La horma de sus zapatos (III)
Carlos continúa con sus aventuras, aunque esta vez encuentra la horma de sus zapatos. Recomendable, aunque no imprescindible, leer los capítulos anteriores.
Carlos no fue a trabajar el viernes alegando un fuerte resfriado, lo cierto era que la pelea le había dejado algunos moratones, pero en realidad eso era lo de menos: la vergüenza de lo que pensarían Marta y Carmen y sobre como lo difundirían en la oficina, le imposibilitó levantarse de la cama para acudir al trabajo.
A media mañana del viernes el jefe de equipo le comunicó a Carmen que el lunes a primera hora tenía que salir de viaje con Marta para resolver algunas cuestiones del proyecto en el que estaban trabajando y que deberían permanecer fuera hasta que las aclarasen, si Carlos se reponía pronto se les uniría, en caso contrario tendrían que arreglárselas solas.
Después de pasar un día y dos noches perros, Carlos se despertó pronto el sábado con una idea rondándole por la cabeza: tenía que desmontar los infundios que Marta y Carmen hubieran esparcido por la oficina y para ello nadie mejor que Antonia. Antonia era una secretaria de la oficina que, según él, reunía cuatro condiciones inigualables para sus objetivos: aparentemente estaba colada por sus huesos o así se le había parecido en algunas de las fiestas de la oficina; no tenía novio conocido; era guapa; y, sobre todo, parecía ser absolutamente chismosa. Si, en contra de sus principios, lograba tener un lío con ella, toda la oficina lo sabría en cuestión de horas y se desmoronarían las mentiras de Marta y Carmen. Recordó que lunes tras lunes la oía contar a los otros compañeros, que el sábado a mediodía tomaba siempre unas cervezas en el mismo bar y él recordaba que bar era.
A la una de la tarde ya estaba rondando el dichoso bar con la idea de hacerse el encontradizo y, a partir de ahí, desplegar sus dotes de seductor hasta el final. Después de una hora de espera la vio venir acompañada de dos personas mayores y de un chico más o menos de su edad. ¡Como se hubiera echado novio se había jodido el invento!
Esperó a que se sentaran en una mesa en la calle y a que los atendiera el camarero. Mientras dedujo que las dos personas mayores podrían ser los padres de Antonia: existía un cierto parecido entre ella y la mujer; y él lo disponía todo, como debían sentarse, que tomarían,…etc. La incógnita era el chico, pero no había más remedio que intentarlo.
Se aproximó de frente a Antonia como buscando mesa, hasta que se cruzaron sus miradas y Antonia lo saludó. Él entonces se acercó con un evidente exceso de alegría, dado que diariamente, durante dos años, sólo le había dirigido los buenos días y las buenas tardes. Antonia se vio obligada a levantarse y preguntarle cómo se encontraba del resfriado. Carlos, tras contestar que ya estaba repuesto, se dirigió al resto de la mesa para presentarse. Antonia tuvo que corresponder señalando a su madre, a su padre y a Pedro. ¿Quién coño sería Pedro?, se preguntó Carlos. Tras las presentaciones, Antonia trató de despedir a Carlos dando por terminado el encuentro, pero Carlos no estaba dispuesto a desanimarse tan pronto, así que comenzó a ensalzar la “enorme capacidad de Antonia para el trabajo”, mirando alternativamente a su madre y a su padre, que entraron al trapo de manera inmediata, invitando a Carlos a sentarse para que siguiera regalándoles el oído sobre las virtudes de Antonia, cosa que Carlos hizo entre ésta y su madre.
- No saben ustedes la hija tienen. Yo creo que sin ella no podríamos funcionar, lo lleva todo para adelante. Cualquier problema que se plantea ella es capaz de resolverlo en un abrir y cerrar de ojos. ¡Y que simpatía! ¡Y que compañerismo! ….
Antonia lo miraba no dando crédito a tanto halago, pero cada vez más contenta con que lo oyera la concurrencia. Durante los diez minutos de panegírico, el padre de Antonia estuvo dividido entre escuchar a Carlos y llamar al camarero, que cumplía a la perfección las recomendaciones de sólo dos de los tres monos indios, ya que no veía ni oía, pero, por el contrario, hablaba a voces sin parar con el resto de los camareros del bar sobre las sandeces más inauditas. Cuando, por fin, se acercó a la mesa preguntó con bastantes malos modos que querían, a lo que Carlos, con una cara como una piedra, respondió que un botellín de agua sin gas. El padre de Antonia protestó alegando que en ese bar ponían la mejor cerveza de Sevilla y que por eso ellos iban todos los sábados a pasar un ratito allí. Carlos, pese a que odiaba la cerveza y lo que de verdad le apetecía era un vino, aceptó la recomendación.
Tras un rato de conversación, Carlos seguía sin saber quién era el tal Pedro, que no había abierto la boca todavía. Decidió pasar a la acción y mirándolo fijamente le dijo que debería estar muy contento de estar con Antonia. Riendo el padre de Antonia le dijo a Carlos que Pedro era su otro hijo, aun cuando no reunía ninguna de las virtudes de su hermana. Aquello le pareció bastante cruel a Carlos, aunque también le alegró poder ubicar por fin al zangolotino aquel.
Visto que la situación parecía bastante favorable, Carlos decidió seguir con su plan adelante y le dijo lo bastante alto a Antonia, como para que lo pudiesen escuchar sus padres, que había reservado mesa en un conocido y concurrido restaurante para ir a comer con un amigo, pero que al final a éste le había surgido un imprevisto y no podría acompañarlo. Una pena, porque no quería perder la reserva, pero tampoco le apetecía comer solo y ya que se habían encontrado “casualmente”, si a ella le apetecía, estaría encantado en invitarla. Antonia, tras mirar a sus padres, comenzó a decir que ellos tenían la costumbre de comer siempre los sábados y los domingos en casa todos juntos y que … Pero su madre no la dejó terminar diciéndole que no podía desaprovechar una ocasión así, y que habría muchos más sábados y domingos para compartir la paella familiar. El tira y afloja terminó cuando el padre de Antonia, que había estado escuchando la conversación, dijo que no había más que hablar y que se fueran ya o llegarían tarde a comer.
Antes de marcharse Carlos se excusó diciendo que tenía que ir al servicio. Desde la cabina consiguió el número del restaurante y pudo reservar para las tres en punto. De vuelta a la mesa, pagó la cuenta en la barra, y ya sin sentarse, le indicó a Antonia que debían irse. Mientras ella se levantaba y se despedía, el padre pidió la cuenta al camarero, que le indicó que ya había sido abonada, lo que motivó un aluvión de protestas de toda la mesa.
De camino al restaurante Carlos observaba a Antonia con nuevos ojos. Tenía el pelo castaño, que ahora llevaba lacio y suelto sobre la espalda, los ojos oscuros y grandes, la nariz pequeña y algo respingona y la boca de labios carnosos. Estaba bastante guapa. Sin embargo, llevaba una ropa elegida como para ocultar las formas de su cuerpo. Resultaba casi imposible imaginársela desnuda, salvo que se hiciera un esfuerzo de imaginación, cuyo resultado, normalmente, se correspondería sólo por suerte con la verdad.
La cabeza de Antonia era un hervidero. Con la de veces que había intentado acercarse a Carlos en la oficina, ahora, de pronto, era él quien se le había acercado y la había invitado a comer. Pensó que iba mal vestida, mal maquillada, mal peinada, que no estaría a la altura de las circunstancias, que Carlos se habría visto obligado a invitarla, que saldría corriendo en cuanto terminasen y que habría perdido su oportunidad, afortunadamente se había depilado dos días antes. Los nervios se la estaban comiendo, le resultaba imposible entender lo que Carlos le decía y mucho más responderle con desenvoltura. Necesitaba beber algo para tranquilizarse.
La comida le estaba resultando a Carlos más agradable de lo que había supuesto. Al principio Antonia estaba muy retraída, pero tras dos Martinis y media botella de vino tinto, ahora estaba simpática, habladora e ingeniosa, momento que Carlos aprovechó para sacar el tema de las habladurías de la oficina y tratar de obtener alguna información sobre lo que hubieran dicho Marta y Carmen el día anterior sobre él. Antonia no estaba por la tarea, no quería que Marta o Carmen se entrometieran esa tarde entre Carlos y ella. Esa tarde era suya y de nadie más.
Cuando concluyeron Carlos propuso tomar una copa en un pub cercano. Antonia gritó un ¡hurra¡ para sus adentros. Pero su alegría sólo duro hasta que recordó que llevaba una ropa interior impresentable. No podía seguir adelante sin resolver ese problema –es lo que tienen las obsesiones- y entonces propuso ir a otro pub, que estaba muy cerca de una tienda de ropa interior en la que había visto las cosas que ella quería para esa tarde-noche. A Carlos le daba igual un sitio que otro y salieron elogiando la comida.
Al llegar al local, Antonia le dijo que tenía que ausentarse un cuarto de hora, pues tenía que comprarle unas cosas a una amiga, y que la esperase tomando una primera copa. ¡Mujeres¡
Pasada media hora apareció de nuevo Antonia con una cara radiante y pidió una copa para ella también. Después de otra copa más para los dos, ambos estaban empezando a estar cocidos. Antonia, con menos costumbre de beber, fue la primera en ser consciente de que tenía que hacer algo o terminaría harta de copas y sin estrenar sus compras para la ocasión. Se armó de valor y le dijo a Carlos que le encantaría ver su casa, pues seguro que no sería otro piso más de soltero en el que no se podía vivir. A Carlos le abordaron todos los miedos que le habían llevado a no relacionarse con sus compañeros, pero al fin y al cabo ese era el motivo por el que se había hecho encontradizo.
Durante los veinte minutos que caminaron hasta su casa Carlos estuvo pensando que Antonia era una buena chica y que lo que había tramado era una charranada como la copa de un pino. Ahora, además de los miedos respecto a sus compañeros, le comía la mala conciencia. Decidió que le enseñaría la casa, tomarían un café o una copa y la acompañaría a su casa o a donde demonios fuese. Antonia, por su parte, notó que Carlos se había puesto serio y estaba cada vez más ensimismado, cambio que achacó a que había sido una fresca al proponer ir a su casa y a que él ya se había cansado de ella, pero ni se le pasó por la cabeza cejar en su intento y tirando del alcohol que había bebido se dijo que a sus veinte y tantos años ya estaba bien con la timidez.
Ya en su casa, Carlos le ofreció un café a lo que Antonia le respondió que prefería primero otra copa y que luego le tenía que enseñar el piso. Carlos las sirvió y puso algo de música, mientras que Antonia iba al baño con la bolsa de las cosas que había comprado.
El baño era como todos los baños modernos de pisos caros, piedra mierdosa, mamparas, espejos, placa de ducha, mucha iluminación,…etc. Antonia observó que estaba limpio y olía agradablemente a jabón y a loción corporal. “¡Vaya este se cuida el body!”, pensó. Se desnudó por completo y se miró al espejo. Por una vez le gustó lo que vio. Tenía una bonita figura, unas tetas duras más bien grandes que pequeñas, con unas areolas y unos pezones grandes, un culito apretado y unas bonitas piernas. Lamentó no haberse rasurado el coño, pero compartía el baño con su madre por las mañanas para ducharse y si llegaba a verla impúber se pondría como una fiera con ella. Sacó de la bolsa la ropa interior que se había comprado: un sujetador rojo que le apretaba mucho las tetas, un tanga a juego, que era la mínima expresión posible, un liguero y unas medias también rojos y una camiseta muy apretada, como no, de color rojo. No dejaba de mirarse en el espejo mientras se iba vistiendo y se estaba poniendo muy cachonda. Sobre la ropa interior se puso los pantalones que llevaba y la camiseta nueva. Había sido una gran compra. Decidió no ponerse la chaqueta que llevaba antes y enseñar la hermosa y preciosa canal que formaban sus tetas con el sujetador y la camiseta. Guardó el resto de la ropa en la bolsa y salió del baño diciéndose que no aceptaría un no por respuesta.
Carlos se quedó boquiabierto cuando la vio, pero desde que habían salido del pub tenía tomada la decisión de no continuar con su plan. Antonia se sentó y tomó un sorbo de la copa. Sentía como Carlos la observaba asombrado, pero también lo veía abrumado, lejano, seco, no sabía como definirlo. Empezó una conversación intrascendente, esperando que Carlos se volviera a normalizar, pero él la interrumpió.
- Antonia, he pasado una tarde estupenda contigo, pero tengo que decirte que el encuentro de hoy no ha sido una casualidad. Te he buscado porque quería …
- Un momento Carlos –lo interrumpió a su vez Antonia-. Déjame hablar a mí antes y luego sigues si quieres. Tengo 26 años y no soy tonta. Ya sé que el encuentro no ha sido casual y también sé que no venías por mí, pero yo también estoy pasando una tarde estupenda, que me apetecía hace mucho tiempo. No soy ningún pendón, pero tampoco soy una virgen, me gustan los hombres y me gustas tú. No quiero tener novio ni quiero ningún compromiso especial con nadie. Soy muy joven todavía, ya tengo a mi padre para organizar y mandar y no quiero un sustituto suyo. Quiero terminar de pasar una buena tarde y me apetece pasar una buena noche contigo. Así que ni me estás engañando ni abusando de mi confianza. De lo que ha pasado esta tarde y pueda pasar todavía no voy a decir nada a nadie de la oficina o eres tan tonto que te crees de verdad que todos los sábados y domingos no hago más que tomarme una cerveza con mi familia. -Carlos se había quedado sin palabras y no dejaba de mirarla convencido, cada vez más, que él era un gilipollas y Antonia una tía bastante más lista y más madura que él, a la que muy erróneamente había tomado por tonta. Siguió Antonia después de dar otro sorbo a la copa –. No me protejas, que para eso ya tengo a mi padre, y si quieres mirarme las tetas, míralas de frente y no como si me fuera a doler, para que crees que me he puesto esta camiseta. ¡Ah, una cosa más! No creo que seas marica como algunas dicen en la oficina, pero si lo fueras, sólo por esta noche lo lamentaría.
Mientras Antonia volvía a darle otro sorbo a la copa mirando a Carlos, en la cabeza de éste sólo se repetía una frase como un mantra “soy gilipollas, soy gilipollas, soy gilipollas…”. Levantó la vista y miró a Antonia. Se sentía como un gusano al lado de un gigante. Durante ese día él había empequeñecido como el hombre menguante y ella había crecido a sus ojos hasta convertirse en un ser casi inalcanzable. Volvió a bajar la vista mientras ambos guardaban un largo silencio, que rompió Antonia para decir:
- ¿Por qué los hombres sois tan tontos que nos miráis a las mujeres o como pendones o como santas y no como somos: pendones y santas a la misma vez? ¿Vas a besarme o te vas a echar a llorar? –Acercó su boca a la de Carlos y lo besó, primero tímidamente y cuando Carlos le respondió, ardientemente.
Antonia se dijo a sí misma que había ganado la batalla y ahora le tocaba disfrutar del botín.
- ¿Te vas a desnudar o voy a tener que desnudarte yo? –Le dijo Antonia al oído a Carlos-.
- Desnúdame tú.
- Te vas a arrepentir de ser tan vago. –Antonia dijo esto a la misma vez que comenzó a desabotonarle la camisa a Carlos. Cuando terminó, le sacó la camisa del pantalón y se la quitó, luego se agachó para quitarle los zapatos y los calcetines y por último lo hizo ponerse de pié para soltarle el cinturón y la tirilla de los pantalones. Notó con gusto que Carlos estaba comenzando a empalmar, pero aparentó no prestarle atención, sino que siguió bajándole la cremallera de los pantalones para finalmente soltarle los botones de los boxes que llevaba y dejar a Carlos completamente desnudo frente a ella. ¡Joder que rico está y que polla tan apetecible tiene! Pensó mientras se ponía ella también de pié-. Llévame al dormitorio- le pidió-.
Antonia sacó el cinturón de los pantalones de Carlos antes de seguirlo. En el dormitorio lo sentó en la cama apoyado en el cabecero y cogiéndole ambas manos por las muñecas se las ató con el cinturón, sin atender sus protestas para abrazarla y acariciarla. Se colocó delante de un espejo de cuerpo entero que estaba a los pies de la cama y comenzó a desnudarse, dándole la espalda a Carlos, sin dejar de mirarse a sí misma y a él reflejado en el espejo, que no daba crédito a lo que veía. Con un movimiento de las piernas se deshizo de los zapatos, luego, levantando los brazos, se contoneó tanto como pudo para exhibir su figura. Sin parar de contonearse se desabrochó el pantalón y lo fue bajando muy despacio, hasta dejarlo caer al suelo, arrojándolo a un lado con los pies. Pudo ver como Carlos ya estaba completamente empalmado y lucía una muy buena polla para jugar durante mucho tiempo. Tenía el tanga empapado y comenzaban a mojársele los muslos. Le resultaba increíble lo que estaba haciendo, pero no había estado nunca tan segura de sus acciones. Cruzándose las manos sobre el pecho comenzó a sobarse las tetas, primero sobre la camiseta y luego muy despacio por debajo.
- No te levantes y no te toques. –Le ordenó a Carlos, sin volverse, cuando éste, después de sobarse el nabo con las dos manos, hizo intención de levantarse de la cama-.
- ¡Por Dios Antonia, que me voy a poner malo!
- Ya te curaré yo, cuando me parezca bien.
Después de seguir sobándose las tetas, cogió la camiseta por debajo y se la quitó cruzando los brazos. Carlos estaba asombrado de que aquella preciosidad fuera la misma chica tímida y recatada que veía todos los días en la oficina. La visión de Antonia en sujetador, tanga, liguero y medias rojas lo tenía anonadado. Ella seguía contoneándose mirándose al espejo y él estaba empalmado como hacía tiempo que no lo estaba.
- Como hoy no has sido un buen chico. Voy a tener que castigarte. –Se volvió, se acercó a él y haciendo un rulo con la camiseta que aun llevaba en la mano, fabricó un antifaz y se lo anudó fuertemente a Carlos en la nuca-.
- No hagas eso, que ni siquiera podré verte ya.
- De eso se trata, que primero sientas el deseo y luego lo cumplas. –Tras decir esto cogió el cabo del cinturón con el que le tenía apresadas las manos y lo ató al cabecero de la cama por encima de la cabeza de Carlos, hasta inmovilizarlo-.
Una vez que Carlos no podía ni moverse ni verla, lo miró a su antojo, pero sobre todo le miró la polla, la tenía roja y a punto de reventar y los huevos hinchados como bolas de tenis. Los dos estaban tan calientes que, de seguir así, se correrían en un minuto. Decidió darse un respiro y dárselo a Carlos.
Fue al salón a por las copas y al volver hacia el dormitorio, vio por el rabillo del ojo que en una ventana del otro lado de la calle, había una adolescente mirándola con arrobo desde su habitación. Pensó que posiblemente la chica seguiría las andanzas de Carlos y que igual la había visto desnudarlo antes. La idea le encantaba. Se paró y dándole la espalda a la ventana le dio un trago a la copa. Se imaginaba a la chica observándola como estaba, con aquel tanga que mostraba íntegramente su magnífico culo, el liguero y las medias, que le hacían unas piernas aun más moldeadas. Sobre todo se imaginaba la envidia que le tendría, sola en su habitación con las hormonas disparadas, mientras ella estaba con un buen maromo, en medio de un polvo largo, gustoso y tal vez vicioso.
Oyó como Carlos la reclamaba desde el dormitorio y le contestó que se callara si no quería que también le pusiera una mordaza. Se giró un poco y de refilón volvió a ver a la chica, que no quitaba ojo de la ventana. Antonia sintió que esa tarde era la suya y que podía hacer lo que le apeteciera. Se giró un poco más y se puso de frente a la ventana, sin mirar directamente a la vecina, dejó las copas y se ajustó las tetas dentro del sujetador, como si la ventana fuera un espejo y después se ajustó las medias. Vio como la vecinita, que tendría unos dieciséis o diecisiete años, apagó la luz, pero no se movió del sitio. Quería más espectáculo. Se bajó el tanga con una mano, como para ajustárselo, y con la otra se atusó el abundante pelo de su coño y lo colocó con esmero dentro del tanga, vigilando que no quedara ninguno fuera. Tenía que acabar con la función o no podría aguantar el calentón, que cada vez era mayor. Doblándose por la cintura para mostrar mejor sus tetas, cogió un cubito de hielo de la copa y se frotó largamente el vientre, los muslos y el pecho, luego lo devolvió de manera evidente a la otra copa y corrió la cortina. Tuvo un subidón de cuidado pensando en el calentón con que habría dejado a la vecinita, que ahora debía tener las dos manos ocupadas, sobándose de lo lindo.
Cuando volvió al dormitorio le alegró ver que Carlos seguía igual de empalmado que antes. Tomó un buen sorbo de la copa de él y abriéndole la boca se lo pasó, terminando con un buen beso. Se quedó unos minutos observando detenidamente el dormitorio y disfrutando de la situación. La habitación era bonita, aunque fría, demasiado masculina. Carlos no tenía novia, se notaba en el salón, en el baño y sobre todo en el dormitorio. Llevaría allí a sus amigas o a sus líos, pero ninguna repetía tantas veces como para haber dejado su huella. Él, de vez en cuando la llamaba, le pedía que lo besara, pero Antonia no le hacía caso y lo callaba con un sorbo de la copa. Al cabo de unos minutos la erección de Carlos seguía igual y ella estaba cada vez más caliente, había llegado la hora de liberar tensiones.
Fue al baño, cogió el bote de aceite corporal y se lo untó a Carlos desde los pies hasta la cabeza, excepto en la polla y en los huevos, dejándolo brillante y resbaladizo, luego le obligó a darse la vuelta e hizo lo mismo por la espalda. Se sentó a horcajadas sobre él y le dio un masaje en el culo y las piernas. Se agachó y comenzó a pasarle las tetas por el culo y la espalda, mientras ella se sobaba el coño. Carlos emitía suaves gemidos de placer y le rogaba que le dejase tocarla o al menos mirarla, pero ella no estaba dispuesta a ceder.
Le dio de nuevo la vuelta, poniéndolo bocarriba, quería que se corriera sin tan siquiera tocarlo. Se puso en cuclillas a su lado sobre la cama, se desplazó el tanga a un lado y comenzó a hacerse una sonora masturbación. Su coño mojado sonaba como si chapotease y gemía cada vez con más intensidad, mientras iba describiéndole con todo lujo de detalles y de forma entrecortada lo que estaba haciendo.
- Me estoy haciendo una paja, mirándote el nabo. Mis dedos recorren mi raja de arriba abajo, de un lado al otro, mientras me sobo las tetas por encima y por debajo del sujetador. ¿Oyes como chapotean los dedos en mi coño? Creo que no voy a durar mucho. Ahora me doy golpecitos en el clítoris, mientras me tiro de los pezones …Cada vez más fuerte, mas fuerte, mas fuerte …No hables sólo escucha, oye los dedos entrando en mi chocho…
Notó que Carlos se iba a correr cuando empezaron a darle espasmos en el nabo, ella aceleró los dedos y se corrieron a la misma vez. El con grandes chorros sobre la barriga y el pecho, llegando incluso algunos a salpicarla a ella y Antonia goteando sobre la sábana y sobre él, mientras se derrumbaba en medio de fuertes temblores. Había sido el mayor calentón de la vida de Carlos y el mejor orgasmo de la vida de Antonia. Ella se acurrucó al lado de Carlos y ambos cayeron en un placentero sopor.
Cuando Antonia salió por fin del letargo y miró el reloj eran las diez y media pasadas. Carlos seguía medio dormido. Se levantó, cogió el móvil y llamó a su casa para decir que dormiría en casa de unas amigas con las que había pasado la tarde. Su madre le preguntó por la comida y ella le respondió que bien, pero que Carlos se había ido al fútbol con unos amigos al terminar de comer. Volvió al dormitorio y tomó un trago de su copa. Tenía hambre. Fue a la cocina y preparó un plato con el queso y los embutidos que había en la nevera, abrió una botella del mejor vino que había y se lo llevó todo al dormitorio. Despertó a Carlos y le quitó la camiseta de los ojos.
- Ya que me voy a quedar a dormir, me he permitido preparar algo de cena. –Carlos la miró primero a los ojos y después al resto. Todavía no había podido salir de su asombro. Antonia era una auténtica caja de sorpresas y, al menos por ahora, todas buenas. Era inteligente, simpática, guapa, estaba buenísima y encima se las había ingeniado para hacer que se corriera sin el menor contacto.
- ¿Tú eres la hermana gemela de la Antonia de la oficina o es que tienes doble personalidad? Por favor, suéltame que tengo dormidos los brazos, prometo no abalanzarme sobre ti, hasta que tú no me lo digas o, al menos, hasta que hayamos tomado algo de comer. –Antonia soltó el cinturón del cabecero, pero no le soltó las manos-.
- Por el momento te voy a tener atado en corto, no vayas a querer echarme sin haber follado, lo que no me perdonaría nunca.
Comieron y dieron cuenta de la botella de vino sentados en la cama, mientras charlaban animadamente. Carlos no dejaba de mirarla, ahora si podía imaginársela desnuda aunque todavía no la hubiera visto.
Antonia se sentía alagada y contenta, pensó que en poco menos de doce horas se había convertido en otra persona. Se sentía segura de sí misma y le importaba un pimiento si era ingeniosa o no, si estaba despeinada, gorda o delgada, o si se le salían los pelos del coño por los lados del tanga. Carlos se sentía igualmente otra persona, la lección que le había dado Antonia le hacía considerar ahora a las mujeres de otra manera, creía entenderlas mejor, verlas como eran: complejas, libres, sensibles, sensuales, independientes,…
- ¿Y ahora qué? –Preguntó Carlos acercándose a ella-.
- Ahora a la ducha o te crees que me voy a acercar a ti con lo pringoso que estás.
- Vas tú primero o voy yo.
- De eso nada, vamos los dos juntos, no te vayas a escapar.
Ambos se levantaron y se dirigieron al baño. Antonia notó que Carlos estaba volviendo a empalmarse, al parecer le había gustado la idea de ducharse juntos. En el baño Antonia lo liberó del cinturón y se miró al espejo. Carlos se puso detrás y comenzó a quitarle la ropa interior, primero de rodillas soltándole las medias, bajándoselas y quitándole el liguero, después de pié le desabrochó el sujetador, liberándole las comprimidas tetas y por último, nuevamente de rodillas, detrás de ella, le bajo el tanga. Todavía de rodillas le metió la cara entre las nalgas y le besó el culo largamente.
- Te he dicho que no te acerques a mí en tu estado pringoso. –Lo levantó, lo abrazó y lo besó, después lo empujó hasta la ducha y abrió el grifo-.
Al caerle el agua encima, a Antonia le entraron unas ganas de orinar incontrolables, intentó separarse de Carlos, pero éste suponiendo lo que le ocurría no la soltó, sino que le susurró al oído:
- Méate así como estamos. –A Antonia le pareció una cochinada, pero una cochinada que de pronto le apetecía enormemente -.
- Sólo si tú te meas también- le contesto cerrando el agua caliente-.
El agua fría tuvo un efecto inmediato y cuando los dos comenzaron a orinar les entró la risa tonta, sin parar de besarse y mientras notaban el calor en las piernas.
- Meona, dale al agua caliente que nos vamos a morir de una pulmonía. –Le dijo Carlos cuando terminaron, chupándole los pezones que se le habían puesto morados a Antonia-.
Bajo el agua caliente, Antonia cogió el bote de gel y lo vertió sobre los dos. Primero Carlos pasó sus manos sobre todo el cuerpo de Antonia, sin dejar un solo sitio sin sobar, luego ella le correspondió con especial insistencia en la polla, los huevos y el culo. Una vez que se quitaron el jabón, Antonia se dio un gusto, se puso de rodillas y le chupó la polla a Carlos, que volvía a estar empalmado como un fraile carmelita. Al cabo de unos minutos, Carlos se tumbó en el plato de ducha y le dijo a Antonia que hicieran un “69”. Ella no se lo pensó dos veces y ambos estuvieron lamiendo y chupando hasta que se corrieron entre gemidos y bramidos. Volvieron a enjabonarse y a enjuagarse sin sacar el uno la lengua de la boca del otro.
- Todavía no hemos follado, te advierto y no me pienso ir hasta que lo hagamos. –Dijo Antonia, mientras se secaban-.
- Habrá que hacer algo para evitar eso.
Cuando llegaron a la cama, se tumbaron y se durmieron sin que les diera tiempo a apagar la luz.
Antonia, acostumbrada a dormir sola, se despertó a media noche al rozarse con Carlos. La luz estaba encendida y se incorporó. Lo miró, dormía bocarriba roncando como un energúmeno. Pensó en despertarlo, pero le pareció cruel. Paseó la mirada por la cama y vio un bulto bajo las sábanas en la entrepierna de Carlos. Se dijo que podía hacer que dejara de roncar sin que se enfadase. Echó la ropa de la cama a los pies, se tumbó a su lado y comenzó a masturbarlo. Con una mano le movía la polla de arriba abajo con mucha suavidad, mientras que con la otra le acariciaba el glande y los huevos. Le gustaba tocarlo. Carlos dejó de roncar, se movió y sin abrir los ojos esbozó una enorme sonrisa.
Ella se estaba volviendo a poner cachonda, pensó que era un cacho de pendona, pero le dio exactamente igual. Cambió la mano de las caricias de sitio y empezó a masturbarse ella a la misma vez. A los cinco minutos le dolía el brazo con el que le estaba haciendo la paja a Carlos y cambió de brazo, pero no de actividad. Su cabeza le decía que ya llevaba dos buenos orgasmos en menos de seis horas, pero su cuerpo le pedía el tercero. Hizo caso al cuerpo y siguió a dos manos hasta que notó que Carlos y su polla se tensaban, apretó el ritmo sobre su clítoris y volvió a correrse a la misma vez que Carlos, esta vez con menos chorros, pero también con gemidos de placer. Se limpió, apagó la luz y volvió a dormirse, nuevamente exhausta.
El sol despertó a Carlos. Si había esa luz, debían ser por lo menos las diez de la mañana, pensó. Se incorporó y miró a Antonia. Dormía como una bendita. Se levantó y fue a preparar café y unas tostadas. Mientras se hacía el café notó que le dolía el nabo y deparó en que Antonia y él todavía no habían follado, cosa que no pensaba dejar pasar bajo ningún concepto. La paja de media noche había estado fantástica, por supuesto que algo había notado, pero estaba tan a gusto que no habría sido capaz de diferenciar si era un sueño o una realidad. Por lo que le dolía el nabo y los huevos debió ser una realidad.
Mientras bajaba el café deparó en la bolsa de ropa de Antonia y no pudo evitar mirar su contenido: un sujetador y unas bragas blancos corrientes y la chaqueta que llevaba la tarde antes. Olió el sujetador y las bragas, tenían su olor, un maravilloso olor a limpio y a intimidad. Había querido estar espectacular para él y por eso lo dejó a media tarde para ir a comprar otra ropa. Le agradó la idea, pero no le pareció justa.
Cuando terminó de preparar el desayuno se lo llevó hacia el dormitorio. Antonia seguía durmiendo. Tenía un pié fuera de la cama, lo cogió suavemente y chupó sus dedos uno a uno. Antonia retiró el pie, abrió los ojos, sonrió y se incorporó.
- No has tenido bastante ya. Huelo a café, uhmm y a tostadas. Eres un cielo.
Carlos le acercó la taza de café y un plato con las tostadas. Antonia estaba sentada en la cama, con sus magníficas tetas al aire, saboreando el café. Está preciosa, pensó Carlos. Se acercó y acariciándole una teta la besó. Él tomó sólo café, sentado a los pies de la cama.
- Gracias, gracias por todo –dijo Carlos con una punta de lágrima en los ojos-. Soy un gilipollas integral y eso no se cura de un día para otro, pero creo que me has puesto en el buen camino.
A Antonia se le había pasado el efecto del alcohol y sus miedos estaban empezando a asaltarla: “¿No sé que puede ver en mí? Estoy gorda, despeinada, con pelos en el coño y seguro que huelo mal. Además, me duele el chichi de tanto dale que toma. ¿Por qué le dije lo de mear juntos? Está pensando que soy una golfa y una viciosa y lo peor es que tiene razón. Me tengo que ir ya. Soy una cenicienta fuera de hora.”
Carlos le ofreció una copa de anís de guindas y ella se tomó dos de un trago como un cowboy.
Carlos se acercó al salón y cogió la bolsa con la ropa del día anterior.
- Quiero que te vistas como ibas ayer –le dijo Carlos dándole la bolsa-. Luego quiero desnudarte y follarte –continuó y salió del dormitorio-.
Antonia se quedó un momento quieta, tratando de averiguar que había pasado por la cabeza de Carlos. Lo que fuera no le pareció malo. Pensó varias tonterías y concluyó que quería tenerla como era normalmente, que le podía gustar de todas las maneras. Se vistió, se arregló un poco y fue a buscar a Carlos.
- ¿Es que te gustan las institutrices inglesas? –Dijo Antonia al entrar en el salón-.
- Me gustas tú, vayas como vayas.
- ¡Que galante te has levantado! ¿Es qué has dormido bien esta noche? –Dijo con picardía mientras lo abrazaba y lo besaba-.
Antonia observó que la cortina estaba descorrida y que en la ventana del otro lado de la calle estaba de nuevo la adolescente de la tarde anterior. Pensó en correr la cortina, pero le gustó más la idea de dejarla como estaba. Carlos seguía besándola y tocándole el pelo. Se separó de ella y le desabrochó la chaqueta muy despacio, la abrió sin quitársela y le besó las tetas por encima del sujetador, que las cubría enteras. Después le dio la vuelta y desde detrás le desabrochó los pantalones y le bajó la cremallera, tocándole el vientre y el pubis por encima de las bragas. Sin parar de besarle el cuello y los hombros, le quitó la chaqueta y dejó caer los pantalones. Antonia notaba otra vez su polla en el culo, echó las manos hacia atrás para cogerla, pero él no se lo permitió y le devolvió los brazos hacia delante. Carlos se sentó en el sillón y la atrajo hacia él de frente. Estuvo un largo rato chupándole el vientre, empujándola con las manos en su culo. Antonia estaba en la gloria dejándose hacer y mesándole el despeinado pelo a Carlos. Le dio nuevamente la vuelta, para seguir besándole el culo, mientras subía las manos hasta sus tetas y las sobaba unas veces suavemente y otras con fuerza, hasta casi hacerle daño. La adolescente ya se había percatado de la actuación y disimuladamente tras la pantalla del ordenador no les quitaba ojo. Por fin Carlos se decidió a meter la mano bajo las bragas y acariciarle el chocho. Antonia lanzó un gemido entre el dolor y el placer cuando le rozó el clítoris. Le dio de nuevo la vuelta y le desabrochó el sujetador para chuparle y magrearle las tetas. Sin separar la boca de sus pezones le quitó las bragas lentamente y la dejó completamente desnuda.
- ¿Te sigue gustando lo que ves? –Preguntó Antonia con una voz muy ronca-.
- No, pero te hice anoche la promesa de que no te irías sin que follásemos y yo siempre cumplo mi palabra. ¿Vamos al dormitorio?
- Prefiero hacerlo aquí, el dormitorio ya lo tengo muy visto. –Cogió las manos de Carlos y se las separó del chocho-. Quiero follar y no más pajas, así que prepárate.
Le abrió el albornoz a Carlos y flexionando las piernas se agachó y se metió su polla, que estaba inflada y de un rojo carmín. La sensación de tenerla dentro la hizo saltar y comenzó a mover el culo como una bailarina de samba. Carlos le sobaba el culo, soltándole también algún cachete, y le chupaba las tetas.
- Quiero estar así hasta mañana. No te vayas a correr. –Le dijo al oído a Carlos-.
- No sé si me queda algo dentro, pero si sigues moviéndote así lo voy a fabricar rápido.
Antonia se levantó y se dio la vuelta, dándole ahora la espalda a Carlos. Allí seguía la espectadora. Estaba otra vez caliente como una plancha y le encantaba el chapoteo que hacía la polla de Carlos en su coño.
- Levántate que ahora me toca a mí estar tumbada. –Levantó a Carlos del sofá y se colocó ella bocarriba con el culo sobre el reposabrazos, dejando el coño a la altura perfecta para que él la follase por delante. Carlos no se hizo de rogar y se la metió tan al fondo como pudo mientras le sobaba las caderas y los muslos-.
- Me voy a correr –le avisó Carlos. Ella aceleró los dedos con que se estaba frotando el clítoris-.
- Córrete cuando quieras, yo también estoy lista. –Nada más decir esto Antonia, Carlos se corrió y ella con él. Cuando terminó de eyacular se derrumbó sobre ella como un muñeco-.
Volvieron a ducharse juntos, pero esta vez la cosa no pasó de algunos besos y abrazos. Ninguno podía soportar el más mínimo roce sobre los genitales.
Carlos acompañó a Antonia hasta cerca de su casa, donde se despidieron sobre las dos. Para ambos habían sido las veinticuatro horas más intensas sexualmente que habían vivido nunca. Antonia comió y se acostó a dormir la siesta de la que se levantó a las siete de la mañana del día siguiente. Carlos volvió a su casa y se tumbó en el sofá con las piernas abiertas y sin calzoncillos. Sólo se levantó del sofá para irse a la cama, donde se durmió con las piernas abiertas y levantadas para evitar el roce de la sábana sobre la polla. La vecinita pasó toda la tarde estudiando con una falda larga y sin bragas, tampoco podía soportar el más mínimo roce sobre su chocho.