La historia de Sebastian y Laura (1)

Esta es la historia de una pareja, separada por su falta de confianza y sus reservas en el terreno sexual.

La siguiente serie de relatos, ya que no sé cuanto tiempo ni espacio me tomará escribir mi historia, puede no resultar tan apasionante ni excitante como la mayoría de los aquí publicados, pero esta es una historia real y como suele pasar, las cosas nunca salen a gusto de todos.

En primer lugar me presentaré. Mi nombre es Sebastián, y cuando sucedió lo que os voy a contar a continuación yo tenía treinta y tres años.

No soy un amante especialmente bueno, ni estoy particularmente dotado en lo que se refiere al tamaño de mi pene. Sin embargo, y pese a poder parecer pretencioso, me considero un hombre bastante atractivo.

Por mi trabajo, Gerente de Dirección en una gran empresa, debo cuidar mi aspecto en todo momento, llegando a dar la falsa impresión que soy una persona fría y narcisista.

Pero nada más distante de la realidad.

En lo concerniente al sexo nunca tuve queja alguna ni carencia del mismo, disfrutando de mi soltería al máximo hasta que conociese a la mujer perfecta para mí. Por desgracia, la mayoría de mis relaciones sentimentales me causaron algún que otro desengaño, al ser una persona tremendamente romántica.

Pero eso cambió con una de mis conquistas.

Conocí a Laura con veinticinco años. Era una mujer impresionante, con un cuerpo de infarto y una personalidad encantadora.

Nunca había conocido a una mujer así. Era todo lo que yo había soñado y más, y tuve la certeza que había encontrado a la mujer de mi vida.

Tras dos años maravillosos nos casamos y me convertí en el hombre más feliz del mundo.

Yo trataba a Laura como a una princesa. La recogía en el trabajo para llevarla a cenar a la luz de las velas, salíamos a los lugares más románticos que pudiese encontrar y la llevaba, de vez en cuando a pasar la noche en un hotel.

Le preparaba un baño de espuma con pétalos de rosas y sales perfumadas. Todo era poco para ella.

Y Laura me correspondía con una pasión increíble. El sexo con ella era algo fantástico, ya que si añadimos al profundo amor que sentía por ella, su belleza y su portentoso físico, el morbo estaba asegurado.

Yo le contaba hasta mis más intimas fantasías y secretos. para mi era una amante, pero también mi confidente y mi cómplice.

Cabe añadir que por el contrario, Laura era más bien reservada en lo que concierne al sexo, y bastante tradicional.

Era una feladora experta y me hacía unas mamadas increíbles, siempre que le avisara de la cercanía de mi eyaculación. Entonces, se apartaba mi miembro de la boca y lo pajeaba con habilidad. Me decía que le encantaba ver salir a borbotones mi esperma y comprobar lo lejos que podía llegar a caer.

En cierta ocasión le dije que porqué no lo saboreaba, a lo que ella se negó, alegando que le deba asco.

Del mismo modo, tampoco gustaba del sexo anal, pues decía que nunca la había atraído y que conocía muchas maneras mejores de practicar sexo conmigo.

Ni que decir tiene que yo nunca insistí en ello, aunque tampoco dejé aparcados estos temas en ningún momento.

La vida transcurrió maravillosamente durante cinco años.

Yo ascendí en el trabajo hasta mi puesto actual, y mi mujer cambió el suyo por uno de media jornada, en el que su remuneración era casi idéntica a la del anterior, con el consiguiente beneficio horario.

Todo iba de maravilla hasta que una mañana decidí tomarme un par de horas libres para invitar a mi mujer a comer en un buen restaurante.

Salí pronto del trabajo, cogí mi coche y me dirigí a nuestra casa.

Aparque fuera, en frente de la casa. No había motivo para guardar el coche en el garaje puesto que pretendía salir de inmediato con Laura.

Entré en casa y me dirigí al comedor para dejar mi americana y mi maletín.

Entonces sucedió. El fin del Mundo para mí.

Mi mujer se encontraba de rodillas ante el sofá. Llevaba puesto únicamente un par de medias negras y un liguero, ropa que nunca le había visto ponerse ya que éramos los dos los que comprábamos habitualmente su lencería.

Sentados en el sofá habían dos muchachos cuya edad no excedería de los dieciséis años. Los dos estaban completamente desnudos, y Laura le estaba practicando una mamada a uno de ellos mientras con una de sus manos masturbaba al otro lentamente.

Detrás de ella había u tercer chico, un poco mayor, que la estaba penetrando vaginalmente con un ritmo trepidante.

El muchacho que se la estaba follando empezó a emitir bufidos y a gemir, anunciando su eyaculación, y laura en ese momento se giró hacia él, liberando el pene que se encontraba en su boca y iniciando una nueva paja, esta vez con su otra mano, para que el chico continuase disfrutando.

Ella gemía descontrolada y le pedía al chico que se la metiera más adentro, que la sacara para correrse, ya que ella también estaba a punto.

En ese momento ella alcanzó el orgasmo gritando como yo nunca la había oído gritar, puesto que a ella le daba reparo que nos pudieran oír.

Algo se rompió dentro de mi en ese momento. Pensé mil barbaridades. Matarla, matarlos, matarme.

Pero mantuve un aplomo que hoy no acierto a comprender. En silencio subí a nuestra habitación y del armario saqué nuestra cámara digital.

Regresé abajo y me mantuve en la penumbra, con la cámara enfocando todo lo que sucedía en el comedor.

Ahora laura se encontraba mamando al chico que aún no había recibido las caricias de la boca de mi mujer en su pene.

Los dos otros chicos se encontraban detrás de ella. Uno de ellos, el más joven, estaba introduciéndole algo a Laura por detrás. Parecía un enorme consolador gelatinoso.

Ni que decir tiene que yo no sabía que mi mujer poseyera uno de estos aparatos y mucho menos que lo usara.

Fue entonces cuando hice un primer plano del culo de mi mujer.

No se lo estaban metiendo en el coño. Se lo estaban metiendo por el culo, cuando a mi me había negado ese placer durante toda nuestra vida, ahora estos muchachos, unos desconocidos, le estaban partiendo el culo a mi amada esposa.

pasados unos minutos, el muchacho sustituyó el consolador por su pene, haciendo gemir de nuevo a Laura. El muchacho que ella estaba felando ya hacia rato que se había corrido en su boca, cosa que tampoco me había dejado hacer a mí en la vida.

Entonces cambiaron de posición.

El muchacho que la sodomizaba se sentó en el sofá, y mi mujer procedió a sentarse sobre él, introduciéndose su miembro en el culo.

Los otros dos chupaban alternativamente sus tetas o su coño, haciéndola correr un numero indeterminado de veces.

Ella empezó a chupar la polla del mayor para conseguir ponerla a tono otra vez, cosa que no tardó en hacer.

Entonces vi algo que solo había visto en las películas porno de mi juventud. El joven procedió a metérsela en el coño, completando un sándwich con su otro compañero.

Laura gritaba y sudaba como una perra en celo.

El que se encontraba metido en su culo anunció que se corría entre grandes espasmos.

Poco después, el que quedaba libre se acercó a ella ofreciéndole su pene de nuevo, acto que mi mujer no desaprovechó para introducirse de nuevo su aparato en la boca.

Minutos más tarde, el mayor de los muchachos sacaba violentamente su miembro del coño de mi mujer y se pajeaba ante su cara, cubriéndole el rostro y sus preciosos pechos de leche.

Finalmente, el tercero en discordia, procedió a poner a laura a cuatro patas sobre el sofá, y la penetro vaginalmente por detrás, corriéndose en unas pocas embestidas.

Ella cayó rendida, masturbándose una vez más para terminar lo que los muchachos habían dejado a medias.

Y yo, aún con la cámara en la mano, salí de mi casa llorando como un tonto en dirección a mi coche.

Di vueltas durante horas, no acudí de nuevo a mi trabajo. Pero al final, me armé de valor y regresé a casa.

laura estaba esperándome. La habían llamado advirtiéndola que había faltado esa tarde a mi puesto y estaban preocupados, ya que era la primera vez.

Ella también se mostró nerviosa al verme llegar con los ojos hinchados, el traje y la camisa hechos un desastre y con la cámara en la mano.

Sin mediar palabra con ella, me dirigí al comedor, me senté en el sofá donde ella había estado follandose a tres menores hacía unas horas y puse el video en nuestro reproductor.

Laura se quedó petrificada. Se cubrió la boca con la mano y los ojos se le salieron de las orbitas. Empezó a llorar sin emitir sonido alguno, y unos minutos después, cuando el video ya había terminado, apagó el televisor.

Llorando me pidió perdón de rodillas frente a mi. me dijo que no sabía lo que había pasado, que se había vuelto loca y que no entendía como podía haber sucedido eso. Me dijo que me amaba más que a su vida y que nunca pretendió hacerme daño.

Y solo le pregunté porqué. Porqué se había follado a esos chicos. Porqué me había engañado. ¿Hacia mucho tiempo que llevaba haciéndolo?

Ella no supo que responder, la vergüenza y sus llantos la ahogaban.

Me dijo que ella siempre había tenido fantasías. Que nunca me las había propuesto por miedo a que yo pensara que era una cerda y que no la amase como antes.

Ironicé sobre esa afirmación, dudando de que si realmente me amase, no se hubiese follado a tres menores en nuestro sofá.

Muy enojado, le reciminé que cuando yo le había pedido sexo anal o que saboreara mi semen, ella siempre se había negado, y que a mi lo que me dolía no era el hecho que se hubiese follado a esos chicos en nuestra casa.

Lo que me dolía eran los años de engaños y la falta de confianza en mi. Yo nunca podría querer a una mujer que no confiase en mi, y mucho menos en un tema tan íntimo como el sexo.

También le dije que yo había tenido muchas fantasías sexuales, obviamente, pero por el contrario y pese a tampoco habérselas contado todas, nunca las realizaría sin ella o a sus espaldas.

Ella me dijo que cambiaría, que sería sincera conmigo en todo, que me contaría todo lo que nunca se había atrevido a contarme. Pero era demasiado tarde.

Me levanté del sofá y le di toda la noche para recoger sus cosas y apilarlas. Por la mañana un camión de mudanzas las llevaría dónde ella quisiera.

Y le recordé que, ya que hacíamos declaración separada, todo lo que estuviera en la casa, que estaba a mi nombre, me pertenecía.

Incluidas las fotos de nuestra boda, que estaban en el recibidor de la entrada.

Entonces me marché de casa.

Días después, y tras cientos de llamadas a mi móvil y visitas suyas tanto a nuestro domicilio, mi domicilio ahora, como a mi trabajo, nos reunimos para firmar los papeles del divorcio.

Ella se descompuso durante nuestro encuentro y se lanzó a mis pies pidiéndome perdón y que le diera una segunda oportunidad.

Fue un espectáculo lamentable. Pero no cambié mi actitud en absoluto, mi decisión era firme. Laura no existía para mí.

Una vez estuve fuera de los juzgados, me fumé mi primer cigarrillo en cinco años. lo había dejado por ella. Pero eso ya había terminado.