La historia de Claudia (19)

Inés ultima los detalles de sus planes para con las dos esclavas que le había robado a Blanca y lanza a la cachorra a la caza de Paola.

La historia de Claudia (19)

Todo estaba listo ya en el departamento donde Inés iba a prostituir a sus dos esclavas.

Se trataba de un piso en un edificio antiguo y de categoría ubicado en Juncal entre Uruguay y Talcahuano, que Amalia conoció esa mañana en que Inés la llevó para que se familiarizara con su nuevo lugar de trabajo.

La puerta de entrada daba a un pasillo hacia la derecha donde se alineaban un baño y cuatro habitaciones, una de ellas, la principal, en suite, que el Ama se había reservado para ella.

A la izquierda estaba el living, de grandes dimensiones y con un balcón que daba a la calle.

Inés condujo a Amalia por las distintas habitaciones luego de permitirle que echara un vistazo al living, alfombrado en toda su superficie y en el cual había una gran mesa principal, dos sillones de tres cuerpos en forma de ele, dos lámparas de pie, varias sillas y una mesa ratona de forma rectangular y buen tamaño. A la izquierda, después de atravesar un corto pasillito, estaba la entrada a la amplia cocina.

Las habitaciones destinadas a las esclavas tenían un placard, una cama de dos plazas, una mesita de noche, un gran espejo de pie contra una de las paredes y una repisa en la cual habría varios dildos y vibradores a disposición de las clientas.

El Ama no consideró necesario mostrarle su cuarto y en cambio la introdujo en la habitación restante, que estaría destinada a la práctica del sado.

En cuanto entraron, Amalia se llevó una mano a la boca y abrió muy grandes los ojos, en un gesto de sorpresa que provocó la risa de Inés.

-Nunca habías visto algo así, ¿eh, Amalia?

-No, señora Inés... la... la verdad es que yo jamás vi cosas como éstas...

La habitación había sido dejada con ladrillo a la vista y el piso era de cemento. En las paredes colgaban grilletes de metal y collares sujetos con cadenas. De varios lugares del techo pendían cadenas con muñequeras de cuero cuyas ubicaciones se correspondían con tobilleras unidas al piso mediante una corta cadena, para tener a la víctima de turno sujeta por manos y pies. Contra la pared del fondo había una cruz de San Andres con grilletes en sus cuatro extremos. A la derecha se veía un cepo de madera oscura y a poca distancia un caballete también de color oscuro, con la parte superior acolchada y recubierta de cuero negro. Cada una de las patas tenía adosado en el extremo inferior un grillete de metal que se cerraba mediante un pequeño candado. Una de las paredes tenía una estructura de ménsulas con varios estantes de vidrio paralelos en los cuales se alineaban máscaras de cuero y de metal, mordazas de distintas clases, vendas para los ojos, cuerdas de diversos largos, esposas, pezoneras, varios velones, collares con cadena, brazaletes y tobilleras de sujeción y la máquina que ya Inés había usado con sus perras. El resto de esa pared estaba ocupada por pequeños ganchos de los que pendían látigos, fustas, paletas, strapps y varas. Había también un camastro de hierro, con un colchón y una almohada sin funda.

Amalia miró todo casi conteniendo la respiración, sintiendo que de la sorpresa pasaba al deslumbramiento, sobre todo ante esos instrumentos de castigo que de inmediato imaginó descargados sobre un buen culo.

Inés reparó en el efecto que esa habitación provocaba en la mujer, y se dijo satisfecha que sin duda iba a ser una muy buena regente.

El día anterior se había mudado allí luego de resolver satisfactoriamente la situación con su marido, llevando también la ropa y pertenencias de sus dos perras.

En verdad el hombre no pareció asombrarse ante la petición de divorcio de su esposa, a la que últimamente venía notando extraña, distante, amable pero fría y además cada vez más renuente a mantener relaciones sexuales. No intentó nada para convencerla de que reviera su decisión, ya que la conocía de sobra para saber que cuando resolvía algo era imposible conseguir que diera marcha atrás.

Inés había rechazado cualquier división de bienes en la certeza de que con la peluquería, la prostitución de sus perras y la venta de las dos casas de Claudia podría vivir holgadamente.

Esa misma noche fue con Amalia a buscar a sus esclavas a lo de Nelly, donde la noche anterior las había dejado en custodia.

Por supuesto que la mujerona no había desperdiciado la oportunidad y en cuanto Inés se retiró después de recomendarles que las tuviera a rienda corta, llamó a sus amigas para que entre todas usaran a las perras en una larga orgía. Sólo pudo ubicar a Rosario, que se hizo presente una hora después.

-Las tendremos a nuestra completa disposición hasta mañana a la noche, querida, así que será cuestión de gozarlas a fondo, ¿no te parece?

-¡Por supuesto, Nelly!... y qué pena que no estén también las otras chicas.

-Sí es cierto, pero por otra parte, así habrá más comida para nosotras... ¡jajajajajajajaja!...

-Me alegro, Nelly, porque te aseguro que estoy hambrienta, jejeje...

Y en ese clima de bromas obscenas ambas se dirigieron al living, donde Nelly tenía a ambas esclavas.

Claudia vestía su conjunto azul de chaqueta y falda, blusa blanca y zapatos negros de taco alto. Laura tenía puesta una camisola celeste con los botones desabrochados, remera blanca, minifalda de jean y zapatillas. Rosario se adelantó hacia ella con una sonrisa perversa:

-¡Ay, pero qué precioso está mi chico! –dijo tomándole la cara entre las manos y adelantando su boca con la intención de besarla. Laura se liberó con un gesto brusco, herida en su condición de mujer.

-Soy lesbiana, no un varón. –dijo con firmeza mientras Claudia la miraba temiendo que fueran a castigarla por semejante temeridad.

Rosario la aferró con fuerza por un brazo y le dijo a Nelly:

-Ay, ay,ay, es un chico tan lindo como insolente, ¿cierto?

-¡No soy ningún...! –se exaltó la cachorra y la protesta murió en su boca cuando Nelly le dobló la cara de un cachetazo:

-Como vuelvas a abrir el hocico te lo parto de una bofetada, ¿entendiste? -la amenazó y Laura, con los ojos llenos de lágrimas por la fuerza del golpe, se dijo que era prudente no volver a protestar.

-Le voy a sugerir a Inés que a veces la tenga vestida con saco y corbata... –dijo Rosario. –Estoy segura de que así vestida le volaría la cabeza a más de una...

La cachorra bajó la vista y se mordió los labios mientras secaba sus lágrimas con el dorso de la mano. La mujerona se acercó entonces a Claudia, que permanecía de pie, con las manos atrás y mirando al piso, le apoyó una mano con fuerza en medio del culo y le dijo mientras se deleitaba con la dureza de esa grupa.

-¿Y vos, querida? ¿vas a protestar por algo o te vas a portar bien?

-No, señora Rosario, me voy a portar bien.

-Así me gusta, y ahora las queremos en pelotas a las dos...

-Esperá. –intervino Nelly. –Que se desnuden una a la otra.

-Buena idea. – aprobó Rosario. –Bueno, ya oyeron... ¡Vamos! –y se sentó en el sofá junto a Nelly resueltas ambas a disfrutar del espectáculo.

Claudia fue hacia la cachorra y le quitó la camisola, ofreciéndose después para ser despojada de la chaqueta. Laura le sacó esa prenda y enseguida la falda dejándola desnuda de la cintura para abajo, ya que Claudia no llevaba ropa interior, como tampoco ella. Ambas seguían atrayéndose intensamente, por lo cual completaron la tarea temblando de excitación, respirando por la boca y con las conchas húmedas.

Nelly y Rosario las miraban hacer y al advertir la calentura de ambas esclavas la dueña de casa dijo sonriendo:

-Creo que vamos a encontrarlas mojadas, Rosario. ¿Te diste cuenta lo calientes que están?

-Sí, son como animales en celo...

-Bueno, vengan acá, a nuestros pies, putas...

Las dos obedecieron y entonces Nelly ordenó a Claudia que la descalzara y que la cachorra hiciera lo mismo con Rosario.

Ya sin las sandalias que ambas llevaban las esclavas debieron besarles los pies y mientras lo hacían Nelly dijo:

-No hay sensación comparable a la de ejercer el poder total sobre una hembra. ¿No te parece, Rosario?

-Estoy de acuerdo, querida. Verlas a éstas besar así nuestros pies simplemente porque se lo hemos ordenado me produce un intenso placer.

-Sí, y ahora van a lamerlos... ¿Oyeron, perras? Queremos sentir sus lenguas en nuestros pies, a todo lo largo y entre los dedos...

Sin chistar, Claudia y Laura se aplicaron de inmediato al cumplimiento de la orden. Ambas se sentían humilladas y precisamente por eso experimentaban un profundo y oscuro placer en su condición de esclavas de raza.

Sostenían el pie entre sus manos un poco en alto y deslizaban sus lenguas por toda la superficie hundiéndola cada tanto entre los dedos, lo que provocaba gemidos de goce en ambas dominantes que alternativamente contemplaban a las jóvenes o se echaban hacia atrás en el sofá, entre jadeos mientras se sobaban las tetas con fuerza. En medio de tales menesteres Rosario dijo con voz algo enronquecida:

-Ay, Nelly... estoy muy cachonda... -y comenzó a desprender los botones de su blusa. Se quitó esa prenda apresuradamente y después el corpiño, mientras sus mejillas se veían rojas de calentura.

-Yo también, querida... –dijo Nelly, y agregó: -Hagamos que se cojan... será un hermoso espectáculo...

Sí... hagamos que este lindo chico que me está lamiendo los pies se coja a su amiguita –sugirió Rosario mientras echada hacia atrás seguía sobándose a dos manos sus grandes tetas.

En medio de los lengüetazos al pie de Rosario, la cachorra reprimió una queja por ese empecinado tratamiento de varón que la mujerona le daba y prefirió pensar en el placer que obtendría cogiéndose a Claudia.

-Esperá. –dijo Nelly y levantándose con algún esfuerzo fue hasta su dormitorio, del que volvió trayendo un arnés con un dildo de considerables dimensiones.

-Parate. –le ordenó a Laura.

-Vos en cuatro patas. –dijo Rosario dirigiéndose a Claudia con tono imperativo.

-Si, señora Rosario. –contestó la joven al tiempo que se excitaba aún más pensando en la cogida que le daría la cachorra.

Nelly le colocó el arnés a Laura, que temblaba de calentura, y le dijo:

-Mirá, nenita, mirá qué buena hembra tenés a tu disposición... Mirá que gran culo tiene...

-Separá las rodillas. –le ordenó Rosario a Claudia y cuando ésta lo hizo Nelly le ubicó a la cachorra arrodillada entre las piernas. Inmediatamente hundió dos dedos en la concha de Claudia y los sacó empapados de flujo con el cual untó el dildo para después meterlos en la boca de Claudia:

-Limpiámelos bien. –le ordenó, y Claudia chupó esos dedos tragándose los restos de sus propios jugos.

Nelly volvió a sentarse y le dijo a Rosario:

-No te imaginás lo mojada que tiene la concha esta puta.

Y Rosario se dirigió a la cachorra:

-Bueno, rico, dale, metele ese juguete en el culo...

Laura apoyo una mano en el borde las anchas caderas de Claudia y con la otra tomó el dildo y lo llevó hacia el objetivo, ese pequeño orificio rosado que a priori parecía incapaz de contener semejante volumen.

Enpujó un poco mientras Claudia comenzaba a jadear, hambrienta de goce, y por fin, después de algún esfuerzo, comenzó a penetrarla despacio, conteniendo al principio la respiración hasta que el dildo estuvo por completo dentro del culo.

-Aaaahhhhhhhhhhhhhhhh... gimió largamente Claudia al sentir esa presión entre dolorosa y placentera. Laura apoyo ambas manos en las caderas que se balanceaban a derecha e izquierda y empezó a moverse al ritmo que le dictaba su excitación.

Desde el sofá, ambas mujeronas seguían la escena muy calientes, deslumbrada por el espectáculo de alto voltaje erótico que ofrecían ambas esclavas.

Rato después, cuando advirtieron que el orgasmo se aproximaba, se lanzaron sobre ellas y las separaron brutalmente entre las protestas y súplicas de ambas perras que ellas respondieron con carcajadas y burlas crueles:

-¡Basta, putas calentonas! ¡¿O creen que van a acabar antes que nosotras?!

-¡¿Qué se han creído que son?! –completó Nelly. -¡Son sólo miserables esclavas! ¡Meros animales y no tienen más derechos que los que nosotras les concedamos! ¡¿Está claro?! –y no contenta con humillarlas de tal manera las abofeteó duramente hasta que el dolor de esos golpes y la enorme tensión sexual no satisfecha las precipitó a un llanto maníaco.

Mientras Rosario quedaba en el living con Claudia sollozando en el piso, Nelly arrastró a Laura hacia el baño y allí le hizo lavar cuidadosamente el dildo. Después la llevó al domitorio, eligió un vibrador de 22 centímetros por 3 y con ese elemento sostenido por la cachorra entre los dientes volvieron al living, donde Rosario estaba ya metiéndole mano a Claudia que gemía roncamente, como animal en celo.

-La concha de ésta es una catarata. –dijo la mujerona sonriendo perversamente.

-Pues tendrá que aguantarse y como se le ocurra acabar le voy a dar con un cinto hasta despellejarle el culo. –amenazó Nelly.

-Bueno, quiero que nos hagan gozar ya mismo. –dijo Rosario y empezó a desvestirse apresuradamente imitada por la dueña de casa. Cuando ambas estuvieron desnudas Rosario se adelantó hacia la cachorra y rodeándole la cintura con ambos brazos le dijo mientras le deslizaba la punta de la lengua por una mejilla:

-Ahora mi lindo varoncito me va a coger y me a hacer gozar mucho... ¿cierto, precioso?

Laura volvió a sentirse lastimada sicológicamente, pero le temía a esa mujerona y prefirió no protestar. En cambio se mordió con fuerza el labio inferior y dijo:

-Sí, señora Rosario...

Mientras tanto, Nelly yacía en el piso de espaldas y con las piernas encogidas y bien abiertas, ofreciéndole a Claudia, que empuñaba el vibrador, su concha cuyos labios mostraban el brillo de los jugos que habían empezado a brotar.

-Vení, perra, vení... arrodillate ante mí y empezá a darme placer...

La esclava accionó el vibrador a máxima velocidad y luego de hincarse entre los muslos de Nelly apoyó la punta en la parte alta de los labios, los entreabrió con dos dedos de la mano y se puso a estimular el clítoris hasta que éste emergió duro y agrandado por la calentura.

Claudia apoyó allí el extremo del vibrador y la mujerona corcoveó exhalando un prolongado gemido.

A escasos metros, la cachorra tenía penetrada por el culo a Rosario, que se había puesto en cuatro patas y gritaba sintiendo dolor y placer al mismo tiempo ante los furiosos embates de la esclavita, que se vengaba así, de manera tan limitada ante la ausencia de otras posibilidades, de la violencia emocional a la que era sometida por esa mujer que la trataba como si fuera un varón.

Por un momento, Laura pensó ocuparse también de la concha de Rosario, pero se dijo que eso le habría deparado un goce complementario que no quería proporcionarle. Siguió entonces cogiéndola cada vez más furiosamente por el culo, arrancándole gritos algo roncos y haciéndola corcovear ininterrumpidamente.

A todo esto, Nelly estaba a punto de acabar en manos de Claudia, que además de trabajarle la concha con el vibrador, le estimulaba el clítoris con dedos endiabladamente hábiles y sensibles.

-Así... así, perra, así... así... –gemía la mujer moviéndose de un lado al otro y de abajo hacia arriba, arqueándose sudorosa en el paroxismo de la calentura que exigía ser satisfecha. Por fin explotó en el orgasmo y lanzó un largo grito mientras Rosario se derrumbaba en el piso tras acabar entre convulsiones y jadeos, con las manos de la cachorra aferradas a su caderas y el dildo hundiéndose totalmente en una violenta embestida final.

Poco después, cuando Nelly y Rosario se habían recompuesto de tanto trajín, se llevaron a las esclavas a los dormitorios. Nelly con Claudia y Rosario con la cachorra, dispuestas a seguir gozándolas hasta no dar más.

A la noche siguiente cuando Inés llegó en busca de sus esclavas, Nelly las tenía ya listas esperando de pie en el living, con las piernas juntas, la cabeza gacha y las manos atrás.

-¿Se portaron bien, Nelly? –quiso saber el Ama.

-Sí, querida, muy bien. Anoche Rosario y yo estuvimos cogiéndolas y no tengo quejas. Hoy las usé como sirvientas y me dejaron la casa hecha un espejo. La verdad es que ya son como animales amaestrados. Se puede hacer con ellas lo que una quiera y además son muy putas, Inés, calentonas como perras en celo, jejeje.

El Ama escuchó con satisfacción el informe y poco después se retiró con Amalia llevándose a las esclavas. Una vez en el departamento les hizo conocer sus habitaciones, en cuyos placares había guardado la ropa y demás pertenencias de ambas. Luego se las llevó al living y mientras ella y Amalia bebían café que había preparado Claudia, puso a las dos esclavas al corriente de sus planes, aunque le ocultó a Claudia su idea de venderle las dos propiedades:

-Bueno, perras, a partir de ahora comenzará para ustedes una nueva vida. Vivirán por y para mí. Todo los días recibirán a varias mujeres que pagarán por tenerlas en la cama. Por si no quedó claro, voy a prostituirlas en mi beneficio.

Ambas esclavas permanecieron en silencio, sintiendo lo mismo. Ya habían sido entregadas por Blanca, incluso mediante una subasta. Que ahora se las entregara a diario por dinero no alteraba las cosas. Además sentían que era cierto cuando se las llamaba perras en celo. Les fascinaba coger y ser cogidas y no estaría nada mal hacerlo a diario con distintas mujeres.

Después de explicarles el destino que les esperaba, Inés se dirigió a Laura:

-¿Cuándo tenés clase en la facultad, cachorra?

-Los miércoles, jueves y sábados, Ama.

-Muy bien, ya sabés lo que espero de vos. Te quiero en plan seductor con toda compañerita que valga la pena. ¿Entendido?

-Sí, Ama.

-Pero antes que nada te vas a ocupar de esa tal Paola. Si está tan loca por vos como le dijiste a Blanca y te movés con inteligencia no creo que te resulte difícil atraparla. ¿Cómo es físicamente?

-Es muy linda, Ama. Un poco más alta que yo, delgada, de cabello castaño, largo, y con muy buen cuerpo. –evocó la cachorra.

-¿Qué edad tiene?

-Creo que tiene veinte, Ama.

-Mmmmm... todo un bocadito... –dijo Inés relamiéndose. -¿Sabés algo más de ella? ¿Vive sola?

-No, Ama, me parece que los padres están separados y ella vive con la madre.

-Bien, putita, hoy es martes así que mañana mismo empezás tu trabajo con ella.

-Sí, Ama, lo que usted diga. –aceptó Laura excitada por el recuerdo de Paola y ansiosa por entrar en acción.

-Bueno, Amalia, ahora llevátelas a la cocina para que coman algo, después las acostás y podés retirarte. –instruyó Inés y se fue a su habitación dejando a ambas esclavas en manos de la mujerona.

Esa misma noche publicó en dos páginas de Internet un aviso ofreciendo exclusivamente a mujeres los servicios arancelados de sus perras, y lo mismo hizo al día siguiente en la sección clasificados de un diario de gran circulación.

Cuando a las 10 de la mañana llegó la mucama que había contratado en una agencia de colocaciones para que se ocupara día por medio del aseo del departamento, ya Amalia tenía recluidas a Claudia y a Laura en la habitación sado, que causó en ambas una fuerte impresión.

Durante las tres horas que estuvieron allí se lo pasaron observando cada objeto en medio de sensaciones contradictorias de miedo y excitación. Más de una vez estuvieron a punto de usar alguno de los dildos y vibradores, pero el miedo de ser descubiertas contuvo esos impulsos, aunque por supuesto no evitó que cuando la regente las devolvió a sus cuartos ambas tuvieran la concha empapada.

Claudia pasó las horas de la siesta en la cama con Inés y a las siete y media de la tarde Laura partió hacia la facultad.

Cuando se dirigía al aula Paola salió a su encuentro con una expresión de ansiedad en la cara y la besó muy cerca de los labios:

-Te extrañé, Laura... –le dijo respirando agitadamente. –Te extrañé mucho, me moría por verte...

-Después de la clase te espero en el bar de la esquina. –contestó la esclavita con estudiada frialdad aunque el corazón le latía aceleradamente, y siguió su camino.

Muy poca atención prestaron ambas a lo que el docente decía durante la clase. Paola no dejaba de mirar a la cachorra y ésta, que continuaba en plan cacería, la ignoraba fingiendo concentrarse en las explicaciones del profesor aunque en realidad meditaba sobre cómo iba a comportarse y lo que le diría a su presa cuando se encontraran en el bar.

Finalmente se hizo la hora y Laura abandonó presurosamente el aula. Quería que Paola fuera tras ella urgida por el deseo, indefensa y lista para ser atrapada.

Una vez en el bar se ubicó en una mesa del fondo y espero la llegada de la chica, que entró muy poco después. Pidieron café y Paola fue la primera en hablar:

-Ay, Laura, estos días se me hicieron interminables... Por favor, contestame lo que quedó pendiente...

La cachorra la miró entornando un poco los ojos, sonrió con algo de crueldad y dijo:

-Mirá que sos impaciente, ¿eh?... ¿Sabés lo que recuerdo ahora, viéndote así, tan ansiosa?... Recuerdo cómo sufría yo cuando una y otra vez te insinuaba la atracción que sentía por vos y vos siempre me rechazabas y hasta te permitías alguna ironía... ¿Te acordás de eso, Paola?

La chica parecía a punto de ponerse a llorar. Tomó entre sus manos una mano de Laura, que ésta retiró de inmediato, y herida hondamente por ese gesto dijo:

-Laura, perdoname, por favor, perdoname... ya te expliqué por qué actuaba así...

-¿Y ahora qué?... ¿Ya no tenés miedo de haber descubierto que sos lesbiana?

-No... –contestó Paola mirándola fijamente. –Lo único que siento es que te deseo... ¡Te deseo desesperadamente, Lau!... –y la cachorra vio dos lágrimas deslizándose por las mejillas de su presa. Entonces, ya segura de su triunfo, dijo:

-¿Ah, sí? ¿y qué estarías dispuesta a hacer para tenerme?

-¡Cualquier cosa, Lau! ¡cualquier cosa, de verdad! –contestó Paola casi gritando mientras intentaba otra vez vanamente tomar las manos de la cachorra entre las suyas.

-Bueno, mirá –dijo Laura echándose hacia atrás en la silla. –Yo sigo caliente con vos, pero hay un problema. Soy sumisa, o mejor dicho, soy esclava, ¿sabés de qué se trata, no? –Paola asintió con la cabeza y la cachorra siguió hablando:

-Tengo Ama y ya no soy dueña de mí misma. Le pertenezco a ella, soy de su propiedad y no puedo hacer nada sin su consentimiento. La verdad es que me gustaría irme a la cama con vos ahora mismo, pero no puedo sin que mi Ama me autorice.

-Laura, pero...

-Le hablé de vos a mi Ama, le confesé lo que siento y me dijo que antes de permitir una relación entre nosotras quiere conocerte.

En el rostro de la chica se dibujó una expresión de inquietud al intuir que estaba adentrándose en terrenos tortuosos. La cachorra la advirtió vacilante y le dijo:

-¿No era que estabas dispuesta a hacer cualquier cosa para tenerme?

-Sí, pero es que...

-¿Qué?

-No sé, tengo miedo, no sé...

-Bueno, entonces no hay nada más de qué hablar. –dijo la esclavita e hizo un gesto llamando al camarero.

-¡No, espera! –rogó Paola.

-No me hagas perder tiempo. –exigió Laura y cuando el camarero se acercó le dijo que se quedarían un rato más. El hombre se alejó con expresión malhumorada y Paola, secándose las lágrimas con el dorso de una mano, dijo inclinando la cabeza:

-Está bien... está bien, Lau... presentame... presentame a tu Ama...

La cachorra sonrió mientras sentía que una fuerte tensión la invadía toda. Sacó una agenda de su mochila y dijo:

-Dame tu teléfono. Voy a hablar con mi Ama y te llamo para decirte dónde y cuándo la verás.

Una vez con el número en su poder llamó al camarero, pagó la consumición, besó a Paola en los labios y abandonó el lugar dejando a la chica estremecida por fuertes y contradictorias emociones.

Inés la estaba esperando en el living y acogió con perverso entusiasmo las noticias que su esclavita le comunicó arrodillada a sus pies:

-¡Muy bien, cachorra! ¡Estuviste muy bien! Mañana mismo llamala y decile que la espero aquí el sábado a las siete de la tarde. Vos ya no vas a ir a la facultad esta semana, así al no verte se vuelve más loca todavía.

-Sí, Ama, lo que usted disponga.

El sábado, poco antes de las 7 de la tarde, Amalia recluyó a Claudia en su habitación y a la hora convenida Paola llamaba a la puerta del departamento de Inés. Fue recibida por Amalia, que la condujo al living donde el Ama estaba sentada en un sofá con Laura arrodillada a sus pies, vestida pero con un collar cuya cadena sostenía el Ama.

-Bienvenida, querida. –saludó Ines alentándola a que se acercara.

Paola lo hizo lentamente, impresionada por el espectáculo. Vestía una pollera marrón, blusa color crema, sin mangas, y zapatos también marrones de tacos medios. De su hombro pendía una cartera del mismo color.

Inés la observó de arriba abajo, descaradamente, y le dijo sonriendo:

-Mi cachorra te describió muy bien... Sos muy hermosa, ¿lo sabías? –e inmediatamente, con gesto imperativo, le ordenó que dejara la cartera en el piso y se sentara junto a ella.

Paola obedeció sintiendo que el momento la trascendía dejándola desarmada ante esa mujer de mirada penetrante y modales autoritarios.

-Bueno, contame. –le dijo Inés. -¿Así que te gusta mi esclavita?

-Señora, yo... –musitó Paola con la cabeza gacha y cada vez más nerviosa.

-Te hice una pregunta, querida, y cuando pregunto se me contesta. –la apremió Inés.

-Sí, señora... Laura me gusta... me gusta mucho...

-Bueno, te entiendo... mi cachorra es muy linda... ¡y si vieras lo buena que es en la cama!...

-Señora, yo... yo no sé qué hago aquí...

-¡Vamos, Paolita! ¿te estás burlando de mí?... no te lo aconsejo... Sabés muy bien por qué estás aquí. Estás aquí para que yo te autorice a acostarte con Laura. –dijo Inés crudamente haciendo enrojecer a la chica. –No tengo inconvenientes, claro que deberás aceptar mis condiciones.

-¿Condiciones?... ¿qué... qué condiciones? –tartamudeó la chica mientras Inés la tenía tomada de la barbilla con el pulgar y el índice de su mano derecha.

-Vamos por partes. En principio quiero que te desnudes.

La sorpresa ante semejante orden crispó el rostro de Paola, que se echó atrás con los ojos muy abiertos.

-¿Desnudarme? –preguntó con un hilo de voz.

-Sí, querida, quiero que te desnudes... que te saques toda la ropita... ¿es que no fui clara?... quiero verte completa...

-Pero...

-¿Qué pasa? ¿te da vergüenza?... bueno, en ese caso te comprendería, mi querida... ¿te acompaño hasta la puerta? –dijo Inés incorporándose.

Paola sintió una profunda angustia y la miró con ojos suplicantes:

-No.... ¡No, señora! ¡Nooooo!... no...

Inés le acarició la cabeza mientras empezaba a paladear el goce de saber que la muy codiciable presa estaba atrapada.

-Bueno, mi preciosa, ¿te quedás, entonces?

-Sí... sí, señora, me quedo...

-Bien, queridita, muy bien... hacé lo que te ordené. –le dijo Inés, y se arrellanó en el sofá dispuesta a gozar del espectáculo.

Paola clavó la vista en el piso y con las mejillas rojas empezó por la blusa. Desabrochó lentamente un botón tras otro, temblando, y cuando la prenda estuvo sobre la alfombra se quitó la pollera, después el corpiño y por último la tanga, presa al mismo tiempo de la calentura, la vergüenza y el temor.

"¡Dios mío! ¡¿en qué me estoy metiendo?!" se dijo.

-Los zapatos también, querida. –le ordenó Inés mientras envolvía en una mirada ardiente ese cuerpo magnífico, de formas perfectas, mórbidas y armoniosamente redondeadas.

Laura también la miraba, tragando saliva incesantemente y respirando con fuerza por la boca.

-Poné las manos en la nuca y date vuelta, queridita. –dijo Inés, y la joven lo hizo sintiendo sus mejillas humedecidas por las lágrimas que habían empezado a brotar de entre los párpados entornados.

-Muy bien, Paola... muy bien... –aprobó el Ama. -me gustan las chicas obedientes. Y ahora voy a decirte cuáles son las condiciones que te impongo para permitirte que te acuestes con la cachorra. Ella tiene un precio, ¿sabés?... pero no en dinero. El precio que vas a pagar es tu entrega, querida, tu entrega a mí como esclava.

Paola sintió que las piernas le temblaban. Quiso hablar, expresar el sentimiento perturbador que la embargaba, pero no pudo pronunciar palabra alguna. Sólo sollozaba mirando alternativamente a Inés y a Laura, en cuyos labios veía una sonrisa inquietante, entre lo angelical y lo perverso.

Estaba sintiendo algo extraño, algo que había empezado a cobrar forma cuando intuyó que Laura era una sumisa y que ahora se hacía cada vez más fuerte y la iba abarcando toda, poco a poco, irremediablemente, dejándola indefensa en manos de esa mujer que le exigía ser su esclava.

-Es la única forma en que vas a tener a mi linda cachorrita. –dijo Inés.

-Está bien, señora... seré suya... seré su esclava... –murmuró Paola y tuvo la certeza de que no se entregaba sólo para gozar de Laura. A través de esa mujer que sería su Ama había descubierto que ella misma era también una sumisa.

Había leído algunos relatos y por ellos supo que esa condición implicaba castigos, humillaciones y sometimiento sexual. Sintió miedo, pero debió reconocer que a la vez la situación que estaba viviendo la excitaba. En ese momento se encontró deseando a Laura más que nunca, pero no sería la cachorra quien la iniciaría en el sexo lésbico.

-Buena decisión, queridita. –le dijo Inés y poniéndose de pie fue hacia ella, que tenía un brazo cruzado sobre los pechos y se cubría la concha con la otra mano.

-No es ésa una posición correcta en una esclava cuando está ante su Ama. –observó Inés y le ordenó que pusiera las manos atrás.

Paola vaciló, avergonzada por su desnudez. El Ama decidió entonces que debía darle una buena lección, para que esa novata supiera desde un principio cómo serían las cosas.

-¡Amalia! –llamó en voz alta. La regente entró segundos después y fue hacia ella sin dejar de mirar a la muchacha desnuda, que temblaba visiblemente mientras seguía cubriéndose a medias con la precaria ayuda de sus brazos.

-Ésta es mi nueva perra. –dijo Inés.

-Es muy hermosa. Digna de usted, señora. –opinó Amalia observando de arriba abajo a Paola.

-SÍ, pero hay un problema. Le di una orden y no me obedece. ¿Qué creés que debemos hacer con ella?

La regente adivinó para qué se la había convocado y empezó a relamerse.

-Castigarla, señora Inés. Es así como se debe educar a una chica desobediente. –contestó mientras pensaba en la habitación sado y en todos esos instrumentos correctivos que había visto allí.

-No... por favor, no... No me hagan nada... ¡por favor!... –suplicó Paola al borde del llanto mientras miraba a la cachorra como buscando en ella una protección que no tendría.

-Se lo ruego, señora Inés... no me castigue, por favor, no me castigue... ya no me tapo, ¿ve? ya no me tapo... dijo después de llevar sus manos atrás en un vano intento por escapar de lo inevitable .

-Es tarde, queridita. –fue la dura respuesta del Ama. –Llevémosla a la sala de castigo, Amalia, y vos vení también, cachorra, quiero que presencies lo que le va a pasar a tu admiradora, jejeje...

-¡No, nooooooo! –gritó Paola angustiada, y movida por la desesperación quiso salir del living a la carrera. Amalia demostró entonces una agilidad insospechada en alguien de sus años y su corpulencia. La atrapó rápidamente aferrándola por el pelo y atrayéndola hacia ella de un violento tirón le cruzó un brazo por delante de la cintura y la pobre no alcanzó a defenderse de la fuerte cachetada que le dio Inés.

-No agraves tu situación, perra estúpida... –le advirtió el Ama y luego dijo, impaciente:

-Vamos de una buena vez, Amalia.

Cuando por fin lograron meterla en la temible habitación, Paola miró todo aquello con los ojos agrandados por el terror y volvió a prorrumpir en gritos y súplicas mientras lloraba a mares cubierta por un sudor frío.

-Que sea en el caballete, Amalia, con el instrumento que vos elijas. –indicó el Ama y entonces la regente colocó allí a Paola, le sujetó muñecas y tobillos con los cuatro grilletes y una vez que la tuvo inmovilizada se volvió hacia Inés:

-Me gustaría usar una vara, señora.

-Adelante... –autorizó el Ama mientras miraba lascivamente a Paola, que inclinada en el caballete exhibía el encanto de sus nalgas redondas, carnosas, y la belleza de sus piernas largas y admirablemente torneadas. Tanta desesperada resistencia parecía haberla agotado y ahora se limitaba a sollozar, como resignada a su suerte.

Laura, sentada en el borde del camastro, con los codos en las rodillas y la cara entre las manos, la miraba también cada vez más excitada y conteniendo el impulso de echarse sobre ella. La desnudez de Paola y su indefensión la tenían muy caliente y con ganas de satisfacer de una vez por todas el deseo que experimentaba por ella desde hacía tanto tiempo.

Amalia ya estaba ubicada detrás de Paola empuñando una vara de noventa centímetros de largo por uno de diámetro, a la que acariciaba casi amorosamente mientras mantenía sus ojos clavados en el culo de la joven. Inés cubrió los ojos de la víctima con un lienzo que anudó en la nuca.

-Ahora sí es toda tuya, Amalia. –dijo, y se sentó en el camastro junto a Laura.

En ese momento Amalia hizo silbar la vara en el aire varias veces y la apoyó después sobre las nalgas estremecidas de Paola, dando algunos golpecitos luego de los cuales pegó el primer azote.

-¡¡¡Aaaaayyyyyyyyyyyyyyy!!! –gritó la joven moviéndose todo lo que le permitían los grilletes que la sujetaban.

La mujerona respiró hondo, excitadísima emocionalmente al estar usando por primera vez un instrumento de castigo que, al parecer, resultaba muy efectivo, a juzgar por el grito de la víctima y esa marca rojiza que cruzaba sus nalgas.

-Seguí, Amalia... –indicó Inés. La mujerona apoyó entonces la vara sobre ambas redondeces, la deslizó a derecha e izquierda varias veces y finalmente descargó un segundo golpe. Paola volvió a gritar, torturada por un dolor agudo que se alargó y se hizo aún más intenso al caer sobre sus carnes el tercer azote.

La regente hizo una pausa y luciendo en su rostro todo el intenso placer que estaba sintiendo se deleitó por un instante contemplado ese hermoso culo surcado por tres marcas rojizas, mientras Paola lloraba mezclando súplicas inútiles.

Luego la paliza siguió. A pesar de que Amalia nunca antes había manejado una vara, demostraba una extrema habilidad originada quizás en su fuerte vocación e instinto de spanker. Golpeaba alternativamente en una y otra de las nalgas, haciendo pausas de distinta duración y por momentos sin intervalo alguno entre azote y azote, arrancándole en esos casos a la supliciada verdaderos aullidos.

A Inés, el silbar de la vara en el aire, el inmediato restallar sobre la carne, los gritos y súplicas de Paola le sonaban a música. La cachorra, entretanto, miraba la escena con la respiración agitada y estremecida por sensaciones opuestas de compasión y goce, al tiempo que se iba excitando cada vez más y crecía en ella el deseo de poseer a la chica.

El culo martirizado se veía ya bien rojo y en algunos sectores mostraba delgadas líneas de inflación. La mujerona alzó el brazo una vez más y estaba a punto de volver a golpear cuando Inés la detuvo:

-Está bien, Amalia. Creo que ya es suficiente. –dijo y se acercó a la joven, que seguía llorando. Le enderezó la cabeza tomándola del pelo y vio entonces sus mejillas manchadas por el maquillaje que las lágrimas habían extendido por ellas.

-¿Estoy en lo cierto, queridita? ¿Ya es suficiente o tenemos que seguir dándote para que no vuelvas a desobedecerme?

-No... no, señora... no me... no me peguen más... por favor... –murmuró Paola con una expresión de angustia.

-Eso va a depender de tu conducta, nena. ¿Vas a ser obediente de aquí en adelante?

-Sí, señora, sí... se lo juro...

Inés dobló entonces la apuesta y le dijo:

-O tal vez prefieras renunciar a tu esclavitud... y también a la cachorra, por supuesto.

Paola inhaló con ansiedad por la boca y con los ojos cerrados respondió:

-No... no renuncio... no renuncio...

Inés le pegó una cachetada:

-¿A quién le estás hablando, putita?

-¡Aayyy!... no, no renuncio, señora Inés... –dijo la joven en medio del llanto que seguía agitándola.

-Ama. –corrigió Inés con tono helado.

-No renuncio, Ama... –repitió Paola provocando en la mujer una honda satisfacción por el éxito absoluto de la cacería. La presa ya era suya por completo.

-Muy bien, queridita. –le dijo Inés y empezó a modificar el trato para con la joven, movida por la estratégica intención de ir enseñándole que el dolor y el placer que iba a experimentar en su condición de esclava dependerían de su comportamiento.

Le acarició las mejillas, la besó fugazmente en los labios y su boca se deslizó después por los cabellos hasta llegar a la espalda y comenzar a recorrerla lentamente con besos y toques húmedos de la lengua que estremecían a Paola transportándola poco a poco al territorio del goce, un goce que empezaba a compensarla de tan intenso sufrimiento.

El Ama hizo una pausa:

-Podés retirarte, Amalia. –dijo. La regente devolvió la vara a su lugar y abandonó la sala cuando Inés, con una seña, le indicaba a Laura que se acercara. Por orden de su Ama, la esclavita liberó a Paola de los grilletes que la habían mantenido sujeta al caballete y luego entre ambas la llevaron hasta el camastro, sobre el cual la acostaron de espaldas. Repentinamente Inés se acordó de Claudia y quiso sumarla a lo que venía. Le ordenó a Laura que fuera a buscarla y mientras tanto se sentó en el borde del camastro y apoyó las manos en las tetas de su nueva esclava. Tetas redondas y paradas, con pezones rosados en el medio de dos grandes y suaves aureolas.

Claudia dormitaba desnuda cuando la cachorra entró en la habitación y la despertó sacudiéndola por los hombros:

-Vamos, Clau, despertate que tenemos a Paola en la sala de castigo y el Ama quiere que vayas.

Claudia abrió los ojos y la miró un poco confundida en medio de la bruma del sueño, frotó sus párpados con los dedos, para despabilarse, y se sentó en la cama.

-¿Qué pasó? –quiso saber. –Antes de quedarme dormida escuché gritos...

-Sí, no te imaginás la páliza que le dio la señora Amalia con una vara...

-Así que al final pudiste cazarla...

-¡Sí! ¡Y ahora que la vi desnuda estoy más caliente que nunca con ella!... ¡No sabés lo buena que está!... Bueno, pero vamos, Clau... ¡Vamos! –y ambas se dirigieron presurosas a la sala contigua.

Cuando entraron, el Ama estaba desnuda entre las piernas de Paola, inclinada hacia delante con su cara sobre los pechos de la esclava, sorbiendo, lamiendo, mordisqueando los pezones mientras la joven jadeaba y gemía entregada absolutamente al goce de su primera experiencia lésbica.

Al percibir la presencia de Claudia y Laura, el Ama le ordenó a la cachorra que se desnudara y luego que ambas se sumaran a la acción. Se incorporó dejando a Paola ronroneando como una gata en celo, se colocó rápidamente un arnés con dos dildos introduciéndose de inmediato uno de ellos en la concha ya empapada y volvió de inmediato a ubicarse entre los muslos de la joven.

-Ama, me arde la cola... me arde mucho... –le dijo Paola como sugiriendo un cambio de postura para no sufrir el roce del colchón en su castigado culo.

-Ponete en cuatro patas. –le ordenó Inés, y cuando la tuvo así dispuso que Claudia y Laura comenzaran a ocuparse de las tetas de Paola.

Eso hicieron, arrodilladas a cada lado del camastro, y entre esos dedos hábiles los pezones de la novata se endurecieron rapidamente. El Ama le inspeccionó la concha metiendo en ella dos dedos que retiró mojados de flujo para meterlos después en el orificio anal. Paola corcoveó al sentirse penetrada, pero entre Claudia y Laura la inmovilizaron firmemente para permitir que Inés reemplazara los dedos por el dildo, que después de algunos embates entró por completo en la estrecha gruta.

Laura dejó a Claudia a cargo de las tetas de Paola y unió sus labios a los de la joven, en un beso anhelado durante meses, un beso que juntó sus lenguas calientes y húmedas en un instante suspendido al margen del tiempo. Con esas manos en sus tetas, el culo estremecido de placer por el ir y venir del dildo y su boca fundida con la boca de la deseada cachorra, Paola se sentía inmersa en un placer que jamás había podido imaginar tan intenso y exquisito, y cuando el Ama empezó a estimularle el clítoris con dedos experimentados y hábiles que alternaban sabiamente suavidad y presión, se vio atrapada en un vértigo de sensaciones poderosas y embriagadoras; hembra en manos de hembras que la enloquecían de goce hasta precipitarla en un orgasmo estremecedor, interminable, al que se entregó temblando de pies a cabeza hasta derrumbarse boca abajo sobre el colchón con Inés sobre ella, jadeando luego de la explosión de placer culminante que le había deparado el dildo interior del arnés metido en su concha.

Claudia y Laura permanecían calientes e insaciadas, con sus nidos inundados de flujo, y entonces, sin pensarlo, se echaron al piso buscándose las conchas, besándose, lamiéndose, mordiéndose presas de la más violenta excitación, jadeando como animales en celo, cubiertas de sudor, hasta que con sus conchas y culos penetrados por dedos que avanzaban y retrocedían sin cesar acabaron entre convulsiones y gritos enronquecidos.

Poco a poco todas fueron recuperándose y entonces Inés se dispuso a reinstalar el orden. Se sentó en el borde del camastro, les ordenó a las esclavas que se arrodillaran ante ella y dirigiéndose a Paola le dijo:

-A vos te tengo prometida a la cachorra como premio por haberte conseguido para mí, así que vas a pasar la noche aquí con ella. Andá al living y llamá a tu mamita para decirle que te quedás estudiando en la casa de una compañera.

-Sí, Ama. –dijo Paola con el corazón desbocado ante la promesa de esa noche tan ansiada, y dejó la habitación frotándose las nalgas que aún le ardían, y mucho, por los varillazos de la regente.

(continuará)