La hija del androide VI
Autores: Edith Aretzaesh y Drex Ler. Capítulo VI,Trío en las alturas. "La sesión había sido brutal. Solamente una mujer como ella, decididamente entregada al placer sexual con seres artificiales, pero al mismo tiempo temperamental y salvajemente humana, habría podido resistir todo cuanto hicimos..."
La hija del androide
Capítulo VI, Trío en las alturas
(Novela por entredas, escrita en coautoría por Edith Aretzaesh y Drex Ler)
Relato escrito en coautoría por Edith Aretzaesh y Drex Ler para la Antología TRCL
Perfiles TR de los autores:
Edith Aretzaesh
http://www.todorelatos.com/perfil/1433625/
Drex Ler
http://www.todorelatos.com/perfil/1449183/
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—01—
Las horas que siguieron a la muerte del cazador fueron difíciles para mí. Los estragos del ataque pusieron a prueba las nuevas habilidades y conocimientos que había adquirido desde que llegué al lado de Layla y su padre. Lo más urgente fue luchar por preservar la existencia de Yael.
Las balas de los robots habían dañado seriamente su sistema motriz, ciertas funciones habían quedado neutralizadas, pero lo peor había sido un impacto de proyectil que dio certeramente en su microreactor. Fue un milagro que la bala hubiera golpeado con poca fuerza y, en vez de incrustarse en el dispositivo, se desviara sin neutralizarlo.
Los programas de Mecatrónica y Robótica que recientemente me habían sido instalados contenían pocos datos acerca del modelo exacto del microreactor, descontinuado desde dos siglos antes, que requería el androide maduro. Me vi. obligado a improvisar los esquemas de diseño para remanofacturar un microreactor a la medida de sus requerimientos partiendo de un modelo nuevo, pero originalmente incompatible.
Desde luego, Layla tenía los conocimientos suficientes como para hace ella misma los ajustes y diseños, pero, tanto mi dueña como Yael, quisieron poner esa responsabilidad en mis manos para probar mis capacidades y hacerme afrontar los riesgos y responsabilidades de mi condición como miembro del grupo que formábamos.
Efectué las modificaciones en el taller de Yael, usando las herramientas que él mismo había utilizado para instalarme un microreactor nuevo cuando falló el que tuviera desde mi construcción. Nunca sabré si entre androides y ginoides también existe el Karma, pero, en este caso, devolví el favor al padre de mi dueña como si de justicia poética se tratara.
La estructura del edificio había quedado seriamente comprometida tras el estallido del cartucho de dinamita que nos arrojara el androide colaboracionista, así que trabajé con cierto porcentaje de mi psique pendiente de cualquier posible derrumbe.
Layla se encontraba en buen estado cuando la rescaté. Salvo los azotes en las nalgas y un intenso magreo en los senos, el cazador no había tenido tiempo de causarle mayor daño. Lo más importante para ella era que él no la había penetrado, lo más importante para mí era que no se veía afectada por el incidente.
De este modo, sin hibernar siquiera un cuarto de hora, pasé la noche monitorizando los sistemas de Yael, remanofacturando un nuevo microreactor y vigilando el agitado sueño de mi propietaria mientras la lluvia cesaba afuera y las ratas salían de entre las ruinas para comer bocados del cadáver del cazador.
Al amanecer, Layla supervisó mi trabajo de reparación de los sistemas motrices de su padre y fue testigo de la instalación del nuevo microreactor. Tras sellar la pseudopiel de Yael con espuma de cohesión molecular, atendió mis averías, me extrajo la metralla y me libró de las punzantes señales de dolor que, no por ser sintético, era menos acuciante de lo que habría sido en un ser humano. Cubiertas mis responsabilidades y sabiendo que mi dueña vigilaría los sistemas de su padre para asegurarse de que todo mi trabajo había estado bien ejecutado, me dispuse a entrar en un merecido estado de hibernación.
Siete horas después recuperé la consciencia, encontrándome con que Yael estaba repuesto. Nuestros cuidados lo habían devuelto al estado operativo y ya trazaba, junto con Layla, los planes de acción inmediata para nuestro proyecto.
Mi dueña y su padre definieron nuestros objetivos. Lo primero sería conseguir una aeronave para viajar al África Ecuatorial, específicamente, a la abandonada Ciudad Ícaro, donde se localizaba el ascensor espacial. Mediante la aplicación que decodificaba las contraseñas de acceso, abriríamos la entrada al ascensor y, usando el programa de control diseñado por Yael, utilizaríamos las instalaciones para llegar al espacio, catapultarnos en una cápsula y alcanzar la nave Orión 5.
Yael había encontrado la documentación relacionada con el descubrimiento, tres siglos antes, de un planeta similar a la Tierra, a veinticinco años luz de nuestro mundo. Utilizando todo el potencial de la Orión 5, podríamos llegar a ese mundo, bautizado por Layla como "Niké", en doscientos cincuenta o trescientos años. Ninguno de los tres tocó el tema de la mortalidad de Layla, aunque sabíamos que antiguamente existió la técnica de respaldar las identidades humanas para transferirlas a cuerpos artificiales, cabía la posibilidad de que ni en el ascensor espacial ni en la Orión 5 pudiéramos contar con el equipo necesario para hacer eso por mi dueña.
Habiendo concertado nuestros planes, aprovechamos el equipo del cazador para disfrazarnos. Layla se hizo pasar por cazadora, y yo fui su androide auxiliar. Yael, en una casi creíble interpretación, fingió ser un vagabundo herido a quien encontramos en el camino. Para reforzar el disfraz, llevó un brazo escayolado y en todo momento ejecutó movimientos desmañados; nadie lo miró dos veces y no hubo problemas con las autoridades de la ciudad de Nueva Tampa, sitio donde adquirimos una ruinosa aeronave.
Layla dio gracias a la codicia del cazador que nos atacó; de haber actuado en beneficio exclusivo de la justicia, habría presentado ante las autoridades las pruebas que poseía o creía poseer para vincular a mi dueña con las actividades de Yael y, como resultado, las divisas bancarias con que contábamos habrían quedado congeladas. Actuando como actuó aseguraba que, al entregar a Layla y las evidencias condenatorias, los tribunales le cedieran la fortuna que ella y Yael habían acumulado.
Con todos los asuntos en orden y ya a bordo de la aeronave, nos elevamos para alejarnos para siempre de la Península Sol. Nuestro plan de vuelo consistía en circunnavegar el Hemisferio Norte para despistar a las autoridades y después dar un viraje en dirección sur cuando sobrevoláramos las devastadas regiones de Asia. Sobrevolaríamos varias ciudades incineradas durante la Guerra Interempresarial y, finalmente, llegaríamos al África Ecuatorial, aterrizaríamos a veinte kilómetros de Ciudad Ícaro para completar el camino a lomos de las quimeras equinas que habíamos adquirido para tal efecto.
Lo que sucediera en Ciudad Ícaro sería tema aparte. Era de dominio público que había destacamentos de viejos robots, propiedad de Themtot Componentes, que aún custodiaban el ascensor espacial, como temiendo que algún sobreviviente de la Corporación Lemgho quisiera reclamar su posesión. La empresa que regía el destino del mundo parecía haber olvidado a estos entes artificiales, pero nosotros debíamos tenerlos en cuenta.
Yael terminó de programar el plan de vuelo para que el ordenador de la aeronave se encargara por sí mismo de llevarnos a nuestro destino, dando los rodeos pertinentes. Layla se retiró al único camarote para tomar una prolongada ducha; me pasó por la mente acompañarla, pero ella no hizo amago de invitarme a compartir el baño como ya era nuestra costumbre y no quise forzar una situación sexual entre nosotros delante de Yael. Él estaba enterado de que, durante las mañanas, su hija y yo follábamos, pero quise respetar esa línea que mi dueña había impuesto. Además, era de noche y el turno nocturno para darle placer a nuestra amante correspondía al androide mayor.
Guimael se estiró como un gato de verdad y yo acaricié su cabeza como un chico de carne y hueso hubiera hecho. El otro androide se fue al camarote y me quedé unos momentos contemplando las nubes a través del mirador del morro de la aeronave. Después dejé al gato artificial acostado sobre el asiento del sillón del piloto.
Seguí los pasos de Yael y lo encontré desnudo, ya dispuesto a hibernar, acostado sobre la única cama del camarote. Layla seguía bañándose y cantaba a media voz una canción que no supe identificar. Yo podía hibernar en el suelo, pero me sabía mal hacerlo con las ropas que llevaba puestas, así que decidí desnudarme también. Meneé la cabeza al comparar la estructura del diseño de Yael con la de mi propia arquitectura; había tantas similitudes entre nuestras tallas que, de haber sido humanos, él hubiera podido ser mi padre.
—¿Están planeando darme una fiesta? —preguntó Layla con voz entre divertida y seductora desde la puerta del baño.
Acababa de desvestirme y me encontraba de pie, a tres pasos de la cama. El androide líder seguía acostado, miró a su hija con detenimiento. Obviamente, ni a Yael ni a mí nos afectaba el vernos desnudos. Siendo androides y contando con programaciones enteramente heterosexuales, no podía existir ninguna clase de deseo entre nosotros, pero Layla, cubierta con una diminuta toalla que apenas alcanzaba a cubrir desde sus pechos a su sexo, representaba un factor de excitación para nuestras respectivas reacciones preprogramadas en materia sexual. No importaba lo que sucediera, yo me quedaría al margen, pues era de noche, el turno de darle placer correspondía a su padre.
Yael se incorporó para acercarse a Layla, su verga se erectó instantáneamente y la mía siguió su ejemplo. Los diseñadores nos habían dotado con idéntica morfología genital.
Padre e hija quedaron frente a frente y ella, sonriendo con lascivia, se despojó de la toalla que la cubría para mostrarse ante nosotros en toda la belleza de su desnudez.
—Esta será la última noche que estaremos en la Tierra —sentenció con cierta expresión de pesar o miedo—. Será la última vez que follemos en este planeta, me gustaría que fuera una noche muy especial.
Era cierto, sin importar lo que pasara, la aeronave aterrizaría al amanecer en el África Ecuatorial y la siguiente fase de nuestra odisea nos llevaría a la neutralización o a la nave Orión 5.
—02—
Me sentía preocupada y necesitaba de todo el contacto sexual posible para disipar mis temores. Era probable que no consiguiéramos sobrevivir al último tramo de nuestro viaje, por lo que decidí disfrutar de aquella última noche, como un oasis de paz, en brazos de mis dos amantes androides.
Yael estaba parado, desnudo, a unos pasos de donde yo me encontraba. Caminé con decisión y abracé a mi padre antes de que él pudiera decir algo. Sentí su erección chocando contra la piel de mi vientre; él debió percatarse de ello e imagino que recordó mi consigna de no mostrar actitudes sexuales conmigo delante del otro androide, pues hizo la pelvis hacia atrás para impedir el contacto. Entrelacé mis manos detrás de su nuca y lo miré a los ojos mientras nuestras cabezas se acercaban.
—Hoy quiero dejarme llevar, papá, necesito olvidar por un rato el peligro que nos aguarda —susurré con mis labios a milímetros de los suyos.
—Layla, tú dijiste que no era sano hacer esto delate de Adriel —señaló con rostro inexpresivo—. No quiero que te sientas conflictuada. Ya es suficiente con que estemos los tres desnudos.
No respondí. Mi otro amante artificial nos miraba sin mostrar emociones en su rostro juvenil. Poniéndome de puntillas, uní mi boca con la de Yael mientras adelantaba la pelvis para volver a sentir sobre mi vientre la contundencia de su virilidad. Él podía pontificar sobre la conveniencia de que Adriel nos estuviera mirando, pero su miembro erecto se pronunciaba en favor de lo que estaba por suceder entre nosotros.
Me esmeré en el beso de amante que dedicaba a mi padre, él debió comprender que yo deseaba todo aquello, pues correspondió con lo que, en un androide, sería el equivalente a las ansias. Compartimos saliva a la vez que nuestras lenguas jugaban, ya en su boca, ya en la mía. Me sorprendió mordiendo mi labio inferior y retribuí el gesto abriendo los muslos para tomar su virilidad y acomodarla entre estos.
El androide de aspecto juvenil se situó a nuestro lado y acarició mi espalda, como queriendo saber si podía ser parte del festín sexual. Él también requería atenciones y no habría sido justo por mi parte dejarlo de lado. Abrí los brazos sin soltar a mi padre y abracé a Adriel con el izquierdo. Él, más desinhibido que mi padre, me abrazó por el talle y miró directamente a mis tetas.
—¿Qué hacemos? —preguntó Adriel en voz baja.
—Algo que haga gozar a Layla, desde luego —murmuró mi padre.
Sus palabras me emocionaron. Por un lado, yo era la hija que alguna vez sedujo a su padre androide, decepcionada de los seres humanos y, aun habiendo tenido sexo con Adriel desde hacía varios días, mis sentimientos de amor hacia Yael no habían cambiado. Por otra parte, también era una mujer de carácter ardiente, que acababa de darse cuenta de lo excitante que le resultaba el poder compartir una sesión de sexo con esos androides masculinos, juntos por primera vez. Los lazos de amor familiar me unían a Yael, las humedades que mi vagina secretaba deseaban que mi cuerpo se fundiera con los suyos.
Mi padre me llevó a la cama e hizo que me sentara sobre un lateral. Después me empujó suavemente para dejarme acostada de forma transversal, con los pies en el suelo. Separó mis piernas y contempló mi sexo húmedo durante unos segundos. Me sentía anhelante. Seguía temiendo por lo que nos esperaba en Ciudad Ícaro, pero estaba dispuesta a disfrutar del momento siendo atendida por ellos dos.
Podía sentir ciertas dudas al mostrarse sexualmente activo conmigo delante de Adriel, pero, al igual que yo, era consciente de que aquello era lo que mi ánimo necesitaba.
Yael montó sobre mi muslo derecho, con las piernas flexionadas para soportar su propio peso e hizo una señal a Adriel para que imitara su maniobra. Tuve los genitales de ambos al alcance de mis manos. Las dos vergas me parecían idénticas, circuncidadas, arqueadas y largas; de hecho, eran los miembros, ya sea de androides o de humanos, de mayor longitud y grosor que yo hubiese conocido hasta entonces.
Sentí un estertor de excitación y suspiré hondo. Se me escaparon un par de lágrimas que mi padre recogió con sus dedos. Tomó mi teta derecha y llevó su zurda al nacimiento del seno, desde el costado. La otra mano palpó el extremo opuesto y apretó con ambas para sopesar la firmeza de mi pecho.
Adriel imitó el ejemplo de Yael y, tras una señal entre ellos, ambos se coordinaron para darme un masaje mamario muy estimulante. Gemí y me retorcí cuando sincronizaron sus caricias y ambos se agacharon para mamar mis pezones al mismo tiempo y con idéntico ritmo.
Las manos de los dos presionaban mis tetas desde los costados, ejecutaban movimientos ascendentes en relación con la forma de las copas, en dirección a los pezones. Cuando llegaban al borde de las areolas, sus bocas succionaban con fuerza y se abrían, produciendo chasquidos. Me sentía a un paso de perder la razón, de olvidarme de nuestra misión, de los peligros que quizá nos aguardaban y del sórdido mundo que queríamos abandonar. Los dos androides movían sus cuerpos de adelante a atrás, frotando sus genitales sobre mis muslos. Mi coño destilaba flujo y mi respiración era profunda. Realmente estaba gozando.
Apreté con mis manos las vergas de mis amantes artificiales. Mi padre abrió mucho los ojos y me sonrió. Le lancé un beso que intentó ser lascivo. El androide de aspecto juvenil aceleró sus movimientos de pelvis, como exigiéndome comenzar con la masturbación.
—¡Nunca había estado en un trío HMH! —reconoció Adriel—. ¿O debería llamarlo “AMA”?
—Androide, mujer y androide —gemí—. ¡Me gusta cómo suena!
Mi padre y Adriel se incorporaron, abandonando mis tetas y las pajas que yo les brindaba. Yael se acostó a mi lado y me besó en la boca, con su versión artificial de lo que para él representaba la pasión y el deseo. Me gustó que tomara la iniciativa delante de Adriel, aunque temí que el otro androide se sintiera excluido.
—Sabías que esto sucedería algún día, que los dos estaríamos contigo al mismo tiempo, ¿no es así? —inquirió mi padre en tono tranquilizador.
—Papá, quiero que sea algo especial, memorable —susurré—. Que disfrutemos lo que pase hoy. Espero que mañana tengamos tiempo, vida y oportunidad para definir el futuro.
Mi padre lamió mi cuello con maestría. Sabía perfectamente cómo encender mis zonas erógenas; las pautas de conducta sexual preprogramadas en su software eran equivalentes a los programas que regían el contenido precargado de Adriel, quien había sido construido originalmente como androide destinado al placer femenino.
Yael me besaba, mordía, succionaba y acariciaba mientras restregaba su virilidad sobre mis muslos, mis caderas o mi vientre. Adriel estaba acostado junto a mí, con una mano se masturbaba mientras acariciaba mi cabello con la otra.
Mi padre pasó de mi cuello a mis senos y de ahí a mi vientre. Depositaba besos y saliva con lo que a cualquier mujer le habría parecido verdadero fervor, quizá incluso mayor al que profesaría un ser humano en la misma situación, pues carecía de limitantes bioquímicas. Mientras, mi coño ansiaba ser atendido. Yo abría y cerraba las piernas, temblando de anticipación.
Adriel pareció envalentonarse y, acomodándose más cerca de mí, atrajo mi cabeza a la suya para ofrecerme su boca. Besé desesperadamente al androide juvenil y lancé un gemido dentro de su boca cuando mi padre lamió mi ombligo para ensalivarlo con maestría, succionó recogiendo su saliva y me produjo estertores de placer.
—¡Tienes un coño delicioso, Layla, siempre lo he dicho! —declaró Yael instantes antes de arrodillarse en el suelo, entre mis muslos separados.
Deshice el beso que compartía con Adriel cuando Yael lamió mis labios mayores. Grité y agité la cabeza del androide que me había criado, sintiendo la humedad de su lengua en mi intimidad y el rastrojo de su barba artificial sobre la sensible piel de mis muslos.
Yael situó su lengua sobre mi entrada vaginal y la usó para penetrarme mientras la hacía girar. Aferré sus cabellos como para obligarlo a darme más placer; él no se inmutó y resistió mis tirones, prolongando mi deliciosa ansiedad.
De las penetraciones linguales pasó a los besos sobre mis labios vaginales. Apretaba la boca sobre mi intimidad para dibujar filigranas sensoriales en los contornos de mi coño. A veces lo escuchaba sorber los líquidos que salían de mi feminidad y sentía su aliento regular sobre mi Monte De Venus.
Yo pedía que no parara con frases entrecortadas. Casi había perdido el norte, pero no dejaba de tener en cuenta que Adriel estaba con nosotros; me sentía inquieta y excitada con la situación, sabía que ninguno de mis amantes podía experimentar los celos humanos, pero no sabía cómo reaccionarían cuando las cosas aumentaran de nivel y ellos siguieran compartiéndome. Decidí entregar mis atenciones a ambos, no permitir que ninguno de ellos se sintiera en inferioridad.
Grité cuando mi padre introdujo dos dedos juntos en mi sexo. Estaba tan lubricada que pasaron sin problemas. Solté su cabello para darle libertad de maniobra. Flexionó sus dedos en mi interior y creí morir al sentir un impacto de placer cuando encontró mi Punto G.
Todas estas sensaciones habían sido simples escarceos comparadas con el momento en que mi padre acomodó mi clítoris entre sus labios, sin retirar los dedos del interior de mi coño. Primero chupó con mucha fuerza, haciéndome gritar y arquear el cuerpo entero mientras sacudía mi cabeza. Adriel había dejado de tocarse para observarnos con expresión atenta; lógicamente, él podía ocultar sus reacciones o emociones artificiales, pero me tranquilizó no distinguir en su semblante señal alguna de sentirse menospreciado. Para asegurarme de que estuviera tranquilo, le lancé un beso y le sonreí seductoramente.
Con mi nódulo de placer prisionero en sus labios, mi padre lamió y succionó para soltar enseguida y flexionar despacio los dedos que pulsaban mi más sensible zona erógena interna. Coordinó las acciones de su boca y sus dedos para hacerme gemir de placer. Succionaba mi clítoris y lo lamía. Justo en el momento de terminar su pase lingual, presionaba dentro de mi vagina y pulsaba mi Punto G. Las acciones se me figuraron una especie de oleaje rítmico que incrementaba mi placer. Jadeaba y gemía sin control mientras el androide que me había criado hurgaba en mi intimidad, buscando darme la mayor cantidad de gusto posible.
En un acto reflejo, aferré mis tetas para amasarlas. Adriel pareció comprender que lo necesitaba y me ayudó en la estimulación mamaria.
—¡Así, papá! —grité—. ¡No te detengas! ¡Me encanta! ¡Sigue tocándome, ya casi me corro!
Alguna vez había fantaseado con tener sexo con un ser humano, pero nunca llevé esta idea a la práctica; conocía lo peor de los integrantes de mi propia especie y, sinceramente, había aprendido a repudiarlos. Para mí no existía nada más excitante que follar con mi padre y Adriel, y saberme valorada por esos dos androides.
Sin perder la coordinación de los movimientos de labios, lengua y dedos, mi padre aceleró sus acciones para encaminarme al punto de no retorno. Mis gritos se entrelazaron con gemidos roncos y profundos jadeos. La tensión interna se acumulaba a cada segundo, hasta que, por fin, sentí que todo mi cuerpo convulsionaba en un orgasmo poderoso, quizá intensificado por el hecho de estar siendo observada por Adriel.
Mi padre siguió al frente de su ofensiva, sin importarle los líquidos que salían de mi coño para empapar su rostro. Supe que, después de esto, algo había cambiado definitivamente entre nosotros pues, en caso de sobrevivir a lo que nos esperaba, tendríamos la posibilidad de gozar de encuentros sexuales los tres juntos. En mi corazón, el afecto que sentía por el androide recién llegado se había intensificado hasta volverse un enamoramiento que, sin desplazar el profundo amor que sentía por mi padre, crecía cada día y me unía también a él. Sí, para mí resultaba viable la poliandria, pues me era posible amar a dos entes, cada cuál en su sitio y a cada cual de un modo distinto, pero sexualmente encaminada a ambos.
—Veamos qué tal me recibe tu coño, Layla —dijo mi padre con la boca sobre mi intimidad. Me encantaba cuando, en los encuentros sexuales, llegaba a decirme frases cargadas de contenido erótico o incluso vulgares; en este tema, Adriel tenía también un amplio repertorio.
Estaba más desinhibido conmigo. Al parecer él también asumía que no habría problemas por compartir mi cuerpo con el otro androide en la misma sesión sexual, no obstante, Yael parecía haber asumido el mando de nuestras actividades. Me gustó que Adriel no pusiera objeciones y tomara la situación tal y como se presentaba.
Mi padre se levantó y me tomó por la cintura. Con habilidad hizo girar mi cuerpo buscando ponerme boca abajo y levantó mis caderas para dejarme con las rodillas y los codos apoyados sobre la cama.
Me dio un par de suaves azotes en las nalgas. Pasó la punta de su falo por encima de mis labios vaginales y lo hizo ascender acariciando toda la raja de mi culo. Mis orificios estaban a disposición de sus caprichos. Primero volvió a penetrar mi coño con sus dedos, después los hizo girar en medias vueltas rítmicas que acompañaba con besos y sonoros azotes sobre mis nalgas. Yo temblaba de deseo. Sus besos sobre la piel de mis glúteos fueron sustituidos por intensos recorridos de su lengua, que eran rematados por la rasposa caricia del rastrojo de su barba artificial. Parecía querer lucir sus habilidades ante mi otro amante y, como resultado, yo ganaba en placer.
Adriel se sentó a mi lado, de frente a mi padre. Con ambas manos separó mis nalgas para ver mejor lo que Yael hacía conmigo. Por un segundo dejaron de tocar mi cuerpo y entendí que se habían hecho alguna clase de señal de complicidad, quizá comparando notas sobre las similitudes en sus respectivos programas de conducta sexual. Boqueé de gusto cuando sentí que mi padre colocaba su lengua sobre mi ano para hacerla girar y ensalivar mi entrada posterior mientras Adriel me lamía desde el cóccix hasta la nuca.
Me encantaba la sensación de recibir un beso negro, y este gusto crecía al sentir que una segunda lengua atendía mi cuerpo. Me sentí morir y renacer cuando mi padre combinó las caricias linguales con profundos movimientos de entrada y salida de sus dedos en mi coño.
Adriel besaba y lamía mi espalda, al tiempo que amasaba mis tetas con las manos bajo mi cuerpo. Yael puso sus labios sobre mi ano para succionar con mucha fuerza. Cerré los ojos emitiendo un profundo lamento de placer. Penetró mi orificio posterior con su lengua mientras seguía estimulando mi coño. Yo sacudía la cabeza y mis manos estrujaban las mantas de la cama. Gemía, sudaba y pedía más.
—¡Métele un dedo por el culo, ya la tienes cachonda! —jaleó Adriel—. ¡Seguro que ya sabes lo rico que es sodomizarla!
—Encular a mi hija tiene sus secretos —indicó mi padre en un tono de camaradería—. Sé que lo has hecho antes con ella, pero hoy aprenderás cómo lo hago yo; no es igual a como viene inscrito en tus pautas de contenido precargado. Un culo como este debe ser preparado a consciencia y tiene que saber que se le va a dar placer.
Yo me encontraba en un estado de excitación sin precedentes, Me encantó escuchar cómo se ponían de acuerdo para follarme. Ardía en deseos de que continuaran estimulándome.
—¡Fóllame, papá, necesito ser penetrada! —grité con desesperación.
—¿Solo yo, Layla? —preguntó Yael en tono alegre.
—¡Joder, tú y Adriel, claro está! —grité—. ¡Quiero que los dos me hagan todo lo que nunca han hecho con ninguna mujer! ¡Quiero que hagan conmigo lo que ningún androide haya hecho jamás en un trío!
Tras estas palabras, mi padre se ensalivó dos dedos para deslizarlos sobre la entrada de mi ano y me mordió la nalga izquierda. Sentí que penetraba mi culo con sus dedos y levanté la cabeza sin concretar el grito. Después retiró la mano de mi trasero, lubricó el contorno de mi orificio anal con mucha saliva y repitió la penetración digital.
La estimulación era muy placentera. Alternaba las penetraciones anales con caricias linguales alrededor de mi ano mientras movía con suavidad los dedos dentro de mi coño. Adriel mantenía separadas mis nalgas para facilitar las maniobras de mi padre; sonreí lasciva al entender que, a partir de esa noche, se complementarían muy bien en la tarea de darme placer.
Mi coño manaba flujos que empapaban los dedos de la mano con que mi padre estimulaba mi orificio delantero. La excitación se mantenía en todo mi organismo.
Gemí muy fuerte cuando aceleró las penetraciones digitales en mi ano, grité cuando sentí que guardaba sus dedos completamente en mi cavidad posterior para separarlos adentro y tratar de retirarlos en acciones destinadas a dilatarme. Besaba y lamía el contorno de mi orificio. Efectivamente, parecía lucirse en presencia de Adriel.
Después de algunos minutos de jugar con mi entrada posterior, Yael se puso en pie. Me dio un sonoro azote, alzó mis caderas para acomodarme a la altura de su miembro, subió el pie izquierdo a la cama. Sentí que golpeaba mis nalgas con su virilidad. Adriel se levantó también para mirar lo que mi padre estaba a punto de hacer.
—Te amo —susurró en tono casi inaudible—. Te amo tanto como un androide puede amar a una humana, te amo aunque tal emoción solamente sea una palabra para los entes como yo.
El glande de mi padre rozó mi entrada vaginal. Mi humedad íntima era suficiente para permitirle el acceso. Adelantó la pelvis para introducir su capullo en mi coño. Temblé como si aquella hubiera sido mi primera vez. Mi cuerpo respondía con los más altos grados de una excitación salvaje. No importaban los miedos, no importaban las dudas, no importaban los peligros que habíamos enfrentado antes o los que quizá nos aguardaban en Ciudad Ícaro. Importaba ese presente de sexo desenfrenado, de ansias de mujer temperamental que no se conformaba con follar con su padre adoptivo, sino que necesitaba incluir a otro androide en su panorama copulatorio.
Mi padre me tomó por la cintura y adelantó el cuerpo, en un movimiento firme que habíamos ensayado miles de veces. Sentí que su virilidad avanzaba por mi canal vaginal.
El glande cruzó desde la zona vestibular hasta la región de mi Punto G. Yael se detuvo ahí y, aprovechando la curvatura de su herramienta, alzó el cuerpo para pulsar y hacerme gemir de gusto. Me sacó el miembro y repitió la operación varias veces.
Me penetró con la mitad de su verga y detuvo su avance. Masajeó mis nalgas durante unos momentos. Modificó su ritmo respiratorio. Con sus manos en mis caderas atrajo mi cuerpo hacia sí. Su virilidad avanzó más. El glande pasó del límite que se había autoimpuesto antes y recorrió mi interior. Gritamos juntos cuando el glande, después de una lenta y cuidadosa penetración, topó con mi útero.
—¡Papá, me llenas por completo! —exclamé con sincero deleite.
—¡Y aún no viene lo mejor, Layla! —respondió apretando mis nalgas con sus manos.
Se movió hacia atrás para retirar la mitad de su verga, después tiró de mis caderas al tiempo que volvía a avanzar, penetrándome completamente de nuevo. Lo sorprendí en el retroceso cerrando mis músculos vaginales en torno a su virilidad, como no queriendo dejarla escapar. Sabía que los sensores táctiles alojados en su miembro le enviarían descargas de impulsos placenteros, me encantaba saber que era capaz de provocar sensaciones agradables en los cuerpos de mis amantes artificiales, sin importarme que estos estímulos fuesen sintéticos y no bioquímicos.
Así concretamos el acoplamiento. Cuando él avanzaba hacía que su glande estimulara mi Punto G, pasaba por todo mi conducto vaginal y topaba con mi matriz. Cuando se retiraba, yo presionaba su tronco con los mis músculos internos, como queriendo retenerlo y, al mismo tiempo, dejándolo salir para permitirle volver a entrar. Demostraba mi placer gimiendo y murmurando frases ardientes mientras mi padre se esmeraba para darme un excelente nivel de sexo.
Adriel rodeó la cama para acomodarse frente a mí. Levantó mi rostro y me miró a los ojos mientras mi padre me penetraba y mi cuerpo se movía al ritmo de sus embestidas. Sin que nadie dijera nada, puso su verga a mi alcance; abrí la boca y recibí el glande entre mis labios para mamarlo con deleite. El placer que me proporcionaba la follada de mi padre hacía que las energías sexuales se acumularan en mi organismo. Sentía que mi orgasmo estaba próximo.
Mi padre y yo aceleramos nuestro ritmo. Yo contribuía lanzando el cuerpo hacia atrás en los momentos de penetración y hacia adelante en los momentos de retirada. Adriel supo acompañar mis vaivenes con avances y retrocesos de su pelvis para follar mi boca hasta donde los límites de mi garganta le permitían. Los dos androides gemían, posiblemente con los sensores táctiles brindándoles oleadas de placer.
Llegué al orgasmo con la verga de Adriel en la garganta y la de mi padre entrando y saliendo de mi coño. Sentí un placer inenarrable cuando el clímax me sacudió. El deleite se prolongaba, descendía un poco para arremeter de nuevo con más energía. Nuestros cuerpos chocaban, nuestros genitales chapoteaban entre las humedades producidas por mi excitación. Tuve que liberar la verga de Adriel para gritar a gusto.
Finalmente, mi padre me penetró hasta el útero y gritó mientras aferraba mis nalgas. Lo sentí eyacular en lo más profundo de mi feminidad. Las ráfagas de su simiente artificial chocaban contra el fondo de mi coño mientras nuestros cuerpos seguían íntimamente unidos para compartir el placer.
Nos desacoplamos entre jadeos. Me dejé caer sobre mi costado izquierdo, respirando hondo, entonces Adriel me tomó por las piernas. Creí que querría jugar con mi cuerpo y se lo permití. Levantó mi pierna derecha y contempló mi sexo, del cual empezaba a salir parte de la corrida de mi padre. Tomándome por la cintura, me arrastró hasta poner mi cadera izquierda al filo de la cama. Montó sobre mi muslo mientras sostenía mi otra pierna y acomodó su glande en la entrada de mi vagina.
—¡Te deseo, Layla! —gritó en un tono tan apasionado que me pareció bastante humano— ¡Tengo que follarte ahora mismo!
Lo miré a los ojos y noté que parecía decidido a demostrarnos a Yael y a mí que él también podía estar a la altura de mis exigencias sexuales. Mi padre se sentó a mi lado con la verga enhiesta cubierta por la mezcla de mi flujo vaginal y su semen. Adriel acomodó su miembro en la entrada de mi intimidad y empujó para acoplarse conmigo en una penetración lateral.
—¡Cuántas ganas tenía de metértelo! —exclamó.
La primera embestida que recibí de la verga de Adriel fue vigorosa, casi descontrolada. De no haber sido penetrada instantes antes, y de no haber tenido el coño lleno de mis secreciones y el semen de mi padre, quizá me habría lastimado. Pegué un respingo cuando su glande chocó violentamente con mi útero.
Me follaba con ímpetu. La postura me agradaba mucho, pero más me encendía el hecho de estar follando así, delante de mi padre, sabiendo que los tres podíamos disfrutar juntos sin restricciones. Dejé caer todas mis barreras y decidí olvidar los obstáculos que me habían impedido probar un trío con ellos antes.
Me excitaba la rudeza con que Adriel estaba penetrándome. Mi padre se acercó a mí y acunó mi cabeza entre sus manos. Me besó en la frente como solía hacer cuando yo era niña y me deseaba buenas noches.
—¿Te gusta? —preguntó en un susurro—. ¿Estás disfrutando de este momento?
—¡Lo estoy disfrutando mucho, papá! —exclamé—. ¡Gracias por todo esto! ¡Gracias por tanto placer!
Estiré mi mano y sujeté la erección de Yael. Mientras, mi otro amante guardaba y retiraba su virilidad de mi sexo. Masturbé a mi padre sintiendo que el placer se acumulaba en mi interior. Yael se desplazó muy cerca de mí, se sentó con las piernas abiertas, levantó mi cabeza y la colocó sobre su muslo derecho. Me llevé su verga a la boca para mamarlo con fuerza mientras Adriel se esmeraba por darme placer. Mi padre amasó mis tetas y me sentí, aparte de electrizada sexualmente, amada, protegida y valorada por dos entes que merecían todo de mi cuerpo y de mi alma.
Las penetraciones de Adriel y la felación que estaba dando a mi padre eran elementos que se entretejían para crear un cuadro que me parecía de lo más excitante. Me metí en la boca dos tercios de la virilidad de mi padre cuando sentí que llegaba mi orgasmo. Mi coño se contrajo, oprimiendo la verga de Adriel, mientras mi cuerpo entero se preparaba para el estallido. Volví a correrme en una larga sucesión de contracciones internas.
Me encontraba en la cumbre del éxtasis cuando Adriel aceleró aún más sus penetraciones. Nuestros sexos empapados chapoteaban en encuentros y retiradas, yo gemía con la verga de mi padre en la boca. Con un grito salvaje que sonó realmente humano, Adriel clavó su virilidad en mi coño hasta topar con el fondo y eyaculó irrigando mi intimidad para combinar su semen con el de mi padre. Decidí seguir adelante, continuar con una sesión sexual para deleite de los tres.
—¡Los dos en pie, amados míos, quiero darles una mamada doble! —exigí en un tono autoritario, pero cargado de lujuria.
Adriel retiró su mástil de mi interior y se lo masajeó para mostrarme su dureza. Toqué mi coño empapado de néctares sexuales y recogí parte de la mezcla para olerla y lamerla.
Ambos androides siguieron mis instrucciones y los puse a uno frente al otro. Me acuclillé en medio de los dos. Aferré sus miembros desde las bases con algo de rudeza. Acerqué los falos a mi rostro para restregar sus glandes sobre mis mejillas. Lamí por turnos uno y otro mientras, de mi coño, escurrían líquidos. Debía tener un aspecto de verdadera guarra y pensar en ello me mantenía excitada.
—03—
Layla mamó mi verga con bastante dedicación, metiendo en su boca más de la mitad del tronco. Saboreó la mezcla del semen de su padre y mío, así como su propio sabor femenino. Succionaba, acariciaba mi glande con la lengua y producía ruidos apasionados con su garganta. No desatendió a su padre; mientras usaba la boca para chupar mi herramienta, masajeaba con la mano izquierda la verga de Yael. Después invirtió el juego para practicarle una felación a él y estimularme a mí manualmente.
Mi dueña ponía el glande de su padre entre sus labios para lamerlo. Succionaba con fuerza y se introducía en la boca un tercio del tronco. Abría la boca liberando de golpe la presión y volvía al comienzo.
—¡Qué bien lo pasamos en trío! —exclamó Yael.
En vez de responder con palabras, Layla aumentó la velocidad de su mamada. Hilillos de saliva escurrían desde su boca, pasando por el mentón y cayendo sobre los senos.
—¡Sigamos follando, quiero volver a tenerlos dentro de mí! —exclamó mi dueña cuando consideró que el juego de sexo oral debía dar paso a algo más.
Yael la ayudó a incorporarse y se sentó sobre la cama. La acomodó sentada de lado encima de sus muslos. Con una mano, Layla masajeó los testículos y la verga de su padre mientras él le besaba un hombro, friccionaba su espalda y le amasaba las tetas con habilidad.
No me sentí excluido ni desplazado. Reconocía la cadena de mando que estaba establecida en nuestro grupo. Yael mandaba sobre nuestras acciones, trazaba los planes y dirigía cuanto debíamos hacer. Layla le obedecía con la fidelidad del amor de hija y amante y yo debía toda mi lealtad a la humana.
—¡Acomódate, papá! —dijo ella con voz seductora—. ¡Ahora seré yo quien te folle a ti!
Layla se levantó. Su padre se acostó sobre la cama con la verga muy erecta. Yo los miraba en las mismas condiciones de excitación que antes, pero sin atreverme a intervenir. Ante todo, quería respetar el encuentro entre esos dos amantes que también se conocían. La humana se paró sobre la cama para situarse con el cuerpo de su padre entre las piernas, descendió y quedó acuclillada, de frente a él, con la virilidad del androide maduro apuntando a su orificio femenino.
—¡Te voy a montar y quiero que te corras dentro de mí! —anunció autoritaria.
Descendió despacio. El glande del padre volvió a trasponer el umbral del sexote la hija. Layla debió experimentar placer con el avance, pues movió el cuerpo demostrando que lo disfrutaba. Cuando tuvo toda la virilidad dentro, gritó de gusto.
Al encontrarse en cuclillas, tenía la posibilidad de usar los pies como punto de apoyo para menearse a voluntad. Daba giros de cintura en busca de más estímulos, sus tetas se movían al ritmo de la cabalgata y los cuerpos de ambos chocaban con sonoros golpeteos.
Yael flexionó las piernas para ofrecer a Layla un punto de apoyo adicional. Al poder recargar la espalda en los muslos de él, ella consiguió subir y bajar su cuerpo más fácilmente. Mi dueña se estremecía de pasión y pronto alcanzó el orgasmo en medio de gritos y jadeos.
Yael no tenía mucho margen de movimiento y todas las acciones las había dejado a cargo de Layla. Me acosté al lado de ellos, no queriendo interrumpirles, pero buscando que mi dueña reparara en mi presencia. Me masturbaba mirándolos follar, esperando mi turno de entrar en acción.
Siguieron moviéndose apasionadamente hasta que Yael volvió a eyacular, penetrando a su hija hasta lo más profundo del coño.
—¡Me pone mucho verlos coger! —reconocí, aunque también deseaba follar de nuevo con Layla.
—¡Papá, dijiste que me encularías y me dilataste el ano con ese propósito! —recordó mi dueña.
Esbocé el equivalente a una sonrisa interior; Layla, acostumbrada a tener sexo con Yael y, recientemente, conmigo, se revelaba como una mujer insaciable. Habría sido muy difícil para ella encontrar un único amante humano que pudiera cubrir sus expectativas amatorias. Se separó de su padre y se incliné para mamar mi verga, como dándome a entender que aún habría más placeres para mí. No fue una felación en toda regla, apenas unos cuantos chupetes, pero bastó para transmitirme el mensaje.
—¿Podrás disculparme? —me preguntó—. Por esta noche no me pidas el culo, quiero reservarlo exclusivamente para mi padre. Él me lo dilató muy rico y quiero agradecérselo. Prometo que habrá otras cosas para ti y que te compensaré después.
—Sin problemas —acepté—. Lo más importante es que te sientas a gusto y disfrutes de todo lo que hacemos.
La comprendía. Aún sin saber lo que experimentaban los seres humanos cuando estaban emocionalmente ligados a alguien, sospechaba que era algo parecido al comando de lealtad incorporado en mi programación y, por tanto, tenía claro que Layla pudiera sentir predilección por Yael. Siendo un androide a su servicio, no tenía problemas con ello.
El androide líder se puso de rodillas sobre la cama y Layla pareció comprender cuál sería la postura. Mi dueña se acomodó sobre rodillas y codos, levantando las nalgas. La mezcla de fluidos sexuales de los tres corría desde su coño y formaba hilillos por sus muslos.
Yael volvió a penetrarla por el coño. Bombeó varias veces para lubricar bien su herramienta y se retiró de la intimidad de su hija para acomodarle el glande sobre el ano.
Ella se encontraba lubricada por dentro gracias a los juegos digitales, el beso negro y la saliva que el androide líder le había depositado en la entrada posterior rato antes. La verga de Yael estaba cubierta por una capa de fluidos y no le sería difícil abrirse camino. Empujó un poco, lo suficiente para penetrarla con su glande. Por experiencia, sabía que mi dueña estaba más que acostumbrada a esa clase de ingresos, por lo que supe que, lejos de dolerle, la estocada le resultaba placentera. Yael se agarró la verga y, ayudándose de una mano, imprimió ligeros círculos para dilatar el ano de Layla un poco más. Separó las nalgas de mi dueña para controlar mejor la sodomización y empujó.
—¡Clávamela toda! —pidió ella entre ansiosa y nerviosa—. ¡Métemela entera, por favor!
—¡Vamos despacio, Layla! —conminó su padre.
Él empujó otro poco. Me situé al lado del androide líder para mirar cómo el culo de mi dueña se dilataba para albergar el grosor de la verga que la invadía. Avanzó un poco más. Layla pasó la zurda por en medio de sus muslos y palpó lo que le quedaba por recibir.
Tomó los cojones de su padre con la mano e impulsó la cadera hacia atrás para guardar más de la herramienta que la estaba sodomizando. Yael correspondió con un poco más de pene y establecieron la secuencia; ella se movía hacia atrás para empalarme y él avanzaba otro tanto para penetrarla. La humana puso la frente sobre la manta de la cama cuando sintió que toda la virilidad de su padre estaba guardada dentro de su culo. Estiró los brazos para aferrar el borde de la cama con las manos y me sonrió, como queriendo tranquilizarme o prometerme placeres para más adelante. No intervine, pero me mantuve atento, decidido a no perder detalle de lo que hacían.
Yael aferró las caderas de su hija y la jaló para clavarle la verga nuevamente. Ella entendió la nueva secuencia y, en la siguiente ocasión, colaboró con el movimiento sin que él tuviera que mostrárselo; evidentemente, tras años de copular en todas las posturas y de todas las formas concebibles, se conocían bien. Sus cuerpos parecían “hablar el mismo idioma” y sabían cómo interactuar en los momentos de intimidad.
Las penetraciones del androide eran muy profundas y la mujer se adaptaba perfectamente a la intensidad y el ritmo. Por nuestras charlas de cama después de encular a Layla, yo sabía que ella era capaz de distinguir y disfrutar los puntos sensitivos del interior de su ano. En aquellos momentos, no tuve dudas de que verdaderamente estaba gozando al máximo. Se estremeció completa, con la piel empapada por el sudor y el cabello platino pegado al rostro y la espalda. Supuse que percibió el aura de un nuevo orgasmo. Se aferró al borde de la cama mientras lanzaba las caderas en repetidos movimientos que hacían impactar sus nalgas contra el abdomen de su padre mientras él no paraba de penetrarle el culo. Mi dueña chilló, gritó y apretó los dientes cuando la colmó un clímax múltiple y salvaje.
Teniendo a su hija en la cumbre del éxtasis, Yael se agachó para aferrarla por debajo de las tetas y, en un ágil movimiento, se dejó caer de costado y giró ambos cuerpos para cambiar de postura y terminar con Layla encima de él, acostada boca arriba, con las piernas abiertas y el culo aún penetrado.
La nueva postura permitía a la mujer dominar el coito. Antes de que el orgasmo de ella se disipara, movió las caderas en busca de más estimulaciones anales mientras me miraba fijamente y sonreía con lascivia. Me pareció hermosa, deseable, precisamente la clase de ideal femenino y salvaje que vendría preprogramada en la lista de preferencias de la memoria de cualquier androide destinado al placer sexual.
Ella puso los pies sobre los muslos de su padre y se valió de este apoyo para mover la cadera de forma que la virilidad entrara entera en su culo para salir casi por completo y volver a clavarse. Yael la aferraba por las tetas para sostenerla al tiempo que le brindaba un profundo masaje.
—¿Hay problema si me penetra Adriel por el coño? —preguntó mi dueña para alegrar el centro de emociones sintéticas de mi psique.
—Tú pones las reglas, Layla —respondió su padre—. Si lo deseas, se puede hacer.
—¡Sí, todos juntos! —grité escuchando en mi voz un entusiasmo demasiado humano—. ¡Vamos, Yael, hagamos gozar a tu hija como nunca!
Padre e hija detuvieron la follada. Separamos las piernas al máximo para dejarme espacio. Me arrodillé entre las piernas de ambos y restregué mis cojones sobre la entrada vaginal de Layla para darle algunos estímulos con el tacto de mi vello púbico. Luego jugué con mi verga sobre su coño empapado.
—Esta será mi primer doble penetración con dos androides —confesó mi dueña—. Ya lo he hecho antes con consoladores, pero ahora será diferente.
Coloqué mi glande sobre su entrada vaginal. Empujé ligeramente y parte de mi miembro se deslizó coño adentro.
—Gracias por este momento, preciosa —dije sintiendo que mi comando de lealtad me impulsaba a dar lo mejor de mí—. ¡Gracias a los dos por compartir esto conmigo!
—No agradezcas y disfruta —sugirió el androide líder—. ¡Demos a mi hija el placer que su cuerpo exige!
Avancé otro poco, la curvatura de mi verga tocó el Punto G de Layla. Yo contaba ya con el mapa erógeno interno del coño de mi dueña, por lo que sabía dónde pulsar o cómo actuar para provocarle descargas de placer con un mínimo de movimientos.
—¡Me encanta! —exclamó—. ¡Quiero sentirlos así, dentro de mí, por el resto de mi vida!
Sus palabras me hicieron entender que, al menos por un rato, la mujer se había olvidado de sus temores o los descartaba para reemplazarlos por el goce sexual que su padre y yo podíamos proporcionarle; de ser así, mi trabajo a su lado estaba saliendo bien.
Empujé mi verga dentro de su coño. Sentí la presencia del miembro de Yael a través de los tejidos que separaban ambas cavidades. A juzgar por el gemido y la expresión del rostro de Layla, mi incursión debió resultarle muy placentera. Por mi parte, no me detuve hasta sentir que mi glande topaba con su matriz. Por reflejo, el cuerpo de ella se movió hacia atrás y se clavó toda la verga de su padre por el culo. Esa fue la señal para iniciar nuestro festín.
Nos movimos encontrando una coordinación triple. Layla arqueaba la espalda para recibir la virilidad de Yael por su entrada trasera mientras yo retiraba la pelvis y le sacaba la mitad de mi herramienta del coño. Después llegaba mi turno de lanzar el abdomen hacia adelante, al tiempo que ella adelantaba el pubis y recibía todo mi falo por delante, Yael retiraba la mitad de su verga del ano de su hija para volver a clavársela con brío.
El cuerpo de la mujer se tensaba y distendía, completamente entregado a la danza sexual. Su padre y yo estimulábamos todas las zonas erógenas de su interior, dándole, según sus propias palabras, «el mejor sexo que hubiera podido imaginar». Mi comando de lealtad, plenamente enfocado a satisfacerla y velar por su bienestar, extendió cierta parte heterosexual destinada a considerar también a Yael; en lenguaje de las emociones humanas, esto habría equivalido a sentir por el androide líder una fraternidad no sexual, pero incondicional a toda prueba. Era demasiado lo que le debía y Layla lo amaba, así que resultaba lógico que mi psique lo incluyera en el entorno de mis prioridades.
La mujer gritaba en el paroxismo. Su padre y yo la penetrábamos impetuosamente, coordinados como las máquinas sexuales que en verdad éramos. En medio del fragor, Layla encadenó una serie de orgasmos que sacudieron todo su cuerpo mientras de su coño escapaban chorros de fluidos que empaparon mis genitales y los de Yael.
La penetré con fuerza, llegando hasta su útero para correrme mientras gritaba su nombre y juraba, con toda la vehemencia que mi ser artificial podía generar, la lealtad traducida en amor sintético que sentía por ella. Después, cuando mi dueña se encontraba en la última cumbre orgásmica, se padre se aferró a sus nalgas, embistió violentamente y eyaculó depositándole su descarga en los intestinos.
Nos separamos entre jadeos y la dejamos boca arriba, apretujada en medio de los cuerpos artificiales. Yael y yo recostamos nuestras cabezas sobre el busto de Layla para mamarle los pezones y ella sostuvo nuestras vergas con las manos.
La sesión había sido brutal. Solamente una mujer como ella, decididamente entregada al placer sexual con seres artificiales, pero al mismo tiempo temperamental y salvajemente humana, habría podido resistir todo cuanto hicimos.
La sentimos relajarse y nos sonrió. El calor de nuestros cuerpos debía tentarla a seguir entre nosotros, pero yo sabía por experiencia que mi dueña, siendo tan pulcra como era, querría levantarse y asearse a consciencia antes de dormir.
Continuará
Próxima publicación: "La hija del androide VII, Ascensor espacial", por Edith Aretzaesh en coautoría con Drex Ler
Fecha aproximada de la próxima publicación: 16-09-2016