La historia de un maricón. Capítulo 3º

Aquellos año terribles de la Dictadura

Capítulo 3º

Mi primer beso de amor a una mujer

Debo aclarar, que mi feminidad no la portaba en el cuerpo ni en mis ademanes como aquellos que asumen su homosexualidad con todas sus consecuencias, y les agrada manifestarse como mujeres.

No, un servidor tenía la misma pinta de macho que tienen Rock Hudson o Gary Grant, declarados homosexuales en el ocaso de sus vidas. Por eso las féminas me miraban con la admiración que se mira a un galán de cine.

Frecuentaba los bailes de moda de Madrid, casi siempre acompañado de un grupo de amigos de la Universidad o del Barrio, entre ellos Eduardo, del que más adelante hablaré de él, y de un encuentro que tuvimos de púberes.

Debo reconocer, que llegué a dominar tan a la perfección mi papel de "macho", que me propuse entrar en el mundo femenino de una forma tal sutil como ingeniosa; de forma, que mis amigas me consideran un perfecto caballero. Y si no actuara como los demás chicos, es decir, solicitando sus favores sexuales, no les daría motivos para ver la cara oculta de mi verdadera condición; al contrario, me tenían como el modelo de hombre que ellas querían como marido: serio, respetuoso, galante y sobre todo muy formal.

Un día hablando con Lourdes, una chica con la que de vez en cuando le llamaba para salir, pero que nunca le di pie para que creyera que había un compromiso entre los dos, tomando una copa en uno de los salones donde las parejitas hacían "manitas", me dijo.

-Oye José. ¿Tú no tienes necesidades de tipo material? No sé si me entiendes.

La entendía perfectamente, pero me hice el ignorante para saber que es lo pensaba de mí, ya que esa pregunta evidenciaba ciertas dudas sobre mi comportamiento con las chicas.

-Que pregunta más obvia, Lourdes, tengo las necesidades materiales de todos los humanos: hambre, sed...

-Sabes de sobra José Luis, a que necesidades me estoy refiriendo.

-Te entendí a la primera Lourdes. Claro que tengo "esas necesidades", pero mis creencias religiosas hacen que no sucumba ante la carne. ¡Claro que me tienta el Demonio!        Sabes que una de la virtudes Cardinales es la Templanza; la que hace que frenemos las pasiones bajas; y a base de Templanza domino las pasiones del cuerpo.

No me creía ni yo mismo lo que decía, pero tenía que justificar de alguna manera ante Lourdes mi falta de deseos carnales con las mujeres. Si había decido (o tenido la cobardía) de no "salir del armario", no me quedaba más remedio que utilizar la castidad que el Clero de la época predicaba a los célibes, para demostrar que si no le hacía "proposiciones deshonestas" era por mis convicciones religiosas, no porque era maricón.

-Hasta cierto punto, José puedo entender tu castidad, siempre y cuando no estés enamorado. ¿Nunca has estado enamorado?

¡Ya creo que había estado enamorado! De mi amado profesor de matemáticas Damián, pero se supone que Lourdes se refería a estarlo de una mujer,

-No Lourdes, hasta hace cuatro días mi vida la he dedicado al estudio.

-Sí, es notorio, y la verdad José Luis que eres admirable en ese aspecto; pero... dime ¿Yo te gusto?

Lourdes me estaba poniendo a prueba, y para mí, que algo sospechaba sobre mi masculinidad; eso de haber salido con ella varías veces y no tocarla ni un pelo, creo que le escamaba. No lo pensé dos veces, pasé mi brazo derecho por su hombro a la vez que con la mano izquierda acariciaba su mejilla izquierda. Cerró los ojos y entreabrió sus labios rojos invitándome a que los besara.

Era la primera vez que besaba a una mujer; y aunque no sentí asco, si aprecié como una especie de reparo ante lo desconocido. También yo cerré los ojos, y la imagen de mi ex amado Damián vino a mi mente tan oportunamente, que vi en los labios de Lourdes los suyos.

Besé aquellos labios como si hubieran sido los de mi venerado "profe de mates". Dejé en ellos, parte de mi alma.

-Jolín José. Dijo Lourdes a la vez que tomaba aire. Si estos son tus besos castos, no quiero ni pensar como serán los lujuriosos.

Aquí me había pillado; acababa de declarar que mis creencias religiosas me impedían tener contacto sin amor; por lo que eso beso contradecía mis falsas teorías sobre la pureza y la castidad.

-Lourdes, verás... es que estoy enamorado de ti. Y si no te lo he demostrado antes, era porque quería estar completamente seguro de que mi amor es casto y puro.

-La mirada de Lourdes fue tan tierna... Aquellos ojos azueles resplandecían ante lo que vieron y sintieron...

-Cariño. Me dijo acariciándome mi cabellera negra. Este beso sólo puede salir de un corazón enamorado.

¡Coño! ¡Claro que habían salido de un corazón enamorado! Pero no enamorado de ella. Pero ¿qué podía hacer? O decirle allí mismo que fue un beso de maricón pensando en un hombre, o seguir la farsa de estar fascinado por ella. Y cómo seguía siendo un cobarde ante mí mismo, opté por seguir representado el papel de hombre, pero de hombre serio y formal.

-Mi vida, mi amor. Dijo Lourdes con el rostro resplandeciente. Hace tiempo que estoy enamorada de ti, desde la primera vez que te conocí.

Y ahora fue ella, la que plasmó sus labios sobre los míos. Asombrosamente no me hizo falta la imagen de Damián para responder con la pasión del primer beso. No sé, el caso es que la abracé con fuerza por los hombros y la besé con la misma intensidad que antes.

Pero no me cabía ninguna duda, que aquellos besos eran como los de Rock Hudson le daba a Liz Taylor en la película Gigante. Comprendí que si quería ocultar mi feminidad, no me quedaba más remedio que actuar de "macho" con las mujeres.