La historia de Iván

Un adolescente busca la forma de tener sexo con su mejor amigo, y la encontrará una noche que se queda a dormir con él en su casa...

(Publiqué esta historia con otro seudónimo hace algunos años, pero creo que merece la pena que esté en TodoRelatos, la mejor página de relatos eróticos en español).

Me llamo Ivan, y quiero contaros mi historia. Sabía desde hacía algún tiempo que me gustaban los chicos, pero no sabía como arreglármelas para estar con alguno de ellos. A través de un anuncio conocí a algunos amigos que me ayudaron a acercarme a uno de ellos, al que llamaré Alejandro; es rubio, alto, sin vello, con ojos azules, una auténtica preciosidad. Sus muslos, en las clases de gimnasia, eran como un imán para mí, no podía apartar los ojos de aquellas piernas gráciles, de aquella superficie de piel blanca y tentadora.

En las duchas la cuestión era peor; no sólo ver a Alejandro en pelota viva me ponía a cien, sino que otros muchos chicos deambulaban por allí, con sus paquetes al aire, jugando y moviéndose, y las pollas y bolas bamboleándose tentadoramente...

Tuve que hacer muchos esfuerzos para que mi polla no se pusiera alegre, pensando en otras cosas, como me sugirieron algunos de mis amigos cibernáutas.

Pronto me hice amigo de Alejandro, y, como sucede con frecuencia, iba a su casa, o él venía a la mía, para estudiar. En esas semanas no ocurrió nada, pues el chico no parecía tener otro interés que cultivar mi amistad y avanzar en sus estudios. Pero llegaron las fiestas de navidad, y me propuso quedarme una noche en casa, porque sus padres salían de fiesta y él tenía que quedarse de canguro de su hermana pequeña. De esta forma, decía, podríamos jugar al ajedrez, que a ambos nos gusta mucho, y ver algunas películas.

Yo estaba esa noche muy excitado, como imaginaréis, y dispuesto a dar algunos pasos para saber si yo le gustaba o simplemente buscaba en mí un amigo sin sexo.

Cuando acostamos a su hermanita estuvimos jugando un rato al ajedrez, como teníamos previsto, vimos algo la tele y nos acostamos. Alejandro tiene una cama bastante grande, más de lo normal para un solo chico, aunque más pequeña que de matrimonio. El caso es que cabíamos los dos, aunque un tanto apretados, lo que, dicho sea de paso, no me disgustaba lo más mínimo. Bromeamos un rato, y finalmente nos decidimos a dormir. Alejandro se volvió hacia el otro lado, dándome la espalda. Yo me quedé boca arriba, con la polla en una semierección, sabiendo que tan cerca de mí se encontraba el objeto de mis más oscuros deseos. Pasó un rato, y calculé que Alejandro ya debía estar dormido. Me incorporé un poco sobre el codo y le escruté el rostro en la penumbra de la habitación. Tenía los ojos cerrados y el rostro sereno y tranquilo de los que duermen profundamente. Así que, armándome de valor, me arrimé poco a poco, con mucho cuidado, hasta rozar con mi rabo (ya como una piedra) sobre su pijama, en la zona de su culito. Para mi sorpresa, el chico culeó un poco y se pegó a mi nabo; me quedé sin saber qué hacer. Pero la sorpresa duró poco, porque tenía que seguir explorando. Como tenía la polla a reventar, busqué entre las sábanas su mano, que reposaba tranquilamente sobre su muslo, y la tomé con mucho cuidado. Me la llevé hasta mi bragueta y sepulté su mano dentro de mis slips, con toda cautela, como si llevara un bote de nitroglicerina.

La mano del chico se posó sobre mi rabo, y allí se quedó, maravillosamente calentita, pero también quieta. Tomé su mano con la mía y, despacito, despacito, comencé a hacerme una paja con su mano; no me la había meneado ni diez veces cuando me corrí irremisiblemente, de tan excitado que estaba. Le puse la mano pringosa, y procuré limpiársela un poco. Como no sabía que hacer con la leche, y otras veces había probado la mía, cuando me masturbaba, me la chupé, y desapareció el problema.

Envalentonado por aquel éxito (la primera paja que me hacía alguien, aunque fuera dormido, distinto a otro que no fuera yo), decidí seguir adelante: le puse su mano pringosa sobre el muslo, como la tenía antes, me pegué más a él, colocándole mi paquete justo tras su delicioso culo, y deslicé mi mano entre las sábanas; tras bucear un poco, pronto encontré lo que buscaba: metí la mano dentro de su pijama y de su slip, y allí había un cacharro erecto de proporciones más que considerables. Así que mi amigo, dormido y todo, estaba empalmado como un caballo. Casi temblando por lo que estaba haciendo, y pensando que podía despertar en cualquier momento, seguí adelante: le tomé la polla con la mano, y comencé, con mucho cuidado, a hacerle una paja. No tardó mucho tampoco mi amigo en correrse; para evitar que lo pusiera todo pringoso, procuré que la mano que lo pajeaba recogiera toda la leche que pudiera. Cuando la saqué de su bragueta, me dediqué a chupar aquel semen, el primero que probaba que no fuera el mío, y el sabor me fascinó: ni suave ni áspero, ni dulce ni amargo, ni salado ni soso, sabía a varias cosas y a ninguna; en cualquier caso me pareció un sabor delicioso, y no dejé una gota de aquella esperma en mi mano, e incluso, goloso, tuve la temeridad de volver a meter la mano en su bragueta para recuperar lo que pudiera que se me hubiera escapado.

Aquella noche no fui capaz de más, y aún me pregunto cómo encontré fuerzas para hacer todo aquello.

A la mañana siguiente, yo me hice el dormido mientras Alejandro se levantaba. Me di cuenta de que se miraba la mano izquierda, aún pegajosa, con aspecto un tanto perplejo.

Pasaron los días y yo seguí viendo a mi amigo, de vez en cuando, saliendo los dos juntos o con otros amigos suyos, en una pandilla. Gracias a mis amigos cibernáutas, que me dieron buenos consejos, preparé mi nuevo plan de acción. Un fin de semana, tras la fiesta de Reyes, me invitó a quedarme en su casa de nuevo, porque sus padres tenían salida ese sábado. Yo me llevé varias fotos que imprimí de Internet, con chicas a las que se les corrían en la cara y en la boca unos enormes carajos, realmente impresionantes.

Cuando acostamos a la niña, nos fuimos a su cuarto. Yo saqué casi de inmediato las fotos que llevaba; las estuvimos viendo juntos, sentados en un pequeño sofá que tiene en su dormitorio; mientras las veíamos, yo lo vigilaba con el rabillo del ojo, y me di cuenta de que Alejandro estaba muy excitado: la boca abierta, la lengua asomando entre los labios, el bulto del pantalón que se mostraba más grande que de costumbre. Cuando terminamos de verlas, los dos nos echamos a reir, y Alejandro me propuso enseñarme otra cosa. Fue a su armario y extrajo, de un cajón cerrado con llave, varias revistas porno. La mayoría eran de chicos con chicas, pero había algunas que llevaban en la portada la palabra "Bi", en las que aparecían chicos y chicas, pero ellos lo hacían también entre sí. Nos sentamos en el sofá, como antes, y empezamos a hojearlas.

Yo, haciendo acopio de valor, sugerí que nos podíamos hacer una paja mientras las veíamos. Alejandro accedió enseguida, como si hubiera estado esperando que lo propusiera. Nos abrimos nuestras braguetas, pero yo quería que la cosa no fuera simplemente sacarse el nabo y pajearse, sino algo más amplio y más erótico.

Pretextando que estaba más cómodo, me abrí el botón del vaquero y la cremallera y me bajé el pantalón hasta los tobillos, e hice igual con los slips. Mi polla quedó al aire, enhiesta, hermosa y anhelante; él dudó un momento, pero enseguida me imitó: se bajó el pantalón y los slips, y se sentó a mi lado, prácticamente rozándonos nuestros costados, con un bellísimo nabo descapullado, húmedo, palpitante.

Notamos cómo ambos nos mirábamos mutuamente los rabos, pero aún era pronto. Alejandro sujetaba la revista con la mano izquierda y yo pasaba las hojas con la derecha, mientras cada uno se masajeaba su propia polla, calientes a reventar, tan cerca, todavía tan lejos. Las páginas fueron pasando, con chicas y chicos follando, con corridas monumentales en las caras y las bocas de las chicas. Las revistas iban pasando, pero yo pensé que había llegado el momento de dar un paso más. Le propuse que nos hiciéramos la paja uno al otro, porque así nos daría más gusto. Aceptó de inmediato, y yo le cogí el rábano sobre la marcha, haciendo él otro tanto. Ahora nos masajeábamos con más placer, la mano de cada uno en la fruta prohibida del otro, sintiendo entre los dedos ese calor del sexo a punto de reventar. Seguíamos con la revista entre las manos, él sujetando y yo pasando hojas; era una de las "Bi", con chicos que también lo hacían entre sí, además de con chicas, y llegó una página, casi al final, en la que se veía un pedazo de vergajo monumental corríendose en la cara y en la boca de un chico rubio precioso. Fue como si aquello fuera un aviso, una señal de partida de la recta final: nos miramos, y supimos al mismo tiempo qué es lo que queríamos. Tal y como estábamos, yo solté la revista, él también, yo me agaché sobre su regazo y engullí aquel gran pedazo de carne que latía, pringosa de líquidos que presagiaban el paraíso. Metérmela en la boca fue como abrirme los ojos a la verdad, a lo que en realidad me importa, como un punto de lucidez que me permitió saber qué es lo que quiero ser en la vida. Supe entonces que la felicidad, para mí, estaría conmigo siempre que tuviera la boca ocupada por un trozo de carne palpitante como aquel, latiendo como un corazón, cálido, duro y blando al tiempo, maleable y férreo. Engullí cuanto pude, que no pudo ser totalmente, porque el nabo de mi amigo mide no menos de 18 centímetros, 18 deliciosos, largos centímetros.

Alejandro estaba tan excitado que se corrió casi enseguida: una marea de leche me inundó la boca en grandes trallazos, y conforme iba saliendo los paladeaba en la lengua, tragándolos poco a poco, mientras lengüeteba el glande, el vástago, los huevos...

Cuando no quedó nada que chupar, me incorporé; Alejandro se inclinó entonces sobre mi polla y se la tragó, demostrando mayor facilidad que yo para metérsela en la boca y en la garganta; aunque era la primera vez que lo hacía, parece que estuviera dotado naturalmente para chupar pollas, lo hacía maravillosamente, lamiendo el mástil, deteniéndose en el glande, en el ojete, goloseando las gotitas de líquido preseminal que constantemente fluían del mismo. No tarde en correrme yo también; el primer trallazo le pilló yendo de los huevos al glande, así que le cruzó la cara; el resto lo recibió ya con el glande depositado, como un vagón aerodínámico y sensual, sobre la lengua, donde se fue depositando, como en un cuenco, una gran cantidad de mi leche, atesorada en tanto tiempo de excitación. Entonces fue tragándosela poco a poco, al tiempo que acariciaba con la lengua la punta de mi nabo, en busca de más gotas de semen.

Aquella noche dormimos abrazados, y volvimos a chupárnoslas con fruición. Alejandro y yo hemos encontrado la tarea que más nos gusta, tener la boca llena de polla con leche. Esperamos poder hacer muchas prácticas de aquí en adelante...