La hija del androide VII
Autores: Edith Aretzaesh y Drex Ler. Capítulo VII, Ascensor espacial "Posiblemente los seres artificiales, imagen y semejanza de nuestros creadores bioquímicos, fuéramos el legado que el género humano dejara a la galaxia "
La hija del androide VII
Ascensor espacial
(Novela por entredas, escrita en coautoría por Edith Aretzaesh y Drex Ler)
Relato escrito en coautoría por Edith Aretzaesh y Drex Ler para la Antología TRCL
Perfiles TR de los autores:
Edith Aretzaesh
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Drex Ler
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Aterrizamos a veinte kilómetros de Ciudad Ícaro, durante la madrugada. Los sistemas de la aeronave se encargaron de todo, pues Yael y yo hibernábamos mientras Layla dormía en medio de los dos. Había sido una noche que colmaba todas las expectativas sexuales de mi programación y, en caso de que todos sobreviviéramos, lo que pasó ente nosotros sería el precedente para una convivencia sexual plena y abierta al lado de la humana.
Fue necesario respetar cierta distancia entre nuestro punto de contacto y el ascensor a causa de los posibles sistemas de monitoreo de la superestructura, quizás activos. Lo más conveniente era que, tanto las autoridades como las inteligencias artificiales que controlaran el ascensor, ignoraran nuestros planes.
Mientras Layla se bañaba, Yael realizó discretamente respaldos por duplicado de las memorias de Guimael, de la mía y de la suya propia; era conveniente tenerlos, aunque innecesario que Layla se enterara de estas precauciones. Hubo un tiempo en que también podían respaldarse las identidades humanas, para transferirlas a cuerpos artificiales, pero no disponíamos del equipo para hacer eso con mi dueña. Por ese lado, tendríamos que protegerla lo más posible para evitarle daños.
Ya preparados, sacamos las quimeras equinas del almacén de la aeronave. Se trataba de tres caballos artificiales de gran alzada, cada uno de nosotros montó en su respectivo percherón y Guimael subió al de Layla.
El terreno no era lo que hubiéramos encontrado siglos antes; la depredación de recursos, la época de contaminación y una creciente sequía habían mermado la lujuriante vegetación que alguna vez caracterizó aquella región del África Ecuatorial.
Cabalgamos durante un rato sin novedades, en dirección a nuestro destino, luego Layla exclamó contenta al ver en el horizonte la línea vertical que, parecida a un hilo negro, unía la tierra con el cielo.
Conforme nos acercamos, los detalles del ascensor espacial se nos revelaron con más claridad. Se trataba de la estructura más alta y compleja creada por la humanidad. Por el lado de la superficie planetaria, contaba con una cimentación que medía cien kilómetros de profundidad, sitio en el que había una planta de energía geoeléctrica que aún seguía en estado plenamente operativo.
La edificación tenía dos kilómetros y medio de diámetro y ascendía, en forma casi recta, hasta perderse en las alturas. El otro extremo se encontraba en la órbita terrestre, sujeto a una estación espacial cuya velocidad se sincronizaba a la perfección con la de la Tierra para evitar que el enlace entre el planeta y el espacio se cayera. Aunque aparentaba ser sólido, construido en sola pieza, el ascensor espacial constaba de miles de secciones interconectadas, permitiendo cierta flexibilidad para que la propia rotación planetaria no lo partiera.
A medio día llegamos a las ruinas de la ciudad. Quizá aquella había sido la urbe del pasado más castigada de todas durante la Guerra Interempresarial, ya que Themtot Componentes y Corporación Lemgho se disputaron encarnizadamente el control del único vínculo entre la humanidad y las estrellas, tras haber destruido cualquier otra tecnología aeroespacial.
Dimos un rodeo a las ruinas, cuya altura máxima no superaba siquiera los seis metros, y llegamos a las afueras, casi a los pies de la torre más alta que se hubiera creado. En torno al monolito había una explanada circular, de casi dos kilómetros de radio, quizá utilizada en otro tiempo como zona de estacionamiento y descarga de materiales. La hierba en esa zona parecía crecer muy baja, los espacios libres nos mostraban un suelo cubierto por placas de roca resquebrajada. En el pasado debió ser un hermoso sitio, aunque en el momento de nuestra llegada podría parecer decadente. Algunos montículos cubiertos de hierba parecían ser los vestigios de vehículos y maquinaria que se quedaron ahí cuando el lugar fue abandonado.
—No confío en esto —sentenció Yael sin entonación en su voz—. Todo lo que se sabe de este lugar sugiere la presencia de robots abandonados que lo resguardan.
Efectué un escaneo en las inmediaciones para saber si, aparte de nosotros, había otros artificiales cerca. No serviría de mucho si se tratara de maquinaria militar antigua, pues esta se encontraría blindada y sería indetectable, pero al menos creí que sería útil para detectar la presencia de robots nuevos. El resultado fue negativo.
—Repasemos la carga —sugirió Layla con voz firme. Resultaba admirable la fortaleza de una mujer que, criada como una ginoide, parecía no quebrantarse ante el miedo.
—Adriel, tú llevarás los respaldos de las memorias —dictaminó el androide líder—. Chico, pase lo que pase, no permitas que sean destruidas. Esa mochila es nuestra razón de estar aquí, sin ella no habrá valido nada de lo que hemos hecho y la destrucción de miles de androides y ginoides habrá sido en vano.
—Y perderíamos a los científicos humanos que están respaldados —añadió mi dueña.
—No sabemos si será posible insertar sus identidades en cuerpos artificiales, pero contémoslos también —ronroneó Guimael.
—Tengo cuatro granadas de impacto electromagnético, una para cada quién —continuó Yael. Les recuerdo que debemos tener cuidado con esto, es tan letal, tanto para cualquier posible enemigo artificial como para nosotros o las memorias. No debemos estar a menos de cincuenta metros de ellas cuando detonen, Layla es la única inmune.
No se atrevió a decir «la única humana». Así como Layla no se refería más de lo necesario a la condición de androide de su padre, este tampoco expresaba la diferencia a no ser que fuera importante.
—He revisado los N-K, las balas de las cananas y todo está en orden —completé informando mi participación.
—Bien, yo llevaré el portátil —sonrió Yael—, pero ya todos saben instalar los programas de apertura de la puerta y los de control para el ascensor y la Orión 5. Los he actualizado esta misma mañana.
Preparados como medianamente podíamos, nos decidimos a afrontar el último tramo de nuestro viaje.
Las monturas avanzaron despacio, internándose en la explanada. Procurábamos mantenernos alejados de los montículos. Layla, acompañada de Guimael, iba a la derecha. Yael, a unos metros, por el lado izquierdo y yo cerraba la marcha a pocos pasos de ellos.
La humana mostraba una actitud valerosa, casi desenfadada. Yael, serio como siempre, parecía más expectante que de costumbre. Guimael había solicitado que le pusiéramos un collar del que colgaba su granada de impacto electromagnético. Tras el incidente con el cazador, estaba decidido a defender a Layla, inclusive en momentos en que ella le ordenara que no lo hiciera. Por mi parte, los potenciales de emoción artificial que motivaban mi psique me advertían de la tensión del momento, incrementada por el hecho de no saber si verdaderamente nos aguardaba algún peligro o conseguiríamos llegar a la Orión 5 sin contratiempos. Me encogí de hombros, suponiendo que eso era lo que sentían los humanos ante la incertidumbre de sus vidas.
El incidente con que inició la catástrofe se presentó a nuestra izquierda. Uno de los montículos se agitó y, sacudiendo parte de la tierra y las enredaderas que lo cubrían, nos mostró su verdadera naturaleza. Se trataba de un robot no antropomórfico, sostenido sobre ruedas, armado con un juego de cuchillas de filo nanométrico capaces de cortar casi cualquier blindaje metálico. La máquina se desplazó en dirección a la montura de Yael, quien espoleó a la quimera mientras disparaba su N-K contra el enemigo. El robot militar, en un esfuerzo por hacer daño, estiró una de las articulaciones y, dando un último bandazo, cercenó las patas delanteras de la quimera de nuestro líder. Yael siguió disparando cuando cayó sobre el polvoriento suelo, el artefacto dejó de moverse.
La montura de Layla pisó una trampa que se desplegó de inmediato. El mecanismo consistía en unas tenazas que se aferraron a una de las patas traseras de la quimera, al tiempo que, desde la base de la máquina, surgía una espiral metálica en forma de espiral que, girando a manera de broca de taladro, traspasó la extremidad, inutilizando a la montura que se encabritó. Mi dueña se sostuvo mientras Guimael saltaba a tierra; Un tercer robot despertó de su hibernación.
El nuevo enemigo había estado parcialmente enterrado en un viejo cráter de impacto. Era un tanque, tan alto como un camión. Por el frente llevaba una batería de cañones que, aún estando inutilizados, podían ser peligrosos; se encaminó directamente adonde estaba la humana. Mi dueña gritó y cabalgué en su auxilio.
El tanque golpeó el suelo con uno de sus alargados cañones, dándonos a entender que, al no poder disparar, era capaz de aplastar a quien se interpusiera en su camino. Disparé mi N-K contra él, pero las balas rebotaron y me abstuve de seguir atacándolo para evitar que un proyectil hiriera accidentalmente a Layla.
Tarde me di cuenta del enemigo que estaba a mi izquierda. Era un robot que carecía de piernas o ruedas, pero que se había arrastrado usando sus brazos. Arrancó una laja del suelo y me la lanzó con demasiada fuerza. La roca golpeó mi costado y fui derribado de la quimera sintiendo que mis sensores táctiles me hacían estremecer de dolor sintético, no obstante, el único pensamiento que tuve fue el de evitar caer sobre la mochila que contenía los respaldos de las memorias. Una segunda laja perforó un costado de mi montura para dañar su sistema motriz.
Sacudí la cabeza intentando disipar el malestar que, al no haber sufrido daños graves, desapareció casi en seguida. Disparé contra el adversario y, en seguida, escuché el grito de terror de Layla.
Yael había pisado una trampa de espiral y luchaba contra el mecanismo, teniendo el pie izquierdo perforado. La quimera de mi dueña no dejaba de encabritarse y patalear, impidiendo que Layla pudiese desmontar, y el tanque robot se le acercaba con intenciones de aplastarla.
Noté que, con cada movimiento del robot, una sección de debajo del cañón dejaba ver el interior, abriendo un espacio de escaso medio metro de lado. Hubiera podido dispararle de haber contado con el ángulo de tiro necesario, pero me contuvo la posibilidad de lastimar a la humana. Guimael resolvió el asunto de la forma más valerosa.
El gato artificial corrió hacia el tanque y saltó para trepar por el costado de la máquina de guerra. Se coló por la abertura y, maullando, debió hacer detonar su granada de impacto electromagnético, ya que el artefacto dejó de moverse cuando estaba a solo quince metros de Layla.
Yael se acercó cojeando a su hija, quien gritaba el nombre de Guimael; al parecer, había encontrado el modo de romper la trampa, aunque se había destrozado la pseudopiel de las manos en el proceso. Dio un duro puñetazo a la cabeza de la quimera y esta se derrumbó para permitir que Layla desmontara.
—¡Corre a la puerta, chico! —me ordenó Yael—. ¡Llévate mi portátil y activa el programa de apertura, yo tardaré en llegar! ¡Layla, vete con Adriel!
Me arrojó el portátil, mismo que recibí al vuelo. Mi dueña meneó la cabeza.
—¡Me quedo contigo, papá! —exclamó y su tono no admitía réplica—. ¡Adriel, adelántate, te alcanzaremos después!
Debí desobedecerla. Lo correcto habría sido cargarla y llevarla conmigo a la fuerza, pero no me vi haciéndolo. Guimael acababa de sacrificarse por ella, ella estaba dispuesta a acompañar a su padre mientras este cojeaba para llegar a nuestro destino y yo tenía a mi cargo la responsabilidad de proteger los respaldos de las memorias. Les di la espalda y corrí, disparando en mi camino sobre todo lo que se movía. Eliminé doce robots renqueantes antes de llegar a la entrada del ascensor espacial.
Miré hacia atrás, Layla y Yael, a doscientos metros de donde me encontraba, parecían discutir mientras el padre cojeaba y la hija intentaba ayudarlo a caminar más de prisa. Conecté el portátil a la ranura de acceso de datos de la puerta. El programa de apertura se inició y, en la pantalla, pude ver la barra que se llenaba lentamente de azul para indicar el progreso de la operación. Volví a mirar a mis líderes.
Layla, furiosa, había dejado a su padre y caminaba con paso vivo en mi dirección. Yael la seguía, cojeando, pero decidido a alcanzarnos. Puse nuevamente mi atención en la pantalla, el llenado de la barra en azul parecía demorar mucho, pero seguía corriendo. Un grito de dolor me hizo voltear nuevamente.
Mi dueña había pisado una trampa, oculta debajo de la tierra suelta. La tenaza le había destrozado el pie izquierdo mientras la broca se incrustaba en la carne de su pantorrilla, girando sin piedad.
—¡Quédate donde estás! —me ordenó Yael al ver mis intenciones de correr en ayuda de mi dueña.
El androide líder apretó el paso, exigiendo a su pierna inutilizada un esfuerzo que pronto lo situó cerca de su hija. La broca ya había destrozado la pierna de Layla y seguía girando, clavándose en su vientre mientras ella gritaba en medio de la agonía. Yael atrapó la base de la barra con sus manos desencarnadas y apretó con todas sus fuerzas. El mecanismo chirrió y se detuvo; el proceso del programa de apertura estaba a la mitad.
—¡Adriel, quiero que cuides a mi hija! —gritó Yael con una emotividad en la voz que sonó demasiado humana.
—¿Qué haces, papá? —preguntó Layla, aparentemente desdeñando el dolor que sentía.
Reprimiendo un grito causado por el dolor sintético, el androide separó los restos de su mano izquierda de la barra en espiral, cuya base había sostenido. Usó el muñón de la derecha para atorar temporalmente el mecanismo y así seguir impidiendo que la broca girara.
Con los dedos casi inutilizados tomó su granada de impacto electromagnético y, mirando fijamente a la mujer que ciara desde recién nacida, hizo detonar el artefacto sobre el mecanismo que los aprisionaba. El grito de dolor de Layla al presenciar la neutralización de su padre fue superior en volumen a los que profirió cuando la trampa destrozó su pierna.
Tras el destello, la trampa se desactivó, pero la humana siguió atrapada, con un pie destrozado entre las placas de las tenazas y la broca metálica recorriendo su pierna por dentro hasta la altura del vientre. Su pantalón estaba empapado en sangre, misma que no paraba de manar de las heridas y formaba un charco a sus pies.
El programa de apertura tardaría un poco más. Dejé la puerta y corrí a ayudar a mi dueña, ella me miró con ojos vidriosos, pero no dijo nada.
Revisé la base de la broca. Sería necesario cortarla para liberar a Layla e intentar hacer algo por salvarle la vida. Recordé a nuestro primer adversario y corrí al escenario del inicio del desastre.
El robot que había cortado las patas de la quimera de Yael estaba inmóvil, neutralizado por las balas. Revisé el soporte que unía la cuchilla de filo nanométrico con la articulación que solía manipularla y descubrí la manera de separar ambas piezas. Con esfuerzo logré desmontar el arma y conseguí una hoja de casi un metro de largo, tan afilada que sería capaz de cortar incluso el blindaje del tanque que había pretendido aplastar a mi dueña.
Volví al lado de la mujer. A lo lejos, algún robot se arrastraba, pero no quise darle mayor importancia. Ella meneó la cabeza.
—¡Sin mi padre, no quiero vivir! —espetó—. ¡Todo lo que amo muere!
—¡Yo te amo! —repliqué mientras me arrodillaba para estudiar el inicio de la espiral. Tendría que cercenar el brazo de Yael para poder liberar a su hija.
—¡No puedes amarme!
—¿Porque no soy humano? —pregunté sin consideración—. ¿Acaso necesito impulsos bioquímicos para querer que seas feliz? ¿Hay una cadena de ADN que me esté obligando a ayudarte?
Levanté la hoja y corté de un solo golpe el antebrazo de Yael. La mujer me miró con reproche, pero no protestó; ambos entendimos que era necesario.
—¡Un humano codicioso te dejaría aquí, subiría al espacio y se apoderaría él solo de la Orión 5! —añadí y calculé la fuerza del siguiente corte, que sería crucial—. ¡Un humano codicioso se apoderaría de la nave, no le devolvería la existencia a ningún artificial, utilizaría la planta de fabricación para crear un ejército y se apoderaría de este mundo de mierda!
El tajo que siguió a mis palabras cortó limpiamente la base de la broca. Me apresuré a recibir el cuerpo de Layla antes de que cayera al suelo. Gritó de dolor y miedo.
—Mi padre...
—Tu padre me ordenó que te cuidara y eso voy a hacer.
La levanté y corrí con ella en mis brazos, intentando en todo momento que su pierna herida se mantuviese recta y que la punta de la broca, clavada en su vientre, no la hiriera aún más de lo que ya la había lastimado. Cada una de mis zancadas hacía que su pierna le produjera agudos dolores, pero tuvo la fortaleza de no desmayarse.
Llegamos a la puerta para descubrir que el programa de apertura ya había terminado su trabajo. Recogí el portátil e ingresé, cargando a Layla, a la antesala del ascensor espacial. La puerta se cerró tras nosotros; pasara lo que pasara, no podría volver a abrirla.
El interior se iluminó, volviendo a la actividad tras dos siglos y medio de hibernación. Mis sensores olfativos percibieron un suave perfume mientras que una música delicada y elegante se dejaba escuchar. Pisé la mullida alfombra, miré el entorno de belleza y sofisticación que contrastaba con el brutalizado exterior y, por un instante, mi psique quedó confusa por el cambio de escenario.
—Bienvenidos —saludó una voz de mujer a mi izquierda. Se trataba de una proyección holográfica femenina, vestida con una túnica al estilo de la Grecia Clásica. Su bello rostro mostraba una sonrisa desconfiada—. Soy Ashdyl, guardiana del ascensor espacial. La mujer necesita asistencia médica, androide, llévala a la enfermería.
Señaló un corredor a mi izquierda y me acompañó mientras caminaba presuroso hacia el sitio donde esperaba poder ayudar a mi dueña. No me entretuve en mirar la decoración, aunque mi programa de reconocimiento de entorno me informó de la sangre de Layla que manchaba la mullida alfombra conforme avanzábamos, las paredes forradas en caoba que amortiguaban el sonido de sus gemidos de dolor y de las cámaras de vigilancia que grababan el momento en que entré por fin a la enfermería y acomodé a la humana sobre una mesa de exploraciones.
Varios robots de servicio médico, así como un conjunto de máquinas que, presumiblemente, debían estar ya en actividad, permanecieron inmóviles.
—¿Qué pasa? —pregunté con aspereza casi humana.
—¡No lo sé! —reconoció la guardiana—. Hace tanto tiempo que no se mueven que, probablemente, hayan dejado de funcionar.
—¡Haz algo! —clamé con toda la vehemencia de mi comando de lealtad—. ¿No ves que está muriendo?
—¡No puedo hacer que funcionen! —exclamó tras una pausa—. ¡No lo entiendo!
Miré a mi alrededor, hasta localizar una entrada de datos apta para conectar el portátil de Yael. Me sequé con la tela del pantalón la sangre que cubría mis manos y tomé el dispositivo.
—¡No puedes conectar artefactos a las instalaciones del ascensor! —dijo Ashdyl en tono vehemente—. No, a menos que tengas una autorización de la gerencia.
—Intenta impedírmelo y derribaré tu torre de una patada —fanfarroneé como lo hubiera hecho un ser humano.
El programa de control del ascensor espacial corrió más rápido que el de apertura de la puerta y pronto completó su función. La imagen holográfica de Ashdyl vibró, se mantuvo congelada unos segundos y, en seguida, volvió a moverse. A su lado apareció otra figura.
—¡Yael, acabo de verte neutralizado allá afuera! —exclamé dirigiéndome al recién llegado.
—Es una pena, pero no soy el Yael que conoces —contestó él bajo la atenta mirada de Ashdyl—. Soy una versión de su identidad y he sido creado para representar al programa rector que has utilizado para controlar el ascensor. Técnicamente, he venido a eliminar a Ashdyl, pero no tiene sentido descartarla a ella; a nuestro modo, nos llevaremos bien.
Para mi psique resultaba ligeramente confuso. Acababa de ver la neutralización del androide líder y aquella proyección holográfica, exteriormente idéntica a Yael, resultaba inquietante. Layla, consciente de cuanto se decía, tendió una mano hacia el ser intangible que representaba a su padre. Holograma o no, el Yael del ascensor se aproximó a su hija para brindarle el consuelo de su presencia.
—Chico, no podremos utilizar los robots médicos ni el equipo de esta enfermería —reveló—. Existe un protocolo de seguridad que no puedo evadir; ningún artefacto autoconsciente de esta sección funcionará en el caso de que las instalaciones carezcan de los medicamentos necesarios para una intervención quirúrgica digna. Sucede que todas las existencias del almacén han prescrito desde hace siglos y no pueden ser usadas.
—¿Qué hacemos entonces? —pregunté con un resoplido que sonó desesperanzado.
Layla había dejado de gritar. Solo se quejaba levemente, como si la presencia de aquella copia de su padre le diera fuerzas para resistir, no obstante, todos éramos conscientes de que estaba muriendo.
—En aquel armario encontrarás el equipo necesario para crear un respaldo de las memorias de mi hija —informó Yael señalando una puerta—. Ignoro si funcionará, ignoro si podrás transferir su personalidad a un cuerpo de ginoide, pero creo que es lo único que puedes hacer.
—¿Dejarla morir? —solté apretando los dientes.
—Preservar su existencia más allá de la muerte —suspiró Yael—. No creas, ni por un momento, que esto no me afecta... ¡Joder, estamos hablando de la vida de mi hija!
Sí, y yo estaba hablando con un androide más pragmático que yo. Peor aún, con la proyección holográfica que era una copia de la identidad de dicho androide.
Asumiendo lo inevitable me apresuré a buscar el equipo que quedaba libre del protocolo de seguridad que bloqueaba a las demás máquinas.
Ashdyl fue explicándome las diferentes funciones del yelmo que coloqué en la cabeza de mi dueña mientras esta charlaba quedamente con la proyección de Yael, rememorando alguna anécdota inocente de su infancia. Cuando los sistemas estuvieron montados, tomé una mano de la humana y besé sus nudillos.
—He tomado plena posesión de este complejo —explicó Yael y Ashdyl asintió con una sonrisa—. En estos momentos, mientras ves mi imagen aquí, parte de mi psique está en contacto con los sistemas rectores de la Orión 5, se han completado los protocolos de identificación y la inteligencia artificial que rige la nave te espera. Cuando terminemos con el respaldo subirás a una cápsula que será transportada a la órbita y lanzada para encontrarse con la nave.
—Papá, te amo —susurró Layla con un estremecimiento en la voz—. Adriel, también te amo...
La fuerza con que apretaba mi mano fue decreciendo. Había perdido mucha sangre y los daños internos en su vientre resultaban fatales. Tembló, pero pareció querer resistir y reprimir un último grito de dolor, como buscando no manchar el efecto de sus últimas palabras. Con un estertor final, Layla Sófet, mi dueña, falleció dos minutos después de que se completara la operación de respaldo de su identidad.
Yael puso las manos intangibles sobre el yelmo que cubría la cabeza de su hija. En un principio creí que efectuaba alguna clase de ritual religioso, cosa que me extrañó bastante, pero después comprendí que estaba manipulando los sistemas del artefacto.
—He eliminado de su memoria los acontecimientos de la última hora —me dijo—. No tiene sentido que recuerde mi neutralización, la batalla que han debido librar allá afuera y su propia muerte. Puedes tomar su unidad de respaldo y continuar con tu camino.
Mi psique se sacudió. Intelectualmente sabía que la identidad de mi dueña quedaba respaldada en la pequeña unidad que guardé en la mochila, pero algo dentro de mi programación se resintió. Para determinada parte de mi comando de lealtad, Layla había dejado de existir. Todos ignorábamos si sería posible transferir el respaldo de su identidad a un cuerpo artificial y la duda me inquietaba.
—Vete, muchacho —ordenó Yael con voz afectada—. Los robots de mantenimiento me ayudarán a atender el cuerpo de mi hija. Sube a la cápsula, te recomiendo que entres en hibernación, no tiene sentido que permanezcas activo y pases horas pensando en lo que ha sucedido.
Me despedí mecánicamente de la proyección holográfica de mi líder quien, como un fantasma, se quedaría custodiando la torre que unía la Tierra con el espacio. Estaba tan aturdido que no me acordé de Ashdyl.
Abordé la cápsula y distendí todo mi cuerpo, ni siquiera solicité atenciones especiales o alguna reparación. Sin Layla, poco me importaba el bienestar de mi cuerpo o los daños que este había sufrido. Cerrando los ojos, inicié mi ciclo de hibernación.
Epílogo
Recuperé la consciencia y abrí los ojos para reconocer el entorno. Me encontraba en una habitación que me era desconocida. Estaba vestida con una playera larga, al estilo de las que solía usar. La cama sobre la que descansaba era mullida, las sábanas suaves y perfumadas. No resistí la curiosidad de saber más de aquel lugar y me senté.
Lo último que recordaba era nuestra llegada a la explanada que circundaba el ascensor espacial; de alguna manera había olvidado las circunstancias que me llevaron a aquella estancia. No había señales de mi padre o de Adriel, pero, extrañamente, no me sentí preocupada. Reflexionando, me sorprendió el hecho de no sentir siquiera un poco de miedo.
La puerta se deslizó y una figura femenina entró a la habitación para acercarse a mí. La miré fijamente hasta que reconocí que se trataba de una ginoide.
—¿Me recuerdas? —preguntó y, ante mi confusión, me tomó por la nuca para acercar su boca a la mía. El beso que nos dimos me trajo a la memoria un incidente casi olvidado.
—¿Eres tú? —pregunté—. ¿Cómo puede ser?
—Sí —sonrió compartiéndome su cálido aliento—. Me han contado que destruí el camión del cazador, aunque, gracias a ti, no lo recuerdo. Te están esperando, acompáñame.
Tomó mi mano y ambas salimos a un corredor elegantemente decorado. No me inquietaba estar semidesnuda en terreno desconocido, no me molestaba ser conducida por aquella ginoide. Sentía curiosidad por el paradero de mis dos amantes androides, pero no estaba preocupada por ellos, al menos no con ese sentimiento que se hermanaba con la inquietud.
El pasillo fue ensanchándose conforme avanzamos. La uniformidad del decorado de la pared al lado derecho dio paso a un largo ventanal que me permitió ver el exterior cubierto de estrellas. Entendí que no estábamos en la Tierra y supuse que, de algún modo que no podía recordar, quizá había llegado a la cúspide del ascensor espacial. Al final del pasillo, dos figuras masculinas nos daban la espalda. Ellos, vestidos con antiguos uniformes de navegantes, parecían absortos en la contemplación del espacio.
La ginoide y yo llegamos hasta donde se encontraban los oficiales. No me incomodó mi semidesnudez, no sentí temor, no sentí desconfianza. Simplemente experimenté curiosidad. Se volvieron para revelarme sus identidades; se trataba de mi padre, acompañado por Adriel, quien sostenía entre sus brazos a Guimael.
Grité con alegría, pero este sentimiento se manifestaba en mí de forma extraña. Me sentía plena, ligera, llena de entusiasmo y libre de la melancolía que me acompañara toda mi vida. Parecía que estábamos a salvo, supuse que debía sentirme agradecida, no obstante, algo en mi interior parecía diferente, como si estuviera viviendo dentro de un sueño.
Extendí los brazos para estrechar a mis dos amantes. El gato artificial saltó al suelo para ronronear y restregarse contra mis piernas. Los androides me rodearon, ambos cubrieron mi rostro y cuello con sus besos, acariciaron mi cuerpo sin pudor alguno y jadeé excitada. Los amaba y me sentía contenta. Aunque estas emociones las experimentara de forma extraña, no me perecieron inferiores a las habituales.
—Layla, tengo que decirte algo importante —sentenció mi padre acariciando mi frente—. Falleciste en la Tierra, Adriel consiguió efectuar un respaldo de tu identidad y ahora tienes un cuerpo de ginoide.
Entonces todo tuvo sentido. La falta de preocupaciones, las emociones que parecían tamizadas, incluso la amnesia que me privaba de los recuerdos de cómo llegué hasta ahí.
—¡Preciosa, lo hemos logrado! —exclamó Adriel abrazándome por detrás—. Estamos en la Orión 5. Viajamos por el espacio, a un décimo de la velocidad de la luz, con destino al planeta Niké. ¡Misión cumplida!
—Pero he dejado de ser humana...
Ambos guardaron silencio. Sus rostros permanecieron inexpresivos hasta que reí de un modo que, al menos a mí, me sonó el mismo de siempre.
—¡Chicos, he dejado de ser humana y eso me satisface bastante!
—Pensé que te dolería haber dejado de ser bioquímica —reconoció Yael.
—No, papá, siempre fui tu hija —le sonreí—. La hija de un androide solamente podría ser una ginoide.
Miré por el ventanal, a las estrellas del exterior. Mis amantes me abrazaron, uno a cada lado y me sentí feliz entre ellos.
Mientras mi vista vagaba por los astros, dediqué algunas reflexiones a nuestro mundo de origen. La Tierra y la humanidad languidecían. La codicia, el egoísmo y la brutalidad que caracterizaban a la especie de la que surgí originalmente terminarían por aniquilarlo todo. Androides y ginoides tendríamos más posibilidades de sobrevivir en el espacio y fundar una civilización en el planeta Niké. Tendríamos un mundo donde imperarían el orden, la paz y el desarrollo.
Quizá aquello había sido escrito desde el principio de los tiempos. Posiblemente los seres artificiales, imagen y semejanza de nuestros creadores bioquímicos, fuéramos el legado que el género humano dejara a la galaxia, como un medio para resarcirse de los daños que efectuó contra su planeta de origen y contra su propia especie.
Fin
Próxima publicación: "Emociones de Astrea I, Ira", por Alventur
Fecha aproximada de la próxima publicación: 19-09-2016