La historia de Ahmed

Soy un muchacho tunecino que debido a ser masajista he tenido muchos contactos con mujeres.

He conocido vuestra página y os mando un relato por si os parece bien publicarlo.

Me llamo Ahmed y actualmente trabajo en un hotel de la Costa del Sol.En el año 1997 trabajaba de masajista en un hotel de 4 estrellas en la Isla de Djerba en Túnez.La historia que os voy a contar la fui conociendo según me la iba contando poco a poco Ana durante las sesiones de masajes que le di a lo largo de los diez días que estuvo en Djerba y de las situaciones que se produjeron con ella.

Ana tenía unos treinta años y estaba recién casada. Habían venido Ana y su hermana con sus respectivos maridos a Túnez sobre todo a descansar. Ana vino sóla la primera vez a la sala de masajes y le atendió una de mis compañeras, Zulaima. La mandó desnudarse y luego la enjabonó, lavó y secó en la sala de baños. Luego desnuda la acompañó a la sala de masajes donde la esperaba yo para darle la bienvenida. La saludé y le expliqué en que consistía el masaje con aceites naturales y que era muy relajante. Ella estaba colorada porque creo que no había estado desnuda nunca delante de ningún hombre que no fuera su marido.

Tenía la piel muy blanca, empecé por el cuello, luego los pechos que eran grandes y enseguida noté que los pezones se le ponían de punta como flechas y su respiración era jadeante, bajé por todo el cuerpo hasta el pubis donde el vello era negro y muy fino, notándose que no se lo había arreglado nunca.Luego los muslos y cuando vi que temblaba de gusto, le ofrecí el masaje especial y ella aceptó. Le metí los dedos y chilló de gusto moviendo las caderas al ritmo que le mandaban mis dedos. Luego la ayudé a ponerse boca abajo, subí por las pantorrillas, los muslos y casi se estaba acercando al orgasmo. Con un artilugio que tenía la camilla, se separaron las piernas y dejaron un hueco para que yo me metiera y tuviera a tiro su agujero que estaba rebosando líquido. Eché uno de los mejores polvos de mi vida. Luego fuimos a la sala de baños, en el jacuzzi tomamos té y posteriormente le di por todo el cuerpo una loción de flores del paraiso que olía de maravilla.

A muchas mujeres me las he cepillado dandóles masaje, pero la mayoría no vuelven, porque se arrepienten de haberles puesto los cuernos a su marido o por verguenza o por lo que sea. Al día siguiente apareció Ana y cual no sería mi sorpresa cuando vi que venía acompañada de su hermana Lauria. Ana tenía unos 30 años y era castaña, Lauria era morena y tendría unos 40 años. Las recibió Zulaima e hicieron lo habitual antes del masaje, presentándose las dos desnudas ante mi. Llamé a mi compañero, Mustaffa, para que atendiera a Lauria. Le pregunté a Ana como no hacían el amor con sus maridos y me explicó que el suyo estaba acostado la siesta descansando para luego cuando ya no hiciera tanto calor ponerse a leer alguno de los libros que se había traido del trabajo y al de mi hermana le gustaba quedarse en el bar con el aire acondicionado tomándose una copa. Me comentó que a ella le echaba un polvo los sábados, que se corría enseguida y que tenía el pene muy pequeño. Mientras tanto Mustaffa ya se estaba follando a Lauria que gemía como una loca. Le pregunté a Ana si tenía virgen el culo y me dijo que si, yo esa tarde le desvirgué el culo y me la follé.

Las despedimos con el cuerpo untado de la magnífica fragancia y no sabemos que contarían a sus maridos.

Nos contaron que estarían dos días fuera porque se iban al desierto en un cuatro por cuatro. Al tercer día volvieron al masaje y Ana me contó lo que le había sucedido en un zoco de un pueblo cerca del desierto. Se encaprichó de una túnica con bordados, de esas tan bonitas que hacen en Túnez y la dependienta le dijo que le llevaría por lo menos una hora enseñarle todas las túnicas y luego probárselas a ver cual le quedaba bien. Aconsejó a mi hermana y a los hombres que se dieran una vuelta por el zoco y a la hora volvieran a su tienda que estaban invitados a un té y que ya podrían ver por cual se había decidido. Ana se qeudó a solas con la señora que le explicó que estas prendas las llevaban las mujeres tunecinas sin nada debajo porque eran para ocasiones especiales y para que no se resistieran los hombres.

La llevó a la trastienda y le indicó un vestuario para que se desnudara y que luego cuando estuviera desnuda saliera del cuartito hacia la izquierda y que entrara en la siguiente habitación que allí la esperaría ella. Así lo hizo y cuando entró vió que había cientos de túnicas y mientras las estaba mirando viendo los bonitos colores, aparecieron cinco mozalbetes de 11 a 14 años con unas dagas, amenazándola y la obligaron y la ataron sobre una tabla a cuatro patas. El Jefe, el de los 14 años, cogió un látigo de esos terminados en trenza que se usan para los animales, y le soltó un trallazo con tal fuerza que le quedó la nalga derecha marcada como si le hubieran hecho un tatuaje. Le explicó que tenía que guardar silencio por todo lo que le iba a ocurrir porque si no morirían ella y sus familiares y los enterrarían en el desierto.

Ella dijo que le hicieran lo que quisieran que no se lo diría a nadie. El Jefe le dió otro trallazo, que la hizo llorar, mientras los otros muchachos se reían, y luego se la folló, mientras los demás la toqueteaban las tetas y se las chupaban. Los otros también se la cepillaron y la soltaron dejandola en manos de la dependienta que lo había visto todo y sonreía. Es muy dura la vida en el desierto señora, y mientras se lo hacen a las extranjeras no nos lo hacen a nosotras. Tengo que decirle que puede escoger la túnica que quiera pues mientras se la follaban, me he quedado con todo su dinero, su sujetador y sus bragas porque por aquí no tenemos esas prendas tan caras.

Me dió una toalla y una palangana, me lavé, me vestí y salí a enseñar a los demás la compra de la túnica, sin poder contarles lo que me había pasado por miedo.

Vi las marcas en forma de trenza en sus nalgas y le pregunté como iba a esconderselas a su marido y ella me dijo que ya lo había solucionado porque había hecho una apuesta con el y le había ganado. El castigo era que el marido tenía que tener abstinencia durante los siguientes seis meses y para entonces a lo mejor ya se le habrían borrado las marcas. Deciros que el penúltimo día yo me follé a Lauria y Mustaffa de cepilló a Ana. El último día lloraban cuando se despedían de nosotros y nos invitaron por la noche en la terraza del hotel a un coctel junto a sus cornudos maridos. Es una historia verdadera y espero que os haya gustado.

Reciban un saludo de Ahmed.