La hija del presidente (20) SEMIFINAL

Semifinal

La hija del presidente

Capítulo 20

Semifinal

Laura

Durante los días que estuvimos en el buque, traté de que Karla saliera lo menos posible; cada día nos disfrazábamos de alguien distinto: a veces nos poníamos sombreros o lentes para salir a ver el atardecer, y por la noches nos abrazábamos para dormir. En Cozumel tomamos un nuevo barco, por si nos seguían perdieran la pista, esta vez el barco iba hasta Buenos Aires, en conjunto decidimos que ese sería nuestro destino, es bella ciudad se convertiría en nuestro refugio temporal.

En una noche fría, Karla decidió no salir del camarote así que me fui al restaurante a pedir comida para la habitación, apenas unos wafles con mucha mantequilla y miel, en los últimos días me había percatado de que Kara era de comer cierto tipo de panes, mieles o mermeladas, sus favoritos sin duda eran los wafles, aunque no le hacía el feo a unos buenos hoy cakes, y aunque yo los prefería para desayuno, ella podía comerlos a cualquier hora del día.

—Hola nena— dije mientras estaba abriendo la puerta y encontré a Karla leyendo sentada en la cama.

—Hola— me miró con expresión de emoción al ver qué llevaba entre las manos.

—¿tienes hambre?—

—La verdad no, pero seme antoja un buen eso que traes ahí— me dijo coqueta mientras dejaba su libro en la mesita al lado de la cama.

Me acerqué a ella y le di un beso en la frente, lo más tierno que pude, su comentario había provocado que cierta ansiedad se disparara en mí, si. No hubiera sido por que tenía hambre, ahí mismo la desvestía.

Cenamos platicando de películas y novelas que habíamos leído, pude darme cuenta de la hermosa chica que era Karla, por dentro y por fuera era una mujer muy tierna, dulzona, cariñosa, con mucho dentro de sí para dar, quizá tuvimos un mal comienzo pero es que era un completo desastre cuando nos conocimos, a simple vista era la niña mimada, hoja del presidente en turno, gracias al cielo coincidimos en esta vida, pudimos tratarnos y llegar a enamorarnos como lo estábamos a esas alturas.

Recogí la basura de nuestra cena y salí a llevarla de regreso al restaurante, de regreso caminé de prisa pues me urgía estar con ella nuevamente, sus ojos expectantes me miraron en cuanto abrí la puerta del camarote. Nos contemplamos por unos instantes, acto seguido Karla se levantó y fue hacia mí, colocó ambas manos en mi cabeza y me atrajo a ella para besarme apasionadamente, ese beso estaba cargado de sensualidad, de sed de amor, de todo lo bueno y pasional que alguien puede sentir por un amante; y es que eso éramos, amantes. Dos personas enamoradas, que se amaban y derrochaban ese amor por doquier.

Coloqué una de mis manos en su espalda baja y la otra en el cuello, la deseaba de una forma desmedida, de haber sido posible me hubiese gustado fundirme con ella para ser un solo ser de este mundo, jamás creí encontrar un amor así, estaba irremediablemente enamorada de ella, entre deliciosos besos le susurraba te amo, mientras ella me besaba con más y más pasión. Nos separamos un poco, vi sus ojos dilatados, la tomé de la cintura y nos hice bailar lentamente, mientras la veía sonreír con esa mirada hermosa que me idiotizaba, esos labios que me atraían más que la propia gravedad.

Luego de bailar unos minutos, frené lentamente nuestros movimientos, junté nuestras frentes y nos hice caer en la cama, me encontraba encima de ella y la percibía a mi entera disposición, y aunque la emoción y pasión desbordaban en mí, fui lo más tierna con ella, y es que juro que era imposible separar el amor que sentía por ella, de toda la pasión y locura que me hacía sentir.

Pasé los dedos lentamente desde su muslo hasta el cuello, la besaba en el otro lado del cuello, puse atención especial en su clavícula, pues era una zona erótica para Karla.  Metí la pierna derecha entre sus piernas y sentí como se estremeció entre mis brazos, tenía bastantes ganas de hacerle el amor, pero creía firmemente en que debía ser muy especial; habían sido días muy difíciles emocionalmente para ella, y claro que para mí.

El separarse de su familia, dejar su país y ser perseguida por cuestiones políticas no eran cosa fácil, yo trataba de hacerle amenos los días, de habar poco del tema porque no sabía bien cómo hacerlo, qué decirle o si era bueno que lo hiciera.

Necesitaba transmitirle todas esas emociones, esos sentimientos que tenía hacia ella, en forma de caricias, con palabras, actos, pensamiento y obra; necesitaba que ella supiera lo mucho que la amaba y lo bastante afortunada que me sentía de tenerle.

Metí la mano bajo su playera para descubrir que no traía sostén, eso me hizo sentir un corriente eléctrica en la espalda, me sentí excitada en cuestión de milésimas de segundo.

Después de hacer el amor hasta el cansancio, de tratar de descansar a ratos y simplemente no poder paras nuestros instintos; nos quedamos dormidas un rato, sentía los ojos arenosos, sedientos de sueño, con amplia necesidad de cerrarse. Estaba extasiada, feliz, enamorada, amada; no sé cuántos adjetivos podría ponerle al estado en que me encontraba, creo que simplemente era plena.

Me quedé dormida con la sensación de plenitud, desnuda y abrazada a quien en ese momento acababa de identificar como el amor de mi vida, mi hermosa Karla.

Por la mañana despertamos faltando poco para el mediodía, me acerqué a sus bellos ojos y los besé uno a uno, después hice un camino de besos hasta bajando por su cara hasta el ombligo, sus brazos me rodearon de inmediato, con amplia sonrisa me recibieron sus labios, fue un beso lento y cargado de todo el amor que podía sentir, de esa tranquilidad que el calor de su cuerpo me daba.

—¿quieres ir a desayunar?— me atreví a romper ese bello momento.

—Quiero desayunarte mil días más—

—Eso son como tres años, y yo quiero estar contigo hasta que estemos viejitas— le dije dándole un fugaz beso en la punta de la nariz.

—¿qué tan viejitas?— me preguntó divertida.

—Tan viejitas que se nos olvide de qué estábamos hablando— sonreí genuinamente —te amo Karla, te amo con locura y quiero el que mundo lo sepa, me muero de ganas de salir y gritarlo hasta quedarme sin voz—.

—Te amo más que a nadie mi cielo— me dijo con los ojos humedecidos.

—Bueno, no es momento de ponernos tristes, mejor hay que celebrar que estamos juntas, pese a las condiciones, esta ha sido la casualidad más bonita que me ha sucedido—. Hablé lo más seria posible.

—Te amo Lau—

—Te amo Karla—.

Nos levantamos y metimos a bañar juntas, hicimos el amor nuevamente ahí, entre las gotas de agua cayendo por nuestros cuerpos, volvimos a extasiarnos en orgasmos, la cargué tomándola por el trasero mientras ella se afianzaba a mí con las piernas enredadas en mi cadera, con rápidos movimientos de mis dedos dentro de ella la hice tener tres orgasmos más antes de salir de la ducha.

Salimos del camarote tomadas de la mano, Karla vestía un diminuto vestido que dejaba muy poco a la imaginación, un escote caribeño y su divino cabello suelto enredándose en la cabeza. Por mi parte llevaba un short y una camisa blanca, ambas traíamos tenis blancos, los habíamos comprado iguales; ambas teníamos esa manía por parecernos o al menos tratar de combinarnos un poco. Ella usaba un sombrero blanco mientras que yo llevaba una gorra al estilo de los chicos, con la visera hacia atrás.

Después del enorme desayuno que tuvimos nos fuimos a recostar en un camastro, abrazadas disfrutamos del caribe y su brisa. Entre susurros de “te amo” y “me encantas” nos quedamos dormidas nuevamente; cuando desperté Karla me observaba atenta.

—Hola—dije tratando de abrir bien los ojos

—Hola dormilona— parecía divertida con la escena.

—Perdón, es que alguien me desveló haciéndome cosas muy ricas— al instante Karla se sonrojó.

—Lo siento— me dijo apenada.

—Ajá— solté una fuerte carcajada —también yo lo sentí, mi amor—.

—Me gusta—me interrumpió.

—¿el qué?—

—El “mi amor”, me gusta, casi tanto como tú.

—Pues acostúmbrese princesa, porque y más eres para mí— entrecerré los ojos.

La vida me estaba dando una nueva oportunidad en todos los sentidos, después de tanto sufrir, de varias relaciones fallidas y de todo lo que ya había vivido al lado de Karla, la vida me sonreía con el amor de esa preciosa mujer a mi lado. Aún no podía creer que estuviéramos así, era tan extraño y tan rápido como se iban dando las cosas; sin duda si volviera a vivir la vida, haría todo para encontrarla lo antes posible y así enamorarme más rápido de ella.

Aunque claro, como todo, sabía que estábamos en el momento justo, nos conocimos cuando debía ser, nos enamoramos como debía ser, y nos entregamos a ese amor en el momento adecuado; pero si alguien me lo preguntara, intentaría que se cruzara siempre en todas mis vidas, en las pasadas y en las futuras.

Nos encontrábamos a tres días de desembarcar en Buenos Aires, al final fue la ciudad que elegí para resguardarme con ella; y mientras eso pasaba estaba convencida de que los días a su lado serían increíbles, quería hacer de ese viaje algo inolvidable.

Compré un ajedrez en la tienda del buque y nos pusimos a jugar en los camastros mientras la tarde caía.

—¿cenamos en la habitación?— me preguntó dándome un jaque.

—¿quieres que te cene en el camarote nuevamente?— dije en un tono de voz apenas audible para ella, quien se ruborizó de inmediato. —Está bien— continué —Cenamos donde la princesa decida—.

Guardé el ajedrez y la tomé de la mano, fuimos por una charola de carnes frías y una botella de vino tinto. Caminamos de regreso a nuestro camarote y cerramos la puerta con seguro, nos esperaba una noche increíble.