La historia de Claudia (15)

Y mientras Claudia pasaba por esas tribulaciones como prisionera de Elina hasta la noche siguiente, Laura era llevada por Natalia y Jimena a casa de ésta última después de que Blanca instruyera a ambas sobre la necesidad de que no la malacostumbraran, dado que era una sumisa y debía ser tratada como tal.

La historia de Claudia (15)

Y mientras Claudia pasaba por esas tribulaciones como prisionera de Elina hasta la noche siguiente, Laura era llevada por Natalia y Jimena a casa de ésta última después de que Blanca instruyera a ambas sobre la necesidad de que no la malacostumbraran, dado que era una sumisa y debía ser tratada como tal.

-Quédese tranquila, señora. –había sido la respuesta de Jimena. –A ella no sé –y miró a Natalia. –pero a mí me gusta el spanking.

-A mí también, señora Blanca. –coincidió la rubia. –Así que no la vamos a malcriar, jeje.

Viajaron en taxi, con Laura sentada entre ambas y llevando en la cartera su collar, los brazaletes y las tobilleras.

-Tenemos que maltratarte, bebé –le dijo Jimena ya con el automóvil en marcha tomándola de la barbilla y haciéndole girar la cara hacia ella. –Ya oíste a la señora. Además ¿querés que te diga algo? Todo lo que pasó ahí con ustedes y esas viejas nos pareció excitante.

-¡Muy excitante! –intervino Natalia.

-Bueno, entonces saben lo que es una sumisa y yo lo soy, así que pueden hacerme lo que ustedes quieran.

Jimena le sonrió, se miraron con Natalia y dijo:

-Bueno, ya veremos lo que se nos ocurre además de cogerte en forma, bebé.

Enseguida Natalia le preguntó el motivo de estar rapada, y cuando Laura le contó la historia exclamó entre risas: -¡Brava la señora!

De pronto Jimena recordó lo que la cachorra llevaba en la cartera y le pidió que sacara los brazaletes. Los observó durante un momento y dijo:

-Dame las manos.

Laura las extendió hacia ella y entonces la lesbianita se los puso y los unió con el mosquetón sintiendo que la situación la divertía.

-¿No puede ir más rápido, por favor? –le dijo al chofer.

-Sí, estamos apuradas. –apoyó Natalia.

-Está bien, no hay problema. –contestó el hombre mientras apretaba el acelerador.

-Bueno, bebé, contanos un poco lo que te hace esa señora tan brava. –dijo Jimena. –Ahora es como que estamos entusiasmadas, jejeje.

A todo esto, la señora e Inés, después de haber reordenado el living, comentaban entusiasmadas el éxito de la subasta.

-Estoy más que satisfecha, querida. –dijo Blanca. -Hicimos algún dinero con las perras y todo fue muy excitante.

Inés la miró durante un momento, se tomó la barbilla entre el pulgar y el índice de su mano derecha y le dijo:

-Se me acaba de ocurrir algo, aunque no sé si estarás de acuerdo.

-Contame.

-Eso del dinero, ¿sabés?... Podría ser mucho más.

Blanca la miró con cara de no entender.

-¿Hasta qué punto esas perras son tuyas?

-Son mías totalmente. Hacen todo lo que yo quiero. Sabés que les ordené que mañana falten al trabajo y no dijeron ni mus ¿Por qué lo preguntás?

-Entonces podés hacer lo que quieras con ellas.¿Cierto?

-Cierto. –confirmó la señora tratando de descifrar adónde quería llegar la peluquera.

-Bien, ¿por qué no prostituirlas? –dijo Inés y lanzó una carcajada ante la cara que puso Blanca.

-¡Ay querida, no me digas que te escandalicé!

-¡Noooooooo, para nada! ¡Al contrario! ¡Me quedé dura porque me parece una idea absolutamente genial! –y fue ella quien entonces se puso a reír y después dijo:

-Pero sólo con mujeres. No quiero hombres para estas perras.

-¿Quién habla de hombres? No, querida, sólo con mujeres.

-El problema es el lugar. –dijo la señora con expresión preocupada. –Ahora podemos hacer acá lo que se nos ocurra porque mi esposo está de viaje, pero...

-Ningún problema, querida. –la tranquilizó Inés. –Tengo un departamento desocupado que incluso no es un bien ganancial porque lo heredé de mis padres y a mi marido, que sabés que tiene muchísima plata, jamás le interesó. Si esas hembras son totalmente tuyas entonces arreglamos todo, las hacés renunciar a sus trabajos y las encerramos en el departamento a recibir clientas que nos van caer a montones, te lo aseguro.

-La "señorita Claudia" una prostituta de mi propiedad, jejeje... –dijo Blanca como para si misma. -¡¿Quién lo hubiera imaginado en aquella época en que me deslomaba en su casa por un sueldo miserable?!

-¿Estás decidida, entonces?

-¡Pero claro que sí!

-Bueno, mañana mismo me pongo en campaña para acondicionar el departamento. –concluyó Inés, y así sellaron el acuerdo que implicaría un paso más en la degradación de ambas sumisas.

....................

A esa hora, Jimena y Natalia llegaban a destino con su preciado botín: la cachorra. La bajaron del taxi con los brazaletes puestos y sujetos y en cuanto entraron a la casa Jimena quiso volver a verla tal como estaba en la subasta. La llevaron al comedor, le soltaron los brazaletes sin quitárselos, la desnudaron entre las dos e inmediatamente le colocaron el collar y las tobilleras. Se alejaron unos pasos para contemplarla a gusto y Natalia dijo:

-Bueno, Jime, tenemos una linda mucamita para que nos atienda... ¿No te parece genial?

A partir de allí el trato para con Laura cambió.

-Sos nuestra mucama. ¿Oíste? –le dijo Jimena con voz dura y gesto autoritario.

-Sí, señorita Jimena. –contestó la cachorra bajando la vista en una actitud que hizo entusiasmar a Natalia:

-¡Muy bien, bebé!... Así vas a llamarnos a partir de ahora: señorita Jimena y señorita Natalia y en cuanto te olvides te castigamos.

-No me voy a olvidar, señorita Natalia.

-Bueno, muy bien. –aprobó Jimena. Inmediatamente se la llevó a la cocina y allí le dijo:

-La señorita Natalia y yo tenemos hambre, así que oíme bien.

-Sí, señorita Jimena. –contestó la cachorra sintiéndose cada vez más excitada ante el giro sorpresivo que había tomado la situación y que estimulaba su condición de auténtica sumisa. Esas chicas la atraían mucho y más ahora que estaban en dominantes.

Jimena abrió la heladera y le dijo:

-Ahí hay unas hamburguesas y allí unos tomates. Dentro del horno de la cocina está la plancha. Cocinás cuatro hamburguesas y nos servís dos a cada una con un tomate partido al medio con sal, aceite y orégano que vas a encontrar en la alacena a la izquierda. Los platos están al otro lado, en el mismo lugar que los vasos y en la heladera, ahí, ¿ves?, está la botella de gaseosa. ¿Entendiste todo, mucama?

-Sí, señorita Jimena. –contestó Laura con la vista baja.

-Bueno, vamos a estar en el comedor esperándote con la señorita Natalia, y apurate que ya te dije que tenemos hambre. –le dijo Jimena y se retiró.

La cachorra se esmeró en hacer muy bien todo lo que le había sido ordenado y un rato más tarde aparecía en el comedor para poner la mesa con la comida ya lista en la cocina para ser servida a las señoritas.

-¡Vamos, mucama, vamos! –la apuró Jimena.

-Sí, señorita... sí. –balbuceó Laura, nerviosa mientras Natalia la miraba entre divertida y excitada.

Cuando Laura fue a la cocina para traer la comida Natalia le preguntó a Jimena:

-Che, decime... ¿tenés algunos juguetitos acá?

-Sí... tengo algunos muy interesantes y los vamos a usar todos con nuestra mucamita.

Ambas cenaron apresuradamente, un poco por el apetito que sentían y en gran parte por la ansiedad de gozar a fondo del ejemplar que habían ganado en la subasta. Después mandaron a Laura a levantar la mesa, lavar la vajilla y que cuando terminara comiera alguna fruta que vería en la heladera. Mientras tanto Jimena invitó a Natalia al dormitorio.

-Mirá que linda cama tengo, jeje, va a ser una muy buena fiesta.

Un rato más tarde la cachorra había comido una manzana y bebido un vaso de leche después de terminar con la tarea ordenada y permanecía a la espera mientras Jimena y Natalia seguían en el dormitorio conversando sobre las horas de intensos placeres que tenían por delante.

De pronto Natalia dijo:

-¡Che! ¡¿Y ésta dónde está?! ¡¿Qué hace que no viene?!

Fueron a la cocina y al ver todo ordenado y a Laura de pie, con la cabeza gacha y las manos atrás, Jimena le preguntó molesta:

-¡¿Qué hacés ahí como una estatua?!

-Espero que me ordenen lo que tengo que hacer, señorita Jimena. –No puedo hacer nada por mi cuenta. -contestó la cachorra sin alzar la vista.

Jimena y Natalia se miraron sonriendo divertidas e inmediatamente excitadas al comprender de qué se trataba.

-Claro... –dijo Jimena adelantándose para tomar la cadena del collar que pendía entre las tetas de Laura. –Sos una sumisa y por lo que veo estás muy bien educadita ¿eh?

-Sí, señorita Jimena. Yo no tengo voluntad propia. Yo hago solamente lo que me ordenan.

-¡Pero mirá qué bien! –exclamó Natalia. -¡Ay, Jime, tenemos una perrita amaestrada!

-Sí, y las perritas andan en cuatro patas ¿cierto, Naty? –dijo Jimena.

-Por supuesto, las perritas no caminan porque no son personas, son animales y los animales andan en cuatro patas.

-A ver, perrita, vamos, queremos verte en cuatro patas. –dijo Jimena sintiendo, al igual que Natalia, que la situación la iba excitando cada vez más.

Laura se puso en cuatro patas y entonces Jimena se dirigió a Natalia:

-Y las perritas hacen algo más, Naty...

La otra la miró sin entender.

-Las perritas ladran... –explicó Jimena con una sonrisa maliciosa mientras tomaba conciencia de cuánto placer le provocaba humillar a la peladita.

-¡Es verdad!. –dijo Natalia tan excitada como la otra por la humillación creciente a la que estaban sometiendo a la sumisa. Se paró ante ella con los brazos cruzados y le ordenó:

-Ladrá, perrita, ladrá para nosotras.

Laura vaciló, tragó saliva y en medio de la humillación que experimentaba intentó obedecer emitiendo algo lejanamente similar a un ladrido.

-No, no, no, perrita, no lo estás haciendo bien...

La cachorra volvió a intentarlo pero sin éxito y entonces Jimena dijo:

-Creo que tenemos que enseñarle a ladrar. ¿No te parece, Naty?

-Claro que sí, es una perrita y tiene que ladrar...

Laura se desesperó, lo intentó nuevamente y esta vez le salió mejor, pero las chicas no estaban conformes y Jimena dijo arrastrándola hacia delante con un tirón de la cadena:

-A ver si lo hacés bien después de unas buenas nalgadas. -y ambas se la llevaron al dormitorio.

Allí Jimena se sentó en el borde de la cama y Natalia la ayudó a ponerse a la cachorra sobre las rodillas. Ambas, muy calientes, intercambiaron una sonrisa cómplice y Jimena comenzó a acariciar el culo de Laura, que se movió también excitada al sentir ese contacto.

-Bueno, perrita. –le dijo Jimena alzando la mano. –A ver si aprendés después de la paliza que te voy a dar. –y sin más descargó el primer chirlo que hizo gemir a la cachorra. Y después, a medida que la zurra se iba desarrollando, los gemidos se transformaron en gritos, porque Jimena demostraba tener la mano pesada.

-¡¡Aaaayyyyyyyyy!!

-Vas a aprender a ladrar, perrita... –repetía la chica y seguía pegándole en una y otra de las nalgas que se iban coloreando cada vez más.

-¡¡¡Aaaaaaaaayyyy!!... por favor, por fa... ¡¡¡¡¡aaaaayyyyyyyyyyy!!!!!

-Nada de favores, perrita, o aprendes a ladrar o te doy hasta que lo hagas bien...

-¡¡¡Aaaaaayyyyyy!!!... basta, señorita Jimena... se lo ruego... basta...

Jimena le dio otro chirlo bien fuerte y dijo mientras sentía que había empezado a mojarse:

-Te voy a dar otra oportunidad, perrita... en cuatro patas y a ladrar para nosotras y si no quedamos conformes Natalia sigue con la paliza. ¿Entendiste?

-Sí... sí, señorita Jimena... –balbuceó Laura dolorida y se puso en cuatro patas. Tragó saliva y después de una breve pausa ladró sintiendo que las mejillas le ardían de vergüenza.

-¡Bien, perrita, muy bien! –aprobó Jimena y Natalia, que se había excitado mucho viendo como la otra había nalgueaba a la peladita, no quiso privarse de ese placer y dijo mientras ocupaba el lugar de Jimena en el borde de la cama:

-Sí, lo hizo bastante bien, pero quiero asegurarme de que lo haya aprendido de verdad. –tomó a Laura, se la puso boca abajo atravesada sobre los muslos y sin dilaciones comenzó a castigarla haciéndola chillar de entrada. Pegaba aún más fuerte que la otra, y la cachorra, cuyo culo había quedado muy dolorido por la zurra anterior, gritaba y corcoveaba tanto a cada chirlo que Jimena tuvo que sujetarla por las muñecas para que Natalia pudiera seguir pegándole a gusto.

-¡¡¡¡Aaaaaaaaayyyyyyyyyy!!!! ¡¡¡¡¡no, por fa...aaaaaaaaaayyyy!!!!

Le había dado ya treinta chirlos y el culito de Laura se veía bien rojo cuando detuvo el castigo y sofocada por el esfuerzo y la calentura le metió los dedos en la entrepierna. Hurgó un poco en la concha y los retiró empapados de flujo.

-Está chorreando nuestra perrita... dijo y lo cierto era que ellas dos estaban igual de cachondas y con muchas ganas de entrar en acción.

-A la cama, perrita. –ordenó Jimena y Laura trepó al lecho y permaneció allí en cuatro patas mientras la chica abría una de las puertas del placard y sacaba un cofre de madera labrada que extendió a Natalia con una sonrisa:

-Mirá mis chiches... –invitó y la otra lanzó una exclamación cuando abrió la caja:

-¡Ay, ay, ay, Jime, qué cositas tan interesantes!

Había allí bolitas chinas, dos vibradores, uno de ellos color piel, imitación perfecta del pene, de 20 centímetros por 3, otro más grande de color azul, de extremo ovalado y con un largo de 22 centímetros por 4 de ancho, y un dildo anal de 10 centímetros por 5, con forma de cono y base plana, que de inmediato llamó la atención de Natalia:

-Ya lo imagino en el culo de nuestra perrita... –dijo excitada.

-Sí, y lo bueno es que cuando una lo mete no se sale, por la forma de la base, ¿viste?

-Genial. –dictaminó Natalia y dirigiéndose a la cachorra le ordenó que las desnudara.

Laura bajó de la cama a lo perra, apoyando primero sus manos en el piso y después las rodillas y esperó en cuatro patas que le ordenaran por cuál de los dos empezar.

-Primero ella que es mi invitada. –dijo Jimena y Laura le quitó a Natalia las zapatillas y dudó en ponerse de pie para poder continuar con la tarea si no se lo ordenaban. Jimena se dio cuenta, rió y dijo:

-Claro, jeje, me había olvidado de que sos una perrita amaestrada. Vamos, arriba y seguí.

Laura entonces deslizó hacia abajo con algún esfuerzo el ajustado jean azul por las hermosas piernas de Natalia y conteniendo a duras penas la tentación de acariciar esos muslos terminó de quitárselo respirando agitadamente. Luego le sacó la remera celeste para encontrarse con las voluminosas tetas de la chica, que le arrancaron un suspiro. Por último le quitó la tanga hilo dental y jadeando de calentura volvió a arrodillarse para descalzar a Jimena mientras la otra se tendía de espaldas en la cama y llevaba una mano a su concha, que despedía ya abundante flujo.

Con Jimena ya sin zapatillas, la cachorra, arrodillada, desprendió uno tras otros los botones de la minifalda de jean con dedos temblorosos y la fue bajando lentamente mientras se deleitaba en la contemplación de los muslos largos y admirablemente torneadas que se ofrecían a sus ojos. Quitó después la minúscula tanga negra, por último la musculosa y quedó temblando de excitación aguardando las órdenes que la introducirían en el placer tan ansiosamente deseado.

Jimena, tan caliente como las otras dos, miró a Natalia, a la que veía desnuda por primera vez y le dijo:

-Mmmmhhhh... qué buena estás, Naty... –y la rubia devolvió el cumplido con una sonrisa sin dejar de tocarse:

-Vos también me encantás... Después deberíamos hablar... ¿te parece?

-Me encantaría... yo estoy libre, ¿y vos?

-También...

-Fantástico... pero ahora gocemos de nuestra perrita... – le dijo Jimena con una sonrisa sugerente y tomando a la cachorra por un brazo la arrojó sobre la cama junto a Natalia.

Laura aspiró con fruición el aroma que se desprendía de ese hermoso cuerpo desnudo y se estremeció cuando la chica, volviéndose hacia ella le tomó la cara entre las manos y la besó en los labios hundiéndole la lengua en su boca. Respondió con ardor mientras sentía los pechos de Jimena contra su espalda y ese vientre que presionaba sobre sus nalgas en tanto las manos de la morena le aprisionaban las tetas y dedos ágiles capturaban sus pezones haciendo que en escasos segundos se irguieran endurecidos.

Era para ella la segunda vez que estaba con dos mujeres y la situación la desbordaba de tan intensamente placentera. Recordó la noche en que había sido tomada por Inés y Leticia y como un relámpago iluminó su mente la fantasía de que ambas estuvieran también allí en ese momento, sumándose, multiplicando el asalto, atrapándola, abriéndola, horadándola por todas partes. Se escuchó a si misma jadear bañada en sudor de la cabeza a los pies, con dos dedos de Jimena en su orificio trasero y Natalia estimulándole el clítoris con el pulgar para después meterle un dedo y enseguida otro en la concha que ya era un río de flujos.

En ese momento Jimena le dijo al oído:

-Estás gozando como una perra en celo, ¿eh?...

Laura movió hacia atrás sus nalgas, como buscando sentir esos dedos más adentro aún y murmuró mientras Natalia le rodeaba la cintura con un brazo y seguía penetrándola por la concha:

-Sí... sí, señorita Jimena... sí, aaaahhhhh...

Entonces la morena le sacó los dedos del culo, se sentó en la cama y le dijo sonriendo con cierta crueldad:

-Pero vos sos nuestra perrita, así que primero nos vas a hacer gozar a nosotras si querés que después te premiemos. Soltala, Naty.

-Sí, es lo que corresponde. –coincidió la rubia y retiró su mano de la concha de Laura, que a esa altura era una catarata.

-Abrí la boca. –le ordenó y cuando la sumisa lo hizo le metió los dedos y le ordenó que los limpiara lamiendo y chupando.

La cachorra obedeció y al sentir tan abruptamente interrumpido el intenso placer que venía experimentando estuvo a punto de ponerse a llorar presa de la dolorosa tensión en que la abandonaban ambas chicas que ahora allí estaban tendidas de espaldas una junto a la otra, con las piernas abiertas y flexionadas, exhibiendo sus conchas en las que era visible el brillo de los flujos que brotaba de entre los labios inflamados.

-Tocanos perrita... mostranos lo que sabés hacer –le dijo Jimena, y Laura, ardiendo de calentura mirando esos hermosos cuerpos que se le ofrecían, se dejó llevar por su deseo y se aplicó a recorrerlos embriagándose con los jadeos y gemidos que sus manos, sus labios y su lengua provocaban en ambas chicas, como si se tratara de un talentoso músico extrayendo de su instrumento los más bellos sonidos.

Chupó, lamió, acarició y pellizcó con la mente vacía de todo pensamiento. Era toda ella sólo sensaciones intensas que como una corriente eléctrica la estremecían entera.

Se vio con la cara contra el vientre de Natalia, que jadeaba con fuerza mientras se acariciaba las tetas estirándose y retorciéndose los pezones. Entreabrió con los dedos esa concha que chorreaba flujos y su lengua partió veloz como flecha hacia el clítoris. El instinto guió una de sus manos hacia el orificio anal de Jimena, donde metió primero un dedo y enseguida otro, hasta los nudillos, mientras su lengua iba de un lado a otro por la concha de Natalia, que a esa altura gritó enloquecida de placer:

-¡¡¡¡Quiero algo en mi culo!!!!

El grito fue como una orden para la cachorra y entonces, gateando casi a ciegas encontró el cofre, tomó uno de los vibradores, lo puso a velocidad máxima con dedos que temblaban y sin vacilar, de un solo envión, se lo metió hasta el fondo arrancándole un largo y ronco aullido.

-¡¡¡¡¡¡¡Nooooooo!!!!!!! ¡¡¡¡¡¡Noooooooooooooooooo!!!!!! –gritaba Jimena desesperada por la huida de esos dedos que habían estado dentro de su culo. Entonces Laura volvió al cofre, tomó el otro vibrador, lo accionó y se lo enterró hasta el fondo para calmar el hambre de ese orificio, y de rodillas entre ambas, con los ojos cerrados, en éxtasis, se puso a mover ambos vibradores mientras las lesbianitas se autoestimulaban la concha alcanzando así altísimas cumbres del placer. La cachorra transpiraba en su esfuerzo con los vibradores y por el ardor con que su extrema calentura la abrasaba mientras ríos de flujo corrían por sus muslos, hasta que por fin, entre convulsiones, gritos y jadeos animales, Jimena y Natalia alcanzaron el orgasmo y Laura, agotada y hambrienta a la vez, se derrumbó sobre ellas llorando por el hambre no saciado de sus orificios.

Rato más tarde, cuando las chicas se hubieron recuperado, Jimena tomó un paquete de cigarrillos de la mesita de noche, convidó uno a Natalia y cuando ambas comenzaron a fumar reparó en la cachorra, que sollozaba inmóvil boca abajo apretada entre ambas. Se alzó un poco de costado, girando hacia ella y, aunque imaginaba el motivo de esa angustia, le preguntó evidenciando cierta dosis de crueldad:

-¿Qué te pasa, bebé?

-No puedo... no puedo más, señorita Jimena... –contestó Laura con voz casi inaudible.

-¡Ah, ya veo!... La perrita en celo tiene ganas, ¿eh?... jejeje...

-Por favor... por favor, señorita Jimena... por favor... –suplicó Laura entre sollozos.

-Se portó muy bien... –intervino Natalia. –Deberíamos premiarla, ¿no creés, Jime? –y mientras acariciaba las nalgas de la cachorra agregó:

-Además me va a encantar darle por esta linda colita.

-Bueno, hagamos así entonces: yo la cojo por la concha y vos le das por el culo, ¿de acuerdo, Nati?

-Genial. –acordó la rubia.

Jimena volvió a tenderse de espaldas, dio una larga pitada al cigarrillo y dijo:

-Bueno, perrita, ahora te vas a lavar los vibradores uno por vez. Te ponés uno entre los dientes, vas al baño en cuatro patas y lo lavás bien, lo traés y después hacés lo mismo con el otro. ¿Entendiste?

Laura se incorporó a medias y luego de pasarse una mano por la cara para secarse las lágrimas, alentada por la promesa del goce que su cuerpo ardiendo reclamaba contestó:

-Sí, señorita Jimena, lo que usted diga. –y con el primero de los vibradores en la boca se marchó a cumplir con la orden.

Al quedarse a solas, ambas chicas se volvieron una hacia la otra y sin pronunciar palabra se abrazaron, fundieron sus bocas en un largo y apasionado beso y después, entre caricias, acordaron prolongar la relación más allá de ese encuentro que les había deparado la subasta.

Instantes después Laura había terminado de lavar los vibradores y la tenían otra vez entre ambas en la cama.

Jimena, nuevamente cachonda, le comió la boca de un beso y Natalia, estimulada por la escena, capturaba entre sus manos las tetitas de la cachorra, apretaba su concha contra la colita de ella, tan firme como hambrienta, e iniciaba un movimiento circular al mismo tiempo que de avance y retroceso mientras se iba mojando cada vez más.

Cuando después la pusieron en cuatro patas, Laura se sentía envuelta en una temperatura abrasadora con las manos y las bocas de Jimena y Natalia que la recorrían entera. Jimena le puso el extremo del vibrador a velocidad máxima unos instantes en la entrada del orificio, arrancándole gemidos de placer, y la cachorra suplicó:

-Métamelo ya, señorita Jimena... ya.... ya...

La morena rió sádicamente y le exigió que le rogara por ese placer. La posesión de esa hembrita había despertado en ella una crueldad que desconocía y cuyo ejercicio le causaba un perverso y exquisito goce.

-Ayyyyyy, señorita Jimena, se lo... se lo ruego... ¡¡¡¡¡Se lo ruegoooooooooooo!!!!!! –gritó Laura y echó hacia atrás su grupa con la vana pretensión de ensartarse en el aparato.

-Estás muuuuuuuy caliente, ¿eh, perrita? –se burló Jimena. –Bueno, quiero escucharte cómo me rogás otra vez.

-Y la pobrecita volvió a suplicarle en medio de un llanto crispado.

Natalia, por su parte, movida por el mismo sentimiento sádico que Jimena, se había puesto a estimularle el clítoris con el otro aparato mientras le oprimía y pellizcaba con violencia las tetas y entonces las súplicas se alternaron con gritos roncos, expresivos de la mezcla de sensaciones que sumían a la peladita en un verdadero delirio erótico.

Finalmente se sintió horadada por ambos senderos, con Jimena y Natalia ceñidas a cada uno de sus costados, y comenzó a acompañar el ir y venir de los vibradores con frenéticos movimientos de sus caderas.

Instantes después, al darse cuenta de que la cachorra estaba a punto de terminar, Jimena le hizo un guiño a la otra y dijo:

-Parece que la perrita está a punto de acabar, ¿eh, Naty?

-Así parece, sí...

-¿Y si no se lo permititimos?... ¿Y si la dejamos con las ganas?

-Podríamos ponerle hielo en la concha, jejeje...

Laura, al escucharlas, se estremeció de pies a cabeza:

-No... por favor... por favor no me... no me hagan eso... ¡nooooooo!

La respuesta de ambas a esa súplica fueron carcajadas burlonas e inmediatamente el retiro de ambos vibradores de los orificios donde habían estado trajinando.

La cachorra volvió a gritar, ya como enloquecida y tanto Jimena como Natalia, que no pensaban cumplir con la amenaza pero sí torturarla sicológicamente, volvieron a burlarse:

-Oíme, bebé, podemos hacerte lo que se nos antoje, ¿o no te diste cuenta de que te tenemos en nuestras manos? –dijo Jimena inclinándose sobre ella para hablarle al oído.

-Sí... sí, señorita Jimena... pueden... pueden hacerme lo que ustedes quieran, pero... por favor se los pido... déjenme... déjenme terminar... ¡por favoooooooooor!... –rogó Laura con voz balbuceante y poniéndose a llorar.

Las jóvenes sentían que esa situación de poseer hasta tal punto a una persona, de ejercer semejante dominio sobre ella, las colmaba de una plenitud como jamás la habían experimentado antes y gozaban intensamente de esa tortura mental que le estaban haciendo sufrir a la pobre Laura.

Entre risas volvieron a meterle los vibradores y sólo segundos después la cachorra estaba a punto de terminar, pero no le iba a ser tan sencillo. Cuando empezó a gemir de esa forma afiebrada que preeanuncia el climax, Jimena le enderezó la cabeza tomándola del cuello y le dijo:

-Roganos que te dejemos acabar, perrita. Y Laura, sin vacilar, lo hizo.

-Otra vez. –le ordenó Natalia. -y volvió a suplicar sintiendo que sus nervios y toda ella estaban a punto de estallar revolucionada emocionalmente como nunca en su vida lo había estado.

-Bueno, acabá putita. –concedió Jimena. –Mirá qué buenas somos, jejeje. –y le bastaron un par de embates con el vibrador que empuñaba para que la cachorra acabara y no con uno sino con varios orgasmos y se desplomara sobre la cama entre convulsiones y gemidos interminables mezclados con el llanto.

(continuará)