La hipoteca - 1
Unos padres de familia necesitan dinero urgentemente, y para eso, recurren a la única hipoteca que les puede proporcionar ese capital. La HIPOTECA CARNE, aunque para eso, necesiten un aval muy especial.
- Pasen, pasen señores Sánchez.
Javier y Olga pasaron al despacho del sonriente director del banco, acompañados de su hija Paloma, que con el corazón latiéndole a mil por hora miraba a sus pies sin atreverse a mirar a sus padres ni al director.
- Siéntense.
El matrimonio se sentó frente a la mesa del director del banco, el cual ocupó su sitio. Paloma se sentó en un lateral, algo más apartada, y seguía mirando fijamente al suelo. Necesitaba gritar, llorar, pero ya había llorado y suplicado en casa estos días, y de forma inútil. Sus padres, también habían llorado y la habían suplicado que les perdonase, pero no tenían otra elección.
“- Nos hace falta el dinero, cariño – le había dicho su padre casi llorando al día siguiente de que Paloma cumpliera los dieciocho – Y es la única forma de conseguirlo.”
Paloma había llorado toda la noche. Sabía que era cierto, no tenían otra forma de reunir los 30 millones que necesitaban para pagar la deuda por la quiebra de la empresa de su padre. Tenían que recurrir al banco a pedir la HIPOTECA CARNE.
Bien. – sonrió el director del banco - ¿De cuánto dinero estamos hablando?
Vera… tengo una deuda de 30 millones, pero… pero me gustaría pedir 40.
El matrimonio se daba la mano. Tenían miedo, sabían que podrían perder para siempre a su única hija, la cual no les hablaba desde la otra noche. Sabían que la chiquilla lo entendía, pero ellos la entendían a ella. Estaban a punto de usarla como transacción, durante dios sabrá cuanto tiempo.
- Biennnnnnn…. Supongo – dijo girando su silla y mirando a Paloma – Que el aval que traen es ella.
El matrimonio asintió.
- ¿Cómo te llamas?
Paloma hizo como que no oía. El director, acostumbrado a la actitud de los avales, sonrió y golpeó la mesa con su bolígrafo pacientemente.
Bueno… da igual, lo que importa es que este sana y seas virgen.
Se llama Paloma – dijo la madre con un hilo de voz y aguantando las lágrimas – Tiene 18 años recién cumplidos, y que sepamos… - miró a su marido, luego a su hija, que seguía mirando al suelo, y en un sollozo ahogado siguió – Que sepamos es virgen.
Bueno, para eso tenemos al doctor.
Sonriendo, cogió el teléfono. Al otro lado contestó una ruda voz.
- Tengo a un aval que examinar – dijo el director sonriendo – Dieciocho años… ¿Ahora tienes un hueco? Excelente, pues manda a alguien a por ella.
Colgó y miró a los padres.
- Saben que si no es virgen de alguno de sus dos agujeros, serán cinco millones menos por cada uno.
El padre asintió. Había estudiado muy bien todas las clausulas junto a su mujer. Paloma, que lloraba en silencio, había investigado por su cuenta la HIPOTECA CARNE, y estaba tan asqueada y aterrada que había pensado en escapar, pero ante todo, quería a sus padres, y deseaba ayudarles a pagar sus deudas. Era eso o vivir en la indigencia, y si podía evitar a sus padre la humillación
- Soy virgen – susurró Paloma – De los dos…
El director sonrió cínico, y ligeramente excitado, como siempre que tenía delante a un Aval totalmente virgen. Los padres de Paloma sonrieron aliviados y entre lágrimas agradecieron a su hija el gesto. La madre alargó el brazo y cogió la mano de su hija.
- Bien. Bien, bien… Aun así, por ley, tenemos que comprobarlo. Imagino que lo entenderán.
Los tres miembros de la familia asintieron. Sus sollozos casi silenciosos, como el de la mayoría de los que acudían allí a pedir la HIPOTECA CARNE, jamás ablandaban al director, es más, muchas veces, le agradaban, y si el aval era una chica tan joven y hermosa como lo era hoy, hasta le excitaba.
- Veamossssss….. – tecleó en su ordenador y tras un minuto, sonrió triunfal - ¡AHA…!
Aquí está…. Germán Ávila.
Vive en la otra punta del país, en un lujoso chalet. Además posee pisos en la ciudad, y en otros puntos del país. Suele viajar a menudo, así que… Palomita… - dijo sonriendo a la chica – Viajaras mucho, por lo que mucha gente verá tu belleza.
Paloma asintió. Su belleza… Su belleza y su condición de Aval.
Viniendo aquí ha visto a dos avales en el metro que volvían de comprar. Eran inconfundibles, ya que sabía que todos los avales tenían esa especial característica.
Una de ellas seria de su edad, y estaba triste, la otra parecía mayor que ella. No podía saber cuánto tiempo llevaría esta última como Aval, pero por su aire digno, y su forma de andar sin agachar la cabeza, supuso que llevaría mucho. Nunca hasta ahora había visto a ninguno, claro que hasta ahora nunca había venido a la gran ciudad, y en el pueblo, no había nadie que tuviera a un aval en posesión, más bien al revés. Había muchas familias que habían tenido que dar un aval.
¿Tienen más hijos? – preguntó el director del banco.
Otra hija… Más pequeña, tiene catorce años.
El director sonrió.
- Bueno, pues igual su otra hija les sirve dentro de cinco años para no perder a Paloma.
Los tres miembros de la familia Sánchez se quedaron en silencio. Ya habían pensado en ello, pero quedarse sin las dos hijas sería muy duro. Prefieran arriesgarse a perder solo a una, Paloma, la mayor, que a perder a las dos, algo que a buen seguro ocurriría.
No estaban seguros de que en cinco años pudieran pagar la mitad de los 40 millones, para evitar que Paloma pasara a ser para siempre de la persona que les daría ese dinero. Por supuesto que llegado el caso podrían usar a Alicia para conseguir el dinero restante. El problema era que no estaba seguro de cuánto podría faltarles. Tenían claro que si era poco, podían usar a Alicia, y recuperarían a ella primero. Paloma llevaría ya cinco años y estaría acostumbrada, podría aguantar lo que quedase de hipoteca… O toda su vida si no habían pagado el total después de los veinte años que duran las HIPOTECAS CARNE como máximo, aunque su mayor temor era pagar la deuda y que Paloma eligiera quedarse como sierva del que haya sido su amo en esos años.
Conocían a varios amigos que habían usado a su hijas de aval, y uno de ellos reunió en seis años el dinero para recuperarla, pero la joven había rehusado volver, lo que provocó que sus padres enloquecieran. Javier estaba seguro de que a él le pasaría igual.
Al menos, se dijo, podía dar gracias de que tuviera dos hijas, ya que los varones no son aceptados como avales en ningún banco. Si hubiera tenido varones, o su primogénito hubiera sido varón, no hubiera podido recurrir a la HIPOTECA CARNE
Llamaron a la puerta y esta se abrió. Tras ella apareció una mujer, la cual, sin duda, era un aval. Paloma y sus padres se la quedaron mirando. La mujer, de unos veintiséis años, siguió seria, no en vano llevaba ya ocho años como aval y estaba acostumbrada a que la mirasen tan fijamente.
Vengo a por el aval.
Como sabrán, y pueden ver – dijo el director – si sus amos las dan permiso, los avales pueden trabajar, e incluso estudiar en la universidad. Los campus están llenos de chicas aval.
El director miró a Paloma y la sonrió
- Así que tal vez puedas estudiar o trabajar.
Y ahora, jovencita, acompañe a la enfermera… En cuanto la hagan el examen médico, confirmaremos la hipoteca para sus padres, y se podrán ir a casa… Bueno, cada uno a la suya.
Y sonriendo, miró a Paloma irse hacia la puerta, junto a la enfermera, llorando, y mirando siempre al suelo.
Bueno señores Sánchez – dijo el director una vez se cerró la puerta - ¿A cuántos años quieren la hipoteca.
A veinte. – dijo rápidamente Javier.
Biennnn…. El máximo…. – sonrió el director – Bueno…. Ya saben que no pueden mantener contacto alguno con su hija hasta dentro de cinco años, con la revisión de propiedad del aval, o antes si es que consigue todo el dinero.
Javier asintió. Tenía ya fraccionado en su mente el pago mensual que debía hacer, y ya tenía claro que si legaba a tiempo a los cinco años seria milagroso, pero eso era algo que no quería compartir con su mujer, y mucho menos con Paloma.
Si.
Genial… Bueno, pues mientras nos llegan noticias de la virginidad del aval, ¿desean tomar un café? – dijo sonriendo.
El matrimonio negó con la cabeza. Solo querían firmar, que les dieran el dinero, y salir de allí cuanto antes, para tratar de perder de vista a ese director, y a su pobre hija, y así no sufrir más.
- Bien… Supongo que conocen todas las clausulas de la hipoteca carne.
El matrimonio asintió.
- ¿Incluyendo la CLAUSULA CORRECTIVA?
En un sollozo ahogado, asintieron. Solo rezaban para que su hija jamás fuera víctima de esa clausula.
- Bien – dijo sonriente el director – Yo si tomaré un café.
Y sonriendo, pidió uno a su secretaria.