La hipnotizadora tetona (2)
Luego de unos minutos, Mistress Helga se quitó el collar del cuello y empezó a oscilarlo frente a unos centímetros del rostro de Jorge. La inducción con un péndulo era un clásico de la hipnosis. Marlene estaba al borde del orgasmo.
La hipnotizadora tetona (2)
Marlene siempre había tenido una extraña fantasía, que una mujer hipnotice a Jorge, su esposo, para convertirlo en un juguete sexual que cumpliera todas sus fantasías. Jorge siempre había sido reacio a someterse a ese tipo de prácticas, además que no era sencillo contratar a una hipnotizadora, ya que lo que más abundaban eran los varones dedicados a esos menesteres. Marlene no quería someterse a esa experiencia sino ver a su marido en trance. Se lo había comentado a Jorge y él le había dado su palabra que aceptaría ser hipnotizado en cuanto conocieran a una mujer que se dedicase a esa actividad que le parecía tan bizarra.
Tras años de búsqueda incesante aunque irregular, tanto va el cántaro a la fuente que al fin se rompe, Marlene consiguió los datos de una hipnotizadora que hacía un show para adultos en un oscuro garito del norte de la ciudad. Sin dudarlo, llamó para hacer una reserva y pidió hablar con la hipnotizadora cuando concluyese el show.
Jorge la acompañó, sin estar completamente de acuerdo. En el show, varios voluntarios subieron al escenario donde fueron colocados en trance hipnótico por Mistress Helga, una mujer de mediana edad caracterizada por unos penetrantes ojos verdes y unas tetas impresionantes.
Después del show, Marlene habló con el administrador nuevamente, solicitándole hablar con la hipnotizadora. Estaba muy entusiasmada.
Tras unos minutos de espera, ambos fueron conducidos al camerino de Mistress Helga.
Jorge no estaba de tan buen humor. Había accedido por la presión de su esposa y porque no creía realmente en la hipnosis. Siempre había pensado que en esos espectáculos se usaban cómplices que fingían estar en trance para hacer algunas chorradas. El ridículo momentáneo a cambio de algunas monedas. Pero en ese show había visto una serie de actos obscenos de lo más extravagantes. El respetable se desternillaba de risa pero por la expresión de los voluntarios, no lo habían hecho voluntariamente. Al menos no del todo.
El camerino de Mistress Helga estaba atiborrado de flores y cajas de regalos. La mujer estaba quitándose el maquillaje. Sonrió ampliamente cuando entraron. De cerca y sin maquillaje no era tan intimidante. Se había quitado los zapatos de tacón y estaba con unas ballerinas. Parecía una mujer normal, excepto por el profundo escote. Jorge trató de mirarla solamente a los ojos, pero su mirada se desviaba sin poder evitarlo a sus pechos. Ella tenía puesto un collar con una joya ovalada que brillaba con las luces del techo.
La pareja se sentó en dos sillas que desocuparon colocando unas cajas en el suelo. Jorge quedó frente a la hipnotizadora, Marlene quedó ligeramente a la derecha de la mujer.
Marlene le explicó a la hipnotizadora lo que pretendía. Hizo un breve relato sobre sus fantasías. Mistress Helga sonreía amablemente. Cuando ella terminó, la hipnotizadora le preguntó al hombre si estaba de acuerdo. Jorge asintió con la cabeza sin estar muy convencido.
- Lo intentaré – dijo Mistress Helga -, pero requiero tu colaboración. Si te resistes, todo será en vano.
- Está bien – masculló Jorge.
- Coloca tus manos sobre tus muslos y respira profundamente … - empezó Mistress Helga.
Marlene contuvo la respiración mientras la hipnotizadora empezaba con la inducción de su esposo. No podía evitar sentirse excitada. Sentía una humedad muy característica en su entrepierna.
Jorge siguió las indicaciones de la mujer. Esos profundos ojos verdes, esa voz que acariciaba su mente, esos labios carnosos cubiertos de carmín de un rojo intenso, lo fascinaban. Pero lo que más lo atraía eran esos pechos voluptuosos que el generoso escote mostraba en todo su esplendor. Sentados tan cerca podía verlos subir y bajar al ritmo de la respiración de la mujer.
Luego de unos minutos, Mistress Helga se quitó el collar del cuello y empezó a oscilarlo frente a unos centímetros del rostro de Jorge. La inducción con un péndulo era un clásico de la hipnosis. Marlene estaba al borde del orgasmo. Jorge tenía los ojos con la mirada perdida, sus párpados se cerraban y se abrían. Ya no fingía que evitaba mirar los rotundos pechos de la hipnotizadora. Ese par de tetas fabulosas lo atraía como un imán. Empezó a oscilar hacia adelante.
- Cae… cae… cae en un profundo sueño – decía Mistress Helga con esa voz tan agradable, con un tono enronquecido que lo hacía más sensual y más profundo.
Finalmente Jorge se desplomó sobre los pechos de la hipnotizadora. Marlene soltó un ligero grito. Mistress Helga acomodó la cabeza del hombre sobre sus pechos, para que su esposa pudiera verlo mejor. Marlene no podía creer lo que estaba viendo. Jorge estaba completamente dormido, con el cuerpo inerte. Sus brazos caídos hacia los lados.
La puerta del camerino se abrió y entró un hombre. Mistress Helga hizo las presentaciones de rigor, el hombre era Bruno, el esposo de la hipnotizadora.
Bruno parecía no extrañarse de que un desconocido tuviera el rostro hundido entre los pechos de su esposa. Mistress Helga empujó al hombre hipnotizado y lo acomodó sobre la silla.
- Ahora es tu turno – dijo la hipnotizadora volteando su silla giratoria hacia Marlene.
- No… no... yo solo quiero ver… - titubeó Marlene, con un tono de miedo en su voz.
- Sé que tú también lo deseas – dijo Mistress Helga levantando el collar con el que había hipnotizado minutos antes al esposo de su aterrada interlocutora.
Marlene no sabía si huir corriendo o empezar a gritar. Bruno bloqueaba la puerta de salida. Su cuerpo estaba paralizado. Tenía miedo. Pero, muy en el fondo de su mente, deseaba ser controlada por esa mujer que ya empezaba a usar el péndulo para ponerla bajo su poder.
- No te resistas – dijo Helga – sé que tú también deseas someterte ante mí.
- Yo… so…lo… quiero… ver… - repitió Marlene, con un hilo de voz.
La joya ovalada brillaba, Marlene no podía resistirse. Intentó cerrar los ojos pero no pudo. Sucumbió lenta y paulatinamente ante la voz de la hipnotizadora.
Bruno miraba sin asombrarse. Era costumbre que su esposa invitase a su camerino a parejas o varones para jugar un rato con ellos. Cuando Marlene cayó a un lado, como un fardo de papas, la ayudó a incorporarse.
- Desnúdala - ordenó Mistress Helga.
Bruno obedeció. Helga hizo lo mismo con Jorge. Pronto la pareja de esposos estaban completamente desnudos, de pie, en medio del atiborrado camerino. Hipnotizados y sin voluntad para ser utilizados como juguetes sexuales por la pérfida hipnotizadora.
Helga hizo que Bruno colocase a Marlene sobre una maleta inmensa, atiborrada de trajes de lentejuelas que ya no usaba. El culo de la mujer quedó expuesto. Ella le ordenó a su esposo que la penetrase. Él obedeció sin titubear.
Marlene parecía una muñeca de trapo. Su rostro estaba vuelto hacia el lado de Helga, que se divertía haciendo que Jorge le lamiese las tetas, luego hizo que el hombre bajase hasta su entrepierna para que le haga sexo oral mientras veía como Bruno penetraba a la mujer del hombre que la lamía con fruición.
- Dale por el culo – ordenó Helga, con la voz enronquecida por las hábiles maniobras de Jorge.
Bruno soltó un escupitajo sobre el ano de Marlene. Separó las nalgas de la mujer con ambas manos y la penetró analmente sin mayor trámite.
Marlene soltó un bufido pero no se despertó. Estaba sumergida en un profundo trance del que no salió a pesar de las embestidas del esposo de la hipnotizadora.
Por su parte, Helga alcanzó el orgasmo gracias a las caricias bucales de Jorge. El hombre era muy hábil con la lengua y gracias al trance no se tomó ni un segundo de respiro para descansar. El engarrotamiento habitual que se producía al practicar esas maniobras por un largo rato no tuvo mayor efecto en el hombre debido al estado en el que se encontraba.
Para agradecerle a Jorge, a su manera, cogió un dildo de plástico e hizo que él mismo se lo metiese al culo. Luego le proporcionó una vagina de plástico e hizo que con la mano libre, se masturbase.
Esos adminículos y otros semejantes, eran usados habitualmente por Mistress Helga en su show para adultos y también en otros shows privados que ofrecía para un público selecto. Aunque los utilizaba con mayor frecuencia para su propio deleite, con los que sometía bajo su voluntad a solas de miradas indiscretas.
Bruno llenó el culo de Marlene con su semen. Salió de ella respirando agitadamente. Fue al baño y se limpió. Luego aseó ligeramente el culo de la mujer, que seguía inerte sobre la maleta.
Luego que Jorge eyaculó en la vagina de plástico. Mistress Helga le ordenó que vistiese a su mujer y luego a sí mismo. El hombre obedecía todas sus indicaciones como un autómata. Estaba en un profundo trance.
Helga suspiró al dejar todo como al principio. Cuando despertasen esos dos no recordarían nada, pero registró sus datos personales para volver a jugar con ellos en una fecha posterior. Esos dos tenían unas mentes débiles, fáciles de controlar y no quería perder el contacto.
Cuando despertaron, los esposos agradecieron a la mujer. Se despidieron. Mistress Helga le dio su tarjeta a ambos. En el auto, de regreso a casa, ambos comentaron positivamente sobre ella. Ambos sentían un ligero dolor en su orificio anal pero nada que ameritara mayor preocupación. Llegaron a casa y se acostaron sin tocarse. Durmieron casi instantáneamente. Al día siguiente olvidaron completamente lo ocurrido la noche anterior, inclusive su visita al show de Mistress Helga.