La hija del presidente (6)
Narrado por Karla
La hija del presidente
- Karla
Pasó la primer semana, Laura se encargaba de hacerme el día no tan pesado, aunque a veces sus métodos no me agradaban, mi papá se estaba pasando con su castigo, pero al menos no me puso a un soldado, quizá era más duro que ella.
Justo a la semana de que comenzó mi entrenamiento según Laura, nos tocó hacer el súper nuevamente, ésta vez dijo que por portarme no tan mal, me correspondían cien pesos más, me reí amargamente, eso era lo que más me pesaba.
—Tengo ganas de un café— solté de golpe mientras mi niñera se estacionaba en el supermercado.
—Quizá la próxima semana te deje conducir el auto— la miré por unos instantes.
—¿Gracias?—
—¡jajaja! no me digas que quieres desperdiciar los cien pesos extra de tu semana en un café— reía.
—Pues en general no pasé hambre— mentí.
La cena era lo más complicado, el desayuno me lo preparaban, la comida Laura me enseñaba a hacer algo simple, pero para cenar comía lo que me encontrara, no podía aceptar que estaba sufriendo más de lo debido.
—Puedes comprar un frasco de café, unos vasos y un plumón, yo le agrego tu nombre— me sonrío mientras bajaba del auto.
Pese a todo mi orgullo decidí pedirle ayuda a Laura para elegir los productos, la noté muy amable e incluso distraída, me llevó a una mesa del supermercado y nos sentamos, en su teléfono comenzó a anotar datos míos.
—¿qué haces?—
—Estoy armando un plan alimenticio para saber qué debemos comprar—
—¿ahora eres nutrióloga?—
—No— respondió sin mirarme y sonrió, se formaron en su rostro unos hoyuelos lindos.
—¿cómo se supone que sabes qué debo comer?—
—Necesitas proteína y carbohidratos por el ejercicio, aunque no debemos descuidar todo lo demás porque me imagino que con las recientes borracheras que te ponías comías poco—
Seguía anotando sin verme— además no quiero que vayas a aumentar mucho tu peso pero tampoco a bajarlo, aunque me gustaría que tu grasa corporal se convirtiera en músculo—
—¿me estás diciendo gorda?—
—te estoy diciendo flaca, desnutrida y sin ilusiones—
La miré fijo.
—Perdón Karla, no debí decir eso—
—¿crees que no tengo para que vivir?—
—Espera, en ningún momento insinué algo así— suspiró y dejó de lado su teléfono —tienes para que vivir, quizá aún no le encuentras sabor a la vida—
—¿tú ya?—
—Adoro mi trabajo Karla, me llena profundamente. Mi alma se siente plena—
—¿pero sólo tú trabajo?— me miro confundida. —¿No te interesa algo más allá?—
—Claro, en el plano sentimental está mi familia, mi pareja, y de alguna forma aparece de nuevo mi trabajo— hizo una pausa —también es parte de mi felicidad, emocionalmente soy estable por el amor que tengo hacia mi profesión—
Se quedó viéndome unos instantes y sinceramente no supe qué decir
—¿pasa algo?—
—No, es solo que nunca escuché a alguien tan joven hablar de plenitud—
—La edad es solo un número, la experiencia es lo que te hace llegar a ese punto— suspiró —Mi vida no es perfecta, pero trato de verle algo bueno a cada situación, tratar de aprender lo más que se pueda y de ser posible disfrutarlo, simplemente me dejo fluir—
—Creo que debiste ser psicóloga—
—¡jajajaja! No, para nada, suelo ser algo cruel a veces. Vamos, tenemos cosas que comprar—
Se levantó y acto seguido fui tras de ella, me sentía rara, incómoda. Por primera vez no discutimos, fue amable conmigo y me dejó ver la verdadera persona que es.
—¿sabes? Quizá si nos hubiéramos conocido en otras condiciones pudimos haber sido amigas— le dije poniéndome al lado suyo.
—La verdad no creo— rió para ella misma —no eres el tipo de mujer al que me acercaría—
—Ouch eso me dolió—
—¡jaja! ¿Fingirás tener corazón?—
—Puedo ser buena fingiendo— dos segundos después me di cuenta que esto parecía más coqueteo que platica de amigas.
Me auto regañé por eso.
Laura lo dejo pasar, como todos mis comentarios, quizá ella sabía que mi torpe cerebro no podía procesar tanta información. El resto del tiempo en el supermercado me dediqué a permanecer callada al lado suyo mientras me preguntaba si esto o lo otro me gustaba, solo respondía con monosílabas y algún que otro gesto.
Al llegar a caja me dio pánico pasar otra vergüenza, aunque parecía que nadie me reconocía. La cuenta dio un total de mil seiscientos veinte pesos.
—¿es muy necesaria esa barra de chocolate?— Laura me miraba fijo.
Sin ánimo la tomé y la devolví al estante.
—Es mi regalo por tu fuerza de voluntad—tomó de nuevo el chocolate y lo pasaron por la caja, pagó y nos fuimos.
Me sentía confundida, de alguna forma mi estado de ánimo bajó y ella lo notó.
—Karla ¿estás bien?—
—Sí— respondí por inercia.
—Vamos, ¿hay algo que pueda hacer por ti?—
Sentí un enorme nudo en la garganta. Abrázame , pensé.
—No, deben ser mis cambios hormonales— me subí al auto luego de colocar las bolsas en la cajuela.
Laura subió segundos después.
—¿quieres conducir?— me preguntó temerosa.
—No creo ser buena en este momento, hazlo tú ¿sí?—
—Claro—
Puso música a un volumen moderado y condujo tranquilamente a la residencia.
Los siguientes días fueron grises, mi estado de ánimo no me ayudaba y Laura parecía darse cuenta de ello, su trato ya no era tan duro, quizá con el tiempo podría convertirse en mi amiga.
—No me gusta tu forma de conducir— solté de golpe.
Laura me miró extrañada.
—¿gracias?—
—Hoy no quiero hacer ejercicio, ni la comida, no tengo ánimos—
— Hacerlo te puede ayudar a mejorar tu estado anímico—
—No quiero— le dije desafiante.
—Bien— parecía molesta.
Llegamos unos minutos después y Laura bajó las cosas del auto sin decir nada. Caminé detrás de ella sin hablar, se dirigió a mi habitación.
—¿me vas a custodiar aquí?— me miró fijo, era una mirada completamente inexpresiva.
—No, entra—me pidió tranquila.
Caminé y ella lo hizo detrás de mí. Se sentó en el sofá del pequeño living que había en mi habitación.
—¿pasa algo contigo?—
—¿crees que no?— me senté en mi cama, justo frente a ella.
—No me refiero a tu castigo, sino en tu interior. ¿Emocionalmente te encuentras bien?—su voz era tranquila y pausada.
—No lo sé, es complicado...— no terminé la frase porque el ruido una detonación de un arma se escuchó muy cerca.
Vi como Karla sacó de una de sus piernas, entre las botas, un arma corta y la cargó de inmediato. Se colocó al lado mío en menos de tres segundos y me aventó de golpe a la cama.
Después habló.
—Agáchate, justo al lado de la cama—. Vi como sacó otra pistola pero ahora de su chaqueta, traía una pistola en cada mano y estaba parada delante mío con una rodilla en el borde de la cama.
—Pero...—
—¡Al piso rápido!— el tono de su voz era muy golpeado, estaba muy estresada.
Lentamente me moví, me hinqué al frente de la cama mientras luna anteponía su cuerpo, apuntaba con una mano a la ventana y con la otra a la puerta de la habitación.
—¿qué pasó?—
—Alguien disparó un fusil de francotirador— su mirada estaba perdida, sus pensamientos también parecían estarlo.