La holandesa (6)
Ana encuentra pan para sus dientes y yo me llevo la sorpresa de mi vida.
Sabía que tenía que romper la relación, sabía que cuanto más tardase sería peor, pero no había manera de coger a mi padre a solas; mis padres estaban siempre juntos, hasta al mediodía; mi padre, en vez de bajar al bar, se tomaba el aperitivo con mi madre; mientras ella daba los últimos toques a la comida él servía unos vermuts blancos que acompañaba de unas aceitunas. Así los días iban pasando tercos y tercas eran las citas de ella de las que yo salía apaleado, humillado y relajado.
Un día desesperado decidí hablar con mi amigo Manolo, contarle algunas cosas y así lo hice. Comencé por decirle que me lo montaba con Ana, en un primer momento dudo de mis palabras, después empezó a hacerme preguntas morbosas y concretas; le corté las esperanzas diciéndole que estaba desesperado, que deseaba cortar con ella y no sabía como hacerlo, que era abrumadora Manolo demostró ahí toda su ignorancia del tema; pensaba que yo: el macho dominante, era quien mandaba en la relación, dejé que lo pensara usando la línea del "no quiero hacerle daño", pero lo importante era dejar sentado desde cuando ella y yo teníamos intimidad y que, de momento, no lo comentase con nadie.
Al fin un domingo pude hablar con mi padre, no fue fácil, estábamos dando un paseo por el campo y lo abordé; le dije que tenía que hablar con él, me dijo que hablara; le comenté que tenía un problema, pero que no podía decir nada de lo que habláramos a mi madre; protestó diciendo que él para mi madre no tenía secretos y le repliqué que él no, pero yo sí y no quería que ella supiese nada por el momento, que si le preguntaba le contestara que habíamos hablado de mi próxima entrada en la universidad Después de un cierto tira y afloja le conté todo.
Lo primero que me llamó la atención fue que a papá, nada más decirle que me lo había estado haciendo con Ana, se le puso dura; "¡vaya, vaya!", pensé, "al jefe también le va la jamona"; lo que me sorprendió es que no se le bajaba, más aún, a medida que el relato de mis dichas y desdichas avanzaba le crecía el bulto. Se rió con mi relato cuando le expliqué lo poco escrupulosa que era con su higiene personal, y las merendolas de chocho sucio que me había pegado; se puso serio cuando le explique la historia de la bella Dorita y el marido; se molestó, e incluso le apareció un cierto aire iracundo cuando supo lo de la grabación. Cuando yo terminé él solo me dijo: "Estudia la carrera que te guste porque es la única forma de que llegues a ser un buen profesional, de lo demás déjame pensar a mí; de momento actúa como siempre y si puedes", añadió, "intenta meterle en algún momento un dedo en el culo a ver como reacciona". Me reí al escuchar sus palabras.
Entre tanto Ana había dado pasos adelante en su manera de tratarme, pasos que exigían más que nunca que saliera de sus garras: había comenzado a feminizarme, a vestirme de niña, pintarme los labios y, mientras me llamaba putita se reía de mí y me humillaba. También después de que yo le metiera un dedo en el culo, aparte de que al momento me dio una tunda de padre y muy señor mío, comenzó a meterme ella a mi por el culo diversos objetos, más o menos aceitados, tal y como bolígrafos, zanahorias (yo no había imaginado nunca lo grande que puede llegar a ser una zanahoria), dedos de su mano y, en general, cualquier cosa que le apeteciera. Otras veces me colocaba sobre sus muslos, amordazado, con las manos atadas a la espalda y empezaba a calentarme el trasero con la zapatilla hasta que yo lloraba a lágrima viva. Pero todo eso en el fondo no era tan grave para mí, lo podía soportar, hasta que llegó un momento en que la solución se hizo imperiosa. Había llegado a proferir una amenaza terrible: "Un día te haré venir conmigo de compras, lo harás vestido de mujer, yo misma te pintaré los labios y los ojos, y te empolvaré la cara con mi propio maquillaje, te prestaré uno de mis bolsos viejos y algo de mi ropa". No contesté por no provocar a la bestia, pero aquello podía ser terrible; en aquel momento mi ciudad tenía noventa y cinco mil habitantes, no voy a decir que nos conociéramos todos, pero sí que ir por la calle vestido de mujer podía crearme muchos problemas; bastaba con que me reconociera alguien con ganas de machacarme. Cuando salí de casa de Ana aquella tarde no me lo pensé dos veces y abordé a mi padre, éste movió la cabeza y al final dijo: "Tengo varias ideas en mente, pero todas requieren la participación de tu madre". Ante mis dudas sobre la posible reacción que mi madre podría tener cuando se enterase, mi padre comentó que no la infravalorara, que no era tonta y añadió que le dejara hacer a él, accedí, realmente yo ya estaba entre la espada y la pared.
Llegó el día, mis padres me habían avisado un par de días antes: "El día que te llame avisa, ya tenemos lo necesario". Y el día de mi liberación había llegado, antes de la comida me hicieron algunas preguntas en privado, sin que estuvieran delante mis hermanos y me explicaron como tenía que reaccionar yo cuando mi momento de actuar se presentase.
Hacía unos minutos que me estaba ahogando bajo aquel gran trasero, ya tenía la cara bien untada de jugos, cuando llamaron a la puerta de modo imperioso. En principio Ana hizo como si no se hubiera enterado, pero los golpes a la puerta seguían. Se levantó de mal humor, se puso la bata y fue a abrir; entraron mis padres como un ciclón y mi madre sin más le dio una bofetada mientras le gritaba: "¿qué diablo estás haciendo con mi hijo?" y casi sin transición: "¡te lo estás follando y es un menor!"
No recuerdo que contestó Ana, pero si que la conversación fue corta y que no contestó la bofetada; mi madre hablaba muy alto, prácticamente gritaba, mientras que la holandesa contestaba en un tono de voz calmado; en un momento dado Ana dijo que yo la había intentado violar y estaba pagando por ello, mi madre dijo que eso era mentira y la holandesa replicó: "lo sé, pero tengo una grabación que dice lo contrario, puedo ir a la comisaría con ella". Apenas oídas estas palabras, mi padre, ostensiblemente, apago el caset con el que había grabado la conversación, sacó la cinta y me la dio a mi que me había vestido mientras me decía que no me lavara la cara porque cuando acabaran con Ana iríamos a que me hicieran un análisis de ADN para llevar al juicio.
Yo tenía que haberme ido a mi casa, ese era el plan, pero decidí que me quedaba a ver que pasaba, abrí la puerta y la cerré de un portazo, me escondí tras una cortina y pude ver sin ser visto lo que estaba pasando.
Mamá era mucho más fuerte de lo que yo pensaba, había agarrado por el pelo a la holandesa y le había obligado a bajar la cabeza; papá le había retorcido un brazo a la espalda y además entre los dos la habían llevado hasta una silla alta y con un asiento de buen tamaño sobre el que, a pesar de su resistencia, habían obligado a Ana a colocar la barriga. Poco a poco la lucha iba siendo más desigual, con facilidad mi madre se había sentado sobre la espalda desnuda y había conseguido colocar sus piernas una a cada lado del cuello de la vencida; las había ido cerrando a continuación hasta estrangularla, inmediatamente Ana dejó de agitarse, se estaba ahogando, mi madre ayudó a mi padre a atar las manos de la vecina a la espalda, cualquier posible lucha había terminado: mi polla alcanzaba unas dimensiones hasta entonces desconocidas. Mamá se levantó de la espalda, le obligó a levantar la cara tirando del pelo para arriba y procedió a abofetearla mientras papá había sacado el rabo (lo tenía mucho más grande que yo) y, después de echar algo en el culo de Ana, se lo metió entero por el agujero en dos o tres empujones, lo que hizo a la sodomizada agitarse de dolor y gemir. Para que no gritara mi madre le metió las bragas en la boca y en ese momento yo, que había sacado la pilila, eyaculé de modo salvaje sobre la cortina.
Me chocó que a mamá no le molestase, ni lo más mínimo que papá se la metiera a la holandesa, pero no me preocupé demasiado, estaba sorprendido porque mi padre la seguía teniendo en el culo ajeno y no eyaculaba, no tenía reloj, pero me pareció que mi padre aguantaba mucho, de vez en cuando hacía el típico movimiento de cadera con el que la sacaba y la volvía a meter más hondo, mientras mi madre, que seguía vestida porque ella es una dama, recorrió el cuerpo de Ana y, cuando le apetecía le daba un golpe, o un pellizco, o un bofetón y algún sabio consejo: "No vuelvas a molestar a mi hijo, o lo pasarás muy mal". Ana aguantaba la tormenta hasta que mi madre le agarró los pezones y se los retorció sin miramientos, en ese momento se echó a llorar y se agitó como una poseída y con su movimiento papá se corrió como un burro y yo como otro (le estaba dejando buena la cortina).
Papá la sacó, se le salió, y dijo que había caca; mamá le quitó sus bragas de la boca a la holandesa y le comunicó que quería la polla de su marido reluciente de puro limpia, yo me fui porque me estaba empalmando otra vez no sé que pasó después de mi marcha.
Pero la realidad es que Ana me evitó a partir de aquel día.