La horma de sus zapatos (I)
Historias que le ocurren a Carlos con las chicas de su trabajo y con otras chicas.
Carlos llevaba una vida apacible. Al terminar los estudios universitarios había estado trabajando en varios sitios, hasta que dio con el empleo que creía hecho para él. Tras dos años en la Consultora se encontraba cómodo: valoraban su trabajo, le encargaban proyectos interesantes y ganaba un buen dinero. ¿Qué más podía pedir a sus treinta y pocos años?
Por decisión suya seguía estando soltero y sin pareja estable. La verdad es que las mujeres se le daban bien, tal vez por eso, prefería no comprometerse con ninguna en especial y seguir picoteando entre sus amigas, las amigas de sus amigas, las enemigas de sus amigas y, en general, con toda aquella que le gustara. Sin embargo, su promiscuidad terminaba cuando entraba en el trabajo: no quería tener líos con ninguna de sus compañeras, por lo que mantenía aisladas su vida personal y su vida profesional.
Ese aislamiento había dado origen a que sus compañeros y, sobre todo, sus compañeras lo considerasen una persona huraña. Cada vez que se producía cualquier celebración en el trabajo el asistía, pero en el momento en que se concluía la comida o que el primero decía que tenía que marcharse, salía detrás poniendo cualquier excusa.
En algunos momentos las cosas se le habían puesto un poco apuradas para mantener la distancia, pero al final siempre había preferido perder la posibilidad de un buen rato con alguna compañera, a perder su independencia. La última vez había sido con Carmen. Una compañera de trabajo de su edad: lista, trabajadora y guapa. Los dos estaban colaborando en un proyecto y habían tenido que viajar juntos un par de días seguidos para cerrar algunos detalles con los clientes.
La última noche, después de cenar en el hotel, Carmen propuso ir a tomar una copa a algún sitio próximo. Carlos detectó el peligro, pero le pareció una grosería negarse, cuando ambos sabían que hasta el mediodía siguiente no cogerían el avión de vuelta y que, por tanto, no había prisa por irse a dormir. Lo que iba a ser una copa fueron tres finalmente, de modo que cuando regresaron ambos estaban algo más que achispados.
Carmen había estado sonsacándole de su vida privada: si tenía novia, si vivía solo o con sus padres,…etc.; aprovechando ella para comentarle también algunos detalles de su vida: había tenido novio, pero habían terminado hacía unos meses, ella seguía viviendo con sus padres, aunque tenía un piso comprado,…etc. Carlos dejó a Carmen en la puerta de su habitación y siguió hacia la suya. Tras asearse, se acostó a mirar un rato la televisión: no tenía sueño y tampoco tenía la cabeza para leer después de las copas.
A los cinco minutos sonó el teléfono de la habitación. Era Carmen, al parecer había recibido una llamada del trabajo preguntándole determinadas cuestiones sobre el proyecto, que tenía que responder a primera hora. Era necesario que se viesen un momento para comentarlas. A Carlos le extrañaron las prisas y la hora, pero dijo que se acercaría en un momento. Como no tenía ganas de volver a vestirse, desnudo como estaba, se puso el albornoz del hotel encima y se dirigió a la habitación de Carmen. Cuando fue a llamar la puerta, estaba abierta, pese a lo cual tocó suavemente. Carmen le respondió diciéndole que pasara, ella estaba en el baño y saldría en un momento. Se trataba de uno de esos hoteles modernos en los que el baño está medio integrado con el resto de la habitación, así que no pudo evitar verla en la ducha, detrás de la mampara traslúcida, cuando pasó hacia dentro. La habitación de Carmen tenía además una especie de ventana entre el baño y la zona de dormir, cuya independencia visual se garantizaba con una persiana de lamas. Mientras estuvo de pie la persiana cumplió su función, pero cuando se sentó en el sillón a mirar una revista, observó que desde esa nueva altura podía ver perfectamente desnuda a Carmen mientras se duchaba.
En un primer momento no quiso mirar y volvió la cabeza hacía el frente, pero el ruido del agua en la ducha lo llamaba como un canto de sirenas del que no podía sustraerse. Finalmente miró: Carmen se estaba frotando con jabón por todo el cuerpo y ¡que cuerpo! Cuando dejó el jabón descolgó la ducha y estuvo un rato, que a Carlos le pareció eterno, rociándose escrupulosamente hasta hacer desaparecer todo resto de jabón de cualquier parte se su anatomía. Cuando por fin cerró el grifo y cogió la toalla para secarse, Carlos lamentó no haberse vestido; estaba completamente empalmado y no podía disimularlo sólo con el albornoz. Cruzó las piernas guardándose el nabo en medio y rogó que se le bajara el calentón antes de que Carmen saliera del baño. Cuando lo hizo iba envuelta en la toalla, que a duras penas le cubría el culo. Carlos todavía sentado le preguntó qué querían en la oficina, a lo que Carmen le respondió, mientras se dirigía al mueble bar, que no importaba, que ya ella lo había resuelto. Sacó un benjamín de cava preguntándole si quería una penúltima copa, lo que permitió que Carlos viera que seguía desnuda debajo de la toalla. La cabeza le iba a estallar: follar con Carmen era lo que más le apetecía del mundo en aquel momento, pero si lo hacían rompería su norma de no tener líos con nadie del trabajo. Los principios fueron más fuertes que la tentación y aprovechando que Carmen estaba de espaldas sirviendo el cava se levantó y de un salto se puso en la puerta, despidiéndose de ella desde el pasillo, cerrando y sin escuchar sus últimas palabras.
Afortunadamente para Carlos la noche no terminó así. Cuando cerró la puerta de la habitación de Carmen se dejó recostar un momento de espaldas en el pasillo para tomar aire y preguntarse si había hecho bien, sin reparar en dos cosas, que había otra huésped más en el pasillo y que seguía empalmado como un ogro y llevaba la polla fuera del albornoz. La huésped se le quedó mirando. Tuvo la certeza de que iba a terminar en comisaría denunciado por exhibicionista, pero ella en lugar de gritar abrió la puerta de su habitación sin dejar de mirarlo y con un gesto le invitó a entrar, Carlos no se lo pensó dos veces y aceptó la invitación. Su anfitriona resultó ser una alemana llamada Andrea que estaba de viaje de trabajo en España. Dentro de la habitación Andrea le hecho mano al nabo de Carlos, que seguía empalmado, y con bastante sorna le preguntó en buen castellano si se trataba de algún servicio nuevo del hotel, a lo que Carlos le respondió que si, que se trataba de un servicio especial para las mejores clientas. ¡Que detalle! Concluyó ella. Andrea tendría unos siete u ocho años más que Carlos, en torno a los cuarenta, y estaba realmente espectacular, como pudo comprobar al momento.
- ¿Por qué no sirves dos copas mientras me ducho para refrescarme? –Le dijo Andrea con una voz muy sensual, mientras comenzaba a desnudarse lentamente, deleitándose en su exhibición frente al joven recién conocido-.
- ¿Qué quieres tú? –Contestó Carlos sin dejar de admirar el cuerpo que Andrea iba descubriendo lentamente-.
- Champan, no Cava –contestó ella mientras se soltaba la cremallera de la falda.
Andrea mediría algo más de uno setenta, rubia, con el pelo corto, ojos azules, con una belleza fría muy sajona, unas tetas grandes, sin ser exageradas, con unas areolas rosadas, un culo perfecto en forma de pera y unas piernas preciosas; al verla quedaba claro que debía estar en el gimnasio más que en su casa. Llevaba el chocho totalmente depilado, con un pequeño triángulo de pelo muy corto, también rubio, en el monte de Venus.
Carlos abrió la botella de Champan, sirvió la copas y se dirigió hacia el baño que Andrea había dejado con la puerta abierta. Dejó las copas en la encimera del lavabo, se quitó el albornoz y se metió con Andrea en el enorme plato de ducha. Se acercó a ella por detrás, metiéndole la polla como un leño entre cachetes del culo y cogiéndole las tetas desde abajo.
- ¡Huy, todavía pueden ser mayores las atenciones del hotel, que bien! –Exclamó Andrea, echando los brazos hacia atrás para cogerle el culo a Carlos y apretarle más la polla contra su culo-.
- Todavía no has probado lo mejor.
Carlos se arrodilló detrás de Andrea y fue alternando besos y suaves mordiscos en su culo, mientras comenzaba el asalto a su chocho con sus dedos. Andrea gemía suavemente, se volvió y le puso a Carlos la raja en su boca. Le supo deliciosa. Tenía un chocho grande, del que ya sobresalían los labios menores, y un clítoris como la punta de su dedo chico. Aquella mujer estaba bien dotada de todo.
Tras unos minutos de lengua, Carlos se levantó, le puso la punta de la polla en la raja y empujó penetrándola hasta que sus huevos chocaron contra Andrea. La noche iba de duchas. El espectáculo de Carmen y ahora aquella teutona tetona lo habían puesto a punto de reventar.
- No se te ocurra correrte todavía o vas a perder la polla para siempre. –Le susurró Andrea al oído-.
- No te preocupes que tengo combustible para varias carreras, sin que se baje –le dijo Carlos sin parar el mete saca-.
- Los españoles sois muy optimistas al principio, pero después nos toca a nosotras lograr que os vuelva a la vida.
Carlos pensó que podía tener razón e iba a quedar como el betún, así que la sacó mientras seguía besando a Andrea.
- Vamos a tomar la copa, que te voy a enseñar otra forma de beber Champán –dijo Carlos mientras cortaba el agua y cogía una toalla-.
- Soy muy aficionada al Champán, te va a costar enseñarme novedades.
Aquella suficiencia de Andrea picó a Carlos. Una vez medio secos, Carlos sacó a Andrea de la ducha, puso una toalla en el suelo y la empujó para que se arrodillara. Cogió una de las copas con una mano y el nabo, totalmente descapullado, con la otra, le puso la punta dentro de la boca de Andrea y comenzó a verterse Champán desde el pubis, para que resbalara por su polla hasta la boca de Andrea.
- Me encanta –dijo Andrea mientras bebía y se masturbaba-, pero dentro de un rato te vas a arrepentir.
Cuando se acabaron las copas de Champan, Carlos echó otra toalla al suelo detrás de Andrea, se arrodilló y se la volvió a incrustar a Andrea, que ya estaba mucho más que caliente.
- ¡Me voy a correr –gritó Andrea-, sigue ahora, no pares, sigue follándome!
Andrea se corrió gritando en alemán no se sabe qué. Cuando se tranquilizó Andrea, Carlos se la sacó y se corrió sobre su espléndido culo y su musculada espalda.
Se quedaron un buen rato tumbados en el suelo del baño, hasta que consiguieron recuperar el resuello y se tumbaron en la cama. Carlos, después de las copas y del polvo, estaba reventado y se durmió profundamente. Andrea también se durmió, pero menos profundamente.
Cuando Andrea despertó a media noche, vio que Carlos estaba de nuevo totalmente empalmado. Decidió despertarlo cariñosamente, le cogió la polla y empezó una mamada, que fue despertándolo poco a poco. Cuando Carlos ya empezó a abrir los ojos y a notar lo que pasaba, Andrea se giró y le puso el coño en la boca para que correspondiera con el gustoso despertar que le estaba dando. Carlos se aplicó a sus deberes y Andrea agradecía gimiendo el empeño. Carlos unas veces cogía con los labios y con los dientes el clítoris de Andrea y otras le pasaba la lengua por toda la raja y el ojete del culo.
Estuvieron así casi un cuarto de hora y mientras Andrea estaba cada vez más cerca del orgasmo, Carlos llegó a la conclusión de que tenía una de esas erecciones que pueden durar horas, sin llegar a correrse. Le había pasado una sola vez en su vida y sabía que producía sensaciones contradictorias: por una parte era un gustazo estar horas follando, sabiendo que no iba a eyacular; pero por otra, el deseo de eyacular se iba incrementado, hasta producir un fuerte dolor en los huevos.
Decidió aprovecharse de su estado y follar a Andrea como no la habrían follado en su vida. La tumbó boca arriba y colocándose frente a ella, se puso sus piernas sobre los hombros, dejándole el chocho completamente abierto. Durante minutos le estuvo pasando la cabeza de la polla por el clítoris y la raja, hasta que Andrea se corrió mojando la cama con sus flujos. Entonces la penetró hasta el fondo y comenzó a bombear sin piedad. Andrea no podía moverse y tenía cara de estar en otro mundo. Cuando tuvo la polla bien empapada de los flujos que manaban de Andrea la sacó y se la puso en el ojete, subiéndole aun más las piernas. Andrea lo miró con miedo cuando sintió lo que Carlos pretendía, pero este no estaba dispuesto a parar, así que lentamente inició una penetración facilitada por el lubricante natural del que tenía embadurnado el nabo. Una vez que estaba totalmente dentro empezó de nuevo a bombear, mientras que con dos dedos le penetraba el coño y con otro le sobaba el clítoris.
Con el cuarto orgasmo de la noche Andrea perdió el conocimiento durante un rato, pero Carlos estaba decidido a seguir y cuanto Andrea se repuso se la sacó del culo y poniéndose sobre su pecho, le golpeó fuertemente los pezones con la polla para terminar metiéndosela entre las tetas a la misma vez que se las cerraba con las manos. Cada vez que subía le metía la punta de la polla en la boca, que Andrea no podía cerrar para absorber el aire que necesitaba.
Después de un buen rato de cubana, Carlos se levantó y le colocó el ojete y los huevos en la boca para que se los chupara, mientras se masturbaba como un mono. Por fin, al cabo de diez minutos más consiguió correrse sobre la cara y las tetas de Andrea, perdiendo la fuerza en las piernas y cayendo al final sobre ella.
Cuando recobró las fuerzas besó a Andrea, que estaba dormida y seguía con la cara llena de semen, se puso el albornoz y se fue a su habitación. Eran las siete y media de la mañana, estaba muerto de cansancio y tenía la polla en carne viva.
(Continuará).