La horrible duda (10: Un reencuentro caliente)

¿Con cual de ellas…?. ¿O fue con ambas?. No estoy seguro, y la duda es terrible, pero no me atrevo a preguntar...

¿Es solo Mariluz?. Y entonces, ¿por qué no viene a mi cama abiertamente, sin tanto misterio?. La idea de que sea mi hermana Carla, al principio me llenaba de culpa y remordimientos, pero con el paso del tiempo empiezo a aceptar una situación inimaginable anteriormente. ¿Y si son las dos?. En este caso, no sé qué pensar ni cómo actuar a partir de este momento. ¿Alguien puede darme algún consejo?. Lo agradeceré en el alma.

(Este relato es el décimo de 12. El primero fue publicado en estas páginas el 08-07-2003. Mejor, los leen antes para hacerse una idea, y luego continúen con este).

Cuando entré en el dormitorio de las muchachas (la puerta estaba abierta de par en par) ambas parecían profundamente dormidas, abandonadas en su descuidada desnudez.

Miré mi reloj: las 09:30, hora más que apropiada para despertarlas y comenzar el día. Quise hacer aún una nueva prueba, y me dirigí primero a Carla. Puse una mano sobre uno de sus pechos, y con la otra la sacudí ligeramente por un hombro. Estaba temiendo una reacción de rechazo, que finalmente no se produjo: abrió los ojos, tomando conciencia de mi presencia, me dedicó una soñolienta sonrisa, y se desperezó, mostrándome sin problemas la vulva entre sus piernas abiertas.

  • ¡Buenos días! -me dijo alegremente-. Veo que por una vez, te has despertado el primero

A mi espalda, sonó la voz alegre de Mariluz:

  • ¡Os pillé!.

Luego se levantó y me dio un rápido beso en el cogote, riéndose.

  • No os enfadéis. Después de lo de ayer había que hacer una broma

Se volvió desde la puerta:

  • Y a ver que hacéis ahora que os dejo solos

Sentimos su risa alejándose hacia el aseo de la entrada.

Para no forzar la situación, me dirigí a la cocina, y empecé a preparar el desayuno de los tres.

No tardaron mucho en aparecer, primero Carla, aún con ojos de sueño, y después Mariluz, con una bolsa de aseo en las manos. Se sentaron las dos ante la mesa, y yo serví los cafés, el zumo de naranja de "brick", las tostadas de bolsa, y las demás cosas. Luego me senté también.

Los tres nos dedicamos a nutras tazas de café, pensativos. Fue Carla la que rompió el silencio:

  • Estás muy callado. ¿En qué piensas?.

Como siempre, Mariluz tuvo que sacar a colación en tono irónico lo que yo me había propuesto no mentar.

  • Seguro que todavía está exhausto: primero, sus aventuras nocturnas, y después la orgía de anoche

Intervine rápidamente:

  • No empecemos de nuevo. El tema está cerrado, y no volveré a hablar sobre él.

Lo mejor era cambiar de conversación:

  • Por cierto, ¿qué hacemos hoy?.

  • Llevamos tres días aquí -dijo Carla-, y no hemos pasado ni la escoba. Además, la nevera empieza a quedarse de nuevo vacía. No queda casi leche, y ésta es la última tostada, así que habrá que pensar en comprar. ¿Qué tal una casera sesión de limpieza, lavado de ropa, y demás?. Luego, cuando terminemos, podemos darnos un baño en la playa de ahí, pero vestidos.

Me asaltó una idea malvada, y me volví hacia ella, intentando "pinchar" a la otra chica (ya empezaba a conocerla muy bien).

  • Bueno, pues tú misma puedes ofrecerte voluntaria para la compra, y mientras Mariluz y yo nos dedicamos a la casa

Saltó como un rayo:

  • ¿Sola contigo?. ¿Para que luego Carla piense que nos hemos estado revolcando en su ausencia?. De eso nada. Os quedáis los dos hermanitos, y yo voy a comprar

  • Pues yo tampoco quiero que puedas pensar que mi hermano y yo hemos aprovechado tu ausencia -dijo Carla-. Así que sólo queda una solución: él la compra, y nosotras la limpieza.

Intervine con ironía:

  • Y a estas alturas, ¿qué seguridad tendré de que no estáis intentando quedaros las dos solas, quién sabe para qué?.

  • ¡Oye, rico, que a mi no me van las mujeres! -replicó Carla-.

Mariluz aceptó la broma de buen grado:

  • Vamos a demostrarte que solo nos gustan los hombres

Se levantó y se dirigió hacia mí con las manos engarfiadas. No sé qué pensaba hacer, pero tuve una idea repentina, y corrí hacia mi dormitorio como escapando de ellas. Ellas me persiguieron de buen grado, riéndose, y finalmente acabamos los tres en mi cama, en un revuelo de piernas y brazos. Alternativamente, tenía sobre mí a una de las chicas, mientras la otra me sujetaba, y ambas, risueñas, me hacían cosquillas, o me mordisqueaban todo el cuerpo.

Yo no perdía comba, y les metía mano con todo descaro. Lo peor, es que aquello acabó excitándome de nuevo. Finalmente, terminamos los tres tendidos jadeantes, todavía riéndonos de nuestro infantil (o no tanto) remedo de pelea.

Fue Mariluz la primera en hablar. Me agarró durante unos segundos el pene erecto, mientras se dirigía a Carla:

  • Casi estoy tentada de quedarme sola con él

  • Pues no te prives. Yo me voy a la compra, y tardaré mucho, mucho rato.

Mariluz tomó la mano de mi hermana, y la puso sobre mis genitales.

  • ¿Y te vas a perder esto?.

Carla retiró la mano como si se hubiera quemado.

  • Eres… (no encontraba la palabra).

Pero no parecía realmente enfadada. Decidí acabar con aquello, no fuera a ser que siguiera el manoseo, y… Me levanté y me fui al baño.

  • Vale, no pasa nada. Yo la compra, que ya estoy acostumbrado.

En la calle principal, camino del supermercado, había una chica rubia parada detrás de un embalaje de tamaño mediano. Me pareció cara conocida, aunque no podía recordar de qué. Cuando estuve más cerca, caí en la cuenta de que se trataba de Greta, la alemanita del día anterior, a la que no había reconocido inicialmente, porque esta vez estaba obviamente vestida. Me acerqué a ella.

  • Buenos días, Greta.

A ella se le iluminó el rostro (enseguida supe por qué).

  • Hola, buenos días. ¡Qué casualidad!.

  • Mujer, este es un sitio relativamente pequeño, y todo el mundo vamos a los mismos sitios, así que no es tan raro encontrarnos

  • No, lo decía porque igual puedes ayudarme -respondió ella-.

  • De mil amores. ¿Qué problema tienes?.

Ella miró al embalaje.

  • Pues yo pensé que esto no pesaría tanto, pero es que ya no puedo más. ¿Podrías echarme una mano?.

Verdaderamente se la veía sofocada y sudorosa. Intenté levantar aquello. No pesaba demasiado, pero su tamaño era tal que no resultaba fácil llevarlo. Me maravilló que hubiera podido moverlo siquiera.

  • Claro, mujer -respondí-. ¿Vamos muy lejos?. Porque quizá podría traer el auto, y lo transportaríamos más fácilmente.

  • No, es allí mismo (señalo el portal del bloque que constituía la siguiente manzana). Además -añadió- entre los dos podemos llevarlo sin problemas.

Tenía razón. No nos costó ningún trabajo llevar aquello hasta el portal. Algo más complicado fue subirlo dos pisos, procurando no golpearlo contra la barandilla de la escalera, pero finalmente estuvimos ante una puerta, que la chica abrió con una llave que extrajo de un bolsillo de sus shorts.

Entre los dos, lo introdujimos en la habitación que señaló la chica. Para entonces yo estaba sudando como ella. Me enjugué la frente con un pañuelo, mientras recordaba que ella me había dicho que vivía con sus padres, que no aparecían por parte alguna.

Entonces advertí las manchas de polvo de la camiseta blanca de la chica. Era una de esas que tienen un solo tirante, y dejan el hombro contrario al aire. La contemplé unos momentos: vestida no desmerecía nada, con sus largas piernas, su cabello rubio y sus preciosos ojos azules, aunque desnuda me gustaba más. El recuerdo de su vulva lampiña me asaltó, excitante.

Ella también me estaba mirando, y debió reparar en lo mismo que yo:

  • Lo siento, te has manchado la ropa. Espera, que voy a ver si con un paño húmedo

Volvió a los pocos instantes, y empezó a frotarme con un trapo la pechera de la camisa, con la otra mano posada en mi cintura, como por azar. Estaba muy cerca, y podía oler su fragancia natural. Su cercanía me turbaba, y sus ojos clavados en los míos lo hacían todavía más. El roce del trapo sobre mi pecho se fue haciendo más lento, casi una caricia, mientras seguíamos mirándonos a los ojos. Casi sin darme cuenta de lo que hacía, la besé suavemente en los labios.

Para mi sorpresa, ella no sólo respondió a mi caricia, sino que se apretó contra mí, echándome los brazos al cuello. Noté perfectamente sus duros senos contra mi pecho, y su vientre apoyado en el mío. Me decidí a abrazarla, con una de mis manos puesta un poco más abajo de su cintura. No propiamente en sus nalgas, aunque sí en su nacimiento. Como no advertí reacción negativa alguna, me atreví a acariciar francamente sus firmes y redondas glúteos.

Esto produjo en ella una reacción inesperada: comenzó a intentar arrancarme la ropa, en un aparente paroxismo de excitación. Colaboré en ello de buen grado, pero además la imité, con lo que unos segundos después ambos estábamos completamente desnudos, acariciándonos sin freno, besándonos apasionadamente con besos que eran más furiosos mordiscos que otra cosa.

Me empujó literalmente hasta la cama del dormitorio, y se tendió encima de mí. Sus manos agarraban por unos instantes mi pene al máximo de la erección, para después pasar a sujetarme por las mejillas, como si quisiera evitar que nuestras bocas se separaran, de lo que no tenía yo la más mínima intención.

En un momento en que se detuvo para tomar aliento, metí la mano entre nuestros dos cuerpos apretados, y puse mi verga en la entrada de su vulva depilada, suave como sus nalgas de seda, que estaba acariciando con la otra mano. No tuve tiempo más que de deslizar mi erección dos veces por su caliente abertura. Volvió a unir su boca a la mía, y me aferró por las caderas, obligándome a introducirme profundamente en su vagina estrecha y caliente.

Casi no tenía que moverme. Ella misma se contorsionaba furiosamente, consiguiendo que mi pene saliera y entrara en su interior a un ritmo endiablado. Yo no había conocido una pasión así. Entre gemidos entrecortados, pronunciaba palabras en alemán que yo no entendía, salvo los frecuentes "Mein Gott" (Dios mío) que gritaba más que decía cada pocos segundos.

Consiguió ponerme fuera de mí. Yo también estaba excitado como no recordaba haberlo estado en mi vida. Mis dientes (a pesar de que trataba de controlar la fuerza de mis mordiscos) estaban dejando claras huellas en sus mejillas y cuello, que deseé en mi último pensamiento lúcido que desaparecieran rápidamente. Después, sentí intensísimos espasmos de placer que desde el vientre iban a mis testículos, y eyaculé sin posibilidad de detenerme, en una venida de duración absolutamente desacostumbrada para mí.

Greta seguía contorsionándose sin medida alguna sobre mi cuerpo, gritando absolutamente descontrolada, hasta que pocos segundos después, un largo y entrecortado grito acompañó su formidable orgasmo, que contraía las paredes de su vagina en estremecimientos sin fin. Luego, jadeante como si acabara de realizar una carrera, se derrumbó completamente sobre mi cuerpo.

Estuvimos así varios minutos, tratando de recuperarnos. En un momento determinado, alzó la cabeza, me sonrió satisfecha, y me besó dulcemente en la boca, sin la urgencia de su deseo ya satisfecho.

Yo estaba acariciando suavemente su espalda y sus nalgas, agradecido por su inesperada y pasional entrega de unos momentos antes. Luego se levantó despacio, haciéndome señas de que esperara.

Salió de la habitación con el contoneo de sus escuetas caderas, y el balanceo de sus glúteos, de hembra atractiva y consciente de sus encantos, que yo recordaba del día anterior. Me lanzó un beso con los dedos desde el dintel de la puerta, y desapareció.

Estuvo ausente unos minutos. Después volvió sonriente. La admiré mientras se acercaba de nuevo a la cama. ¡Era sencillamente preciosa!. Contemplé sus largas piernas de muslos bien formados, sus descarados pechitos que mantenían los pezones aún erectos dentro de dos pequeñas aréolas de color pálido, que casi no se destacaban del suave bronceado integral, producto de tomar el sol completamente desnuda, como yo sabía bien. Pero sobre todo, mi vista se resistía a apartarse de su pubis depilado, al final del cual se distinguía el inicio de la abertura de su sexo.

Se tendió boca arriba en la cama, a mi lado, y se estiró ronroneando como una gata satisfecha. Yo empecé a deslizar mi dedo índice por su cuello, rodeando después sus pezoncitos que se abultaron aún más, sus axilas, su vientre y su ombligo, para después deslizarlo por su pubis, admirándome de su suavidad.

Ella entreabrió las piernas para facilitar mi caricia en su vulva. Se había lavado en el rato en que había estado ausente, pero estaba volviendo su humedad natural a ojos vista, estimulada por el recorrido de mi índice.

Separé sus labios mayores con dos dedos, mientras ella empezaba a suspirar, expectante. Su vagina mostraba aún la dilatación de nuestro reciente coito, impulsándome a hundir en ella mi lengua. Un largo gemido de la chica acompañó mi caricia bucal, y sus manos se dirigieron a sus pechitos, mientras cerraba los ojos, y se humedecía los labios con su pequeña lengua.

Cuando empecé a intentar absorber la parte superior de su vulva, en la que destacaba su inflamado clítoris entre sus pliegues turgentes, comenzó a gemir débilmente. Unos segundos después, se estaba contrayendo de nuevo espasmódicamente, con el placer de su segundo orgasmo.

Noté que mi pene había recuperado en gran medida su erección. Me arrodillé entre sus piernas, ahora muy abiertas y, elevando su culito de la cama con mis dos manos, la acerqué hacia mí pene, que se introdujo de nuevo en su interior.

Me mantuve así unos segundos, sin moverme, pero acercándola y separándola de mí para conseguir que mi verga quedara apenas con el glande en su interior, para luego introducirse profundamente en su vagina lubricada. No duramos mucho. Sentí de nuevo los espasmos precursores de mi eyaculación, y me tendí completamente sobre ella, abrazándola estrechamente. Ella se aferró a mi espalda, moviendo sus caderas circularmente, y la explosión de un nuevo orgasmo, que la estremecía violentamente entre mis brazos, no se hizo esperar.

Me tendí a su lado para liberarla de mi peso, pero sin deshacer el abrazo, y me dediqué a besar sus facciones. Perdí la noción del tiempo, pero ella aparentemente no. Miró su reloj.

  • ¡Mis padres están a punto de llegar!.

Yo había olvidado que el día anterior me dijo que estaba acompañada. Realmente, me había olvidado de más cosas: la compra aún sin hacer, mis dos chicas esperándome… Con un sobresalto, advertí que eran más de las 12:00.

  • Por favor, vístete, que al menos mis padres no nos encuentren en la cama -me urgió-.

Desnuda como estaba, se dedicó a arreglar el desastre que era su lecho, con la colcha arrugada (y previsiblemente manchada, pensé). Mi ropa estaba extendida por la habitación, hecha un verdadero lío, y mezclada con las prendas que llevaba Greta cuando nos encontramos. Cuando acabé de vestirme, mi aspecto era tal como si me hubiera acostado sin quitármela. Pensé en qué explicación les daría a las muchachas, no sólo por mi tardanza, sino también por mi aspecto.

Me despidió con un beso en la puerta, aún sin ropa, mientras rápidamente quedábamos en vernos en la playa nudista al día siguiente.

Me marché, y esa fue la última vez que nos vimos. La busqué los días posteriores, pero no volvió a la playa. A la vista de los acontecimientos posteriores, tengo que decir que no lo lamento. Pero no nos adelantemos. Si tienen la paciencia de seguir leyéndome, ya entenderán el por qué

Pero es mejor que deje la narración en este punto, y continúe después, con su permiso.

A.V. 3 de julio de 2003.

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