La holandesa (4)

Donde llego a pasarlo mal y decido que así no puedo seguir.

Soltar a su marido le llevó más tiempo que a la mujer, estaba atado de una forma bastante más compleja, que le impedía cualquier movimiento. Comprobé, al observar lo que veía, la frialdad con que la holandesa era capaz de actuar y lo mal que llevaba sus cuernos. Sacó a su marido, como a Dorita, arrastrando por los pelos; se permitió alguna ironía cruel: "Tu eres un hombre, tendré que tener cuidado, creo que no te desataré las manos no vayas a dominarme tu a mí"; la verdad es que el pobre don Cornelio apenas se tenía en pie, tenía algún problema para respirar y, por si fuera poco, se acababa de llevar un zapatillazo en las bolas que me había dolido hasta a mí. Su esposa mientras yo estuve mirando la escena le había dado algún golpe fuerte, uno fue en la nariz, para trabajarlo un poco; después de algún mazazo más y alguna burla cruel decidió soltarle las manos y le aseguró que iban a pelear, si él vencía sería libre, como había dicho a Dorita, también a él le quitó la mordaza y también él se tiró a sus pies suplicando clemencia y tampoco le sirvió para nada, quizá sirvió para poner caliente a su dominante esposa.

-Vamos, maricón, pelea y si no haberlo pensado antes de ponerme los cuernos-, le dijo ella; se movió bruscamente y vi que cogía algo; era como un látigo, lo hizo girar en el aire antes de dejarlo caer con fuerza sobre su marido, él aulló.

No quise ver mucho más, estaba horrorizado contemplando la paliza tan terrible que el pobre infeliz estaba recibiendo. No podía defenderse, bien lo sabía su mujer, no podía cubrirse con los brazos porque no los podía levantar. No quise seguir viendo, me fui de allí, me acosté y, pese a lo nervioso que estaba, quizá si había bebido somnífero, me quedé dormido.

Me despertó Ana, primero diciéndome: "despierta dormilón", después poniendo la mano en mi hombro y agitándome; di un grito y ella un paso atrás, sorprendida me preguntó que pasaba y yo tras jadear un poco le pedí perdón por haberla asustado y le dije que había soñado con que me iban a secuestrar los marcianos y justo ella me había tocado cuando ellos me iban a agarrar. Se rió de mi explicación y me preguntó si había ido allí a dormir, salté de la cama, me arrodillé delante de ella abrazándole los muslos y le aseguré que había ido a lo que mi ama quisiera; ella sonrió y me acarició el pelo, yo la acaricié, no precisamente el pelo, y comprobé que estaba muy caliente desde todos los puntos de vista, hasta los pies los tenía calientes. Me mandó levantarme y me dijo: "vamos a pelear, si gano yo haremos lo que ordene, si ganas tú serás el jefe", me eché a reír, ella también.

Como siempre, después de inmovilizarme, se sentó en mi cara. El olor era más penetrante y profundo que nunca, además estaba tan mojada que creí que se le hubieran escapado algunas gotas de orina; no era así, era su flujo. Lo que si sucedió, me dio asco, fue que después de pajearse con mi cara, obligarme a lamer su clítoris, y tener muchos, muchísimos, orgasmos, me mandó lamerle el ojete y comprobé que llevaba vitaminas frescas, vamos que había cagado y no se había limpiado. Sinceramente no lo consideré una deferencia conmigo, pero no me atreví a decir esta boca es mía, nadie sabía donde estábamos, ni siquiera mis mejores amigos sabían lo nuestro, nadie nos había visto juntos y quizá ella tuviera una tercera jaula, lo que si me planteé fue que si salía de allí rompería todo contacto con Ana.

Pero todos mis pensamientos quedaron cortados de raíz, como tantas veces, por la sensación impresionante de su boca chupándomela: ¡qué arte tenía la jodía! Que cada uno piense lo que quiera, pero tardé mucho en encontrar alguien que lo hiciera con ese esmero y entusiasmo, no entendía como don Cornelio le había puesto los cuernos con una poco cosa como Dorita cuando tenía aquel pedazo de hembra tan necesitada de ser embestida y chupada.

Nuestra relación siguió como siempre unas buenas lamidas a su entrepierna tan jugosa, solo en un momento dado sacó un puñado de cuerdas y me dijo que íbamos a hacer alguna innovación; a todas estas yo, que no tenía ningún interés por ser atado, y sabía que, dada su superioridad física no podía impedir que lo hiciera, le dije que tenía hambre, que debíamos comer algo antes de seguir a lo nuestro, que yo llevaba en mi mochila bocadillos para la cena y algo de embutido y latas para el día siguiente, ella dijo que sí, que comeríamos, pero después de pelear.

No sé que pasaba por el cerebro de la holandesa aquel día, aquella noche, pero se sentía decididamente cruel; se dedicó a asfixiarme de muchas formas, sobre todo lo hizo subida a mi espalda, pasando su brazo por mi cuello mientras su mano libre se paseaba cerca de mis bolas y cuando se me ponía dura, me daba un fuerte apretón que me bajaba las calenturas de golpe; finalmente cogió mis manos, me las ató a la cabecera de la cama para, a continuación, atar mis pies abiertos en cruz, cada uno a una esquina de la cama; después de hacerlo se sentó sobre mi pecho, puso sus manos alrededor de mi cuello, y lo apretó mientras me decía: "me has intentado engañar, pero no lo has logrado, ¿crees que soy tonta?"

Yo estaba asustado, me acababa de dar cuenta de algunas manchas de sangre que tenía en la cara interna de los muslos y bajo sus uñas, era sangre de sus prisioneros o, al menos, eso me parecía; al oír sus palabras pensé que ella había descubierto mi presencia mientras la veía apalear a su marido y a su rival; pensé que en ningún caso podía admitir que había visto lo que había visto, jugué por tanto la baza de ganar tiempo, le contesté que no sabía de qué me hablaba, me premio con una bofetada de buen calibre al oír mis palabras, e insistió en que no era tonta, le aseguré que nunca la había tomado por tal, que si la creyera tonta no estaría con ella en ese momento, e insistí en mi postura, sobre que no sabía de que me hablaba, quería antes de defenderme saber de qué era acusado; finalmente tras un castigo bastante importante me preguntó por qué había tirado el café en su casa.

Me sentí muy aliviado al oírla, le dije que solo había tirado la mitad de la taza y lo había hecho porque no me había sabido bien, nada que ver con el sabor magnífico del café que me había dado el día anterior; lo había tirado cuando ella no estaba para que no se disgustara; añadí que lo había hecho así porque a mi madre le sentaba mal que se tirase a la basura cualquier cosa, y creí que a ella le pasaría igual porque también era ama de casa; no dijo nada, me desató de la cama y me llevó a la cocina, aunque, eso sí, lo hizo tirando de una cuerda que había puesto alrededor de mi cuello, más o menos como se lleva a los perros.

El fin de semana pasó y pude volver a mi casa entero; pero era consciente de que lo había pasado casi todo durmiendo, ella me había echado somnífero en la comida o la bebida y me despertaba cuando le apetecía para usarme sexualmente; yo no me atreví a volver a tirar nada, ni a curiosear, porque había salido bien librado, mucho mejor de lo que había temido; además había conocido algo nuevo: el nivel de brutalidad al que puede llegar cualquier persona. Esto generaba en mí un rechazo de mi captora, pero no me atrevía a manifestarlo. Por cierto, cuando volvíamos a la ciudad me advirtió: "no te molestes en decir a nadie lo que has visto, ya no están allí y te puedes crear un problema muy tonto". Nos miramos, yo hice como si no supiera de qué me hablaba y ella no quiso insistir, me dejó junto a la Copona y siguió sola en su coche a la ciudad. Yo llegué a mi casa caminando. Después de lo ocurrido solo tenía una cosa clara, tenía que romper con ella, pero no sabía como hacerlo, pensé en hablar con mi padre, pero temía su reacción, a fin de cuentas yo era un menor.