La historia de Julia y Andrés (el primer día)

Una joven, que quiere ser abofeteada, meada y follada, que piensa que este deseo extraño, pasara a la primera bofetada, que saldrá corriendo y no mirara atrás. Una historia real, relatada en primera persona por mi sumisa.

Esta es una historia real, relatada en primera persona por mi sumisa, que para este relato se llamara Julia y yo tras unas risas y cierto debate con mi sumisa, me hare llamar Andrés. Este relato describe nuestro primer encuentro desde su punto de vista.

**Mi correo si alguien tiene alguna sugerencia es [[email protected]

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Esperamos que lo disfrutéis y tanto como lo hicimos nosotros al recordar ese primer día.

PLAÇA CATALUNYA

Julia

Barcelona, llevaba muchos años evitándote. Me esperas lluviosa. No sé si esa es tu venganza por mi ausencia o si se trata de una bienvenida especial. Tengo frío, muero de sueño, estoy nerviosa y estoy mojada. Ya no hay marcha atrás. La lluvia tiene que ser una señal. No creo en las señales. Pero a estas alturas ¿en qué creo? Le mando un mensaje. Esto se me ha ido de las manos.

  • Puta en Barcelona. Sigo viva. Hay estelades en los balcones por encima de mis posibilidades.
  • Dentro de nada a mis pies, perra.

Suena in Any other world de Mika en mi móvil y recuerdo la escena del ascensor de The Good Wife . Estoy tranquila. Todo bien. Va a ir bien. Dios mío, no. Estás loca. ¿Cómo se te ocurre? No pasa nada. Dos bofetadas, salgo por piernas, vuelta a casa y aquí no ha ocurrido nada. Quedará en una anécdota. No pasa nada. No tiene importancia. Sólo es un día de tu vida. Un día en Barcelona. Necesito ponerme las gafas de sol pero son las ocho de la mañana, llueve y mi capacidad de hacer el ridículo tiene límites. Ese es uno.

Me llama. “¿Dónde estás, perrita?”. No lo sé. Entrando en Barcelona, muriendo de vergüenza, de pudor, mojada. Mojada de lluvia, mojada de ganas de que me pegues de una vez, que hagas conmigo lo que quieras, pero hazlo ya. Y hazme daño para que no quiera repetir. Aquí estoy, encerrada en este autobús, con ganas de meterme en tu cama, con ganas de regresar y acurrucarme en la mía fingiendo que no me muero por tu bofetada. Perra. Perrita. Yo. Recuerdo los perros que hemos tenido en casa. Intento quitarme esa imagen de la cabeza. Mantén la calma, Julia. Entonces recuerdo esa frase de La insoportable levedad del ser “Muss es sein? Es muss sein”. Debe ser. Me quiero acercar al conductor del autobús, quisiera decirle que todo ha sido un malentendido, que por favor dé marcha atrás. Podría sobornarlo con los 40 euros que llevo en la cartera. Hágalo por mí. Volvamos.

Sigue sonando la música en mi móvil. Ni siquiera la oigo. Se ha convertido en un fondo musical que me separa del ataque de nervios. No estoy nerviosa. No. Sólo me tiembla todo. Mi cuerpo se ha independizado. Querido cuerpo, vuelve conmigo. No te vayas hoy. No me abandones así. Hazme caso. Estamos en un atasco. Veo a algunas personas en sus coches, nerviosos por llegar tarde al trabajo o asediados por el tedio de la rutina. O tal vez están como yo.

Veo El Corte Inglés. María me dijo que la parada de autobuses estaba frente a El Corte Inglés y que entonces es cuando hay que bajar, aunque tampoco tiene pérdida porque es la última parada. Llueve un poco. No llevo abrigo. Casi es diciembre y mi mente aun vive en octubre. El autobús frena. Intento quitarme los auriculares. Durante dos segundos suena No Dudaría de Antonio Flores por el altavoz del móvil mientras intento parar la música. Creo que sólo me he dado cuenta yo.

Levanto la cabeza y ahí está Andrés, medio sonriendo medio riéndose. Y aquí está mi vergüenza, que me ha tomado como rehén. Creo que le sonrío. Quiero sonreírle.

  • Tengo la sensación de que ya nos conocíamos - Me mira. Soy incapaz de articular palabra - No te preocupes, puedo seguir hablando solo.

He olvidado una parte de la ciudad. Otra parte de Barcelona de repente aparece de nuevo y redescubro las calles que hacía demasiados años que no pisaba. Empezamos a caminar. Llovizna. No tenemos habitación en el hotel hasta las 12. Tengo 4 horas para seguir muriendo de vergüenza. Paseamos por Ciutat Vella y aunque reconozco algunos callejones me siento desorientada. Me sujeta suavemente la cadera, prácticamente sólo rozándome, como guiándome, como protegiéndome del resto de la calle. Pero no me besa ni me toca. Acaríciame, Andrés. Tócame. Bésame. Se lo diría, pero no puedo. Sigo escuchando su voz pausada. Lo tiene todo bajo control. Y le gusta. Empieza el baile. Ahí me tiene, sentada en el patio de un hotel, contándome su vida, tomándose un café de forma pausada. Se lo toma tan lentamente que tengo la sensación de que se está riendo de mí. Le gusta, creo que le gusta tenerme así. Miro la mesa, observo el cenicero, las colillas, su mano. Veo como mueve sus manos, como habla y mido la distancia entre su mano y mi mano. Creo que me podría tirar sobre él, pero mejor no. Mejor seguir quieta. Levanto la cabeza y veo cómo me mira. De repente noto mis bragas mojadas. Yo así no llego a las doce.

Le miro y me pregunto cómo hemos acabado dos personas tan diferentes una frente a la otra a esas horas de la mañana. Le observo. No es mi tipo. No, no es para nada mi tipo. Sin embargo me gusta su cara y su mirada. Sería incapaz de acostarme con alguien con una cara desagradable. La suya es agradable. Y su mirada me gusta. Esa mirada fue lo primero en lo que me fijé. Eso y su voz grave. Empieza a lloviznar. Entramos en el hall del hotel y me dice que me siente en un sofá. Y se sienta a mi lado, pero sigue sin tocarme. Acércate, por favor, acércate. Acércate a mis labios, coge mi mano. Y me sigue hablando. Andrés, de qué me estás hablando. De qué me estás hablando. Creo que voy a manchar mis vaqueros. Miro la hora. Son casi las diez. Y no deja de llover, ni deja de mirarme, pero tampoco me besa. Salimos a la calle. Creo que vamos en dirección al puerto. Reconozco esta calle. Sí, ahí está el ayuntamiento. De repente vienen a mi cabeza demasiados recuerdos de infancia, paseos por Barcelona. Había olvidado la ciudad. No, no la había olvidado, había olvidado lo que me hacían sentir sus calles.

Me ofrece su abrigo. Le digo que no. Me siento segura caminando a su lado. Es una sensación rara y me perturba. Es una sensación parecida a volar en sueños. Sabes que estás volando, no piensas que te vayas a caer y estás ahí flotando en la nada del sueño, sin frío ni calor. Lo ha conseguido, ni siento frío ni siento miedo ni siento vergüenza ni me siento incómoda de ir por la calle. Odio ir por la calle. Me incomoda el ir y venir de las personas, estar entre ellos, intentar encontrar mi espacio de intimidad en medio de la calle. Con la música y las gafas de sol lo consigo. Con él también. Recuerdo las películas de Woody Allen, esas escenas en que no pasa nada y ocurre todo. Y simplemente caminamos pero yo ya me siento a gusto, me siento cómoda.

PUERTO

Julia

Nos acercamos a una cafetería. Y, cómo no, nos sentamos en una terraza cubierta que hay frente al bar. Normalmente a estas alturas ya habría montado varias escenas al acompañante de turno por tenerme andando por las calles con frío y lluvia y por tenerme sentada en terrazas prácticamente en el mes de diciembre. Pero estamos hablando sobre la prostitución y su regulación. Y eso es mucho más productivo que montar una escena. Además, si le monto una escena no me va a pegar y yo no vuelvo a casa sin mi bofetada cueste lo que cueste. Si hay que estar sentada al borde de la congelación en cafeterías, se está.

Me cuenta su vida. Tengo la sensación de que ha vivido muchas vidas y no alcanzo a entender cuánto duró cada una de ellas y cómo se enlazan entre ellas. La llovizna pasa a ser chubasco. Todos los que están sentados en la terraza se van. La camarera me mira. Miro al suelo. La camarera intenta evacuar el agua del toldo. Intento no mirar a la camarera y él pone cara de que nos vamos a ir. Miro el móvil. Son las doce.

Mensaje de María: ¿Ya te ha meado? Le respondo escueta que no y que sigo viva. Para cuando levanto la cabeza Andrés está llamando a la camarera, que está tanto o más apurada que yo.

  • Por favor, un cortado.

Tierra, trágame. La camarera va a por el cortado.

  • Manos a la espalda.
  • ¿Cómo? - Creo que aun no asimilo que me hable así. Mi cerebro no lo procesa. Hay momentos en que no sé si me estoy quedando sorda o si es que necesito oírlo dos veces.
  • He dicho manos a la espalda, perra.

Menos mal que la silla es de plástico. Menos mal que está lloviendo. Menos mal que la camarera aún no ha regresado. Menos mal que no hay nadie sentado en la terraza. Menos mal. Dios mío, menos mal. El problema no es poner las manos a la espalda. El problema es la imaginación de Andrés. Vienen a mi cabeza todos los manos a la espalda que han precedido a este. Pero para. Andrés para y mi corazón se acelera.

Aparece la camarera con cara de ser una mujer paciente, en una mano un paraguas y en la otra el cortado. Intento poner cara de “Mire, señora, yo tampoco le entiendo y sé que a usted no le va a dar ninguna bofetada, pero a mí con suerte en breve me pone a cuatro patas, así que hay que aguantar el tipo, usted con el café y yo con lo mío”. Lo peor de todo es que estoy disfrutando de la conversación. Estoy escuchando mi risa que sale sola de mi boca, sin pedir permiso y me siento estúpida. Hacía tiempo que no me reía tanto.

Se termina el cortado. Y al fin se levanta y nos vamos. No para de llover. Mi cara está mojada y mi corazón sigue acelerado. Tiemblo. Ya no sé ni por qué tiemblo. Creo que tiemblo de frío. Recuerdo los primeros versos de Suzanne. “And you want to travel with her and you want to travel blind” . Así me tiene. Iría a ciegas a cualquier sitio con él. Y lo sabe perfectamente.

Me he imaginado este momento demasiadas veces. Hay cosas que una no debería imaginarse o que no puede imaginarse. Es difícil imaginar una experiencia que nunca has vivido y sin embargo mi cabeza se ha imaginado decenas de veces la primera bofetada o la primera vez con Andrés. No entiendo por qué tantos nervios. Tal vez porque es la primera vez que me meteré en una cama sin saber qué haré, sin saber qué hará y sin tener ni la más remota idea de lo que va a pasar.

Me sé la rutina habitual. Entras con prisas y entre besos en una habitación y te desnuda y le desnudas o te desnudas y le desnudas, también con prisas mientras te mete mano, te manosea las tetas el tipo de turno y mete la mano sin mucho cuidado en tus bragas para ver si estás mojada. Bueno, en realidad, las bragas suelen ser irrelevantes. Las chicas a menudo invertimos en ropa interior por expectativas de acabar en la cama con alguien más o menos interesante, pero la realidad es que la mayoría de las veces la ropa acaba en el suelo tan rápido que es imposible siquiera que el otro se dé cuenta de si llevas o no ropa interior. Entonces, habitualmente él acaba encima y tú debajo y aquello va mejor o peor según las circunstancias. Prefiero ponerme encima. Es más cómodo. Siento como me voy mojando, cómo me excito. Además, me gusta ver la cara que él pone cuando aceleras, cuando te acercas a su cuello y le besas. Digo él y son ellos, cualquiera, todos ponen la misma cara, con casi todos la misma discusión para ponerse el condón o la misma cara de circunstancias cuando a cierta edad el tipo en cuestión aun es incapaz de ponérselo con cierta agilidad. Es divertido. Todos son tan diferentes y a fin y al cabo no dejan de ser el mismo tipo. No se dan cuenta de cuánto se parecen. La mayoría de las veces cuando ya me he corrido si siguen sin correrse acelero y me acerco a su oído y les pregunto si quieren correrse en mi boca. Evidentemente no llegan y se corren para cuando he terminado de susurrarlo .De vez en cuando, alguno que tiene mejor idea de qué hacer, de qué está haciendo, que no entra como un elefante en una cacharrería, da igual. Al final ese orgasmo, ese subidón que es el colofón de una primera mirada en un bar, en una cafetería, en la calle. Todo lo que pasa a continuación casi siempre es incómodo. El condón con su corrida, tú en una cama ajena o un tipo con el que no piensas dormir en la tuya. Y una excusa para echarle o una excusa para irte. Lo siento, mañana trabajo. Bueno, ya nos vemos. Los peores son los que intentan abrazarte. ¿Realmente tenemos que fingir tanto? ¿No te ha bastado correrte? Lo cierto es que recuerdo todas esas experiencias y cada vez se parecen más entre ellas. Andrés sigue hablando. Me gusta su mirada, pero soy incapaz de sostenerla.

Puedo intentar imaginarme la primera vez con Andrés, de hecho no he parado de hacerlo. Esos nervios. La lluvia, el frío. No puedo más. La realidad supera la imaginación y empiezo a pensar qué hacer si me acojono, qué hacer si me asusto, si me disgusta, si lo paso mal. ¿Y si me echo a llorar? Bajamos del metro y no se me quita de la cabeza que tengo que mentalizarme de que pase lo que pase hay que aguantar el tipo. Recuerdo la palabra de seguridad pero tengo la sensación de que me podría la vergüenza al dolor. No lo sé. ¿Y si se me olvida?

DIAGONAL

Julia

Odio ese momento en la recepción de los hoteles en que entras y la recepcionista sabe que vas a echar un polvo y tú sabes que vas a echar un polvo y todos sabéis que váis a echar un polvo y hay que poner cara de que vivimos en una sociedad en que dos personas a las doce del mediodía entre semana no es que vayan a un hotel a echar un polvo, sino que van a un hotel a dejar las cosas para ir a hacer turismo por la ciudad como Dios manda y volver por la noche, echar el polvo de rigor con suerte y a dormir. Como Dios manda. Pero la recepcionista sabe que no es como Dios manda, él sabe que no es como Dios manda y yo también lo sé. Así que evito mirar a la cara la recepcionista y le doy a él mi DNI para que haga lo que quiera porque, sinceramente, en estos momentos entiendo a Santa Teresa cuando escribió aquello de “vivo sin vivir en mi”.

Entramos en la habitación. Todo es muy blanco. No recuerdo la última vez que estuve en un hotel sin sábanas blancas. Llevo toda la ropa mojada. Llevo el pelo mojado y despeinado y por un segundo todo parece como todo lo anterior. Me ordena que me desnude. Él sigue vestido, paseando por la habitación como si yo no estuviera. Vale, reconozco que esto es nuevo.

No veo nada. Me ha tapado los ojos con su bufanda. Estoy acelerada. Creo que él sigue vestido. Se acerca, me besa. Me gustan sus labios. Me excita, su boca, sus labios. Su mano. Ay, su mano.

  • Esta ha sido la primera.

El cielo no es el límite. Primera bofetada. Siento mi mejilla caliente y un subidón indescriptible mezcla de adrenalina, endorfinas y mi cabecita que acaba de pisar por primera vez un nuevo continente. Mierda. Mierda. Mierda. ¿Qué he estado haciendo todos estos años?

  • ¿Te gusta?
  • Sí.
  • Dilo bien - Dios, cómo me está poniendo. Y otra bofetada.
  • Sí, señor.
  • Puedes decirlo mejor - me dice con calma. Siento su respiración cerca de mí. Al fin.
  • Sí, mi Amo.

Veo una chica desnuda en el espejo. Observo una chica desnuda en el espejo con un chico detrás de ella que la coge de la mandíbula. La chica está despeinada. Él le ordena que se mire al espejo. Ella se observa. No se reconoce.

  • ¿Quién eres? - le pregunta el chico a la chica del espejo.
  • Tu puta - responde ella. Parece que le fallan las piernas.
  • ¿Qué más? - insiste él.
  • Tu zorra - añade temblorosa.
  • Dime, ¿qué más eres? - Y el chico sabe la respuesta. Ella también. Y cada palabra que sale de su boca la excita más.
  • Tu perra.

El chico la observa. Tira de su pelo. Contempla su excitación. Ella intenta buscar su mirada en el espejo. La chica del espejo no para de temblar. ¿Quién eres, chica del espejo? ¿Qué haces aquí? ¿Qué haces con mi cuerpo? ¿Por qué gimes? ¿Dónde está tu pudor? Chica del espejo, deja de gemir, deja de poner esa cara de perra en celo. La chica del espejo se ha apropiado de mi cuerpo. Andrés está detrás. Recuerdo esos movimientos de danza clásica imposibles en que todo lo que ocurre es un milagro que se sostiene  en la confianza de la bailarina en el bailarín. Si la bailarina no confía en él, va a salir mal, si él no lo hace bien, los dos se harán daño. Es la primera vez y siento que me toca como si llevara toda la vida practicando para tocar el centímetro de piel preciso. Me molesta que conozca tanto mi cuerpo, en realidad no, en realidad se escapa a mi entendimiento parte de todo lo que está sucediendo y la situación ha alcanzado una temperatura que me impide pensar.

Across the Universe de los Beatles inunda mi cabeza. Se repite “possessing and caressing me ” insistentemente. Me acabo de dar cuenta. No era la bofetada. Él dirige y yo me dejo llevar. Él manda, él decide y eso me está poniendo más de lo que imaginaba. La bofetada y los insultos son lo menos humillante de todo, lo peor es ver cómo cuanto más hace conmigo lo que quiere más excitada estoy.

Acabo sobre la cama de un empujón. Mis mejillas siguen calientes y puedo escuchar el latido de mi corazón acelerado. Tranquilo, en breve volvemos a la normalidad. No me muevo. Se acerca a su ropa. Se me pasa por la cabeza lo que puede estar haciendo, pero pienso “No”.  Y vuelvo a pensarlo. No. Me ha dicho que no me mueva. Y creo que sí, que sí ha cogido su cinturón. Y me entra una especie de risa nerviosa. No.

Se acerca. El tiempo se detiene. Mi cabeza vuelve a estar en blanco. Veo mi mano izquierda entre mi pelo. Siento el calor de la cama. Observo el blanco de las sábanas. Realmente muy blancas. Tiemblo. De esto no habíamos hablado. No recuerdo haber hablado de esto.

Le siento a mi lado. Está de pie en el borde de la cama. Me pregunta si recuerdo  la palabra de seguridad. Y le diría que no, que en estos momentos no recuerdo nada y que sólo veo la sábana blanca.

  • Perra ¿recuerdas la palabra de seguridad? - Encima cachondeo, pienso. Pero él parece bastante serio y tiene un cinturón en su mano y mejor no bromear.
  • Sí, mi Amo.
  • ¿Cuál es? - De repente me siento examinada por un neurólogo que intenta comprobar si realmente he perdido la cabeza del todo.
  • Martes. - Y sí, he perdido la cordura pero parece que las neuronas siguen haciendo su trabajo con cierta corrección y recuerdo la dichosa palabra. Odio la palabra. La odio porque él recuerda el género día de la semana y me imagino cuántas martes habrá habido o si habrá más sábados. Y la odio porque ahora cada vez que alguien la pronuncia algo se revuelve en mi y pienso en él.

Siento el cinturón sobre mis muslos y veo que mi mano se agarra con fuerza a la cama. O lo intenta. Cierro los ojos.

  • ¿Quieres decir la palabra de seguridad? - Pregunta. Y pienso que con el pitorreo que lleva encima aunque la quisiera gritar ni la susurraría. Mis piernas se mueven con nerviosismo.

Noto el cinturón de nuevo sobre mi piel. Abro los ojos y mi mano se agarra con más fuerza. Estoy excitada. Es extraño. Pensaba que me iba a echar a llorar. O que sería desagradable. Es un dolor diferente, tal vez porque es un dolor deseado, porque es tan físico que me excita aun más. Cada vez estoy más mojada y siento una necesidad imperiosa de que separe mis piernas y me folle. Necesito su polla. Mis piernas lo piden a gritos, mi cadera lo pide a gritos y mis pezones están erectos. Llevo más de media hora al borde del orgasmo y Andrés aun sigue con los boxers puestos y con una calma que me pone aun más cachonda.

Me ordena que me gire y me tumbe de espaldas.

  • Métete dos dedos. - me mira. No sé si me están hablando sus ojos o su boca.

Mi mano se desliza por mi ombligo desnudo. Me arde la piel, pero mis manos siguen frías. Voy bajando casi de forma instintiva mientras busco la mirada de Andrés. Mi mano apenas roza mi clítoris y mis dedos bajan algo más. Estoy mojada, temblorosa. Siento mis dedos fríos. Andrés está tumbado a mi lado observando detenidamente. Estoy más húmeda de lo que imaginaba. He mojado la cama. Siento mis dedos deslizarse dentro de mí y prácticamente a la vez siento como pequeñas contracciones los aprietan. Busco sus ojos. Me corro.

  • Más fuerte, zorra. - insiste, mirándome a los ojos.

¿Qué ves, mi Amo? ¿Te gusta lo que ves? ¿Es un polvo más como lo fueron para mí muchos de los anteriores? Me pregunto si son los hechos o nuestras mentes quienes deciden cuáles de nuestros amantes serán recordados, quiénes formarán parte de nuestra microhistoria particular. Todos nos parecemos tanto y sin embargo unos pocos dejan una huella especial. No se trata de cuánto tiempo pasas con una persona, sino del espacio que reserva para ella nuestra memoria. Me escucho gemir. Creo que no se ha dado cuenta de que me he corrido. Aprieto más, siento mis dedos ya calientes dentro de mi, siento mis contracciones y siento un calor que recorre toda mi espalda hasta el cuello.

Se acerca, me besa y  muerde mis labios con fuerza. Sus manos empiezan a acariciarme y busco sus brazos con las mías. Insiste en que no hace falta su sexo para que me corra. Lo dice orgulloso y por un momento recuerdo lo soberbio que me pareció el día que le conocí. Me pareció un tipo soberbio, engreído y un prepotente. Y sin embargo seguimos hablando. Y sin embargo él tenía razón. Su mano se desplaza entre mi clítoris y mi sexo. Mis piernas no paran de temblar, no puedo parar de temblar, siento varias ráfagas de calor subiendo por mi espalda y se me erizan los pelos de la nuca. Siento mis contracciones y las veo en mi ombligo. Veo borroso. Tengo calor. Busco su mirada. A ratos la encuentro. Su mirada me desnuda. Su mirada lleva desnudándome todo el día. Y me doy cuenta de que le he contado toda mi vida, mis neuras, mis miedos, mis expectativas, mis ilusiones y ha ido quitando una capa tras otra y esta desnudez de ahora es la menos relevante de todas.

Enciende un cigarrillo y busca su móvil. Estoy tumbada de lado. Observo las sábanas blancas revueltas. Me falta el aliento. No puedo respirar. Siento que me ahogo. Veo borroso. Empiezo a sentir el olor del cigarrillo y veo el reflejo de la pantalla de su móvil en su cara. No puedo respirar. No puedo respirar. Me tiemblan las piernas. Me tiembla la cadera. Creo que me voy a correr. Se lo quiero decir. Intento decirle “Andrés, voy a correrme”, “Mi Amo, me ahogo” pero siento que muero y de mi voz sólo sale un gimoteo que no controlo y sólo alcanzo a darme cuenta de que ha levantado su mirada del móvil.

  • Métete en la cama y acurrúcate a mi lado, perrita separatista.. - Me dice sonriendo - Vas a congelarte.

A cualquier otro le hubiera dicho que no. A cualquier otro le hubiera puesto una excusa sin necesidad de pensarla. Me entran ganas de decirle que no me gusta que me toquen. No me gusta que me abracen. Me entran ganas de decirle que no es necesario, que me sentiré igual de bien aunque no lo haga. Que no hace falta, de verdad, Andrés, no es necesario, pero Andrés no está y mi Amo ya hace unos minutos que me ha tomado entre sus brazos. Y lamentablemente me siento muy cómoda.

  • Me siento a gusto cuando me besas - me dice. - Normalmente me molesta que me toquen la nuca.

Entonces me doy cuenta de que llevo unos minutos besándole el brazo. Sigo abrazada a él. No le soltaría. No se escuchan los ruidos de la calle. Siento una calma extraña.

  • Chúpamela.

Le quito los boxers. Recuerdo la frase escandalizada de María “¡¿Pero cómo vas a ir a Barcelona a acostarte con él sin haberlo visto desnudo?!”. Intenté explicárselo, pero realmente no tenía una explicación para mí misma. María se quedó sin explicación. Yo también. Bueno, Andrés sabía que su foto era prescindible. Yo también. María, no.

Si hay algo que me da morbo es chuparla. Sin embargo es algo que me da cierto pudor, porque no conozco a nadie que piense que la chupa mal y conozco a demasiados que se quejan de que se la chupan mal. Y como es algo que me gusta, que me pone, me excita y hace que mi sexo se ponga como una catarata me da apuro que a la otra persona no le guste. Siendo la otra persona Andrés y siendo la primera vez, me da aún más. Me acerco despacio hasta que entre abro la boca. Me arrodillo aún más y la siento entre mis labios. Y empiezo a chupársela mientras él se dedica a escribir mensajes con el móvil y a hablarme del trabajo. Normalmente pararía, pero es André,sé que le entretiene fumar y jugar con el móvil mientras se la chupo. Me pregunto a quién escribe. Me lo imagino y me hace gracia. No me ha dicho que pare, además, cada vez está más dura en mi boca y yo vuelvo a estar como perra en celo.

Andrés consigue que algo tan común y tan ordinario como el sexo adquiera un matiz especial. Y no soy ni mucho menos su primera ni él es el mío. Ni la última. Ni el último. Pero él lo consigue, llevo unas horas junto a él y ha creado una hermosa ficción en mi cabeza que da a cada segundo de mi respiración un sentido único. Existen días así que desbordan las fronteras de la dictadura de 24 horas. Casi invierno y este día no hace más que recordarme al tercer movimiento del Verano de Vivaldi. Odio el verano pero es inevitable enamorarse del Verano de Vivaldi, sobre todo de la tormenta y la violencia del tercer movimiento. Presto. Intenso, lluvia, viento, ese día que lo revuelve todo y lo deja todo patas arriba.

  • Más despacio, perra - Andrés me mira. Me arden las mejillas. - Ven.

Coge un preservativo de la mesa. Se lo pone sin quejarse. Y siento cierto alivio. Hay pocas cosas que me agoten tanto como estar en una cama en pleno calentón y que el chico se ponga a discutir sobre el preservativo. “Verás, es que es incómodo” suele ser la frase de turno aunque mi frase favorita es “soy sano”. Y una en esas situaciones sólo quiere contestar “Para incómoda una gonorrea”. Pero él no dice nada y se pone el condón mientras le acaricio. Vuelvo a sentir que me fallan las piernas. Vuelvo a estar nerviosa. Y me siento como una cría por estar nerviosa ante algo tan sencillo.

Me dice que me ponga encima y me descoloca. Otra vez. Una que ya se veía a cuatro patas y el chico ha salido caprichoso. Quiero que le guste y que sienta que su perra hace lo que le pide. Quiero que sepa que haré lo que me pida. Me siento sobre él abierta de piernas y me da cierto pudor lo mojada que estoy. Estoy tan excitada que huelo mi sexo. Mi respiración se independiza otra vez y se acelera. Levanto ligeramente mis caderas, me recuesto un poco y siento su sexo rozando el mío. Mi sexo responde al suyo mojándolo todo. Y jadeo porque le siento duro dentro de mí. Y me gusta. Me está gustando demasiado.

Me acerco a él y me muerde el labio.

  • ¿Quién crees que manda, perra? ¿Te crees que por estar encima mandas tú? - Me falta el aliento y creo que me voy a correr. No estoy para conversaciones profundas.
  • Sí - sonrío.
  • ¿Seguro? - Sonríe y puedo ver en su cara la que está a punto de armar. Las sonrisas son malas consejeras.
  • Ahora mando yo. - Concluyo.

Ni siquiera he visto su mano moverse y ya está quemando mi mejilla derecha a los segundos de darme en la izquierda. Se empieza a mover violentamente y me tira del pelo con fuerza. Siento que me corro y lo mojo todo otra vez. Veo borroso. Intento sostener su mirada, pero me siento incapaz. Sigue tirando con fuerza de mi pelo mientras una ráfaga de calor sube por mi espalda. Consigo mirarle a la cara y veo su ego mirando a lo que queda del mío. Me tiemblan las piernas. Siento mi sexo contraerse una y otra vez. Me doy cuenta de que llevo un rato gimiendo y el calor no me baja. Le beso el cuello y le acaricio el pelo mientras se lo quito de la frente.

Me gusta su mirada y su capacidad de sostenerla, su voz masculina y sus manos recorriendo mi cuerpo, haciéndose suyo todo el territorio. Va marcando cada centímetro con sus manos con sus dedos y sus caricias suaves. Me acaricia los pezones y me hace perder la noción de la realidad. No puedo parar de gemir. Me inclino un poco más hacia él y se acerca para besarme.

Mis labios se entreabren de forma instintiva y me escupe en toda la cara. No me da tiempo a reaccionar. Se pone muy serio. Me asusta, me mojo, siento otra vez contracciones y me dice que limpie lo que ha escupido mientras yo apenas puedo razonar porque me estoy corriendo. En el instante en que pienso que estamos en una guerra de trincheras Andrés arma una Blitzkrieg en un segundo, me desarma y hace y deshace conmigo lo que quiere mientras intuyo que disfruta observando una concatenación obscena de orgasmos. No puedo más. Siento que ya no puedo más.

Él no ha acabado. Parece que no vaya a acabar nunca. Me recuesto sobre él. Por unos minutos siento el sueño que me invade.

  • Perrita, te vas a quedar dormida. - Me dice acariciándome. Cada vez es menos Andrés y más mi dueño. Recuerdo lo absurdo que sonó la primera vez que me llamó perra y ahora casi es un apelativo cariñoso. Estoy perdiendo la cabeza.
  • No, no te preocupes.
  • Habría que pensar en ir a comer… - Mira el móvil y me dice que ya son casi las tres.
  • Vamos al baño. - dice divertido.

Le sigo hasta la puerta del baño, entreveo su sonrisa y paro.

  • Mira, mejor no - le digo.
  • A la ducha - insiste.
  • Verás, es que he cambiado de opinión. - me siento estúpida pero sí, es que he cambiado de opinión. Ir a la ducha me parece mala idea. Veo por dónde va y me pregunto en qué estaría pensando yo cuando le dije que era una gran idea.
  • Lo pediste tú. - insiste.
  • Lo sé, pero he cambiado de opinión.

Me doy cuenta de que estoy parapetada en la entrada de la ducha, agarrada de pies y manos a la mampara como si me fuera la vida en ello. Se ríe de mi intento de parar alguien que pesa el doble que yo. Me empuja y me ordena ponerme de rodillas.

  • No te lo voy a repetir. - Se pone serio -  De rodillas, perra.
  • Vale, pero un segundo. Un segundo. Tengo que explicarte... - Casi tartamudeo.

Me arrodillo mientras intento explicarle algún motivo para detener aquel despropósito. Tiemblo. Estoy en mitad de mi primera frase cuando lo siento caliente en mi cara y casi de forma instintiva me cojo a sus piernas y abro la boca y siento como me está meando en la boca y en la cara y una parte de mi  intenta tragárselo y otra parte siente que eso sabe a gintonic. Y no me gusta el gintonic. Pero, Dios, cómo me pone que me esté meando encima. Me tiemblan las piernas. Tengo la cara mojada, parte de mi pelo mojado y mis pechos mojados y calientes y levanto la cabeza y veo su cara. Y otra vez su ego explicando al mío en silencio que quien manda es él, quien dirige es él y que mi ego, mi mente y mi cuerpo somos propiedad de este chico que me está enseñando lo que es el sexo. Julia, qué estúpida eres.

Por un momento recuerdo mi primera vez y recuerdo la seguridad que tenía y ahora en cambio me estoy comportando como una adolescente y tengo los sentimientos a flor de piel. Me quedo a sus pies agarrada a sus piernas unos segundos. Qué tranquila se está aquí abajo agarrada a sus piernas.

  • Va, vamos a comer.

Me ducho, me visto y voy a por mi móvil, que había dejando cargando. Varios mensajes de María con mucha sorna ocupan la mayor parte de la pantalla. Y que si sigo viva. Y que si al final hubo bofetada. Y que si lo estoy pasando bien.

“Sigo viva. Follada, meada, abofeteada. Me lo estoy pasando demasiado bien”. María contesta con un emoticono sonriente. Mi cara parece un emoticono. No consigo quitarme la sonrisa de la cara cuando normalmente me cuesta esbozarla. Salimos del hotel mientras en mi cabeza suena Walk of Lif e de Dire Straits. Paramos en un semáforo para decidir dónde ir a comer. Al final, un restaurante de la Barceloneta. Andrés ha arreglado la imagen que tenía de Barcelona en una mañana lo que Trias la ha empeorado los últimos cuatro años. Me entra la risa. Entramos en el metro. Ay, que vamos cogidos de la mano. Ay, que estoy apoyada sobre él. Ay, que me muerde el labio y me besa. Ay, que me va a partir el labio. Y una parte de mí desea que lo haga.  Ay, Julia. Una parte de mí quiere volver a entrar en razón. Mi conciencia  llama a Julia, pero Julia se ha ido. La sumisa sonríe a su Amo y se abraza a él mientras el metro avanza con rapidez hacia la Barceloneta. Ahora me arrepiento de no haberlo abrazado nada más llegar.

BARCELONETA

Llegamos a su restaurante fetiche, que por supuesto tiene terraza, y nos sentamos en una esquina de la terraza. La camarera no parece extrañarse de que Andrés se siente fuera y  yo no me plantearía otra cosa porque sé que quiere fumar.

  • La Barceloneta sería el barrio perfecto si no tuviera mar, Andrés.
  • Julia, te das cuenta de que la Barceloneta es el mar, ¿no? - me mira estupefacto.
  • Tú ya me entiendes. ¿Tú eres consciente de lo bien que acaricias?
  • ¿Quieres que sea modesto? Sólo toco lo que intuyo que hay que tocar. Es fácil, hay que tocar y ver la cara de la perra. - Por un segundo recuerdo que estamos en la calle y me está llamando perra como quien dice cariño, pero prefiero que me llame perra a cielo.
  • No puedo enamorarme de Barcelona. Ya estoy enamorada de Roma. No se puede estar enamorada de dos ciudades. Barcelona fue la de mi infancia y dejé de quererla - me observa entre calada y calada a su cigarrillo. - No me voy a enamorar de Barcelona a estas alturas. Para mí Barcelona es la ciudad de los Juegos Olímpicos, esa ciudad abierta al mundo que siento que ya no existe.
  • Te encanta Barcelona.
  • Sí. - me sonrojo - ¿Andrés, eres feliz o sólo lo aparentas?
  • Soy feliz siempre y cuando no lo soy lo aparento muy bien - Nos reímos.
  • Tengo un problema contigo, bueno, varios. Pero uno de ellos es que me cuesta discernir cuándo mientes de cuándo no lo haces.
  • En general no miento. - se pone serio. Mientras suena Luces de Neón de Lori Meyers en mi imaginario… Pa-pa-ra-pa-pa-pa…

La camarera aparece. Un  agua con gas y un agua.

  • ¿Me das uno? - Señalo sus cigarrillos algo indecisa.

Me ayuda a encenderlo. Hacía mucho que no fumaba. Hay algo absolutamente erótico en cómo fuma. Podría pasar horas observando cómo fuma, viendo cómo el humo sale de su boca junto a su voz grave.

  • Voy a dejarlo - me explica - Voy a empezar a dejarlo  en unas semanas.
  • Haces bien. Sería una pena que se perdiera esa voz.

Y en mis adentros pienso que está tan enganchado que no será capaz de dejarlo Y me siento culpable porque una parte de mi desea que lo deje y otra desea que no se pierda ese erotismo que sólo yo le veo. Cuando hablamos por teléfono le escucho fumar y parece que estuviera más cerca. Cuando hablamos por teléfono pasan las horas demasiado rápido y lo cotidiano se cuela inevitablemente en nuestras conversaciones. Y lo odio porque Andrés no es rutina. Andrés nunca será mi rutina. Andrés es mi dueño. Sí, Andrés es mi dueño. Nunca compartiremos cotidianedad y sin embargo me está empezando a conocer demasiado, más que todos aquellos con quienes he compartido rutina. Eso me inquieta. Suena I am trying to break your heart de Wilco, otra vez en mi imaginario. Llevo desde esta mañana sin escuchar música pero mi cabeza lleva todo el día con una lista aleatoria de música que parece no tener fin. Quisiera poner freno a la invasión de Andrés. ¿Cómo lo ha hecho? ¿Cómo consigue que le cuente todo lo que pasa por mi cabeza? No estoy preparada para la invasión. Nadie había autorizado esta invasión. Yo buscaba sexo. Sí, yo necesitaba sexo. Nada más. ¿Qué haces sonriéndole, estúpida? Julia, para. ¿Qué haces buscando su mano por la mesa? ¿Por qué le sostienes la mirada? ¿Por qué te ríes? Julia, te estás equivocando. Y sin embargo, no siento ni mariposas en el estómago, sólo siento una extraña calma, qué tranquilidad.

  • ¿Sabes que esto es ficción, no?
  • ¿Qué es ficción? - No está escrito lo que le gusta hacerse el loco. Le miro y le pongo cara de que deje de hacerse el tonto.
  • Esto. - Le digo.
  • A mí me ha parecido muy real. De hecho, me parece muy real.
  • Ya, pero esta noche regreso a casa y esto se habrá acabado.
  • Gosseta, volverás. Y volveremos a vernos. Mira, era imposible que nos conociéramos y ha ocurrido. Ya veremos qué pasa.
  • Ya, pero, Andrés…
  • Shhh - Me desquicia que haga eso, pero me río y se ríe mientras dejo que cambie de tema.

Andrés tiene un don especial para tranquilizarme. Creo que es de las pocas personas que sería capaz de mantener la calma en un incendio o en un hundimiento. No sólo mantendría la calma, sino que conseguiría que el resto la mantuviera. A veces, siento que transmite una calma semejante a la del valium y el orfidal. En la cama me hace perder la cabeza y me excita como nadie. Lo peor es que se ha dado cuenta de que la tontería de la bofetada me ha gustado. Me entra la risa pensando en cuántas habrá visto que llegan con mil dudas iniciales y acaban dándose cuenta de que les encantan las bofetadas. Aunque seamos sinceros, hace tiempo que llevo deseando la bofetada. Llegué a un punto de desesperación en que no sabía a quién pedírsela.

Le recuerdo, hace unos meses en Roma. Fui a ver a María y de paso quedé con Luis  para pasar la tarde juntos. Para variar cogió la habitación a ultimísima hora. La broma le salió por más de 300 euros porque casi todos los hoteles estaban llenos y apenas quedaban habitaciones. Él me hacía sentir muy a gusto y cuando ya llevábamos un rato en la cama se lo pedí. Por favor, ¿puedes pegarme en la cara? Negó con la cabeza. Pero puedo abrazarte, me dijo mientras me apretaba contra él con fuerza. Me gustan sus abrazos y hoy me ha hecho sentir algo culpable por disfrutar del abrazo de Andrés. Son pocos los abrazos que dan consuelo. Dicen que la sociedad actual banaliza el sexo. Es verdad, pero también se han banalizado los afectos y nadie se escandaliza. Una parte de mí siente que está banalizando los afectos al haber abrazado tanto a Andrés. Sin embargo, el chico de Roma no entendería nunca que yo no necesito un abrazo, que también, sino que la bofetada también es algo que en estos momentos necesito como quien necesita agua en pleno desierto. Siento que estoy en un desierto, necesito agua y todos ofrecen abrazos. No, oiga, es que yo necesito bofetadas. Andrés me ha dado esa bofetada, bueno, varias Cómo me han gustado. Pero ya que estaba se ha empezado a apropiar de mi intimidad y me cuida. ¡A mí! ¡A estas alturas!  Ni que fuera una menor que necesitara la tutela de alguien, ni que no supiera cuidarme sola.

Llegan las butifarras que habíamos pedido y suena She moves on her own way de The Kooks. Y la conversación fluye sola. Tengo la sensación de que podría estar hablando con él durante semanas, tengo la sensación de que él sería capaz de hacerlo con cualquiera y sobre cualquier tema con la misma naturalidad que lo hace conmigo, con la misma mirada, con la misma sonrisa empática. Y empieza la ceremonia del café, que consiste fundamentalmente en que él fuma y bebe café mientras contempla a su presa cada vez más nerviosa e inquieta pero aun con demasiada vergüenza como para pedir que volvamos al hotel. Creo que si intentara beber la mitad de café que consume acabaría taquicárdica en una sala de urgencias. Se termina el primer café, al que sigue un segundo. Mis nervios en aumento. Se da cuenta y se nota que lo disfruta pero soy incapaz de controlar ese impulso, esa necesidad. Le pediría que me diera una bofetada ahí en medio. Sigue con el café. ¿Cuánto puede durar un café? ¿No está frío ya? ¡Por dios, que es un cortado! Y me doy cuenta de que antes se toma el café al borde de la congelación que dejar que marque yo los tiempos.

Empiezo a darme cuenta de que este día tendrá 24 horas como todos. Como los buenos, como los malos, como los que se borran como los que se guardan, como los que se pasan durmiendo o los que se pasan llorando. Todos condenados a 24 horas. Un día de mi vida. Este día en Barcelona y ahí estás, Andrés, hablándome. Quiero quedarme escuchándolo. Quiero ir a la cama con él. Quiero pasear vestida a su lado. Quiero estar desnuda con él. Quiero que le guste, quiero que lo disfrute porque yo ya lo estoy haciendo. Quisiera seguir sentada toda la tarde. Pero veo el tiempo diluirse y también necesito sentir su piel junto a la mía, la excitación de su voz en mi oído. Hasta que salto:

  • Necesito que me folles.

Son casi las cinco de la tarde y parece que sí va a terminarse el café. Vamos de vuelta al metro y por el camino vemos un coche en llamas. No parece inquietarle, de hecho, no muestra el más mínimo interés por el coche ardiendo. Le pregunto si es muy habitual ver coches tomados por el fuego por el centro de Barcelona. No consigo una respuesta clara.

Sólo un día. Y de repente me pesa el tiempo, pesa demasiado y siento que va contra mí, contra este día en el que soy feliz, en el que soy yo. ¿Quiénes somos? ¿Somos nuestras rutinas? ¿O somos estos días únicos? ¿Dónde está nuestro yo real? ¿Somos rutina o somos pasión? ¿Somos orden o somos irresponsabilidad? Soy la chica que está abrazada a este chico en el metro. ¿Qué haces abrazada a él? Miro a mi alrededor en un mar de caras desconocidas y le siento cada vez más cerca. Demasiado. Demasiadas risas. Poco tiempo.

Y llegamos y me desnuda. Y le miro. Me mira. Me quedaría mucho tiempo mirándolo. No sé cuánto. Mucho. Buscando en sus ojos. ¿Buscando qué? Tal vez buscándole a él, a lo mejor encontrarme a mí dentro de su mirada. No lo sé.

Mi cuerpo sólo tiembla. Me siento muy mojada.

Continuara…

El correo de Andrés es [email protected]

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