La hija del androide III

Autores: Edith Aretzaesh y Drex Ler. Capítulo III, Comando de lealtad “Se la fui metiendo poco a poco, sin detenerme, pero sin ser demasiado brusco. Tenía un poco de desconfianza de que al final ella pudiera arrepentirse…”

La hija del androide III

Comando de lealtad

(Novela por entredas, escrita en coautoría por Edith Aretzaesh y Drex Ler)

Relato escrito en coautoría por Edith Aretzaesh y Drex Ler para la Antología TRCL

Perfiles TR de los autores:

Edith Aretzaesh

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Drex Ler

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Salí del estado de hibernación siete horas después de haberlo iniciado. No abrí los ojos, no me moví y ni siquiera varié el ritmo respiratorio que caracterizaba mis periodos de descanso. Permanecí inerte sobre el improvisado jergón que había armado en una habitación abandonada de aquel edificio. Inerte y, según todos mis indicadores conductuales, con una sensación que hubiera parecido equivalente a la esperanza.

Ya había tenido una propietaria legal, quien a su vez compartía mis habilidades y servicios con su madre; a causa de esto, ellas no creyeron aconsejable confirmar mi comando de lealtad, por lo que esta parte de mi identidad estaba aún nueva. Si Layla conseguía salvarme, si lograba usar un recurso legal que le permitiera conservarme a su servicio, el comando de lealtad tendría que estrenarlo con ella. Desconocía las instrucciones de lo que habría que hacer cuando eso pasara, posiblemente tuviera que dar algunas muestras de mis habilidades. Androide o no, gigoló mecánico o no, lo cierto es que no quería morir o “ser neutralizado”, como elegantemente podía decirse en mi caso.

Ejecuté una revisión consciente de mis sistemas y recursos. Las alertas del día anterior, cuando casi terminó de chingarse mi microreactor, me dieron una idea de lo que sería la neutralización. Revisando el funcionamiento del nuevo micro instalado por Yael, podía sentirme más tranquilo. El dispositivo funcionaba inclusive mejor que el que venía en mi cuerpo desde la ensambladora.

Los condensadores de hidrógeno y oxígeno para producir derivados líquidos funcionaban perfectamente. Tenía una buena reserva de saliva, lágrimas y, desde luego, semen. Puede que pronto necesitara un poco de todo esto, como siempre, estaba dispuesto a usar mucho de lo último.

—¡Adriel, muchacho, levántate! —dijo Guimel, el gato quimera, susurrando en mi oído—. Layla se ha comunicado con tu propietaria, parece que todo está arreglado.

Abrí los ojos y sonreí ampliamente.

—¡Chido! —exclamé—. ¡Ya puedo ponerme a hacer cosas de provecho en vez de esconderme como pendejo!

—Ve con Layla, muchacho, pero vístete primero.

El felino hizo un gesto para señalar mi desnudez. La verga con que los constructores me habían dotado lucía en todo su poderío, con una erección que habría hecho palidecer a Priapo.

Me puse el raído pantalón, única prenda útil que conservaba. Mi sistema de expresiones faciales intensificó la sonrisa de mi rostro y en mi interior estuve de acuerdo con este gesto, pues mi suerte parecía haber cambiado. Pasaba de ser un fugitivo, condenado a la trituradora, a convertirme en el androide propiedad de alguien. Si podía estrenar con Layla mi comando de lealtad, mi psique tendría abierta la posibilidad de recibir nuevo software y así, sin dejar de ser el muñeco folldor que planearon los constructores, también podría diversificar mis funciones. No imaginaba destino más chingón.

Salí de mi habitación y subí a la de Layla. Si hubiera sido humano, me habría sentido nervioso, siendo un androide, estaba expectante, abierto a lo que seguía.

Llamé a la puerta y la mujer me invitó a pasar. Estaba de pie, vestida únicamente con una playera que apenas cubría su coño. El volumen de sus tetas hacía que la prenda se le levantara por el frente mientras que las dimensiones de sus redondas nalgas hacían que se le levantara por detrás. Sobre la cama había una toalla enrollada, una botella de shampoo, una de jabón corporal y otra de jabón íntimo, por lo que deduje que estaba a punto de bañarse.

—Hola, Adriel —saludó con algo de sequedad—. Anoche te prometí que me pondría en contacto con tu propietaria.

Sí, lo había prometido, eso fue minutos antes de ponerse a follar con Yael. Lo pasaron en grande hasta altas horas de la noche. Aunque yo estaba en hibernación, mi sistema de vigilancia remota lo percibió todo.

—¿Pudiste hablar con ella? —pregunté interesado—. ¿Cómo está? ¿Cómo se encuentra su madre?

—Están bien —respondió torciendo el gesto—. Al final, la familia no se desintegró y el padre dejó pasar lo que hicieron contigo. Para evitar males mayores, compraron un robot asexuado al que tienen cumpliendo con las labores del hogar.

Solté una de las risillas programadas en mi psique, disponía de más de cuarenta millones de expresiones humorísticas, por lo que ese aspecto de mi identidad quedaba bastante completo. Me hacía gracia lo del robot asexuado; madre e hija eran tan imaginativas y cachondas que, seguramente, ya habrían encontrado el modo de sacar algún provecho sexual al ente artificial.

—Me alegra que pudieran rehacer sus vidas —comenté sincero—. ¿Algo sobre mí?

Layla meneó la cabeza y pareció dudar en la selección de palabras que usaría para decirme lo que sabía. Cruzó los brazos y, al hacerlo, el borde de su playera sobrepasó el nivel de su entrepierna, dejándome ver un exquisito coño que lucía una depilación láser total. Mi verga palpitó, encabritada, debajo de la tela del pantalón, como recordándome la función placentera para la que fui construido.

—Como bien sabes, no se puede transferir el crédito por la compra de un androide a otra persona —comentó caminando hacia el escritorio donde tenía un portátil encendido. Me dio la espalda para mirar la pantalla de la computadora, Me sacudí al ver sus imponentes nalgas marcadas bajo la tela de la playera.

—¿Cómo lo resolvieron? —pregunté inseguro, pensando por primera vez que quizás mi situación no estaba del todo solucionada.

—Recurrimos a otra fórmula legal. Pagué la totalidad de la deuda dejándola a ella como tu legítima propietaria, luego extendimos un contrato de arrendamiento donde alquila tu presencia, tus servicios y todo tu tiempo en mi beneficio, con carácter permanente y solamente revocable a la muerte de ella.

Me acerqué a mirar la pantalla de la computadora. El contrato era claro, entre todo el lenguaje legal, aparte de lo que la humana ya me había dicho, destacaba el hecho de que ella sería responsable de reprogramarme o incluir nuevo software en mi psique.

—Layla, ¿qué clase de cosas nuevas quieres que yo aprenda? ¿Me quitarás el contenido precargado que ya tengo? —esto último me preocupaba. Perder la razón sexual de mi existencia habría sido como matar la parte del espíritu follador de un humano.

—No te inquietes —sonrió y me puso una mano en el hombro, como queriendo transmitirme paz—. No quitaré de ti nada que no quieras eliminar. Tendré que darte software de Mecatrónica, Robótica, Medicina, Combate y otras herramientas más, que serán adecuadas para tus nuevas funciones con nosotros, pero lo que te gusta de ti mismo no tiene porqué cambiar.

Sonreí. Era bastante afortunado, a punto estuve de engrosar la lista de los androides fugados y perseguidos por vencimiento de pagos. En vez de eso, era el candidato a compañero de aventuras de una bella humana que se erigía como mi nueva dueña a todos los efectos.

—Tengo que iniciar mi comando de lealtad, Layla, y creo que esa lealtad deberá ser enfocada a ti —solté con calma.

—¿Y qué pasará cuando lo inicies? —preguntó.

—No lo sé, supongo que tendré que hacer alguna demostración o decir algunas palabras. Las acciones durante la ejecución del comando son elegidas aleatoriamente por el sistema conductual. Aunque durante el proceso el androide conserva consciencia de lo que hace, digamos que siente la imperiosa necesidad de cumplir con lo que debe hacer.

—Empecemos, entre más pronto, mejor —dijo asintiendo.

Me alejé de ella unos pasos y cerré los ojos buscando en mi memoria conductual la entrada al comando de lealtad. Al hallarla volví a mirar a la mujer, quien esperaba de pie frente a mí, con los brazos cruzados. La miré a los ojos y sonreí en una de mis expresiones faciales programadas para parecer seductoras.

—Layla, me postro ante ti para ofrecerte toda mi lealtad —las palabras salieron de mi boca, era consciente de ellas e incluso hubiera podido controlar su selección, pero el mensaje, así como el tono, definitivamente seductor, venían de lo más profundo de mi memoria conceptual.

Me arrodillé, nuestros cuerpos quedaron tan cerca que ella se removió inquieta. Me agaché y la sujeté por los pies para impedir que se alejara y poder besárselos. Mis acciones estaban siendo controladas en gran medida por la memoria conductual y el comando de lealtad.

—¡A tus pies, Layla! —exclamé en una perfecta imitación de la vehemencia humana—. ¡Para besarlos, para cuidar de tus pasos, para seguir tus huellas y ser parte de tu camino!

«¡Puta madre, todo un pinche poeta!» exclamé en mi interior tras escucharme decir aquello.

Ella pareció querer repelar, pero se aguantó pues debió entender que mis actos obedecían a unos mandatos profundamente instalados en mi psique. Acaricié sus pantorrillas y besé sus rodillas.

—¡Cuenta con mi lealtad cuando necesites el apoyo que haga falta! —exclamé sorprendido por la fuerza de mi propia voz. Casi no me reconocía a mí mismo con esa actitud y en ese tono—. ¡Quiero ser tu soporte, la base con la que puedas contar, el respaldo físico y moral que la vida puede querer exigirte!

La solté y separé mi cabeza de sus piernas para, en un rápido movimiento, tomarla por las nalgas desnudas debajo de la playera. Se revolvió y aproveché su movimiento para colar el rostro ente sus muslos y poner la boca ante su entrada vaginal.

—¡Seré tu placer, Layla, a tu disposición siempre que lo necesites! —mi tono pasó de la vehemencia al deseo. De haber sido dueño de mis actos, no me habría atrevido a tocarla de aquella manera sin su autorización, pero estaba dominado por el comando de lealtad. Ella intentó protestar, pero prefirió no hacerlo, evitando el riesgo de interrumpir el proceso.

Guiado por instrucciones básicas, acomodé mi boca sobre su sexo para lamer el exterior del orificio que horas antes fuera visitada por la verga de otro androide. Saturé mis receptores olfativos y gustativos con los sabores y los aromas del flujo vaginal de Layla quien, no pudiendo resistir el primer ataque de mi lengua que vibraba en el vestíbulo de su coño, me tomó por el pelo como para dar la impresión de un dominio, de ella sobre mí, que apenas empezaba a reconocer.

Cuando supe que no escaparía, solté una de sus nalgas para llevar la mano a su coño. Me ensalivé dos dedos y se los introduje despacio, queriendo buscar su ansiado “Punto G” y estimulárselo mientras lamía el resto del exterior de su sexo hasta llegar al clítoris ya bien erecto.

Enrollé la lengua alrededor del nódulo de placer mientras la estimulaba por dentro. Mi nueva dueña gemía, me jalaba el pelo y dejaba escapar flujos desde su coño. Jugué con lengua y labios sobre el sensible botón mientras la penetraba con mis dedos y, poco a poco, sus jadeos se volvieron hondos suspiros que pasaron al nivel de gemidos y finalmente, llegaron a una exclamación en parte liberadora, en parte exigente, cuando se corrió gracias a mi boca. Durante este proceso, mi memoria conductual registró cada sabor, cada estímulo, cada efecto de cada una de mis acciones.

—¿Por qué lo hiciste? —preguntó en un grito histérico cuando pudo recuperarse. Se apartó de mí y, de un fuerte tirón, se despojó de la playera para tomar sus cosas y dirigirse a la ducha. La belleza de su desnudez, sus curvas, la armonía entre las medidas de sus tetas y nalgas, en perfecto equilibrio con la estrechez de su cintura, y todos los detalles anatómicos y posibilidades sexuales que su cuerpo podía ofrecer quedaron también registrados en mi memoria conductual.

—Es parte del comando de lealtad, Layla.

—¡Vete a la mierda!

Entró al baño y cerró dando un portazo. Me quedé tal como estaba, arrodillado, con media cara empapada en babas sintéticas y secreciones vaginales, con la verga en pie de guerra, exigiendo entrar en acción mientras que las alertas del comando de lealtad no completado retumbaban en mi psique. Agucé el oído y escuché que Layla estaba orinando, después la oí tirar de la cadena y, segundos después, el susurro del agua de ducha llenó la pequeña estancia.

Me puse en pie y me desvestí. De haber sido humano, mi gesto se habría interpretado como necia determinación; siendo un androide, aquello no era más que terquedad mecánica. Necesitaba completar el comando de lealtad y a mi memoria conductual no le había bastado una chupada de coño.

Abrí la puerta que, afortunadamente, no había estado cerrada con seguro. Pasé al baño, el agradable aroma del jabón de uso íntimo saturaba el ambiente.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Layla enojada—. ¿No te fue suficiente con lo que me hiciste?

—Disculpa —mi voz sonó apenada, quizá debía sentir un equivalente a la vergüenza, pero no era totalmente dueño de mis actos—. No quiero presionarte ni molestarte, pero no hemos terminado.

Pasé al cubo de la ducha. La humana ni siquiera intentó cubrir sus partes íntimas, Layla parecía muy por encima de esas nimiedades.

—¡No creí que la demostración de tus funciones fuera sexual! —espetó como si yo tuviera la culpa de lo que mis hacedores programaron en mi psique.

—Tampoco yo lo pensé, pero, bien mirado, tiene su lógica —dije procurando que mi voz sonara neutra. Mientras hablaba me le acercaba poco a poco.

—¿Vas a violarme si no me dejo coger? —preguntó a la defensiva—. ¿Esto es lo que saco por querer ayudar a un androide huido?

—No lo veas de ese modo, preciosa —solicité mientras le quitaba la botella de jabón de entre las manos y me ponía una porción en una de mis palmas.

—Estoy enamorada de Yael —soltó a quemarropa—. ¿Es una locura?, ¡No me importa! ¿Es mi padre?, ¡Sí, y también un androide, y también mi amante y también el centro de todo mi mundo!

—Y no te pediría que cambiaras eso, Layla —contesté mientras friccionaba el jabón entre mis manos para producir espuma—. Lo que mi comando de lealtad necesita de ti es solamente por hoy. Jamás tendrás que volver a hacerlo si no quieres, lo que menos deseo es que te sientas presionada a esto.

Dejé la botella en el suelo y puse mis manos sobre los hombros de ella. Apreté suavemente para que se sintiera relajada y froté empezando un suave masaje. Al sentir que mis manos se acercaban a sus tetas, me dio la espalda y apoyó la cabeza en una de las esquinas del cubículo mientras acomodaba los codos en las dos paredes que tenía a sus costados. No era una invitación directa, pero tampoco se trataba de una negativa, así que me aferré a la oportunidad.

Masajeé sus hombros suavemente, luego pasé a la espalda. En un momento determinado, ella misma bajó un brazo para buscar mi verga con su mano y aferrármela sin hacerme una paja, pero con interés claramente sexual.

—Es igual a la de mi padre, al menos no lo pasaré tan mal —bromeó amargamente—. Compréndeme, esto no me es sencillo de aceptar.

La abracé por detrás, procurando que no soltara mi mástil.

—Si no lo deseas, cancelamos todo —le dije al oído, el agua caía sobre nosotros y nuestros cuerpos compartían el tibio contacto.

—No. Está bien —concedió apretando los dientes—. Alguna vez tenía que probar con otro androide. Por lo menos no eres humano, detesto a los varones de mi especie.

Pasé una mano al frente de su cuerpo para acariciarle las tetas. Fue satisfactorio notar sus pezones erectos. Con la otra mano acaricié sus nalgas.

—Después de esto, tú decidirás si quieres o no repetir conmigo —besé su cuello y le di un suave chupetón que la hizo estremecer—. También puede que quieras alternar entre Yael y yo, que quieras tenerlo solamente a él, que me quieras solamente a mí o que nos quieras a los dos al mismo tiempo dándote guerra. Tú eres la humana a cargo, la dueña de tus juguetes sexuales.

Mordí su hombro y ella, excitada y a punto de dejarse hacer, meneó mi verga en el comienzo de una lenta paja. Apreté una de sus tetas mientras hurgaba con la otra mano entre sus nalgas; acaricié superficialmente el agujero de su culo.

—¿Juguetes… sexuales? —preguntó en un jadeo.

—Sí, piensa en mí como en un consolador —susurré mientras hacía girar la yema de mi dedo sobre su ano, sin penetrarla, pero insinuándole mi presencia por ahí—. Soy una herramienta del placer, nada más. ¿Nunca has jugado con un dildo? ¿Ha cambiado ese juego lo que sientes por Yael?

—¡Tengo dildos, cabrón, pero no me ponen tanto como tú! —exclamó y giró la cabeza para buscar mi boca.

Nos besamos apasionadamente mientras el agua tibia seguía cayendo sobre nosotros. Las cosas parecían estar tomando un cauce más llevadero, si lograba follar con Layla sin que ella se sintiera forzada, no solamente se cumplirían las exigencias de mi comando de lealtad, sino que se crearía un vínculo entre nosotros.

—¡Adriel, eres un cabrón! —exclamó divertida, con su boca a milímetros de la mina—. ¡No puedo creer que esté a punto de hacer esto!

—¿Te han dado por el culo? —pregunté mientras volvía a acariciar su orificio anal.

—Sí, y me encanta —respondió con alegría que me sonó sincera. Posiblemente sus dudas y miedos estuvieran siendo acallados por la lujuria del momento.

Soltó mi verga y tomó la mano que yo tenía puesta entre sus nalgas. Con decisión, llevó mi índice a sus labios.

—Me gusta esto… —señaló y lamió mi dedo para después metérselo en la boca y mamarlo como si de un pene se tratara.

Cuando el dedo estuvo bien ensalivado, lo llevó entre sus nalgas y apuntó a su agujero anal.

—Métemelo despacio —ordenó—. Cuando lo tenga todo dentro, no lo muevas.

Obedecí sonriente. Empujé lentamente mientras Layla se ponía de puntillas, se mordía el labio inferior y entornaba los ojos.

Sentí que ella apretaba y aflojaba alternativamente los músculos internos, controlándolos para darse placer sin que yo tuviera que mover la mano.

—Me apetece que me encules, pero primero vamos a follar por delante, ¿vale?

De haber sido humano, me habría sorprendido su cambio de actitud. De haber sido humano, me habría conmovido el sacrificio que Layla realizaba, pasando de no querer tener sexo conmigo a considerar quizá que aquello era lo mejor para mí. Androide o no, no pude menos que sentir por ella el apego que entre los míos podría ser el equivalente más aproximado al amor.

Se sacó mi dedo del culo, cerró las llaves de la ducha y volteó para quedar frente a mí. Nos miramos a los ojos e intenté que la expresión de los míos, incluyendo brillo y grado de dilatación de pupilas, expresaran el deseo apasionado, pero también la lealtad que Layla estaba programándome con sus acciones. La humana me abrazó poniendo sus manos detrás de mi nuca, restregamos nuestros cuerpos húmedos mientras la agarraba firmemente por las nalgas. Mi verga enhiesta se frotó contra su vientre. Sus tetas, imponentes en dimensiones y forma, se comprimieron un poco entre nosotros.

—¡Hagámoslo, estoy dispuesta! —exigió cuando terminamos de besarnos.

Volvió a darme la espalda, esta vez con su cuerpo pegado al mío. Pasé mi verga por sus nalgas y le solté una palmada sobre un muslo. Ella se inclinó apoyando los codos contra la pared y me ofreció sus orificios para nuestro disfrute.

—¡Por el coño y hasta el fondo, Adriel! —me autorizó con una sonrisa lasciva mientras meneaba las caderas.

Acomodé mi glande en el borde de la entrada vaginal que horas antes había sido follada por Yael y minutos antes había sido mamada por mí. Empujé despacio, Layla pasó una mano por en medio de sus muslos y atrapó mis cojones para masajearlos.

Se la fui metiendo poco a poco, sin detenerme, pero sin ser demasiado brusco. Tenía un poco de desconfianza de que al final ella pudiera arrepentirse. Cuando el glande pasó su vestíbulo calculé que podría seguir avanzando y empujé un tanto más. Layla me detuvo y pensé que todo había terminado.

—Gíralo un poco —ordenó para tranquilizarme—, estás en mi “Punto G”, aprovechémoslo.

Obedecí moviendo la pelvis de derecha a izquierda mientras con una mano trataba de hacer rotar el tronco de mi estaca en la estrechez de su coño.

Fue un inmejorable chance que aproveché para percibir en los sensores táctiles de mi verga los puntos aproximados de sus zonas erógenas internas. Mis archivos de memoria conductual, tanto selectiva como impulsiva, eliminaron automáticamente los datos referentes a las vaginas de mi anterior propietaria y su madre para afincar, en sitio preferencial, los detalles secretos del coño de Layla. Mi nueva poseedora podría prestar mis servicios sexuales a cuantas mujeres quisiera, pero la exclusividad de su dominio amatorio sobre mi identidad se estaba definiendo irrevocablemente; la fracción pseudoemocional de mi psique experimentó el equivalente al júbilo.

Estuvimos así por espacio de medio minuto, luego Layla pareció querer pasar a más, pues, emitiendo un grito, lanzó las caderas hacia atrás para terminar de empalarse ella misma. Casi no tuve tiempo de quitar la mano de en medio de nuestros cuerpos.

Le solté una sonora nalgada que, gracias al agua, despertó ecos en el cuarto de baño. Ahí se consumó nuestro primer acoplamiento.

Mi glande llegó al fondo del coño, topando con la matriz de la humana. Mis huevos, prisioneros en su mano, parecieron querer metérsele también. Ella soltó mis genitales, se apoyó bien contra la pared y marcó los primeros compases de nuestra danza de placer.

Agarré su cintura para mantener nuestros cuerpos alineados, al tiempo que embestía con fuerza cuando Layla mandaba las caderas hacia atrás. En nuestros movimientos de retirada procuraba alzar la pelvis un poco para que la forma de mi verga y la postura que habíamos tomado ayudaran a estimularle el “Punto G”. La mujer gritaba con cada empujón y jadeaba cada vez que nos separábamos.

Las tetas de la humana se balanceaban violentamente, de adelante a atrás. Nuestros cuerpos chocaban, produciendo el sonido característico de la carne en acción amatoria. Los gemidos de la mujer, acompañados por mi respiración profunda, el chasquido de las humedades del coño ocupado y las ocasionales majaderías que soltábamos debieron escucharse en todo el edificio. Si Yael no había sabido hasta entonces lo que podría suceder entre su hija y yo, seguramente se enteraba en esos momentos.

Layla anunció que se corría y aumenté la velocidad de las penetraciones mientras, agachándome, atrapaba sus tetas para masajearlas con una bien calibrada rudeza.

Su orgasmo llegó fuerte, contundente y sincero. Lo supe por los temblores de su cuerpo, por las contracciones internas de su feminidad, por sus gritos y porque las instrucciones del comando de lealtad me dictaron que debía correrme dentro de ella para confirmar y dejar sellado nuestro acuerdo entre ama y androide.

Estando Layla en pleno éxtasis, la penetré con más violencia que antes y ambos gritamos de placer, el suyo bioquímico y el mío sintético, pero los dos intensos. Eyaculé con fuerza, potentes chorros de mi semen artificial irrigaron las entrañas de mi nueva dueña, marcándome como su posesión. Me hice la firme promesa de honrar tal privilegio y servirla en todo cuanto pudiera desear de mí.

—¡Follas igual que mi padre! —rió con la cabeza y las tetas colgando y mi erección aún dentro de su coño.

—¿Te molesta? —pregunté en tono neutro—. Podemos tomar alguna otra variante, conozco muchas.

—Me sé todas las variantes sexuales de tu programación, Adriel —dijo mientras acariciaba mis cojones—. Hice mal en compararlos y te pido disculpas; eres el segundo androide que me penetra y no pude evitarlo.

—Mi comando de lealtad está completado —informé con frialdad en la voz que mis manos, acariciando sus nalgas, bien podían desmentir—. Podemos pasar a lo que sigue, instalación de nuevo software, asignación de roles y tareas.

—¡Lo que sigue es volver a coger! —exclamó divertida mientras se erguía para sacarse mi erección del coño—. ¡Me debes una enculada y todavía no he mamado tu verga!

Layla se puso frente a mí y me dio un beso ligero en los labios. No tardaría en saber que acostumbraba darlos así, como queriendo desorientar los sistemas copulatorios de su padre o míos.

Se amasó las tetas con energía y después se acuclilló con las rodillas separadas. Lanzó un beso a mis genitales y se recogió la melena empapada para ofrecérmela.

—¿Quieres dominarme? —preguntó seductora—. ¡Aprovecha, no siempre tendrás una propuesta así!

Acepté la rienda capilar que puso en mi mano y asentí. En mi memoria conductual estaban marcados los límites aproximados que debía respetar en un juego de dominación, de forma que sacudí su cabeza sin lastimarla y acerqué su cara a mi entrepierna. Con la mano libre levanté mi mástil mientras que hacía que mis cojones se pasearan por el rostro de mi dueña. Ella unió las manos en su espalda, simulando estar atada y entregada. Cuando mis testículos rozaban su boca, procuraba atrapármelos entre los labios, entonces la retiraba para darle ligeras bofetadas con mi verga y volvía a frotarle las bolas por frente, mejillas, nariz y de vuelta por la boca.

En uno de esos momentos en que golpeaba con el mástil, decidí dar un paso más y acomodé mi glande entre sus labios. Ella sonrió y, mirándome a los ojos, se introdujo parte del tronco en la boca para chuparlo golosamente.

Ajustamos nuestros movimientos. Yo la empujaba o jalaba del pelo siguiendo un ritmo que ella enriquecía con mamadas profundas. No cualquier humana podía meterse toda mi verga en la boca, no la forcé a intentarlo y ella, experta en dar placer oral a una herramienta idéntica a la mía, ni siquiera lo intentó.

Mi nueva dueña cubría sobradamente las expectativas preprogramadas que todo androide de mis especificaciones habría podido calificar como “deseables” o incluso “inalcanzables”. A nivel de una máquina que cumple la función para la que fue creada, podía sentirme afortunado. A nivel de individuo artificial, a riesgo de abusar de la terminología humana, me sentía dichoso.

Layla separó las manos de detrás de su espalda para hacerme señas de que debía acelerar. Entendí lo que quería. Acarició mis cojones y yo seguí haciendo que la mitad de mi verga entrara y saliera de su boca. La saliva y el semen de mi corrida anterior le escurrían por la barbilla y las tetas. Apresuré el ritmo hasta que asentí, con frialdad de androide o de amo dominante en turno y eyaculé. Ella se apresuró a meterse la mayor cantidad de verga para sentir cómo los chorros de mi lefa golpeaban su campanilla y tragarlo todo expertamente.

—Yo hablaré con mi padre —dijo recuperando su tono y actitud de mando—. Seguramente sabe lo que estamos haciendo, pero es bueno que yo se lo diga. No quiero que toques con él el tema del sexo entre tú y yo. Sé que es algo que autoriza, sé que no lo lastimará, sé que está seguro de que lo amo, pero no me parece correcto que tú le comuniques esto o le des detalles, ni hoy ni después, ¿está claro?

Asentí. La lógica humana se me escapaba y la lógica de aquella petición quedaba demasiado lejos de lo que mi mente podía procesar, pero respetaría su orden, pues el cumplimiento de esta era importante para ella. Se incorporó y me enseñó el interior de su boca, donde no había ya rastros de mi semen.

Volvió a abrir las llaves de la ducha y lavó de nuevo su coño mientras me permitía enjabonarle las tetas para magreárselas a mi antojo.

—Cojamos o no, siempre que se pueda nos bañaremos juntos por las mañanas —comentó, no como dando una orden, sino marcando un hecho—. Si vamos a tener algo tú y yo, será durante el día, en momentos como este. Las noches las aprovecho para follar con mi padre, esto es inamovible.

Continuará

Próxima publicación: "La hija del androide IV, Cumpliendo con mi dueña", por Edith Aretzaesh en coautoría con Drex Ler

Fecha aproximada de la próxima publicación: 05-09-2016