La historia de Eva-1
La tanquilidad de los primeros años de mi matrimonio empieza a tambalearse cuando reaparece un viejo conocido
LA HISTORIA CON EVA- 1
Empezaré por presentarme; me llamo Javier, 27 años, ingeniero de Caminos, 1,80, deportista y casado. Casado con Eva, una mujer a la que adoro de 25 años, morena, con el culito respingón, los pechos talla 95 y unos pezones sonrosados, muy sensibles. Ojos miel, carita de ángel, y unos labios gruesos, como si se los hubiese operado. Es delgadita, apenas pesa 47 kilos para su 1,57 de estatura, muy manejable.
Nos casamos hace dos años, después de otros tantos de noviazgo en los que me demostró lo que más aprecio en una mujer: la fidelidad. Sobre todo después de una experiencia bastante traumática en la que tuve que ver como un chulo, Carlos, un antiguo compañero de instituto, se follaba a la mi en entonces novia, Laura. No quiero detenerme en muchos detalles, porque aún me duele, pero les pillé en el piso que compartíamos con otro compañero cuando la empalaba desde atrás, mientras le estrujaba las tetas como un salvaje.
La tenía apoyada en el respaldo del sofá, y mi novia echaba el culito hacia atrás para sentirle más dentro, gimiendo descontroladamente. Se escuchaban los plas, plas contra sus nalgas cada vez que la ensartaba.
Carraspeé y Laura abrió los ojos. Me miró con pena, como pidiéndome perdón, pero fue incapaz de parar. Su orgasmo fue brutal le temblaban las piernas y tuvo que morderse la mano para no gritar mientras Carlos seguía bombeando cada vez con más fuerza, sujetándola de las caderas. Él también me miró, pero con una sonrisa de suficiencia en la boca.
- Ya te dije que es una putita –me espetó, y yo no supe cómo reaccionar. Me di la vuelta y salí de casa, como un zombi, con lágrimas en los ojos, pero escuchando los “toma, zorra, toma”, de Carlos, acompañados de los gritos de mi niña, y con la imagen en la retina de su carita de entregada y sus tetas bamboleándose al ritmo que le marcaban.
Y lo peor es que no era la primera vez. No lo vi con mis propios ojos, pero él proclamó en todo el instituto que se había tirado sucesivamente a otras dos novietas que tuve en aquellos años, en venganza por la paliza que le pegué por maltratar a un chaval más joven.
La dejé, claro, y a los pocos meses conocí a Eva, y fue un bálsamo. Cariñosa, apacible, dulce, si bien es cierto que físicamente se parecía mucho a mi anterior pareja, y vestía de manera similar, siempre sin sujetador, se había educado en un colegio de monjas, fue muy estricta en no mantener relaciones hasta después de la boda y me atrajeron siempre su timidez y su inocencia, que le hacía no ser consciente de las miradas que le lanzaban los tíos, ni de la forma en que se marcaban sus pezones en la blusa.
Y lo cierto es que a mi no me disgustaban. Me limitaba a darle la mano, como marcando territorio, y pasábamos en silencio, indiferentes a los ojos cargados de lascivia.
Una noche, recuerdo que fue un martes, vimos a Carlos en una disco que nos pillaba muy cerca de casa. Estaba con un par de amigos, y se acercó a saludar, todo simpatía. Hacía años que no nos veíamos, desde la noche en que le pillé tirándose a mi ex. El actuó como si no hubiese pasado el tiempo, pero no me gustaron las miradas que lanzaba a Eva. Sus amigos se habían quedado en la barra, observándonos con una sonrisa.
- ¿No nos presentas? –me lo preguntó recorriendo su cuerpo con los ojos.
Cuando lo hice la sujetó de la cintura para darle dos besos, y la retuvo para decirle algo al oído, en un susurro. Eva se apartó sorprendida, pero el tipo se volvió hacia mí.
- ¿Así que casado?, tienes una esposa muy linda. No te importa que baile con ella, verdad? –no esperó a mi respuesta y la llevó sujeta del brazo hacia la pista.
Bailaron solo dos piezas, las suficientes para ver desde la distancia con orgullo como mi nena ponía una mano en el pecho de él, como para separarle, frustrando sus intentos de arrimarse. Él la hablaba al oído, y cuando regresaron, Eva venía con cara de irritación, y me pidió que nos fuésemos de inmediato.
- Qué ha pasado? – le pregunté al salir
- Nada…, nada
- ¿Cómo que nada? –insistí- ¿y entonces?
Permaneció en silencio hasta que entramos en casa. Entonces tiró el bolso en el sofá y me increpó:
- Ese cretino amigo tuyo me ha dicho que estaba deseando comerme las tetas, que me iba a ver suplicando por su polla.
- ¿Qué dices? ¡Será cabrón¡
- Es un cerdo. Me dijo que te preguntara por qué le llamabais el burro en el instituto y también que me contaras lo que pasó con tus novias del instituto.
Se lo conté todo. Desde la razón de su apodo (su herramienta era la comidilla de los vestuarios del instituto, debía medirle casi 30 centímetros) hasta el día en el que vi como bombeaba a mi ex, sometiéndola con su polla.
Eva me escuchó muy seria, y confesó que había sentido ese bulto mientras bailaban.
- ¿Te la restregó? – se lo pregunté con tranquilidad, aunque sentía un nudo en el estómago
- Sí, por eso me aparté. Fue entonces cuando me dijo que iba a ser yo quien le pidiera que me la metiera.
Me impacto su tranquilidad, y fui a la cama sin dejar de sentir ese nudo que me atenazaba el estómago. Pasé una mala noche, con continuas pesadillas en las que el chulo poseía a mi esposa, en todas las posturas. El despertar fue mucho más agradable: Eva se había metido dentro de las sábanas para meterse mi polla en la boca.
Era una buena sorpresa, porque siempre decía que no le gustaba mamar, que le daba algo de asco, pero esa mañana no había nada de repulsa en su actuación: se metió el glande en la boca, oprimiéndolo con los labios y luego la recorrió en era con la lengua, en rápidos lametones. Lo hacía concentrada, moviendo todo el cuerpo cada vez que se la introducía en la boca, chupeteándome los huevos
- Para, para…me…voy a….. –no puede continuar, sentí como la leche salía a borbotones. No paró de inmediato. Siguió mamando, tragando todo lo que le daba.
Cuando salió de entre las sábanas tenía una mirada de lujuria y una sonrisa de oreja a oreja.
- La noté tan dura cuando me desperté… -explicó lamiéndose los labios y con los ojos chispeantes- ¿con quién estabas soñando, golfo?
- Con una putita llena de polla –le contesté en el mismo tono.
- ¿Y quién era? –me sujetó la polla mientras preguntaba, y empezó a masajearla lentamente. Yo le pasé la mano por delante y empecé a acariciarle suavemente los pezones entre mis dedos.
- Una zorrita que se dedica a despertar a los tíos con una buena mamada.
Tenía los pezones empitonados, y se le escapó un gemido cuando los estiré.
- Mmmmmm.., y…qué le hacías? – prolongó el interrogatorio, aunue con la voz entrecortada.
- ¿Yo?..., nada…, solo miraba como se la follaban – paró entonces unos segundos, como pensando en lo que acababa de revelarle, pero cuando le estiré de nuevo los pezones se dejó llevar, pegando su cuerpo al mío. Pasó una pierna entre las mías, dejando que la rozara con el muslo.
- Y te excita…recordarlo…, ¿así que… tenemos… aquí un… mirón? – le puso una mano en el culito y la atraje hacia mí, acrecentando el contacto de mi muslo con su coñito. Lo noté mojado, y eso me animó a seguir
- Ya ves…, me gustó verte disfrutar –aceleró el ritmo de la paja, mientras se masturbaba ya descaradamente con mi cuerpo.
- Quién…quien me follaba? – gemía cada vez más fuerte y apenas entendí su pregunta. Me incorporé para poder introducirle desde atrás el primer nudillo de mi dedo corazón en su coñito.
- ¿Por qué quieres saberlo? – pregunté yo a mi vez
- ¿Quién…, era? – jadeaba ya, y echaba el culito hacia atrás, buscando más.
Me incorporé más para tener acceso a su interior. La tenía tumbada ahora boca abajo, mordiéndose el labio inferior, los ojos cerrados, suspirando. En esa postura le metí también el índice, hasta el fondo. Los saqué para clavárselos aún más fuerte. Pronto fueron tres dedos Los metía y los sacaba cada vez más rápido, sintiendo que estaba a punto de correrse.
- Era Carlos –dije por fin, y al escucharme noté como su vagina me oprimía los dedos en espasmos continuos
- ¿Car…los?... ¿qué… me…. Hacía? –balbuceó-
Sin dejar de dedearla a un ritmo cada vez más fuerte, sintiendo como chapoteaban mis dedos en su interior le conté que en mi sueño la vi a cuatro patas, con el cabezón del chulo abriéndose paso lentamente. Su cuerpo se convulsionó en movimientos eléctricos mientras le relataba como era ella quien le pedía que la empalara y él la torturaba retrasándose, metiendo y sacando el capullo.
Quedó jadeante, boca abajo, y yo reproduje el sueño montándome sobre ella. Se la metí de un solo movimiento, pero solo pude darle tres fuertes empellones antes de deslecharme.
- Lo siento, mi vida, estaba demasiado excitado –me disculpé
- No pasa nada…estuvo muy bien – mintió con voz de sueño.
La abracé desde atrás y nos quedamos amodorrados en la cama hasta las tres de la tarde, aprovechando que era festivo. No hablamos más del asunto, pero la noté pensativa todo el día, muy poco comunicativa. A la noche me quedé frito en el sofá viendo una serie y amanecí casi sin tiempo para llegar a la oficina.
Cuando regresé estaba muy nerviosa. Cenamos en silencio, con esporádicos comentarios sobre mis problemas con el jefe. Estábamos acabando cuando me miró muy seria.
- Ha llamado –dijo mirándome a los ojos
- ¿Quién?
- Carlos…, dijo que le gustaría venir a vernos mañana o el sábado…, para recordar contigo los viejos tiempos – titubeó y me di cuenta de que no me contaba todo.
- Y qué le contestaste? – conseguí balbucear, mientras se me venían a la cabeza las imágenes de mi sueño entremezcladas con el sometimiento de Laura.
- Le dije que tendría que hablarlo contigo.
- Y a ti te apetece?
- No se…, por una parte sí, porque puede ser divertido saber más de tus años locos, pero por otra…, me da algo de miedo…, es un tío que no tiene escrúpulos.
- No, no los tiene, pero somos nosotros quienes tenemos que controlarle. Si no se comporta le largamos y punto.
- Entonces, le digo que venga a cenar? –parecía ansiosa
- Por qué no?
Esa noche dormimos pegados, más que abrazados, y por la mañana me despidió con un beso que me dejó sin aliento y una sonrisa radiante. Pasé todo el día con los nervios atenazándome el estómago, convencido de que no me había contado todos los detalles de la conversación. Me llamó a la hora de almorzar para decirme que ya había llamado, y que vendría a cenar esa misma noche.
- A qué hora?
- Dijo que llegaría sobre las ocho.
A las siete estaba recogiendo mis cosas cuando me llamó el jefe para un encargo de última hora que había que dejar cerrado esa misma tarde. Con los nervios cometí un error que me obligó a repetirlo todo: resultado, salía de la oficina pasadas las ocho. Me pilló un atasco y llamé a casa para decirle a Eva que iba a retrasarme.
- Ya ha llegado?
- Sí…, se presentó a las siete y media – tenía un tono de voz extraño- ¿vas a…, tardar…, mucho?.
- Estaré allí en media hora. ¿Va todo bien?
- Si…, sí… -pensé que la repetición de afirmaciones sonaba a todo lo contrario-
- Estás bien? –repetí, pareció dudar antes de responderme de nuevo
- …, sí… -y colgó. Llamé de nuevo pero no cogió el teléfono. Insistí cada cinco minutos, pero solo respondió cuando ya estaba aparcando, casi media hora después.
- Perdona –contestó- Me quedé sin batería.
(Continuará)