La historia de enzo y nicol

Un muchacho de 37 años convierte en mujer a un chico de 20...

La historia de enzo y nicol

por

Eduardo de Altamirano

“La historia que voy a contarle arrancó en enero del año 1994, cuando yo lucía mis treinta y siete bien vividos años”, me dijo Enzo el día en que nos reunimos en su casa sureña justamente para narrarme algo de su pasado, no muy lejano, algo que en su momento le resultó “muy fuerte”… El objetivo de la narración era brindarme datos para que yo escribiera el relato de la historia y ese relato se publicara en Internet…  Enzo continuó diciendo, “para que se haga una idea de cómo se me veía en aquella época, mire esta fotografía”….

Cien kilos de peso, metro noventa de estatura, un físico interesante, bien musculado… No quiero presumir, pero “pegaba el golpe”…

Un par de meses antes del inicio de la historia había puesto punto final a una relación de algo mas de dos años con una chica que, en su momento, me había hecho mal la croqueta … Pero vio como son las cosas, uno arranca con un ímpetu bárbaro y después, el tiempo, la rutina o que se yo, hacen que el entusiasmo empiece a decaer, hasta que llega un momento en que la cosa no va mas y lo mejor que se puede hacer es cortar amarras… Cada uno por su lado y a otra cosa mariposa…

Para rematarlo, un tiempito antes de que rompiera con esta chica, se me dio algo que no figuraba en mis cálculos… La esposa del Presidente del Club que yo frecuento desde jovencito, una veterana de cuarenta y seis años, en muy buen estado de conservación y funcionamiento, y muy ponible, se calentó conmigo y, medio en joda, medio en serio, me empezó a provocar… Yo no tenía ninguna intención de darle calce, porque no quería quilombo… Las minas casadas nunca fueron mi especialidad…  Pero, esta guacha no aflojaba, no se perdía ocasión para tirarme algún tejo… Lo peor de todo era que, haciéndose la boluda, me encaraba en público y me descolocaba… Yo me hacía el gil, y me las ingeniaba para patearla; pero, más la pateaba, más ella se empecinaba… Un día, en el colmo del descaro, delante del marido, me pidió que la llevara en mi auto hasta una zapatería… No le podía decir que no… Ni bien subimos al auto y arrancamos, muy sueltita de cuerpo, me dijo que tenía ganas de que la llevara a un hotel… Me agarró justito; hacía mas de una semana que no la ponía porque mi novia estaba enferma y yo estaba recontracargado… No lo pensé dos veces, “ma’si –me dije- la llevo a un hotel, me la garcho y así se deja de joder de una vez por todas”… Puse proa para el telo y que sea lo que Dios quiera… No le cuento lo que era esta yegua en la cama… No se quién de los dos tenía mas ganas de coger… Le eché dos polvazos y la dejé muerta… No la seguí cogiendo porque no teníamos mas tiempo…

No me arrepiento para nada de haber ido… Llegamos a un buen entendimiento… Arreglamos que una vez por semana yo le sacaba las telarañas, a condición de que no me jodiera como lo venía haciendo… La muy turra agarró trote enseguida, porque lo que quería era buena verga y yo la calzaba lindo…Así anduvimos un tiempazo hasta que ella engancho un pendejo, también del Club, que debía servirla mejor que yo y a mi me dio de baja… Sin ningún ruido, la cortamos y para mi fue un alivio, una porque me daba mayor libertad para “otros negocios que tenía en esos momentos” y segundo porque me sacaba de encima una bomba de tiempo….

Bueno, don Eduardo, a todo esto debo contarle que, laboralmente, en el ‘94 y desde hacía ya unos cuantos años, yo estaba en sociedad con un señor de nombre Enrique, que, en otro tiempo, supo ser Jefe mío, cuando los dos trabajamos en una fábrica textil muy conocida… Esa fábrica, de buenas a primeras, empezó a hacer agua y se hablaba de que en cualquier momento podía cerrar las puertas… Don Enrique que, para ese entonces, pisaba los cincuenta y pico de años, me dijo que lo que nos convenía era pedir el retiro voluntario y organizarnos por nuestra cuenta… A él le tenían que pagar un tocazo de indemnización porque tenía mas de treinta años de antigüedad… A mi muchísimo menos, porque no llegaba a los siete… Don Enrique llegó a un arreglo con los capos de la empresa y en lugar de pagarle todo en efectivo, una parte de la indemnización la cancelaron entregándole una máquina, que el viejo zorro tenía vendida por el doble de su cotización… Eso y la guita que pusimos los dos hizo posible que nos largamos con una Distribuidora, donde la mayor parte de las telas eran importadas… Pese a que eran tiempos muy jodidos, nos fue bien y eso porque don Enrique era un viejo muy bicho y parecía que veía bajo el agua… El negocio se nos hubiera ido a pique si el no hubiera tenido la astucia de retirar los depósitos a plazo fijo que teníamos cuando el asunto de los Bonex, ¿se acuerda?... Bueno, con los pesitos en la mano, que en ese entonces, 1990, eran australes, hicimos maravillas y el negocio se afianzó por completo… Al lado de don Enrique yo aprendí de todo… Como siempre le cumplí y siempre confié en él, a mi me tenía en un lugar preferencial…

A diferencia de cómo soy yo, que tengo temperamento alegre, don Enrique era un hombre muy serio y, si se quiere, enigmático… El hablaba lo justo y necesario, y era superesponsable… Era el primero en llegar al negocio y el último en retirarse… Estaba atento a todos los detalles… Imponía respeto… De su vida personal, su vida privada, era poco y nada lo que yo sabía… Por supuesto, tenía conocimiento de que estaba casado y que tenía un hijo… Pero, nada mas que eso… A su casa había ido algunas veces, no muchas; pero, nunca pasé mas allá del escritorito que tenía al lado del living y al único que vi en todas las oportunidades fue solo a él… A la esposa la conocía de haberla visto en el negocio en algunas ocasiones… Don Enrique nunca hablaba de su familia… Era una conducta, la suya, algo llamativa, pero no tanto para su forma de ser tremendamente seca… A veces, cuando íbamos al Banco o a realizar algún trámite y yo manejaba el auto, me controlaba y no se privaba de decirme, si yo me distraía un segundo, “a vos, todo culo que se mueva te hace perder la cabeza”… Yo me reía…

Todo andaba sobre rieles en mi vida laboral y en mi vida personal, hasta que, de golpe, a principio mismo del año ‘94, se produjo una desgracia enorme… Un día llegué a la empresa y encontré que el portón estaba cerrado con las dos llaves… Eso me decía que, o bien don Enrique no había llegado, o bien estaba sucediendo algo raro… Me fui directo para la oficina… No, don Enrique no estaba ahí ni en ningún otro lugar… No había llegado… Empecé a preguntarme qué podía haber pasado… En ese entonces no había celulares… No sabía si llamarlo o no a su casa… En una de esas alarmaba a la familia al pedo… Me resolví y decidí hacer el camino que él siempre recorría para venir al negocio… Por el tema de las contramanos, me mandé hasta su casa, para hacer desde ahí el camino… Pero, cuando pasé por la puerta, me di cuenta de que algo raro estaba sucediendo; había mucho movimiento… Así que estacioné y fui a ver lo que pasaba… Hablé con una hermana de la esposa… Don Enrique había sufrido un infarto y lo llevaron a un sanatorio…

Se imagina usted el despelote que significaba eso… Por suerte, con el pibe que lo ayudaba a don Enrique en la oficina, pudimos encausar todo y la empresa siguió funcionando como si nada… A don Enrique le hicieron de todo, pero el bobo dijo basta y se le acabó la cuerda… Al día siguiente de la internación el pobre falleció… Yo me puse a disposición de la viuda y ella puso todo en mis manos… Al hijo no lo ví, ni en el sanatorio, ni en todo lo que fue el velorio y el sepelio… Casi toda la gente que había era pariente de la señora… Solo un primo de don Enrique se hizo presente… Creo que no tenía mas familia o si la tenía debía estar en la provincia de donde era él….

Para mí, la muerte de don Enrique fue un golpe muy duro, porque además de mi socio, era un gran amigo… Nos teníamos recíprocamente una confianza ilimitada… Por suerte, pude organizar la empresa, de modo que Amanda, la señora don Enrique y el hijo de ambos siguieran siendo dueños y eso les produjera su correspondiente renta, que no sería la misma de cuando él vivía, pero si lo justo por su participación… Y aquí viene lo extraordinario que quiero contarle…

Con motivo del ordenamiento de todo este, llamémosle, lío de papeles que trajo aparejada la muerte de don Enrique, el hecho de que yo fuera a su casa se hizo algo habitual… Así fue como, en una de mis primeras visitas, la señora me presentó a Nicolás, el hijo… La verdad es que yo no podía dar crédito a lo que veían mis ojos… Nicolás era un joven de casi veinte años, mas bien bajo, delgado, con el pelo rubio largo y recogido en una especie de rodete, una cola muy redondita mas que llamativa… No se mostraba amanerado ni nada por el estilo; mas bien parecía una de esas personas que quieren pasar desapercibidas… La ropa que llevaba era muy discreta; pero, era difícil que pasara desapercibido, ya toda la impresión que causaba era la de ser una minita hecha y derecha, y por cierto nada desagradable

Le digo, don Eduardo, que yo traté de disimular el impacto que me causó el pibe por una cuestión de educación… De últimas a mi no debía importarme un pito si el pibe era afeminado o no era afeminado… En todo caso era cosa suya… El conocerlo me dio pie para deducir por qué don Enrique no hablaba nunca de él… En aquel tiempo, tener un hijo así, no era algo para andar ventilándolo a los cuatro vientos…

De ese primer encuentro con Nicolás rescato dos cosas… La primera es que, pese a ser algo impactante para mí, no fue algo desagradable ni repulsivo… Todo lo contrario, el chico me cayó bien… Casi no hablamos… Pero, por lo poco que él dijo yo saqué en conclusión que era una persona inteligente,  sencilla y desprovista de malicia… La mamá también era así… La otra cosa que rescaté fue que, de acuerdo a mi intuición, yo también, a mi vez, le había causado un serio impacto a Nicolás…

Después, ya fuera de la casa de don Enrique, me puse a pensar que era lo que me había pasado cuando conocí a Nicolás, cuando lo vi por primera vez… Y, también, qué era lo que le había pasado a él… Ahí fue cuando empecé a hacerme la croqueta con el pibe…

Porque lo que sucedió no fue algo que se produjo de golpe, como quien dice: de un día para el otro… No, tuvo todo un tiempo de gestación… Al principio, lo que yo registraba era que los dos habíamos sufrido sendas conmociones… Pero, era eso y nada mas… Después se empezaron a sumar otras cosas…

Lo primero que observé fue que, de no haberlo visto nunca a Nicolás, pase a verlo siempre… Si, después de nuestro primer encuentro, cada vez que yo iba a su casa a ver a su madre por temas del negocio que teníamos en común, él siempre aparecía en escena… Podía ser que le interesaran las cosas del negocio; pero, algo me decía que su interés estaba centrado en otra cosa…

Otro detalle que no se me escapó fue que cada vez que nos quedábamos solos él aprovechaba el momento para decirme algo que me resultara halagüeño y, de paso, subrepticiamente, para pasarme datos que me ayudaran a conocerlo a él… Un día, por ejemplo, elogió mi camisa y al toque me preguntó si me la habían regalado o me la había comprado yo… Como le contesté que yo la había comprado, aprovechó para elogiar mi buen gusto y, de paso, contarme que en el curso de alta costura que estaba haciendo, le tenían que enseñar la confección de camisas… Así me enteré que estudiaba para modista y le encontré explicación a los pedidos de telas que algunas veces me hacía la madre… Evidentemente eran para él…

Reflexionando, caí en la cuenta de que en nuestro trato, pasito a paso, se iban produciendo pequeños cambios y que todos apuntaban a consolidar un mayor acercamiento… Una cosa que yo no hacía cuando recién nos conocimos era mirarlo con detenimiento… Nicolás tampoco lo hacía… Me comportaba así por instinto mas que por razonamiento… Era como si algo profundo, impensado, me dijera que siendo él como era, yo no debía incomodarlo con la mirada… Después cambié, porque percibí como que él quería que yo reparara en él…

Por ejemplo, cuando iba a su casa, quienes me abrían la puerta eran la madre o la empleada… De repente, quien paso a recibirme siempre fue él… Parecía que estuviera esperando que yo llegara… Eso, para mí, que soy un poco narcisista, como es de suponer, me acariciaba el ego y ya se sabe que no hay nada peor que acariciarle el ego a un narcisista…

Esa confianza que él me daba, me dieron impulso para que reparara mas en él  y para que lo mirara con más detenimiento, sin temor a molestarlo o a causarle alguna incomodidad… Un hecho ayudó mucho a que estas cosas se produjeran con mayor frecuencia e intensidad… Si, los momentos en que nos quedábamos solos se hacían cada vez más extensos; sea porque la mamá tardaba en aparecer cuando yo iba o porque, directamente, una vez que había tratado el tema o la cuestión que me había llevado a su casa, ella desaparecía de la escena y nos dejaba a solas… Yo no quería suponer que la señora hiciera eso deliberadamente… Sin embargo, algunos dichos suyos, me hacían dudar… Un día, en que los dos excepcionalmente estábamos solos, como quien no quiere la cosa, la mamá me dijo “Nicol le ha tomado mucho afecto a usted, Enzo”…

A mi ver, ese no fue un simple y accidental comentario… Para mí era todo un mensaje… Un mensaje que debía descifrar… Primero, me hizo saber que a Nicolás se lo llamaba “Nicol”, un nombre o apodo no muy masculino que digamos… Segundo, que el chico tenía un sentimiento particular hacía mí, un sentimiento al cual debía de prestarle atención… Al mismo tiempo que pensaba todo esto, yo me decía que no debía darme manija, que en una de esas eran todas fabulaciones de mi mente calenturienta… Porque es verdad, don Eduardo, y a usted se lo digo porque es un hombre grande, un hombre de mundo, y seguramente me va a entender: yo, para imaginar, soy mandado a hacer… Pero, ojo, yo imagino, que no es lo mismo que delirar… La imaginación, para mi es algo muy importante; significa que la mente está activa en el sentido en que debe estarlo… De lo contrario uno sería una maquinita que repite siempre lo mismo, como un disco rayado…

Bueno, la cuestión es que nuestra relación fue creciendo cada vez más… Los temas que nos acercaban eran cada vez más numerosos y no solo eso, sino también más profundos, mas personales, más íntimos… Le cuento algo… Un día le comenté que me había enterado de que lo llamaban Nicol y le pregunté si me permitía que yo también lo llamara así… Su respuesta fue mucho más que una aprobación… Me dijo: “Ay si, me encantaría que me llames Nicol”… Fue algo que le salió de lo más íntimo de su ser, con una espontaneidad y una alegría absolutamente inocultables… Con esas palabras parecía estar diciéndome que la enloquecía, que la sacaba por completo el hecho de que yo la tratase como mujer… Enseguida se dio cuenta que se había excedido un poquito con su euforia y trató de bajar un cambio… A mí me había gustado tanto ese acto de autenticidad que busque la forma para impedirle que retrocediera… Si, le dije que Nicol me sonaba más dulce, más delicado, más suave y que me parecía que estaba más acorde, mas en sintonía con la forma de ser él… Y ahí aproveché la ocasión para despacharle un elogio sobre el modo en que me trataba, resaltando que me hacía sentir cómodo, distendido… No dejé de señalar que me resultaba muy agradable estar con él…

No creo equivocarme que ese fue un punto de inflexión en nuestra relación… A partir de ahí se fue haciendo evidente que, además de existir entre nosotros una atracción, digamos, espiritual, también existía una auténtica y recíproca atracción física… Si… En lo que a mí respecta, yo le puedo decir don Eduardo, sin faltar a la verdad, que Nicol me excitaba cada vez más… Le cuento una anécdota para que usted se dé una idea… A mí las tetas me pierden… El padre de Nicol me decía que los culos me hacían perder la cabeza y es cierto, los culos me vuelan el seso, pero más me enloquece un buen par de tetas… Recuerdo que una vuelta, siendo pibe, dieciséis, diecisiete años, iba viajando en colectivo, sentado en uno de los asientos individuales, y justito frente a mí se paro una piba jovencita… Para mantener el equilibrio se agarro del pasamanos del techo…La yegüita tenía  puesta una remera que era una cagadita y de seguro no llevaba corpiño porque los limones se le marcaron con todo, como si estuviera en bolas… El colectivo se sacudía y las tetas de la piba iban y venían que era un contento… A mí me parecía que me decían “que esperas, boludo, mordemos, vas a ver lo ricas que somos”… No le cuento como se me puso el amiguito… Era un fierro… Tenía la sensación de que me iba a explotar… Un palo terrible… Tenía que bajarme y no sabía cómo acomodarlo para que no se notara… Pero, no había caso… Al fin me pare y a los empujones me fui hasta la puerta y me baje… Me mandé a un bar y fui directo al baño… Sin pensarlo dos veces me despaché una paja de terror, porque sabía que no tenía otra forma de sacarme rápido la calentura… Después que acabé, me quedé sentado un rato en el inodoro para descansar… ¿Usted puede creer que no habían pasado diez minutos y el guacho se me volvió a parar de solo pensar en las tetas de esa piba?... Tuve que hacerme otra paja, porque si no me iba tener que quedar a vivir en ese baño con la pija al palo… Porque yo soy así, cuando me caliento un poco más de la cuenta pierdo el control y soy capaz de hacer cualquier cosa… Le conté esto con una finalidad… Resulta que, en varias ocasiones, ví que a Nicol se le marcaban llamativamente los pechos, cuando se movía, o hacía gestos… Daba la impresión de que lo que tenía bajo la camisa eran unos pechitos tipo tetitas, digamos, interesantes… Le aclaro, no era que yo anduviera investigando si el chico tenía tetas o no… No, nada de eso… Las tetitas se presentaban ante mis ojos y era como que despertaban algo en mí… Despertaban esa locura que en mi producen los pechos de mujer… Y le soy sincero… La sola idea de que Nicol tuviera tetitas me excitaba, me calentaba… No sé si lo deseaba, pero de seguro me gustaba… Lo hacía más apetecible… Una vez en que estaba bosquejando en un papel unas modificaciones que había que hacer en el depósito de la empresa y él estaba frente a mí, acodado sobre la mesa, yo levanté la vista y lo primero que vi fueron las redondeces de sus pechitos… El efecto que me causó fue instantáneo: se me empezó a parar la verga… Así como le cuento, de una… Quería dominarme, pero no había forma… Al contrario, mas quería que se quedara tranquila, más dura se ponía… No sé si porque yo me puse un poco colorado o por qué razón, a mí se me hizo que Nicol se dio cuenta de que me pasaba algo extraño y busco la vuelta para que pudiera serenarme… Me dejó solo en el comedor y fue al escritorito de don Enrique con el pretexto de buscar una revista que nunca encontró… Cuando volvió yo había conseguido ponerme nuevamente en caja, zafando del papelón…

Y aquí hay algo nuevo, algo que pude observar después de este incidente… No tengo nada concreto que pueda ofrecer como prueba, pero me la juego a que fue así como yo pienso… Después del incidente, noté que Nicol se mostraba de una manera más femenina conmigo… Era como si hubiese descubierto que su feminidad me alteraba y, entonces, la acentuaba, como quien dice, para provocarme, para calentarme, para jugar con el control de mis emociones… No hacía cosas grotescas, ni atrevidas, ni fuera de lugar… Al contrario, hacía pequeñas y muy delicadas cosas que desequilibrarían al más sereno de los macho y a mí ni le cuento…

Debo reconocer que Nicol era sumamente hábil… Siempre encontraba el camino perfecto para llegar donde quería, al menos conmigo… No sé en otros órdenes de la vida y con otras personas cómo sería, pero a cómo era conmigo, calculo que bien… Conmigo su accionar siempre conseguía exacerbar mis reacciones sexuales, era como que me obligaba a reconocer su condición de hembra… Hasta para elegir los perfumes era astuto… El siempre usaba perfumes que tenían algo de embriagadores… Un día, hablando de costura, talles y cantidades de telas para algunas confecciones, dijo algo de mi físico, como para significar que era corpulento y que no era lo mismo hacerme un traje a mí, que a un tipo flaco y menudito… Con eso se dio apoyo para una operación maestra… Si… Dijo que con ingenio se podían hacer rendir al máximo los elementos y se desafió a si mismo a tejerme en chaleco con una madeja de lana de menor cantidad a la que se necesitaba de acuerdo a mi talle… Así me enteré de que, además de coser, también tejía… La cuestión es que lo llevé a comprar la lana y, sin tomarme medidas ni nada, completamente a ojo, se puso a tejer… Una parte, la correspondiente a la cintura, la tejió delante de mí, como quien dice, para demostrarme que sabía tejer y lo hacía muy bien… El resto lo hizo en secreto, sin que nadie lo viera… Para hacer rendir la lana, se mando una travesura: en la pechera injerto unos sobrantes de otra lana que tenía y dibujo unos rombos espectaculares… Cuando me lo puse me quedaba que ni pintado… Nicol tenía un gusto exquisito… Ese chaleco me lo elogio todo el mundo…

Toda esta historia del chaleco le sirvió a Nicol para alabar mi cuerpo y derramar sutilmente mimos y gaterías que me hacían sentir más hinchado que galleta en el agua… Yo, por supuesto, no me quedaba atrás al momento de ensalzarlo a él… Le decía que me fascinaba su suavidad, su encanto, su estilo, su delicadeza, la calidez que transmitía… En fin, todo lo lindo que me viniera a la boca… A esta altura, me había impuesto provocarlo al máximo… Cuando iba a la casa, me ponía vaqueros bien ajustado y no trataba para nada de disimular el bulto… Al contrario, trataba de que estuviera como en vidriera… Un día me animé y le dije que “estábamos hechos el uno para el otro”… Fue algo impactante para Nicol… Vaya a saber qué puntos vulnerables dentro de él fueron los que toqué, porque en sus gestos se dibujó el impacto… Después, como para relativizar mis palabras, agregue: “estamos hechos para admirarnos mutuamente”… ¿Admirarnos?, ¿solo admirarnos?... Bueno, por algo se empieza…

A todo esto, yo seguía con mis deporte inclaudicables de macho… Me seguía moviendo a la mujer del Presidente del Club que estaba más puta que nunca y me había entreverado con una minita un poco más chica que yo a la que le vendía telas y veía en su local de calle Azcuénaga, en el barrio de Once… Venía a mi casa los fines de semana y ahí nos matábamos… Era divorciada y no tenía hijos… Por mi departamento la cantidad de hembras que habían desfilado eran incontables… A la mujer del Presidente no la cogía en casa… Yo no quería líos… Íbamos al departamento de una amiga… Un lugar muy discreto, en una galería, cada uno llegaba por su lado… La amiga pasaba del departamento a un local y nos dejaba el bulo… Nunca estuvimos más de dos o tres horas… Ni ella ni yo teníamos más tiempo… Dos horas eran más que suficientes para echarle dos buenos polvos y dejarla bien contenta… Con la vaga que venía por casa los fines de semana, el garche era un descajete total… Algún sábado venía con una amiguita y tenía que cogérmelas a las dos… Quedaba fusilado… Los vecinos estaban espantados… Y eso que yo siempre trataba de no armar mucho quilombo… Una viejita que vivía a la vuelta de casa y a la que yo conocía desde que llegué al barrio, cada vez que me veía me retaba cariñosamente: “usted es muy bueno Enzo, pero se va a ir al infierno por culpa de las mujeres”… Yo me reía y le contestaba: “no abuela, si la culpa la tienen las mujeres, las que se tienen a ir al infierno son ellas”…. “No se burle, el cielo lo va a castigar”… La pieza donde dormía la viejita estaba pegadita a mi dormitorio… Yo no oía nada de lo que ella hacía, pero ella seguramente debía oír todo el desbarajuste que hacíamos mis invitadas y yo…

Bueno, siguiendo con Nicol,  le detallo que en una oportunidad estuve unos días sin ir a su casa; en realidad, no tenía motivos para hacerlo y no quería que la madre llegara a pensar que iba porque su hijo me calentaba cada vez más… Vio como son estas cosas… Siempre hay que cuidarse… La cuestión es que cuando reaparecí, Nicol, sin ningún reparo,  me dijo que me había extrañado… Usted no sabe, don Eduardo, como me pegó esta declaración; porque Nicol, pese a todas las evidencias que dejaba traslucir de su interés por mí, no era de arriesgarse a una cosa así… Tal vez, esas palabras no fueron tanto lo me golpeó, como la forma en que me las dijo… Lo hizo como una novia reprochándole a su novio que se hubiera olvidado de ella… Le digo que me dejó offside ; pero, reaccioné rápido… Reaccioné como el novio que tranquiliza a la novia mimosa… “me extrañaste de puro tontito que sos; podías haberme llamado por teléfono y me tenías ahí en tu orejita al instante, ¿por qué no lo hiciste?”… Casi se derrite Nicol cuando le dije esto… Seguramente no lo esperaba… El tema fue que a raíz de ese intercambio de regaños pude enterarme que el hablar conmigo le hacía un bien enorme… Me confesó, después que arrancamos con las visitas telefónicas, que le daban seguridad y confianza… Y ahí se produjo una catarata de elogios y zalamerías que me ponían del tomate: “que yo era tan firme, tan imponente, tan seguro, tan cálido, tan cordial, tan comprensivo, tan alegre, tan comunicativo, tan, tan, tan…”… Entre los tantos tanes, mezclo uno que a mí me sonó de un modo muy especial: “tan viril”; sobre todo por lo que dijo a continuación… No tengo memoria como para reproducirlo tal cual fue, pero, en líneas generales, sintetizaba que “él se sentía respaldado, apoyado en mi”… ¿Se imagina, don Eduardo, lo que eso significó para mi orgullo de macho?... Se me agrandaron las pelotas… Diga que pese a que soy un calentón de aquellos, no siempre pierdo los estribos… A veces puedo controlarme y esa vez me controlé… Pero, de verdad le digo, tenía unas ganas terribles de abrazarlo, estrujarlo contra mi pecho y qué se yo, hacerle cualquier cosa para que sintiera que lo quería y que siempre lo iba a apoyar… Y ya se sabe lo que es que uno apoye a otro…

Bueno, la cuestión fue que arreglamos que cuando él quisiera podía llamarme a casa y charlaríamos por teléfono… Le puntualicé que los días de semana, como máximo a las 10 de la noche, yo ya estaba en casa… A partir de esa hora podía llamarme cuando quisiera, incluso de madrugada… Yo me excuse de llamarlo, haciéndole notar que no era lo mismo que él me llamara a mí, a que yo lo llamara a él; porque yo estaba solo en casa y podía hablar con  total libertad y en cambio él no… A Nicol no había que explicarle dos veces las cosas, todo lo pescaba al vuelo… Esta explicación le basto para entender que la chance que se abría de comunicarnos por teléfono no era para hablar del tiempo, sino de cosas íntimas, de esas que se hablan en voz baja, como en secreto”…

Uno, a veces, no imagina los alcances que pueden tener algunas cosas… Fíjese usted, don Eduardo, que cuando yo le dije a Nicol lo de “llamarme por teléfono” no imagine para nada que podía llegar a ser algo decisivo en la aceleración de nuestro acercamiento personal… Hay cosas que a uno no se le ocurren sino a medida que las va haciendo, es como que se las dictaran las circunstancias… Resulta que la primera vez que Nicol me llamó a mi departamento fue un día martes… Yo había llegado poco después de las nueve… Primero, saque las cosas de la cena del freezer y preparé todo para calentar la comida y comer… Entre medio, me di una ducha… Estaba secándome cuando sonó el teléfono… No hice a tiempo para atender… Cuando llegué, ya habían cortado… El teléfono lo tengo en una mesa de luz de mi dormitorio… Bueno, me puse el calzoncillo y me mandé para la cocina… Los días lunes venía al dpto una señora que me cocinaba para toda la semana y me cargaba el freezer para que yo fuera sacando por día… Lo único que tenía que hacer yo era calentar las viandas en el microondas… Para ese martes el menú eran ravioles con estofado… Prendí el televisor, me senté a la mesa y a comer se ha dicho… Cuando terminé de cenar no eran las diez y media… Lavé los petates y, cuando ya estaba todo listo y ordenado en la cocina, volvió a sonar el teléfono… Me mandé para el dormitorio… Atendí y, oh, sorpresa, era Nicol… Mientras hablaba por teléfono me recosté en la cama dispuesta a disfrutar de ese postre que era conversar con mi bebé… No tenía nada especial que decirme; pero, como no me había visto durante el fin de semana, quería saber cómo estaba, qué había hecho de bueno… Por supuesto, no le conté que había estado garchando con la chiquilina del Once… Solo le hable de las cosas que se podían contar y aproveché para interrogarlo sobre lo que él había hecho en el fin de semana…

Yo no soy muy amigo de hablar por teléfono, pero debe creerme si le digo que hablar con Nicol era, en verdad, una experiencia agradablemente excitante… Por teléfono, el chico era una gatita mimosa tremenda… Se medía, pero no tanto… Como yo estaba prácticamente en bolas, inconscientemente metí la mano bajo el calzoncillo y me la empecé a sobar… Al toqué se me puso al palo y eso que no estaba para nada cargado, porque sábado y domingo le había estado dando sin asco… Como hacen todos los que boludean así, yo me puse a juguetear con el miembro: le descubría bien la cabeza, me la apretaba, la sacudía, la hacía rebotar contra el vientre… La voz de Nicol me estimulaba… En una de esa se me dio por preguntarle con que mano sostenía el auricular… “Con la derecha”, me respondió y yo sobre el pucho le repregunte: …y con la izquierda, ¿qué estás haciendo?... No me contestó, me cruzo otra pregunta… “¿Para qué querés saber?”… Lo azucé un poco y al fin me dijo que la tenía en el pecho… Cuando escuché esto como que decidí bajar un par de escalones… “Te estás acariciando una tetita”, le dije y sin darle tiempo a nada seguí: “No te gustaría que alguien te la acariciara”… “Es más lindo”, “se siente mejor”… No me dijo nada, contraatacó… “Y vos, ¿qué te estás acariciando?, si se puede saber”… “¿Yo?, yo me estoy acariciando algo muy duro”… “Sos un diablo”… “Qué voy a ser un diablo, soy un angelito”… “Si, un angelito de cien kilos”… “Bueno, un angelito un poco grande, ¿no te gusta que sea grande?”… “Si, claro que me gusta, cómo no me va a gustar”…

Esa decisión de descender un par de escalones fue algo clave… Dejó al descubierto, aunque no del todo, cuál era nuestro juego y algo mas, y era que los dos nos gustábamos… Nuestros progresos continuaron… Personalmente, en su casa y telefónicamente, en las noches…

Las conversaciones telefónicas tenían un encanto muy singular, permitían que Nicol se mostrara mucho más osado y no tuviera empacho en decirme cosas que, personalmente, le hubiera costado un triunfo decírmelas… Por ejemplo, confesarme que el sueño de toda su vida había sido ser mujer y que el estar conmigo, el hablar conmigo, que era tan hombre, tan macho, lo hacía encontrarse con eso femenino que siempre había estado dentro de su cuerpo y que lo motivaba en su vida…

Esas palabras, en boca de otro macho, no sé el efecto que podrían haberme causado… Casi seguro las habría rechazado… Pero, en boca de Nicol, eran un halago inconmensurable… El era algo tan delicado, tan suave, tan femenino… Despertaba todos mis instintos de macho dominante, posesivo… Mi masculinidad se dilataba sin límites… La situación había llegado a un punto en el que necesario que ocurriera algo, porque de lo contrario íbamos a reventar los dos, nos recalentábamos demasiado… Era momento de decisiones… Alguno de los dos debía tomar la iniciativa…

Una tarde, estando en casa de Nicol, tomé impulso y le dije: “¿Cuándo vas a ir a casa a visitarme?”… No dudó en responderme: “Cuando vos me invites”… “Bueno, te invito para mañana viernes a las tres”… Yo sabía que tenía la tarde libre, a la mañana iba a costura y por las tardes estaba en su casa… Aceptó…

A esta altura del debate, yo estaba en conocimiento, por comentarios que él me había hecho, algunas cosas que me permitían inferir qué era lo que podía suceder cuando estuviera en casa… Me había comentado que un par de veces había transado con compañeros del Colegio, cuando hacía la secundaria; pero, que en ningún caso, había llegado a cosas mayores ni quedado satisfecho, porque no eran el tipo de hombre con el que él soñaba… Eran atropellados que solo querían sexo… Por las cosas que decía, se hacía claro que su ilusión, su fantasía, era tener un hombre bien macho, que lo dominara, lo poseyera en todos los sentidos, no sin un toque romántico que perfumara el encuentro de dos seres que se complementan… Esos pibes que pasaron por su vida sin hacer sombra, vaya a saber qué clase de vaguitos eran… Para Nicol, el hombre bien macho era yo… No me lo decía directamente, pero era absolutamente innecesario que lo hiciera: “A buen entendedor, pocas palabras bastan”…

La cuestión fue que, a las tres de la tarde, en punto, la señorita Nicol se presentó en mi domicilio… Y digo “señorita”, porque lo que tuve frente a mis ojos cuando abrí la puerta, era una joven cien por ciento hembra… Y no una hembra cualquiera, sino una hembrita maravillosamente encantadora… Para convencerse mire esta fotografía…

Se había soltado la cabellera y eso le daba un toque exquisitamente femenino… Su vestimenta era discreta, colores lisos. Campera y jeans… La ropa dejaba al descubierto sus formas de mujer y ¡qué mujer!… Créame,  don Eduardo, eso me excitó tremendamente… Además, resaltaba un culito muy grandecito, muy redondo y bien paradito, siendo toda una provocación… Le cuento que, en ocasiones, yo soy un poco exhibicionista… Discreto, pero, exhibicionista al fin… Si, me gusta que se me marque el bulto y entonces lo acomodo convenientemente para que se note bien que abajo del lompa hay algo interesante… Por suerte tengo muy buena dotación y no necesito apelar a ningún truco, basta que lo ubique en la posición apropiada my ya está… Ese día, deliberadamente, puse el bulto en la vidriera… Podía ser una tentación para Nicol y eso era lo que yo quería: tentarlo, sacarle las inhibiciones que le pudieran quedar… Calculo que el jean que él trajo lo eligió con igual propósito: tentarme y vaya si lograba tentarme… Me lo hubiera volteado ni bien paso la puerta de entrada… Pero, guardé compostura… Hice lo que un caballero educado hace: le mostré mi casa… Mi casa era el último departamento de una PH, ubicada en Barracas, cerca de la Avda. Patricios, lo había comprado más o menos para la época en que me puse en sociedad con el padre de Nicol… No era grande, pero si muy cómodo porque los ambientes eran espaciosos y había podido amueblarlo bastante bien… La misma mujer que se encargaba de la cocina, se ocupaba de la limpieza… Yo cuidaba del patio, unas plantas que tenía en macetas, la parrilla y nada mas… Después que recorrimos el departamento, preparé unos jugos y nos sentamos en el estar… Si ese momento que vivimos debiera llevar un título, lo llamaría “La tarde del torso”… Tantos elogios derramó Nicol sobre mi físico que me vi obligado a quitarme la remera para que ella pudiera verme y examinarme a sus anchas… No le puedo explicar lo que yo sentía en esos instantes… El orgullo se me escapaba por las orejas... Era un campeón… Nicol quiso saber cuán grandes y duros era mis bíceps… Sus blancas y pequeñas manitos pretendieron abarcarlos… No pudieron… Lo que no pudieron sus manos, lo pudieron sus labios, pues ya sin frenos inhibitorios, sembró sobre mis brazos miles de besos, armando así una telaraña de placer que los envolvían casi por completo… Era una muñequita jugueteando alegremente, sensualmente con mi cuerpo, que puse enteramente a su disposición… De mis brazos paso a mis hombros, de mis hombros al cuello, y entre las piruetas que dibujaba yendo y viniendo de un lugar a otro en torno mío, pude en un momento sujetarla y atraerla hacia mí, así, nuestros rostros se enfrentaron, entonces la besé con todas mis ganas, con todas mis fuerzas… Lo besé a Nicol, un hombre que no era hombre, sino una pequeña y descomunal hembra… Jamás me hubiera imaginado yo que podía ser capaz de algo así… Pero lo era y no solo de eso… En ese momento, si hubiese tenido que elegir entre Nicol y una mujer, las hubiera elegido una y mil veces a Nicol, por muy linda que fuera la otra, porque Nicol me enloquecía… Si, me enloquecía… Lo percibía tan sometido al imperio de mi hombría, tan mío, que no tenía ganas ni deseos de nada que no fuera él… Él, mi hembra… Y se sucedieron los besos, uno tras otro, desesperados, ardientes, apasionados… Seguramente debo haber besado a otras hembras con el mismo ímpetu; pero no creo que ninguno de mis besos anteriores, superara en calidad a los besos que esa tarde le di a Nicol… Mis manos recorrían palmo a palmo las delicias de su cuerpo… Cuando descubrí sus tetitas, turgentes, pequeñas y perfectas el entendimiento se me nubló… Nicol me las ofrecía como un trofeo, como una prenda de amor y eso me mató… Eso era algo sublime…

En ese momento pude haber hecho cualquier cosa… Nicol no oponía ninguna resistencia a mis designios, a mis impulsos ciegos… Y yo estaba, como suele decirse, para el crimen… Un empujoncito bastaba para que me desbarrancara… Pero, con voluntad sacada no sé de dónde, me impuse un límite infranqueable… Porque la cosa yo ya la había pensado y la tenía clara… Chica o chico, Nicol era una excelente persona… Una persona que se rendía ante mi condición de hombre y de macho para que yo la hiciera feliz… Por lo tanto, en mi entender, que no es mucho, pero si bastante como para proceder correctamente, yo no debía actuar atropelladamente, porque podía causarle daños irreparables… Como quien dice, debía ir con pie de plomo y no actuar como un elefante en un bazar…

Mire, don Eduardo, salvo algún caso aislado, como el de la mujer del Presidente del Club, en que puede decirse que me vi obligado a coger, yo siempre elegí con todas la minas que tuve, absolutamente todas, llegar a la cama respondiendo a un mutuo y compartido deseo, y en el entendimiento de que debíamos reconocernos mutuamente como personas y no como cosas u objetos… Yo se que un buen número de las mujeres que tuve, por no decir todas, se calentaron conmigo por mi físico y es natural que así haya sido, la comida entra por los ojos… Yo también me caliento por lo que veo… Pero, ninguna, después de hacer el amor, siguió caliente conmigo por mi físico… El físico, por supuesto, tuvo su gravitación, pero lo relevante, lo decisivo, fue cómo me comporté con cada una de ellas, dentro y fuera de la cama… Ninguna mujer debe tenerse solo para coger y yo les hacía sentir eso, que no las tenía solo para coger…  Yo sé que esto es medio una antigüedad, pero prefiero ser antiguo y no desgraciado…

Por eso, con Nicol quise comportarme de la mejor manera posible y hasta me atrevería a decir: mejor que con una mujer-mujer, porque él era un caso especial… Era alguien que deseaba vehementemente ser mujer y a quien yo, con las herramientas que Dios me dio, podía y quería convertir definitivamente en mujer… Estaba obligado a ser un macho ejemplar… Y un macho ejemplar debe cuidar a su hembrita hasta en el más insignificante de los detalles… Yo tenía claro que ese primer día Nicol tenía que retirarse de mi casa tan virgen como había llegado y con la enorme satisfacción y el hondo convencimiento de que tenía en mí al mejor de los machos que pudiera imaginar… El hombre que la iba a hacer mujer para todos los tiempos… Nicol necesitaba esa seguridad, esa confianza, ese impulso…

Y asi ocurrió… A eso de las siete y pico de la tarde, Nicol emprendió la retirada… Antes de salir al pasillo, detrás de la puerta, la alcé en mis brazos y ella se sujeto de mi cuello… Nos besamos a muerte… Ella tan bajita, yo tan alto: no teníamos otra solución… No eran besos, eran transfusiones de lengua, firmes promesas de que la historia iba a continuar de la mejor manera…  No le cuento la calentura que tenía yo… Cuando permití que se deslizara sobre mi cuerpo para volver a poner los pies en tierra, Nicol debió recorrer con su cuerpo el promontorio que delataba mi estado… Tal vez por eso apuró el expediente y partió…

Al día siguiente, por suerte, vino la chica del Once… Los dos teníamos la misma necesidad: desagotar, desagotar, desagotar… Con esta piba había un entendimiento muy bueno, una química bárbara… Otra, en su lugar, me hubiera pedido que la llevara a comer a algún boliche… Ella, no… Se vino con unas bolsitas en su Fiat 147: carne, verduras, pan, vino y naranjas… En la parrilla se despachó unas tiritas de asado, unas achuras y le dimos diente ahí, en el patio, a la luz de la luna… Mujer práctica y liberal… Con ella yo hablaba de igual a igual… Y en la cama, mama mía, había que tener polenta para dejarla contenta… Claro que, conmigo, no tenía de que quejarse; le daba bomba para todo el campeonato… Se fue el domingo, después de la siesta, con cinco polvos adentro, que ningún plumero le podía quitar…

A las diez y media de la noche me llamó Nicol… Se encerraba en el escritorio que había sido de don Enrique para hablarme… El teléfono de ahí se habilitaba moviendo una palanquita, la misma que dejaba sin tono a los demás… Nadie podía escucharnos… Como siempre, la nena quería saber cómo estaba, qué había hecho… Le conté que había comido un asadito con “unos amigos” y no pude decirle mucho más porque ella copo la parada para hacerme sabe lo dichosa que se sentía, lo bien que la había pasado conmigo el viernes, lo mucho que quería volver a estar conmigo, que yo la hacía inmensamente feliz… Y en medio del millón de cosas lindas que me dijo, me disparó una sentencia: “quería ser enteramente mía”… No tengo muy en claro todo lo que nos dijimos a partir de esta manifestación suya… A mí las cosas me brotaban a borbotones… A ella le debía pasar otro tanto…

Días después volvimos a tener un encuentro en mi casa… Esta vez, tal como convinimos, Nicol llego a la tardecita y sin límites horarios; es decir, se podía quedar a dormir sin problemas… De entrada, nos refugiamos en el sillón grande del living y empezamos a darnos sin asco… Lo que se dice franela de la gruesa… Para que la nena pudiera juguetear libremente con mis músculos me quite la remera, pero conserve el pantalón… Bien despatarrado en el sillón, la dejaba hacer lo que se le antojara: besos, lamidas, mordiscos, caricias, apretaditas, de todo… Yo, con los ojos cerrados, simulaba ser el bello durmiente del bosque… Nicol estaba fascinado con mi físico… Vaya uno a saber qué era la que pasaba por su cabecita loca en esos momentos en que podía hacerme todo lo que le viniera en ganas, que regodeos embargarían su ser… En lo que a mí respecta, debo confesar que me sentía flotando en las alturas del placer…

De repente, la nena cambió de plaza: de mis pectorales y bíceps bajo sin detenerse en ninguna estación a mi bragueta, donde el amiguito hacia lo imposible por escaparse… Sus manitas suaves y al mismo tiempo fuerte comenzaron a ir y venir por sobre toda la superficie del promontorio formado por mi verga y sus dos inseparables acompañantes, como si reconociera el terreno con vistas a un ulterior ataque… Semejante operación, en el estado en que yo me encontrada, no era algo que pudiera pasar inadvertido y menos sin provocar “efectos colaterales”, que en ningún caso podían ser “adversos”, porque al amiguito lo que más le gusta es que  lo levan, que le haga “upa”…

La pregunté a Nicol si no quería que le presentara al amiguito… Más tarde yo en hacerle la pregunta, que ella en contestarme que si, que le encantaría… Acto seguido me bajé los lienzos, volví a sentarme y el mástil quedó a su entera disposición… Por la cara que puso Nicol era evidente que jamás en su vida había visto una pija como la mía… Lo único que hacía, arrodillada sobre el asiento del sillón, era mirarla con un gesto de infinito embeleso…

Quebré el éxtasis en que nos encontrábamos con una declaración tan sugestiva como categórica: “si te gusta, mamita, es toda para vos”, “acariciala que le gusta que la mimen”… No tuve necesidad de repetir nada… Nicol se acomodó, tomo mi verga en sus manos, mi verga y mis huevos, y principió a depararme lo que podría llamarse “una paja con variaciones”, donde no dejó cosa sin hacer… Evidentemente tocaba de oído, pero superaba holgadamente a las que ejecutan con el solfeo en mano…

Promoviendo una vueltita más de rosca, le dije que al amiguito le gustaba algo muy especial… Creo que, con cierta inocencia, sin suponer con lo que yo habría de larga, me preguntó: “¿qué es lo que gusta?”… Le pedí que se acercara para decírselo al oído y cuando su orejita estuvo junto a mí boca, le susurre: “que le besen mucho, pero mucho, mucho la cabecita”… Siguiéndome la corriente, me retrucó: “Bueno, si al amiguito le gusta eso, le vamos a dar el gusto así se pone contento”… Inmediatamente se volcó sobre mi vientre y, si más ni más, me regaló una catarata de besos, mezclada con alguna lamidita, lo necesario y suficiente como para que yo me pusiera como un volcán camino a una soberana erupción… Tenga en cuenta que lo mío, hasta hoy, es esto:

En medio de esa catarata de besos con lamiditas, le propuse ensayara un buena chupadita… En este instante, Nicol se asomaba al vértigo del precipicio del deseo, de las ansias, de la desesperación… Mi proposición fue la infinitesimal envión que necesitaba para precipitarse en las profundidades del placer absoluto… Se prendió a mi pija como huerfanito a la teta… Ninguna hembra me había chupado la verga con la fruicción que ella lo hacía… Su pequeña y delicada boca apenas si podía enfrentarse a la desmesura de mí poronga, pero se enfrentaba… Lo hacía con la decisión y el coraje de quien está convencido que, con su inquebrantable voluntad, será capaz de comerse al dragón… Y eso me generaba a mí un encanto, un deleite, un goce que no tenía desperdicio… Evidentemente, para Nicol, mamarme la pija constituía por sobre todas las cosas: una necesidad, una necesidad vital… Mi poronga la hacía vivir… Cuando me chupaba se transformaba y ahí estaba lo encantador de ver su boquita combatiendo dulcemente con su monstruo…

Nuestros cuerpos también se fueron conociendo y adquiriendo la confianza que da el contacto intenso de las pieles… La suya era terciopelo, la mía un irrespetuoso entramado de hirsutos pelos que Nicol, sin embargo, amaba entrañablemente…

Pero, todo no podía ser color de rosa… Siempre, en algún punto, el diablo, poco o mucho mete la cola… En este caso, el diablo se presentó bajo la forma del terrible temor que se despertó en Nicol ante la inminencia del desvirgamiento… Me decía que no iba a ser capaz de soportarla y no sé cuantas cosas más… Sin la necesaria experiencia, yo no sabía qué hacer para disipar su recelo… Lo único que se me ocurrió fue no apurar el expediente, patear el desvirgue para mejor ocasión y, mientras tanto, disfrutar de los placeres que, hasta ese momento, Nicol y yo nos habíamos prodigado.

De ahí que los encuentros se continuarán repitiendo y que en todos, a cual más,  gozáramos –como se dice- al mango… Nicol no me daba la colita, pero pese a ello, siempre me hacía acabar como un guanaco, tres o cuatro veces por vuelta… Cuando sus visitas eran semanales… Cuando comenzaron a ser más frecuente, hubo que bajar un poquito la producción para que la máquina no fundiera bielas…

Como todo tiene su fin, en una de las tantas conversaciones telefónicas que mantuvimos, después de los bombardearnos con misiles que enloquecían nuestros sentidos y enervaban nuestros deseos, en un intervalo de serenidad, como era lunes, le anticipé que tendría una semana de mucho trabajo, pero que el viernes, a la tardecita la esperaba en casa para una cena de enamorados primero, y “lo que vos quieras” después… Como chiste agregué: “si vos querés, te espero vestidito con el traje de Adán”…. Los tres “si” seguidos con que me contestó, “si, si, si”, daban cuentan de la terrible ansiedad que la embargaba… No le pasaba eso solo a ella, yo también volaba de ansias… No le cuento como estaba el amiguito mientras hablaba con Nicol, podía usarlo para romper nueces…

Bueno, don Eduardo, la semanita esa pasó como tejo… El viernes por la mañana aceleré a fondo para sacarme de encima todas las cuestiones del trabajo cuanto antes… Un poco después del mediodía estuve en mi casa, con tiempo suficiente como para prepararme sin apuro para cuando llegara Nicol… Estaba contento como perro con dos colas… Le había dicho a la nena que la recibiría con el traje de Adán, pero me pareció un poco mucho… Siempre algo de suspenso es bueno… En este caso, más que de suspenso era de suspensor… De golpe me acordé que hacía unos años una noviecita que supe tener me había traído del  Brasil una sunga roja de regalo y decidí ponérmela… Nunca la había usado… Aunque, como le dije, soy medio exhibicionista, esa malla tan chiquita me parecía demasiado… Pero, en esta ocasión me sacaba muy bien del paso, porque era como estar en bolas, o sea, con el traje de Adán… Se me veía como en esta foto, tomada unos meses en casa de un amigo…

Un rato antes de las siete, yo ya estaba listo para recibir a mi nenita… No voy a negar que estuviera ansioso; porque realmente estaba ansioso y muy cargado… El pensar toda la semana en ese encuentro me había excitado al mango… Cuando se hicieron las siete y media, Nicol tocó el timbre de mi departamento… Al segundo le abrí la puerta… El corazón me dio un vuelco… Estaba más hermosa que nunca… Me juego entero a que, cuando me vio, tal como muchas veces habría soñado verme, a ella también se le debe haber tumbado el corazón… Ni bien traspaso la puerta, la alcé en mi brazo, como a ella le gustaba que la alzara, y la comí a besos… Era un bombón irresistible para mí… Alzada la pasee por todo el departamento, besándola y dándole oportunidad de que también ella me comiera a besos con esa boquita hermosa que tenía… Después de juguetear un buen rato, me pidió que la bajara porque quería arreglarse… Eso hice y la nena pasó al baño… Buen rato estuvo ahí y cuando salió, yo no podía creer cómo se había transformado… Si cuando llegó era una preciosidad divina… Después de producirse yo no tenía ni tengo palabras para describir lo que era…  Una Diosa…

Sus tetitas maravillosas eran en ese entonces lo que usted ve en esta imagen…

Dígame si no eran algo capaz de despertar las más desesperantes pasiones… Esas areolas rosadas, esos pezones fabulosos… Invitaban a libaciones donde descargar las mieles de todos los deseos…

Lo único que llevaba puestos Nicol, cuando salió del baño, era una trusa colaless y los zapatos de tacones que la hacían un poco más alta y, al mismo tiempo, estilizaban su figura… Como una modelo muy conocedora del su oficio, daba vueltas y vueltas, para que yo pudiera apreciar íntegramente la dimensión de sus encantos y, el particular, la excelencia inigualable de su cola… Porque hablar de la cola de Nicol no es hablar de algo común y silvestre, de algo de menor valía, sino es hablar de algo exuberantemente perfecto… La exuberancia sola, sin más ni más, sugiere desborde, desmesura, desproporción, anormalidad y acerca a lo grosero; pero, cuando a la exuberancia se le pone el límite de la perfección, la cosa cambia radicalmente, porque la valoración apunta a lo inconfundiblemente, a lo bello, a lo deslumbrante, a lo embriagador, a lo que quita el pulso… Yo le juro, don Eduardo, que el culo de Nicol, en ese momento, me dio vuelta la cabeza… Como no me iba a dar vuelta el bocho a mí, que soy un devoto incondicional del culo, si lo que tenía ante mi vista era nada menos que esta semejante tentación algo que usted ve aquí:

Esta fotografía, así como las otras que le mostré no las tomé por supuesto en ese momento… En ese momento no estaba para fotos… La saqué en ocasiones posteriores con una Kodak común y silvestre, muy efectiva y me las reveló, un muchacho amigo de mucha confianza… En aquel tiempo no había como ahora cámaras digitales… De haber tenido algo así ahora contaría una galería de fotos…  Si decide publicarlas, sin alterarlas, trate de que se vean bien sugestivas… Usted tiene mano para eso… Para eso y otras cosas…

Bueno, volviendo al tema… Así, en bolas, lo que consiguió Nicol fue enloquecerme… Cuando no pude más me le fui encima, la cacé de la cintura con las dos manos, la ice por el aire y me la lleve al dormitorio… Ahí la deposité sobre la cama, me quité la sunga y me mandé a la carga… La verdad es, a pesar de toda mi experiencia, no sabía por dónde empezar… Era como si quisiera hacer todo junto… Me tendí a un lado de su cuerpo, sensualmente yacente, y sentí como que las tetitas me llamaban… Debe ser una semilla de locura que tengo dentro de la cabeza, siempre siento que las tetas me llaman… Esta vez, el llamado era una invitación a probar el más exquisito de los manjares… Y, con certeza, puedo afirmar que esos pechos pequeños, firmes, perfumados fueron un manjar para mis bocas… Los besé, los lamí, los chupé, le hice una y mil cosas buscando robarles todo el placer que ellos podían deparar, el placer de saber que eran míos, que yo era su dueño, el amo y señor que los tenía a su absoluta disposición, y por ser todo eso, los hacía vibrar como el más dulce y delicado instrumento musical, para deleite de la Diosa que los lucía y mi propio e inconmensurable deleite…

Los estremecimiento que experimentaba Nicol a cada uno de mis besos, de mis suaves mordiscos, de mis embelesadas lamidas, eran fiel testimonio de que mi amorcito gozaba con la misma intensidad que gozaba yo el favor de sus senos, sus senos que ya eran míos…

A pesar de sentirme transportado al más delicioso de los paraísos, mi subconsciente no dejaba de estar atento a un detalle: cuidar de no aplastarla a Nicol con el peso de mi cuerpo… Eso era una obsesión que funcionaba automáticamente… Mis manos, como si se hubieran independizado de mi gobierno, iban y venían por el cuerpo de Nicol, cuya piel tenía la suavidad de los pétalos de terciopelo de una rosa… Apenas una suave pelusa de bebe se detectaba en sus bien torneadas piernas… Lo demás era puro, blanco y tibio alabastro… En la oscuridad del cuarto yo no divisaba sus encantadores ojos ni las líneas perfectas de su cara ni la sugerente calidez de su sonrisa encerrada en el marco adorable de sus labios; en cambio, podía paladear el sabor con gusto a menta de su boca cargada de deseo…

No sé porque capricho de las circunstancias, en un instante del enlace de nuestros cuerpos, el mío quedó volcado hacia la izquierda, con el brazo extendido, apoyándose en la cama, y sobre él el cuerpo de Nicol, con las piernas ligeramente flexionadas, entregado al arbitrio de mis deseos… Y mis deseos, en esos instantes, eran explorar la zanjita de entrecachas para saber a ciencia cierta con que se habría de encontrar mi amiguito cuando decidiera realizar el milagro de convertir a Nicol, para todos los tiempos, en una mujer total… Me basto estirar un poco mi brazo derecho y aventurar mi mano entre las piernas de mi nenita… Enseguida di con el hilo dental de la bombachita colaless… Para ahorrarme el trabajo de removerlo, Nicol a velocidad de rayo se quitó la trusa y asi las redondeces de su hermoso culo quedaron a mi entera disposición… Mis dedos se fueron solos hasta el sagrado agujerito… Ese territorio se apreciaba demasiado seco… Retrocedí y le pedí a Nicol que me alcanzara uno de los minisachets de gel íntimo que había sobre su mesa de luz… No solo me lo alcanzó, también lo abrió con sus dientes de perla, adivinando que, con una mano solo, estaba obligado a hacer malabares… No sé si bien cómo, pero los hice a los malabares y la zanjita quedó perfectamente lubricada… Una zanjita que lucía sin el más mínimo vestigio de vello y con una tersura digna de la porcelana… Obviamente, por allí habían corrido crecidas cantidades de cremas hidratantes y tonificantes buscando exaltar al máximo la suavidad de una piel sin igual… Nuevamente mis dedos avanzaron en pos del agujerito del placer… Cuando lo ubique y comencé a palparlo, la reacción de Nicol puso en evidencia que allí, precisamente allí, como un aleph todopoderoso, estaba el punto más sensible de la hermosa Nicol… El punto capaz de estremecerla hasta en las fibras más profundas de su ser… No bien deslice mi dedo mayor sobre ese botón, notoriamente alargado, semejante a una pequeña y delicada vulva, el cuerpo todo de Nicol vibró intensamente y sus labios dejaron escapar gemidos que solo los placeres más íntimos y conmovedores son capaces de inspirar…

En conciencia de mi descubrimiento, insistí con mi juego de roses y presiones; quería llevarla a Nicol a la máxima expresión del deseo, de las ansias de ser mía… La verga me acompañaba en mis designios, y más a partir del momento en que Nicol la tomó en su mano… Desesperada, me la apretaba con todas sus fuerzas… Parecía mentira que una manecita tan pequeña y delicada poseyera toda la energía de que hacía gala…

Desviándome un poco de la narración, debo puntualizarle, amigo Eduardo, que yo tenía una sería preocupación por lo que pudiera pasar en el momento de penetrarla a Nicol… No sabía que podía resultar de ese trámite… Porque fíjese una cosa, a pesar de toda mi experiencia sexual y de mi devoción por los culos, yo no tenía mayores conocimientos en el arte de hacer colas, porque con las mujeres que anduve, casi no había tenido oportunidad de incursionar en este rubro… Solo con un par de hembras había hecho algunos dibujitos… Eran mujeres experimentadas y el tamaño de mi herramienta no las intimidaba… Con el resto, creo que esto, el tamaño de mi verga, operaba como un elemento disuasivo… Yo alucinaba que con Nicol esto podía ser fatal…

Bueno, le cuento que, para mi sorpresa, cuando jugaba con mi dedo sobre su agujerito que, como dije, semejaba ser una concha en miniatura, en un momento dado y mientras presionaba con alguna cierta energía, ayudado por el derrame de lubricante íntimo, el dedo traspaso la puertita y comenzó a incursionar en las profundidades de su cuevita del amor… Esperaba que gimiera de dolor; pero, no, gemía de placer… Mi dedo mayor, que como ve, no es poca cosa, le entró absolutamente todo en el culito… ¡Increíble!... Increíble y, además, tremendamente alentador porque disipaba mis dudas y temores en torno a la dilatación que tendría Nicol… Y algo todavía mayor… Entusiasmado por el éxito de mi aventura manual, se me despertó la idea de intentar entrar con dos dedos, después de haber comprobado que con uno no había ninguna dificultad… Agoté el resto de gel íntimo que restaba en el minisachet y arremetí con el experimento… Traté de avanzar con cautela, como dice Mostaza Merlo, “paso a paso”… Tenía conciencia que dos dedos no es lo mismo que uno… No debía envalentonarme… A Nicol la advertí de mi intención, esperando que se resistiera; pero, no se resistió… Al contrario, parecía contenta de que le abriera el culo… Con la voz de alguien que cabalga por los cielos del placer, me dijo “haceme lo que quieras, papito”…

Ese “papito” fue lo que me faltaba para ponerme en órbita… Arremetí con todo y, aunque usted no lo pueda creer, mis dos dedos le entraron íntegramente en el culo y los gemidos de placer redoblaron su intensidad… No exagero si digo que Nicol gozaba a más no poder… Mi excitación, por mi parte, batía records… Perdí la noción de todo y en el colmo de la desesperación la forcé para que se acomodara y así poder penetrarla… Nicol era una muñeca complaciente y diligente que me ayudaba con esmero a cumplir mis deseos, que también eran los suyos, porque los dos convergentemente queríamos lo mismo desde “ángulos opuestos por el vértice”, como dice el teorema de la geometría: yo se la quería poner con toda el alma y ella se la quería tragar hasta mis mismos huevos, también con toda el alma… Una cosa trae la otra, míresela de donde se la mire…

Para lubricar bien la cabecita de mi socio en el corredor de gel que era la zanjita de Nicol, convenientemente abierta por el accionar de sus manos sobre las redondas y excitantes nalguitas, pincelé varias su agujerito del amor y cuando mi socio más que bailar lo único que desesperadamente quería era meterse en esa cuevita del placer donde encontraría los roces y el calor necesario para derramar el néctar de mi hombría, puse proa al infinito y me mandé dentro de esa hembrita que quería hacerse mujer… Le entró, pero no con la facilidad de los dedos… Porque una cosa es una cosa, y otras cosas es otra, y esta otra cosa era (y por suerte sigue siendo) algo de esta dimensión y naturaleza:

El suelo era óptimo para la siembra, más era menester tractorearlo unas cuantas veces para que el surco se hiciera entusiastamente receptor… El de esa tarde gloriosa fue un polvo a media máquina, cuidadoso, que abrió camino a la esperanza de algo que habría de llegar y que, según Nicol: “fue lo que le cambio la vida”… A mí también, de alguna manera, me la cambió… Mi mente dejó de ser algo estrecho y con anteojeras… Aprendí a ver más allá de las formas y de los preconceptos…

Cuidando por no aplastarla con el peso de mi cuerpo, tras la inolvidable acabada, me volqué sobre el cuerpito delicado de Nicol para envolverlo en un abrazo, plagado de besos y arrumacos, que le hiciera saber y comprender que yo era su dueño, su macho, su hombre… No para esclavizarla, sino para lanzarla a la libertad del amor… Un amor que duraría lo que la suerte quisiera… Nicol lloraba de alegría y, también, ¿por qué no decirlo?, por los dolores causados por la estaca que le clave para marcar mi territorio…

Creo que es bueno precisar que, en 1994, el ser diferente no era lo que es ahora, en 2012… En menos de veinte años las cosas han cambiado de raíz… Otra gente, otras generaciones… En aquel entonces podía decirse que, si no se tenía suerte y algunos reaseguros, ser afeminado, sentirse mujer, era más una desgracia que una fortuna… El gran reaseguro que tuvo Nicol fue Amanda, su mamá, que la entendió desde siempre… No así su padre, don Enrique, que nunca aceptó que su hijo Nicolás no fuera el macho que él quería que fuese… La vida familiar, mientras el padre vivió, no fue una tragedia por ambos, padre e hijo, tuvieron y explotaron la posibilidad de ignorarse mutuamente, de no saber ni querer saber nada el uno del otro… Nicol ni lo odiaba, ni lo quería, para él su padre no existía… Por eso, cuando el padre murió, lo único que hizo fue guardar un respetuoso silencio…

En cambio la madre tuvo siempre la inteligencia necesaria para entender y aceptar que lo que le sucedía a su hijo no era fruto de un capricho, ni de un antojo, ni de una veleidad alocada… A ningún chico se le forman los pechos y la cola que desde los diez años empezó a tener Nicol por ninguna de esas razones; tampoco sus músculos adquieren femenino perfil por designio de una extravagancia de su voluntad… No… En lo que Nicol fue desde que dejo de ser un niño anodino y se convirtió en un joven andrógino, con fuerte presencia de rasgos femeninos, gravitaron factores no sujetos a su voluntad ni a la voluntad de quienes lo engendraron y rodearon desde que nació… Factores que, de alguna manera, puede decirse que estaban gobernados por el azar y la necesidad… Factores que conforman una realidad que solo puede aceptarse, por que negarla es suicida… Ese profundo saber tuvo la madre de Nicol y por eso la ayudó y apoyó en todo lo que pudo, y compartió con ella sus alegrías y sus tristezas, sus sueños y sus desafíos, sus éxitos y sus fracasos, todo, absolutamente todo, como lo hace una madre que realmente quiere a su hija…

Porque para la madre de Nicol, Nicol era una hija, a pesar de tener pitulín… Un pitulín por suerte tan pequeñito que bien podía considerarse inexistente… A mí, que fui novio de Nicol, lejos de incomodarme o de causarme alguna repulsión, esa pequeñez me resultaba simpática y amigable, como el clítoris de una niña… Muchas veces estuve tentado de jugar con él, pero no sabiendo como lo podía tomar Nicol, me abstuve… Era algo así…

Volviendo al tema, como Nicol decía y repetía esa fue nuestra “Noche de Bodas”… Después vinieron otras noches, otras mañanas, otras tardes en que el amor nos indujo a rendirle culto al amor, cada vez con más vehemencia…

Bien decían los franceses de hace unos siglos atrás: “la función hace al órgano”… A medida que fuimos repitiendo el sublime rito de coito con Nicol, su colita, pulposa y divina, principio y fin de todas mis más alocadas fantasías, se fue convirtiendo en algo que no debía envidiarle absolutamente nada a la más orgullosa de las vaginas… En efecto, nuestras primeras experiencias tuvieron un costado traumático… Nicol no soportaba indemne las embestidas de mi miembro, cuyos rigores no siempre me era permitido dominar, porque la vorágine del deseo, de las necesidades profundas, también me arrastraba a mí… Muchas veces su colita quedaba malherida y debía guardar reposo… Su sufrimiento no fue en vano, tuvo su recompensa… A fuerza de machacar, la colita se le hizo resistente a las inclemencias de mi verga…

Uno de los hechos que mas ayudó a la superación de esta etapa fue la introducción de variantes en nuestros juegos amorosos, que se fue dando por la propia y natural gravitación de nuestros deseos y nuestras fantasías… Observe, amigo Eduardo, que no se por qué estúpido prurito, yo me abstenía de pedirle a Nicol una de las cosas que en el plano sexual me depara una de las mayores satisfacciones y esa cosa es que me mamen la pija… Una noche, sin pensarlo, le pedí que me la mamara y Nicol, feliz como un queso, se encaramó sobre mi vientre y me regaló una de las chupadas de verga más grandiosa de toda mi vida… Eso me hizo pensar que encerrar mi poronga en el estuche de dulzura de su boquita era para ella una verdadera gloria… La unción con que le prodigaba a mi pija el placer de sus enardecedoras succiones, me decía de su estado de felicidad en esos momentos… Yo me derretía contemplando como su boquita, sus labios encantadores se esforzaban por comerse todo lo duro que yo tenía para ellos… Esta experiencia me dio a entender que tenía que abrir todos los caminos, liberar todas las rutas, para que Nicol pudiera transitar libremente en su marcha hacia la felicidad, que ineludiblemente sería también la mía…

Y fue así que un día, mientras nos regalábamos una maravillosa tarde de amor, después que me fellara hasta que se le gasto la lengua, y después que yo derramara miles de besos negros en su insaciable culito, que al impulso de sus voluntarias contracciones y expansiones de vientre se abría y cerraba de manera asombrosa, Nicol resolvió montarse a caballito de mi verga, como ella decía “para tragársela toda”… Felizmente tuvo la precaución de lubricarse adecuadamente; ya que no fue más que sentarse y mi pija le mas adentro que nunca, hasta desaparecer por completo de mi vista… Tal como estaba montada, era imposible que ella la viera… Solo la sentía y me lo hacía saber: “me atravesaste toda, papito”… Y me mientras me lo decía, desplazaba el culo de un lado a otro como procurando que le entrara un poco más para gozarla un poco más, en un desborde angurria que no podía ser… Cuando después de unas piruetas nos reposicionamos y la libertad de movimientos fue enteramente mía, le mandé una cogida demoledora, que debió ser la primera gran cogida de su vida y eso podía apreciarse en sus murmuraciones y gemidos, mientras yo iba y venía con mi poronga dentro de su culo: “dame fuerte”, “rompeme toda”, “quiero más”, “ponémela toda”, “destrózame la cola”, “haceme feliz”… Concluido el acto, cuando le conté todas las cosas que me había dicho mientras la garchaba, se tapaba la cara y repetía “¡qué vergüenza!”… Yo le replicaba: ¡vergüenza es no saber ser feliz y nosotros somos felices!…

A todo esto mi vinculación con la madre por cuestiones del negocio continuaban como siempre, sin sobresaltos y con toda normalidad… No sé si la señora sabía que yo había pasado a ser el macho de su hijo… Cuando Nicol aparecía en escena, nuestro trato era cordial, pero no traspasaba ni una décima de milímetro los límites de la formalidad… Íntimamente, creo la mamá sabía absolutamente todo, pero prefería hacerse la sota…

Un día, cuando ya estábamos por cumplir un año de nuestra relación, Nicol me dijo que más o menos por un mes no íbamos a vernos porque con su mamá habían decidido tomarse un descanso e irse de vacaciones, no recuerdo a dónde me… Corría ya el año 1995… No me pareció nada anormal… Lo único que me quedaba era ver cómo me las iba a arreglar todo un mes sin Nicol… Habitualmente teníamos sexo casi todos los días… Pasar de eso a un mes sin sexo era algo fuerte… Bueno, la cuestión fue que, después de una excelente noche de despedida, dejamos de vernos y así permanecimos durante algo más de un mes… Cada tanto, ella me llamaba por teléfono desde un locutorio… Así las cosas, una noche me llamó para decirme que acababan de llegar y que al día siguiente, a la nochecita, estaría por casa…

Desde que habíamos comenzado nuestra relación, Nicol, que siempre se había presentado muy discreta, con ropitas unisex, poco maquillaje, nada de bijouterie, fue presentado cambios en su aspecto que lo hacían cada vez más una hembra superapetecible y tentadora… De no llamar la atención pasó a ser una mujer medio imposible de no mirar… De todos modos, nunca perdió su aire de delicadeza y distinción… Siempre se las veía más que elegante, sobria y refinada… Nada de cosas estridentes, ni de pintarrajearse, ni de botas como un pirata, ni zapatos espantosos, ni de andar con el culo al aire… Su aspecto, hasta la última que había visto, un mes y días atrás, era el de una mujer refinadamente sensual… En otras palabras, no era una hembra para cualquier paladar ni para cualquier bragueta…

Cuando, de acuerdo a lo anunciado, Nicol se presentó en casa, a donde llegó conduciendo el lindo auto que les había dejado don Enrique, era todo eso que acabo de decirle y que usted, amigo Eduardo, de seguro no tendrá dificultades en imaginar, todo eso y algo mas… ¿Se imagina qué podía ser ese “algo mas”?... Yo, por supuesto, puedo decírselo de una, pero, como usted sabe a mí me agrada el suspenso y me gustaría que usted, que se me hace que es bastante bicho, lo adivinara… Le doy unos minutos para que piense… ¿No se le ocurre nada?... Bueno, no se aflija; a mí también no se me hubiese ocurrido nada si la pregunta que yo le hice a usted, me la hubieran hecho a mí un segundo antes de abrirle a Nicol la puerta de entrada de mi viejo y querido departamentito del barrio de Barracas, cerca de la Avenida Patricios… Porque la imaginación no es algo que funcione de la nada o con la nada, sino que actúa en función de datos y de cosas concretas que se almacenan en nuestro cerebro y sirven de materia prima para elaborar las imágenes…Sin esos datos, sin esas cosas, que vienen a ser los ladrillos, nada se puede construir… Lo contrario es creer que soplando se pueden hacer botellas… En ese momento, yo no contaba ni con los datos ni con las cosas necesarias como para poner a trabajar la imaginación, o los datos y cosas que poseía eran insuficientes… Porque esto también suele acontecer… Con un par de huevos y solo un par de huevos no se hace una tortilla… Bueno,  para no continuar con el suspenso que ya se está haciendo un poco largo, se lo voy a decir, le voy a descubrir que era ese algo… Agárrese: Nicol se había hecho las lolas, pasando a ser el hembrón que usted ve en esta fotografía…  Algo verdaderamente infartante…

¿Qué le puedo decir de lo vivido en ese momento en que mi hermosa Nicola me presentó su nuevo par de tetas?... Bueno, lo primero que hicimos fue actualizar nuestra cuenta de besos, caricias, mimos, abrazos, arrumacos y tocaditas, que llevaba un atraso de más de treinta días y sabe usted lo que significa eso para dos que se quieren… Después quisimos poner al día la cuenta de todo lo que habíamos querido decirnos en eso treinta y tanto días y no nos dijimos por causa de la “distancia” que se interpuso entre nosotros… Y, como es de suponer, ya que lo primero es lo primero, arrancamos con el tema de las tetitas… Como usted podrá comprobar, amigo Eduardo, las tetas a mi me persiguen y no es cuento…

Nicol me dijo cosas que yo jamás hubiese esperado escuchar… Si… Comenzó hablándome de Marixa Bali, ¿se acuerda usted de Marixa Balli?... Era una bailantera muy famosa en los años noventa… Salía mucho por televisión y más de una vez Nicol y yo la habíamos visto… Bueno, resulta que, sin ninguna intencionalidad de mi parte, porque yo no soy de hacer esas cosas, cada vez que la mina esta salía en la pantalla, yo no me privaba de hablar de sus tetas ni de decir las pavadas que dice cualquier hombre al que lo apasionan las tetas y ya sabe usted que a mí las tetas me sacan… La cuestión es que cada vez que yo me despachaba estas huevadas, Nicol sufría porque sus tetitas eran chiquitas y no podía ofrecerme un buen par de tetas para que yo pudiera jugar a mi antojo… Me dio tanta ternura oírla decir esto que casi me pongo a llorar… Cualquiera hubiese supuesto que lo que Nicol pretendía al hacerse la lolas era verse más linda, más atractiva, que las lolas eran un regalo que se hacía a si misma, en suma un acto de egoísmo… Inocente, pero egoísmo al fin… Pero, no, ese supuesto no se correspondía con la realidad… Nicol, se había hecho las lolas en un acto de amor, amor hacia mí…  Quería que yo, su bebé, un tremendo pelotudo de metro noventa de altura y cien kilos de peso, fuese feliz jugando a que volvía a tomar la teta y para que pudiera regodearme con los placeres que brindan esos mágicos globos…

Si me faltaba algo para convencerme que Nicol era, sino la mejor, una de las mejores mujeres que yo había conocido a lo largo de mis ya treinta y ocho años, ese gesto de amor suyo puso la nota decisiva para que la elevara al altar de mis grandes devociones… Si en ese entonces hubiese existido el matrimonio igualitario, no se si no me casaba con ella, porque no necesitaba nada más que lo que ella me daba para ser inmensamente feliz…

Yo quiero, amigo Eduardo, que se forme una idea cabal del regalo que me hizo mi querida Nicol; por eso le ruego que mire esta fotito:

Yo sé, amigo Eduardo, que sus preferencias son mas de bragueta que de corpiño; de todos modos, como también sé que es capaz de elaborar juicios que lo superen a usted mismo, quisiera que me diga si estas tetas no son una fuerza demoledora, capaces de volver loco a cualquier hombre que se que se precie de ser bien macho… Modestia aparte, mi caso…

Ese día nos mandamos con Nicol una orgía de dos que se extendió hasta casi las seis de mañana… Yo sé que es poco creíble, pero, en ese lapso le eché siete polvos…Así como lo oye, siete –me animo a decir- fenomenales polvos… A razón, más o menos, de uno por hora… Yo no tenía nada más que mirarle el culo y las tetas a Nicol y, tac, ya se me paraba de nuevo la pija…

Le cuento que, a esta altura del partido, el culito de Nicol tenía una dilatación francamente asombrosa… Antes de ponérsela, yo acostumbraba a juguetearle un poco con la verga alrededor del agujerito, como si se lo estuviese pintando con una brocha… Ella, entonces, hacía fuerza como si quisiera expulsar algo por el ano y el ano se le abría formando un agujero, no quiero exagerarle, de tres o cuatro centímetros de diámetro… Nunca había visto nada igual… Hacerle entrar mi poronga, con todo lo gruesa que es, resultaba un jueguito… Más que nada, porque ella podía lubricarse a la perfección y entonces mi pija le entraba realmente como bala…

Algo más quiero contarle… No solo era asombrosa la forma en que abría su culito… También era fantástica la manera en que lo cerraba… Así es… Una vez que yo se lo metía, siempre bien hasta el fondo, ella empezaba a apretarme el ganso, como si me lo quisiera estrangular y me hacía sentir sensaciones cosas imposibles de describir… El goce no solo era mío, también ella gozaba… ¡Y cómo!... Porque por cada vez que yo acababa, Nicol debía acabar tres o cuatro veces… Los suyos eran verdaderamente orgasmos de mujer… En general, eran muy pocas las veces en que yo conseguía hacerla eyacular por el pitulín… En cambio, yo me mandaba unas acabadas kilométricas… Después que le sacaba la pija, tras haber acabado, Nicol hacía fuerza y expulsaba toda la lechita que yo le había inyectado en sus entrañas…

En fin, don Eduardo, a partir de ese día, mi vida con Nicol fue una serie ininterrumpida de goces y placeres, y momentos de intensa felicidad… Creo que el secreto de tanta dicha residía en que los dos nos queríamos y cada uno por su cuenta contaba con las herramientas necesarias para hacer feliz al otro… Además, no perdíamos oportunidad de hacer locuras, cosas que le pusieran un toque especial a todo lo que le sucede a una parejita de enamorados…

Un tiempito después, debió ir nuevamente al quirófano y hacerse un retoque en las lolas… En su afán de halagarme, se le había ido un poco la mano en la elección del tamaño y, por causa de ello, su columna vertebral podía verse afectada… Para evitarlo, el médico aconsejo un ligero achique… La foto que le mostré es posterior a esta intervención… Calcule lo que sería antes…

En ese tiempo yo iba camino a los cuarenta, me faltaba muy poco… A esa edad, el hombre empieza a hacer cuentas, a cambiar, a preocuparse, a pensar y hacer cosas raras… No se lo tengo que explicar, usted lo sabe muy bien… Yo no fui la excepción… Calculando que la pólvora no me iba a durar eternamente, se me dio por elucubrar que tenía que apurarme a consumir los cartuchos, no fuera cosa que la pólvora se me humedeciera y me quedara sin el pan y sin la torta… Eso hizo que me agarrara una especie de fiebre de sexo… Tenía que coger y coger; cuanto más cogiera mejor… Pero, no era cosa de coger con cualquiera…Lo que yo quería era coger con Nicol… Solo ella era capaz de sacarme todo lo que yo acumulaba… De ahí que, cada dos por tres, la estuviera apurando para que viniera a casa… Cualquier pretexto era bueno y siempre, inexorablemente, acabábamos garchando… Si bien la cama no perdía su cetro de lugar ideal, nosotros cogíamos en cualquier parte: en la cocina, en el living, en el baño, en el patiecito… Lo único que nos faltó fue subirnos al techo y coger en el techo… Nicol era una patenaire de película; me secundaba maravillosamente y, también, sabía hacerse valer para imponer a veces sus gustos… A ella la enloquecía que le hiciera el amor en una pose muy especial, que estaba en línea con algo tradicional, pero que se apartaba un poco de la fórmula tradicional… Como quería que usted supiera cuál era la pose que enloquecía a Nicol, la busqué  en una revista de Kamasutra que tengo guardada desde hace mucho… La compré en la Estación de Constitución… Mírela:

Nicol decía que así le entraba mas y que la sentía toda bien adentro… Sostenía que le tocaba “la matriz” y por eso se le producían los orgasmos… Para mí era una pose ideal, ya que, mientras la garchaba, podía hacerle todo ese montón de cosas que me enloquecía hacerle: besarla, chuparle las tetas, estrujarla,…, que se yo: de todo… Y eso de que le entraba más, era cierto… Yo lo detectaba perfectamente… Me imagino cómo debía de gozar ella…

La cuestión fue que, garchando y disfrutando de nuestro amor, se nos pasaba el tiempo, con felicidad y alegría… A pesar de esto, cuando llegue y pase los cuarenta, me dí cuenta que algo no funcionaba bien y que no estaría mal echarle una miradita a nuestra relación… En un principio, pensaba que, en una de esas, se podían hacer ajustes y seguir… Al fin de cuentas, los dos estábamos animados de las mejores intenciones, y siempre habíamos estado así… Pero ya lo dice el proverbio popular: “el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones”…

Lo que yo no veía bien era que Nicol me dedicara tanto tiempo, tantas preocupaciones, tantas atenciones a mí, en detrimento de lo que debía hacer por ella misma… No podía ser que me estuviera tejiendo ropa y cuidando en esto y en aquello… Me sobreprotegía… No es joda, me sobreprotegía… Eso no significaba que no se ocupara de sus cosas… Se ocupaba y cómo; pero como tenía una capacidad de trabajo infernal, no paraba… Lo cual es muy malo, porque aunque sea para boludear absurdamente, las personas en algún momento deben detenerse un rato y darle un respiro a la máquina para que no se funda o empiece a hacer locuras…

El que no se ocupara de sus cosas como yo entendía que debía ocuparse, me intranquilizaba… Ella no podía constituir, construir su vida sobre la mía… No era bueno que lo hiciera, atentaba contra su libertad y su porvenir… ¿Qué sucedería si, por cualquier razón, yo desaparecía?... Se quedaba suspendida en el vacio esperando que volviera a aparecer… No, había que cambiar…

Varias veces intenté que dialogáramos sobre estas cuestiones y al final dialogamos… Dialogamos bien, porque estábamos bien y éramos felices… Pero, era como que ella no quería ver la realidad… A mí se me hacía que tenía miedo pánico de perderme… A fuerza de insistencia logré hacerla recapacitar… Digamos que no le hizo bien, porque dejó de ser la Nicol que yo conocía… Esa alegría que siempre la acompañaba, se resintió sensiblemente… Transcurrió un tiempito en el cual las cosas parecían estar igual, pero ya no estaban igual…

Un día, me dijo que yo era lo más grande que ella tenía en la vida y que estando yo ella no podía se otra manera… Aclaró que entendía perfectamente bien lo que yo le señalaba, pero que, aunque veía que yo tenía razón en el plano teórico, ella no podía hacer lo que yo sugería, porque el amor que sentía por mí, enfermizo tal vez, no se lo permitía… Era más fuerte que todo… Y agregó algo verdaderamente lapidario, algo que yo de ninguna manera esperaba… “Para el bien de los dos, creo lo acertado sería que cuanto antes le pusiéramos fin a nuestra relación… Alejados uno del otro, tal vez podremos organizarnos mejor… Separémonos sin odios ni rencores… A la distancia, en silencio, podremos seguir amándonos toda la vida, cada vez más… Juntos terminaremos en un desastre”… Fue más lúcida que yo… Quise resistirme, pero tenía razón… Por su bien y por el mí: cedí…

La noche de ese día, Nicol se quedó en casa… Nos amamos más que nunca… Fue la última vez… Después nos separamos, con el dolor de toda separación… Y más, porque lo nuestro había sido siempre solo amor y felicidad…

A los dos nos fue bien… Nicol vive en Miami, trabaja en lo suyo… Amanda vive con ella… Creo que formó pareja… Yo, después de cumplir cuarenta y tres años, me casé, tengo dos hijos, soy muy feliz y hago feliz a mi familia, que es hermosa… Sigo teniendo la cartuchera con bastantes de cartuchos y la pólvora no se me humedeció…

En un rinconcito de mi corazón, Nicol está siempre conmigo, la gran mujer que me acompañó en los destellos finales de mi hermosa juventud…

Sé que ella no me olvidará jamás de mí, porque… SOY SU HOMBRE,

Epílogo : Así concluyó Enzo la narración de la historia de su romance con Nicol, un chico que terminó haciéndose chica por la fuerza de su amor… Yo no creo que sea necesario agregar nada más… Con lo con que contó Enzo, ESTA TODO DICHO…

Eduardo de Altamirano

Quien quiera escribirme, puede hacerlo a buenjovato@yahoo.com.ar o, también, a decubitoventral@yahoo.com.ar . Contesto todo el e-mail y mando fotos…