La historia de Cenicienta.
Adaptación libre del cuento de Cenicienta con muchas variantes subidas de tono
Cenicienta miró con premura su reloj de bolsillo y después el baño que se había afanado el limpiar durante la última hora, aquella era la última tarea que tenía antes de tener permiso de su madrastra para poder ir a cenar. La muchacha trató de asegurase de que todo estaba en su sitio antes de que su madrastra se presentase en el lugar para evaluar su trabajo.
La mujer no tardó en llegar, su madrastra siempre acostumbraba a llegar puntual o incluso antes de la hora cuando tocaba su evaluación del trabajo doméstico. Cenicienta siempre se había mostrado intimidada por su madrastra, era una mujer alta, de pelo cano aunque de cuerpo atractivo, piel un poco arrugada en algunas zonas, pero tersa en su mayoría…
Cenicienta, durante la revisión de su duro trabajo colocó sus brazos detrás de su espalda y bajo su mirada de grandes ojos azules al suelo para levantarlos disimuladamente y sonreír al ver como a su madrastra le costaba encontrar alguna falta en su trabajo… con un poco de suerte en aquella ocasión no sería castigada.
- ¿Se puede saber que es esto?- preguntó la madrastra sacando de detrás del retrete su dedo manchado de polvo, Cenicienta puso cara de sorpresa y desilusión al darse cuenta de que como la mayoría de los días, aquella tarde-noche también sería castigada.
- Lo siento madre… yo no… me olvidé de limpiar ahí…- dijo arrepentida buscando clemencia.
- Claro, como no se ve no hace falta limpiarlo, ¿verdad, cenicienta?
- No… yo no quería decir eso… lo olvide…
- Ya sabes lo que eso supone- dijo la madrastra enojada agarrando la larga melena de pelo castaño tan claro que casi parecía rubio y tirando de ella hacia la habitación de castigo.
Cenicienta, que sabía perfectamente que no iba a servir de nada resistirse, siguió los pasos de su madrastra tratando de llevarse los menos tirones de pelo posibles, hasta que finalmente acabaron en una habitación oscura en la que en medio había un cepo medieval y en la pared de su derecha toda clase de instrumentos de castigos: paletas, látigos cortos, utensilios para quitar el polvo a las alfombras…
La castigada, que sabía perfectamente el procedimiento, se quitó la ropa mientras que su madrastra seleccionaba el instrumento que usaría aquella tarde para disciplinar a Cenicienta. La mujer regresó junto a su hijastra en cuanto vio que estaba totalmente desnuda. La clara piel de Cenicienta estaba marcada en sus muslos, trasero y espalda por infinidad de linear rojas de castigos anteriores, pero ninguna de aquellas marcas era permanente, la madrastra era muy pulcra con ese tema y por aquel motivo ella era la única que podía disciplinar a la criada.
La mujer madura abrió el cepo y Cenicienta sumisamente colocó sus bracitos y el cuello en los agujeros que tenían la función de retenerla hasta que su castigadora considerase que había pagado su falta. La muchacha como siempre que era llevada ante aquel artilugio, y apresada por él, se sentía atrapada y desamparada ante los deseos de su sádica madrastra.
Cenicienta soltó el primer quejido de dolor cuando sintió como su suave y duro trasero de piel clara recibía el primer impacto del sacude-alfombras. La criada, que ya había recibido castigos de todos los tipos, supo que aquello no quería decir otra cosa más que qué su madrastra deseaba hacerla daño rápidamente para encargarse de otros asuntos.
La castigada se movió y gritó más que el daño real que le hacía el artilugio con el que estaba siendo fustigada, dolor que era bastante alto pero al que estaba más o menos acostumbrada. La chica en más de una ocasión había intentado hacerse la dura y no gritar y aquello había desembocado en castigos desproporcionados, tan desproporcionados como lo eran cuando se quejaba en exceso y era pillada. La muchacha tenía que andarse con mucho cuidado a la hora de exteriorizar sus sentimientos ya que una interpretación de su madrastra podría hacer que su castigo se multiplicase por dos y a veces incluso por tres.
Cenicienta gritó y lloró desconsoladamente en el tramo de golpes desde el 40 al 50, con aquel instrumento lo normal era recibir un máximo de 30, pero en aquella ocasión su madrastra le había llevado mucho más allá de sus límites, provocando que muchas lágrimas se la hubiesen escapado durante la tunda.
La madrastra, que no acostumbraba a conformarse con un solo castigo, se colocó delante de Cenicienta para mostrarla el poderoso arnés con el que iba a calmar sus deseos sexuales. La mujer se levantó el vestido y la chica retenida en el cepo miró como se lo enfundaba, mientras que la asustada muchacha cerraba las piernas ligeramente, resistencia que no tenía intención de poner cuando su madrastra volviese a colocarse a su espalda.
Cenicienta aún recordaba como había gritado la primera vez que había sido penetrada por la sádica mujer, pero con el tiempo se había ido dando cuenta de que no había absolutamente nada que sus gritos pudiesen solucionar.
La muchacha se asustó cuando sintió como las uñas de su madrastra se clavaban sobre sus nalgas, para separarlas y quedar su ano totalmente desprotegido. Como acto reflejo, Cenicienta cerró su agujerito trasero con fuerza, pero aquella fue una mala elección, ya que su madrastra se lo tomó como un desafío y embistió con violencia para meter la punta de su consolador de golpe, provocando el grito desgarrador de la penetrada.
La madrastra no mostró piedad, ni por un instante, del estrecho culo de Cenicienta. A la penetradora le encantaba el ano de su hijastra, motivo por el que la castiga a la mínima ocasión que tenía, era un agujerito idóneo para sus deseos: estrechito al principio, pero tan elástico que podía acoger dildos gruesos como los brazos de sus amantes, y lo mejor de todo, aquella cualidad tan especial no la había perdido después de años de penetraciones constantes.
- Ya estamos listas, mamá- dijo una voz joven delante de Cenicienta que agotada y dolorida alzó la vista, era la hija mayor de su madrastra.
Detrás de esta también se encontraba su hija menor, ambas llevaban elegantes vestido, una de color rojo y otra azul. Cenicienta agachó la cabeza para que su mirada no se cruzase con la de sus hermanastras, si bien ellas no tenían potestad para castigarla físicamente, sí se metería en un problema si alguna de ellas hacía alguna acusación, aunque fuese falsa. La dueña de la casa consideraba las quejas de sus hijas siempre como veraces.
- Ya he avisado al servicio para que baje aquí a las 10 en punto- dijo la mas joven que se acuclilló para que Cenicienta pudiese ver su rostro poco agraciado cubierto de maquillaje que le daba un aspecto más pálido de lo habitual- mientras nosotras estamos en las fiesta seduciendo al príncipe a ti te van a estar violando todos los trabajadores de mi mamá- explicó sonriendo.
Cenicienta no pudo contener las lágrimas al oírlo. Su madrastra le había prometido que si era diligente con sus tareas en el último mes, la permitiría ir al baile en el que el príncipe buscaría desposarse. Entre aquel disgusto y que las penetraciones de su madrastra se volvían cada vez más salvajes, Cenicienta comenzó a sollozar ante las burlas de sus dos hermanastras.
- Creo que ya estoy satisfecha- dijo la madrastra una vez llegó al orgasmo, sacando el impresionante arnés del ano de Cenicienta.
- Vaya agujero le has hecho, mami- comentó la mayor metiendo cuatro dedos en la zona penetrada y tirando para que no se cerrase, provocando un nuevo gemido de dolor de Cenicienta.
- No toquéis guarrerías ahora- dijo la mujer en tono divertido al ver como su hija pequeña también se disponía a fastidiar a su indefensa hermanastra- nos tenemos que ir ya.
La madrastra se dirigió a la puerta de salida, con paso firme, seguida de cerca de sus dos hijastras, la última de las cuales apagó la luz dejando a Cenicienta en una total oscuridad, oscuridad que en aquel momento deseaba que durase mucho, ya que sabía que en cuanto se encendiesen las luces su cuerpo iba a ser utilizado para el alivio sexual de todo el personal que estaba a cargo de la casa de su madrastra.
La chica lloró su desdicha en silencio, era cierto que en alguna ocasión había sido entregada a hombres a causa de su bajo rendimiento laboral, pero le aterraba la idea de que su madrastra la dejase sola, la muchacha sabía perfectamente que su madrastra adoraba su cuerpo y por aquel motivo siempre estaba presente cuando era usada por otros y otras, parando siempre la situación cuando veía que se estaba descontrolando, pero en aquella ocasión estaba sola ante el peligro.
Por la cabeza de Cenicienta pasó que quizás su madrastra había encontrado a una criada más atractiva que ella, con lo que perfectamente podía relegarla a un segundo plano, lugar en el que sería fácilmente accesible para cualquier trabajador de la casa, y lo peor de todo, para sus sádicas hermanastras.
Cenicienta se asustó terriblemente solo de pensarlo y no pudo evitar temblar, ante lo que se le venía encima, cuando escuchó la antigua puerta de madera de la mazmorra como se abría lentamente. Cenicienta bajó la mirada, pero al ver que después de unos segundos la luz de la mazmorra no se encendía, levantó la cabeza, encontrándose con una pequeña antorcha que dejaba entrever el rostro de una mujer que estaba segura no había visto nunca.
La chica no solo tenía la certeza de no haber visto a aquella mujer, sino que también estaba convencida de que no era una de las criadas de su madrastra. Se trataba de una mujer alta, de pelo largo y rubio, que lucía un largo vestido de color blanco bajo el que se intuía una figura voluptuosa.
Lo primero que se pasó por la mente de la chica fue que aquella mujer era alguna de las malvadas amigas de su madrastra, con lo que bajó rápidamente la mirada para clavarla sobre los elegantes zapatos, también blancos que enfundaban a los delicados pies de la mujer.
- ¿Cenicienta?- preguntó la mujer con su suave voz.
- Soy yo, señora- contestó la chica con la voz un poco quebrada debido al constante llanto en el que había estado sumida lo últimos minutos.
- No tengas miedo- le dijo la mujer acuclillándose junto a ella y mirándola a los ojos, ciertamente aquella mujer era muy bella- No he venido a hacerte daño, he venido para que nadie te lo haga.
- ¿Quién es usted?- preguntó la chica incrédula, tratando de recordar a aquella mujer, pero dejándolo al momento, si hubiese visto a aquella mujer antes bajo ningún concepto la habría olvidado.
- Después de lo mal que lo has pasado no me vas a creer, pero soy… tu hada madrina.
- ¿Mi hada madrina?- preguntó la chica mirándola sin creérselo y un poco enfadada- Si eres mi hada madrina, ¿Qué has estado haciendo durante todos estos años? ¿No se supone que las hadas madrina protegen a la gente?- preguntó la chica.
- Lo siento cariño- dijo el hada abriendo por arte de magia el candado que la mantenía cerrada en el cepo- pero tenía que hacerlo si hoy quería que sedujeses al príncipe.
Cenicienta miró a la hermosa mujer, ya libre, tapando con su brazo derecho sus medianos y firmes pechos claros, coronados por unos pezones pequeños y marrones, y con la otra su sexo de labios medianos y rosados, sobre el que había una pequeña cantidad de vello púbico.
- Por favor Cenicienta, déjate ayudarte- pidió la mujer acercándose a la muchacha- si quieres tener tu oportunidad con el príncipe tenemos que darnos prisa.
La voluptuosa, y supuesta hada madrina rodeó con sus brazos el cuerpo de su protegida y comenzó a tocarla con suavidad por la espalda, Cenicienta no notó nada extraordinario hasta que las firmes manos de la mujer llegaron a su magullado trasero, comenzado a notar como el ardor de este desaparecía y el dolor de su ano con él.
La desaparición del dolor fue tan placentera que Cenicienta cerró los y ojos gimió de placer mientras que las extraordinarias manos de su hada madrina se encargaban de sobar hasta el último centímetro del cuerpo de la criada, haciendo así desaparecer hasta la última marca que su violenta madrastra había puesto en ella a base de golpes.
- ¿Estás bien?- preguntó la chica preocupada al ver jadear al hada madrina.
- Estoy bien- dijo la mujer poniendo su mano sobre su pecho, que parecía salirse del escote que llevaba su vestido- es solo que estabas más dañada de lo que esperaba y he gastado más magia de la que calculé- dijo entre jadeos- en unos minutos estaré bien.
- Bien, siéntate aquí, te recuperarás antes- dijo la chica dirigiendo a la mujer a un banco en el que sus hermanastras solían acomodarse para ver sufrir a Cenicienta a manos de su madrastra.
La chica se arrodilló ante su rescatadora para descalzarla con suavidad y comenzar a masajear sus pies, en muchas ocasiones hacía eso con su madrastra cuando esta estaba cansada, y normalmente le iba bien, con lo que hacérselo a una mujer que en teoría le iba a ayudar a llegar al baile en el que podría conocer al príncipe era lo mejor que podía hacer en aquel momento.
Cenicienta, mientras se dedicaba a masajear los pies de aquella bella mujer no pudo evitar alzar la vista, pese a que ella siempre había deseado hacerlo con hombres se había visto forzada a la bisexualidad por la obsesión que su madrastra tenía con ella, y en aquello momento no pudo evitar quedase embobada ante el sexo de labios rosados que estaba viendo bajo el vestido de su hada madrina.
La chica, que nunca había recibido una lengua en su propio sexo, pero que si lo había hecho infinidad de veces, metió su cabeza bajo el vestido del hada madrina y comenzó a lamer con deseo aquella suave y dulce vagina. La receptora de aquella perfecta lamida comenzó a gemir a los pocos segundos y a sentir como sus fuerzas comenzaban a volver a llenar su cuerpo.
- Ya vale, Cenicienta- dijo la mujer levantándose del sitio- he venido a ayudarte yo a ti, no al revés- dijo levantándose para mirar fijamente en cuerpo desnudo de Cenicienta.
La chica miró a la mujer sin comprender, era raro que una mujer no se interesase por sus habilidades orales, pero se olvidó de aquella cuestión cuando se dio cuenta de que de la nada había aparecido un vestido largo, de color azul claro y muy elegante que cubría todo su cuerpo.
- Estás preciosa, te queda mucho mejor de lo que me atreví a imaginar- dijo el hada sonriendo y estirando su mano para agarrar la de su protegida- ¡Vamos, la fiesta nos espera!
Cenicienta y el hada madrina no tardaron en abandonar la casa de la madrastra de la joven. A la chica se sorprendió bastante no encontrarse con nadie del servicio a aquellas horas, pero el hada se apresuró a explicárselo.
- No hay nadie porque ya los he mandado a dormir- dijo la voluptuosa mujer con una sonrisa en el rostro y haciendo un pícaro guiño a su protegida.
Ya en el exterior de la casa Cenicienta quedó paralizada al ver el enorme carruaje que les esperaba, una gran y bonita carroza de madera que parecía recién barnizada se encontraba ante ellos. De la carroza un hombre bastante grande descabalgó para prestar ayuda a las dos señoritas, las cuales subieron al instante y dieron orden al cochero de que las llevase al baile lo antes posible.
Las órdenes del hada madrina no se hicieron esperar y el cochero espoleó a los dos fuertes caballos que servían de motor para aquel vehículo, avanzando con premura entre las abarrotadas calles de la ciudad: toda la ciudad estaba revolucionada ya que muchas de las más bellas mujeres de la ciudad y de las aldeas colindantes se habían acercado lo máximo posible al príncipe con la esperanza de que este se fijase en alguna de ellas y tuviesen opción de convertirse en princesa en el momento que fueran desposadas y en reina en el futuro.
Durante el viaje ni Cenicienta ni el hada madrina abrieron la boca ya que el ruido que había en el exterior de la carroza hacía que fuese casi imposible mantener una conversación.
La primera en abrir la puerta de la carroza fue el hada madrina que indicó a su protegida que la siguiese. Cenicienta quedó sorprendida cuando se vio en medio de los jardines de palacio, lugar hasta el que casi nadie estaba autorizado para adentrarse.
- ¿Cómo has conseguido que lleguemos hasta aquí?- preguntó Cenicienta mientras se cogía el vestido con las manos para que este no arrastrase en exceso.
- Los guardias no son demasiado exigentes con los invitados- comentó la mujer caminando con rapidez- tan solo con que lleves un vehículo elegante te dejan entrar.
- ¿Ahora a donde vamos?- preguntó la muchacha dudosa al ver como no se acercaban a la puerta principal, sino que daban un largo rodeo.
- Vamos directamente al dormitorio del príncipe.
- ¿Así? ¿Directamente?- preguntó Cenicienta sin creer lo que el hada le decía.
El hada madrina no contestó, en su lugar aceleró el ritmo para alejarse del lugar donde habían dejado aparcada su carroza. El corazón de Cenicienta latía desbocado y esto fue a más cuando finalmente llegaron a una puerta trasera sin vigilancia que el hada abrió por arte de magia.
Cenicienta y el hada madrina caminaron por los pasillos de palacio en busca de la fiesta, desenando acabar en algún gran y elegante salón, pero el palacio era demasiado grande y el entramado de pasillo también lo era, con lo que apenas se cruzaron con nadie.
Finalmente, después de mucho caminar se encontraron por fin con la primera persona, una muchacha joven de piel clara y un poco gordita que daba toda la sensación de ser una chica adinerada como las hermanastras de Cenicienta. Cenicienta, al tener aquella apariencia y no conocer de nada a la joven se dispuso a hablar con ella para pedirla indicaciones, pero entonces se dio cuenta de que estaba llorando.
- ¿Estás bien?- preguntó la joven.
- El príncipe es un cerdo – dijo llorando, lo que sorprendió a Cenicienta, ya que todas las nobles de la ciudad deseaban casarse con él.
- ¿Qué pasó?
- Es un pervertido, está buscando una esposa para tener sexo con ella, le da igual el interior – dijo enfadada – solo quiere unos agujeros y un par de tetas.
Cenicienta trató de consolar un poco a la chica, pero en apenas unos minutos, y junto al hada madrina, se puso en movimiento en busca de la fiesta, ya que pese a que aquella joven le había informado sobre aquello la muchacha seguía prefiriendo estar al lado de un príncipe pervertido como su esposa, que seguir como criada de su madrastra y sus dos hermanastras.
Recorriendo aquel pasillo se volvieron a encontrar con otras dos chicas llorosas, seguramente también dolidas porque el príncipe no era lo que ellas esperaban, pero con aquellas dos no tuvo la deferencia que había tenido con la anterior ya que no se detuvieron hasta que se encontraron con una pesada puerta de madera en la que finalizaba aquel pasillo.
Cenicienta trató de abrir la puerta pero estaba cerrada con llave, tan solo se podía abrir desde dentro. El hada madrina por su parte pasó su mano por la dura puerta de madera, haciendo que la madera se volviese totalmente transparente, permitiendo a la muchacha poder ver el interior.
- Tranquila, ellos no nos pueden ver a nosotros- dijo la mujer, pero la mirada de Cenicienta estaba clavada en el interior.
Desde aquella posición podía observar como una mujer totalmente desnuda se encontraba postrada sobre la cama a cuatro pata, exponiendo lo mejor que podía su sexo y culo al príncipe, el cual se encontraba totalmente desnudo.
La muchacha observó el maravilloso porte del príncipe: un hombre alto, de piel clara, con cuerpo bastante musculado y con lo que más llamó la atención a la chica; un miembro totalmente desproporcionado, tanto en longitud como en grosor…
El corazón de Cenicienta comenzó a latir con fuerza por la excitación ansiosa de tener una oportunidad con semejante miembro, y su excitación subió aún más cuando vio como el hombre trataba de penetrar el pequeño y rosado sexo de la joven que estaba opositando para convertirse en princesa.
La chica sintió un poco de pena cuando escuchó a la pobre gritar y retorcerse de dolor mientras el impresionante y venoso ariete del hombre se abría paso de manera violenta en el tierno sexo de la muchacha, que pese a ser bonita, era evidente que no habría tenido más que un par de encuentros sexuales sin contar aquel, lo que por la información que acababan de recoger de la anterior opositora iba a ser algo insuficiente.
Aprovechándose del ruido que había en la habitación, el hada madrina abrió la puerta de la entrada permitiendo que tanto ella como Cenicienta se adentraran en la habitación. Nadie se dio cuenta de su presencia allí, ni la chica que gritaba angustiosamente por el dolor que la estaba produciendo, ni el príncipe, que pese a los gritos de su amante seguía penetrando con fuerza el sexo de la joven, con intención de introducir algo más su pene en su interior, que aún iba por la mitad.
- Pare mi príncipe – pidió la chica a voz en grito- no puedo más – dijo la chica gateando hacia delante, lo cual no habría servido de nada si el príncipe no hubiera soltado las caderas de la joven para que escapara.
- Siento que tus padres te hayan presionado para hacer esto- dijo el hombre sin mostrarse alterado por perder el sexo donde se estaba intentando aliviar – tienes un cuerpo bonito pero te falta mucho para para poder yacer con un hombre con mi problema- dijo el hombre mostrando su brutal pene.
- Gracias por la oportunidad, mi Señor, y no creo que sea un problema, engendrará descendientes vigorosos como usted- dijo la joven arrodillándose ante el hombre desnudo, con sus ropas en la mano.
Con un gesto de mano el príncipe permitió a la chica que se marchara por la puerta trasera del dormitorio, mientras el hada madrina y Cenicienta observaban la escena desde el armario.
- Vamos Cenicienta es tu turno- dijo el Hada pasando sus manos por el cuerpo de la muchacha haciendo desaparecer el vestido y dejándola tan solo un provocativo conjunto de sujetador que alzaba sus hermosos pechos tanguita que se introducía entre sus nalgas, ambas prendas de color rojo intenso.
El príncipe comenzó a vestirse de nuevo, cuando se sobresaltó al ver como de su armario salía una nueva aspirante… el hombre se quedó paralizado sin saber bien que hacer, la mujer era muy hermosa, pero le preocupó que una mujer como aquella saliera de su armario, ya que eso hablaba muy mal de su seguridad.
Cenicienta clavó sus rodillas en el suelo y alzó la mirada un poco.
- Por favor mi príncipe, no soy más que una humilde criada, pero creo que podría ser la mujer que necesita.
- ¿Una criada dices? – preguntó el hombre acercando su mano a una de las dagas que guardaba en su pantalón, aquella no era la primera vez que alguno de sus enemigos, conociendo su desmesurado deseo sexual, le enviaban a una mujer para tratar de asesinarlo.
- Le aseguro que solo soy una humilde criada, mi príncipe- dijo la muchacha un poco temerosa de la reacción del príncipe, pero permaneció quieta mientras este se acercaba a ella con el cuchillo en la mano.
Antes de que se diera cuanta Cenicienta se encontraba engrilletada con dos pesados grilletes en sus muñecas que mantenían sus brazos a la espalda y otros dos en sus tobillos que hicieron que tuviera que caminar como un pingüino hasta la cama donde el príncipe la colocó con el culo en pompa.
La joven quedó muy sorprendida con el poco decoro que tenía aquel hombre, pero la excitación que sintió al notar las manos del príncipe manipulando su empapado sexo y su ano, como si un animal se tratara, hizo que a Cenicienta no le importase nada lo que estuviera haciendo con ella en aquel momento.
La chica respiro agitada mientras escuchaba como a su espalda el príncipe se iba quitando los pantalones, volviendo a dejar salir su brutal miembro, ansioso de poder eyacular en algún lugar después de aquella dura noche de trabajo en la que había tratado de penetrar sin éxito a más de 10 jovencitas.
- Me gustáis más las criadas para el sexo, tenéis más tolerancia al dolor que las nobles –dijo el hombre mientras apuntaba su falo sobre el sexo de Cenicienta y se dejaba caer un poco.
El príncipe se quedó maravillado al ver como su rosado glande era succionado por los grandes labios rosados de Cenicienta, que se tragó de manera instantánea toda la cabeza del pene, continuando con el tronco del venoso e hinchado falo sin parar hasta llegar a los tres cuartos.
Cenicienta se movió un poco tratando de que su vagina se hiciera un poco más flexible para conseguir tragar aquel falo por completo y así tener más facilidad para poder mantenerse al lado del príncipe, mientras que este penetraba con más intensidad buscando que su polla fuera albergada por completo en el interior de aquella sorpresiva mujer.
Cenicienta gimió un poco de dolor, pero también de placer cuando notó los grandes y duros testículos del príncipe rozando ligeramente sus muslos, lo que quería decir que había logrado tragarse el monstruoso falo.
La chica hizo fuerza con sus paredes vaginales con la intención de apretar el pene del príncipe y que así sintiese un mayor placer, pero en cuanto este comenzó a penetrar y bombear con violencia su cuerpo sobre cenicienta, agarrando con violencia las nalgas de la chica, esta no puedo hacer más que gemir de dolor durante los primeros minutos, hasta que logró acostumbrarse.
El príncipe gruñó como un animal durante muchos minutos, era evidente que le era difícil encontrar mujer que fueran capaz de albergar su dotación y llevaba bastante tiempo sin tener una relación sexual tan larga con ninguna mujer. Por otro lado, pese a que aquello al inicio había sido un poco más doloroso que el falo que usaban su madrastra y hermanastras, el placer que estaba comenzando a sentir por tener aquel caliente cacho de carne en su interior había comenzado a brotar.
Después de casi 10 minutos de incontables embestida finalmente notó como el cuerpo del príncipe comenzaba a convulsionarse, especialmente su pene que soltó una docena de abundantes chorros de semen en su interior, momento que Cenicienta aprovecho para apretar con sus paredes vaginales la cada vez más flácida polla del príncipe con la intención de con las últimas fricciones del pene en su interior alcanzar su orgasmo, pero desgraciadamente no lo consiguió, aunque ya estaba muy acostumbrada a quedarse frustrada, con lo que no se quejó.
- Eso estuvo genial – dijo el príncipe sonriente mientras liberaba a Cenicienta de los grilletes – si eres una asesina mátame ahora y moriré feliz - Cenicienta sonrió halagada mientras se arrodillaba ante el príncipe.
- ¿Podré ser su princesa?
- De momento no lo sé, tengo que probar mi falo en tu otro agujero para decidirme- dijo el hombre – pero antes tengo que reponer fuerzas, lo que está claro es que no probaré a ninguna más por el momento.
Cenicienta, mimosa, agarró con sus manos los hinchados testículos del príncipe para cubrirlos de besos y mirar hacia arriba suplicante.
- Mis dos hermanastras están en el baile, me gustaría que las probase a ellas también.
- ¿Ellas tienen cualidades como tú? – preguntó el príncipe interesado.
- No mi Señor- dijo la chica dando lametazos los testículos de su amante- ellas son muy estrechitas, pero siempre han sido muy malas conmigo, y me gustaría que mi vigoroso macho se vengase de ellas… a cambio yo le reanimaría con una mamada como nunca antes le han dado.
- Lo que sea por una damisela en apuros, dime sus nombres y las traerán a mi presencia- dijo con una sonrisa, lo que hizo sonreír aún más a Cenicienta.
Continuará…
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