La historia de Laura (relanzada)

Debido a problemas personales tuve que eliminar mi otra cuenta y he tardado en poder hacerme una n ueva, tanto de correo como aquí. sin embargo, y visto que mi relato tuvo buena aceptación, he decidido seguirlo, publicandolo desde el principio tras una revisión breve pero necesaria. aquí les incluyo los dos primeros capitulos, ya publicados y revisados, y el tercero.

DEBIDO A PROBLEMAS PERSONALES TUVE QUE ELIMINAR MI OTRA CUENTA Y HE TARDADO EN PODER HACERME UNA N UEVA, TANTO DE CORREO COMO AQUÍ.

SIN EMBARGO, Y VISTO QUE MI RELATO TUVO BUENA ACEPTACIÓN, HE DECIDIDO SEGUIRLO, PUBLICANDOLO DESDE EL PRINCIPIO TRAS UNA REVISIÓN BREVE PERO NECESARIA.

AQUÍ LES INCLUYO LOS DOS PRIMEROS CAPITULOS, YA PUBLICADOS Y REVISADOS, Y EL TERCERO.

COMO YA DIJE EN SU DÍA, LAS IDEAS, APORTACIONES, SUGERENCIAS Y CONSEJOS PARA EL DESARROLLO D ELA HISTORIA SON SIEMPRE BIENVENIDOS. ESCRIBIRME POR FAVOR A MI NUEVA DIRECCION carrce2@hotmail.com

GRACIAS POR TODO, PERDON POR LA TARDANZA Y EL CAMBIO Y OJALA SIGAIS LEYENDOME.

LA HISTORIA DE LAURA

1

Una vez que las seis personas se quedaron a solas en la habitación, justo después de que el servicio se hubo marchado, la más joven de las personas presentes se levantó de la silla de donde estaba y se quitó el vestido que cubría su cuerpo mostrando su desnudez a las otras cinco personas que sonrieron con avidez.

Con cuidado, mientras el miedo atenazaba su cuerpo una noche más, la joven deslizo sus pies descalzos cubiertos solo por las suaves medias y se situó junto a uno de los hombres que la contemplaban para después, lenta y suavemente, sentarse sobre sus rodillas.

Justo después de que la chica se sentara sobre sus rodillas con las piernas abiertas, la mano de aquel hombre acarició el suave pubis totalmente rasurado mientras uno de los dedos acariciaba la rajita del virginal coñito abriéndose paso hasta entrar dos dedos que inspeccionaron el interior suave y hábilmente, con su mano diestra y experta en estas lides, hasta palpar el himen de la chica. La virginidad de la joven satisfizo una vez más al hombre. Ese delicioso y húmedo sexo solo seria desvirgado por el o por su hijo, salvo que la chica le diera motivos para que fueran otros quienes tuvieran ese place, haciéndolo además de una forma mucho más salvaje de la que él tenía pensado. A veces, casi hasta lo deseaba, solo por el gozo y la excitación de volver a ver ese espectáculo una vez más.

Lentamente, sin dejar de soñar con la violación de la chica y mientras su excitación crecía más y más, El hombre sacó la mano del interior del sexo de la chica y siguió acariciando el pubis, haciendo que la chica notara en su rasurada piel la humedad que ya desprendía de su sexo, mientras con la otra acariciaba el muslo desnudo hasta llegar al encaje de las medias de nylon, que daban a sus piernas un tono bronceado, acabando, finalmente, por acariciar las piernas a través de la suave tela de las mismas. La otra mano acariciaba entonces nuevamente la rajita depilada del sexo de la chica que con los ojos cerrados, dejando las lagrimas resbalar desde los mismos por sus mejillas, luchaba contra la excitación que comenzaba a sentir mezclada por el asco de ser nuevamente humillada y ultrajada de esa manera por la persona que se supone debía de cuidar de ella.

Una tercera y cuarta mano, ambas de otro hombre que se había acercado hasta ella, comenzó a acariciar sus pequeños pechos y a pellizcar sus pezones, que enseguida respondieron a tanto estímulo endureciéndose una vez más hasta puntos que ella aun no creía posible.

Mientras se mordía el labio inferior y encogía los deditos de sus pies descalzos, cubiertos solo por las medias, la joven no podía evitar dejar de llorar a la vez que luchaba por el incontrolable placer que sentía, un placer mezclado con miedo, asco, terror, dolor; un placer que inundaba de sexo la mano que seguía acariciando su pubis y su rajita, que ahora estaba metiendo tres dedos debido a la facilidad con que lubricaba ese virginal coñito que ella tanto estaba empezando a odiar. Sabía que mientras se portara bien seguiría virgen, al menos hasta los dieciocho, y era por eso, por eso y porque no tenía a donde ir, que se dejaba humillar de esa manera cada vez que su tutor deseaba.

Entre temblores y espasmos, las manos apretadas, el labio sangrando por la fuerza de sus dientes sobre él y los dedos de los pies casi agarrotados, Laura se corrió nuevamente mientras su sexo, sus pechos y su pierna seguían siendo sobadas por dos hombres mientras dos mujeres y un joven adolescente miraban sonrientes.

Tras correrse nuevamente, los tocamientos cesaron y una voz suave la susurró algo al oído. Obediente, Laura abrió los ojos, y temblando, se puso de pie y se separó unos metros. Después fue hasta un rincón donde había una silla y se subió a ella poniéndose de rodillas. Ahora, pensaba sin dejar de llorar, vienen los azotes. Y antes de que la diera tiempo a pensar más, sintió como el cinturón de su tutor restallaba salvajemente contra su culo arrancándola el primer grito de dolor.

-- Unooooo… -- susurró entre llantos la pobre chica.

Un nuevo azote resonó, un nuevo grito salvaje saliendo de su garganta, y un nuevo gemido acompañado de un susurró.

-- Dooossss – solo quedaban dieciocho, y eso porque hoy no había dicho nada mientras era humillada, como las primeras veces, si no, habría sido el doble, o el triple. Siempre dependía del humor de su tutor, o de la mujer de este.

Un nuevo azote.

-- Tressss… -- y entre llantos, una vez más, tras dos semanas de humillaciones, Laura se preguntó, porque la estaba pasando a ella todo esto.

Aquella noche, en la oscuridad de su cuarto, tumbada boca abajo totalmente desnuda sobre su cama, salvo por las medias que seguían cubriendo aun sus piernas, Laura, no podía parar de llorar una noche más mientras sentía su culo arder.

Las marcas de azotes acumuladas eran tan intensas y fuertes y de tantos colores que apenas se podría apreciar piel sin azotar. No era para menos. Llevaba catorce días siendo azotada y humillada cada noche.

Laura, que tenia quince años, había quedado huérfana hacia un mes, y durante medio mes había estado en un orfanato hasta que la dijeron que tenía una casa de acogida. La joven, que aun no había superado la muerte de sus padres, apenas mostró alegría.

A la mañana siguiente, un jueves, cuando esperaba en el recibidor con la maleta a sus pies, Laura no podía imaginar que la esperaba un tormento del que tardaría mucho tiempo en salir, y que cuando lo hiciera saldría convertida en una persona tan distinta a como era ahora, que no sabría encontrar placer sexual si no era a través de la humillación, el sufrimiento, el dolor.

Aquella mañana, cuando la dijeron que el coche que la llevaría a su nueva casa llegó, Laura se despidió con un tímido beso y un leve abrazo de Marta, la mujer que regentaba el orfanato en el que había estado.

Cuando salió, con la maleta en una mano, a la cálida mañana de finales de primavera, lo que vio al final de la escalera que daba al orfanato la dejó en un primer momento paralizada. Una limusina estaba esperándola. La joven, sin saber que hacer, se fijó en como el conductor de la limusina, un hombre alto, fuerte, vestido de negro y con gorra, subía a por su maleta.

-- Buenos días señorita García. Me llamo Leo, soy el chofer de los señores Palomar, y voy a llevarla hasta su nuevo hogar.

El chofer, que debía de medir dos metros, impresionó a Laura, que apenas media algo más de metro sesenta. Se agachó, cogió la maleta de la joven y la indicó que la siguiera. Al llegar abajo, abrió la puerta de atrás de la limusina y Laura entró al coche más grande que había visto en su vida. La puerta se cerró tras ella. Laura admiró el amplio espacio de cuero tapizado. Con cuidado, y sonriendo, se descalzo sus sandalias y se tumbó a lo largo de los asientos. Cabía entera. Después se sentó y apoyó sus pies descalzos en los asientos que tenía enfrente. Entonces escuchó cerrarse el maletero y después abrirse la puerta. A continuación la mampara que separaba la parte de atrás de la del conductor se deslizó hacia abajo. Laura bajó los pies de los asientos pero permaneció descalza notando bajo sus pies una mullida y suave moqueta.

El hombre que estaba tras el volante, su chofer, la habló.

-- Tardaremos media hora, póngase el cinturón, ya que iremos por autopistas.

Laura asintió, sonriente, sin imaginarse que ya apenas hubiera cruzado el umbral de su nueva casa, comenzaría su sufrimiento.

Los recuerdos de Laura se interrumpieron al abrirse la puerta. La joven se quedó quieta, tratando de aguantar los sollozos cada vez más débiles. Un leve siseo se escuchó en la habitación, alguien se deslizaba lentamente por el suelo, y ese alguien se acercaba. Finalmente, notó como ese alguien se sentaba en el borde de su cama, a la altura de su cintura. Laura ahogó un gemido, se temía de nuevo una inspección a su interior. No sería la primera vez que tras la sesión diaria, el hijo de los Palomar acudía a inspeccionar su sexo, igual que había hecho antes su padre, e incluso su ano. Por suerte, lo que notó Laura, en lugar de un dedo dentro de su ano o su sexo, fue una mano deslizar pomada por sus nalgas. La muchacha giró la cabeza y pudo ver a Susana, una de las jóvenes criadas de los Palomar, que extendía la pomada calmante en sus magulladas nalgas mirándolas con pena. Laura se lo agradeció con la mirada y después se tumbó de nuevo. No tardaría en volver a dormirse y en soñar, en soñar con el primer día que cruzó las puertas de esa casa, y en cómo no pudo pensar en salir corriendo tras entrar y ver lo que vio.

2

Cuando el coche se detuvo Laura se quedó quieta en los asientos traseros, y volvió a bajar los pies del asiento de enfrente, donde los había subido una vez más, a la mullida moqueta para calzárselas sandalias a continuación.

Se quedó esperando hasta pocos segundos después, cuando la puerta se abrió y el chofer la ayudo a salir. Lo que vio la dejó impresionada, ante ella había una enorme casa, casi una especie de castillo, y una enorme finca lo rodeaba por todas partes hasta más lejos de donde la vista la alcanzaba. Estaba asombrada. ¿Era en ese sitio donde iba a vivir? Casi se sintió mal por sentirse agradecida por vivir ahí estando sus padres muertos, pero pensó que ellos siempre querían lo mejor para ella, y eso era lo mejor.

A sus pies, tras unos pocos metros de una calzada asfaltada por donde se había deslizado la limusina desde la entrada, a su espalda, tan lejos que no podía calcular la distancia, había un pequeño pasillo de arena y después comenzaban unas escaleras que daban a la entrada principal de la enorme casa, donde dos enormes puertas de madera de roble permanecían cerradas.

A Laura la pareció adivinar como una cortina de un lateral de la puerta que cubría uno de los enormes ventanales se corría levemente y se asomaba una cara de una chica joven, para volver a descorrerse al momento. En cuanto el chofer estuvo a su lado, Laura comenzó a subir las escaleras hacia su nueva vida, preguntándose que más sorpresas la aguardaban de sus nuevos padres.

Apenas puso un pie en el último escalón, las puertas se abrieron y Laura se quedó asombrada de lo que vio.

Un enorme recibidor, tan grande como su antigua casa, se presentaba ante ella. Dos escaleras partían de cada lado al piso superior, y de allí una más a un tercer piso. En el piso inmediatamente superior había además un pasillo que se perdía a ambos lados. Una gran lámpara de cristal colgaba de lo alto del techo, a una altura que la joven no podía ni imaginar.

A derecha e izquierda había dos arcos enormes que daban a dos habitaciones enormes en las que se podían ver varias puertas cerradas. En un lado pudo ver un piano, un gran tresillo y una mesa de comedor.

-- ¡Bienvenida a casa Laura! Soy Héctor Palomar.

La joven levantó la vista. Por el pasillo superior y después por cada escalera, bajaban dos personas, un hombre y una mujer. Parecían jóvenes, ella más. Laura sonrió tímidamente. El hombre, elegantemente vestido con un traje azul de seda y unos lustrosos zapatos que parecían relucir fue el primero en bajar y en situarse ante ella. Laura no se había dado cuenta de que la puerta tras ella se había cerrado y que una joven estaba justo a sus espaldas, una de las chicas del servicio, la que había abierto la puerta. Por supuesto, Laura no se fijo en ella y en su curioso ¿uniforme?

El hombre la cogió la mano y le besó el dorso, poco después la mujer llegó a su lado. Al verles más de cerca, Laura comprobó que ella era efectivamente mucho más joven, diez años o más.

La mujer vestía de forma más informal, un vaquero ajustado con los bajos doblados hacia fuera, una camiseta roja de tirantes y… nada más, vestía tan informal que estaba descalza, con las uñas los pies perfectamente cortadas y pintadas de rojo.

-- Bienvenida. Soy Mia Palomar

La mujer la dio dos besos y la sonrió amablemente. Después la miró los pies y sonrió.

-- Antes de nada Laura, debes de empezar a entender y a acatar las normas de la casa desde el principio. – Comenzó la mujer sonriendo – Y para empezar a hacerlo, la más básica es que debes descalzarte. – la mujer sonrió un poco más mirando los piececitos de Laura -- Siempre deberás estar descalza.

Laura dio un pequeño respingo y sonrió. Tímidamente, deslizó sus pies fuera de las sandalias y se situó un paso delante de ellas. Sin que lo notara, la chica que estaba tras ella las recogió y las apretó contra ella.

-- Bueno Laura. ¿No te han comentado nada sobre tu estancia en la casa?

La joven negó con la cabeza.

-- Como sabrás no es una adopción en sí, más bien una acogida hasta que tengas los dieciocho y te puedas valer por ti misma. En ese momento decidirás si te quieres quedar o decides marcharte.

Laura asintió. Empezaba a notar el frio del suelo de mármol bajo sus pies, los encogió y estiró varias veces sin percatarse de que la mujer que tenía delante, su tutora, no los quitaba ojo.

-- Veras Laura – siguió su tutor – Aquí tenemos varias normas y condiciones. Todas las chicas que han venido a esta casa a ser tuteladas desde hace quince años las han cumplido a rajatabla, so pena de… -- sonrió, pensaba que quizás era demasiado para la chica decirla lo que la aguardaba si no colaboraba – Bueno, de recibir un escarmiento acorde con su insolencia.

Laura empezaba a ponerse nerviosa. ¿Normas, condiciones, escarmiento? ¿Dónde diablos había llegado? La pobre ilusa aun no sabía ni la mitad.

-- Ese escarmiento consiste, en último lugar, en que la tutela deja de existir como tal para pasar a ser un servicio hacia nosotros. Para ser claro, en ese momento en que por tu comportamiento creamos que dejas de ser tutelada, es como si hubieras sido traída aquí para… -- sonrió ampliamente – Servir.

-- ¿Ser… ser.. servir? – preguntó confundida y asustada Laura.

La mujer que tenia frente a ella, su tutora, asintió.

-- Susana – susurró la mujer – Preséntate.

Laura pudo entonces percibir como alguien se movía casi en un silencio sepulcral tras ella. Quien lo hiciera no emitía ruido alguno más que un leve siseo al mover sus pies por el mármol de la casa. Entonces, Laura vio primero por el rabillo del ojo y después de cuerpo entero y frente a ella a la figura, y lo que vio la dejó paralizada y con ganas de salir de allí corriendo. La joven retrocedió andando de espaldas hasta que su cuerpo dio con la puerta, y sin atreverse a tantear para abrirla, supo que estaba atrapada mientras trataba de encontrar una explicación a lo que veía.

Las primeras lágrimas que Laura derramó en su nuevo hogar no fueron por ningún azote o algún castigo, fue por ver a la joven a la que su tutora había llamado Susana ante ella.

La muchacha no debía ser mucho mayor que Laura. Estaba descalza, cierto, tal y como había dicho su tutora, pero además, la joven estaba completamente desnuda salvo unas medias que la cubrían las piernas hasta los muslos. Sin querer mirar, pero sin poder evitarlo, Laura observó el pubis totalmente rasurado de la joven, tan liso que parecía como si jamás hubiera existido vello sobre él. Se fijó en los pechos, algo más grandes que los suyos, que siempre la habían parecido tan pequeños que parecían incipientes nada más, con los pezones anillados y de los que colgaban un aro plateado de cada uno

La joven, de mirada triste y perdida tenía un rostro hermoso, alargado, de facciones marcadas, ojos verdes, pelo negro cortado como si fuera un chico, labios pintados de rojo y pestañas marcadas.

-- Susana lleva con nosotros tres años. Tiene ya dieciocho, la pena es que pasó a formar parte del servicio antes de tiempo debido a su… -- su tutor sonrió antes de seguir hablando – insolente rebeldía.

Laura estaba tan asustada que no sabía reaccionar, no podía creerse lo que estaba viendo.

-- ¿Ves como viste? Pues tu pasaras mucho tiempo vestida de esta forma. Así que antes de nada, y no nos lo pongas difícil o te tendré que castigar ya nasa más llegar, desnúdate entera.

Y muerta de miedo, con lágrimas en los ojos, fijándose en la chica desnuda ante ella, Laura, llevó sus manos hasta su pantalón y comenzó a desabrocharse el pantalón pensando que así, todo pasaría antes.

No sabía lo lejos que estaba de eso, pues apenas había empezado a comenzar su sufrimiento.

De repente, en mitad de la noche, Laura se despertó de su ensoñación/recuerdo. Miró en la penumbra de la habitación, levemente iluminada por la luz que entraba por la rendija que quedaba entre la persiana y el borde de la ventana, y descubrió que estaba de nuevo sola. Susana se había marchado ya. No sabía hacia cuanto, ni cuánto tiempo había estado dormida. Según el reloj digital de su mesilla eran las tres y media de la mañana. Normalmente se acostaba cada día a las doce de la noche, y hoy, pensaba, no habría sido distinto, así que tal vez llevara casi tres horas durmiendo.

Noto un escozor en el culo, nada comparable al dolor tras los azotes, que cada día eran peor, a pesar de que había habido días que la cantidad había triplicado a los veinte de hoy. El escozor seria mañana de nuevo dolor cuando se levantara, o cuando se sentara de nuevo en el pupitre de la escuela. Laura no podía comprender como nadie podía hacer nada por ella, no podía entender hasta donde alanzaba el poder de sus tutores.

En silencio volvió a llorar. Ya alcanzaba a comprender que su tormento no terminaría hasta por lo menos dentro poco más de dos años, y sabía que esta sesión diaria de tocamientos y azotes acabaría en otras dos semanas, justo tras el primer mes de estancia en la casa, pero nada la consolaba.

Se levantó de la cama y fue al baño a orinar. Se sentó en la taza y mientras vaciaba la vejiga se quitó las medias dejándolas en el suelo, a sus pies. Cuando acabó de orinar se levantó, se secó las gotitas que le quedaban en su rajita con papel higiénico y tras tirarlo al inodoro, tiró de la cadena y cogiendo las medias volvió a la habitación. Allí, dejó las medias estiradas y separadas una de la otra sobre el respaldo de la silla y se volvió a tumbar en la cama.

Lentamente mientras el sueño la vencía, Laura volvió de nuevo al pasado, a dos semanas atrás, a su primer día allí, justo al momento en el que se quedó totalmente desnuda ante sus tutores.

El pequeño y menudo cuerpo de Laura le pareció de una enorme belleza a Héctor, que sonrió satisfecho al ver a la niña terminar de quitarse las braguitas.

Nada más hacerlo, la pequeña se tapó su mayor intimidad con ambas manos. Héctor Palomar menó la cabeza.

-- Las manos a los lados, con los brazos estirados, apoyadas en los muslos. Vamos.

Muerta de miedo, Laura no dudó en obedecer. Separó lentamente y temblando las manos de su pubis y las apoyó donde la habían ordenado dejando relucir un triangulo cubierto de rizado vello moreno. Mia Palomar se acercó y lo observó de cerca. Cuando alargó la mano para acariciar la superficie, Laura cerró los ojos y notó aquella mano suave acariciar la superficie de su pubis y jugar con los pequeños rizos de su vello púbico, llegando a acariciar los labios de su vagina y hurgar con la punta del dedo en el interior de su coñito virginal.

-- Habrá que depilarla. – dijo la mujer alejándose – Llamaré a la doctora para que venga cuanto antes. Querrás empezar ya esta noche con la preparación.

Héctor asintió, Laura, abriendo los ojos, observó como las lagrimas nublaban su vista y un mareo la inundaba. ¿Depilarla, doctora, preparación?

-- ¿Qué van a hacerme? – pregunto temblando y sollozando.

Los dos tutores la miraron sonriendo. Héctor Palomar se acercó a ella y puso su mano entre sus piernas. Empujo con la misma hasta que la joven, temblando, separó las piernas con su voluntad doblegada y notó como aquel hombre acariciaba todo su sexo de arriba a abajo introduciendo levemente la punta de un dedo en la hendidura entre sus labios vaginales.

-- No te preocupes niña, tan solo vamos a educarte.

Dicho esto sacó el dedo y apartó la mano llevándose después el dedo, levemente humedecido por el sexo de la joven y se lo chupó.

-- Llevo tutelando chicas veinte años, desde que cumplí los venticinco, momento en el que heredé esta enorme casa de mi abuelo, cuando este falleció.

La primera de todas fue Mia. Que se casó conmigo al cumplir los dieciocho. Desde entonces, y tras dar a luz a nuestro hijo hace dieciocho años, ella misma me ha ayudado a tutelar y educar a más de treinta chicas.

Algunas, como Susana, deciden quedarse… -- sonrió -- Bueno, en el caso de Susana no es del todo cierto, ella está obligada. – Sonrió aun más al ver las lagrimas de Susana resbalar por sus mejillas – Fue mala, así que tuvo que recibir su merecido castigo físico y retirado su permiso de libertad con los dieciocho.

Laura temblaba, no podía soportar más aquello, tenia nauseas, deseaba vomitar, incluso orinar, pero algo la decía que hacerlo la causaría terribles problemas.

-- Ahora mismo, contando a Susana, tengo aquí a seis chicas que sirvieron conmigo. La más antigua de ellas tiene veintitrés años y se llama Ana.

De pronto, del piso de arriba, bajaron otras cinco chicas para unirse a Susana. Todas estaban desnudas, de ellas, tres llevaban anillados sus pezones y todas tenían como única prenda unas medias de color blanco hasta los muslos.

-- Estas son mis chicas, y mi mujer es la séptima y más preciada. Tú, tal vez, cuando acabes, quieras quedarte, o tal vez, como a alguna de estas seis, debamos obligarte.

Laura miró a las seis chicas tras los Palomar y como estos se abrazaban ante ella y besaban. Después, sintiendo las piernas flaquear, la joven no aguanto más, y antes de desmayarse, sintió como un reguero tibio de orina recorría sus piernas hasta llegar al suelo donde manchó también sus preciosos pies descalzos.

3

Sin poder dormirse, Laura volvió al presenté y miró la hora. El reloj marcaba las cinco de la mañana. En una hora debería de levantarse, ducharse, ponerse el uniforme del colegio y marcharse.

El colegio. Sintió espasmos de terror al pensar en volver a ese centro. Le quedaban solo unos días. El día de hoy y de mañana, y la semana que viene hasta el jueves, apenas otra semana de curso, pero no sabía si podría soportarlo. Las burlas de las compañeras, las bromas, las terribles y dolorosas bromas, los insultos, incluso los abusos del director y de los profesores cuando se encontraba a solas con ellos, en cada recreo… Si tuviera valor para quitarse la vida, lo haría, pero por desgracia para ella, era una cobarde en ese sentido.

La joven había dejado de llorar, pero seguía sintiendo el culo arder. El picor, el escozor y el dolor se hacían insoportables. Se levantó de la ama nuevamente y fue hasta el baño, mirándose en el espejo de cuerpo entero, donde observó su pubis rasurado. A pesar del asco que sentía cuando la tocaban,, Laura reconocía que el pubis, totalmente rasurado como ella lo tenía, era mucho más bonito que con el vello cubriéndolo. Tras unos segundos, Laura termino por ponerse de espaldas y la pequeña comenzó a llorar al ver su culo surcado de marcas. ¿Cuántos azotes había recibido ya? En el culo unos cuantos, y no solo en casa, sino en el colegio. En la planta de sus pies sabia que habían sido cincuenta. Diez el jueves, su primer día en el colegio, diez el viernes, diez el lunes, diez el martes y diez hoy. Y mañana, sabía que serian otros diez. A esos azotes en los pies había que sumarle otros tantos recibidos en su culo en el colegio, más los de casa. Solo recordarlo y pensarlo la daban ganas de vomitar.

Hacia una semana que había llegado, y ya ese primer día recibió cuarenta azotes en el culo. Los veinte de la primera sesión, y veinte extra por orinarse encima al desnudarse por primera vez ante sus tutores. Después, ha habido dos días que ha recibido sesenta, los dos siguientes, cuando aun no podía soportarlo y chillaba y pataleaba a sentirse ultrajada de esa manera. Después, los otros cinco días, veinte, como hoy. La joven pensó un segundo. En total habían sido más de doscientos azotes. Casi trescientos los recibidos en su culo. Las piernas la flaquearon y se calló al suelo quedándose sentada en el mismo, llorando desconsolada deseando morirse, mientras trataba de pensar en algo que no fuera su nueva vida para que el dolor fuera menor.

Fue imposible, pues su menté siguió evadiéndose a sus primeras horas en esa casa.

Al principio, al despertarse, recuerda que todo le apreció un sueño. Pero al sentir bajo su cuerpo desnudo la fría camilla metálica y ver a sus dos tutores y al hijo de ambos frente a ella… Laura estaba tumbada en una camilla de ginecología, con los pies en los estribos, atados por los tobillos y las muñecas sujetas con cintas de cuero a los lados de la camilla de metal. La joven recuerda ahora que entonces trató de soltarse y al ver lo imposible que era, pronto empezó a llorar.

-- Por favooooorr….. Por favor, dejenmeeee

-- Chsssss… -- Mia se le acercó y a besó la frente mientras su mano acariciaba su entrepierna, jugando con sus dedos entre el vello púbico a meterlos y sacarlos de su coñito – Caña niña mala, o el castigo después será peor.

-- ¿Cas, castigo?

-- Claro – dijo Héctor Palomar – Te orinaste encima, has manchado la moqueta, eso merece unos azotes extra después de la depilación y la inspección de pureza e integridad.

-- Azo….

Laura se mareó, quería morir, irse, evadirse, pero sabía que cualquier intento de lucha sería inútil. Cerró los ojos y siguió llorando amargamente sin saber que la siguiente experiencia seria humillantemente dolorosa.

Desde donde estaba, la joven mostraba a sus dos tutores, a Alberto, el hijo de estos, y a una mujer que solo vió de perfil, pero que le pareció joven, de unos treinta años, su dulce y virginal entrepierna abierta en toda su majestuosidad. Héctor Palomar sonrió al ver la lasciva mirada de su hijo y le susurró al oído que si llegaba el momento de castigarla, el sería el primero en probarla. El joven casi deseo que la joven cometiera ya una falta grave para poder desvirgarla, algo que aun no se le había permitido, a pesar de que ya había usado a alguna sierva de su padre, tanto para follarla como para castigarla.

-- Laura. Esta es la doctora Parra. Ella te hará una exploración para comprobar tu estado de pureza. – Sonrió – e integridad.

Laura lloraba amargamente, nuevamente esas palabras. La chica sospechaba ya que era eso, así que cerrando los ojos, sintiendo su cuerpo temblar, la joven, se dejó llevar.

-- Hola Laura – Laura abrió los ojos al oír la voz de una mujer joven. La doctora supuso. Lo que la hizo abrir los ojos fue el tono de voz, un tono que la asustó, pues desprendía lascivia por todas partes.

Al abrir los ojos Laura vio a la doctora y su cuerpo sintió un nuevo temblor.

Se trataba de una chica, una bonita joven de pelo rubio y largo, con bata de enfermera bajo la cual, Laura descubrió que solo llevaba unas medias blancas que cubrían sus piernas y sus pies, que como no estaban sin calzar -- Comenzaré por depilarte el sexo.

Laura gimió. Cerró de nuevo los ojos, decidió que mejor así. No vería nada. La joven no quería abrir sus ojos al horror, así que no vio como traían una palangana de cerámica con agua caliente que dejaron en una mesa cerca de la camilla donde la chica estaba tumbada.

Cogiendo una esponja del interior de la palangana, la doctora la escurrió y la pasó por el pubis y la entrepierna de Laura que sintió su carne erizarse. Sus lágrimas corrían veloces por los extremos de sus ojos cerrados. La joven, apretaba las manos y encogía los deditos de los pies para tratar de contener las convulsiones y... ¿la excitación? Entonces, el hijo de los Palomar se acercó a los pies de la chica y lenta suave y pausadamente lamió ambas plantas, sin importarle el sabor y el olor a orina que desprendían. Laura gimió al sentir la lengua en sus pies y balbuceo sin dejar de sollozar ante las divertidas miradas de los Palomar y la doctora que no paraba de humedecer su sexo. El hijo de sus tutores volvió a lamerlas y después chupo cada dedo ante la divertida mirada de sus padres y de la doctora que seguía humedeciendo el pubis y los labios de la joven que comenzaban a abrirse y a hincharse. La joven, a su pesar, estaba gozando con la sensación en su entrepierna y quién sabe si con la de sus piececitos también, los cuales Alberto Palomar no dejaba de chupar, lamer, babear.

La doctora no cesó de humedecer ese coñito mientras rozaba intencionadamente los labios vaginales, haciendo que el virginal coño de la chica se abriera más y más mientras Alberto seguía lamiendo las planta de los pies de la chica y metiéndose los dedos, ahora todos los que podía de una vez, llegando a meterse toda la unta de un pie de una vez, en la boca, llenando los pies de la chica con su saliva y dejándola correr por entre sus dedos y las suaves plantas de los pies. Las sonrisas lascivas de todos los presentes, incluso la doctora, eran tan salvajes que si Laura las hubiera visto, sin duda hubiera muerto de terror, pero la joven había decidido no abrir los ojos hasta que la dejaran irse de esa habitación. Solo quería que pasara todo cuanto antes, y despertarse de esa pesadilla, pues estaba segura de que era eso, una pesadilla.

Entonces sintió algo frío rozarle su entrepierna, la joven volvió a llorar más intensamente mientras la doctora comenzaba a cortarle el vello púbico con unas tijeras especiales para la ocasión, dejando la zona con el vello a flor de piel.

Laura sintió como extendían un gel por toda la zona y después como pasaban una cuchilla de afeitar, rasurando por completo la zona, dejando liso el hermoso coñito virginal de la chica.

A continuación, la doctora puso la palma de su mano tapando los labios del coño de Laura, que arqueó la espalda en un latigazo de excitación indeseada al sentir su coño abierto recibir una caricia tan repentina, lo que provocó más risas y excitación en el doctor y el director, y estiró la piel para poder terminar de depilar los pelillos del coño y la ingle. Dejándolo tan liso y sin vello alguno.

-- Listo. – dijo la doctora.

-- Antes de seguir… -- Dijo Héctor acercándose con cara de placer.

El tutor de la niña cogió un bote de alcohol, una nube de algodón y empapó bien esta de alcohol, pasándola por toda la superficie depilada, incluyendo los sonrosados labios del coñito de la chica. El grito, las convulsiones, el dolor que Laura experimento, mientras abría los ojos y se quedaba casi sin voz fue terrible. La joven lloró desconsolada mientras sentía su entrepierna y su coño arder.

-- Es precioso papá – dijo Alberto. – Un coño precioso.

La doctora siguió entonces tocando suavemente el pubis por arriba, acercándose lentamente a la abertura del sexo de la joven, separando los labios para poder ver el clítoris que sacó hacia fuera dándola un pellizco en los labios de su vagina tan fuerte que Laura aulló de dolor sin poder dejar de llorar y de sentir su irritado coño recién depilado arder por el alcohol.

-- Ahora necesitaré ayuda. Alberto, tu. Ven.

El joven, sonriendo se acercó hasta Laura que cerraba de nuevos los ojos gimiendo y llorando.

-- Quiero que separes bien los labios del sexo, para poder hacer un mejor reconocimiento del clítoris de la chica.

Obediente, sonriente, excitadísimo, Alberto obedeció, Laura cada vez peor, sin dejar de llorar, solo quería morirse ahora mismo.

Entonces, su tutor pellizcó su clítoris y Laura aulló de dolor, tratando de incorporarse, con sus ojos de nuevo abiertos, pero sin poderlo, pues su tutora la apretaba contra la camilla con fuerza.

-- Bien Laura, estate tranquila pequeña, que ya casi estamos a punto de acabar, ahora, meteré unos deditos en tu coño, para saber si eres virgen o no, igual te duele, o incuso puede que te guste – dijo sonriendo la doctora – Acabará pronto.

Laura sintió entonces como sin cuidado alguno, aquella sádica mujer introducía dos dedos en el interior de su sexo, y arqueó la espalda sin poder levantarse, pues Mia la seguía teniendo presa. La pobre e inocente chica jadeó, gimió y aulló de dolor mientras lloraba desconsoladamente hasta que el tormento cesó y la doctora sacó la mano, en la que no se había puesto guante alguno y se chupó sonriendo los dedos empapados del jugo del coño de Laura.

-- Virgen Héctor. ¿Quieres probar?

-- Desde luego. – dijo sonriendo acercándose a la entrepierna de la joven, expuesta de lleno gracias a las manos de Alberto que abrían ese coño para esplendor de todo el mundo.

Héctor introdujo tres dedos en el interior del sexo de la joven haciéndola aun más daño, al ser los dedos del hombre más grandes y gruesos que los de la doctora. Una vez estuvieron dentro, Héctor estuvo hurgando y moviéndolos en su interior aun después de palpar la membrana del virgo en el interior de la joven, sacando los dedos empapados de flujo que lamió después ávidamente.

-- Bien Laura, para acabar has de ponerte boca abajo, a cuatro patas para una exploración rectal, acabaremos enseguida. Te vamos a soltar, no trates de hacer nada, o te juro que te violaremos aquí mismo los tres hasta que te salga esperma por la nariz.

La chica gimió, temblaba como un flan, estaba tan muerta de miedo que unas gotitas de orina se la volvieron a escapar. Por suerte, estaba tan empapada de placer que ni se apreció. Así pues, jadeando de dolor, sollozando, llorando, temblando y segregando flujo de su vagina, una vez la soltaron, Laura obedeció sin rechistar y se puso en posición.

-- Pon el culo en pompa. – Sin dudarlo un segundo, la joven lo hizo – eso es, muy bien – dijo la doctora mientras se ponía un guante de látex – Eres una niña muy obediente

Laura escuchó movimiento tras ella y finalmente, sin aviso, sintió como la separaban los glúteos. Cerró los ojos tan fuerte como pudo y apretó los puños hasta clavarse sus uñas en las palmas haciéndose sangre. Entonces, Laura sintió como caía algo en la entrada de su culito. El doctor y después el director habían escupido en él para lubricarlo, y al momento sintió como comenzaba a introducirse la punta de un dedo en su culito virgen y estrecho, haciéndolo más deprisa cada vez, hasta que lo sintió entero dentro. Laura aguantó hasta que chillo de dolor.

--¡AAAAYYYYYYYYY!

-- No seas mojigata, esto acabará enseguida.

La doctora hurgó en su interior moviendo el dedo y metiéndolo y sacándolo. Cuando acabó, al hacerlo, el guante estaba un poco manchado de heces y de sangre, pero sin darle importancia, se lo quitó y lo tiró a la basura, después dio un azote fuerte en la nalga derecha de Laura, que aulló y gimió de dolor.

-- Bien Héctor. Un virgen pura por sus dos agujeritos. Que afortunado eres.

Y Héctor Palomar sonrió a la vez que su hijo Alberto, se acercaba al culo de Laura y olía el lubricado y chorreante coño de la chica, deseando lamerlo.

--Adelante hijo – dijo Héctor – Sacia tu sed antes de que la enseñemos modales

Y sin dudarlo, Alberto Palomar comenzó a Lamer el chorreante sexo de Laura que gemía y lloraba mientras temblaba de pies a cabeza.

Laura se levantó del suelo de su habitación sollozando y sintiendo sus piernas temblar al recordar de nuevo aquel día que no acabó ahí, ni mucho menos.

Se acarició su pubis, recién depilado ayer por la noche de nuevo, y sintió asco de la suavidad del mismo. Su dedo rozó la rajita cerrada de su sexo y un escalofrió la recorrió. Estaba casi deseosa de masturbarse, pero solo pensarlo la recordaba a los Palomar, a Alberto, al director del colegio, a sus profesores y la daban nauseas y temblores, así que fue a la cama y trató de dormirse, sin pensar en que mañana, la esperaba un nuevo y terrible día.

Nuevamente, en el breve espacio de tiempo que la faltaba para despertar, la pequeña Laura siguió soñando con aquel su primer día, justo cuando salió del reconocimiento médico, para que la explicaran las normas, su futuro, y para que su culo recibiera los primeros veinte azotes de su vida.