La historia de la cantante una dama y su poeta V

A mi mente vinieron sus palabras. Era inútil pretender cambiar una vida de ese modo. Quizá por eso estaba ahí, para darme cuenta de que mi vida había sido una novela, un libreto con un personaje de cuentos ideales, pero nada a lo que era un medico de verdad.

CAPITULO V

...

  • Estefanía, tú te encargarás de las fracturas y traumas varios. - Sin más ni mas, George nos entregó algunas formas - En esa hoja irás registrando a los pacientes que atiendas y si ves algún paciente que debas remitir para cirugía por fractura, cardiología o cirugía plástica, nos avisas.

En un improvisado consultorio solo con unas mesas maltrechas y filas de muchas personas comenzamos a atender a niños, adultos, ancianos. Era increíble como la gente llegaba llena de amabilidad, de esperanza y preocupación. Algunos llegaban con enfermedades por desnutrición, otros por picaduras de insectos y enfermedades tropicales, nada que no pudiera ser manejado.

Cuando menos lo pensé ya eran las cinco de la tarde. Ninguno de nosotros habíamos comido algo y tan solo faltaban unos pocos pacientes por ser revisados. Al menos yo ya había terminado con los míos. Sudorosa, con los pies adoloridos por estar de pie y con dolor en la espalda busqué sombra en un árbol. Cerré los ojos tratando de relajarme.

  • Doctorcita... - Un chico con las ropas sucias y con el calzado roto llego hasta mi y me extendió un pedazo maltrecho de pan hacia mi. Al ver comida mi estomago de inmediato comenzó a rugir. - No ha comido nada.

  • Donde está tu casa? - Le pregunté recibiendo el pedazo de pan. EL chico señalo una casita hecha de maderos y de paja seca en el techo. Me puse de pié y le extendí la mano. - Vamos. - EL chico sonrió y me llevo hasta su humilde casita.

  • Abuela vine con la doctorcita... - Una señora ya anciana vino a nuestro encuentro. A esa misma señora yo la había atendido unas horas antes por la picadura de un insecto.

  • Quería agradecerle por el pan, pero quería compartirlo con usted. - Dije sonriendo. - Podría acompañarme? - La señora y el chico me invitaron a tomar asiento en el rincón de la casa en el que solían comer, eso si, cuando había algo para comer. Era una pobreza absoluta, me conmovió. La señora partió el pan entregándome la parte más grande.

  • Tome, es por haberme curado. - Me sentí indigna. Esta gente aun sin nada que comer compartía lo poco que tenia.

  • Espéreme un segundo... - Fui por mi mochila, en el que entre otras cosas estaban mis suministros, como sándwiches, frutas, chocolates y unas botellas con agua. Se supone que con eso debería sobrevivir tres días. Volví con casi todas las cosas hasta la humilde casita del chico y su abuela. Ellos me vieron con curiosidad. - Ahora si... - Entregué a la abuela y al chico un par de sándwiches, fruta, mis botellas con agua y los chocolates.

  • Puedo comer abuela? - El chico en su inocencia no supo que hacer, jamás en la vida había tenido cosas como esas para comer. Ella me miró con los ojos humedecidos de felicidad.

  • Si amiguito, comételo todo... - El chico comenzó a comer ávidamente mientras la abuela lo miraba.

  • Y usted abuela, no va a comer nada? - Ella negó con la cabeza.

  • Quiero que tenga algo más para comer mañana. - Se me estrujó el corazón. La señora se estaba quitando el alimento de la boca para que su nieto pudiera tener otro momento de felicidad.

  • Mañana lo resolveremos... - Deje el pedazo de pan que la señora me había dado muy cerca de las otras raciones. - Tengo que irme, disfrute la comida. - Justo cuando iba a irme la señora me detuve.

  • Dios se lo pague... - Sonreí. Justo cuando salía de la cabaña George estaba esperándome.

  • Se puede saber que hiciste? - Inquirió con seriedad.

  • Nada... - Respondí reorganizando la mochila un poco mas vacía.

  • Les diste toda tu comida, verdad? - No dije nada. - Entiendes que para pasado mañana estarás debilitada? Así no podrás ayudar a nadie!!! - Su voz se alzó de repente.

  • Son mis suministros, yo hago lo que quiera con ellos. - Dije tratando de no perder la tranquilidad, me emocionaba al menos que por una noche una familia hubiera podido comer decentemente.

  • Estefanía... - George me tomó de los hombros e hizo que lo mirara. - No estuvo bien...

  • Por qué? - Proteste.

  • Porque tus raciones no van a solucionar el problema nutricional de Juanito y su abuela, lo único que lograras es llenarles el estomago durante unas horas, pero ellos están enfermos. - Explicó cruelmente como queriéndome atravesar con la mirada. - Lo único que podemos hacer es intentar curarlos con los recursos que tenemos, pero no podemos darles comida cada día... - Hizo una pausa y dejó mis hombros. - Ahora, voy a tener a una doctora sin comida y sin bebida dos días.

  • Me las voy a arreglar... - Con cierto atisbo de consternación frente a la realidad me quede ahí soportando la mirada de George.

  • Tendrá que superar esa terquedad doctora del Castillo. - Dijo buscando algo en su mochila. - Tome, coma y beba algo, lo va a necesitar para mañana. - Me extendió una botella con agua y algo envuelto en servilletas.

Esa noche no pude dormir. Y no se trataba solamente de la hamaca o del mosquitero, o de la luz tan dispersa que me caía justo encima de la cara. Sencillamente no podía quitarme de la cabeza las condiciones de tanta pobreza y humildad en que esta gente vivía, y yo buscando salvar vida en un país extranjero!! En que mundo de sueños vivía? Quien era yo?

Bajé de la hamaca queriendo prepararlo todo, armar de nuevo el improvisado consultorio. Hacer algo. Pero ni siquiera había amanecido, era aun de noche. Justo en ese momento mi estómago sonó por el hambre y me sentí culpable por aquella botella de agua y ese sándwich que tenía reservado gracias al buen George. Esas también debía regalarlas, pero a mi mente vinieron sus palabras. Era inútil pretender cambiar una vida de ese modo.

Quizá por eso estaba ahí, para darme cuenta de que mi vida había sido una novela, un libreto con un personaje de cuentos ideales, pero nada a lo que era un medico de verdad.

Luego de obligarme a comer y a beber algo, volví a la hamaca. Cerré los ojos. No sé si fue la sensación de haber comido algo la que me hizo sentir un poco mas adormilada, pero me quedé dormida.

Ruidos, la luz....

  • Estefanía, despierta, nos vamos.... - Alguien rompió mi descanso. Sentí dolor de cabeza de inmediato. - Dios que hora es? - Uno de los médicos que vino conmigo ese día me había despertado.

  • No te preocupes, George ha decidido volver. - Casi de inmediato di un salto. Tan pronto?

  • Por que? Apenas llevamos un día... - Dije casi protestando.

  • Hay un brote de una enfermedad para la que no tenemos medicamentos, volveremos con mas suministros. - La intuición me decía que ese no era el motivo, pero dado el pequeño incidente con George, debía atender la instrucción. Siguiendo a mi colega, tomé mi mochila y fui con el hasta el campero, que parecía aun mas sucio.

Durante el recorrido de vuelta reflexioné sobre todo. En tan solo 24 horas había contemplado una experiencia tan real y a la vez tan cruel que a penas si me sentía capaz de confrontarla. Veía a mis otros colegas y parecían también perdidos en sus pensamientos, quizá esta dura realidad no me había aporreado solamente a mi.

Un rato después estábamos de nuevo frente a la posada en la que me hospedaba. Bajé del carro un tanto perdida.

  • Descansa por hoy Estefanía, mañana te recogeremos a la mismo hora .

  • Muy bien. - Respondí por inercia viendo como el auto partía. Caminé pesadamente hasta la posada crucé la entrada  y luego hacia mi habitación. Necesitaba una ducha.

Mirándome al espejo parecía que había envejecido.

  • Estefanía... - Mis ojos verdes estaban enrojecidos, tenia sombras oscuras debajo de ellos, toda mi piel parecía opacada por una capa de polvo, mi cabello no parecía negro. Como pude haberme ensuciado tanto?

Luego de una ducha exhaustiva salí del baño. Me miré nuevamente al espejo y ya me veía un poco mas aceptable. - Esta si eres tu! - Mas o menos. Ahí tenia las bolsas oscuras. Tenia que descansar mejor.

Me dejé caer en la cama aun con los mismos resabios de la pesadez que había experimentado en mi cuerpo hacia un rato. Hacía tanto calor en la habitación y estaba tan desanimada por las cosas que aun rondaban por mi cabeza que solo cerré los ojos. Aquello fue como rendirse, como pensar que la almohada iba a cambiar el mundo, o como tapar el sol con una mano por unas horas.

En un segundo cerré los ojos y al otro los abrí y vi la hora. - QUEEEEEE?? - Estaba soñando o el reloj decía que eran las cinco y media de la mañana, lo que significaba que estaba retrasada. - NOOO!!!- Fui a la ducha corriendo y me quité la ropa dejándola por ahí tirada. Pasee el jabón unos cuantos millones de veces por mi cuerpo como si estuviera traumatizada por la capa de polvo que me había visto encima el día de ayer. Habían pasado quince minutos, el tiempo pasa rapidísimo cuando precisamente quieres que pase rápido, y yo estaba en una batalla contra mi reloj mientras me vestía.

Un jean gris, una camiseta negra. Eso era. Mi pobre lencería moría de risa de solo pensar que iba para una jungla sin embargo no había nada mas que hacer. Victoria Secret iba para la selva y eso no era un orgullo, pero que rayos!! Esto era la realidad, y desafortunada mente para Juanito y su abuela, las cosas eran distintas.

Salí a la calle casi híper-ventilando Me había alistado en menos de media hora y eso casi una promesa para mi.

Media hora... Nada.

Quinces minutos. Nada que pasaban. - Esto no me pasa sino a mi. - Murmuré riendo para mi misma. De pronto escuché el ruido del viejo campero. Una vez dentro, todos me saludaron.

  • Hola todos... - Saludé sintiendo como si se me cargaran de repente todas las baterías.

  • Vaya, tienes una cara distinta. - Esta vez George iba en la parte de atrás con todos nosotros.

  • Así es!! - Repliqué. - Y los suministros? - George señaló unas cajas.

  • Esta vez estamos listos.... - Dijo sonriendo. Pareció que el ánimo de todos se hubiera restablecido, comenzamos a compartir anécdotas e historias, tuve que contar que había venido desde Tailandia, bla, bla, bla y aguantarme las preguntas al respecto. Busqué el modo de dejar de ser el centro de atención y otro colega ocupo ese lugar. De ese modo ni siquiera sentirme llegamos rápidamente hasta el final del camino.

Las mochilas estaban todavía mas pesadas que el otro día y aun así caminamos de nuevo hasta el pueblo. Allí se repitió el mismo ritual, los niños esperándonos, los adultos saludándonos y los abuelos mirándonos como si nosotros fuéramos la ultima esperanza. Esta vez la sensación de pesar desapareció y me prometí a mi misma una cosa: Mas acciones que pesar, mas compromiso, mas objetividad, y sobre todo mucha humanidad.

De nuevo organizamos los consultorios improvisados y de nuevo comenzamos a atender a la gente. Dentro de mi corazón sufría con cada madre, con cada anciano, con cada hombre, con cada mujer que se acercaba, pero sabia que nada pasaría si yo me quedaba ahí compadeciéndolos, tenía que hacer algo bueno, así fuera poco pero que ayudara a mejorar sus duras condiciones de vida.