La horma del zapato de Sandra

A veces las reglas del juego pueden cambiar en cuestión de minutos, sin que se sepa por qué.

LA HORMA DEL ZAPATO DE SANDRA

Nadie podría negar que Sandra era una chica muy atractiva. Con 19 años ya estaba jugosa y firme, como un melocotón maduro. Sus 170 centímetros de altura la hacían parecer alta, dada su delgadez. Pero no le faltaba de nada: pechos pequeños pero bien colocados, cintura de avispa, culito redondo y firme, caderas estrechas, piernas largas. De cuello para arriba no desentonaba con el resto del cuerpo. Su pelo era negro, liso y brillante, un poco por debajo de los hombros. Rostro afilado, pero guapo, con una nariz bonita. Labios finos pero sugerentes y unos ojos negros espectaculares.

Vaya con la morena, está que cruje -comentaban dos tipos, apoyados en la barra.

Sandra sonrió divertida ante el comentario que acababa de escuchar. Era perfectamente consciente de las pasiones que solía levantar entre los miembros del sexo masculino. Y eso le gustaba. Para ella ver babear a los tíos, jóvenes o no tan jóvenes, elegantes y menos elegantes, guapos o feos, era una muestra del poder que podía llegar a tener un cuerpo de mujer si se sabía utilizar bien. Pese a su juventud tenía bien claro que calentar a un tío era lo más sencillo del mundo. Bastaban unas miradas y un par de contoneos en la pista de baile para que las pasiones se inflamasen a su alrededor. La indumentaria que llevaba aquella noche, ayudaba: faldita con un poco de vuelo y camiseta ajustada, que marcaba cada curva de su agraciada anatomía.

Paradójicamente, ella follaba poco. Lo suyo era calentar y disfrutar viendo como algún tío ardía de ganas. De hecho su novio, con el que llevaba saliendo tres meses, se creía a pies juntillas que ella era virgen. Otra muestra de lo que una carita de niña buena puede hacer creer a un tío. Además, por si todo lo anterior fuera poco, era lo suficientemente inteligente y sagaz para darse cuenta de cuando la situación se podía poner peligrosa. Así evitaba practicar su juego cuando los tíos en cuestión presentaban síntomas de embriaguez, aspecto violento o cualquier signo que delatase peligro.

No parecía ser el caso de aquel tipo solitario, que tomaba un gin tonic en la esquina de la barra. Tendría unos 30 años, tal vez menos, vestía elegante y era guapo. Pero lo más curioso del caso es que era de los pocos (por no decir el único) que no había clavado sus ojos en el cuerpo de ella. Esto último tenía algo mosqueada a Sandra, siempre ávida de nuevos retos. Se consideraba a si misma una calientapollas, sin que fuera necesario ningún eufemismo, por lo que aquel tipo indolente estaba empezando a molestarla. La curiosidad y las ganas de divertirse se apoderaron de ella y, casualmente, su vaso estaba vacío. Se acercó a la barra, con decisión, hasta colocarse al lado de aquel tipo desconocido.

Un Bayleis -dijo a la camarera de la discoteca-. ¡Hola! -añadió, girando la cabeza a la derecha.

Hola -respondió el tipo, con un tono de voz neutro y un rostro impasible.

Me llamo Sandra -insistió ella-. ¿No te diviertes?

Yo soy Javi, encantado de conocerte. Sí, claro que me divierto, ¿por qué lo dices?

No sé, te veo algo apartado y solo...

Me gusta estar así, eso es todo -concluyó él, fijando unos ojos grandes, profundos y marrones en el rostro de ella.

Sandra se dio cuenta que no había ni un asomo de nerviosismo ni de emoción en sus respuestas. Muy diferente a lo que sucedía con todos los tíos a los que ella abordaba. Estuvo a punto de darse por vencida, pero en ese momento él sacó un billete del bolsillo y dijo a la camarera:

Cobre la bebida de la señorita, por favor.

La sonrisa se dibujó, bonita y natural, en los labios de ella. No le resultaba indiferente al tal Javi. El primer paso estaba dado. Ahora era cuestión de seguir provocando.

¿Puedo acompañarte? -preguntó ella.

Sí, claro que sí. Hacía tiempo que no estaba tan bien acompañado.

¿Te apetece que bailemos un poco? -quiso saber ella, con la clara intención de calentarle un poco mediante roces y toqueteos en la pista de baile.

Con una condición -respondió él, serenamente.

¿Qué condición?

Que vayas al servicio y te pongas esto -replicó él, sacando algo de su bolsillo.

Cuando lo depositó en la mano de ella, Sandra no podía dar crédito a lo que veía. Eran cuatro bolas, de unos dos centímetros de diámetro, doradas, unidas por un hilo y con algunas rugosidades en su superficie. Acababan en una especie de lazo, que debía servir para sacarlas. Sandra supo al instante que se trataba de las famosas "bolas chinas". Nunca las había probado, pero sabía que se contaban milagros de ellas. Más de una vez había pensado en comprar un juego de ellas por internet, pero el hecho de vivir con sus padres había frenado sus intenciones.

Miró fijamente a aquel tipo, sin soltar las bolas de su mano. En el rostro de él no había ni el menor síntoma de que estuviese bromeando. La sola idea de probar aquello hizo que un ligero calambre ascendiese por su columna vertebral. No vaciló cuando dijo:

De acuerdo, en un minuto vuelvo.

Y se encaminó con paso firme a los servicios. A aquella hora había aún poca gente en la discoteca, por lo que pudo entrar en uno de ellos que estaba libre. Una vez dentro corrió el cerrojo, observó lo que tenía en las manos y reflexionó. Por una parte le apetecía colocarse aquel rosario de bolas y probar lo que se sentía, pero por otra algunas dudas asaltaron su cabeza. ¿Quién demonios era aquel tipo que salía de marcha con unas bolas chinas en el bolsillo? ¿No era ella la que iba a calentarle a él? ¿Cómo reaccionaría su cuerpo con aquello dentro? Agitó las bolas y notó que algo sonaba dentro de ellas, como una especie de cascabel.

Al final la curiosidad se impuso a todo lo demás. Se bajó el tanga y por debajo de la falda empezó a introducir aquellas bolas dentro de su coñito. Estaba mojada, la verdad, por lo que resbalaron fácilmente hacia su interior. Una a una fueron entrando, hasta que solo quedó fuera la lazada. Se volvió a colocar el tanga negro, alisó su falda y volvió a la discoteca. En el breve trayecto notó que algo parecía moverse y crecer en su interior. La sensación no era nada desagradable, desde luego. Cuando llegó a la barra, Javi se levantó del taburete, miró con detenimiento todo su cuerpo y dijo sencillamente:

Siéntate.

Ella lo hizo, cruzando las piernas y mostrando sus medias brillantes, caladas en aquellos apetitosos muslos. La mano de él sobre una de sus rodillas pareció indicar que aquella no era la postura correcta.

Separara un poco las piernas, tengo que hacer una pequeña comprobación -comentó él, con tono suave, pero firme.

Sí -respondió ella, con voz débil, separando las rodillas un poco.

La mano de él se apoyó en su hombro, cubriéndola con su cuerpo, mientras la otra mano entraba en su entrepierna, por debajo de la falda. Toco su coñito depilado, por encima del tanga, haciendo que ella diese un ligero salto, mientras susurraba a su oído:

Perfecto, veo que te las has colocado bien. Vamos a bailar, preciosa, ya verás como te gusta.

Con una decisión que Sandra no esperaba, la cogió de la mano y la llevó a la pista de baile. No se sentía con fuerzas para replicar nada. Cada paso que daba hacía que aquellas bolas vibrasen y chocasen en su interior, provocando en ella sensaciones hasta entonces desconocidas. La casualidad hizo que en ese momento empezase a sonar un tema marchoso, que a Sandra le sonó a los años de la movida. Su nuevo amigo se reveló como un gran bailarín. Cogía sus manos y la atraía hacia si, acariciaba su cintura, colocaba las manos en sus firmes y duras nalgas, la hacía dar giros inverosímiles... Sandra era una enamorada del baile, pero nunca sintió tanto una canción como aquella. Cada movimiento de caderas que hacía provocaba en su interior una placentera sensación, que iba aumentando poco a poco. Tenía el tanga mojado, incluso sentía que algunas gotas se deslizaban perezosas por sus muslos.

Era una deliciosa tortura. Las reglas de aquella noche habían cambiado, pero ella estaba disfrutando como nunca. Su sexo estaba empapado, sus pezones duros, sus mejillas calientes, seguramente ruborizadas. Cuando acabó la canción, que pareció durar una eternidad, se dirigieron de nuevo a la barra. Brindaron y él preguntó:

¿Te está gustando?

Ella no pudo responder, la excitación atenazaba todo su cuerpo. No era dueña de sus actos. Pasó la mano por la nuca de él, atrajo su boca hacia la suya y le besó con ardor. Sentada en el taburete alto no podía dejar de mover su culito, aquellas bolas pedían movimiento. El beso seguía, húmedo, caliente, cuando un dedo se posó exactamente, haciendo gala de una precisión envidiable, sobre su hinchado clítoris. Apretando suavemente, con delicadeza, empezó a hacer círculos sobre ese sensible órgano. Ella sintió que las fuerzas le abandonaban, todo su cuerpo se convulsionó y estalló en un largo y placentero orgasmo. Sus piernas apretaban aquellas bolas que parecían tener vida propia dentro de ellas, mientras aquel dedo certero y juguetón seguía masajeando con delicadeza.

Se agarró con fuerza al cuello de su amigo, ya que temía caerse de la silla, y jadeó contra su hombro. Aún se estaba recuperando de aquella insólita explosión de placer, cuando una lengua cálida se deslizó por su oreja. Seguidamente unos dientes aprisionaron ligeramente su lóbulo, alargando los residuos de placer que aún recorrían su cuerpo. Una voz susurró en su oído:

Si te apetece seguir... Esto no ha sido nada más que el aperitivo.

Mmmmmmmm, claro que me apetece... -respondió ella, con la voz algo entrecortada.

Salieron de la discoteca, cogidos de la mano. Ella, más que andar, flotaba detrás de él. Aunque acababa de correrse, podía notar que aquellas bolas volvían a comenzar su lenta pero implacable labor dentro de su cuerpo. El frío de la noche hizo que los pensamientos de Sandra se aclarasen un poco. Así que era ella quien pensaba calentar a aquel tío... Desde luego le había salido el tiro por la culata, pero aquello era mil veces mejor, mucho más placentero. Y lo mejor de la noche, seguramente, estaba por venir. Caminaron unos diez minutos, casi sin hablar, solo sintiendo el contacto cálido de sus brazos agarrados a la cintura. Sandra pudo apreciar que su amigo no tenía ni un gramo de grasa, nada de michelines, y que su estómago era duro y plano.

Cuando llegaron a donde debía vivir él, las bolas ya habían elevado de nuevo la temperatura de ella. El cosquilleo interior que sentía avanzaba de modo lento pero inexorable, haciendo que estuviese predispuesta para una intensa y placentera sesión de sexo. Nada más entrar por la puerta se besaron con ganas, frotándose los cuerpos con energía. Ella seguía sintiendo las carambolas que se producían dentro de su vagina, cuando flanquearon la puerta del dormitorio.

Una vez allí, él procedió a desnudarla, sin prisa, pero sin pausa. Quitó su abrigo, su camiseta ajustada, su falda, sus zapatos. Sandra vio reflejada una imagen espectacular en el espejo. Era un cuerpo de mujer, mostrando en plenitud toda su feminidad, solo cubierto con un escueto tanga negro, un pequeño sujetador del mismo color y unas sugerentes medias por medio muslo. Tenía los pequeños pezones muy marcados y el triangulito que cubría su sexo, empapado. Se sintió muy orgullosa de aquel cuerpo y estaba deseosa de entregarlo sin restricciones a aquel desconocido que había sabido ponerla más cachonda de lo que nunca estuvo.

Javi se colocó detrás de ella, apoyando algo duro en la división de sus nalgas. Sandra sintió el cálido roce de dos manos en sus senos, seguido por un pellizco simultáneo en los pezones. Quería ser follada, pero prefería que fuese él quien marcase los tiempos. No obstante no pudo resistirse a la tentación de desnudarle. Se giró y empezó por los botones de la camisa, siguió por el pantalón y no paró hasta tenerlo completamente desnudo. A la vista de ella quedó una hermosa polla, erecta, con las venas bien marcadas y con un capullo brillante y jugoso. Se arrodilló frente a él y empezó a lamer con ansia, recorriendo todo el capullo con la lengua, haciendo círculos, amasando los testículos, disfrutando del rico sabor de las primeras gotas que empezaban a asomarse perezosamente.

Cuando aquella polla palpitaba en su boca y llegó al máximo de su dureza, él la levantó por los hombros, para despojarla del sujetador y el tanga. Por los labios hinchados de su coñito depilado asomaba el hilo de las bolas chinas. Cuando ella iba a quitarse las medias, lo único que cubría su cuerpo, él dijo:

Déjalas, por favor, te sientan muy bien.

Gracias -acertó a decir ella, halagada por el comentario y loca de calentura.

No hicieron falta más palabras. El lenguaje del sexo es universal y hace que hasta dos desconocidos puedan entenderse a la perfección. Ella se arrodilló en el suelo, con los brazos sobre la cama, mientras él se colocaba un preservativo y se arrodillaba tras ella. El suave tirón del hilo de las bolas la pilló desprevenida. Gimió y notó como aquel rosario se movía en sus entrañas. Fueron saliendo poco a poco, con una lentitud torturante, provocando que ella ardiese de deseo. Cuando salió la última, pudo notar las palpitaciones de su coño, que ya estaba caliente y dilatado. Sentía allí suaves latidos, pero no pudo disfrutar mucho de ellos, ya que la polla de él se aprestó a llenar el vacío que dejaron las bolas.

Se la metió con suavidad, pero con firmeza, de un solo movimiento, hasta que quedó enterrada del todo. Sandra entreabrió los labios, dejó escapar un profundo suspiro y agitó suavemente las caderas, buscando acoplarse mejor a aquel órgano que ocupaba su sexo hambriento. Él empezó a moverse con tranquilidad, como queriendo alargar aquello lo más posible, entrando y saliendo con lentitud.

Síiiiiii................ Fóllame asíiiiiiiiiii -dijo ella con voz jadeante, al tiempo que se acariciaba el clítoris con dos de sus dedos.

Continuó disfrutando de aquel mete-saca, cada vez más mojada, cada vez más caliente, sintiendo como se acercaba al clímax. Él juntaba y separaba sus nalgas, sincronizando este movimiento con las profundas penetraciones que repetía una y otra vez. Cuando él la metió a tope y ella presionó el clítoris, se corrió sin remedio, en una sensación intensa y envolvente, que bajó por sus piernas hasta la punta de los dedos de los pies, por un lado, y que ascendió hasta su cabeza, por otro. Sus pezones palpitaban, como si tuviesen vida propia, produciendo en ella deliciosas sensaciones.

Sintió las manos de él en la espalda, masajeando suavemente a ambos lados de su columna vertebral, mientras su orgasmo se iba debilitando poco a poco. Estaba fundida de placer, pero aún sentía como aquella polla entraba y salía de su cuerpo, casi con dulzura. Cuando más relajada estaba, su cuerpo se tensionó al notar una sensación extraña: algo redondo y rígido se deslizaba por el espacio que había entre sus nalgas, ligeramente separadas. Rodaba desde el final de su espalda, hasta llegar allí donde aquel pene continuaba entrado y saliendo de ella. Cuando pasó por encima de su ano sintió un estremecimiento en todo el cuerpo. Aquel paseo se repitió varias veces, en un sentido y en otro.

Sandra estaba despertando de su cortísimo letargo, ya que su cuerpo empezaba de nuevo a responder a aquella cascada de estímulos. Pero sentía algo de miedo, nunca nada ni nadie había profanado su culito, aunque tuvo la impresión de que eso estaba a punto de tocar a su fin. En ese momento dejaron de follarla. Todo su cuerpo estaba ultra sensible, a su cerebro llegaba hasta el más mínimo roce que se produjese en cada centímetro de piel. Cuando Javi le acercó las bolas a la boca, no vaciló en irlas metiendo una a una, procurando no ahogarse, pero chupándolas enérgicamente. Aún conservaban el sabor ácido de sus jugos vaginales, pero eso no le importó.

Por tu reacción imagino que tu culito es del todo virgen ¿no? -preguntó una voz a su espalda.

Sí -contestó ella, con la dificultad propia de tener la boca llena.

Tranquila, vamos a empezar a remediar eso. Si te hago daño dímelo, por favor.

Retiró con suavidad las bolas de la boca, procurando que no se enredasen y se las pasó a su amigo. Tuvo la impresión de que estaba en buenas manos. En sus fantasías sobre sexo anal (bastante frecuentes) imaginaba hombres violentos, con enormes penes, que forzaban su agujerito virgen sin ningún miramiento, provocándola dolor, humillación. Un dedo mojado se posó sobre su ano, apretó con firmeza y entró con aparente facilidad. Fue una sensación extraña para ella, pero nada desagradable ni dolorosa. Entró y salió varias veces, haciendo círculos cada vez más amplios dentro de ella. Inmediatamente el dedo fue sustituido por una de las bolas. Sandra trató de relajarse lo más que pudo, pero notó un pinchazo cuando aquella pequeña esfera se apretó contra ella. Al llegar a la parte más ancha se convirtió en un ligero dolor, pero una vez superado este punto notó como su propio músculo ayudaba a que la bola se deslizase hacia su interior. Entró con suavidad, provocando en su cuerpo una especie de peculiares cosquillas.

Acto seguido, la segunda bola fue colocada a la entrada. Sandra contuvo la respiración un instante, hasta que la sintió deslizarse dentro de ella, con más facilidad que la primera. Ambas bolas chocaron dentro de ella, provocando un estremecimiento que ascendió por su estómago. Estaba esperando a la tercera cuando escuchó:

Por ahora es suficiente, no conviene abusar el primer día.

Una ligera mueca de decepción se dibujó en su preciosa cara. En realidad ella quería sentir dentro de su culito todas ellas, pero para nada pensaba contradecir a aquel tipo que la estaba llevando a cotas de placer tan altas.

Ahora vamos a dar un poco de marcha al tema -dijo él, riendo.

Se tumbó sobre la cama, con su pene apuntando al techo, invitándola a cabalgar un poco. Sandra separó bien las rodillas, ofreciendo su rajita enrojecida, apoyó sus manos en el pecho de él y se fue dejando caer lentamente. Su culito palpitaba, intentando no dejar escapar aquel juguete malvado de su interior, mientras disfrutaba de cada centímetro de dura carne que invadía su mojado sexo. Cuando la tuvo bien metida, empezó a moverse, al principio con lentitud, empezando a notar en su interior la vibración de las dos bolas que tenía dentro. Una serie de ondas de placer, que emanaban de su pelvis, fueron copando su cuerpo poco a poco, de modo lento pero inexorable. Su cabalgada se hizo más rápida, más enérgica, haciendo que las bolitas vibrasen más y más, sintiendo como las que quedaron fuera de ella chocaban contra sus nalgas, contra sus muslos.

Se corrió mientras Javi, incorporándose, chupaba con fuerza sus pezones. Aquel orgasmo pareció dejarla vacía, sin fuerzas. El culito le palpitaba contra las bolas, en una deliciosa presión, mientras su sexo se licuaba. Parecía que su amigo se alimentaba de su placer, por lo que trataba de extraer de ella lo más posible. Cuando el orgasmo terminó, él la giró, se colocó encima de ella y continuó follandola sin prisa. En esa postura Sandra notó como su clítoris era friccionado por la pelvis de él, abrazando con las piernas a su amigo, a fin de que la penetrara más profundamente. Se dejó follar así un buen rato, hasta que sintió que la calentura dentro de ella volvió a alcanzar límites peligrosos. Cuando estaba a punto de correrse, él tiró del hilo de las bolas, sacándolas lentamente. Salieron con un ruido sordo (similar al que se produce al descorchar una botella de cava, pero más amortiguado), produciendo en el cuerpo de Sandra un placer delicioso.

Todo lo anterior sirvió para provocar a Sandra un nuevo orgasmo, más breve, pero más violento. Estaba literalmente muerta de placer. Abrió la boca al sentir que el suave y caliente capullo de él se apoyaba en sus labios. Lo dejó entrar, moverse dentro de su boca, hasta que sintió la explosión de caliente y espeso semen, que chocaba contra su paladar y resbalaba por su garganta. Después, todo se volvió confuso, hetereo, relajante....

Cuando abrió los ojos, estaba sola en la cama. A lo lejos oía correr el agua de la ducha. Notaba un placentero hormigueo en todos sus agujeritos, pero estaba sexualmente más saciada que nunca. Javi apareció, desnudo, secándose con una toalla. Su cuerpo bien formado brillaba por efecto de las gotas de agua. En la mano levaba las bolitas, aquellas que tan buen juego habían dado esa noche. Sandra se vistió con calma, como queriendo alargar más aquella extraña noche. Él llamó por teléfono a un taxi y, con una cortesía propia de otros tiempos, le colocó el abrigo. Se despidieron con un beso, mientras él colocaba el rosario de bolas en uno de los bolsos del abrigo de ella.

Considéralas un regalo, te lo has ganado -dijo él, anticipándose a la pregunta de ella.

Eres maravilloso -respondió Sandra, besándole en la mejilla-. ¿Nos volveremos a ver?

Claro que sí. Mismo lugar, misma hora.

Sandra no dijo nada, pero estaba ya pensando el en próximo sábado y en el efecto de las bolitas durante el trayecto que había entre su casa y la discoteca en la que se habían conocido. El taxi ya la estaba esperando en la calle. Le dio la dirección al taxista y metió su mano en el bolso del abrigo, para tocar el regalo de Javi. Además de las bolas, encontró un papel. Lo sacó y leyó lo que ponía.

"Espero que te haya gustado, Sandra", seguido de un número de teléfono. Sonrió, mientras el taxista trataba de enfocar su cuerpo con el retrovisor interior.