La hija de Lola

El principio de una historia.

"Sabes, Murphy, a veces creo que yo también debería llevar tu nombre."

"¿Por qué lo dices?" – dijo la morena mirando a su amiga con una sonrisa.

"Porque, en los últimos años no he conseguido levantar cabeza. Primero pierdo a Javi…" – Lola respiró hondo para que la emoción no la embargara de nuevo. – "Y ahora siento como pierdo a mi hija."

"No estás perdiendo a tu hija." – se levantó y se sentó a su lado en el sofá. – "Seguro que es una mala racha. Noa es una adolescente, está en una edad difícil…"

"Yo también he sido adolescente y…"

"Tú también fuiste adolescente, pero te viste obligada a crecer deprisa." – Murphy la interrumpió. – "Solo tenías un año más que ella cuando te quedaste embarazada."

"Exacto, solo tenía un año más y no quiero que ella siga mis pasos. Tú sabes el esfuerzo que me supuso el hecho de ser madre a los diecisiete años, sabes todo lo que perdí… y ella no se da cuenta… no se da cuenta de que lo único que quiero es que ella tenga todo lo que yo no pude…" – Lola se derrumba y se echa a llorar. – "Se que no debería contarte todo esto… pero no se que hacer."

"Deberías tomarte unas vacaciones, tienes cara de cansada." – Murphy abraza a su amiga cariñosamente.

"Cómo voy a descansar con el diablo suelto por casa… Me han ofrecido un ascenso y, para conseguirlo tengo que irme un mes a Buenos Aires. He de dar una respuesta en dos días y te juro que no se que hacer. Me da miedo dejarla sola y sus abuelos solo conseguirían empeorar la situación consintiéndola todavía más."

"No me dirás que estás pensando en renunciar al ascenso porque tu hija esté en la edad del pavo…" – Lola agachó la cabeza y respiró con triste resignación.

"Murphy, no sabes por lo que estoy pasando. A veces me da la sensación de que… no reconozco a mi hija. Antes era cariñosa, amable y le gustaba estudiar. Ahora se ha vuelto cerrada conmigo. Nunca la veo sonreír… me miente, me insulta… me hace mucho daño y yo no se que hacer para que no lo haga. No puedo hablar con ella, no deja que me acerque…" – rompe a llorar de nuevo y se refugia en el pecho de Murphy.

"Eh, Lola, no llores…" – estira la mano y le acaricia la cabeza cariñosamente. Todavía siente aquel hormigueo en el estómago. – "No puedes renunciar a ese ascenso, has luchado mucho para conseguirlo… creo que no conozco a nadie que haya conseguido lo que has conseguido tú. Y te admiro por eso… y por eso mismo quiero que Noa se quede conmigo ese mes. No puedes renunciar a tu sueño cuando lo tienes al alcance de la mano."

"De ninguna manera." – Lola deshizo el abrazo y miró fijamente a su amiga.

"Lola, te conozco desde hace años y…" – se queda muda un segundo recordando y mira los ojos de su amor platónico por error. – "Te lo mereces y yo puedo ayudarte a conseguirlo. Déjame hacerlo. Esta casa es muy grande y… puedo encerrarla en el sótano si se porta mal."

"Sigues siendo igual de optimista que siempre." – Lola la mira con ternura y sonríe.

"Será que, de tanto hacerle honor a mi nombre, me he resignado a vivir lo que me toca sin pensarlo demasiado… Lola, sabes que si no lo haces nunca te lo perdonarás y, lo que es peor, nunca se lo perdonarás a Noa."

"No puedo pedirte eso…"

"No me lo estás pidiendo, te lo estoy pidiendo yo. Deja que se quede conmigo y vete. Solo será un mes." – la una se pierde en los ojos de la otra.

"A pesar de los años tu mayor virtud y tu peor defecto sigue siendo el mismo… eres demasiado buena."

"¿Te cuento un secreto?" – Murphy se acerca a Lola y la mira sonriente. – "Forma parte del animal: cuando das cosas buenas recibes cosas buenas... aunque, a veces, tarden en llegar."

"Sabes, me encantaría quedarme aquí contigo toda la noche, siempre me haces sentir bien." – Lola rodea su cuello y se acerca peligrosamente a sus labios.

"Pero no puedes porque tienes al Diablo en casa…" – Murphy se pierde en sus ojos y suspira. - "Lola, yo…"

"Es tarde, será mejor que me vaya." – se levanta apresurada del sofá, recoge el bolso y se dirige a la puerta. Murphy abre la puerta y la acompaña hasta el coche. – "Me ha gustado verte."

"Espero que no cometas ninguna estupidez con el tema de tu trabajo. Sabes que puedes contar conmigo…"- Murphy le agarra la mano y la mira profundamente. Todavía sigue sintiendo algo fuerte por aquella mujer.

"Lo se…" – Lola le acaricia la cara y la mira con ternura. – "Y te prometo que lo pensaré."

"Conduce con cuidado."

Lola se acerca a Murphy y le da un beso en los labios. A ambas las recorre un escalofrío recordando el pasado. Recordando el momento en el que las dos se miraban con disimulo, cuando se tomaban de la mano a escondidas, cuando hacían todo lo posible para estar a solas.

Murphy ve como Lola se aleja y se pregunta, una vez más, que fue lo que hizo mal, que es lo que hay en su interior que siempre se despierta cuando Lola aparece en su vida. Una vez más siente que hace honor a su nombre, a ese nombre que sus padres le pusieron por haber nacido cuando nadie lo esperaba, cuando no era el mejor momento para nacer. Cuando creía que no podía empeorar su situación sentimental, veía como empeoraba sin haber hecho nada… todavía.

Su historia con Lola había sido la típica de un amor de juventud, un amor del que nunca se llegó a recuperar. Eran dos crías, tenían diecisiete años y estaban empezando a vivir. Amigas de toda la vida y confidentes de secretos de juventud. Siempre empezaban las fiestas de fin de semana en una casa que los padres de Lola tenían en el centro del pueblo. Compraban algunas bebidas y se iban las dos solas a arreglar el mundo. Sabían casi todo la una de la otra.

Y ese casi no era otro que el sentimiento secreto que se despertó entre ambas. Algo que nació de la manera más natural y que terminó por el temor a decirlo en voz alta, por miedo al que dirán. Porque, además, se complicó con un embarazo que no esperaban y ninguna de las dos tuvo el valor para darse una oportunidad de crear su propia familia.

Ninguna de las dos protestó: Lola aceptó la proposición de Javi de casarse y criar juntos a su bebé y Murphy desapareció para no sufrir por esta pérdida. Lo que no sabía es que nunca conseguiría olvidarla.

Todavía recuerda aquella noche como si fuera ayer. La noche en la que se abrió la caja de los truenos. Para Murphy era una noche más, una noche para disfrutar de su amiga, de la muchacha de la que estaba enamorada. Quería decirle que la habían admitido en la Escuela Superior de Hostelería y que se iría lejos al acabar el verano. Quería pedirle que se fueran juntas, que podía pedir plaza en la universidad de derecho que había en aquel mismo campus. Quería pedirle que se dieran una oportunidad, que estaba enamorada de ella desde la primera vez que la vio.

Llegó a la cita puntual como siempre. Lola estaba preciosa cuando abrió la puerta. Cuando Murphy entró se encontró envuelta en sus brazos y su corazón se agitó. Se sentaron sobre aquel solitario colchón que había en el suelo. Murphy recorrió la habitación con la mirada y solo vio refrescos.

"No puedo beber…"

"¿Estás enferma?"

"No exactamente…" – Lola se quedó en silencio. Parecía que quería decirle algo importante pero… - "Tú madre me ha contado la noticia. Has conseguido la plaza…" – Murphy vio como se le inundaban los ojos de lágrimas. – "Me alegro tanto por ti… te has esforzado tanto…"

"Lola…" – Murphy le cogió las manos con dulzura, estaba preparada para pedirle que se fuera con ella. Necesitaba creer que tenía una oportunidad. – "Quiero decirte algo importante…" – pero no quiso escucharla.

Lola sabía lo que Murphy sentía, no porque aquella joven alocada se lo hubiese dicho, sino porque ella también lo sentía, ella también la quería, pero se había equivocado y ahora tenía que responsabilizarse de sus actos. Sabía que, si le decía la verdad, Murphy se quedaría con ella y no podía permitirse dejar que perdiera su oportunidad.

Lola se acercó y besó a Murphy. No era la primera vez que se besaban, lo habían hecho muchas veces. Pero nunca sintieron lo que sintieron ese día, nunca lo habían hecho con tanta sinceridad, siendo totalmente conscientes de lo que hacían. Lola acariciaba su cara y Murphy se sentía feliz pensando que ambas querían lo mismo.

Murphy se dejó llevar por el momento. Por primera vez quería dar el paso definitivo para decirle a Lola, sin palabras, cuanto la quería, lo importante que era para ella. Con la prisa que da la adolescencia, comenzó a desabotonarle la ligera camisa que llevaba y, por primera vez, acarició sus pechos sabiendo que era lo que ambas querían y deseaban.

Se alejó un momento de su boca cuando sintió sus manos tirando de la camiseta y no sintió el pudor que tanto la caracterizaba. Volvieron a unir sus bocas y Lola comenzó a empujarla sobre el colchón. Nunca se había encontrado en aquella situación y las dos lo sabían. Se quitó la camisa y el sujetador sentada sobre una Murphy que no dejaba de sonreírle como sonríen las enamoradas que se acuestan por primera vez con la dueña de sus sentimientos.

Se besaron nuevamente, con sus pieles rozándose, con sus pulsos acelerados, con todos los sentidos guardando para sí todo lo que aquella habitación guardaría para siempre. La presteza impulsó a Murphy a girarse para quedar ella al mando de una situación que, si bien conocía, cambiaba radicalmente de las demás veces que había estado con chicas.

"Murphy, despacio…" – Lola la detuvo un momento y clavó en ella sus eternos ojos azules.

Sonrió a pesar de aquel gesto desconocido que vislumbró en la cara de su inesperada amante. De nuevo buscó su boca y, despacio como le había pedido, la besó de nuevo, y también despacio la acarició. Y, con la misma velocidad, dirigió su mano al cierre de su pantalón. Y ambas se tensaron, suspiraron y se desnudaron para yacer juntas con todo su ser unido en el primer y único baile que harían juntas.

Lola cerró los ojos cuando sintió unos dedos acariciando su clítoris. Siempre había soñado con aquello… pero nunca creyó que algo tan bonito y tan sincero pudiera dolerle tanto. Sentía como los labios de la persona a la que más quería iban recorriendo su piel, depositando cientos de besos en ella. Besos que le quemaban, que le ponían los vellos de punta, que la excitaban… y que la entristecían porque nunca más los volvería a sentir.

Murphy siguió bajando, necesitaba conocer ese sabor que tantas veces había saboreado en sus más profundas fantasías. Quería amarla con su cuerpo, con todo lo que tenía. Quería que aquella ilusión de un amor correspondido fuese realidad. La punta de su lengua recorrió toda su humedad y supo, en aquel mismo instante, que jamás lo olvidaría.

"Ven… abrázame… quiero tenerte cerca…"

Murphy no se demoró y se tumbó a su lado y sintió la mano de Lola entre sus piernas y no pudo reprimir aquel profundo suspiro que delataba su excitación. La una acariciaba a la otra y ambas se esforzaban por no detenerse, por no apurarse, por empeñarse en hacer inmortal un acto con fecha de caducidad.

Lola clavó sus uñas en la espalda de Murphy cuando sintió sus dedos adentrándose en ella con suavidad. Deseó que aquel bebé que llevaba dentro hubiese sido fruto de aquel momento y se juró que aquella nueva vida algún día conocería la más intensa historia de amor que su madre había tenido.

Murphy escondió su cara en el cuello de Lola cuando vio correspondidos sus movimientos por los dedos inexpertos de la otra mitad de su corazón. Aquellos ligeros vaivenes que hicieron que experimentara una de las sensaciones más bellas que había sentido nunca.

"Mírame…" – Lola la miraba fijamente y Murphy vio lágrimas en su rostro. – "Te quiero muchísimo…"

Los ojos azules se perdieron en los ojos verdes y toda la realidad se emborronó con un desenlace pronto y esperado por ambas. Se deshicieron sin querer, se dijeron lo que ya sabían con la inconsciencia de un orgasmo mutuo, se abrazaron fuertemente para sentirse como un solo cuerpo, se besaron de nuevo, se conocieron como nunca antes lo habían hecho y permanecieron así durante los minutos más felices de sus vidas.

Pero nada es eterno.

"¿Por qué lloras? ¿Te he hecho daño?" – Murphy se incorporó un poco y vio de nuevo las lágrimas de Lola.

"Quiero que te vayas." – Lola se sentó en la cama y le dio la espalda.

"¿Cómo? Lola, lo siento, no quería hacerte…"

"No me has hecho daño Murphy, pero quiero que te marches."

"Pero… ¿por qué?" – No entendía aquella respuesta y su corazón se aceleró por el temor que sentía.

"Por favor, no me lo pongas más difícil…" – se giró, la miró y le dio su ropa que estaba tirada en el suelo hecha un ovillo.

"¿Quieres estar sola? ¿Por qué no me dices que te pasa? ¿Te he hecho mal?" – se sentía muy nerviosa y no sabía lo que pasaba.

"No quiero que me vuelvas a llamar…" – Lola hizo un gran esfuerzo para no derrumbarse, pensó que siendo fría y alejándola todo sería más fácil para las dos. Había tomado una decisión y tenía que llevarla a cabo.

"Lola… no lo entiendo… acabamos de hacerlo…"

"Murphy, no quiero discutir esto… por favor…"

"¡Me acabas de decir que me quieres!" – gritó roja de ira… no entendía nada. – "¡Y ahora me pides que me vaya y que no te llame más! ¡¿Por qué?!"

"¿Confías en mí?" – Lola le acarició la cara y rompió a llorar. Murphy la miraba incrédula y no sabía que contestar a aquello. – "Se que confías en mí y te lo pido por favor…"

"Lola, no entiendo nada, de verdad. ¿Qué te he hecho?"

"Te quiero tanto que no sabes lo difícil que es para mí pedirte esto…" – se levantó y se dirigió a la puerta para abrirla. – "Quiero que te marches y desaparezcas de mi vida… esto es imposible… no puedo estar contigo."

"Ven conmigo… no me hagas esto, no me pidas que me…"

"¡Vete ya!"

Murphy cruzó el umbral de aquella puerta y se quedó de pie mirando a la mujer con la que acababa de hacer el amor, la que le acababa de romper el corazón.

"Te quiero." – Lola se echó a llorar y se lanzó a sus brazos. La besó profundamente y después la empujó para cerrarle la puerta y aislarse en el mundo que había elegido mientras Murphy acariciaba la puerta y se alejaba de aquel lugar sin entender nada de lo que había pasado.

Y siguió sin entenderlo hasta unos meses después, cuando su madre le dijo que Lola y Javi se habían casado y estaban organizando el bautizo de Noa. Murphy ya estaba en la universidad y entendió que aquella noche había sido una despedida premeditada. Creyó odiar a Lola… pero la amaba demasiado y nunca podría dejar de hacerlo.

.

"¡Hola cariño! ¿Qué haces a oscuras?" – Carolina se acercó para besar a su novia. Vio que estaba muy seria y un poco melancólica.

"Nada, estaba relajándome un rato."

"Tienes una forma de relajarte bastante deprimente…" – se sentó en su regazo y la abrazó. – "Cuéntame que te pasa, porque se que algo te pasa…"

"Ha venido a visitarme una amiga de la infancia y me ha hecho recordar…"

"¿Cosas buenas o malas?"

"Un poco de todo…" – Murphy la mira y sonríe con ternura. – "¿Qué tal ha ido tu día?"

Se levantaron las dos de aquel cómodo sillón para ir al coche a sacar todas las provisiones que había traído Carolina. Le contó todas las cosas que le habían pasado en la asesoría y en lo poco que le gustaba aquel trabajo.

Rellenaron las neveras y prepararon el planning para el día siguiente. Entraban varios clientes que se quedarían a pasar la semana completa y se repartieron el trabajo como acostumbraban hacer. Ese tipo de cosas a Murphy le encantaban, siempre había soñado con tener su propia casa rural y tener un buen restaurante.

Carolina había sido una de sus mejores clientas y ahora era su pareja. En varias ocasiones le había pedido que la dejara quedarse con ella allí, pero Murphy siempre le decía que llevaban muy poco para aventurarse a una vida en común. Era la mayor de sus discusiones y, aunque Carolina acataba esa decisión, intuía que, por muchos años que durara su relación, Murphy nunca la dejaría formar parte de su vida. Pero no quería dejar de intentarlo.

Ellas también se conocían desde hacía varios años, Murphy era conocida por su atractivo y por ser la mayor rompecorazones de la comarca… Carolina había sido la única que había conseguido estar con ella más de una semana (ya casi llevaban cinco meses). A pesar de ello, Murphy seguía temiendo que, si dejaba que alguien se le acercara, acabaría destrozando nuevamente su corazón que, hasta aquel día, pensaba que ya estaba reparado.

Los dos días posteriores pasaron casi como un suspiro, el trabajo, por suerte se multiplicó y la casa estaba casi completa. Carolina se tomó unos días para ayudar y, mientras contabilizaba lo que entraba y salía, hacía las labores de recepcionista.

A Murphy no le importó que lo hiciera porque necesitaba esa ayuda, pero no quería acostumbrarse, ni que ella se acostumbrara. Además, después de la inesperada visita, su humor había cambiado y, durante esos dos días, era más brusca y se exaltaba con más facilidad.

..

"Nena, te llaman al móvil…" – Carolina se acercó a la cocina con un teléfono en la mano.

"Contesta tú… o deja que suene… haz lo que te de la gana…" – le gritó Murphy mientras echaba en la plancha algunas lubinas.

..

Acabó la jornada y la pareja se dirigió al pequeño refugio de Murphy. No le gustaba que nadie fuera a su sitio. Normalmente, cuando venía Carolina, dormían en alguna de las habitaciones destinadas a los clientes, pero aquel día estaban todas ocupadas y no le quedó más remedio que llevarla allí.

"¿Sabes que es la primera vez que me traes a dormir aquí?"

"Sí." – Murphy no la miró, no se sentía cómoda.

"Vaya, tienes muchas fotos…" – recorrió la estancia con la vista y fue mirando todas y cada una de esas diapositivas descubriendo, positivamente, que tenía varias fotos de ella. Entre todas ellas había una en la que estaba una Murphy muy joven y sonriente mirando a una bella muchacha que también la miraba sonriente. – "¿Cuántos años tenías en esta foto?"

"Diecisiete…" – se acercó a Carolina y le quitó la foto de las manos para devolverla a su lugar. Acarició el marco y suspiró.

"¿Quién es ella?

"Lola."

"Lola… ¡es verdad! Una tal Lola es la que llamó a tu móvil antes. Dijo que tenía que hablar contigo… que ya sabías tú…"

"¡¿Por qué no me lo has dicho antes?!" – Murphy cogió el móvil que había sobre la mesa y se apresuró a buscar el número que todavía estaba guardado en las llamadas entrantes.

"Lo siento cariño, se me ha olvidado. Yo también he tenido mucho trabajo." – Carolina la miró mosqueada y volvió a mirar la foto pensando si sería la misma mujer… ¿quién era?

Se quedó pensando en lo poco que sabía de la vida de Murphy, siempre había muy reservada con sus cosas y a penas hablaba de su familia, de su infancia… le decía que no merecía la pena recordar el pasado porque eso no permitía avanzar. Pero Carolina estaba convencida de que su novia guardaba algunos secretos pasados que todavía le afectaban.

Murphy salió de la habitación en la que se había encerrado a hablar durante casi una hora. Carolina ya se había metido en la cama y la esperaba impaciente para poder dormir arropada por sus brazos. Aunque sabía que Murphy no era una mujer enamoradiza, esperaba que su amor fuese correspondido algún día.

"Me tengo que ir."

"¿Ahora? Es la una de la mañana y a las siete y media tenemos que preparar los desayunos y… ¿se puede saber a donde vas a ir a estas horas?"

"Carol…" – Murphy no quería hablar, no tenía ganas, pero aquella paciente mujer se merecía una explicación. Se sentó en la cama y la miró a los ojos.

Le contó a grandes rasgos la visita de Lola, sin darle demasiadas explicaciones de quien era. Le dijo que se había ofrecido a cuidar a la adolescente durante un mes para que su amiga pudiese hacer aquel curso de ascenso. Que se lo había prometido.

Carolina no se quedó de todo convencida, es más, se enfadó por no habérselo contado antes. Pero aceptó la decisión y se ofreció para acompañarla en aquel viaje.

"Gracias, pero será mejor que vaya sola. Todavía no se con lo que me voy a encontrar."

"No entiendo por qué te metes en estos líos…"

"Carol, te prometo que mañana te lo explicaré todo con pelos y señales…"

"Me gustaría mucho que, por una vez, lo hicieras."

Murphy se acercó a ella y la besó. Acarició su cara y se sintió mal. Sabía que no se merecía el daño que le estaba haciendo. Había accedido a ser su pareja por la insistencia de Carolina, y porque se sentía atraída por ella. Pero no la amaba como había amado a Lola. Nunca consiguió amar a nadie como había amado a Lola… y tenía la sensación de que todavía la amaba.

Subió al todoterreno y emprendió el viaje de hora y media. No podía dejar de pensar en su vida, en lo surrealista de la mayoría de las cosas que le pasaban. Sus padres habían acertado al ponerle el nombre que tanto había marcado su vida.

Pensó en Carolina, en que las cosas entre ellas no iban del todo bien y ahora se daba cuenta que esto lo empeoraría… pero Lola lo necesitaba y Murphy le había prometido ayudarla. Y, por mucho que buscase una excusa para aquello, no había ningún motivo real, simplemente, no podía decirle que no porque todavía había algo que las unía.

Encendió la radio y puso uno de sus discos favoritos, La reina del Pay-Pay , de Pasión Vega. Buscó aquella canción que llevaba sonando en su cabeza desde que había visto a Lola y se dejó envolver por aquella letra

que el amor al Diablo a veces se alía

Y no hay Dios, y no hay Dios que lo saque fuera del cuerpo

Quien sabe del que sepa que me alivie del castigo

De vivir viviendo a espaldas de este sin vivir que vivo

Quien libra del cautiverio a este corazón cautivo

Quien me dice del que sepa… porque yo ya me he rendido.