La historia de muriel
Fue un regalo y se convirtió en uno de los grandes amores de mi vida.
¡Joder mujer! Me dejas sin aliento, exclamó Andrés al momento de recuperar la calma después de haberse desplomado desfallecido sobre la cama, luego de un intenso y prolongado orgasmo.
¡Ven acá, a tu lugar!, me dice, señalando su hombro derecho para abrazarme, -ese lugar de su anatomía es mi sitio favorito-, mientras inhalaba profundamente su cigarrillo electrónico ya que había dejado de fumar tabaco.
Relajado y más sonriente de lo habitual, suspira, sonríe y de pronto me mira y me pregunta directamente;
-Fabiola, ¿tienes algún deseo oculto que quisieras hacer realidad?, ¿tienes alguna fantasía en tus sueños que inquiete tu alma?
No puedo negar que me sorprendió su extraña pregunta. Sin dejar de disfrutar del momento, con mi cabeza pegada a su pecho y de su agitada respiración, le respondí.
No. No creo tener algún deseo sin cumplir, Andrés. Pienso por unos instantes y añado: creo tener todo lo que quiero y lo que necesito hasta ahora.
Mmmmm, ¿estás segura Fabiola? Me mira directamente a los ojos, como sabiendo de ante mano que esa no era la respuesta correcta. Siempre con esa sonrisa cómplice que en más de alguna oportunidad me hizo caer en sus invisibles redes hasta hacerme confesar y cometer más de alguna locura.
Luego de pensar por unos instantes, escarbando todos los vericuetos de mi mente, le digo.
-Bueno, para qué te voy a mentir; no es algo que me quite el sueño, pero siempre he sentido la curiosidad de cómo sería hacer un trío y sentir a otra mujer a mi lado, dije, algo sonrojada.
Me mira un tanto sorprendido y me dice sonriendo;
- ¡Mira tú, la golosa!, exclama riéndose y sigue ¡qué bien! Sabía que no me había equivocado contigo; una mujer inteligente como tú no puede tener límites, y eso me gusta-.
SEMANAS DESPUÉS
-¡No puedo creer lo que ven mis ojos!,- le dice por detrás al oído a una chica que estaba sentada en un café, revisando concentradamente varias carpetas.
Las palabras susurradas la sacan violentamente del estado en que encontraba, se gira sobresaltada, lo mira detenidamente y pega un grito de exclamación.
-¡Andrés!, ¡qué sorpresa más grande, por la puta!, y ¡qué susto me has dado, coño!- se levanta y se le tira a los brazos, lo abraza fuertemente y le da un cálido beso en los labios.
La mira sonriente aún semi abrazados y le dice
–Mi querida, ingrata y desaparecida gran amiga Muriel, ella siempre regia y estupenda o como dirían en nuestros antiguos barrios, divina de la muerte.-
-¡Andrés, no sabes la alegría que tengo de volverte a ver!,- le dice con lágrimas en los ojos
-De pronto te perdí la pista y no supe más de ti después que me fui de viaje a las Maldivas-
-¡Qué dices tía!-, digo imitando el sonsonete español –Te perdiste del mundo cuando conociste a esa alemana que ni me acuerdo como se llama-.
-Erika- responde de inmediato
-¡Sí, esa misma, la rubia tetona!- le dice riendo.
Muriel lo toma del brazo y le dice –Este gran encuentro merece una celebración, me tomaré la tarde libre para que nos pongamos al día, ¿puedes? -le pregunta-.
-¡Aun voy libre por la vida esperando cada treinta días mi cheque! Siempre tendré tiempo para mi querida amiga Muriel –le dice-. ¡Toma tus cosas y vamos a almorzar, te invito! -
Muriel Alzola, gran abogada chilena, a quien conoció cuando recién había llegado a vivir a Madrid, había jurado ante la Corte Suprema a los 24 años y su carrera había sido meteórica, logrando todos los títulos habidos y por haber. Era una mujer brillante, muy inteligente y sumamente irónica, llegando a veces a ser mordaz.
MEJOR QUE ANDRES NOS CUENTE LA HISTORIA
La había conocido una noche a mediados de Julio mientras tomaba unas cañas tratando de aminorar el sofocante calor que hacía esa noche en un bar en Chamberí. Como buen recién llegado no conocía a nadie, a excepción de mis compañeros de trabajo, que no eran muy entretenidos que digamos, así que solía salir a conocer y recorrer solo por las noches la ciudad de Madrid. Con 40 grados, o más, en el día era muy difícil de hacer.
Estábamos en pleno período vacacional, así que la vida nocturna era efervescente. Los bares, tascas, terrazas y restaurantes estaban siempre a tope, era difícil encontrar un sitio donde comer y tomar algo.
Paseaba mi mirada buscando un sitio cuando en eso se desocupa una mesa en un pequeño bar y me siento de inmediato. A mi lado, casi encima, se encontraban cuatro chicas bebiendo cubatas.
Después de un buen rato esperando a que la camarera me atendiera, pedí una jarra de cerveza y una ración de calamares. Sin querer, empiezo a escuchar su conversación, -al fin y al cabo estábamos casi todos juntos apiñados en el bar-, de inmediato detecté por su inconfundible acento que una de ellas era chilena. Desgraciadamente quedaba justo a mis espaldas, por tanto no la podía ver bien; las escuchaba como reían, otras gritaban cuando una contaba algo y así.
Pasé un buen rato tratando de ver a la chilena que rozaba mi espalda, -las otras chicas que la acompañaban estaban bastante buenas-, así que desplegué mi plumaje de pavo real, aclaré mi voz con un buen sorbo de cerveza y saqué a relucir mis dotes de matador. Me levante de la silla y me paré enfrente de ella; era de cabello claro tirando a colorina, pelo hasta los hombros, bastante atractiva, de unos veinte y tantos casi llegando a los 30.
-Disculpen chicas que interrumpa vuestra conversación, -digo alzando la voz-, pero quisiera hacerle una pregunta a ella -señalando a la chilena-.
Se produjo un silencio total en la mesa, algunas risitas por aquí, risitas por allá entre las restantes chicas, la chilena me mira sorprendida y me dice - ¿qué quieres saber?, te escucho -me dice en tono burlesco y desafiante-.
-He notado por tu acento que eres chilena, entonces me preguntaba qué puede hacer una chilena por un compatriota que se encuentra en apuros en esta ciudad, solo, triste y abandonado,-le pregunto sonriendo-.
Me mira por unos segundos de arriba a abajo con una leve e irónica sonrisa en su boca, se levanta de su silla quedando enfrente de mí; no era muy alta, pero estaba bastante buena, según pude apreciar después de un rápido repaso visual que le hice antes de que me hablara.
-¡Veamos! - me dice y en silencio me empieza a repasar entero nuevamente con la mirada mientras las otras chicas se reían y miraban atentas cuchucheando entre ellas, -Ummmm-, dice seriamente después de unos segundos.
-Eres guapo y muy atractivo, tienes bonitos ojos, -decía mientras seguía su análisis visual- una sonrisa que derretiría a cualquier mujer, una voz agradable y profunda, de verdad eres un espécimen muy interesante, -terminó por decir-.
Acto seguido, y sin que pudiera reaccionar, mete su mano debajo de mi polera y toca mi pecho. Estaba como estatua con mi jarra de cerveza en la mano, riéndome ante la ridícula situación. De pronto rápidamente con su otra mano aprieta mi entrepierna, palpando su contenido en reiteradas ocasiones exclamando solo –mmmmmmmm- la retira, me mira, me sonríe y me dice.
-Lo siento compatriota, no puedo hacer nada por ti, no tienes nada bueno que ofrecer a ninguna de nosotras -y todas al unísono se largan a reír-.
Desconcertado también me largo a reír sin saber muy bien por qué. No me había resultado la conquista y me sentía bastante ridículo ante la situación.
La chilena reaccionó de inmediato al notar mi incomodidad y rápidamente me da dos besos, uno en cada mejilla y me dice.
–Hola chileno, soy Muriel y estas que ves aquí son Rosa, Carme y Merche, mis amigas-.
-Hola Muriel, gracias por salvarme de esta, soy Andrés-
No había pasado ni un minuto cuando mis nuevas amigas ya se iban, se paran de la mesa para despedirse cuando Muriel les dice –chicas, vayan ustedes, luego las sigo, quiero hablar un rato del terruño que dejamos atrás con mi nuevo amigo chileno-.
Quedamos solos en la mesa y nos pusimos a conversar sobre Chile sin ningún atisbo de chovinismo, luego entramos en temas más personales. Llevábamos un buen rato conversando e indudablemente la intentaba seducir, desplegando todo mi arte y cuando creía que la tenía rendida le dije:
-Muriel, ¿qué te parece si nos vamos a otro lugar más tranquilo y con menos bulla para que continuemos con esta grata y amena conversación?, dije con mi mejor sonrisa y con el mejor tono seductor de voz.
Ella me mira y se larga a reír a carcajadas;
-Mira guapo,-me dice aun riendo- en otras circunstancias aceptaría encantada tu proposición pero cuando te revisé hace un rato atrás, no note que tuvieras una vagina húmeda y resbalosa, tampoco tienes un buen par de firmes y duras tetas- me dice aun riéndose.
-Lo siento Andrés, al igual que a ti, me gustan las mujeres lo mismo que a mis otras amigas, el problema que corroe tu entrepierna no te lo puedo solucionar -terminó por decir sin dejar de reír.
Empecé a menear la cabeza, me largo a reír y con la palma de la mano empiezo a golpear mi frente exclamando – Puta, el ojito que tengo -sin dejar de mirar a Muriel-.
Muriel era lesbiana y con el paso de los días se fue convirtiendo en una gran ayuda y mejor aún, en una gran e incondicional amiga.
Un sábado tipo 10.00 AM a mediados de Agosto suena mi celular arrancándome de un profundo sueño, había dormido fatal durante la noche producto del intenso calor que producía una masa de aire africano que invadía España.
-Hola- digo medio dormido.
-¿Buenos días mi guachito rico , que estás haciendo?,- era Muriel quien me hablaba.
-Hola Muriel, estaba durmiendo hasta que llamaste, ¿cómo puedes estar tan radiante a esta hora con el puto calor que hace?- le digo aún medio dormido
- Así somos las artistas, siempre frescas, lindas y bonitas, ¿tienes algún plan para hoy?- me pregunta.
-Si -le digo– quedarme todo el día metido en el piso con las ventanas cerradas a cal y canto con el aire acondicionado puesto a tope.
-Vamos tío, déjate de chorradas, paso por tu casa en una hora. Prepara tu bañador y una toalla, nos vamos a un día de playa. Nos arrancamos del calor y nos refrescamos en el agua.
-Muriel, no me digas que piensas conducir hasta Valencia. Hasta donde yo sé, Madrid no tiene mar y menos playas- le digo tratando de espabilar.
-Que tontín eres a veces- me dice riendo en tono cariñoso - quién te dijo que iríamos al mar, dije a la playa y Madrid tiene playa, ¿nunca has oído hablar del Pantano de San Juan, más conocida como la playa de Madrid?
-¡Ni puta idea!- le contesto
-Se llena a mogollón en esta época, pero conozco un lugar donde podremos estar tranquilos alejados de todos- me dice y sigue- levántate, tómate un café, desayunamos algo en el camino y aprovechamos de comprar unas bebidas y bocadillos para estar tirados todo el día en la playa- ¡ya, arriba!, que voy saliendo.- me dice y cuelga.
Muriel tenía un piso en Pozuelo y yo vivía en el centro de Madrid en calle de la Aduana a pocos metros de la Puerta del Sol, así que disponía de unos 30 minutos para bañarme, vestirme, tomar un café y buscar un bañador.
No habían pasado 20 minutos cuando suena el citófono, era Muriel que me decía – Vamos tío, baja rápido que estoy mal aparcada-.
Llegamos al pantano de San Juan por un camino de tierra. Muriel me explicó que la entrada misma estaba un par de kilómetros más adelante, pero como nosotros íbamos a otro lugar teníamos que hacer esta ruta. Aparcamos el coche junto a otros más que había en el lugar, tomamos la sombrilla y los bolsos con nuestras cosas, más la comida y empezamos a caminar. Después de bajar unos 700 mts, desde donde habíamos dejado el coche llegamos finalmente a la playa.
¡Sorpresa!, era una playa nudista.
-¡Estás de coña, Muriel!- le digo casi sin mirarla.
Estaban todos desnudos a mí alrededor, grupos de chicas, parejas, chicos, otros solos y solas tomando sol como Dios los trajo al mundo. Mi mentalidad tercermundista y subdesarrollada estaba siendo puesta a prueba en su grado máximo.
Muriel tendió su toalla, se sacó tranquilamente la parte superior de su bañador quedando en topless y se puso a tomar sol. Mientras tanto, yo miraba para todos lados sin saber muy bien qué hacer con el bañador bien atado a la cintura. Me senté a su lado y la empecé a mirar.
-Muriel- la llamo, ella levanta la cabeza y me mira – tienes unas tetas muy ricas – le digo y me largo a reír.
Más tarde, Muriel se saca la parte inferior de su bañador quedando totalmente desnuda. No tenía un cuerpo deslumbrante, pero bastante bien proporcionado y atractivo. Se levantó de su toalla y se paró enfrente de mí, quedando su pubis, totalmente depilado, ante mis ojos y me extiende una mano.
-Vamos a bañarnos, tengo mucho calor- me dice cogiendo mi mano para ayudarme a levantar.
Nos metimos al agua siempre con mi bañador bien amarrado a la cintura. Chapoteamos y nadamos un rato hasta que ella sale y se vuelve a tender en su toalla. Desde mi posición en el agua podía ver la playa en toda su extensión; era pequeña, rodeada de rocas por los costados y de frente un frondoso bosque que se llenaba del sonido constante de las chicharras.
Empecé a observar a la gente; todos se relacionaban sin ningún problema, conversaban entre ellos, la desnudez no era tema para nadie. Miré de pronto donde estaba Muriel y ahí estaba ella con su culo respingón tomado sol relajadamente. No puedo ser tan imbécil –pensaba– me tengo que atrever a dar este paso y en un momento de valentía, me saco el bañador y lo tiro hasta la orilla.
Ahora la cuestión era salir. No me podía quedar eternamente en el agua y ya me estaba dando frio, así que nadé hasta la orilla y con pachorra y sin mirar a nadie, salí a tenderme junto a Muriel quien me miraba desde su lugar mientras caminaba hacia ella. Llegué a su lado, me observa y me dice muerta de la risa;
-Con ese bicho microscópico me querías seducir la noche que nos conocimos en el bar- señalando mi pene-.
Miro mi pene y efectivamente estaba reducido por el frio del agua a su mínima expresión, me reí algo acomplejado y le digo
– ¡Cuidado amiga, las apariencias engañan! -
Estar desnudo es una liberación en todo aspecto, ciertas losas morales que pesan en tu espalda desaparecen, prejuicios estúpidos se van, los complejos no existen y un sinfín de cosas más las empiezas a entender desde otro punto de vista, por el simple hecho de estar sin ropa ante otros con todas tus miserias a la vista.
Regresamos a Madrid al atardecer y el taco que había a la entrada era descomunal, estuvimos un par de horas detenidos y tanto Muriel como yo estábamos con hambre y bastante agotados. Detenerse a comer era perder más tiempo y mientras decidíamos que hacer ella me dice;
-Andrés, estoy tan cansada que no tengo ganas de conducir hasta al centro y volver después, porque mejor no te vienes conmigo, cenemos algo rápido en casa y nos acostamos- me mira y me dice- ¡Eso sí, no te pases ningún rollo!- largándose a reír.
Llegamos, nos duchamos, preparamos unas ensaladas, algo de jamón y queso, unas copas de vino y nos pusimos a conversar sobre la vida encima de su cama. Notaba que cada cierto rato Muriel se estiraba y se tocaba las cervicales, la miro y le pregunto;
-¿Quieres que te haga un masaje?, se hacerlos bastante bien, al menos no he tenido ninguna queja hasta el momento – le digo riendo
Muriel aún estaba con una toalla alrededor de su cuerpo y otra en el pelo, con las cuales había salido del baño, hacía mucho calor como para volverse a vestir, yo solo andaba con un ridículo short con imágenes de Snoopy que me había pasado Muriel que debió haber pertenecido a alguna amiga friki de talla grande que lo dejó olvidado.
-¿En serio sabes hacer masajes?- me pregunta
-Obvio que si – le digo – no de forma profesional, pero sé qué hacer para relajar tu cuello y tu espalda-
Se quita la toalla del cuerpo quedando totalmente desnuda y se tiende boca abajo en la cama con los brazos en cruz – ¡Listo maestro, puede empezar a trabajar! -
-Para empezar necesito un aceite o una crema, ¿tienes alguna para el cuerpo, esas pueden servir?
-En una de las repisas que hay en el walk in closet encontraras algunas, ve la que te sirva.
Entro a la pequeña habitación y empiezo a buscar. Para mi sorpresa lo primero que vi fue una gran colección de vibradores y dildos de todos los tamaños y colores, además de una serie de lubricantes con sabores frutales; menuda cantidad de juguetitos tiene mi amiga, -pensé, sonriendo-, hasta encontrar una crema adecuada.
Muriel seguía relajada tendida boca abajo en la cama con sus piernas entre abiertas, su culo en todo su esplendor y parte de su vagina ante mis ojos y no pude evitar empezar a tener una erección.
Empecé a masajear su espalda esparciendo la crema en forma uniforme sobre ella y comencé a pasar mis manos en forma lenta y continua presionando con mis pulgares su columna. Solo la escuchaba gemir diciendo
– ¡Ah, que rico, sigue así, que delicia!- hasta que en un momento me subí y me senté sobre su trasero para poder tener mayor comodidad en los movimientos. Tenía mi pene totalmente duro y erecto, cada vez que podía le hacía sentir mi estado rozando mi sexo contra su trasero el que se encontraba tan solo separado por Snoopy.
En una de esas breves, casuales e imperceptibles embestidas que le hacía, ella se levanta y se gira tirándome hacia un lado, se sienta, me mira y con una sonrisa un tanto sería me dice:
-Andrés, lo siento, no me gustan los hombres, no puedo ni quiero tener sexo contigo. Sé que soy culpable por haber llegado a esta situación, -de verdad lo siento- se queda en silencio unos momentos pensando y luego me dice -que te parece que nos hagamos una paja cada uno por su lado, liberamos las tensiones acumuladas y nos ponemos a dormir como dos buenos amigos-
Abre sus piernas y sus manos bajan hasta su depilada vagina, abre sus labios y empieza a jugar con su clítoris masajeándolo suave y circularmente gimiendo ante cada arremetida de sus dedos.
Me quito a Snoopy quedando desnudo frente a ella mirando cómo se masturbaba y empiezo a hacer lo mismo.
Desde ese episodio nos volvimos más amigos que nunca, salíamos, conversábamos, me presentaba a sus muchas novias como yo le presentaba a mis eventuales ligues, nos reuníamos con sus amigas, hacíamos fiestas en su piso y en muchas ocasiones dormimos desnudos en la misma cama. En otras ocasiones junto a ella y la novia de turno. Nunca pasó nada entre nosotros, ni con ella ni con ninguna de sus amigas. Salvo saludarnos y despedirnos siempre con un piquito en los labios, nada más.
Hasta que ella se embaló con una alemana de grandes tetas. En su compañía se fue de viaje a recorrer el sudeste asiático sin fecha de retorno; en ese mismo período decidí regresar a Chile.
Habíamos perdido totalmente el contacto hasta que la vi sentada metida entre libros en una cafería en el centro de Santiago de Chile.
Llevábamos horas conversando y poniéndonos al día de todo lo que había pasado durante este tiempo sin vernos, me contó lo de su padre, su gran amor, y que fue el motivo de su regreso, se notaban algo más los años tanto en su cuerpo como en su rostro sin dejar de ser esa pelirroja bonita, atractiva y sugerente.
Vestía formalmente un traje de dos piezas gris con ribetes negros, el pelo tomado y gafas a tono: no podía ocultar su condición de abogado.
-Bueno, Muriel en que andas ahora, fuera de matarte trabajando- le pregunto
-En nada especial Andrés, asesorar múltiples estudios jurídicos deja poco tiempo para uno, en todo caso mi idea es ahorrar, juntar mucho dinero para luego dedicarme a viajar, tener una vejez de puta madre, tranquila y rodeada de gatos. -comenta largándose a reír-.
-¿Y de amores, cómo andas?- porque nunca te faltó esa parte -, le pregunto
- Bueno, nunca falta, así como dicen ustedes, de vez en cuando tiro una canita al aire, pero por el momento nada estable y definitivo.
Me largo a reír y le digo.
– Quien te ha visto y quién te ve -termino por decir sarcásticamente-.
-Te siguen gustando esas pequeñas pero intensas fiestas que hacías en tu piso de Madrid- le pregunto
-Tengo poco tiempo para fiestas, pero si, a veces las extraño-me responde sonriendo-.
La miro y me pongo a meditar en silencio unos minutos y le digo finalmente;
-Muriel- le digo mirándola a los ojos- ahora que te veo y lo pienso, necesito que me hagas un favor, un gran favor.
-¡No me voy a acostar contigo! Si estás pensando en eso -me dice muerta de la risa- no lo hice cuando las hormonas se me salían por las orejas, ahora menos que estoy más tranquila -terminó por decir-.
-No es precisamente eso lo que quiero, pero si algo parecido- le digo, dejando en suspenso las palabras.
Abre los ojos y me mira en forma interrogante y me pregunta– ¿Qué favor quieres que te haga, Andrés?
-¡Tengo una pareja sumisa! - le digo directamente y sin titubear
Abre aún más sus ojos, me mira y se larga a reír -¿una sumisa?, repite mi afirmación recargando las palabras.
-¿Supongo que tú cumples el rol dominante en este juego, porque de sumiso no te veo?– largándose a reír y continua-
-¿Desde cuándo te interesa el BDSM? Porque eras bastante normalito según recuerdo, de verdad estoy sorprendida- me dice.
-Lo conocí cuando viví algunos meses en Barcelona, algunas parejas que conocía me invitaron asistir a algunos club donde practicaban rituales BDSM, empecé a disfrutar de esos espectáculos y hacerme asiduo de ellos, conocí a una chica que me inició en esto y me enseño el arte de la dominación, ella era sumisa y me entregó todos los secretos de cómo me tenía que comportar, la disciplina, los ritos, las reglas y las normas para ser un buen Amo. Me gustó esa forma de entregar y recibir placer así que me convertí en uno, no fue fácil encontrar a alguien con quien compartir esta disciplina, la mayoría de las chicas cuando le decía directamente lo que quería de ellas, salían arrancando, hasta que conocí a Fabiola, quien no solo me escuchó atentamente sino que me desafió abiertamente con el asunto. Muriel, me escuchaba atenta con la boca abierta.
-Es una chica fantástica, profesional, guapa, exquisita y culta, tiene todo lo que me gusta y más aún ese deseo incansable por aprender, explorar y descubrir.- y continué.
-Empezamos de a poco a practicar estos rituales y ella fue asumiendo paulatinamente su rol de sumisa y fuera de la parte sexual que es maravillosa, llegamos a tener una profunda relación personal; tenemos tanta confianza en nosotros que ahora no tenemos ni techo ni fondo. Lo queremos todo, lo que se nos ocurra lo hacemos sin problemas, experimentamos las muchas formas que existen de dar y entregar placer, sea cual sea esta, nuestra vida es una continua aventura.
-Uhmmm, eso suena fantástico y entretenido- me dice Muriel – ¿y qué favor quieres que te haga Andrés?- me vuelve a preguntar.
La miro detenidamente por unos segundos y le digo:
-Quiero que tengas sexo con Fabiola estando yo presente. Quiero que cumplas su fantasía y la mía, quiero ver como se revuelca en la cama con otra mujer; es guapa Muriel –le digo– irresistiblemente sensual y atractiva, conozco tus gustos y sé que te gustará e incluso los sobrepasará.-termino por decir-.
-¿Es heterosexual o bi?- me pregunta
-Hetero- le contesto
- ¿Y si no quiere?- me pregunta
-¡Querrá, soy su Amo! Además siempre ha sido su fantasía oculta y escondida y se la quiero regalar, quiero que la cumpla, terminé por decir.
Se queda mirándome fijamente meditando mi proposición por unos segundos y me dice;
-Estás loco Andrés, verdaderamente loco y por eso siempre me ha gustado tenerte cerca, porque eres demasiado inteligente y perspicaz-.
-Dime donde y cuando, ahí estaré y os haré felices a ambos- finalizó diciendo Muriel.
ENTRE DOS MUNDOS
Hasta allí había quedado la conversación que habíamos tenido semanas atrás a la cual no le di mayor trascendencia porque era una de las muchas tantas conversaciones que teníamos sobre nuestros sueños y deseos, hasta que luego de un par de semanas me llama.
Era viernes por la tarde y era la primera vez en muchos meses que tenía totalmente libre el fin de semana, escenario ideal para no hacer nada, dormir y descansar todo el día.
De pronto suena mi celular, era Andrés quien estaba al otro lado de la línea y me pregunta:
-Hola guapa exquisita, ¿qué planes tienes para esta noche?
¡Andrés!, hola- lo saludo algo desconcertada. El único plan que tengo es dormir hasta que olvide incluso mi nombre.
¿Pasa algo?,- le pregunto un tanto inquieta
Debía preguntar si le había sucedido algo porque ese fin de semana, supuestamente, no estaría en Santiago por asuntos laborales.
Me había comentado que estaba a cargo de unos estudios en el norte de Chile, analizando la viabilidad de en un proyecto que la empresa donde trabajaba estaba interesada en invertir y estaría fuera por varios días.
- Nada especial ni importante. Adelanté un poco mi regreso y te quería ver. Además una entrañable amiga de años me invitó a cenar a su departamento y me encantaría que me pudieras acompañar, ¿puedes?
Cómo podía decir no a tal propuesta. ¡Por supuesto que puedo!, dame una hora para quitarme esta cara de culo, me doy una ducha y estaré lista para ti, Amo, recalcando esta última palabra con una sonrisa irónica de complicidad.
- ¡Perfecto!, paso por ti a las diez-.
Desde que estábamos juntos nunca había tenido la oportunidad de compartir algún evento social con el círculo más íntimo de Andrés. En más de una oportunidad Cristina nos había invitado a cenar, pero siempre su respuesta fue un no rotundo.
- No mezclemos las cosas, Fabiola. Tener que encontrarme con ella en algún evento familiar es suficiente como para tener que seguir frecuentándola socialmente.
-Sé que es tu mejor amiga y para mí también lo es, pero no necesariamente tiene que ser amiga de ambos como pareja.
Me di una reconfortante ducha caliente y me vestí con cierto relajo con aquel vestido negro que tanto me gustaba.
Clásico, sin mucho corte, pero que definía sutilmente mis curvas y volúmenes, más aún si no usaba ropa interior a petición de Andrés. Era mi prenda favorita.
Tacones amarillos y el cabello suelto para quitar la formalidad a la vestimenta: era el look perfecto para la ocasión
Puntualmente Andrés me pasó a buscar y al subir a su auto pude sentir su mirada de asombro.
- ¡Vaya guapa; qué bien te ves!,- deslizando su mano entre mis piernas palpando mi vagina, mientras me besaba mordiéndome los labios.
-¡Así me gusta que estés!, susurra en mi oído. Qué delicia sentir tu humedad.
Ante aquellas palabras, no pude evitar retorcerme de placer en el asiento mismo.
¿Dónde dijiste que vamos?, pregunto tratando de disimular mi curiosidad. Lo conozco no tan bien como quisiera, pero sin duda había algo extraño tras esta inusual invitación social.
Bueno, quiero que conozcas a la que ha sido una de mis mejores amigas, responde observando mi reacción de reojo.
-Muriel Alzola. Es una abogada chilena que conocí en Madrid, cuando vivía en España. Luego de un tiempo le perdí la pista y por cosas del destino la volví a encontrar casualmente hace unos días en un café cerca de mi oficina.
-Hoy me llamó para invitarme a su departamento a compartir unas cañas y tapas, como lo solíamos hacer en España. Me pareció una buena idea y le dije que vendrías contigo.
- Te caerá muy bien Muriel, estoy seguro que te va a gustar, terminó por decir, sonriendo.
Llegamos al departamento de Muriel en un exclusivo barrio del sector oriente de Santiago. Edificios de poca altura pero de líneas modernas y vanguardistas con amplios jardines interiores.
Vaya lugar donde vive “tu amiga“,- le comenté a Andrés recalcando la palabra, mientras nos anunciamos con el conserje.
Jajajajaja lindo tono tienes para para mencionar a “mi amiga “.
-Adelante Don Andrés, décimo piso la puerta de mano izquierda
Subimos por al ascensor espejado. Apenas se cerraron las puertas empujé a Andrés contra la pared y empecé a acariciar su entrepierna, le mordí los labios y entreabrí su boca con mi lengua. De pronto me toma por las caderas y se refriega contra mi cuerpo, sintiendo de inmediato la rigidez de su pene.
-¿Quieres comprobar lo caliente que me tienes? susurra.
Detiene el ascensor, me coloca de espalda frente al espejo, se baja el cierre del pantalón, levanta mi vestido y de una vez mete su pene en mi ano. Quedé inmóvil y sin defensa, Empezó a frotar mis pechos y a morderme el cuello mientras sus caderas me embestían, al principio suavemente para luego darle un ritmo intenso y pasional.
Cuenta hasta diez Fabiola, ordena agitado.
Uno...
Dos...
Podía sentir como me penetraba su caliente pene, que entraba y salía de mi culo mientras seguía jadeante la secuencia numérica.
Antes de llegar a diez se me doblaron las piernas y en un profundo gemido mi ano atrapó con sus espasmos el pene de mi Amo que, al igual que yo, no pudo resistir las ganas de acabar junto conmigo.
A tientas traté de bajar dignamente el vestido y Andrés subir su cremallera y algo agitados volvimos a tomar rumbo al último piso.
Salimos del ascensor riéndonos a carcajadas tratando de mantener el equilibrio, cuando sentimos abrir la puerta de uno de los dos departamentos que había en el piso. La voz de una mujer nos sorprendió.
- ¡Por fin llegan! Me volví loca llamando al conserje por su demora, y nos mira.
-¡Vaya! Parece que lo pasaron muy bien mientras subían, ¿o me equivoco?-, dice riendo mientras saluda cariñosamente a Andrés dándole un beso en los labios y agarrándole el culo sin timidez alguna.
Luego me dirige una mirada directa y penetrante, de arriba a abajo, mientras Andrés le dice:
Muriel, esta es Fabiola - la amiga de la que te hablé en el café.
Fabiola, ella es Muriel, la única mujer con la que he me he acostado varias veces en su cama, desnudo, sin poder follármela ni una vez.
Se rieron al unísono con esa mirada cómplice que, sin entender muy bien lo que decían, hizo que me relajara y me sintiera algo más más cómoda.
Grande fue mi sorpresa al entrar a aquel departamento. Era amplio y acogedor, de grandes espacios, con una decoración muy minimalista pero de muy buen gusto.
En la terraza, Muriel había preparado un pequeño bufé con delicias españolas que sin duda fueron pensadas para agasajar a su amigo y recordar buenos tiempos.
Ella estaba encantada con la visita y no lo disimulaba. Ofreció una cerveza a Andrés y sentándose a mi lado de forma insinuante me pregunta.
-¿Y tú, Fabiola? ¿Qué deseas beber?
Vino blanco, por favor, sonreí algo incomoda por la forma en que me miraba.
¡Muy bien!, de gustos maduros tu amiga, Andrés. Me gusta, dice, mirándome sonriente.
Al principio no lograba ponerme a tono con la conversación tan íntima entre estos amigos, pero decidí no quedar al margen de las aventuras de este curioso par de personajes.
Escuchaba atentamente las anécdotas y cómo habían disfrutado en la capital de España de su religiosa procesión por los bares y clubes de la bohemia ciudad de Madrid, así que decidí integrarme a la conversación y les pregunté
- Me pueden explicar eso de que compartieron desnudos una cama y no follaron, como dicen ustedes.
Mirándose cómplices y sin evitar las risas, Muriel se levanta de su asiento y se sienta suavemente sobre mis rodillas.
-Mira Fabiola. Te voy a contar una triste historia que confirma el dicho, se larga a reír y continúa.
-Fue por lana y salió trasquilado.
Y entre risas y tragos me entere que Muriel era lesbiana, que Andrés intentó seducirla en un bar delante de sus amigas sin saber de su condición y desde aquel bochornoso incidente se convirtieron en amigos entrañables, casi inseparables.
Los escuché con atención pero no pude evitar echarle un vistazo a aquella bella mujer, si, era una bella mujer.
Simple, fina y elegante, fueron los adjetivos que mejor le calzaron, pero por sobre todo: inteligente. Tan así, que era capaz de reírse de sí misma como del resto; a destajo.
Una copa tras otra fue distendiendo el ambiente hasta encontrarnos los tres muertos de la risa. Despatarrados sobre el sillón, jugábamos a morderle las orejas a Andrés, una a cada lado, haciendo un turno por vez comprobando quien lograba primero despertar su instinto animal.
Lo mordíamos y metíamos la lengua en su oreja y después palpábamos su entrepierna para comprobar si había una reacción.
¡Un momento!- dice Andrés alzando la voz. Ahora es mi turno. Se levanta y se para frente a ambas, notando de inmediato la gran erección que tenía bajo su pantalón.
Por qué no dejan de morderme las orejas y se muerden las suyas, nos dice, riendo.
Su petición me dejó perpleja por un segundo, pero con varias copas de vino en el cuerpo le respondí riendo un tanto desafiante
¿Solo las orejas? mirando a Muriel buscando su complicidad.
¡Eso!, responde ¿tú sabes que podríamos morder mucho más que las orejas?, ¿cierto Fabiola?
-¡Por supuesto!, y me acerque a Muriel, tomé su cabello y despejando la oreja la recorrí con la lengua para luego darle mordiscos pequeños que la hicieron reír sin control.
-¡Eso para empezar!,- dije decidida.
Tomé su cabeza con las dos manos y la besé en la boca sin pudor.
Un tanto sorprendida, tardó un poco en responder y lo que fue un loco desafío se convirtió en el beso más apasionado que haya sentido alguna vez.
Vaya, me has dejado sin palabras, Fabiola, dijo Andrés, riendo sorprendido.
Más a mí - agrega Muriel.
Ven, le digo a Muriel, indicándole con mi dedo índice que se acercara.
Andrés, entusiasmado, aplaudió dichoso alardeo y nos dice: esto lo tengo que ver y disfrutar. Se sienta acomodándose en un sofá, indicándonos que siguiéramos.
Totalmente envalentonada, desinhibida y excitada fuera de todo prejuicio, la busco y empiezo a recorrer suavemente con la punta de los dedos su cabello, sus sinuosas orejas, su suave cuello; de pronto meto uno de mis dedos en su boca a lo que ella responde con un firme agarrón a mis pechos.
Con su mano los empieza a acariciar, buscando bajo el vestido mis pezones duros, que encontró sin demasiado trabajo. Entre un dedo y otro comenzó a apretarlos hasta sacarme un quejido que sin duda de dolor, no era.
Empecé a desabotonar su blusa y sentí como se agitaba su respiración al contacto de mis manos. Como pude desabroché el sujetador y con mi lengua comencé a recorrer sus pechos, firmes y redondos, que casualmente, como alguna vez lo había imaginado, cabían en mis manos.
Muriel no se resistió a mis caricias, hizo algunos pequeños guiños intentando por momentos tomar el control de las acciones, pero ante mis audaces incursiones dejó de resistir.
Andrés por su parte se ubicó en uno de los sitiales de la terraza, se quitó los pantalones y extasiado por el espectáculo se comenzó a masturbar lentamente.
Se recostó y abrió sus piernas, tomó su pene que estaba erecto y duro, nos muestra lo caliente que estaba con nuestros juegos para luego empezar a frotar suave y rítmicamente.
Por nuestra parte, Muriel y yo estábamos desnudas sobre la alfombra intentando de cualquier forma deshacernos de la calentura que nos inundaba.
Tomé el control de su cuerpo, la besaba y sin darle tiempo abrí sus piernas para saborearla.
Me arrodillé y metí mi cabeza mordiéndole los muslos y con la punta de la lengua comencé a realizar el camino hacia su clítoris.
Pude sentir cómo su vagina se hinchaba y comenzaba a verter, como un cauce incontrolado, la humedad propia del deseo que está a punto de explotar.
Mordí sus labios mayores y menores, chupé y lamí su clítoris, lo que hizo gemir fuertemente a mi compañera de juegos. De improviso se incorpora y pasa a ser ella quien empieza a tener ahora el control de las acciones.
Me abraza y empieza a morder mis pezones duros sin control, metiendo a la vez sus dedos en mi vagina. Sus besos lenguados le dieron un sabor inigualable a mi boca.
No pude dejar de seguir su juego y, frente a frente, con sus dedos metidos en mi vagina, hago lo mismo e introduzco los míos en la suya.
La sincronía perfecta de sus movimientos, simultáneos a los míos, nos dejaran al límite de no querer resistirnos más, renunciando a la razón para dejarnos llevar por la suprema lujuria.
Se giró con una habilidad felina y nos quedamos en la posición del 69. Tenía frente a mi cara su húmeda y caliente vagina totalmente a mi disposición, como ella tenía la mía. Empezamos a saborearnos, sacándonos mutuamente gemidos y gritos de placer.
De pronto mis ganas de poseerla se hicieron más fuertes. Tenía tanta energía acumulada que tomé a Muriel por las caderas, le abrí las piernas y las entrecrucé con las mías, dejando nuestras húmedas y resbalosas vaginas tan pegadas la una a la otra que ambas empezamos a frotarnos frenéticamente sin control.
En ese último momento de descontrol le tomo el cabello con fuerza y le tiro la cabeza hacia atrás, sintiendo en ese instante cómo llegaba a mi vagina una violenta corriente de espasmos que se trasladaban hasta Muriel, para lograr un clímax tan intenso que nos hizo gritar y gemir a las dos desaforadamente.
Era tan inmensa la culminación de nuestro orgasmo que Andrés se acercó en el preciso instante, cuando estábamos vibrando con los espasmos, se arrodilla masturbándose frente a nosotras que jadeábamos acostadas sobre la alfombra y eyacula, chorreándonos a las dos con su viscoso, caliente y abundante lanzamiento de semen.
Luego de eso, Andrés nos abraza y nos dice: ¡par de calientes maleducadas, podrían invitar! es de muy mala educación servirse solas el postre.
No largamos los tres a reír hasta que Muriel de pronto pasa la mano por su vientre, la mira, levanta la vista y con cara de asco le dice a Andrés;
-Joder con el tío guarro, otra vez me bañaste con tu asqueroso moco.
Nos miramos los tres y nuevamente nos largamos a reír