La horma de sus zapatos (IV)

Las aventuras de Carlos se van complicando. Conveniente, pero no imprescindible, leer los relatos anteriores de la serie. Gracias por vuestros comentarios.

Marta y Carmen tuvieron el lunes un día asqueroso. Habían quedado a las seis de la mañana en el aeropuerto, para salir a las siete y media hacía Valencia, pero el avión no salió hasta las nueve y media, cuando se levantó la intensa niebla de primavera. Llegaron a las oficinas del cliente a las once y media en lugar a las nueve como habían quedado. El cliente estaba de uñas. El retraso le había obligado a cambiar todo la agenda del día y encima, Carlos, el jefe del proyecto, no se había presentado. Comieron solas tarde, mal y a la carrera y siguieron trabajando toda la tarde, sin grandes resultados. A la diez se marcharon al hotel, cansadas y cabreadas. En la recepción les indicaron que el bono de reserva era por una habitación y no por dos como ellas creían. Al parecer la empresa estaba recortando gastos con la crisis y los empleados de nivel medio y bajo tenían que aguantarse.

Como ya era tarde, en vez de subir a la habitación se fueron a tomar algo de cena en el mismo restaurante del hotel. La cena estaba siendo muy agradable y en medio de una animada conversación se bebieron un par de Martinis y una botella de buen vino tinto entre las dos. Marta tonteó y se exhibió todo lo que pudo frente a Carmen que, pese a lo duro del día, estaba realmente guapa. Marta estaba deseando darse un revolcón con Carmen, pero no se atrevía a entrarle por derecho al no estar segura de cómo respondería esta y prefería tratar de seducirla y que fuera Carmen quien diera el primer paso, una vez no  tuviera dudas que no iba a ser rechazada. Carmen, por su parte, no tenía habitualmente inclinaciones lésbicas, pero esa noche estaba completamente subyugada por Marta y estaba casi segura de que si daba el paso terminarían echando un buen rato.

A las doce y media recogieron las maletas y subieron. El recepcionista se había confundido y les habían dado una habitación con cama de matrimonio. Ambas protestaron, pero ninguna llamó a recepción, dando por supuesto que no habría ya habitaciones libres.

-              Ya que tenemos que compartir cama, voy a ducharme en un minuto –dijo Marta-.

-              De acuerdo, yo me ducharé después, que debo oler a tigre.

Marta fue a la ducha y Carmen deshizo el escaso equipaje. Al minuto, en efecto, Marta estaba de vuelta y enrollada en una toalla comenzó a deshacer también el equipaje, mientras Carmen iba a la ducha. Cuando volvió Carmen del baño, Marta estaba encima de la cama, con un mínimo tanga por todo atuendo, lamentándose de haber olvidado el pijama en casa. Carmen se quedó mirándola descaradamente, pensando que Marta estaba realmente como un cañón: tenía un tipo estupendo con unas tetas grandes, una barriguita sexi y un culo duro y redondo. Pese a no ser tortillera, le apetecía tenerla entre sus manos y sobarla largamente.

-              No te preocupes, a mí con las prisas me pasa también muchas veces –la consoló Carmen, dejando caer la toalla y quedándose completamente desnuda-. Al fin y al cabo no nos vamos a avergonzar por vernos desnudas.

-              ¡Claro que no! A mí, incluso me gusta contemplar el cuerpo de las mujeres, cuando es tan bonito como el tuyo. –Levantándose de la cama, Marta se acercó a Carmen y le dio una vuelta completa para contemplarla-. También me gusta tocarlos y sentirlos suaves, duros y calientes –mientras decía esto en el oído Carmen, Marta se pegó a su espalda y le pasó las manos por el vientre. Carmen no la rechazó, sino que por el contrario lanzó un suspiro de placer al contacto-.

Marta fue moviendo sus manos arriba y abajo suavemente desde los muslos hasta el cuello y situó a Carmen delante de un espejo para poder verla mientras la sobaba. Carmen se miraba y a través del espejo miraba a Marta a los ojos, rogándole que continuara.

-              ¿Te gusta verte así? Tienes unas tetas preciosas y un chocho grande y jugoso.

-              Me gusta, me gusta, me gusta mucho –contestó Carmen entre gemidos-.

-              ¿Quieres que juguemos más?

-              ¿Tu qué crees? –Contestó Carmen dándose la vuelta y apretándole el culo a Marta-.

Marta se arrodilló frente a Carmen y mientras le sobaba el culo y el ojete le metió la lengua en el coño moviéndola sin parar por toda la raja. Carmen miraba en el espejo la espalda y el culo de Marta y también sus tetas que no paraba de manosear y se calentaba más todavía, si es que era posible.

-              Ven, levántate, vamos a la cama.

Las dos desnudas se tumbaron en la cama. Marta abajo y Carmen sobre ella, cada una con el chocho de la otra en la boca. Marta empezó a meterle los dedos a Carmen en la raja. Primero uno, luego dos y mas tarde tres y a moverlos adentro y afuera cada vez más rápido. Carmen no pudo aguantar más, pegó un grito y se corrió a borbotones en la boca de Marta que al beber aquellos flujos se corrió chillando también.

Tras un breve descanso, Marta abrió de piernas a Carmen y cogiéndose una teta con la mano empezó a restregarle el pezón duro como una piedra por el clítoris. Carmen jadeaba sonoramente mientras se manoseaba las tetas sin parar. Al cabo de un buen rato de darle de mamar al clítoris de Carmen, Marta se giró y con las piernas cruzadas se movió hasta que se juntaron las dos rajas y empezaron a moverse cogidas de las manos. Carmen fue la primera en gritar que se corría, Marta le pidió un minuto, Carmen lo intentó pero no duró más allá de quince segundos. Cuando Marta notó un chorro del flujo de Carmen en su coño se corrió dando alaridos de ¡me corro, me corro, me corro!

Se durmieron tal y como estaban, con los chochos pegados.

Pero el destino quiso que su vecino de habitación fuese Carlos, que había volado a Valencia, reclamado por el cliente, a primera hora de la noche. Al llegar preguntó en recepción por sus compañeras y fue informado de que todavía no habían llegado y de que los alojarían en habitaciones contiguas. El hotel, que ya tenía sus años, no cumplía para nada las condiciones de aislamiento acústico y Carlos pudo y tuvo que escuchar la fiesta que habían organizado sus compañeras. ¡Cabronas y dicen que yo soy gay! Pensó varias veces a lo largo de la noche. ¡Estas me las pagan como yo me llamo Carlos! Fue su último pensamiento antes de dormirse, una vez que las vecinas habían caído derrotadas, y soñar de forma reiterada con Antonia, Marta y Carmen en las más increíbles situaciones.

Por la mañana Carlos dejó la habitación temprano y las esperó desayunando. Marta y Carmen estuvieron frías con él, insistiendo que ellas ya tenían controlada la situación. Volvieron a Sevilla por la noche. Ya en casa, Carlos ideó su venganza.

Al día siguiente Carlos le contó lo sucedido a Antonia y le propuso que invitara a Marta, a Carmen y a él mismo a una casa que tenían sus padres en el campo, para pasar el fin de semana. A Antonia la idea no la hizo muy feliz, pues le hubiera gustado bastante más estar a solas con Carlos, pero se resignó.

Antonia les dijo a Marta y a Carmen que había invitado a alguna gente de la oficina a pasar el fin de semana, no entrando en muchos detalles sobre quienes eran los invitados y rogando discreción para que los no invitados no se enfadaran. Marta y Carmen, sedientas de otra oportunidad de fiesta, aceptaron sobre la marcha.

Antonia y Carlos salieron temprano el viernes por la tarde hacia la casa. Se trataba de un pequeño cortijo que los padres de Carlos llevaban varios años arreglando, pero del que sólo habían logrado rehabilitar la sala, la cocina y un enorme dormitorio con baño, en el que había dos camas de matrimonio, del resto de la casa sólo estaban arreglados las cubiertas y los muros. Carlos se la enseñó a Antonia, que se preguntó cómo pensaba que iban a dormir. Antes de que se marchase, Antonia volvió a preguntarle a Carlos cual era el plan y este le contestó que ya lo improvisarían sobre la marcha, pero que el objetivo era que Marta y Carmen recibieran su merecido. Desgraciadamente para ambos, sólo les dio tiempo a un polvo rápido en la sala, que les supo a muy poco, después de su hazaña del pasado fin de semana.

Antonia estaba nerviosa y arrepentida de haber seguido a Carlos en la locura que debía estar planeando, pero sabía las mentiras y las maldades que ellas habían dicho sobre él en la oficina y no podía permanecer al margen, sobre todo después de enterarse que eran ellas las que se lo montaban a base de bien.

Poco después de marcharse Carlos se presentaron Marta y Carmen. Tras ver la casa, le preguntaron a Antonia si vendrían más invitados y cómo se iban a organizar para dormir. Antonia contestó que ya se vería cuando llegase el momento, saliendo del asunto como pudo.

Marta y Carmen comenzaron a tontear descaradamente entre ellas, así que cuando Antonia se hartó, propuso dar un paseo por el campo para ver si se refrescaban. La propuesta no tuvo ningún éxito y finalmente salió ella sola, dejando que las otras dos hicieran lo que les viniera en gana.

Mientras paseaba, pasando bastante  frío por cierto, Antonia pensaba cómo se había dejado liar por Carlos para meterse en semejante locura y, encima, el otro se había quitado de en medio en los primeros momentos, dejándola sin saber que hacer con aquellas dos prendas. Finalmente deseó que Carlos volviera pronto y, sobre todo, que hubiera pensado algún plan que le permitiera volver el lunes a la oficina sin morirse de vergüenza.

Pero los deseos de Antonia, al menos en parte, no iban por buen camino. Cuando Carlos se marchó no tenía nada claro que plan iba a seguir y pensó que tomándose un par de whiskys en el bar del pueblo le vendría la inspiración, lamentable error. Cuando ya llevaba cuatro seguía sin inspiración y, además, estaba medio borracho. Finalmente, salió del bar y al ir a montarse en el coche vio que  tenía una rueda pinchada. ¡Mierda!, pensó recordando que no había arreglado la rueda de repuesto después de la última vez que pinchó y ahora tendría que buscar un taller o una grúa, lo que le llevaría bastante tiempo. Bueno, se dijo, así por lo menos se me pasara un poco la caraja de la medio borrachera.

Cuando llamaron a la puerta de la casa, Marta y Carmen pensaron que serían otros invitados y arreglándose la ropa, desordenada durante el magreo que se estaban dando, fueron a abrir. No eran otros invitados o, por lo menos no lo parecían. Era una pareja de mujeres de la guardia civil.

-              Buenas tardes -dijo una de ellas-. ¿Son ustedes las dueñas de la casa?

-              No –contestó Marta- nos ha invitado una amiga que ahora está dando un paseo por el campo.

-              ¿Y como se llama esa amiga?

Marta miró a Carmen y por toda respuesta dijo: Antonia.

-              Antonia y que más.

-              Pues la verdad es que no lo sabemos con seguridad. Es posible que sea Martínez o Pérez o algo así.

-              No parece que sea muy amiga si no saben ni el apellido –dijo la otra guardia-. ¿Podemos pasar? –Preguntó, entrando sin esperar respuesta-.

-              Bueno, no es que sea muy amiga. Es más bien una compañera de trabajo.

-              Documentación –exigió la guardia que había hablado primero-.

Tras un rato de hurgar las dos en sus bolsos, Marta y Carmen descubrieron que, curiosamente, no se habían traído ni un papel que las pudiera identificar.

-              Lo sentimos, pero se nos ha olvidado cogerla.

-              ¡Vaya por Dios, hombre! –Exclamó con mucha guasa la guardia que se la había pedido y ya con un tono muy borde continuó-. Mirad, no tenemos muchas ganas de entretenernos, así que os voy a decir lo que pasa. Últimamente se vienen dando casos de putas que ocupan casas deshabitadas y citan a sus clientes por el móvil, indicándoles el punto del encuentro, y eso a nosotras no nos gusta, porque nos da muchos quebraderos de cabeza con las denuncias de los propietarios y los vecinos, las borracheras y los coches y todo lo demás.

-              ¡Oiga, cómo se atreve! –Protestó Marta-.

-              Me atrevo por la pinta y la peste a putas que tenéis las dos. Y no me toquéis más los cojones, que una como vosotras me ha levantado a mi novio.

Marta se fijó entonces en el aspecto de las dos guardias. Las dos estarían sobre el metro setenta, unos sesenta kilos y alrededor de treinta años. La más habladora era rubia y vestida de otro modo podía ser atractiva, destacando un culo redondo y un poco más amplio de lo conveniente. La otra tenía el pelo negro, una figura envidiable, sin duda formada en el gimnasio, y unos pechos grandes, que se hacían notar incluso bajo el uniforme.

Ahora fue Carmen la que se atrevió a protestar:

-              Miren, ni somos putas ni le hemos levantado el novio a nadie. Si quieren esperamos a que venga Antonia y que ella les confirme que somos sus invitadas.

-              Lo que vamos a hacer es inspeccionar el equipaje que hayáis traído para ir ganando tiempo, por si vuestra anfitriona no vuelve. –Ordenó en este caso la morena-.

Las cuatro se dirigieron al dormitorio. Cuando las guardias vieron las dos camas de matrimonio se cruzaron las miradas, llegando a la certeza que allí se debían montar unas orgías mayores que las de Roma. Primero le tocó el turno a Carmen. La bolsa de viaje, quitando un pantalón y una blusa, estaba llena de ropa interior bastante llamativa: tangas de hilo dental, sujetadores transparentes, medias de rejilla y un corsé de nudos y liguero.

-              ¡Vaya con la muchacha! Has venido bien preparada para trabajar ¿eh? –Dijo la rubia-.

Marta protestó cuando cogieron su maleta, alegando su derecho a la intimidad, pero no sirvió para nada. La morena abrió el equipaje y empezó a sacar, igualmente, tangas, corsés, ligueros y medias, como si se tratase de un mercadillo. Después, entre nuevas protestas de Marta, la guardia abrió la cremallera del otro compartimento de la maleta y con cara de sorpresa y desagrado extrajo diversos artilugios: un vibrador, un consolador doble, unas esposas, un antifaz, un pequeño látigo, una fusta y unas pinzas con borlas para los pezones. Marta estaba roja como un tomate e internamente se lamentaba de la cuidadosa preparación que había hecho para el fin de semana y que ahora la había puesto en aquella situación.

-              ¿Pero que numeritos montáis? –Preguntó la rubia-. Cacho putas, esto es lo que me ha levantado el novio. ¿Es que no basta con follar? ¿Hay que montar todo este aparataje para que se corran los pichaflojas? –Ya dirigiéndose a su compañera continuó:- Marisa, ve a llamar al cuartelillo por la radio del coche y pide instrucciones de que hacemos con estas dos.

La morena salió del dormitorio obedeciendo la instrucción recibida.

En ese momento Antonia volvía del paseo cansada y muerta de frío. Desde fuera de la casa vio la escena del dormitorio y salir a una guardia civil. Pensó que a Carlos se le había de las manos el montaje y se enfadó con él por no haberla informado de nada. La mujer que había salido de la casa se paró en la puerta, sacó un cigarrillo y empezó a fumárselo tranquilamente. Antonia, decidió mantenerse escondida. ¿Cuál sería el plan de Carlos? Esperó a que la guardia terminara el cigarrillo y volviese a entrar en la casa para llamar a Carlos  al móvil, pero este no le cogió el teléfono.

-              ¿Qué te han dicho en el cuartelillo? –Preguntó la rubia-.

-              Que hagamos lo que sea necesario, pero que hay instrucciones de muy arriba de acabar con las ocupaciones ocasionales si o si. –Contestó Marisa-.

-              Entrar las dos al baño –ordenó la rubia y cerró la puerta del mismo cuando Marta y Carmen entraron-. Vaya dos guarras –le dijo a la guardia morena, mientras analizaba el material intervenido en la maleta de Marta- ¿Qué hacemos? Detenerlas es para nada, el putero del juez las va soltar y encima nos echará la bronca a nosotras. Marisa, de verdad que me pongo mala de pensar en mi Manolo haciendo el numerito con tías como estas y luego pareciéndole poco todo lo que yo le hacía. ¡Cabronazo de mierda!

-              Juani, no te hagas mala sangre que luego es peor. Las puteamos primero aquí con un cacheo a fondo y luego nos las llevamos al cuartelillo, que pasen allí dos noches a la fresca y luego las largamos a la puta calle.

Dicho esto, Marisa abrió la puerta del baño y les ordenó que salieran.

-              Bueno cacho golfas, empezad a desnudaros y sin rechistar que a la primera que hable le meto dos ostias.

Marta y Carmen se miraron. No podían creer lo que les estaba ocurriendo. ¿Dónde coño se había metido Antonia? Marta hizo el gesto de empezar a protestar, pero la morena cumplió la amenaza y le metió un guantazo sin mayores preliminares.

-              Vamos que es para hoy –gritó la rubia-.

Antonia observó la escena por la ventana y al ver la ostia que le habían metido a Marta, volvió a pensar que a Carlos se le había ido la cabeza y que aquello iba a terminar muy mal.

Carmen, después de lo visto, se desnudó sin rechistar hasta quedarse como su madre la trajo  al mundo. Marta hizo lo mismo, dando pequeños sollozos y doliéndose de la mejilla, pero por extraño que pueda parecer, empezó a sentirse cachonda con la situación: las dos en pelotas, con dos guardias civiles mujeres de uniforme mirándolas e insultándolas y sin saber que pasaría luego. Marisa, que era bisexual, pensó que las dos tías estaban como dos tranvías y que quién las pillara fuera de servicio.

Por su parte, Carlos había conseguido a duras penas quitar la rueda pinchada del coche y llevarla a un taller. Una vez arreglada la rueda le pidió al mecánico que lo llevara de vuelta hasta el coche y lo ayudara a colocarla. El mecánico alegó que tenía que terminar otros trabajos para esa misma noche y que no podía acompañarlo, terminando por recomendarle que preguntara en el bar de al lado, por ver si alguien, con una propina, le hacía el favor. Carlos iba tan cabreado con la situación, que no reparó en que en realidad no se trataba de un bar, sino de un puticlub en toda regla, ni tampoco que llevaba la ropa y las manos llenas de hollín y grasa. Dejó la rueda en la puerta y entró. Al principio no vio nada debido a la obscuridad del local, pero al cabo de unos segundos observó que sólo había tres o cuatro mujeres muy ligeras de ropa, vamos casi desnudas. Ellas lo miraron y le invitaron a pasar, hacía bastante tiempo que no aparecía por allí un cliente tan joven y atractivo.

-              ¿Te apetece algo de lo que ves? –Le dijo una de las mujeres levantándose del taburete y mostrando su cuerpo embutido en un microsujetador y un microtanga-.

Carlos no lograba despejarse de la caraja que llevaba encima y todavía sin darse cuenta de donde se había metido, dijo:

-              Creo que no van a poder ayudarme ustedes. Con el frío que hace en la calle no deben salir así.

-              No te preocupes por eso, guapo, que yo me pongo un abrigo. –Le contestó la misma chica que se había puesto de pié-.

-              Bueno, yo también tengo un abrigo y puedo ayudarte en lo que necesites. –Dijo otra de las chicas que estaban en la barra-.

-              Son ustedes muy amables. ¿Alguna tiene el coche cerca?

-              En la misma puerta. ¿Hay que ir muy lejos?

-              No, aquí cerca. Y no se preocupen que estoy dispuesto a pagarles por su tiempo.

-              Ya después hablamos de eso, que no siempre se puede ayudar a un muchacho necesitado. ¿Verdad Jenifer?

-              Verdad Ali. ¿Vamos? –Dijeron las dos chicas al unísono dirigiéndose a Carlos y colocándose sus abrigos-.

-              De verdad que muy agradecido a la amabilidad de todas ustedes. No se me olvidará.

-              No te preocupes, que no se te va a olvidar en mucho tiempo. –Volvieron a decir las dos chicas, nuevamente al unísono-.

Al salir Carlos recogió la rueda y se dirigió al coche en que se estaban montando las dos chicas.

-              ¿Qué pasa, quieres aprovechar el viaje? –Le dijo una de ellas cuando lo vio coger la rueda y ponerla en el maletero-

Carlos le dio las indicaciones a la que conducía para llegar hasta el coche, pero cuando estuvieron lo bastante cerca, vio que aprovechando su ausencia le habían quitado las otras tres ruedas al coche, que había quedado apoyado en unos cuantos ladrillos.

-              Me cago en todo. ¿Pero qué hace la guardia civil de este pueblo, coño? –Si Carlos supiera lo que la guardia civil estaba haciendo en ese momento, no se lo habría creído ni viéndolo-.

-              ¿Este es tu coche cielo? Pues me parece a mí que estás jodido –dijo una de las chicas-. ¿Quieres que te acerquemos a otro sitio? Hoy con el partido el pueblo está muerto y tenemos tiempo de sobra.

-              Si fueran ustedes tan amables. Estoy en una casita en el campo que está como a diez minutos. Yo les pago lo que haga falta.

-              Luego hablamos de dinero, anda indícanos donde es.

Marta y Carmen seguían desnudas, a cuatro patas y en silencio encima de la cama. Marisa le indicó a la número Juani que fuera al coche por el maletín de cacheos. Cuando se quedó a solas con ellas, les dijo:

-              Mi compañera está muy cabreada con las tías como vosotras por lo de su novio, así que más vale que os portéis bien o la vamos a tener.

-              Y dale con lo del novio, que nosotras no tenemos nada que ver. –Se atrevió a decir Marta, lo que le acarreó un cachetazo en el culo que se le puso rojo como un tomate-.

-              Que te estoy diciendo, como mi compañera oiga algo relacionado con su novio la vamos a liar parda y os vais a arrepentir las dos.

Antonia vio salir a una guardia y luego el cachete que la otra le había zurrado a Marta. Pensó que aquello era un pasote en toda regla y que debía hacer algo ¿pero qué? La verdad es que las guardias tenían pinta de eso, de guardias, y no llegaba a comprender que estaba pasando, hasta que oyó a la que había salido hablar por la radio del coche.

-              Central, aquí la número Juana. Estoy con la número Marisa en el paraje La Guarra, con dos sospechosas de allanamiento y prostitución. Vamos a cachearlas para ver si llevan drogas o joyas y después a llevarlas al calabozo, para que pasen un par de noches a la fresca. Cambio y corto.

Joder la que se ha liado o sea que esto no es el plan de Carlos, ¿pero dónde coño está Carlos que no me coge el teléfono? Pensó Antonia. Ahora si que no entraba ni muerta, no fuera a terminar como Marta y Carmen, con el culo en pompa y harta de ostias.

Entró de nuevo la guardia con el maletín. Ya en el dormitorio lo abrió y se iba a poner unos guantes látex, cuando Marisa le dijo:

-              Es mejor que lo haga yo, tú estás demasiado implicada personalmente.

-              Yo soy una profesional que se separar las cosas. Tú a la rubia y yo a la morena, así terminamos antes y antes nos vamos.

Las dos con los guantes colocados y con un bote de vaselina se acercaron a Marta y Carmen, que a esas alturas estaban muertas de miedo y de frío.

-              Vamos a ver si lleváis droga en la vagina o en el recto. No moveros ni dar la lata que os va a doler más todavía. –Les dijo Marisa muy seria-

-              ¡Pero oiga, como se van a atrever! –Protestó esta vez Carmen llevándose el correspondiente zurriagazo, esta vez endiñado por Juani-.

-              ¿Es que no escucháis? ¡Que esto es muy serio! –Les gritó Marisa.

Y sin más preámbulos que poner vaselina en los guantes, procedieron a introducir las manos en las respectivas vaginas. Carmen medio sollozaba, pero Marta hasta notaba cierto gustito con aquello. Cuando terminaron con la vagina empezaron con el recto. En este caso las dos rompieron a llorar, aunque Marta se calló al cabo de poco tiempo; aquello de que una mujer, vestida de uniforme, le metiera la mano por el culo no dejaba de tener su cierto morbo para ella. Terminado el cacheo las guardias se quitaron los guantes.

-              Esta no lleva nada, pero es una guarra de cuidado, pues no se ha mojado la tía cuando le he cacheado el recto. –Le dijo Marisa a Juani-.

-              Esta tampoco, pero de mojarse nada, más bien cagada –le contestó Juani.

-              Pues ala a vestiros y a recoger vuestras cosas que nos vamos al cuartelillo.

Marta y Carmen estaban acojonadas. Pero que mierda de fin de semana iban a pasar sin tener ninguna culpa, pensaban, y Antonia sin aparecer ni dar señales de vida. Ya hablarían el lunes o en cuanto pudieran con ella.

Antonia observó como salían las cuatro de la casa, Marta y Carmen, esposadas, iban entre las dos guardias, con unas pintas realmente lamentables. Subieron al coche y se fueron por un camino distinto al que ellos habían utilizado para llegar. Cuando se perdieron de vista por fin pudo relajarse un poco, entrar en la casa y volver a llamar a Carlos, que seguía sin cogerle el teléfono ni responderle a los mensajes.