La Historia de mi vida
Los recuerdos de mis vivencias y alguna experiencia concreta.
Siempre he tenido una agitada vida sexual. ¿Qué significa?. Pues realmente nada más allá de lo natural, entiendo yo. Siempre me han atraído mucho las mujeres y la práctica sexual. Desde pequeño recuerdo haber practicado el sexo y aquello había conseguido crear en mi la necesidad del estímulo habitual, casi diario. Pero no os engañéis. Si alguno entrevé en estas líneas que yo era como un don Juan sexual, que vaya apartando esa idea. Mi práctica sexual se quedaba en la autosatisfacción qué tan bien hace en los casos que se asemejan al mío.
Mi relación con el sexo opuesto era bastante .... mejor, no lo era. Tras 18 años de mi vida, mis únicas experiencias consistían en haberme aprovechado de alguna que otra situación casual por la que podía haber contemplado la desnudez de mi hermana, o, también, el espionaje de algunos familiares femeninos de los que poco o nada pude obtener. Recuerdo en casa de mi abuela aquella sala grande, donde se acoplaba una cama y dormía en ella. Me costaba permanecer despierto hasta que mi tía llegaba a su dormitorio cuya única separación exterior con la sala era una cortina que, aprovechando la luz encendida, dejaba intuir algo de lo que sucedía en su interior. Ante la escena, permanecía muy quieto, sin apenas respirar pretendiendo no ser descubierto. Ella entraba y comenzaba a cambiarse de ropa.
Nunca resultaba exitosa aquella vista pero yo insistía e insistía. Me viene a la cabeza el día que merecí el premio. Corto premio para tanta perseverancia. Aquel día, la cortina quedó con la abertura suficiente para no verla entre telas. Permanecí más quieto que nunca, tanto, que oía el bombeteo de mi corazón en su palpitar. Con toda naturalidad se fue despojando de su ropa y divisé sus pechos y aquel pezón de marrón oscuro que contenía. No recuerdo sus formas pero si el color y lo poco que duró. Cuando se hizo la oscuridad en el cuarto, me lo quedé mirando extasiado, inmóvil, hasta creo que sin pestañear. Mi cuerpo era un cúmulo de sensaciones y las ganas de llegar a lo desconocido me asaltaban mis pensamientos. Mi tía se acoplaba a la cama buscando la postura adecuada, y la debió encontrar, por que la cama dejó de sonar. Yo permanecí inmóvil durante gran tiempo, saboreando aquel momento y las sensaciones que pude tener.
No fui nunca una persona decidida. Mi miedo al fracaso me mantenía en posiciones defensivas y por supuesto, con las chicas era igual. En el instituto siempre hubo chica que me gustase, pero hoy por hoy, ninguna tiene noticias de aquellos sentimientos. Pero el lector no debe hacerse una imagen errónea. No he sido un bicho raro, ni mucho menos. Mis relaciones sociales fueron buenas e incluso, en mi entorno de amigos, tuve alguna que otra amiga de esas que si los dos estamos por el otro ....
Hasta entonces mis correrías con el sexo opuesto se habían concretado en salir con unas pocas chicas pero siempre con el recatamiento normalizado. Sólo con una de mis novias intenté ponerle la mano encima, y para mi perdición, había tenido una mala experiencia con un ex novio y aún estaba padeciendo la enfermedad psicológica. La escena fue en un bar, sentados en aquellos reservados con cómodos sillones, y dos chicos de sexo opuesto, cogidos de la mano mirándose el uno al otro. Mi impulso me obligó a acercar mis labios contra los suyos y mantenerlos pegados buscando la pasión que por aquél entonces llamaba a mis espacios en muchas ocasiones. Permanecí, creo que años enteros en la misma posición, y aún recuerdo, intentar caldear el beso con un suave gesto de intención. La respuesta fue tan fría como el hielo. Bueno, peor, el hielo al menos se derrite. Contrariado no volví a intentarlo. Meses después abandonamos la relación por otros temas que no vienen al caso.
Aquel verano de no se que año no se me olvidará. Creo que todos tenemos nuestro momento y aquel fue el mío. ¡Desde luego que sí!. Para aquél entonces salía con una chavala estupenda de la que hoy soy su marido y, desde luego, me alegro de serlo. En una escena similar a la narrada anteriormente, sobrevolé la tragedia. Con ella los besos ardientes eran repetidos y yo notaba en ella un deseo. Me atreví a, en una escena sin igual, examinar su volumen y curvas como aventurero en selva desconocida. Mi mano cautivó su cara y la acariciaba provocando el estímulo lascivo. Dejándome llevar por esa fuerza de lo oscuro, acaricié su cuello y después, con toda la suavidad y sensualidad posible presioné su pecho ahogándome en mi excitación. Estaba en el paraíso y mis pensamientos, tantas veces proyectados en mi mente, se dibujaban en la realidad. Siento decepcionaros, pero aquello terminó de golpe. En cuanto comprendió que mi mano estaba posada sobre su "teta", aun cuando nuestra piel estuviera separada por un sinfín de telas, la tragedia se cernió sobre mi.
Era mi sino. Debía de dedicarme a aquellos cines de mala muerte, llenos de "salidos pajeantes", para contemplar la desnudez femenina en el estado de excitación que mis deseos más corporales solicitaban. Estaba claro y escrito. Yo tenía que ser uno de esos salidos.
Permitidme un inciso, seguro que no os enfrío, para deciros que todo tiene su lado bueno. En aquellas películas clasificadas, aprendí muchas cosas sobre el sexo, y me permitieron ser un verdadero experto en la teoría del mismo. Nunca me pajeé en público, sentado en aquellas butacas, pero disfrutaba de mis excitaciones y de aquello que veía, mientras mi interior, recogía experiencias. Aquello terminó una desagradable tarde. Estaba inmerso en el hacer de la pareja, cuando un desgraciado se sentó a mi lado. Aquello me incomodó porque gustaba de sentirme en soledad en aquellas situaciones. Por tonto, no me atreví a cambiarme de sitio, y aguanté la compañía de aquel, siguiendo el resto de la película. Pero, aquél que compartía cine no pretendía solo ver la película sino aprovechar los estímulos para darle un poco a la práctica. Fue cuando me sentí, por primera vez con cierta personalidad. Al notar aquel inconfundible gesto y roce de mi acompañante, me volví hacia él con la expresión como jamás la he utilizado con nadie. Entiendo que "vio a oscuras", porque de un salto, no solo abandonó mi compañía, sino que con gesto vergonzoso abandonó la sala, mientras yo le seguía con la mirada hostil.
Aquello cerró las puertas de los cines a mi soledad lasciva, y fueron sustituidas, por proyecciones domésticas a hurtadillas de mis padres, en formato de videos alquilados. Mis 18 años habían pasado sin "haber conocido hembra".
Pero volvamos al verano antes citado. Lo narrado anteriormente en el cine, pasó en la antesala de aquel verano magistral que puso el mundo a mis pies.
Todo empezó cuando a las entradas del verano, las fiestas locales aparecen divertidas. Juergas, bebidas, y todos aquellos ingredientes que ten permiten exteriorizar en cierta medida lo que llevas dentro. Una de las noches coincidí con mi hermana en la vuelta a casa. Yo andaba contento, pero controlaba perfectamente. Mi hermana estaba perfectamente, y aprovechando nuestro encuentro, liberó a su novio del trabajo de llevarla a casa. Los dos fuimos a buscar el coche que tenía aparcado por las cercanías de la zona de copas. Tras darla las oportunas explicaciones sobre mi soledad femenina (en clara referencia a mi novia que estaba con sus respectivas amigas), terminé por lanzar, a modo de broma, un comentario sobre mi problema con el sexo opuesto. Mi hermana siguió el guión y bromeando llegamos al vehículo.
Yo ocupé mi puesto de piloto mientras que mi hermana se subió al sitio del acompañante. El juego continuó entre alguna que otra risa. Ella encontraba cierta diversión en mi abstinencia en cuanto al sexo. Yo me postraba infeliz ante aquello y dejaba escapar una exagerada situación insostenible que aumentaba el grado de comicidad de la escena. Pensándolo ahora, mi hermana lo tomó, dentro de las gracias, muy en serio, y comprendió que aquello no distaba mucho de la realidad. Tras aparcar el coche, nos dirigimos a nuestra casa, donde debían de estar dormidos nuestros padres. Ella me cogió por la cintura, me soltó un consolador beso en la mejilla y me apretujó contra sí. No se me olvidará el dolor que me causó su cadera. No hablamos más. En el ascensor ella me miraba, sin decir nada. Yo perdía mi mirada hacia ningún sitio, puesto que aquello me hacía, incluso, sentir algo incómodo. Al detenerse el ascensor, ella abrió la puerta mientras yo preparaba las llaves de casa. Giré con delicadeza la cerradura, intentando hacer el menor ruido posible. Tras volver a cerrar la puerta, me giré y vi a mi hermana en la puerta del recibidor en actitud de espera. Me sorprendió pero no pensé en nada. Cuando me acerqué para dirigirme a mi cuarto, ella cogió mi mano y me dirigió tras ella hacia su cuarto.
Estaba bebido de la situación y ni me salía preguntar, ni detenerme, ni ... simplemente dejarme llevar. Llegamos a su cuarto y ella cerro la puerta, luego con un ligero empujón me hizo caer para quedar sentado en su cama. Empezó a quitarse la cazadora, luego se desabrochó los vaqueros, se sacó la camisa, empezó a desabrochar los botones de la camisa y a liberar los encantos de mujer. Mis ojos vencieron a la oscuridad de la habitación, y solo con la luz que entraba del exterior, no me perdía detalle. La camisa quedó libre, y en su interior se adivinaba el sujetador de color blanco. Tiró de las solapas para atrás y la camisa cayó al suelo. Aquello era celestial. Los pechos de mi hermana se dibujaban grandes, firmes, ..., espectaculares. Hábilmente se quitó los zapatos y dejó caer su vaquero, poniéndome a la vista las braguitas que ocultaban sus intimidades. Se quitó los calcetines, y sin despojarse de más, se acercó a mí y me empezó a quitar la ropa, dándome algún que otro roce con sus labios en mis mejillas. No recuerdo bien mis sensaciones, pero si mi estado de incredulidad ante la situación. Posiblemente, lo cierto es que la sorpresa superaba la situación y me bloqueaba hasta los instintos. Cuando tenía desnudo el torso, me tumbó y se dedicó a mis pantalones.
Me dejó en calzoncillos y se sentó a mi lado, mirándome, como dejándome decidir el futuro de si continuar o dejarlo. Sin palabras, solo con la mirada, ella dejaba escapar el "aquí me tienes para lo que quieras, hermanito", pero necesitaba una complicidad. Los instintos son listos y con cierta brusquedad tumbé a mi hermana al lado mío. Luego me abalancé sobre ella mientras parecía esperar y estudiar mis movimientos. La acaricié la cara, el cuello y pasé mi mano por encima del sujetador. No hubo reacción. Mi mano había pasado por sus partes íntimas y ningún gesto de reprobación. Mi mirada se cruzó con el gesto de su cara. Estaba complaciente, sin remordimientos y segura. Era quizá el momento de poner en práctica todo lo que, sentado en aquellas butacas empobrecidas, había podido contemplar cual mirón hurga en las intimidades de los demás.