La hija de Laika y su papi

Me hubiese levantado para irme cuando lo vi. Cuando vi quien era. Dios mío, mi propio padre.

Sí, ya sé, lo hemos hablado muchas veces con mi madre Lena. Laika como le llaman algunos. No somos prostitutas, pero me atrajo lo que me propuso Javier, el dueño de El Club. Por lo visto iba a  organizar un evento

por encargo de un socio, dueño de un Hotel.

Solo hombres de absoluta confianza, la mayoría personas importantes venidas de otras localidades, aunque no todos, también algún conocido del dueño del Hotel. Se trataba de una fiesta o como quisieran llamarlo, de contenido sexual, pero en el cual también se hacían contactos para negocios, más o menos claros. Iban a poner a disposición de aquellos hombres, reunidos en un salón de Hotel, prostitutas de alto nivel, tenían ya habitaciones reservadas por si alguno quería algo más que disfrutar de la compañía de alguna de ellas.

Para romper el hielo y animar el ambiente Javier quería contratar a algunas mujeres. que debían permanecer desnudas y arrodilladas, con las manos atadas a la espalda y una máscara de cuero que me mostró, esto durante la primera hora, después nos retirariamos. Se trataba de una máscara que solo dejaba visibles los ojos y una cremallera en la boca.

  • Sé que puede ser un poco agobiante, pero solo será una hora y os pagaremos muy bien, mil euros por una hora. La idea es que si alguno quiere usar vuestra boca, bueno ya sabes a qué me refiero, abra la cremallera, después la cierre hasta el próximo. Me han dicho que tu eres muy buena en esto y además agradecerán ver un cuerpo joven como el tuyo.

La idea me atrajó, más allá del dinero. Cuando se lo comenté a mi madre, después de ciertas reticencias iniciales, no le pareció tan mal.

Y allí estaba yo. Viendo pasar aquellos hombres, todos bien vestidos y aquellas hermosísimas mujeres, algunas solo charlando con ellos, otras cogidas ya por la cintura, aquellas bandejas con canapés y copas de cava.

Me habían abierto ya tres veces la cremallera y, aunque manteniendo la compostura lo cierto es que estaba excitada, cuando oí aquellos comentarios.

  • Prueba esta jovencita Juan, la mama de maravilla. se la ha tragado toda y no es que la tenga pequeña, creeme.

Me hubiese levantado para irme cuando lo vi. Cuando vi quien era. Dios mío, mi propio padre. Sentí un escalofrío, pero no podía hacer nada más que intentar ignorar a quien pertenecía aquella polla que ya se acercaba a mis labios.

Me sentía incómoda con aquello, me parecía algo antinatural. pecaminoso, aun así lo hice. Sabía que no tenía otra opción. Sentirla dentro de mi boca. Como me cogía la cabeza para penetrarme más y más, sin ninguna consideración. Me llenó  la boca con su leche y tragué, ya creo que tragué.

  • Joder que bien me ha dejado la putita y que cuerpo que tiene. Me la follaría con ganas.

  • Si quieres hablo con el organizador, es muy amigo mío, igual ella accede.

Cuando Javier me lo propuso, ya terminada nuestra hora, empezaba a vestirme y me había quitado la máscara, estuve un largo rato callada.

Mi madre siempre hablaba de él con respeto y pensando en su dolor por lo que le había hecho, Era la ocasión para demostrarle quien era en realidad y dejara de martirizarse por él.

  • Está bien. Solo con una condición, me pondré de nuevo la máscara y no me la quitaré, No quiero que vea mi rostro. Tengo mis razones para ello. Solo follar, nada de azotes o cosas parecidas. Si es así de acuerdo. Por doscientos euros me dejo.

Tenía veinte minutos para vestirme, ir a la habitación que me había indicado Javier, ponerme la máscara y volverme a vestir. Aproveche el tiempo de espera para hacer pruebas impostando mi voz, mientras apagaba las luces de la habitación y dejar solo abierta la de la mesita de noche, que podía graduar hasta conseguir un luz tenue, aunque antes me había visto desnuda no quería que ningún detalle de mi cuerpo pudiese hacerme reconocible. Deje la cremallera de la máscara abierta y apoye mi espada y un pie en la pared al lado de la cama, totalmente desnuda, solo conservando mi braguita. A todo esto había escondido mi móvil debajo de la almohada, A los veinte minutos exactos abrió la puerta.

  • Hola papi.

  • JAJAJA. Papi, me gusta que me llames así a pesar de que mi hija no es una putita como tu. ¿Cuantos años tienes jovencita?

  • Diecinueve, papi.

  • Vaya, que casualidad, como ella, ¿Y como te llamas?

  • Ester. Me llamo Ester, papi.

  • ¿Te importa que te llame Marta?

  • No. No me importa. ¿Así se llama ella?

  • Sí. Marta. Martita.

Se había quitado la chaqueta y yo me acercaba a él, hasta casi rozar su cuerpo, sonriendo. Empecé a desabrochar su camisa.

  • ¿Quieres la polla de tu papi Martita?

  • Siempre la he deseado papá

  • Y yo que la sientas dentro de ti hijita.

Aquello estaba cogiendo unos tintes pecaminosos, morbosos, más allá de lo que había previsto. Empezó a acariciar mi cuerpo, mis pechos, a besar mi cuello. No me producía ningún rechazo hasta que me besó, hasta que sentí su lengua dentro de mi boca, encontrándose con la mía, pero quería aguantar, seguir, llegar hasta el final. Desabrochaba ya su cinturón.

  • Verás como te va a gustar hijita. Verás como si. Lo he deseado tanto.

Me arrodille para quitarle los zapatos, los calcetines, sus pantalones, con la bragueta abultada, hasta que le baje los calzoncillos negros y apareció su polla, totalmente erecta, como sui fuese una lanza. Una lanza para clavar en mí, en su hija.

  • Que polla tienes papá. Deja que la bese.

  • Sí cariño. Sí, bésala. Es toda para ti.

  • No le diga nada de esto a mamá, papi.

  • No temas por esto hija mía. Mi Marta. Mi Martita.

  • Que bien la chupas hija. Sé que la deseas.

  • Lo que más quiero de este mundo papi.

Me hizo tumbar en la cama y sacó mis braguitas, abrió mucho mis piernas y arrodillado en la cama empezó a comerme el coño. Aquello me excitó sobremanera, es algo que los AMOS que frecuentaba nunca lo hacían. Gemía de placer. Borré de mi mente todo pensamiento negativo y me entregué al placer que aquello me producía. Mientras seguía con aquello  metió un dedo en mi ano. Ya no podía parar el orgasmo que me venía.

  • Así, así mi niña. Disfruta de este momento. Tienes el ano abierto.

  • Lo he preparado para usted, por si deseaba usarlo papi.

  • ¿De verdad lo has hecho por mi? ¿Tanto me quieres?

  • Sí papi, más de lo que usted pueda imaginar.

  • Pero primero quiero a tu coñito. El coñito de mi querida hija?

Se colocó encima mío y me penetró, me penetró con suavidad, profundamente. Se movía mientras yo miraba su cara, sus ojos. acariciaba mis pechos, mientras una de mis manos lo hacía con su espalda la otra se dirigía hacia el móvil que tenía escondido, estaba tan excitado que no se dio cuenta de que sacaba una foto. Pense: Igual un dia se la mando desde mi teléfono, para que sepa que era yo, para que sepa lo hipócrita que es.

Pero otra vez me dejaba llevar por el placer, suspirando, gimiendo, hasta que llegaron sus rugidos. Los dos nos corrimos, entregados en un abrazo.

  • Grácias papi.

  • Deberás dejarme descansar un rato, aun no hemos terminado, quiero tu culo, este que has preparado para mi. Quiero que seas mi putita, Marta.

  • Sí papi. Su putita. Su zorrita. Su hija querida y deseada.

Tuvo que pasar casi media hora, el tumbado a mi lado yo, de vez en cuando, acariciando su cuerpo. Tuvo que pasar aquel tiempo hasta que su miembro empezó a reaccionar de nuevo.

  • Ahora gírate hijita. girate y ponte a gatas. Entregame esto que has preparado para mi.Solo para mi.

Mientras empezaba a ponerme como me había dicho vi cómo iba a su chaqueta y sacaba un condón, Sentí su salivazo en mi ano y como poco a poco me penetraba. Simulé un dolor que no sentía.

  • ¿Quieres que pare hijita?

  • No. No papá. quiero ser suya. Quiero ser su putita.

Aquella noche, por tercera vez, orgasmé, un orgasmo lleno de pecado y de venganza.

Él se quedó rendido a mi lado, acariciando mi espalda.

  • Se está haciendo de día. Debo irme hijita. Dame un beso.

  • Sí papi. Gracias papi

  • Adios Martita

Salió ya vestido de la habitación, no sin dejar los doscientos euros encima de la mesita.

Ahora venía lo más difícil, como contar todo aquello a mi madre. Sabía que al principio se enfadaría,  y mucho, pero terminaría por comprender que lo había hecho por ella, para que supiese quien era en realidad aquel hombre por el que sentía pena. Aquel cerdo. ¿Pero y yo? ¿Quién era yo? ¿Porque había sentido tanto placer? De esto. De esto si que no le hablaría.

Nota: Relato de la saga “Laika”