La hijastra, etc.
La madre, Laura, conversaba con su hija Gina, de 18 años. La niña le sorprendió con su confesión. -Mamá, me gusta Guille.
La madre, Laura, conversaba con su hija Gina, de 18 años. La niña le sorprendió con su confesión.
-Mamá, me gusta Guille.
-Pero qué dices, Gina. Es mi novio y tiene 30 años más que tú. No eres más que una niña. No me vengas con tonterías. Si en la práctica es como un padre para ti.
-Que sí, mami, que me gusta mucho. Y me da igual que sea tu novio, mi padrastro o lo que quieras. Estoy enamorada de él.
-No quiero volver a oírte hablar del tema, Gina.
Laura no salía de su asombro. Llevaba 5 años con Guille y cuando empezaron la relación, Gina era una niña de 13. Él le cogió cariño, y los tres pasaban mucho tiempo juntos. Ahora que Gina se había desarrollado, venía con éstas. Laura tenía que cortar aquello enseguida, porque podía convertirse en un problema grave. A partir de entonces, intentaba que no se quedaran solos. Ella confiaba en Guille, pero no tanto en las hormonas de la niña.
Guille estaba encantado con Laura. Pese al paso del tiempo, su relación continuaba siendo tan fogosa como el primer día. Laura sabía cómo darle placer, exhibiendo sin pudor sus muchos encantos para él, o engullendo su polla con sabiduría. Además, en un abrir y cerrar de ojos Gina, la pequeña traviesa, había heredado el cuerpazo de su madre, con las mismas tetas enormes que le volvían loco. La contemplaba deambular semidesnuda por la casa, aunque nunca se le había pasado por la cabeza ir más allá con su hijastra.
Pero la niña no se resignó. Aunque no se atrevía a dar el primer paso, por miedo a la reacción de su madre, seguía mostrando su tipazo de modelo por el piso que compartían, pese a las miradas contrariadas de Laura, que empezó a tener celos de su propia hija. Tenía que hacer algo, y se le ocurrió una opción quizás algo arriesgada.
Aquella noche Guille estaba de viaje, y Laura miraba una película con Gina apoyada en su hombro.
-Gina, bonita, ¿crees que me conservo bien?
-Ay, mami, pues claro. Si parecemos hermanas gemelas. Si yo fuera lesbiana te comería a besos.
-Qué tonta. Para ser una cría, dices unas cosas... ¿No ves que soy tu madre?
-Pero si tú eres la que ha preguntado, mami.
Laura la abrazó, apretando sus tetas con las de su pequeña. Las cosas estaban saliendo según su plan: la niña respiraba fuerte y no se soltaba. Pero había un problema nuevo: Laura se estaba mojando también con ese abrazo que ella misma había provocado.
-Qué calorcito más rico, mami.
-Pues sí, Gina. Me está sentando de maravilla.
La madre besó en el cuello a su hija, que se arqueaba de placer en sus brazos. La niña acercó su boca a la de Laura, tímidamente. Sus labios chocaron cerrados, hasta que Laura no pudo más y abrió un poco la boca. La niña lamió sus labios y juntaron las lenguas. Mientras compartían saliva, las manos de las dos recorrían sus cuerpos.
El plan de Laura era atraer sexualmente a su propia hija para que olvidara su obsesión con Guille. Para seguir teniéndolo en exclusiva. Pero la cosa se le había ido de las manos. Estaba disfrutando mucho ella también. Y no podía parar.
Los dedos de Laura acariciaron el clítoris de su hija, que la imitó. Intercambiaron mordiscos en las tetazas, lamidas de coño, arañazos... Las dos seguían aumentando su excitación. Las dos se habían enamorado, se deseaban con furia. Laura no tenía ya ningún control sobre ella misma. Empezó a azotar el coño de su hijita, que abría más las piernas para recibir los golpes, fuera de sí.
La pequeña Gina también palmoteaba sobre su mami, cada vez más fuerte, enrojeciendo a base de hostias las tetas y la cara de Laura. Pelearon un buen rato, llenas de vida, de lujuria violenta, hasta que juntaron sus coños y se corrieron bestialmente.
Esa noche durmieron juntas, desnudas y abrazadas, mientras sus marcas iban curándose. Al despertar, fundieron sus salivas, volvieron a enfrentarse como dos fieras, volvieron a correrse juntas, sin dirigirse ninguna palabra. Sus cuerpos hablaban lo suficiente. Pasaron la mañana haciendo tareas de la casa, entre caricias y lametones. Estaban en otro mundo, en el que sólo existían ellas dos. Dos amantes que se habían convertido en un solo cuerpo, necesitada una de la otra, depravadas sin vuelta atrás, emputecidas hasta la médula.
Un leve sonido en la puerta de entrada las sacó de su nuevo universo. Habían olvidado la existencia de Guille. Gina voló a su habitación, mientras Laura acudía a recibir a su novio, cubierta tan solo por el delantal que se había puesto para fregar mientras su hijita le comía el culo desde el suelo.
-Vaya, Laura, qué buen recibimiento. ¿Es que no está Gina?
-Hola, mi amor, me alegro de que te guste verme así. La niña está en su habitación.
Guille no quiso preguntar más. Sabía que lo mejor era dar la razón a Laura, y las cosas funcionaban bien así. La agarró del culo y le metió la lengua hasta la garganta. Laura se arrodilló ante él, como tantas veces. Pero aquel día estaba Gina en la casa y eso era una extraña novedad. Le dio el tiempo justo para descargar en la tráquea de Laura, subirse el pantalón y simular normalidad, antes de que la niña saliera de su cuarto como si nada, cubierta con una de sus camisetas minúsculas y un tanga.
-¡Papi!
Aquella niña nunca había llamado así a Guille. Su madre estaba recogiendo los platos, de espaldas, y Gina se abrazó al extrañado varón, apretando sus tetazas contra su pecho.
-Hola, pequeña. ¿Ahora soy tu padre? Bueno, me parece bien, preciosa, si a tu madre también, claro...
Guille estaba algo azorado: la niña no se soltaba y su polla volvía a endurecerse. Laura volvió la cabeza y, sin mostrar contrariedad por aquel abrazo que no terminaba, dijo:
-Bueno, Guille, en realidad eres como su padre: llevas cinco años cuidándola muy bien. A mí me parece que si nuestra niña te quiere llamar así, es lo normal.
Laura siguió con su faena en la cocina, y Guille no supo qué más decir. Gina le plantó un beso en los labios y él se fue a cambiarse al dormitorio, dejando a las dos en la cocina. Gina se acercó a su madre y le susurró al oído, mientras la sobaba con rudeza bajo el delantal:
-Mami, ahora tú eres mía y yo soy tuya, así que tendremos que acostumbrar a papi a las novedades.
-Ay, hija, pues claro que soy tuya y tú mía, me encantaría que nos pegásemos unas buenas hostias ahora mismo, pero lo de acostumbrar a Guille no lo pillo.
-Tú continúa siguiendome la corriente, mami.
-Lo haré siempre, mi amor.
La cría cogió una rasera y azotó con ella la mejilla de Laura, que casi se corre de gusto al recibir el golpe. Luego la dejó y fue al salón para unirse a Guille, que leía una revista en el sofá.
-Papi, ¿qué lees?
-Nada, ricura. Tonterías. Pero no te sientes tan pegada a mí, que a tu madre no le parecerá bien, ahora que tu cuerpo se ha desarrollado tanto.
-Jajaja, papi, qué cosas tienes. ¡Mami, ven! Mira lo que dice papi, que te enfadarás si nos ves tan juntitos...
-Oh, hija mía, claro que no. Guille sólo te ve como una niña, ni se le ocurriría otra cosa...
-¿Ves, papi? Mami, siéntate con nosotros.
Laura obedecía ciegamente a su hija, fruto del hechizo carnal que las unía. Haría cualquier cosa por aquella tetuda virginal. Se acomodó al otro lado de Guille. Sus melones asomaban tras el delantal. Guille se empalmó de inmediato, flanqueado como estaba por aquellas dos beldades, y ocultó su erección con la revista. La niña rodeó con su brazo los hombros de Guille, avanzando sus tetazas ante su cara estupefacta.
-Mami, cuéntale a papi lo que hos ha pasado en su ausencia.
-Bueno, no es fácil, pero ahí va. Guille, Gina y yo nos queremos.
-Ah, muy bien, claro, claro. ¿Soy yo u os estáis comportando raro las dos?
-Mami quiere decir que ella y yo nos hemos hecho amantes.
-¿Amantes? Eso sí que suena raro. Pero tú eres la hija de Laura. Eso es imposible...
Gina retiró la revista y posó delicadamente su mano en el paquete de Guille. Laura tomó la palabra.
-Ya ves, cariño. Cosas que pasan. La niña y yo hemos descubierto que nos deseamos con locura. Somos ya la una de la otra. No te preocupes, tú siempre serás mi tesoro y el padre de Gina. Pero no digas nada, déjate mimar por tu familia renovada...
Efectivamente, Guille calló. Laura empezó a besarle como sólo ella sabía, mientras la niña le bajaba el pantalón y se acomodaba de rodillas entre sus piernas, para tragarse aquella polla que no entendía de lazos familiares ni de edades. Luego aquellas diosas corrompidas cambiaron sus sitios. La niña subió a horcajadas sobre el afortunado, y deslizó el miembro erecto entre sus piernas hasta perder la virginidad, mientras su madre desde el suelo le lamía el culito. Mientras cabalgaba, Gina, arrebatada, dijo a Guille:
-¡Papi, por favor, pégame!
Guille dudó por unos instantes. Acababa de desvirgar a la hija de su novia y las enormes tetas de esa niña estaban rebotando ante sus ojos. Le daba igual si esas dos hembras se habían vuelto locas. Él no se quedaría fuera de ese juego insólito. Empezó a descargar bofetones en la cara y las peras de Gina, que disfrutaba sin límites del trato de su papi. Los golpes se transmitían a la cara de Laura, que jadeaba a gritos entre las piernas de su hija.
Guille apartó a la niña de un empujón y empezó a correrse en la cara de las dos. Ellas jugaban con sus lenguas y el abundante semen, abrazadas de rodillas, masturbándose mutuamente. Guille quedó exhausto en el sofá, viendo cómo su novia y la niña se limpiaban entre ellas con sus lenguas y le ofrecían un espectáctulo lésbico inaudito.
Las dos gatas en celo habían entrado de nuevo en trance, y se acercaban al orgasmo. Guille tiró del pelo de Laura, separándolas.
-Laura, no sé si te das cuenta, pero estás a punto de correrte con nuestra hijita y hace un par de días no soportabas la idea de dejarnos solos un segundo.
La niña, mientras, arrebatada, sumergió la cara en el coño de su madre.
-Lo siento, Guille, tienes razón. Los celos me llevaron a seducir a Gina para alejarla de ti, pero no pensé que me enamoraría de ella. Mientras permitas que mi pequeña y yo estemos juntas, haré lo que quieras.
Gina sacó la cabeza y añadió:
-Yo también, papi, perdónanos.
-No puedo negar que me encanta veros tan unidas de repente. Pero en esta familia tengo que ejercer de padre y de marido. Os correréis cuando yo os dé permiso. Consentiré que seáis pareja si las dos realmente estáis dispuestas, como decís, a obedecerme en todo.
-No tendrás problema con eso, papi. Mami es muy obediente. Y yo soy tuya desde hace tiempo.
-Bien, pues bendigo vuestra unión. Seguid con lo vuestro, aquí, a mis pies. Voy a sellar nuestro pacto con una buena meada. Podéis correros mientras os riego.
Las dos pervertidas, enlazadas por los coños, bebieron con ganas mientras se convulsionaban en orgasmos múltiples. La historia había acabado bien para esa nueva familia modelo.