La historia de Claudia (5)

Blanca observaba muy interesada el trabajo de Inés sobre la cabellera de Claudia, que iba reduciéndose cada vez más en su volumen mientras la joven permanecía indefensa e inmóvil con los ojos cerrados y sus puños sobre el pecho bajo el peinador de tela celeste, resignada a su suerte.

La historia de Claudia (5)

Blanca observaba muy interesada el trabajo de Inés sobre la cabellera de Claudia, que iba reduciéndose cada vez más en su volumen mientras la joven permanecía indefensa e inmóvil con los ojos cerrados y sus puños sobre el pecho bajo el peinador de tela celeste, resignada a su suerte.

De pronto Inés dijo dirigiéndose a Blanca:

-¿Sabés? Me gustaría tenerla uno de estos días. ¿Puede ser?

-Por supuesto que sí. –contestó Blanca. –Cuando vos quieras me llamás y yo te la mando a tu casa.

-Es que mi marido está por hacer de un momento a otro un viaje de negocios y entonces yo aprovecharía.

Claudia las escuchaba sintiendo que la consideraban una muñeca inanimada, una simple cosa de la cual disponían sin ningún miramiento, y se estremeció al escuchar que Blanca decía:

-Cuando termines el corte te la muestro desnuda, si querés, así la vas paladeando.

-¡Me encantaría! –se entusiasmó Inés y minutos más tarde el nuevo corte de Claudia estuvo listo. A la joven le costó abrir los ojos y enfrentarse, compungida, con esa nueva imagen que el espejo le mostraba. Contuvo un sollozo y escuchó a Blanca decir:

-Me la dejaste perfecta.

-¿Cierto que sí? –dijo la peluquera mientras con sus dedos daba los últimos toques al peinado. Estaba por barrer los restos de la desaparecida cabellera cuando Blanca la detuvo.

-¡No! ¿qué hacés? Va a barrer ella. Las sirvientas están para estas cosas. -y levantó a Claudia del sillón tomándola de un brazo. La joven recibió de Inés la escoba y la palita y, consciente de que toda protesta sería inútil y además peligrosa, hizo lo ordenado sintiendo que en realidad era nada comparado con la humillación que significaría tener que exhibirse desnuda como un animal ante esa desconocida, mientras la peluquera se relamía a la espera del espectáculo que le había sido ofrecido por Blanca.

Cuando Claudia terminó con la tarea y su cabellera dormía el sueño eterno en un pequeño cesto de plástico negro, Blanca la hizo parar en el centro del gabinete mientras Inés se sentaba en un sillón de cuero blanco con una amplia sonrisa y todo el cuerpo en tensión.

La joven, dirigida por la señora, debió quitarse primero las zapatillas y las medias. Luego fueron llegándole las órdenes de ir despojándose de la remera, el bermudas, el corpiño y la bombacha, para lucir finalmente sin velo alguno, con la cabeza gacha, los ojos cerrados y agobiada por la vergüenza, toda la magnífica belleza de su cuerpo. Experimentaba la dolorosa sensación de que poco a poco estaba dejando de ser una persona para ir convirtiéndose en un objeto al que Blanca manejaba a su antojo.

-¿Y? ¿Qué te parece mi perra? –la escuchó decir dirigiéndose a Inés.

-Un ejemplar de raza, querida. Digna de un primer premio en cualquier exposición. –contestó la peluquera arrellanándose en el sillón mientras observaba a la joven de pies a cabeza, teniéndola de frente.

Entonces Blanca le ordenó a Claudia que pusiera las manos en la nuca y abriera las piernas.

-Así te puede ver bien por todos lados. –le dijo a modo de humillante aclaración.

Inés siguió mirándola hasta que se puso de pie y empezó a girar lentamente alrededor de la joven, con su brazo derecho cruzado por delante en la cintura y sosteniéndose la barbilla entre los dedos índice y pulgar de la mano izquierda, en actitud apreciativa. De pronto se detuvo detrás de ella y le dijo a Blanca:

-Está muy buena para mi paladar. Me gustaría palparla un poco. ¿Puedo?

Blanca le hizo un gesto afirmativo con la cabeza y Claudia dio un saltito hacia delante al sentir las manos de Inés en sus nalgas.

-No, por favor... –se atrevió a murmurar.

-¡Ahhhh! –exclamó la peluquera. –Es una perra un tanto arisca, por lo que veo.

Entonces Blanca se adelantó furiosa y le dio a Claudia una fuerte cachetada.

-¡¿Cómo te atreviste a moverte, perra insolente?! ¡Andá preparándote para lo que te espera cuando estemos en casa! –la amenazó. -¡Ahora volvé a pararte inmediatamente como estabas y quedate quieta como una estatua! ¡¿Entendido?!

-Sí... sí, señora... –dijo Claudia lloriqueando y volvió a ponerse en posición.

Inés le hizo a Blanca un gesto aprobatorio y apoyó nuevamente sus manos en el culo de la joven, sin que ésta se moviera.

-Muy bien, querida, muy bien. –le dijo la peluquera. –Ahora mamita va a acariciarte y vos no vas a corcovear, ¿no es cierto?

Claudia permaneció en silencio, resignada al manoseo lésbico que le esperaba.

-¡La señora te hizo una pregunta! –le gritó Blanca.

-No, señora, no me voy a mover... –respondió la joven en un murmullo apenas audible.

-¡No te escuché! ¡Más alto! –y Claudia repitió la frase sintiéndose cada vez más humillada.

Las manos de la peluquera comenzaron a recorrerla, por momentos con suavidad, por momento crispándose y oprimiendo su carne mórbida, a veces pellizcándola con tanta fuerza que la hacía gemir de dolor.

-Piel muy suave... carne firme... formas perfectas. –dictaminó Inés y cuál no fue su sorpresa cuando al examinarle la concha, que entreabrió con sus dedos, la encontró mojada.

-¡Ay, ay,ay! –exclamó con regocijo provocando la curiosidad de Blanca. -¡Tu perra está en celo, querida, jajajajajajajajaja! ¡Su concha es un río de flujo!

Claudia hubiera querido que la tierra la tragara, desaparecer de allí en ese mismo instante. Se estaba mojando, y mucho, en medio de ese tratamiento infamante que las dos mujeres le daban. "Peor todavía. –pensó. –Me estoy mojando justamente por la manera con que me tratan... ¡Dios mío! ¿En qué me estoy convirtiendo?"

Blanca quiso comprobar lo que Inés le había dicho y metió dos dedos en la concha de Claudia, que efectivamente chorreaba.

-Hacé lo que quieras con ella. –le dijo a la peluquera.

-Ahora no, querida. –le contestó Inés sonriendo. –No soy promiscua, ¿sabés? Puedo compartir el vermouth, pero la comida me gusta saborearla en la intimidad.

-Como quieras. –dijo Blanca. –Llamame entonces en cuanto tu marido se vaya de viaje y te la mando.

-¿Vos ya te la cogiste? –quiso saber Inés.

-Todavía no. Me la voy a coger hoy. –le contestó Blanca, y Claudia se estremeció al escucharla.

-Vestite que nos vamos. –le ordenó la señora, y le preguntó a Inés:

-¿Cuánto te debo, querida? ¿pago en la caja?

-No me debés nada, Blanca, fue un placer trabajar con tu perrita. –respondió la peluquera.

Claudia terminó de vestirse y se dejó llevar de la mano por Blanca hasta la calle, donde la señora detuvo un taxi en el que recorrieron unas veinte cuadras hasta detenerse ante un local de venta de uniformes para personal doméstico y de gastronomía.

En el negocio no había clientes, sólo el encargado, un sesentón en mangas de camisa, calvo, de anteojos y barriga prominente que se adelantó para recibirlas.

-Buenas tardes, ¿en qué puedo servirlas?

Blanca le explicó que buscaba un uniforme para su sirvienta, y señaló a Claudia. El encargado miró a la joven detenidamente y se dijo que parecía muy fina para ser una mucama, pero se encogió de hombros y le preguntó a Blanca si a la vista había algún vestido que le interesara.

-En vidriera hay uno azul con lunares blancos, de manga corta, ése me gustó.

El hombre asintió con la cabeza, volvió a mirar a Claudia, que permanecía con la cabeza gacha retorciéndose nerviosamente las manos, y fue a buscar el talle adecuado.

-Creo que éste le irá bien. –dijo.

Blanca tomó el vestido y cuando estaba por dárselo a Claudia la joven dio media vuelta con intención de irse del local. Blanca la detuvo tomándola de un brazo y luego le dijo mordiendo las palabras:

-Vas a probártelo ya mismo. ¿Entendido.

El hombre señaló hacia el fondo del local y le dijo:

-Allí tenés el probador.

Claudia tomó el vestido y el encargado, cuando estuvo a solas con Blanca, le dijo:

-Perdón, señora, pero, ¿quiso escaparse o me pareció a mí?

-Quiso escaparse. –confirmó Blanca y enseguida agregó disponiéndose a mentir con desparpajo: -¿Sabe lo que pasa, señor? esta chica viene de una familia muy rica que quedó en la ruina por malos negocios y ella, que es una malcriada consentida...

En ese momento sonó el teléfono.

-Discúlpeme, por favor. –dijo el hombre y fue hasta el aparato. Regresó enseguida y Blanca se dispuso a seguir fraguando la historia que acababa de ocurrírsele, justo cuando Claudia salía del probador y parecía vacilar entre quedarse pegada a la cortina o ir hacia Blanca.

-¡Qué bien te queda, querida! ¡Vení para acá, dejá que te veamos bien! –la llamó Blanca y la joven se acercó con tanta resignación como vergüenza y se puso colorada como un tomate cuando el encargado dijo sonriendo:

-Señora, debe ser usted la envidia de sus vecinas con una mucamita tan linda y tan fina.

-Sí, muy linda, muy fina y muy malcriada también. –le contestó Blanca con Claudia ya junto a ella. –Porque como le iba diciendo, con papis muy ricos que de pronto se arruinaron por malos negocios, esta chica que siempre había vivido en medio del lujo, pensó que eso sería para siempre y no se preocupó por estudiar y tener una profesión y entonces ¿qué pasó, señor mío? Pasó que cuando sus padres quedaron en la vía y no pudieron darle ni un peso más tuvo que salir a buscar trabajo. Pero usted vio lo difícil que está la cosa ¿no es cierto?, y a la pobre no le quedó otro remedio que emplearse como sirvienta.

Claudia no podía creer lo que estaba escuchando, esa sarta de falsedades que Blanca le había soltado al vendedor sólo para humillarla, y para colmo ya no podía ni siquiera pensar en irse a la calle, porque habría sido para ella un escarnio exhibirse así vestida.

-Y sí, señora, ya sabemos cómo son estas chicas bien. –acotó el encargado. –Viven en una burbuja, ignoran las vueltas de la vida y cuando tienen que agachar la cabeza y ganarse el peso les cuesta mucho.

-Claro, señor, y en el caso de esta chica –y señaló a Claudia con la cabeza mientras la tomaba del brazo -los padres fueron gente más preocupada por sus negocios que por la educación de ella. Nunca le dieron una paliza para corregirla en sus indisciplinas y caprichos, cuando todos sabemos lo efectivas que son las palizas para educar, ¿no es cierto?

-¡Pero por supuesto, señora! ¡qué me van a venir a mí con la sicología y que hay que hablarles y todas esas pavadas! ¡Una buena paliza en la cola! ¡Eso es lo que hay que hacer! –se exaltó el encargado.

-Estoy totalmente de acuerdo, señor. –dijo Blanca riéndose por dentro. –Por eso yo a ésta –y volvió a señalar a Claudia. –no dudo en darle por todo lo que no le dieron sus padres. ¿Comete un error? paliza. ¿Se me insolenta? paliza. Y así le voy enseñando a comportarse.

-Y lo bien que hace, señora. –dijo el sesentón mientras Claudia seguía el insólito diálogo con la barbilla pegada al pecho.

Bueno –le dijo Blanca. –andá a cambiarte que nos vamos. –y momentos despues, ya en la calle y llevando la bolsa con el vestido, la joven dijo como si hablara para si misma

-¿Hasta dónde piensa llegar?

-No tengo límites. –fue la fría e inquietante respuesta. Después subieron a un taxi y apenas el automóvil se puso en marcha con destino a la dirección que Blanca le había indicado al conductor, Claudia se atrevió a preguntar adónde iban.

-No vuelvas a abrir el hocico sin mi autorización. –le contestó Blanca fulminándola con la mirada. –Ya vas a saber adónde vamos.

Cinco minutos después el taxi se detenía frente a una veterinaria atendida por una chica rubia de no más de 20 años.

Blanca le explicó que andaba buscando un collar de cuero con cadena para una perra que acababan de regalarle.

-¿Qué tamaño tiene la perra? –preguntó la vendedora.

-Es grande. –le contestó Blanca. Entonces la rubiecita le mostró dos collares, uno rojo y el otro negro, éste último con detalles de metal plateado. Blanca eligió el negro, lo dobló y lo apoyó en el cuello de Claudia, que al sentir el contacto retrocedió poniéndose colorada.

-Sí. –dijo Blanca sonriéndole a la vendedora. –Está perfecto para mi perra. La chica la miró y después miró a Claudia y en sus ojos había algo así como una sospecha de una relación especial entre ambas mujeres.

-¿Va a llevar ése, entonces? –preguntó.

-Sí, querida. –le contestó Blanca. –Y ahora mostrame recipientes de comida y bebida que también necesito.

-Recipientes tenemos de aluminio y de plástico. –explicó la vendedora y cuando le mostró algunos de ambos materiales Blanca optó por dos de plástico, uno azul y el otro rojo. Los tomó y le dijo a Claudia sonriendo: Mirá qué lindos que son. ¿Te gustan?

La joven le dirigió una mirada suplicante y se apartó hacia un rincón del local, donde quedó con los ojos clavados en el piso.

La vendedora la siguió con la mirada, después miró a Blanca, se puso colorada y agachó la cabeza. La secuencia hizo entrar en alerta a Blanca, como a un cazador cuando divisa una presa. Apoyó los recipientes en el mostrador y con voz firme lindante con lo autoritario le dijo dejando de lado la amabilidad que había estado empleando con la chica:

-Quiero algún alimento también.

-Su perra es adulta, ¿cierto, señora? –le preguntó la vendedora hablándole en un tono más bajo que hasta ese momento y llamándola "señora" por primera vez.

-Acertaste como si la conocieras. Sí, es una perra adulta. –dijo Blanca y entonces la rubiecita fue hasta uno de los estantes y tomó una bolsa de tamaño regular.

-Este alimento es muy bueno para perros adultos, señora. Viene en palitos multicolor, tiene buen sabor, es fácil de masticar y contiene nutrientes.

El trayecto de ida y vuelta le había posibilitado a Blanca observar más detenidamente a la vendedora. Delgadita, de estatura regular, tetas pequeñas y puntiagudas abultando bajo la remera negra, y una cola redonda y empinada que el ceñido jean azul permitía apreciar en todo su valor.

-Perfecto. –dijo Blanca. –Llevo todo así que haceme la factura.

-Sí señora. –contestó la chica y se aplicó a la tarea. Cuando le alcanzó las dos bolsas, siempre sin mirarla a la cara, Blanca aprovechó para dejarle en la mano un roce suave y largo de sus dedos. En el momento de pagar y recibir el vuelto hizo lo mismo y esta vez a la vendedora se le escapó un suspiro.

-Gracias, Señora. –murmuró bajando la cabeza todavía más.

Blanca la miró con expresión de triunfo, fue hasta Claudia, le entregó las bolsas, la tomó de un brazo y mientras caminaban hacia la puerta se volvió y le dijo a la rubiecita.

-Hasta pronto, querida. Nos veremos.

-Cuando usted quiera, señora. –contestó la chica sin alzar la mirada.

En el taxi que las llevaba de regreso a su casa, con Claudia en absoluto silencio y enjugando cada tanto sus lágrimas con el dorso de la mano, Blanca dedicó unos instantes a pensar excitada en la rubiecita. "Será el estreno de Claudia como perra de caza, aunque por lo que vi esa presa no va a ofrecer ninguna resistencia." Después volvió a poner su atención en la joven y le dijo sin importarle que el conductor pudiera escucharla:

-No te portaste nada bien, mocosa. Primero te retobaste con Inés y después te quisiste escapar del negocio donde te compré el vestido de sirvienta.

El chofer emitió una tocesita y de inmediato acomodó el espejo retrovisor de modo que pudiera ver bien a esas dos pasajeras que parecían ser muy particulares.

Claudia se dio cuenta y presa de la vergüenza más profunda dirigió a Blanca una mirada suplicante de sus ojos empañados por el llanto. Pero la señora prosiguió hablándole sin inmutarse y, por el contrario, estimulada en su intención de humillar a la joven al haberse dado cuenta ella también de que el conductor la estaba escuchando y no dejaba de mirarlas por el espejo.

-Y para colmo ahora te atrevés a mirarme a la cara. –dijo fingiendo estar indignada aunque en realidad lo que sentía era la típica excitación del dominante cuando va agobiando y oprimiendo cada vez más a su víctima.

A esa altura Claudia ya no vertía lágrimas en silencio sino que sollozaba y, sin importarle que le estuviera prohibido, miraba a Blanca a la cara una y otra vez en procura de su imposible compasión.

Blanca, en tanto, no cabía en si de gozo. Estaba próxima a cazar una nueva presa muy apetecible por cierto, y para mejor, esa misma tarde iba a someter sexualmente a Claudia por primera vez, después de castigarla severamente por su mal comportamiento durante la salida. Le pondría su collar de perra y se daría el gusto de tenerla vestida de sirvienta. "Si esta mocosa no decide escaparse se me está abriendo un camino de placeres inagotables", pensó relamiéndose.

Pero Claudia no se iba a escapar. Lo había pensado, sí. Lo había pensado en la peluquería, en el negocio donde Blanca le compró el vestido de mucama y también en la veterinaria, pero no pudo hacerlo y estaba segura de que jamás lo lograría. Por el contrario, a cada nueva humillación se hacía más fuerte en ella su conciencia de sumisa y esa oscura e irresistible atracción que sentía por Blanca al punto de estar dispuesta a entregarse por completo a esa mujer y someterse a todo lo que ella le tuviera preparado en su perversidad, una perversidad cuyos límites le era imposible dimensionar. "¿Voy a convertirme en lesbiana?" -se preguntó recordando cuánto miedo le había dado esa posibilidad cuando comenzó a sentir cosas por Blanca. -"Ni siquiera eso me importa" -reconoció.

Sumida en sus pensamientos y sensaciones no supo cuánto tiempo había pasado hasta que se vio otra vez en el comedor de la casa y Blanca le dijo:

-Andá a dejar todo eso en el dormitorio y volvé desnuda, en cuatro patas y con el collar entre los dientes.

-Sí señora. –respondió sumisa.

Blanca estaba arrellanada en el sofá cuando Claudia reapareció en el comedor tal como le había sido ordenado. Cuando la tuvo enfrente, Blanca le quitó el collar de la boca, se lo colocó y le ordenó que la esperara sin moverse. Fue hasta el dormitorio y volvió enseguida con una de sus sandalias. La posición de Claudia, de espaldas a la puerta por donde había reingresado al comedor, le permitió disfrutar inmediatamente de ese culo fenomenal que se le ofrecía indefenso. Mientras Blanca se acercaba a su perra con paso deliberadamente lento, sus ojos se posaron en esas nalgas limitadas por las caderas anchas y rotundas cuya armoniosa curva iba desde el nacimiento de los muslos largos, llenos y de un torneado perfecto, hasta la cintura alta y estrecha.

Ya junto a Claudia tomó la cadena del collar, se sentó en el sofá y dándose un golpecito en sus rodillas le indicó a la joven que tomara posición. Claudia se le echó soca abajo sobre las piernas y Blanca, después de dejar la sandalia sobre el sofá, empezó a palparle las nalgas y cuando las entreabrió un poco y le tocó la concha la encontró húmeda.

"Ya está a punto", pensó, y tomando la sandalia alzó el brazo y descargó el primer azote que hizo gemir a Claudia.

-Vas a contarlos uno por uno en voz alta y después dirás, "por indisciplinada", ¿entendido?

-Sí, señora. –murmuró Claudia e inmediatamente Blanca descargó el segundo golpe aún más fuerte que el anterior.

-¡Aaayyyyy!.... dos... por indisciplinada...

-¿Por qué te estoy castigando? –preguntó la señora haciendo una pausa con la mano en alto.

-Porque me porté mal durante la salida...

Y la sandalia volvió a caer sobre las nalgas de Claudia.

-¡¡¡Aaaaahhhhhhhhh!!!... tres, por indisciplinada...

La paliza seguía, Claudia llevaba contados 30 sandaliazos y lloraba desconsoladamente mientras su culo mostraba ya un rojo intenso y la temperatura de la piel se iba elevando, cosa que Blanca comprobaba al palpar cada tanto ambos cachetes.

-¿Vas a volver a portarte mal? –le pregunto con la mano en alto antes de darle el golpe número 35.

No, señora... le juro que no... –contestó la joven ahogada por el llanto. –me voy a portar bien, se lo prome... ¡¡¡¡aaaaaaayyyyyyyyyyyyy!!! –gritó cuando la sandalia, hábilmente manejada por Blanca, volvió a restallar sobre su maltratado culo.

A cada nuevo azote Claudia corcoveaba sobre las rodillas de Blanca en tanto que sus nalgas lucían ya un rojo escarlata y se veían algunas zonas inflamadas. La señora, ya también muy mojada, examinó con dos de sus dedos la concha de la joven y comprobó lo que ya suponía: estaba chorreando. Entonces le dijo riendo burlonamente:

-Estás caliente como una perra en celo, ¿eh, mocosa? Decilo.

-Por favor...

-¡Decilo! –y le dio otro sandaliazo.

-Estoy... estoy caliente como... como una perra en celo... –musitó Claudia.

Blanca entonces dejó la sandalia en el piso, le metió dos dedos en la concha y le dijo:

-Estás deseando que te coja y quiero escucharte pidiéndomelo.

Claudia permaneció en silenció moviendo sus caderas de un lado al otro sobre las rodillas de Blanca, luchando entre la profunda humillación que sentía al reconocerse como una perra en celo y el intenso deseo de ser sometida por esa mujer a la que estaba entregándose en cuerpo y alma. Hasta que por fin dijo:

-Quiero... quiero ser suya, señora Blanca...

-No, querida, así no, eso suena demasiado fino. –dijo Blanca aumentando la dosis de crueldad mientras seguía moviendo sus dedos en la concha de Claudia. –Y vos ya no sos una chica fina. Vos sos una puta, una perra muy puta de concha hambrienta, así que vas a pedirme que te coja.

A esa altura Claudia era un río de lágrimas y tras vacilar unos instantes dijo por fin con la voz estrangulada por el llanto y sintiendo que los dedos de Blanca la aproximaban al orgasmo:

-Por favor, señora, quiero que... quiero que me coja...

-¡Jajajajajajajajajaja!... ¡Muy bien, puta, muy bien! ¡jajajajajajajajajaja! ¡Claro que voy a cogerte! –gritó Blanca triunfal sacándole los dedos de la concha. -¡Voy a cogerte por todos tus agujeros! –y la echó al piso, donde la joven, que no paraba de llorar, empezó a frotarse las nalgas a dos manos en procura de aliviar el doloroso ardor que sentía tras la paliza.

Blanca la dejó que descansara un poco y fue al dormitorio, abrió una de las puertas del placard y extrajo una pequeña bolsa de plástico azul sin logo alguno y de ella un envoltorio que deshizo con movimientos casi amorosos para encontrarse finalmente con el juguete que había comprado en el sex shop y que desde la víspera esperaba para entrar en acción.

Era un arnés con dos dildos de 20 por 3 centímetros, uno a cada lado de la base triangular de cuero, de símil piel y que resultaban imitaciones perfectas del miembro masculino. Dejó el arnés sobre la cama y volvió al comedor, donde Claudia seguía tirada en el piso y secándose el llanto con el dorso de la mano. Tomó la agarradera del collar y de un tirón la hizo poner en cuatro patas para luego llevársela al dormitorio. Le ordenó que trepara a la cama y cuando Claudia vio el arnés se puso tensa y la boca se le abrió en una expresión de asombro. Blanca se desnudó rápidamente, tomó el arnés y se introdujo en la concha, entre gemidos de placer, el dildo posterior, para luego ajustar la correa a su espalda. Subió a la cama y se ubicó arrodillada ante Claudia, la obligó a abrir la boca y le metió el dildo tan adentro que le provocó arcadas. La joven movió hacia atrás la cabeza tratando de librarse, pero Blanca la sujetó por la nuca y se lo impidió riéndose sádicamente mientras la cara de la joven se iba poniendo cada vez más roja. Por fin la soltó y Claudia echó hacia atrás bruscamente la cabeza aspirando con desesperación en medio de un acceso de tos. Blanca la rodeó hasta ponerse a sus espaldas, le separó las piernas, se arrodilló entre ellas y tanteando la concha de Claudia, que seguía chorreando, entreabrió los labios y metió el dildo en toda su extensión arrancándole a la joven un prolongado gemido. Al mover las caderas de atrás hacia adelante con Claudia ya bien ensartada y jadeando de placer, el otro dildo comenzó a hacer de las suyas en su propia concha y Blanca sintió que jamás había gozado tanto del sexo. Mientras aferraba a la joven por la cadera con una de sus manos, le metió la otra por debajo buscándole el clítoris y se puso a estimularlo con los dedos sintiendo como emergía del capullo y se ponía duro en tanto Claudia jadeaba cada vez más fuerte y corcoveaba como una yegua desbocada.

-Estás gozando ¿eh, perra puta? –la humilló su violadora. –Sí, estás gozando como nunca antes con ninguno de los noviecitos que tuviste... –y de pronto le sacó el dildo de la concha para darle otro destino. Quería completar el sometimiento sexual de Claudia tomándola por el culo y acabar mientras la gozaba de esa manera. Le entreabrió las nalgas con ambas manos y observó con expresión lujuriosa el pequeño y rosado orificio que se le antojó la entrada al paraíso, mientras la joven, superado ya definitivamente todo su temor a convertirse en lesbiana, le rogaba por más placer.

Blanca, al escuchar esas súplicas formuladas entre roncos jadeos casi animales, sintió que estaba bebiendo con deleite supremo el exquisito licor de la venganza, de esa venganza que había empezado a ansiar en aquellos tiempos en que soportaba el despotismo de la madre de Claudia cuando era la mucama de la casa y los desplantes habituales de esa jovencita caprichosa y altanera a la que ahora tenía a su merced en cuatro patas, como una perra. Respiró hondo y como un anticipo llevó un dedo a la entrada del culo de la joven y empezó a meterlo con sus labios curvados en una sonrisa cruel. Al sentir la incipiente penetración, Claudia lanzó un grito y se movió violentamente hacia un costado logrando expulsar el objeto extraño.

-¡¡¡No, señora!!! ¡¡¡ Por ahí no!!! ¡¡¡Soy virgen de la cola!!! ¡¡¡Por favor, no!!! –y extendió las manos unidas en gesto de ruego echándose de espaldas en la cama.

Blanca la miró con expresión de regocijado asombro y le dijo:

-Así que ninguno de tus noviecitos pudo tener lo que yo voy a tener ahora ¿eh?... pero mirá qué bien... Voy a comerme una colita virgen...

Claudia se puso a llorar y siguió suplicando inútilmente hasta que Blanca, ansiosa por gozar de inmediato ese manjar se le sentó a horcajadas sobre el pecho, puso sus piernas abiertas sobre ambos brazos de la joven extendidos hacia los costados y teniéndola así inmovilizada comenzó a darle cachetadas hasta que la dejó medio aturdida y los gritos de la pobre se habían transformado en débiles gemidos que el llanto sofocaba. Entonces la volvió a poner en cuatro patas, con las manos y la cara apoyadas en la colcha, tomó posición entre ambas piernas y dirigió el extremo del dildo hacia el codiciado orificio. Al sentir la punta amenazante, Claudia renovó sus ruegos y quiso moverse, pero Blanca se inclinó un poco hacia delante, le apoyó una mano firmemente en la parte de atrás del cuello y después de empujar un poco le fue metiendo el dildo hasta verlo desaparecer por completo dentro del culo mientras Claudia lanzaba un grito agudo que acompañó toda esa penetración.

Blanca empezó a mover las caderas y la joven sintió como si esa cosa le estuviera desgarrando las entrañas. Gritaba y gritaba mientras temía que la dolorosa presión del dildo yendo y viniendo por el angosto sendero hiciera estallar sus pobres nalgas en mil pedazos. Blanca, por su parte, en el extremo opuesto de las sensaciones, gozaba de un placer físico, sicológico y emocional tan intenso como jamás había conocido. Quería prolongar ese momento lo más posible mientras el dildo que tenía metido en la concha estimulaba sus nervios vaginales prometiéndole el mejor orgasmo de su vida. Comenzó a lentificar los movimientos de ida y vuelta de sus caderas y a hacer que el dildo saliera casi del culo de Claudia y después volviera a meterse cada vez hasta distintas profundidades. Poco a poco la joven iba dejando de gritar. Le costaba creer que ese dolor tan intenso que había sentido al principio estuviera transformándose de a poco en placer, en un placer que se hizo mayor cuando logró relajarse y creció aún más a partir de que su violadora, dándose cuenta de lo que ocurría, empezó a estimularle nuevamente el clítoris.

Blanca advirtió que su triunfo estaba siendo total y los gemidos y jadeos de goce que ahora salían de la boca de Claudia eran música para sus oídos. Cogiéndosela estaba dándole un intenso placer y esto le aseguraba definitivamente que esa presa tan codiciable ya no se le escaparía nunca. Podría dominarla a fondo y hacer con ella todo lo que se le antojara. En esa certeza se abandonó gozoza a los signos precursores del orgasmo que se avecinaba y siguió moviendo las caderas y estimulando el clítoris de Claudia.

-Así... sí, señora, sí... así... asííííí... –repetía la joven apretando sus nalgas contra el vientre de Blanca. Segundos después ambas se disolvían en un prolongado orgasmo y quedaban exhaustas y desmadejadas en la cama donde Blanca acababa de librar exitosamente la batalla final por la captura defintiva de su antigua patroncita.

(continuará)