La hormiguita
Te relajas, te adormeces, ronroneas, pero un picorcillo inoportuno junto a tu ombligo reclama tu atención. Debe tratarse de alguna hormiguita que te hace cosquillas al deambular sobre tu piel. La notas andar hacia arriba, entrando bajo tu camiseta y escalando tu pecho derecho hasta coronar el pezón.
La hormiguita
Un bonito día de primavera. Un paseo por el campo. Un campo lleno de flores, de hojitas verdes, de luz, de agradables olores, pero también con sus bichitos siempre molestos y, en ocasiones, convertidos en intrépidos exploradores.
Te tumbas sobre la hierba, sintiéndola bajo ti y con el sol calentando tu cuerpo. La visera de la gorra medio cubre tu cara. La camiseta arremangada por la cintura solo tapa tus pechos que se elevan como montañas hacia el cielo. Tus pantaloncitos cortos, subidos hasta las ingles, dejan libres a tus piernas para recibir los rayos del sol.
Te relajas, te adormeces, ronroneas, pero un picorcillo inoportuno junto a tu ombligo reclama tu atención. Debe tratarse de alguna hormiguita que te hace cosquillas al deambular sobre tu piel. La notas andar hacia arriba, entrando bajo tu camiseta y escalando tu pecho derecho hasta coronar el pezón. Allí el picor se acentúa y te obliga a llevar tu mano y rascarlo suavemente. Al fin y al cabo no quieres matar a la pobre hormiguita.
Pero parece que no ha venido sola. Sientes como varios grupos de patitas minúsculas ascienden por tus muslos y se cuelan por las perneras de los pantalones. Te cosquillean las ingles y, como un pequeño y bien organizado ejército que avanza en dos columnas, convergen en la entrada de tu caliente y siempre húmedo chochito. Notas sus patitas andar arriba y abajo por tus labios, notas como algunas se aventuran a entrar en la cueva mientras las demás prefieren congregarse sobre tu clítoris.
¡Qué listos son estos bichitos! Tú te quedas quietecita. Te pica pero a la vez te excita, quisieras apartarlas de un manotazo pero también quieres seguir notándolas jugar contigo. Suben y bajan tus montañitas, corretean por los humedales de tu vagina, se adentran en tu cueva sabrosa, caliente y húmeda te pica, te excita, te provoca. Convierten toda la zona en un volcán a punto de explotar. La lava se derrama lentamente empapando tus pantaloncitos pero falta un empujoncito más para explotar.
¡Jodidas hormigas! Piensas. Me ponen a mil pero no tienen suficiente "masa crítica" para dejarme satisfecha, tendré que echarles una manita
Y eso haces. Introduce tu mano derecha (la izquierda aún sigue jugueteando con el pezón derecho) bajo el pantalón y aprisionas el clítoris entre tus dedos, pellizcándolo y tirando de él. Provocas una hecatombe entre las pobres hormigas que huyen despavoridas. Varias son trituradas en tu salvaje ataque, otras buscan protección en lo más profundo de tu coño aumentando así tu excitación.
Ahora sí que explotas, tu clítoris sobreexcitado arde entre tus dedos y te provoca un orgasmo brutal al que acompañas con jadeos, temblores y pequeños grititos. Te derramas arrastrando las hormigas que se refugiaban dentro de ti. Empapas tus pantalones y creas un pequeño charquito sobre la hierba entre tus piernas
Abres los ojos y ves como un grupito de gente se congrega a tu alrededor con la boca abierta y los ojos como platos ¡jodidos domingueros! Son peores que las hormigas.