La historia de Carlos y su madre. Parte 4

Las gruesas manos del chico la tomaron del cabello, pasó sus dedos entre la sedosa cabellera de doña Rosy, masajeando por segundos su cabeza al tiempo que la halaba hacia él para decirle, con ese movimiento, que deseaba que se la tragara toda. La madre de su amigo, con la experiencia que tenía, colo

Se sentía presa de la lujuria. Sus demonios habían renacido dentro de ella con una fuerza inconmensurable e incapaz de controlar. No recordaba esos intensos deseos recorrer su delicada y suave piel desde que era una jovencita. Iba en segundo año de secundaria cuando aquel viejo tendero, don Julián, muy amigo de sus padres, le hizo descubrir los placeres de la carne, primero hurgando con sus gruesos y largos dedos su virginal y ardiente intimidad, luego, con mayor osadía y deseo, la hizo suya aquella noche de fiesta y borrachera de sus padres, había sido deliciosamente rico; a partir de ese día se sintió una puta que deseaba a cada rato sentir dentro de ella aquella verga que la inundaba de placer en cada rincón de su juvenil pero exquisito y bien formado cuerpo. Se sentía loca de deseo por sentir dentro de ella, casi todos los días, la gruesa y negra verga del viejo Julián. Luego todo paso y con la llegada del novio de casa volvió a recuperar su tranquilidad. Dejó de verlo y sentir ese deseo profundo por don Julián, pero ahora se sentía nuevamente igual. Aquella verga, venosa, negra, larga y muy gruesa de ese jovencito, Sabino, la hacían sentirse perdida en un negro y profundo abismo de lujuria y deseos de ser poseída a cada momento por él.

Con mano temblorosa tocó tímidamente la vieja puerta de madera de la casa del joven. Le daba cierto temor que alguien la viera, pero el deseo era muy grande, además se sentía algo protegida en ese solitario callejón, en donde se ubicaba la casa de Sabino, casi nadie andaba por ahí; eso mezclado con su hondo deseo le daban cierto valor para ir hasta allá y arriesgar su reputación de señora y ama de casa. Era verano, recién había cumplido los 38 años, hizo cuentas y le doblaba la edad a Sabino, este cumpliría los 20 pero hasta finales del año.

-       Voy, se escuchó decir desde adentro y sus pensamientos fueron sustituidos por un inmenso cosquilleo que recorrió cada palmo de su delicado cuerpo y se instaló por unos instantes en aquella vulva ardiente para mojarla un poco más. Se imaginó poseída.

-       ¿Estás solo? Le preguntó en cuanto este abrió la puerta.

-       No, dijo el chico, está mi papá, pero como siempre está perdido de borracho, está dormido, pase, le dijo, sin perder el respeto que significaba ser la madre de uno de sus mejores amigos.

-       Mejor regreso otro día, dijo tímidamente, con la decepción clara en su rostro.

-       No, dijo Sabino, pase, no tiene mucho que llegó y seguro va a dormir unas 6 o 7 horas mínimo, dijo refiriéndose a su padre, hasta que se le baje la borrachera.

Dio unos pasos dentro de la humilde vivienda, recorrió brevemente con sus ojos cada espacio visible tratando de ubicar en dónde estaba el padre del chico que la hacía volar a otros mundos.

-       Está en el otro cuarto, no se preocupe, dijo el joven, sabiendo que doña Rosy seguía algo nerviosa. No quería perderse esa mañana de placer. A él también le encantaba como se hacían el amor.

Tras cerrar la puerta, se abalanzó sobre los labios del joven, lo besó apasionadamente mientras sus manos tomaban ambas mejillas del chico. No se separó de él hasta que sintió como la gruesa virilidad del joven empezaba a punzarle cerca de la entrepierna con esa dureza que ella ya conocía muy bien. Dejó su pequeño bolso de mano en la desvencijada mesa de madera que era testigo inmutable de aquella pasión que los envolvía.

Caminó suavemente de la mano del chico, él un poco delante de ella, contoneando de manera natural sus amplias caderas, el vestido se subía solo un poco a cada paso que daba haciéndola ver más sensual de lo que su mismo cuerpo proclamaba ya de por sí.

Había pasado solo una semana desde aquella noche que Carlitos había llevado a su amigo Sabino a su casa, solo una semana desde que él, de manera atrevida se presentó ante ella y desde el primer momento le dio a entender, sin rodeos, que quería hacerla suya. Ella se resistió un poco, al principio, pero después de probarlo una vez se volvió loca de deseos de sentirlo moverse más seguido dentro de ella. Era todo, pensaba, su juventud, su delgado y musculoso cuerpo, la suavidad de su piel, el olor y sabor tan exquisito de su pene, sus redonditas y firmes nalgas que sobresalían de su cuerpo, el color de sus ojos y la profundidad de su mirada, ese cabello largo y rizado que le encantaba acariciar después de que él terminaba eyaculando dentro de ella y permanecía recostado encima de su níveo cuerpo mientras, lentamente, su dura y gruesa verga regresaba a su normalidad, pero sobre todo, pensaba ella, era la dureza, el grosor, el color obscuro como la noche, la longitud de aquella venosa verga que no se cansaba de disfrutar; nunca había sentido dentro de ella algo así, nunca en sus años de casada y en sus flirteos y aventuras conoció a alguien con un pene similar, y más aún el tiempo que duraba, el chico se pasaba casi una hora entrando y saliendo sin cansarse, sin terminar. La ponía en una y otra posición, la cansaba deliciosamente, la acomodaba según sus gustos y deseos; ella obedecía, se dejaba hacer y si quería una vez más, solo bastaban unos minutos para que Sabino estuviera nuevamente listo. La llenaba completamente. Cada milímetro de los ardientes pliegues de su vulva era, exquisita y deliciosamente, acariciados por esa mezcla de dureza y suavidad de aquel falo grueso, largo y negro del joven. ¡Qué delicia de chico! pensaba ella.

Suavemente fue depositada en el borde del colchón hasta quedar sentada, Sabino delante de ella quedaba exactamente a la altura justa y precisa para disfrutar de la maestría de aquella húmeda lengua de doña Rosy. Las delicadas y suaves manos de la madre de su amigo bajaron de un solo jalón el blanco short deportivo hasta los tobillos del moreno joven. La carne dura se balanceó por unos segundos delante de sus ojos antes de que fueran sostenidos de manera por demás sexy por su mano derecha. Lo miró, lo palpó suavemente, estaba demasiado duro, así le encantaba, firme, alzándose hacia arriba y curveándose un poco hacia la derecha, lo observó embelesada. Lo rodeó con los dedos y de manera lujuriosa se dio cuenta que no lo abarcaba por completo, poco menos de la mitad queda sin ser tocado por sus dedos. Se excitó aún más. Inconscientemente se saboreó pasando por fuera de sus labios un par de veces su húmeda lengua. Acercó suavemente sus labios abriéndolos en un casi perfecto círculo. Era un beso más parecido a una ligera succión, con la presión suficiente y necesaria para casi hacer aullar al chico. Con sus labios rodeó completamente el prepucio del joven, succionó nuevamente haciendo que Sabino se levantara, ligeramente, de puntitas y emitiera sonidos ininteligibles. Sin separar los labios sacó su lengua y con maestría impresionante empezó a rodear la roja cabeza de aquel falo que, erguido, deseaba ser engullido completamente por esa cavidad que ardientemente se acercaba a él. Conocía la maestría de saber respirar sin sacar un momento aquel pedazo de carne negra y caliente que saboreaba a cada segundo que este pasaba en su boca. Con la mano derecha subía y bajaba, con cierta suavidad y de repente con locura, la delicada piel que envolvía aquel trozo ardiente de carne que la hacía sentirse envuelta en el hondo deseo de los placeres carnales. Delicadamente, con la punta de la lengua, chupaba los líquidos preseminales que brotaban de la verga del chico y que ella saboreaba como si fuera la más deliciosa miel.

Las gruesas manos del chico la tomaron del cabello, pasó sus dedos entre la sedosa cabellera de doña Rosy, masajeando por segundos su cabeza al tiempo que la halaba hacia él para decirle, con ese movimiento, que deseaba que se la tragara toda. La madre de su amigo, con la experiencia que tenía, colocó su mano derecha en la base del tronco de la verga del joven para evitar atragantarse con aquel falo duro y grueso que tenía metida en la boca.

Estaba demasiado caliente, muy excitada y con voz temblorosa, al tiempo que volvía los ojos hacia arriba para retratar un cuadro de deshonrosa pero ardiente súplica, dijo mirando a Sabino:

-       Métemela.

-       Siga mamando, me encanta como me la mama, dijo el chico. ¿Conoce a Roberto? Preguntó.

-       No, dijo doña Rosy, al tiempo que desconcertada sacaba de su ardiente boca aquella dura verga que prácticamente ya se había tragado en su totalidad, y con una mirada desconcertada, pues no entendía la razón de la pregunta dijo, ¿quién es Roberto? Y volvió a meterse la mitad de aquella verga negra.

-       Roberto, Boby, dijo Sabino, va con su hijo en la secundaria, es el hijo del “negro” el señor que arregla las bicicletas, dio más detalles para que la ardiente señora lo ubicara.

-       No, dijo ella mintiendo, pues con todos los datos ya sabía de quién hablaba. ¿Pero él que tiene? Preguntó

-       ¿Sabe qué me dijo? Y sin esperar respuesta el chico continúo, me dijo que usted le gusta, que está usted muy buena, que está muy guapa, dijo esto último tratando de aligerar su comentario.

No hubo respuesta, ni más preguntas de la señora, siguió mamando la verga de Sabino por unos segundos más, se recostó en la cama, y sin más preámbulos dijo:

-       Cójeme, metémela, rogo.

El chico se acercó, subió un poco más su vestido, con suavidad le quitó sus pantaletas para dejar descubierta una vagina húmeda, ardiente, chorreante y perfectamente depilada; así como estaba acercó su dura verga, puso la cabeza en la entrada de aquella cueva que ardía en deseos de ser profanada, empujó suavemente, un poco más, deseaba sentir en cada palmo de su virilidad el calor que emanaba de la intimidad ardiente de la madre de su amigo; ella lo deseaba, estaba sumergida en el desenfreno de la lujuria y la pasión.

-       También me dijo que quiere cogérsela, volvió a tocar el tema del amigo.

-       Cállate, le dijo ella, sabiendo el efecto que los comentarios estaban haciendo en ella, provocando que su cabeza se perdiera en el torbellino de sus más escondidos deseos y girara como un golpe de mazo que pareciera que quisiera desmayarse ante tal atrevimiento de las palabras del chico.

Justo cuando iba a la mitad de su camino, penetrando la deliciosa y húmeda cavidad de doña Rosy, y ella sentía que tenía en sus piernas la recompensa más gloriosa en esa fresca mañana de un sobresalto el joven se separó de ella al escuchar:

-       ¡Sabino, jijo de la chingada! Se oyó una voz aguardientosa y apenas clara que provenía del cuarto de al lado.

-       Mi padre, dijo, subiéndose inmediatamente el deportivo short blanco que ya estaba tirado en el piso. Se despertó, dijo con cierto nerviosismo, deja ver qué quiere.

-       Está bien, dijo la madre de su amigo, con la contrariedad visiblemente dibujada en todo su bello y dulce rostro. Estaba ardiendo y sentía que se consumía en sus propios y calientes deseos.

-       Se acaba de despertar, dijo Sabino a su regreso, quiere que le vaya a comprar su caguama.

-       Cógeme rápido, le suplicó ella, anda.

-       No puedo, debo ir a comprarle su cerveza, sino, se pondrá como loco, afirmó el joven.

-       Te espero, y cuando regreses seguimos, volvió a decirle con tono de súplica bañado en deseo.

-       No creo que se pueda, ahorita se va a levantar y tal vez después de su cerveza me pida otra y otra y otra, dijo reiterativamente, así estará unas dos horas y tal vez se salga más tarde, si puede regrese en la tarde. Discúlpeme por favor.

Con muchos deseos contenidos, con su entrepierna humedecida y todavía vestida de cierta molestia y desencanto, doña Rosy caminó rumbo a su casa. La fortuna le ayudó pues salió de aquel estrecho callejón sin que nadie la viera. Apenas había andado una cuadra, cuando sus oídos escucharon el clásico ruido del andar de una bicicleta. No quiso voltear, aunque el corazón se le aceleraba y pensó que era Sabino que corría a buscarla para pedirle que regresara a su casa. Inmediatamente volvió a inundarla el deseo.

Inconscientemente movía sus caderas de manera provocativa para que el joven mirara bien lo que se estaba comiendo.

A un par de metros de llegar a ella, cuando hubiese deseado escuchar la conocida voz del chico pidiéndole que regresara, sonó a sus oídos su nombre sin saber exactamente de quién provenía.

-       Doña Rosy, dijeron unos labios.

Temerosa que fuera alguien que la había descubierto fue volteando la cara hasta encontrarse de frente con Roberto, Boby, el jovencito de quien minutos antes su amante le había hablado. Quedó muda y solo acertó a saludarlo, “buenos días” balbuceó.

-       Buenos días, respondió el chico, al tiempo que frenaba la bicicleta y bajaba una pierna para apoyarla en el suelo y quedar con la otra, semidoblada, al aire.

-       ¿Tú eres? Dijo titubeante, aunque ya sabía quién era y lo hacía solo para confirmar y no caer en un error de confusión.

-       Boby, dijo el chico mencionando su apodo y con un aplomo impresionante para su edad. Soy amigo de su hijo, bueno vamos juntos a la escuela, continuo, sabiendo que en realidad no solo no eran amigos, sino que existía una gran rivalidad entre él y Carlitos.

-       Mucho gusto, dijo doña Rosy, extendiendo la mano y recordando las palabras que Sabino le había dicho acerca de lo que el jovencito pretendía con ella. Las palabras retumbaban en su cabeza excitándola más de lo que ya estaba. Se empezaba a desconocer, se sentía un poco descontrolada, eso no le gustaba del todo, pero podía más en ella la calentura que desbordaba cada poro de su piel.

-       ¿A dónde va? Preguntó el chico.

-       A mi casa, respondió ella.

-       La puedo acompañar, dijo Roberto.

-       No, gracias, dijo ella, está cerca y no creo que sea conveniente que te vean junto a mí.

-       Es que no le pregunté, dijo el chico sonriendo, le digo que la puedo acompañar porque yo también voy por ese rumbo.

-       Ah, perdón, dijo ella, sintiéndose en una conversación que perdía. Pero tampoco me gustaría que te vean conmigo, no se vaya a enojar tu novia y no quisiera problemas, dijo sonriendo con la lujuria dentro de ella.

-       No, dijo él, no tendría problemas con nadie, al contrario, continúo, es muy padre que me vean acompañado de una señora tan linda, y se sonrojó al mismo tiempo.

-       Jajajaja, rio ella, favor que me haces, pero no me considero tan linda como dices.

-       Pues para mi sí es muy linda, le dijo, y sus oídos escucharon lo que nunca esperó escuchar tan pronto, es tan linda que me gusta mucho, remató. Obvio ella no sabía que Sabino ya le había contado sus encuentros y por eso el chico sabía qué terreno pisaba.

-       ¡Qué dices! Exclamó doña Rosy con ojos de asombro, ¿¡cómo qué te gusto!? No digas barbaridades, dijo, pero esas palabras causaban exactamente el efecto contrario. Con las ganas que se cargaba y las palabras del chico se sintió nuevamente viva y llena de deseos de ser poseída ahí mismo, pero se controló en sus palabras. No digas eso, insistió, podría ser tu madre, es más creo que tu mamá es más joven que yo.

-       Eso no importa, la verdad usted me gusta mucho, y si solo me diera “chance”.

-       Jajajaja, volvió a reir doña Rosy, ¿“chance”? dijo en tono de pregunta, ¿“chance” de qué?

-       Pues, de que me conozca un poco mejor, que nos conozcamos pues, usted me entiende.

-       No, no te entiendo, dijo ya repuesta y con el aplomo de siempre. No sé exactamente qué quieres decir, dijo mirándolo fijamente a los ojos para saber hasta dónde el chico podría ser capaz, pero al mismo tiempo quería intimidarlo para enseñarle que en esa conversación ella mandaba y tomaba las riendas como a ella le convendría o lo deseara.

-       Pues sí, dijo Boby, ahora titubeante, no sé, tal vez un día ir a su casa y ver si podemos charlar a solas, no sé, platicar, conocernos más.

-       ¿Charlar? Preguntó doña Rosy con cierto asombro, ¿charlar a solas conmigo? ¿Eso es lo que quieres?

-       Sí, dijo el chico, arrepintiéndose en ese mismo instante, reclamándose en ese momento el no haber tenido la osadía de decirle o, por lo menos insinuarle, lo que realmente quería: cogérsela.

-       No sé, dijo ella, no sé si podamos charlar a solas, tengo entendido que tú y mi hijo no se llevan bien, tendría que ser un día que él no estuviera en casa, y eso es difícil porque él casi nunca sale, tal vez en mi casa eso no pueda ser nunca; y con eso le dejaba ver que si había posibilidad de verse a solas. Ahora te dejo, le dijo sin dejarlo que respondiera, agradezco que me hayas acompañado, ya llegué, y sin más se dio la media vuelta para meterse a su hermosa y linda casa.