La hija del presidente (3)
Narrado por Laura
La hija del presidente
- Laura
Tuve un día pesado, al parecer la hija de Sánchez no lo haría fácil y aunque terca, quizá tenía sus motivos. Llegue más que fastidiada del trabajo, me tiré a la cama y simplemente me perdí en un profundo sueño. Por suerte Julia tuvo que hacer algunos trámites y como vivíamos lejos no nos veríamos, lo ultimo que deseaba era estar con alguien, cada día me era más agotador mi empleo, incluso en ocasiones pensaba en renunciar, pero sabía que Sánchez no me lo haría fácil, tenía toda su confianza puesta en mi.
A la mañana siguiente el presidente tuvo varias reuniones, una tras otra en su oficina. Cada vez que alguien iba a entrar, Rick y yo nos asegurábamos de que fuera alguien de fiar. Aunque insistíamos en que Sánchez debía portar chaleco anti balas, jamás accedía.
Por la noche en la residencia presidencial Sánchez nos requirió más tiempo del habitual, me pidió volver a conversar con su hija.
Esta vez las cosas se pusieron más intensas, Karla no cedió y no solo eso, dejó a Sánchez con la palabra en la boca y se fue. Sin escolta y caminando, simplemente desapareció entre la nada.
Sánchez la observó desde una ventana de la residencia, Rick y yo aguardábamos callados. La expresión del presidente era dura, fría.
Un poco después me fui a casa, más cansada de lo habitual. Puse algo de música y me quedé dormida.
Por la mañana caminaba al trabajo cuando me topé con una chica hermosa, piel morena y cabello negro. Ojos grisáceos, me sonreía de una forma bella, miraba el brillo de sus ojos. Lentamente me acerqué a ella mientras disminuía la velocidad de mis pasos.
Todo se puso borroso, un tremendo ruido se escuchó, desperté de golpe. Había sido un sueño. Mi celular vibraba sobre la mesa, respondí aún sin estar consciente del todo.
Era Julia, estaba molesta porque según ella no le ponía atención, solamente la escuché y luego de unos minutos de oír sus reclamos me quede dormida.
A las 4:36 a.m. recibí una llamada que me despertó de un profundo sueño, Rick me avisó que había problemas en Los Pinos. Tomé un taxi lo más rápido posible, al llegar Sánchez estaba muy alterado.
—Vega, no encuentran a mi hija— al principio me quise reír, no era la primer vez que Karla desaparecía por andar de reventón.
—Señor, ¿alguna idea de su paradero?—
—Muchas Vega, muchas... pero todas tan improbables como las otras...— suspiró —Búscala Vega, encuéntrala—.
—Sí señor— salí de la habitación junto a Rick y organizamos una discreta búsqueda.
Rick y yo nos separamos para ir cada uno por su lado a los lugares que Karla frecuentaba, mientras me conducían a uno de los antros donde solía ir realicé un par de llamadas para que autorizaran la búsqueda satelital de su teléfono.
Tony, mi acompañante y quien conducía el auto, me miraba estrenado, ambos sabíamos que si algo le sucedía a Karla el presidente se iría en contra nuestra. No era nuestra culpa que fuera una niña tan mimada y caprichosa, Sánchez dejaba que ella hiciera con él lo que deseaba.
Descendí del auto tan rápido como pude al llegar a un lujoso bar en la zona rosa.
—¿En serio aquí viene?— pregunté desconcertada a Tony, uno de los choferes de Karla.
—Sí, comúnmente la traigo aquí y la espero unas dos o tres horas, hasta que ya no puede estar de pie...— nos acercamos a la puerta y estaba cerrado.
Aunque era lógico que había gente dentro, una especie de cadenero salió a decirnos que el bar estaba cerrando, que volviéramos luego.
—Estado Mayor Presidencial— pronuncié fuerte y claro al tiempo que le mostraba mi placa al tipo —es un asunto urgente—
El hombre se hizo para atrás y un poco confundido nos dejó entrar. Llevaba una pistola bajo el brazo y aunque vestía un pantalón negro con camisa blanca, creo que podíamos llamar la atención un poco. Tony portaba su traje gris como siempre.
Busqué con cuidado entre las mesas, entré en los baños de mujeres y después en el de hombres, me acerqué a la barra a preguntar si había alguna especie de sala privada o algo así, me comentaron que sí pero que estaban aún ocupados. Le comenté al barman que buscaba a una chica y la describí detalladamente, el tipo alegó no saber de ella, dijo haberla visto algunas veces pero nunca en privados, de hecho dijo haberla visto siempre sola, bebiendo en la barra.
Salimos de ese bar, sentí que perdí minutos valiosisimos. Rick me llamó cuando nos dirigíamos a otro bar, me dijo que ya tenían la ubicación de su teléfono, suplicaba al cielo encontrarle ahí.
Seguimos la dirección con el gps y llegamos hasta una zona de foodtrucks, pequeños cafés y bares tranquilos. Tratábamos de ubicarla pero había demasiada gente comiendo, era la hora habitual de salida de los antros y bares.
Me llevé la sorpresa de mi vida cuando logré vislumbrar su cabellera rozando el pasto, detrás de un foodtruck de tacos, vomitando como animal. Me acerqué para asegurarme de que era ella y efectivamente, lo era. De inmediato la cargué en mis brazos, un tipo ebrio se acercó y me dijo que ella era suya, la había llevado hasta ahí desde unas cuadras atrás.
Tony se encargó de alejarlo y yo de subirla a la parte trasera del auto, llamé a Sánchez y le dije que la teníamos con nosotros. Nos pidió llevarla de inmediato a Los Pinos.
Al arribar ahí ya había vomitado tres veces más, iba casi inconsciente. Rick y Tony la bajaron mientras corrí a tratar de explicarle a Sánchez, esta vez se daría cuenta del estado en que iba su hija.
La colocaron en un sofá y vomitó de nuevo. Cuando el presidente llegó ella se negó a hablar con él, además que no hubiese podido pues vomitaba a cada momento.
Le sugerí a Sánchez que la dejara descansar, al amanecer podría reprenderla e incluso pedirle explicaciones. No muy convencido accedió.
Acompañé a Sánchez a su oficina, me sentía tensa.
—Laura, eres un elemento ejemplar, más de una me has salvado, y no sólo a mí, gracias por lo de hoy— sus palabras sonaban sinceras.
—No tiene nada que agradecer señor, es mi trabajo y lo hago lo mejor que puedo— nos encontrábamos sentados frente a frente en su oficina.
—Quiero pedirte algo, un favor muy personal y que espero no lo tomes a mal— sudé frío.
—Dígame señor—
—Me gustaría que fueras parte del cuerpo de seguridad de mi hija, ella necesita alguien determinado y no el tonto de Tony que parece más su mascota— su petición me cayó como balde de agua caliente. No me lo esperaba y tampoco me hacía ilusión.
—Señor yo...—
—Yo sé que mi hija es un caso especial, lo sé en verdad, pero tú eres mujer— qué observador— vamos, tú eres abogada al igual que ella, no le llevas mucho años y quizá sea más simple que pueda tomar la batuta de su vida si tu la orientas—
—Sinceramente no creo que eso sea posible, su hija es muy voluntariosa, pero haré lo que esté en mi manos—
—Vega, tú eres militar, sé que sabes de métodos para hacer entrar a alguien en razón...— lo miré curiosa
—Señor, asumo que ¿me permite la implementación de métodos poco ortodoxos?— cuestioné.
—Sólo un poco, ella debe aprender ciertas lecciones, además, esos métodos suelen ser efectivos, mírate—