La holandesa (3)
Ana me consigue asustar y mucho.
Salí baldado de casa de Ana, no tenía ningún interés en saber nada más de ella, para empezar cuando llegué a mi casa entré en el baño y me hice una paja tan grande que no sé si tuvo algo que ver con que el río se desbordara, pero se desbordó. En todo caso los días siguientes no pasé a verla, a pesar de que había puesto en su ventana las señales convenidas. Pero es difícil evitar eternamente a una vecina, sobre todo si la vecina quiere encontrarte, me encontró por la calle, me paró y preguntó porque no había ido a su casa cuando ella me había dicho que los hiciera. No tenía interés por discutir, no quería ganármela como enemigo, le dí pues una respuesta entre diplomática y evasiva asegurándole que en el instituto tenía mucho trabajo, que el nuevo curso era desproporcionadamente difícil, que tenía que emplearme a fondo. Ella me interrumpió preguntando si iba a ir esa tarde o no.
¿Lo vamos a hacer como antes o como el último día?, pregunté joven, ingenuo y necio; ella dijo que como yo quisiera; yo le aseguré que lo mejor sería hacerlo como ella quisiera, porque ella era el ama y yo solo un mísero esclavo, y porque cuando mandaba ella todo era mucho mejor; sonrió abiertamente ante mis palabras, aseguró que no me arrepentiría de ir a su casa a las cuatro, que no dejara de hacerlo.
Pensé que tenía poco que perder y mucho que ganar, a las cuatro en punto estaba en su casa como un clavo; abrió la puerta casi desnuda y me invitó a pasar, apenas entré me acogotó como había hecho siempre, la cosa empezaba bien; me llevó hasta la cama, medio asfixiado, me tiró en ella y se subió encima de mí me inmovilizó y fue avanzando sobre mi pecho hasta que mi cabeza quedó totalmente fijada entre sus muslazos, parecía que me estuviera pariendo, me miró desde arriba, se la veía imponente y terrible, era la imagen misma del dominio y del poder, dijo:
-Si quieres pasar el fin de semana conmigo, espérame el viernes a las cinco de la tarde en la Copona. (la Copona era una imagen en piedra de una copa, estaba fuera de la ciudad al lado de una carretera poco transitada). Prosiguió diciendo que contara en mi casa que iba a ir de excursión con un grupo de amigos y la esperara allí, ella pasaría a recogerme.
Le contesté que pasar a su lado un fin de semana para mí sería un placer, un privilegio que realmente no merecía, ella se echó a reír sin discreción, al oírme, y me felicitó por haber aprendido tan deprisa cual era mi lugar, (mi lugar era bajo su culo); después como tantas otras veces me colocó el sexo sobre la cara y se pajeó sobre ésta sin ningún tipo de autocontrol mientras yo me agitaba debajo de su gran tirapedos; por cierto esa tarde se tiró dos bien grandes y densos; yo en algún momento me agitaba de modo frenético, por poder respirar algo, porque respirar es bueno. Ana me daba algún miedo por su ser primario, pero también me fascinaba, lo reconozco, comprobar que todos mis intentos por, simplemente, apartar algo su cuerpo para respirar mejor, eran patéticos y, cuando ella no se dejaba hacer, estaban siempre condenados al fracaso. No sé cuanto pesaría, ahora calculo que pasaría de los cien kilos, el doble que yo, porque me aplastaba, me aplastaba de modo tan abrumador que era imposible para mi soñar en oponer cualquier resistencia; una vez que me dio un empujón me clavó contra la pared. El caso es que ella se frotaba contra mí que estaba totalmente inmóvil y se reía de mis esfuerzos hasta que decidió chupármela. Volvió a hacerlo muy bien la muy golfa. Al acabar, como en los viejos tiempos, me mandó que le chupara el chocho, pero con una novedad muy interesante, me pidió también que le chupara el pecho, me explicó como debía hacerlo y le debió de gustar el trabajo del alumno.
A las cinco nos levantamos de la cama, pensé que me iba a mandar lavarme y salir de su casa, pero en vez de eso me invitó a café. Acepté porque en aquel momento el café era ya mi pequeño pecado cotidiano, le pregunté si no tenía miedo de que nos pillara el marido y contestó que no, porque él había salido de viaje con la secretaria y comentó: "seguro que ahora mismo están muy cerquita y no pueden ni hablar de los sentimientos que los embargan". Sabía que sus palabras estaban cargadas de maldad, pero ni imaginaba a que se refería, creí suponer que también a ella le ponía los cuernos el marido. El caso fue que entre en su cocina por primera vez y comprobé que no era solo el culo lo que solía tener sucio, pero su café era riquísimo; le aseguré que me gustaría probarlo más veces y me dijo que si quería el viernes podía pasar a tomar uno antes de ir a la Copona. Le pedí permiso para beber un vaso de agua y cuando me lo servía observé que tenía un frasco grande del somnífero que mi madre había tomado una temporada que había padecido de insomnio, me sorprendió, pero no le di importancia en aquel momento.
Seguimos jugando dos horas más y abuso de mí sin misericordia, me mandó que peleara con ella varias veces y desde varias posiciones; después de todas y cada una de mis derrotas me castigaba con una tanda de golpes, aplastamientos o estrangulaciones; probé la dureza de su mano, lo que picaba su andrajosa zapatilla en mi trasero, la dura inmovilidad de la derrota, lo desvalido que puedes llegar a sentirte cuando retuercen tus brazos y no puedes hacer absolutamente nada por evitarlo
Llegó el viernes al fin, lo esperaba con ansiedad; fue antes de comer cuando me acordé del somnífero en la cocina de Ana, no entendía por qué, pero me pareció raro, no conseguía imaginar a la holandesa durmiendo mal, la imaginaba roncando con método y coraje, y llenándolo todo de gases venenosos como una máquina. En un momento dado, durante la comida, pregunté a mi madre: "Mamá, ¿cuánto tardaba en hacerte efecto tu somnífero?" y ella se sorprendió con la pregunta pero contestó que alrededor de media hora. "¿Y cuánto podría tardar en hacer efecto sobre alguien como yo?" Me contestó, sorprendida por mi nuevo interés, que no lo podía asegurar, pero posiblemente bastante menos porque yo era más delgado y tenía poca medicación en el cuerpo; después de eso me preguntó sobre la causa de ese interés, solo le dije que un profesor del instituto había comentado que los somníferos no le hacían ningún efecto y eso me había dejado muy sorprendido, con esa respuesta pude desviar la atención sobre mi pregunta.
Ana me invitó a café, me supo bueno, pero algo distinto del día anterior; la razón me decía que no pasaba nada, la paranoia que me había echado una dosis de su botella de somnífero para tenerme dormido y hacerme lo que quisiera; la razón aseguraba que para romperme el cuello, atarme y amordazarme, o cualquier otra maldad, no necesitaba usar botellas. A todas estas yo bebía el café a sorbos pequeños como acostumbro hasta que sonó el timbre. Ana se levantó para abrir la puerta y yo para vaciar el contenido de mi taza en el fregadero. Cuando volvió yo hacía como que terminaba, llevé la taza a su sitio y eché agua dentro. Ella me dijo que me fuera ya y así lo hice.
Al salir de su casa miré la hora, caminé hacia el lugar de la cita; había tardado veinte minutos, me apoyé contra la copa como si estuviera muy cansado, no tuve que esperar demasiado, el coche color jade de mi ama se paró frente a mí y me hizo seña, me dirigí hacía ella arrastrando los pies, me senté a su lado le dije que tenía un sueño terrible, ella sonrió y dijo que ya me despertaría ella con sus trucos de ama sabia. Yo la vigilaba, a través de mis ojos semicerrados, y varias veces la vi sonreír, supe que creía haberme drogado, pero no entendía la razón de haber actuado así; no tenía necesidad de hacerlo para dominarme.
Llegamos a nuestro destino, era una casa que el matrimonio tenía en el campo, era un edificio de dos plantas y sótano, en la primera planta estaba la cocina, un baño, un trastero y el salón, en la segunda los dormitorios; en el sótano el garaje, pero el coche lo aparcó fuera.
Entramos, yo tambaleante, fuimos directamente al dormitorio, bostecé; Ana me dijo que si estaba cansado durmiera un rato mientras ella despachaba algunos asuntos, salió del dormitorio dejando la puerta abierta, bajó la escalera, fue al sótano, la seguí a distancia.
El sótano era un espacio casi vacío, sin pintar, pensé que no tenía luz porque ella usaba para alumbrarse una linterna; apuntó a un rincón, había dos jaulas con barrotes, en el interior algo que parecían ser personas en posturas forzadas. Se paró frente a una con las piernas abiertas. "¡Vaya, vaya, mira a quién tenemos aquí!", dijo, "ni más ni menos que a la bella Dorita, ¿sigues queriendo quitarme el marido?" y unos segundos después: "Insolente, ¿no contestas a tu vencedora?, voy a tener que darte de lo tuyo". Abrió la jaula de la bella Dorita, la sacó arrastrando por los pelos, le desató las manos y la obligó a ponerse de pie, le quitó la mordaza de la boca. "He decidido ser buena contigo, te voy a dar la posibilidad de salir de la jaula; vamos a pelear, si me derrotas serás libre de irte, ¿estás preparada?"
La bella Dorita, por toda respuesta se echó a sus pies suplicando: "No me pegues más por favor, no me pegues más, haré lo que tu quieras, seré tu esclava". Ana por toda respuesta soltó una risotada y le ordenó ponerse de pie al momento, fue obedecido por una figura tambaleante que al lado del ama era insignificante; entonces comprendí dos cosas lo cruel que podía ser la holandesa, quería pegarle más palizas a la pequeña, y la retaba a luchar porque sabía que su esclava no tenía ninguna posibilidad de derrotarla; y no me había dado el somnífero para hacerme nada malo, sino para que yo no me diera cuenta de la presencia de sus prisioneros. Estaba muy asustado, pero no tenía modo de escapar de allí, las ventanas tenían barrotes y la puerta estaba cerrada sin la llave puesta.
Me interrumpió la voz de Ana que decía: "Lucha conmigo, cerda, lucha por tu libertad y la de tu hombre". A continuación comenzó la masacre: Ana pegaba y pegaba, la pequeña lloraba y suplicaba sin atreverse a intentar devolver los golpes. Finalmente la cogió por el cuello y comenzó a apretárselo. "Algún día, cuando me aburra de ti, te lo romperé", dijo y tras tumbar a Dorita en el suelo, se quitó las bragas, se sentó en su cara y le meó en la boca después de decirle que no perdiera ni gota porque esa era su comida del día. La volvió a atar y amordazar, la volvió a encerrar en la jaula. Me acordé de la frase que había dicho cuando le había preguntado si no tenía miedo que nos pillara su marido, "seguro que están muy cerquita "
"Ahora te toca a ti, cariño", dijo y se dirigió a la jaula del hombre; "contigo he de tomar precauciones porque eres un mozo fuerte", y se rió de su gracia, pero no hablaba en broma porque empezó dándole un zapatillazo en las pelotas que las tenía atadas a un gancho y totalmente expuestas