La historia de Carlos. Parte 1

La conoció una noche de fiesta. Esa noche él trabajó como mesero, recién había llegado al pueblo. Ella iba con un vestido verde estampado con algunas flores que la hacía lucir hermosa. La tela se ceñía a su cuerpo como una segunda piel.

Dicen que cuando algo sucede una vez no garantiza que pase nuevamente, pero si sucede dos veces es seguro que se repetirá muchas veces más, o quizá, siempre.

Nuevamente el fútbol era el culpable. Llegó a la casa de Sabino y sacándose la sucia playera la tiró sobre la cama, cayendo primero en el filo de esta para luego resbalar y caer en el piso de la recámara que era cómplice de aquello que prometía convertirse en un encuentro. Carlos estaba terminando su secundaria.

-          Le dije a ese wey que yo cobraba el penalti, decía Carlos visiblemente molesto.

-          Es un pendejo, siempre quiere hacerlo él y ya ves, la voló.

-          ¡¡Pendejo!! Casi gritó Carlos, por su culpa ya no vamos a jugar la final. Me daban ganas de patearlo.

-          A mí me daban ganas de partirle su m…, pero como su hermano es no que chingados de la liga, no quise meterme en broncas, al rato capaz que me suspenden y ya no me dejan jugar, remató Sabino con ganas de ponerle punto final a esa conversación.

Solo con el short puesto, Carlos se tiró boca arriba en la cama, viendo fijamente el techo, sin observar nada en especial, pero con el enojo visible en su rostro.

Sabino empezó a desnudarse, la oscura piel de su cuerpo contrastaba visiblemente con la blancura de sus dientes. Era un chico bastante atractivo. Sus ojos de un café claro hacían ver su rostro de una mirada profunda y serena. Delgado y bajo de estatura era el chico ideal para confundirse con los adolescentes, a pesar de sus 19 años nadie veía mal que sus amigos fueran jóvenes más chicos que él, pues era el clásico “traga-años”.

Desnudo como estaba, con su pene semierecto, se acercó a Carlos por su costado izquierdo.

-          Ya no te enojes, ya habrá otro torneo y ahí nos desquitaremos, tenemos equipo. Mejor disfruta esto, le dijo, al tiempo que tomaba su mano izquierda y la colocaba encima de su negra verga, y sus experimentados dedos tocaban suavemente la tetilla derecha del chico.

Un poco desganado Carlos tomó el pene en sus dedos y empezó a juguetear con la suave piel de aquel trozo de carne que empezaba a ponerse duro como una roca.

Sabino acercó sus labios al cuello de Carlos y empezó a besarlo suavemente. La respiración de ambos empezó a agitarse. Sabino subió su cuerpo a la cama para quedar en cuclillas y seguir besando el tierno y suave pecho de Carlos, éste siguió su movimiento asido de aquella verga que ahora ya estaba muy dura.

Poco a poco fue acercando sus labios a Carlos quien se resistió al intentó de ser besado en la boca. Sabino no dijo nada, pero insistió, besó sus mejillas pasando de una a otra y rozando suavemente sus labios sin besarlos plenamente. Carlos se dejaba hacer. Dejó por un momento de acariciar el cuerpo de Carlitos y acercó aquel ardiente pedazo de carne, casi negra, a los labios del chico. Este abrió un poco los labios, besó suavemente el prepucio, se lo metió un poco más hasta que la cabeza desapareció por completo de aquella juvenil boca. Tenía un sabor raro, no desagradable pero sí raro, producto del sudor del reciente juego de fútbol. Sabía a hombre. Se excitó mucho.

Sabino, quien a pesar de su corta edad tenía mucha experiencia en el tema, no se consideraba homosexual, su experiencia era con chicas y con chicos, y en su mente ya había anidado el fuerte deseo de cojerse a la madre de Carlos. Ya se lo había dicho, pero hoy quería convencerlo de que le hiciera más fácil el camino.

La conoció una noche de fiesta. Esa noche él trabajó como mesero, recién había llegado al pueblo. Ella iba con un vestido verde estampado con algunas flores que la hacía lucir hermosa. La tela se ceñía a su cuerpo como una segunda piel. El vestido se cruzaba por el frente a la altura de sus pechos, dejando ver una tercera parte de aquellos hermosos y erguidos senos que apuntaban, sin titubeos, a todo aquel que se pusiera frente a ella. Se veía espectacular y ella lo sabía. Deslumbró con su figura a muchos, entre ellos a Sabino, aunque no era su intención. Éste  preguntó quién era, y supo que era la esposa de don Carlos, una señora muy respetable en el pueblo y sin alguna mancha en su reputación. Eso lo obsesionó más. Luego el destino quiso que fuera la madre de su mejor amigo, Carlitos.

Doña Rosy era sumamente discreta, nadie en el pueblo sabía o sospechaba siquiera, algo de sus romances. Vestía, siempre, con vestidos largos y amplios, de tal manera que sus formas se desdibujaban y no era fácil darse cuenta que poseía un cuerpo de infarto, que cortaba la respiración a casi cualquiera, aunque le resultaba difícil disimular el amplio y ancho de sus caderas y nalgas. Baja de estatura, delgada de cintura, tez bronceada por el típico sol de aquellos lares, era una verdadera hembra que figuraba como una señora respetable ante la sociedad. Pero esa noche era especial y había elegido un vestido sencillo, discreto, pero que al tomar forma en su delicioso y maravilloso cuerpo la hacían lucir despampanante, y sumamente antojable para casi cualquier hombre; eso fue lo que le sucedió a Sabino esa noche que la conoció.

Lo eligió porque la cena era con muy pocos amigos, muy cercanos a su marido y la mayoría rondaba la edad de su esposo Carlos, que además todos iban con su esposa respectiva. Sabía que no habría mayor problema, no le gustaban ni los deseaba tener, pero no contaba con las ardientes miradas de los meseros, que sin ser muchos tampoco era un problema, solo que no sabía que ahí estaría Sabino, que al no ser conocido por ella no le puso el mínimo interés, si acaso solo algunos “gracias”, con su hermosa sonrisa y sus blancos dientes, cuando éste se acercó a ofrecerle algunas copas del espumoso vino que se servía, pero no reparó mayormente en él.

Sabino tenía un plan y quería hacerlo realidad.

Siguió besando el cuerpo de Carlos, este no dejaba de jugar con la negra y lubricada verga de Sabino. Sentía en sus dedos índice y pulgar los jugos de aquel pene que estaba listo para penetrarlo.

-          Vamos a bañarnos, le dijo Sabino.

No dijo nada, pero se incorporó. Se quitó lo que le quedaba de ropa y se dejó llevar por su amigo rumbo al baño, quien detrás de él lo empujaba suavemente al mismo tiempo que le besaba en su cuello y nuca, y le arrimaba su duro y caliente falo hasta que se perdía en la hendidura de las nalgas de Carlitos sin llegar a penetrarlo.

El cachondeo durante el baño fue muy rico, ambos se tocaron, se acariciaron y aunque Sabino hubiera deseado besarse con él sabía que tenía que darle tiempo, quizá, mucho tiempo.

Salieron, todavía algo mojados y ya ardientes como estaban le pidió a Carlos que se subiera a la cama, y con la maestría de su lengua fue acariciando aquellos pliegues del íntimo y caliente agujero de su amigo. Su lengua se adentraba hasta donde se podía, un dedo y luego otro fueron relajando los músculos del esfínter. Se ensalivó la punta de su verga, poco a poco fueron pujando, uno para entrar, el otro para recibir aquel trozo de carne, grueso, largo y cabezón; aquel trozo que Carlos no podía comerse todo, ya que decía que estaba muy grande. Sabino solo le metía la mitad y a veces un poquito más ante las protestas del chico que se quejaba de dolor.

-          ¿Te gusta cómo te cojo?

-          Sí, decía Carlos, al tiempo que fruncía un poco los labios para soportar el dolor que se mezclaba con el placer de sentirlo dentro de él.

-          ¿Siempre vas a ser mi putito?

-          Sí

-          Dímelo, dijo Sabino.

-          Sí, siempre voy a ser tu putito

-          Las veces que yo quiera

-          Sí, siempre que tú quieras

-          ¿Y vas a hacer todo lo que yo te pida?

-          Sí

-          ¿De verdad? ¿Vas a hacer todo lo que yo te pida?, volvió a insistir Sabino, para estar seguro que lo tenía dominado, mientras con fuertes movimientos entraba y salía del caliente agujero de Carlitos, quien en cuatro al filo de la cama aguantaba estoicamente los embates del caliente de su amigo.

-          Sí

-          Júramelo

-          Te lo Juro, dijo Carlitos. Voy a hacer todo lo que me pidas.

-          Quiero cojerme a tu mamá y tú me tienes que ayudar, le dijo, y todavía con más fuerza entró lo más profundo que se podía en el cuerpo de Carlitos.

Sintió una punzada en el estómago además de cierto enojo o molestia, que no alcanzó a distinguir, al escuchar a su amigo referirse así a su madre, pero su cuerpo no pudo disimular la tremenda excitación que sentía al imaginarse aquello, ya que de un momento a otro su pequeña verga se puso dura como una piedra, como nunca antes lo había estado, ni siquiera cuando había visto a Saúl, el amigo de la casa, cojerse a su mamá, o cuando se masturbaba recordando esos momentos en los que espiaba a su madre.

No lo pensó mucho, pues el placer y la lujuria que invadía su cuerpo nubló su mente e inmediatamente le dijo:

-          Sí, yo te voy ayudar.

-          Uf!! Dijo Sabino, al escuchar eso arremetió contra las nalgas de Carlitos, le dio varios golpes, su verga se hinchó y en lo más profundo de las entrañas de su amigo descargó toda la caliente y profusa leche que se había acumulado durante la cojida.

Los profundos ojos cafés claros del joven Sabino se posaron fijamente en los ojos marrones de doña Rosy cuando el hijo los presentó. La mirada era tan fuerte y penetrante que la señora quedó impactada. Ella recorrió con sus ojos aquel rostro joven y varonil, de facciones fuertes pero muy atractivas. Él miró aquellos hermosos labios y luego bajó la mirada para caminar por su cuello y detenerse por unos momentos en aquel par de senos que sobresalían de la ropa como dos pitones encendidos que lo retaban ansiosos. No le pareció la misma mujer que conoció aquella noche de fiesta, las formas se desdibujaban bajos aquellos trapos que ahora vestía. Era otra doña Rosy. Lejos estaba aquel vestido verde con flores rojas que apretaba su fina cintura y daba forma a ese delirante cuerpo de mujer que lo había trastornado. Incluso, pensó, que en poco tiempo había engordado.

-          Se va a quedar esta noche acá, le dijo Carlos a su mamá.

-          Está bien hijo, dijo doña Rosy, entonces voy a preparar algo para que cenen.

Don Carlos acostumbraba, cuando estaba en casa, dormirse muy temprano, alrededor de las siete y media de la noche, y fiel a su costumbre se despidió de todos y se fue a descansar.

Sin duda alguna la presencia del joven inquietaba a doña Rosy, no era una mujer a la que le gustara escandalizar con su comportamiento. En el pueblo todos la tenían como una buena esposa, incluso, trabajaba arduamente en obras de caridad y era muy allegada a la iglesia de su barrio. Su aventura con Saúl la mantenía en secreto. Pero era una mujer ardiente, eso no lo podía negar y ella lo sabía. De manera discreta veía una y otra vez el rostro de Sabino y esos ojos cafés claros la subyugaban. Cuando el chico se paró para ir al baño, ella lo recorrió de pies a cabeza, su delgado y musculoso cuerpo se notaba debajo de la delgada playera que traía puesta. El short azul oscuro que vestía dejaba ver los fuertes músculos de sus lampiñas piernas, así como unas nalgas fuertes y pronunciadas que sobresalían de la espalda baja del joven. No pudo ocultar el deseo que abrigó su cuerpo cuando bajó la mirada a la entrepierna y pudo ver un bulto bastante grande, no sabía si el chico tenía una erección, pero era notorio que aquello estaba de buen tamaño. A ella le gustaban las vergas grandes, pero ni su marido ni su amante la tenían grande. Ya tenía cerca de 5 años cuando tuvo la fortuna de conocer a Mario, un señor de un pueblo vecino, con quien sostuvo algunos encuentros, que la había llenado por completo, pues era poseedor de un pene bastante grande.

-          Ve a la tienda hijo, dijo doña Rosy.

-          Ay mamá, ya mero acaba mi serie, dijo Carlos contra su costumbre, pues no era de los que repelaba una orden de su madre, acaba a las 8 y media, remató.

-          Está bien, pero no se te olvide, acuérdate que cierran a las 9, acá te dejo la lista, dijo mientras colocaba en la mesa del comedor un papel con varios garabatos, yo voy a cambiarme porque ya no tardo en irme a dormir.

-          ¿Me acompañas? le preguntó a Sabino.

-          No wey, me quedo a ver un rato la tele, te espero, es más tú dijiste que me ibas a ayudar a ya sabes qué, así es que si puedes tárdate un poco más de lo normal, ¿si?, dijo Sabino en voz muy baja para evitar ser escuchado por doña Rosy.

-          Sí, está bien, dijo Carlos, mientras tomaba la lista de la mesa del comedor.

Apenas se escuchó el cerrar de la puerta de la calle, doña Rosy salió de la casa de madera y entró a la “casa grande” como ellos le llamaban, que no era más que un cuarto de, aproximadamente, 6 x 6 metros en donde tenían la sala, un comedor y el televisor de colores.

Se sentó frente a Sabino enfundada en su bata de dormir, nada sensual ni sexy. Una bata de color palo de rosa, gruesa y que caía hasta casi los tobillos de la señora. Se dispuso a platicar con el joven. Se enteró que era huérfano de madre desde los cuatro años, su padre se había hecho cargo de él y, casi desde ese tiempo, el padre había caído en las garras del alcoholismo. Habían llegado a su pueblo en busca de mejores oportunidades de vida y que, don Pedro el padre del chico, abandonara la bebida al dejar en su tierra natal a los viejos amigos de cantina, pero no había sido suficiente, don Pedro seguía emborrachándose, prácticamente, todos los días. Él, Sabino, había dejado la escuela y ahora trabajaba, casi en cualquier cosa, pues al no tener preparación no podía aspirar a mucho.

Él se enteró que ella estaba casada con don Carlos, en segundas nupcias de este; que Carlitos era hijo único, y que el hijo mayor de don Carlos vivió solo un tiempo con ellos y que ahora, estudiando la Universidad, había emigrado a la ciudad capital. Los visitaba solo de vez en cuando, aunque había buena relación, él se había enfrascado en sus actividades y casi no tenía tiempo para la familia.

-          ¿A poco así duerme? Preguntó el joven, señalando con su dedo índice la bata de dormir de doña Rosy.

-          No, pero me la puse porque estás tú de visita, y no es propio que ande de otra forma delante de un joven amigo de mi hijo.

-          ¿Pero entonces, cómo duerme? insistió Sabino

Una sonrisa maliciosa salió de los labios de la mamá de Carlos, no dijo nada. En ese momento sonó el timbre de la puerta. Era Carlos quien regresaba de la tienda.

-          Abre tú, le ordenó al joven, al tiempo que ella se retiraba a su recámara.

-          ¿Y mi mamá? Preguntó el chico.

-          No ha salido desde que te fuiste, mintió Sabino.

“Má” gritó Carlos, acá está el mandado. Doña Rosy salió, miró las cosas y tomó el cambio.

-          Ya me voy a dormir chicos, dijo, supongo que tu amigo se quedará en tu cama ¿y tú? Preguntó.

-          Ahí nos acomodamos, dijo Sabino, no se preocupe.

-          Está bien, buenas noches, que descansen.

-          Buenas noches, dijeron al unísono los jóvenes.

Acostados, desnudos, ambos en la misma cama, Sabino abrazó a Carlos desde atrás, por su espalda, acercó sus labios a la oreja derecha del chico, lo mordisqueó, besó su cuello. Carlos solo reacciono con un “a” prolongado e hizo sus nalgas hacia atrás para pegarlas fuertemente en la verga de Sabino, que ya erecta y dura estaba dispuesta para penetrarlo.

-          Tu papá sale mañana temprano de viaje.

-          ¿Cómo sabes eso?

-          Me lo dijo tu mamá.

-          Pues no que no había hablado con ella, preguntó medio molesto al tiempo que se volvía sobre su eje y quedaba cara a cara con Sabino.

-          Bueno, sí hablamos, pero muy poco, trató de justificarse el joven.

-          Pero me dijiste que no había salido, arremetió Carlos.

-          Bueno, sí salió un ratito, pero no hablamos de gran cosa, es más lo que preguntó de mí que cualquier otra cosa. No te enojes, le dijo, al tiempo que con un beso sellaba los labios de Carlos, quien sin poder hacer mucho se dejó. El placer que sintió al tenerse en los labios de Sabino fue mayor a su incomodidad y el pequeño susto de ser besado por un hombre. Él ya había tenido novia, pero esto era diferente.

Se fundieron en ese beso apasionado. Restregaron sus cuerpos. Con Sabino encima de él, abrió sus piernas, rodeó las escurridas caderas y tomó entre sus manos el rostro de su amigo, lo siguió besando al mismo tiempo que sentía la dureza de aquella verga gruesa y negra que le punzaba a la altura de su ombligo. Sabino, se separó un poco, tomó los tobillos de Carlos para separar más aún sus piernas, éste sabía que venía, sostuvo sus piernas en el aire, Sabino tomó con una mano su verga, con la otra la ensalivó, hizo lo mismo con el diminuto agujero que parecía observarlo, metió un dedo, jugó dentro de él, tomó su pene con la mano derecha y con la izquierda se sostuvo en el mullido colchón, apuntó preciso y firmemente, empujó con fuerza, Carlos tomó sus propios tobillos y se abrió más. Un ligero gemido salió de los labios del joven, ya se estaba acostumbrando un poco más a sentir dentro de él a su amigo.

-          No la metas toda, dijo.

-          Sí, ya lo sé, solo aguantas la mitad.

-          Sí, es que la tienes muy grande y muy gruesa.

El sol que entraba por la ventana lo despertó. Miró el reloj que estaba en la pared, eran las 8 y cinco de la mañana. Sabino no estaba a su lado. Se levantó, se puso el short y una playera, se calzó sus sandalias y bajó al patio. Ahí estaba Sabino, lavando el carro de su madre. Se extrañó demasiado, pero no quiso darle mayor importancia. Su madre vestía un short corto, una playera holgada y se veía muy contenta, ayudaba medianamente en la tarea a su amigo. Era más como una supervisora, demasiado sensual para ser tan temprano, pensó.