culito empezó a subir y bajar espasmódicamente, mientras su boca dejaba escapar un largo chillido de placer. Cuando cesaron las contracciones de su orgasmo, se derrumbó sobre el sofá, mientras intentaba controlar su jadeante respiración.

Puse mi mano bajo su seno izquierdo, para sentir en las yemas de mis dedos el golpeteo desbocado de su corazón. Luego me tendí sobre el sofá, y la conduje para que se tumbara a mi lado.

Estuvimos así abrazados largo rato, sin hablar, aunque besándonos tiernamente de cuando en cuando. De repente, ella elevó ligeramente la cabeza, y me miró.

  • Tú aún no… quiero decir que no has tenido

No se atrevía aún con las palabras. Le confirmé que no, si es que no era suficiente confirmación el tacto de mi pene al máximo de su erección, que ella estaba acariciando desde hacía unos instantes. Tuve una idea malvada, y se la expuse al oído. Ella, con cara de complicidad, me dejó unos momentos para ir a su dormitorio, de donde volvió con un gran pañuelo de seda, que anudó en mi nuca, dejándome absolutamente sin visión. De la misma forma que la oscuridad nocturna de aquel otro dormitorio.

Luego volvió a tenderse, pero esta vez sobre mí, y estuvo un rato haciendo deslizar su cuerpo sobre el mío, en una especie de masaje de lo más sensual. De vez en cuando, yo la sujetaba, para tener ocasión de morder levemente las fresas que sobresalían sobre sus dos preciosos senos.

Llegó un momento en que la excitación del juego nos embargó a los dos. Creí llegado entonces el momento, que llevaba días deseando. La incorporé ligeramente a pulso, y contraje mis caderas, dejando mi glande apoyado en su sexo. Con pequeños movimientos, hice resbalar mi pene arriba y abajo por su abertura.

Carla se puso tensa unos instantes. Lo anterior habían sido caricias con las manos y las bocas, pero aquel era el momento de la verdad. Luego, me miró largamente a los ojos, y me sonrió. Entonces, la atraje suavemente hacia mí, y mi pene se introdujo en ella suavemente, muy despacio, rozando las paredes de su vagina que se abría para recibirlo dentro, que lo aprisionaba dulcemente.

En ese momento, se rompieron todas las barreras en cada uno de nosotros. Ciegos de pasión nos movimos espasmódicamente, nos revolcamos, nos mordimos sin ningún tipo de consideraciones, y no nos importó que nuestros jadeos y chillidos fueran audibles posiblemente fuera de nuestra casa.

Un gran gemido entrecortado me anunció que Carla, mi querida hermana, estaba experimentando el (¿primer?) orgasmo producido por mi pene. Yo me dejé llevar entonces, y cada una de las contracciones del cálido conducto del amor de Carla, acompañó a las convulsiones en las que derramaba mi semen dentro de ella.

Un rato después, seguíamos tumbados de costado uno frente a otro en el sofá, besándonos como dos enamorados (que lo éramos, pensé, y la idea no me produjo ningún sentimiento de culpa). Ella me había retirado mucho tiempo antes la venda de los ojos, que absorbían ahora toda la belleza del rostro de mi hermana, y se miraban en los suyos, que tenían una expresión de amor sin medida.

Nos quedamos dormidos sobre el sofá. Cuando me desperté, estaba solo. Me levanté y busqué a Carla, pero no estaba en casa. Extrañado, me di una rápida ducha, y luego estuve dudando entre si vestirme o no. Finalmente, me puse un pantalón corto, que no era propiamente estar desnudo, pero tampoco vestido. Cuando me dirigí a la cocina, para buscar algo de beber, encontré su nota sujeta con un imán:

"Mi querido dormilón:

Alguien tenía que salir a comprar algo, porque en la nevera solo quedan dos latas de cerveza que olvidamos al irnos. He pensado en cenar "cómodos" en casa. ¿Qué te parece?."

De perlas. Me parecía de perlas, por supuesto.

No había terminado mi cerveza aún, cuando sentí a Carla intentando abrir la cerradura, sin conseguirlo aparentemente. Abrí la puerta entonces, y comprendí el motivo: Estaba manteniendo en precario equilibrio sobre una rodilla dos grandes bolsas de papel que contenían la compra, mientras trataba de introducir la llave a tientas con la mano izquierda. Le cogí las dos bolsas, y cerramos la puerta. Allí mismo, con las bolsas entre ambos, nos dimos un largo y apasionado beso.

Entonces me dirigió por primera vez una mirada, y protestó cómicamente:

  • ¿Pero qué haces vestido?. Ven acá

Ella misma se inclinó ante mí, descorriendo la cremallera, y bajándome después el pantalón. Yo no me quedé atrás: rápidamente la despojé en primer lugar de sus braguitas, metiendo después mi cabeza bajo la falda, y obsequiándola con unos besos en la parte interior de sus muslos.

Después, su blusa fue a parar sobre mis pantalones, y la falda tuvo el mismo final. Completamente desnudos de nuevo, nos abrazamos y nos comimos a besos durante unos minutos.

Ella sin duda notó mi renovada erección. Se separó de mí.

  • Conserva las fuerzas de tu "soldadito", que tengo una sorpresa para ti.

Desilusionado, la seguí a la cocina. Ella empezó rápidamente a sacar el contenido de las bolsas, introdujo una botella de cava en el congelador, y luego empezó a preparar canapés, a colocar tapitas de jamón en un plato… Yo la miraba hacer, de pie a su lado. En un momento determinado, dejó su tarea y se volvió hacia mí:

  • ¡No te quedes ahí como un pasmarote, haz algo!. Ve a la sala de estar y despéjala para un picnic.

Me encantó la idea. En nuestro primer día solos, no estaba mal un recuerdo de los buenos momentos pasados. Así que la obedecí. Retiré la mesita de centro y desplacé el tresillo, para dejar más espacio. Después de dos o tres visitas a la cocina, el mantel, los cubiertos y los vasos estaban colocados sobre la alfombra, en un remedo de nuestros picnics en la terraza. Solo que allí, lamentablemente, no podíamos estar al aire libre.

Entonces sonó el timbre de la puerta. Me quedé de piedra. ¿Quién podría ser?. Carla asomó la cabeza por la puerta de la cocina:

  • Venga, hombre, abre. ¿A qué esperas?.

Sólo cuando empecé a abrir la puerta de la entrada caí en la cuenta de que estaba desnudo. Me puse tras ella, y asomé la cabeza, pensando en qué explicación iba a dar a nuestro visitante por dejarle fuera mientras me ponía algo. No hubo nada que explicar. En el descansillo, me esperaba el sonriente rostro de Mariluz, que traía una botella de vino. Me aparté para dejarla pasar. ¡Joder con la sorpresa!. Seguro que las chicas lo habían planeado antes de despedirnos, quizá en uno de los momentos en que fueron al aseo.

Detrás de mí, Carla se reía de mi cara de turbación, que aumentó aún más cuando Mariluz se me abrazó, y me besó ardientemente. Cuando me soltó, miré preocupado a Carla, por si había tomado a mal aquel beso en nuestra nueva situación. Pero su cara alegre despejó mis dudas.

Nada más soltarla, Mariluz se desnudó rápidamente. Entre ambas, acabaron de disponer sobre el mantel los platos con comida fría, y una jarra de sangría, con lo que me sentí de nuevo como en las vacaciones.

Nos sentamos los tres con las piernas encogidas. Una nueva y desconocida timidez me impidió durante los primeros minutos mirar el sexo de nuestra amiga, que mostraba con la misma tranquilidad que los días pasados. Cuando ví que el ambiente distendido entre las chicas era la mejor señal de que en Carla no había asomo alguno de celos por la nueva presencia femenina, me relajé a mi vez, y participé sin ningún complejo ya en las bromas y la agradable conversación, tan distendida como siempre entre los tres.

Finalmente, acabamos la cena, y retiramos todo de la alfombra. Hice intención de devolver los muebles a su antigua posición, pero Carla me lo impidió:

  • Mejor, trae unos cojines, y tomamos una copa tumbados.

Así lo hice.

Unos minutos después, estábamos los tres medio tumbados, medio sentados, sobre la alfombra, apoyados en los cojines. Carla tenía una pierna estirada y la otra encogida, con las piernas ligeramente entreabiertas, mostrando su vulva sin asomo de pudor. Por su parte, Mariluz tenía las dos rodillas flexionadas, con las piernas muy abiertas, lo que me permitía ver la totalidad de su sexo entreabierto, con sus pliegues internos sobresaliendo ligeramente entre los labios mayores.

Noté que me volvía rápidamente la excitación, y que mi pene se preparaba para una nueva sesión, que lamentablemente tendría que esperar hasta que se marchara Mariluz.

  • ¿Qué te ha parecido? -preguntó Mariluz-. ¿A que no lo esperabas?.

  • Ni la menor idea. Sois ambas unas pícaras, haciendo planes a mis espaldas. Pero no me quejo, que la sorpresa ha sido muy agradable.

  • Pero… -arguyó Carla- la cena no era la sorpresa

Me quedé absolutamente confundido, sin saber qué pensar. Entonces intervino Mariluz:

  • Nos quedó una cosa pendiente: que averiguaras la identidad de tu misteriosa visitante nocturna

  • ¿Me lo vais a decir al fin? -pregunté-.

  • No, respondió Carla, tienes que adivinarlo. Pero ahora te daremos nuevas pistas

Como por arte de magia, apareció en sus manos el pañuelo de seda que habíamos utilizado aquella misma tarde. Se tumbó sobre mi cuerpo sin reparo alguno, y me vendó los ojos. Noté que anudaban otros pañuelos en mis manos, y quedé con los brazos extendidos, atado previsiblemente a algún mueble, inerme, pero terriblemente excitado por la situación.

Durante unos segundos, no sucedió nada. Después, unas manos agarraron mi pene, y lo introdujeron en una boca, que comenzó a lamerlo con pericia, mientras las manos subían y bajaban rítmicamente.

Aquello duró escasos segundos. La boca se retiró, y oí sobre mí la risueña voz de Mariluz:

  • ¿Era yo?.

Casi en ese instante, otras manos tomaron mi virilidad desde el lado contrario, y una segunda boca empezó a darle el mismo tratamiento. Al poco tiempo se apartó, mientras la voz de Carla, con la cara aún apoyada en mis muslos, preguntaba:

  • ¿O era yo?.

Una de las chicas se puso en cuclillas sobre mi cabeza, con su vulva pegada a mi nariz. Entendiendo la intención, me dediqué a lamer y atrapar con los dientes un coñito, cuya dueña empezó a jadear a los pocos instantes. Luego se levantó, mientras la voz de Carla interrogaba de nuevo:

  • ¿Era yo?.

Otra vulva tomó el relevo de la anterior. Empecé de nuevo a mordisquearla y lamerla, a atrapar el clítoris entre mis labios, estirándolo para luego soltarlo… Todavía estaba intentando introducir mi lengua en aquella vagina, cuando la voz de Mariluz preguntaba al tiempo que me privaba de aquel manjar:

  • ¿O era yo?.

Noté perfectamente que las dos chicas se arrodillaban a mis costados. Luego, cuatro manos comenzaron a acariciar mi pecho, mi vientre, mis muslos… Una boca mordió levemente una de mis tetillas, siendo imitada en seguida por la boca del otro lado. Una mano atrapó de nuevo mi pene, mientras sentía perfectamente que la chica de la izquierda se levantaba, para arrodillarse después sobre mí, con las piernas abiertas, y uno de sus muslos a cada lado de mi cuerpo.

Pude imaginarme perfectamente el sexo húmedo y abierto, a escasos centímetros de mi pene, y mi excitación subió varios grados. Otra mano tomó el relevo sobre mi virilidad, y la condujo al interior de una vagina ávida por recibirlo. La chica empezó a cabalgarme, rotando de vez en cuando las caderas, lo que incrementaba mis sensaciones al máximo. Hice esfuerzos desesperados para retrasar mi eyaculación, porque a esas alturas ya estaba seguro de que poco después experimentaría la suavidad de una segunda vagina. Lo conseguí. La chica no tardó mucho en empezar a gemir audiblemente, mientras aumentaba su ritmo. Cuando comenzaron los estertores de su orgasmo, se tendió sobre mí, reptando como una serpiente, y los jadeos se convirtieron en gritos, hasta que finalmente se relajó. Unos segundos después, los labios de Carla se posaron en los míos, en un suave y sensual beso. Sólo entonces preguntó:

  • ¿Era yo?.

Otro cuerpo (¿o el de antes?) se tendió entonces sobre el mío. Ella misma se introdujo mi pene, sin que yo, atado, pudiera colaborar en lo más mínimo. Estaba ya al borde mismo de la eyaculación. Empecé a empujar contrayendo mis caderas, mientras la chica se aferraba a mí, jadeante, y trataba de seguir un ritmo endiablado. Tardó muy poco, por fortuna, en empezar a contraerse espasmódicamente, chillando como poseída, en un orgasmo que duró muchos segundos. Ya no tenía que contenerme por más tiempo, y exploté, inundándola por dentro con mi semen. Entonces, con una de mis tetillas entre sus dientes, La voz de Mariluz preguntó, aún con la voz entrecortada:

  • ¿O era yo?.

Poco después se levantó. Cuatro manos me liberaron de mis ataduras. Luego Carla me quitó la venda de los ojos, y las dos se tendieron a mis costados, abrazadas a mí. Noté dos vulvas húmedas sobre mis muslos, mientras las chicas me acariciaban tiernamente, y yo atrapaba un pecho de cada una de ellas con mis manos.

  • ¿No decías que te daba "corte" follar conmigo cerca de mi hermana? -pregunté a Mariluz-. Pues ahora lo has hecho, no cerca, sino a su vista.

Ella dejó oír su risa cristalina, mientras me daba un suave pescozón en mi pene, ya casi totalmente relajado.

  • Sólo será esta vez, y porque Carla me insistió mucho. Así que dile a "este" que no se acostumbre

  • Y tú, Carla, ¿qué ha sido de tus reparos ante la idea de tener sexo conmigo, sobre todo en presencia de Mariluz?.

  • Bueno, poco a poco me fui haciendo a la idea, y

Pero yo TENIA que saber… Volví mi cabeza hacia Mariluz, y más que preguntar, afirmé:

  • Fuiste tú la que me visitaba todas las noches.

  • No, rico -saltó rápida-. No era yo. Pregúntale a tu querida hermana

Miré a Carla a los ojos.

  • No, no era yo tu visitante nocturna -respondió a mi muda pregunta-. Ya te lo he dicho varias veces. ¿Por qué no me crees?.

Y las dos chicas se echaron a reír al unísono.

F I N

A.V. 5 de julio de 2003.

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