La historia de Tomás II
Continuación. Los golpes vienen siempre de dónde menos te los esperas.
Gracias por los comentarios.
En primer lugar, me disculpo por los errores, subí el relato nada más escribirlo y no lo revisé. Ni siquiera me molesté en pasarle un corrector. Así que tras leerlo, he visto más fallos de los mencionados y supongo que, en éste, aparecerán más. No os cortéis en señalarlos.
Por otro lado, agradezco todos los comentarios y críticas. Por supuesto, no sólo no me molesta ninguna de vuestras apreciaciones, sino que las agradezco profundamente, pues muestran que os habéis tomado la molestia en leerlo de verdad, a pesar de la baja calidad de los mismos.
CAPÍTULO 2: CONTINÚA LA FIESTA
No pude seguir viendo aquella escena y mi cuerpo descendió para sentarme sobre el inodoro mientras los servicios se llenaban de gemidos que llegaban a mis oídos. Yo no había pasado nunca de besarme y acariciar por encima la ropa de María. Es cierto, que el verano anterior me había abrazado en bikini y había podido sentir su cuerpo contra el mío, pero he de reconocer que no había tenido el valor para avanzar en nuestra relación. Sin embargo, a mi lado, él estaba disfrutando de una vida en la que yo no había tenido el valor de aventurarme.
Así que esperé mientras los gemidos y expresiones traumatizaban mis oídos, pues las expresiones que habían utilizado realmente me habían dejado helado. Cómo podía ser infiel de una forma tan obscena sin el menor atisbo de pudor.
Finalmente, terminaron y con un llámame ella salió rauda al exterior. Él se entretuvo un poco más y cuando lo sentí salir, abrí la puerta de mi cubículo dispuesto a enfrentarlo.
Eres un sinvergüenza- fue lo único que se me ocurrió y, tras reponerse de la sorpresa de verme frente a él, sonrió.
Tampoco es para tanto, Tomás.
¿Te parece normal hacer eso con la novia de otro? ¿Qué debo hacer ahora?
Venga, Tomasín,- odiaba que me tratara con esa suficiencia- ella sólo ha disfrutado de un rato conmigo. Tú, sólo, olvida lo que has visto.
Joder, Juan, Sara es la novia de Miguel- le dije nombrando a nuestro compañero de clase y su relación con la chica que mi amigo Juan había conocido en sentido bíblico. No podía creer la falta de pudor que tenía mi amigo para excusar el execrable acto del que había sido testigo.
-
Venga, venga, te invito a una copa y verás como se te pasa el berrinche.- No pude seguir con la discusión y, con un suspiro, seguí a mi amigo al exterior de los aseos.
L
a música golpeaba mi interior con el tema de moda y la gente saltaba y cantaba la letra en un estado de euforia y frenesí, así que en esa vorágine navegamos hasta llegar a la barra donde Pedro controlaba las copas. De Álex, no había ya ni rastro. Noté un gesto de relajación en la expresión de Pedro al vernos y le chocó la mano a Juan. Entonces, pensé en si lo hubiera hecho de haber sabido dónde habían estado esas manos, pero no pensé mucho más.
Algo me llamó la atención e incluso diría que me heló la sangre cuando miré al otro extremo de la barra. Una pareja se besaba con vehemencia, sus cuerpos se apretaban mientras los brazos de ella
se cerraban alrededor del cuello de él y las manos del él agarraban su exuberantes glúteos como el que quiere amasar pan. Con cada apretón ella estiraba más el cuello profiriendo gemidos mientras el metía la cabeza en ese generoso escote.
Sinceramente, sentí asco, un asco enorme al saber yo a ciencia cierta que la boca que aquel pobre imbécil estaba besando había compartido flujos con el sujeto que sonreía con suficiencia al percatarse de la escena que yo observaba. No podía creer que Sara fuera capaz de hacer eso con su novio. Yo sinceramente tenía otra opinión de ella y, aunque sabía la atracción que unas faldas ejercían en mi amigo, pensaba que tenía límites.
Miguel
era un chaval del clase humilde, su padre era el mecánico al que mi padre llevaba de vez en cuando el coche, debían hacer un esfuerzo significativo para poder pagarle los estudios en el centro privado al que acudíamos. No obstante, era muy trabajador y pese a no ser especialmente brillante, era consciente de que sus resultados académicos eran bien merecidos. Definitivamente, no estaba muy orgulloso de mi amigo, pero debía guardarme mis opiniones para mí mismo. Además, esa situación hizo que las palabras de Álex, se repitieran en mi cabeza una y otra vez, mientras yo me reafirmaba en que era imposible que María me hiciera a mí lo que Sara le había hecho a Miguel.
“Salgo un momento fuera a tomar aire”, les dije a mis amigos y ellos hicieron el amago de detenerme, sin embargo, debido a la diferencia de tamaño, yo me movía a una velocidad en aquel mar de gente que mis amigos no podían igualar.
En unos segundos los había perdido y poco después estaba fuera del local, con el atronador sonido a mi espalda y un par de gorilas a mi lado que se empeñaron en sellar mi mano. Entonces fui consciente de la futilidad de comprobar las palabras de Álex en el enorme aparcamiento que tenía enfrente. A oscuras, con multitud de grupos de personas, con la música atronadora de fondo,…
Era evidente que aquellos coches que se agitaban rítmicamente eran picaderos ocasionales, pero me daba vergüenza acercarme a mirar; así que ahí me encontraba con el aire helado de la noche a mi alrededor, con el olor del hachís que fumaban a mi alrededor y el hedor a tabaco en mi ropa. Mi vista se perdía en la oscuridad recordando las dos frases que causaban desasosiego en mí.
La suerte me guió hasta Clara, la amiga de mi novia, quien corría rauda en dirección al otro extremo del aparcamiento y decidí a seguirla pues suponía que me llevaría hasta donde se encontraba la mujer que me había traído a esa experiencia nocturna de ruido y humo.
Pronto vi que se acercaba a un grupo de chicas formado por el conjunto de las amigas de mi novia, sin embargo, no vi a María entre ellas. En el centro, se encontraba Laura quien entre lagrimones vomitaba el contenido del cubata y lo que probablemente había sido su cena.
Miré una y otra vez a mi alrededor, pero no había rastro de mi novia y, cuando ellas me vieron, se pusieron serias. Ninguna atinó entre risas nerviosas a darme alguna referencia de mi novia hasta que de repente un “hola” y un beso en mi mejilla, hizo que las chicas se relajaran y se centraran en la lastimosa Laura.
Ver cómo María le daba dos botellines de agua a sus amigas le dio sentido a todo y me pude relajar. Todo habían sido vergonzosas dudas en mi dulce novia. No me podía perdonar haber dudado así de ella simplemente por las palabras de aquel deleznable personaje y jamás volvería a permitirle dirigirme la palabra. Sin duda, Laura se había encontrado mal, las chicas habían salido a que echara todo en la calle y mi dulce novia había ido a comprarle un par de botellas de agua en la máquina de la esquina. Joder, no podía creer que hubiese dudado por un solo segundo de ella.
Aparté a María del grupo y le dije que me encontraba cansado, que me iba a casa en autobús y que si ella quería podía quedarse con las chicas que ya nos veríamos al día siguiente.
No, cari, me voy contigo.- me contestó- Chicas, me voy con Tommy a casa.
Vamos, Mary, si quieres, quédate- intenté convencerla, pero ella negó con la cabeza y se agarró a mi brazo. Al final, la noche iba a acabar bien y abrazados nos fuimos en dirección a la parada de autobus.
No obstante, María me sorprendió arrastrándome hasta un banco donde me empujó para hacerme caer de culo sobre él. Ella se colocó a horcajadas y abrió su abrigo mostrando un sugerente escote, mientras sus apasionados besos inflamaban mis labios, mi entrepierna también se inflamaba con el roce, oculto bajo su falda, de su húmeda entrepierna y mi bragueta.
La oscuridad en la que nos encontrábamos envalentonó a mi desconocida novia y con una pícara sonrisa deslizó sus dedos por mi pecho hasta llegar a mi bragueta, la cual atravesó para extraer, no sin cierta dificultad mi erguido miembro. Yo sólo acertaba a mirar su mano asir mi virilidad, mientras mis manos se agarraban a su culo. La humedad de su sexo mojaba mi pantalón al sentarse ahora a caballo sobre una de mis piernas y refregarse contra esta mientras su mano se deslizaba sobre mi arrogante sexo. No tardé en derramarme sobre su mano y no pude más que suspirar de gozo; mientras María me mostró la gelatinosa mezcla que se delizaba por sus dedos a la vez que me miraba con vicio. Era una cara que jamás había visto en ella ni hubiese imaginado que verían alguna vez mis ojos, pero lo que hizo después me dejó totalmente estupefacto: su lengua limpió sin pudor alguno sus dedos.
- Lo siento,- me dijo al fin con cierto pudor- creo que esta noche estaba un poco “
caliente”.- “Más bien, muy caliente”, pensé.
- No pasa nada, yo también quería tener más intimidad contigo, pero me da un poco de apuro hacer esto en público.- contesté a la vez que le daba la mano para que se pusiera en pie.
CAPÍTULO 3: FINAL DE FIESTA
Y, cuando le pasaba mi brazo por encima de los hombros a mi chica, la puerta de un coche a unos veinte metros de nosotros se abrió. Una joven sacó las piernas y con unos pañuelos de papel se limpiaba sus piernas y su cara, luego, comenzó la maniobra para colocarse las bragas. Supongo que después de haber descargado junto con una belleza como María,
era puro vicio mirar esa escena, pero lo que realmente me llamó la atención era la cara que apareció por el lado del conductor. Victor era un trirepetidor de mi instituto, con fama de violento, además de ser sospechoso de trapichear con drogas en el centro. Así que me entró curiosidad en saber quien era su novia y casi tropiezo y me voy de boca al reconocer la cara de la joven que se estaba colocando las bragas. No era otra que mi hermana Luisa.
-¿Qué te pasa?- me dijo una sorprendida María cuando logré mantener el equlibrio tras el tropezón.
- Nada,- contesté nervioso y aceleré nuestro paso sin permitir ver a María la situación en la que se encontraba mi hermana.
Sin duda fue cobardía lo que me llevó a actuar así, mi orgullo me pedía ir allí a partirle la cara a esa basura y a decirle a mi hermana que era una puta que engañaba a su novio con la escoria de la sociedad. No podía dejar de temer más que el hecho de la segura paliza que me pegaría ese matón, la posibilidad de que María viese mi naturaleza frágil incapaz de defenderla por mí mismo.
Es duro tener que reconocer que
era incapaz de proteger lo que más quería en la vida y tener la certeza de que en el momento en que ella viera mi inutilidad, me abandonaría por algún tío rudo como Victor o mis amigos. Nunca me había sentido más acomplejado que en aquel instante.
En la parada, esperé con María acurrucada junto a mi cuerpo, sus ojos mostraban preocupación, pero no dijo nada. Yo no pude más que recordar aquella vez que en los aseos sentí entrar a una pareja. Victor y Esmeralda, una chica fácil que estaba en último curso cuando yo ingresé en el centro. Ella le pedía algo y él le exigió una mamada.
Su corta minifalda se abrió mostrando un culo voluminoso y un tanga carmesí al ponerse de cuclillas, mientras sus manos bajaron con celeridad la cremallera del pantalón vaquero
y sacaron un flácido miembro que no tardó en alcanzar unas dimensiones muy superiores a las mías con las sensuales caricias de la boca de Esmeralda. De repente, Victor la agarró del pelo con violencia y la puso contra los lavabos y mirándola a través del espejo le arrancó la tanga de golpe. Ella sólo atinó a gemir con vicio y se mantuvo sumisa al sujetarla él por la nuca para penetrarla con violencia. Tras unos agitados movimientos pélvicos, la arrojó sobre el repugnante suelo de los aseos masculinos de aquel centro educativo para derramarse sobre su cara, pechos y demás.
Sinceramente, le envidié. Ser capaz de someter a las mujeres de esa manera, era algo mucho más allá de mis posibilidades. Él se marchó tras tirarle una papelina a la cara y le dijo que, desde aquel momento, ella era su puta, que haría lo que él dijera. Ella sólo asintió mientras agarraba presta la dosis, mientras yo miraba erecto el voluptuoso cuerpo de aquella belleza sobre el repugnante suelo lleno de papeles y manchas de orina.
Sin embargo, en aquella parada de autobús, no era envidia sino pánico lo que yo sentía. Miedo a que Víctor o cualquier macho alfa me robase a María quien al ver que yo era tan poca cosa no dudaría en dejarme para ser poseída por un hombre de verdad.
Ni siquiera fui capaz de besarla al despedirnos en la puerta de su casa y aquella noche se sucedieron las pesadillas en las que Víctor poseía a una María que me miraba con desprecio y me decía que era un mierda.
Recuerdo que desperté tiritando con un sudor frío y fue en la oscuridad de la noche que odiaba a Víctor y que debía destruirlo porque tarde o temprano me iba a quitar a María. No me reconocía, yo que profesaba tan profundas convicciones religiosas, me sentía embargado por un sentimiento tan bajo como el odio. Lejos de mi mente quedaban el poner la otra mejilla o la virtud. Había caído en las más baja de las pasiones y, poco a poco, me aproximaba a mi caída.
Tenía claro que no podía enfrentarme a él, pues era evidente que no tenía ninguna posibilidad. Tenía que investigar para encontrar alguna debilidad y debía empezar por la única conexión que teníamos: mi hermana, Luisa. Así que,
durante las siguientes semanas, la investigué y lo que descubrí fue más aterrador que cualquier cosa que mi mente hubiese podido elucubrar.
Continuará...