La Hiedra

El centro femenino de rehabilitación La Hiedra esconde tras sus muros secretos, mentiras, violencia, sexo y... algo más.

Está oscuro y hace frío, mucho frío. El agujero es húmedo, hondo y estrecho, una especie de pozo de tierra mojada en el que apenas quepo. Me acurruco sujetándome las rodillas, cierro los ojos y meto la cabeza entre las piernas. Una gota fría cae por mi espalda desnuda y se desliza hacia abajo hasta que inesperadamente cambia el sentido y sube cosquilleando hacia mi nuca, lo que hace que mis dientes chirríen. Un escalofrío me recorre al comprender que la supuesta gota tiene patas. Oh, dios, dios, diooossss…Por favor, por favor, noooo… Otras "gotas" siguen cayendo sobre mi piel y mi pelo. No hay suficiente espacio para sacudirme, no hay salida y grito histérica hasta quedarme sin voz.

Voy a volverme loca aquí dentro... No sé cuánto tiempo llevo aquí, puede que sean minutos, horas, días… No es sólo el hambre, la sed y el frío. No es sólo el dolor de huesos, los calambres en las piernas, la humedad, el olor, la suciedad y los bichos. El agujero es un castigo para el cuerpo, sí, pero también es un suplicio para el alma. La soledad y el silencio me angustian, son como una losa sobre mí. Pero aunque me tenga que pudrir aquí dentro, aunque muera por fuera y rabie por dentro, volvería a hacer lo mismo. Al menos tenía que intentarlo.

Me pregunto por qué no me la puedo quitar de la cabeza. Hoy es jueves, día de visita, así que ya sé lo que estará haciendo… Me la imagino tal y como la vi aquella vez, desnuda, acariciando a aquella chica, su novia, y siento como si miles de bichos corrieran por mis venas para roerme el corazón. Tengo que intentar liberar mi mente, pensar en otra cosa, en tiempos mejores, antes de entrar en este antro, cuando mis uñas no estaban sucias y rotas, sino que lucía una cara manicura francesa. Eran tiempos mejores, apenas ha pasado un mes y parece que hayan sido años


Eran tiempos de playa, fiestas, modelitos de pasarela, coches rápidos y diversión continua. La dolce vita de la niña de papá que, desencantada de todo, con apenas diecinueve años, en la última fiesta se colocó tanto que no recordaba con quién o quiénes acabó follando. Así era yo.

No podría decir que fuera realmente una niña inocente. Mi señor padre, dueño de una gran cadena de productos cárnicos porcinos, vino un día a mi habitación, me miró con esos ojos fríos de animal muerto y me dijo que ya estaba harto, que cerraba el grifo. Violeta le acompañaba. Llevaba en sus manos la bolsa de hierba y pastillas que me habían confiscado tras un registro exhaustivo de mi dormitorio.

Violeta no es mi madre, es la nueva esposa florero de mi padre. Tras el divorcio de mis padres, causado por la fuga de mi madre con su monitor de yoga, mi fabuloso, viejo y rico papá se convirtió en la presa de caza de muchas putillas cazafortunas. Hubiera pensado que Violeta era también una de ellas, pero no. Resulta que Violeta es de una buena familia conservadora y con recursos; es una treintañera culta, alta, remodelada hábilmente por la cirugía plástica, la típica tía refinada y guay que se dedica a labores filantrópicas de todo tipo... A mí me da grima. No sé, esos labios recauchutados, sus tetas de silicona, las uñas de porcelana… todo en ella parece postizo. Para hacer honor a la verdad, Violeta nunca se portó mal conmigo en casa, todo lo contrario. Su extrema amabilidad y sus demostraciones de simpatía hacia mí eran lo que me sacaba de quicio. Bueno, eso y su perfume… Apestaba a lilas hasta la náusea.

La Violeta de papá, muy amable y considerada, con su mejor tono de institutriz de novela barata, fue la que propuso que debería pasar una temporada en alguna residencia femenina que ayudan a chicas con problemas y así superar mi adicción. ¿Problemas, yo? ¿Adicción? Y una mierda. Problemas los de mi padre, que sigue frecuentando a las mismas zorras de siempre, a pesar de estar casado felizmente; es un putero adicto al sexo. Problemas los de Violeta, que está enganchada al prozac y es fanática de las operaciones de cirugía plástica. ¿Y me llaman adicta a mí? ¿Pero de qué van?

No sabía yo dónde me estaba metiendo al aceptar, pero tampoco tenía otras opciones. Mi padre estaba decidido a echarme de casa sin un céntimo si no cambiaba, así que tuve que decirles que sí, que tendría que recluirme en algún centro de rehabilitación durante un tiempo. O eso o largarme a buscar a mi madre y unirme a la comuna ecológico-naturista de su nuevo novio, a plantar nabos y patatas. Ni loca.

Días más tarde todo estaba listo. Papá se fue temprano a su oficina y ni siquiera se despidió de mí. Violeta, en cambio, marcó su carmín en mis mejillas, con un abrazo tan apretado que casi me asfixia cuando metió mi cabeza entre sus exageradas tetas.

El viejo chófer de cara de palo puso mi maleta en el coche y me llevó al culo del mundo, a "La Hiedra", Centro Residencial Femenino. La Hiedra, vista desde fuera, tenía pinta de mausoleo. Es un monasterio antiguo rehabilitado, de paredes de piedra cubiertas de enredaderas, situado en lo alto de un acantilado, lejos de toda civilización.

No sé para qué hice la maleta. Nada más entrar me despojaron de todas mis cosas: mi móvil, mi mp4, mis objetos personales… todo. No me dejaron ni el reloj. Toda mi vida fue a parar a una caja de cartón con un número de expediente escrito con rotulador en una esquina.

-Entra ahí y desnúdate –me dijo "la Oso"; la bauticé así porque era una tipa enorme, con las mandíbulas cuadradas y el pelo corto y aceitoso, pegado a la frente. La seguí hasta el cuartito que parecía una sala médica-. Quítate toda la ropa, incluidas las bragas.

Allí había otras dos mujeres -una de pelo canoso con aires de mando y otra muy guapa y maquillada, de cabellos castaños y muy estirados, sujetos en un moño. Luego supe que la canosa era Asunción, la directora del centro; la otra, Lupe, era su mano derecha-. Ambas susurraban entre ellas, pero en ningún momento se dirigieron hacia mí. Algo molesta, me fui desvistiendo y dejé mi ropa sobre la camilla. La Oso se la llevó inmediatamente, supongo que para meterla en la caja. Las dos mujeres me observaban como quien contempla a un animal de feria. No soy nada recatada, de hecho voy a menudo a playas nudistas, pero esa manera de mirarme hacía que me sintiera violenta. Incómoda traté de cubrirme con las manos cuando llegó la Oso. Más tarde, cuando Sussú, otra interna, me dijo que ese engendro se llamaba Bella, casi me da un ataque de risa.

-Túmbate en la camilla y pon los pies en los estribos. Voy a examinarte –ordenó la Oso-Bella.

Lo hice a regañadientes, ya que supuse que era un procedimiento normal. Muchas chicas intentarían entrar drogas metidas en el coño o en el culo, así que no me extrañó el registro. Lo anormal era que esa tía no se pusiera guantes para hacerlo. Antes de tratar de protestar, sentí un picotazo en el brazo. La del moño, Lupe, me había inyectado algo, algún sedante fuerte que me dejó medio grogui. Aún así, me enteré de algo de lo que decían y me hacían. Me examinaron hasta los dientes; los dedos engrasados de la oso entraban y salían de mi vagina o de mi ano. Se relamía los labios mientras lo hacía, y le brillaban los ojos, como si estuviera disfrutando con eso, la muy cerda. Me extrajeron sangre, aunque las oía decir que seguro que estaba sana.

Aunque me encontraba bastante aturdida, sorprendí a Asunción, la directora, haciendo gestos raros al espejo. Eso me recordó las salas de interrogatorios de las películas, donde los espejos son en realidad ventanas camufladas, y sentí un escalofrío. Alguien más estaba observando. Supuse que habría espejos de esa clase por todas las habitaciones, por los baños, por todas partes… Joder, qué horror

Otras dos ayudantes de uniforme gris acudieron a la llamada de la directora y me llevaron casi a rastras a las duchas, a través de muchos pasillos. Pasamos por un corredor abierto, desde donde se veía el patio. Era como el patio de armas de un castillo, y en cierta manera ese nombre no le iba nada mal. ¡Parecía una batalla campal! Había decenas de chicas, que gritaban como locas, peleando entre sí, incluso tirándose de los pelos, con palos, redes, porras… Luego me enteré que realmente no estaban peleando. Estaban entrenando. Sussú me dijo después que esas eran "las gladiadoras", las internas con mayores privilegios de todo el centro.

Los chorros de agua helada de la ducha acabaron por espabilarme del todo. Una camiseta minúscula y raída y unas bragas fue la única ropa que me dieron.

-¿Pero de qué va esto? ¡Quiero mi ropa! ¡Quiero mi maleta! –les grité. Y no grité más, porque la bofetada que me arreó una de esas brujas casi me tira al suelo.

-Cuando te dirijas a cualquiera de nosotras, lo harás con respeto, llamándonos "señora". Esa es la ropa que tendrás de momento. Puedes tener algo mejor, pero te lo tienes que ganar, como todo. Aquí no damos nada gratis, zorrita, todo tiene su precio. Esta es Sussú, otra interna. Ella te pondrá al corriente del funcionamiento del sistema. Espero que te adaptes, colabores y no nos des problemas, o lo pasarás muy mal.

Ni siquiera había reparado en la chica que había detrás, pero es que Sussú es tan menudita… Parece una cría, es pecosa y pelirroja, aunque ya haya cumplido los treinta.

-Hola, soy Sussú. Tú eres Raquel, lo sé. Ven conmigo al comedor y te iré explicando de qué va esto. ¿Luchas? No, no creo. No das el tipo de gladiadora, que esas son mu’ brutas –me miró de arriba abajo-. Guau, con un tipazo como el tuyo seguro que pronto prosperas y obtienes to’ lo que quieras. Si te camelas a una carcelera, puedes tener de to’, desde ropa de lujo, bistecs, perfume, coca, anfetas, hierba… lo que quieras. ¿Tú que te metes? ¿Eras puta? ¿Te pillaron chanando o trapicheando? Aquí la mayoría estamos por conmutación de pena, un chanchullo que arreglan pa’ descongestionar las cárceles y que nos viene bien a to’as. Es mejor pasar un año aquí que en la trena, por lo menos, mientras obedezcas, no es peor que la calle.

-¿Y de qué manera puedo ganarme la ropa o la comida en este manicomio? -iba a decirle quién soy, quién es mi padre, pero preferí callar-. ¿Cómo te las arreglas tú?

-Bueno, yo soy una de las chicas de Hulkie, la gladiadora. Ella me provee, mientras le sirva. Hago lo que ella me dice y no me trata mal. A veces, si le hago una buena comida de coño, me pasa algo pa’ colocarme… Mi chulo en la calle era peor, así que no me quejo.

-Joder… ¡Yo no voy a ser la puta de nadie! –me indigné-. ¿Y las luchadoras esas?

-¿Es que no has visto la peli del Gladiator? Joder, tía, pues eso. Como un puto circo romano. En el sótano está el ruedo y las gradas pa’ el público. Con el espectáculo y las apuestas, esta gente gana una pasta, y las vencedoras del torneo se llevan un buen tanto. No es el pressing catch femenino, noooo, con esos golpecillos de chufla apaña’os donde no se rompen ni una uña. Esto es real; son peleas súper brutales de tías buenas y en pelotas, to’ de estrangis, claro… Está de moda ahora. Lo pagan muy bien, a los richachones les encanta, y mientras más sangriento, mejor. ¿Sabes bailar? También es una opción. Puedes bailar en una de las jaulas, en la sala de recreo pa’ los clientes. Si te eligen pa’ una sesión privada, es una caña. Puedes tener de to’, entonces.

-Pero eso es… es prostitución y… y peleas ilegales… Esto no es normal. ¡Esto es un antro de mierda! Y yo, que estaba preocupada por si me metían en un convento de monjas puritanas y… ¡Y esto es Sodoma y Gomorra! ¡Yo me largo de aquí! ¡Y una mierda me quedo aquí!

Se presentaron inmediatamente en las puertas del comedor. Una me agarró desde atrás, mientras la otra me arreaba otro pinchazo. Desperté en una habitación acolchada. La directora de la Hiedra, la señora Asunción me estaba mirando con cara de limón agrio. Mi expresión tampoco es que fuera menos ácida.

-Cuando mi familia se entere de esto, me va a sacar de aquí… Si me ponéis una mano encima o me volvéis a drogar, os denunciaré y… -y no me dejó terminar.

  • Las reglas del centro incluyen un periodo de tres meses de incomunicación con la familia, así que no tienes a nadie a quien acudir… Aunque, mira, niña, entre tú y yo, las dos sabemos que a tu madre no le importas en absoluto, y que tu padre está tan harto de ti que es un alivio librarse de todos los problemas que le causas. Por esa razón estás aquí. Las demás se adaptan, saben que es lo mejor para conseguir lo que quieren. Todas necesitan algo, todas tienen algo que ofrecer a cambio… Es la ley de la oferta y la demanda. Yo sabía que tú eras un caso especial, una nena de papá, pero también acabarás comprendiendo que no vale la pena rebelarse. Y además, si contaras cualquier cosa rara, nadie te creería. Nadie cree a una yonki.

-¡Yo no soy una yonki! ¡Quiero salir de aquí! –le grité abalanzándome contra ella.

Al momento entró Bella y Lupe con una jeringuilla. Mientras la una me inmovilizaba, la otra me inyectaba.

-No, ahora no eres una yonki, pero si sigues así, acabarás siéndolo, y te aseguro que un chute de morfina no es lo peor que te puede pasar si no te portas bien.

Todo se volvió turbio después, y así me quedé, no sé cuánto tiempo, en esa neblina, abrazada a la falsa calma de la química.


Como Sussú me advirtió, allí nadie me iba a regalar nada, así que me tuve que adaptar. Si quería comer, o cambiarme de bragas, o tener una pastilla de jabón, o un simple rollo de papel higiénico, me lo tenía que ganar. Y como no estaba dispuesta a liarme a hostias en un circo para divertir a unos degenerados, ni en ser la "chica" de nadie, no me quedó otra que dedicarme a limpiar la mierda de los demás, pero no se me cayeron los anillos al coger la fregona. ¿Y por qué no se me cayeron? ¡Pues porque esas malditas cabronas me los habían quitado todos y estaban en una caja!

Mi primer día limpiando fue agotador. Estaba realmente famélica cuando entré al comedor. La sala era grande y había un buffet donde cada interna agarraba un plato y se ponía a la cola. El aspecto de la comida era realmente apetitoso… Mmmmm… Había de todo, y yo me estaba muriendo de hambre. Cuando llegó mi turno y le indiqué a una de las cocineras el filete jugoso, ésta me miró riendo.

-Eso es lo que te corresponde, guapa… - y plantó en mi plato un cazo de una especie de pasta pringosa.

-Claro, donde se ponga este manjar, que se quite la ventrisca de caballa con salsa teniyaki de "El Bulli" –contesté con ironía al ver ese engrudo asqueroso.

Cuando me dirigía hacia una mesa, me fijé en una rubia enorme, una especie de cruce entre Pamela Anderson y Hulk Hogan, que me hacía gestos para que me acercara y me sentara a su lado. En esa mesa estaba Sussú, así que deduje que esa rubia macizorra era Hulkie.

Antes de llegar a su mesa, algo me embistió desde atrás y me hizo caer de bruces. Se oyó un coro de risas y unos brazos fuertes me voltearon. Entonces la vi, sentada sobre mí. Era una morena de aspecto salvaje, con el rostro bronceado y unos dientes blancos que resaltaban en su cara al reírse.

-¿Quién coño eres tú, patosa? –dejó de reírse y su gesto se endureció.

-Raquel, me llamo Raquel. Es un placer conocerte. Disculpa que no te dé los dos besos de rigor, pero en estos momentos estás sentada sobre mis tetas y no puedo casi ni respirar

Alucinante… Le estaba vacilando a una tía que podría estrujarme con un solo dedo. ¿Es que me había vuelto loca?

-Sonia, déjala, no seas bruta –se acercó Hulkie-. Raquel estaba a punto de sentarse a mi mesa y convertirse en una de mis chicas ¿no es cierto, nena?

-¿Te la quieres follar? – le preguntó Sonia, aún encima de mí, sin soltarme, impidiendo que yo hablara.

-Está buena… Y está libre –contestó Hulkie, haciéndome un gesto obsceno con la lengua.

-No, no está libre. Es mía. Yo la vi primero –replicó Sonia de nuevo, tapándome la boca, sin darme tiempo a protestar.

-Oh, venga, Sonia… Todas sabemos que tú no te lías con nadie… que tienes novia formal que te visita en un bis a bis todas las semanas –siguió insistiendo Hulkie, con cara ya de mala hostia.

-Es que no la quiero para follarla, sino para joderla, que es bien distinto… Tú tienes varias protegidas que te sirven…. ¿Es que acaso yo no puedo tener una sirvienta a la que poder putear? Desde ahora la Patosa es mía.

Hulkie miraba a Sonia con cara de odio, de sus ojos salían chispas. Disimuladamente varias guardias se habían acercado por si se armaba follón, sin embargo Hulkie apretó los dientes, aunque se retiró murmurando que eso no quedaría así.

-Cállate, no digas nada, estúpida, y sígueme sin protestar –me instó Sonia.

Recogí el cazo y la bandeja del suelo. El puré de engrudo estaba tan pegajoso que ni se había derramado siquiera. Lo dejé sobre una mesa y seguí a Sonia hasta su habitación. Las internas con mayores privilegios, gladiadoras como Sonia o Hulkie, tenían dormitorios privados, las demás dormíamos en catres en una sala común. Nada más llegar a su cuarto, me tiró de nuevo al suelo, se puso sobre mí y me agarró del pelo.

-Y ahora dime quién coño eres o te juro que te arranco esas caras extensiones de cuajo –su mirada era tan feroz que daba verdadero pavor-. Aquí son todas chicas de barrio bajo, poco cultas, lo habrás notado, nadie sabe qué mierda es una ventrisca de caballa, ni la salsa teniyaki, ni conoce el restaurante El Bulli, uno de los más selectos de este país, así que a mí no me engañas, zorra, dime quién coño eres y qué estás haciendo aquí.

Le conté todo sobre mí. Contesté a todas sus preguntas. Toda mi chulería de momentos antes se había desinflado de repente. Estaba tan acojonada que no podía remediar que me temblara la barbilla y que me cayeran las lágrimas.

-O eres una actriz de Óscar o me estás diciendo la verdad –concluyó al final-. Aún así, esto es demasiado raro. No me fío un pelo. ¿Qué hace una pija como tú en un sitio como éste? Las niñas de pelas van a centros de lujo, no vienen aquí.

Finalmente me soltó el cabello y se me quitó de encima.

-De momento –siguió hablando-, lo mejor es que te quedes aquí, como mi protegida, no hace falta que me des las gracias… Pero te voy a estar vigilando, harás lo que yo te diga, así que no me jodas o me las pagarás, Patosa.

Me limpié las lágrimas con el dorso de la mano. Tenía tanta rabia… Odiaba haber llorado, haber sido tan débil como un conejillo asustado delante de esa… de esa Sonia. Vale que esa Sonia tenía pinta de asesina, pero aún así, me odiaba a mí misma por ser tan blandengue, tanto como detestaba a esa bruja de tetas grandes y cara morena.

-No, de eso nada, no pienso dormir aquí contigo –conseguí por fin articular cuando me puse de pie, simulando una valentía que no tenía-. No soy tuya ni soy de nadie. Prefiero comerme esa mierda de puré pringoso, pero ganármelo yo, que aceptar nada tuyo.

Soltó una carcajada. La sonrisa de anuncio de dentífrico volvió a iluminar su cara morena y sus ojos chispeaban divertidos.

-¿Te me vas a poner gallita, cuando te estoy haciendo un favor? Imagina que te libero… Hulkie se ha fijado en ti y te puedo asegurar que es una tía que no acepta que le lleven la contraria.

-Yo no soy lesbiana –protesté-. No tengo nada en contra, pero yo no lo soy. O sea, sí, esa vez en la pista de baile sonaba la canción de "I kissed a girl" de Katy Perry, y he de confesar que mi amiga Carolina y yo nos besamos en la boca y estuvimos sobeteándonos a tope, pero fue para llamar la atención de Borja… y no es que no fuera agradable, que Carolina besaba muy bien y cuando le metí la mano bajo la blusa, los pezoncillos

-¡Te quieres callar! Oh, Dios… Hablas demasiado, qué suplicio… ¿Crees que lo que tú seas o no seas le importa algo a Hulkie o a mí? Las vigilantes no harán nada por ti, así que serás su puta, quieras o no quieras… Deberías ver su colección de arneses, jajaja. Me da que pensar que las noches en su dormitorio podrían ser mucho más moviditas que en el mío. Si es eso lo que quieres, adelante, Patosa, lárgate...

Evidentemente, en vista de lo que me esperaba, no me moví del sitio.

-Pero si te quedas, entérate: aquí yo mando y tú obedeces –sus ojos volvieron a ser duros y fríos como el hielo-; y no te equivoques conmigo, que no eres tú quien me rechaza a mí, ¿pero tú qué te has creído? No eres mi tipo. No me gustas. En ningún momento he pensado en compartir contigo mi cama. Si decides quedarte, duermes en el suelo, imbécil.

Me jodía aceptar que la muy zorra tenía razón y que, pese a todo, realmente me estaba haciendo un favor… pero en el poco tiempo que había pasado en la Hiedra, yo ya había aprendido que allí nadie daba nada por nada.

-¿Y tú qué ganas con esto? –le pregunté inquieta, ya que por lo pronto lo único que había conseguido Sonia era enfrentarse a Hulkie, y esa mole rubia tenía pinta de vengativa.

-Pues… –se encogió de hombros-. Una sirvienta a quien dar órdenes y putear de vez en cuando y

-Y tenerme vigilada, porque no crees lo que te he contado y no te fías de mí.

-Exacto, ni me gustas ni me fío de ti. Ahora he de irme a entrenar, venga, vamos, ven conmigo.

Dudé durante unos segundos, porque algo no me cuadraba. Yo seré un poco pija, pero Sonia no era tan palurda o callejera como quería dar a entender, ya que conocía también la salsa teniyaki de El Bulli… Mmm...… Sólo de pensar en la comida y el estómago me rugía de hambre; no había probado nada en todo el día. Finalmente decidí callarme y seguirla, aunque yo tampoco me fiaba ni un pelo de ella.


En cuestión de días había pasado de ser princesa a criada… Más que criada, escudero, porque eso es lo que era. La insignificante escudero de la gran guerrera: " Trae esa espada, cállate, quita de en medio, dale con cera a mis botas, cállate, saca brillo a ese escudo, cállate, siéntate, no molestes, limpia ese peto, cállate "

Comprendo que a veces hablo demasiado, sobre todo cuando estoy algo nerviosa, pero es que no estoy acostumbrada a que me den órdenes. Intenté estar calladita y hacer las cosas como ella quería, pero Sonia nunca estaba contenta. No perdía la oportunidad de ridiculizarme o insultarme delante de las demás luchadoras. Me ponía la zancadilla sólo por el placer de verme caer, llamarme Patosa y que todas se rieran de mí.

En el patio de armas, en los entrenamientos, el ambiente estaba muy tenso entre Sonia y Hulkie. La preparadora lo sabía, por eso las mantenía bien separadas. Sussú, que se enteraba de todo, me dijo que corría el rumor de un próximo enfrentamiento de ambas en el coso, que sería bastante sangriento para mayor deleite y morbo del público asistente. Tal vez por eso Sonia estaba algo nerviosa y lo pagaba conmigo. No es que yo no estuviera bien alimentada y vestida, no me pegaba, salvo algún ligero tirón de pelo o algún empujón, pero me humillaba a todas horas sin tregua. Y lo peor no era eso. Lo peor venía después, en su dormitorio, cuando estábamos a solas

No. Nunca me tocó. No me forzó a hacerle nada, no me hizo nada… De hecho, eso era lo peor. Yo suelo ser el alma de la fiesta, el centro de atención de todo el mundo. No estaba acostumbrada a que alguien me ignorara y eso hacía ella. Pasaba de mí completamente, como si yo no estuviera allí. No me hablaba ni dejaba que le hablara yo a ella. Se ponía a leer, o a jugar con su PSP, y yo allí, sentada sobre mi manta, en un rincón en el suelo, sintiéndome como una mierda, una mierda invisible. Entonces la odiaba todavía más.

-Mañana es jueves –me dijo una de esas noches, rompiendo su silencio-. Todos los jueves viene mi novia a verme. Tú te quedarás aquí, sin salir. ¿Me has entendido?

-Sí, claro. Entendido. Yo me quedo aquí. Uy, qué suerte, poder tener visitas… yo no puedo ver, ni comunicarme con nadie hasta pasados tres meses, eso me dijo la directo

-Sssshhh… -se llevó el dedo a la boca, me mandó callar y siguió leyendo su libro.

Ah, joderrrr, cómo la detestaba

Evidentemente, el jueves por la noche no me quedé en la habitación. Estaba harta de estar sola, y Sussú me dijo que podríamos hablar un ratito o ir a la sala comunitaria, donde había al menos una televisión para pasar el rato y los jueves echaban el programa de Gran Hermano.

En cuanto salí comprendí mi error. Fuera no estaba Sussú. En el extremo del pasillo estaba Hulkie esperándome. Las vigilantes y las demás internas habían desaparecido como por arte de magia y esa enorme valquiria que desayunaba esteroides venía hacia mí con insanas intenciones. Pensé que, "de perdidos, al río", así que eché a correr como una loca pasillo arriba, doblé la esquina y seguí corriendo por un laberinto de pasillos… hasta llegar a una puerta cerrada.

Estaba aterrorizada, oía los pasos de la Hulkie acercándose a toda velocidad. Afortunadamente había una ventana abierta. Podía haberme matado pero en ese momento no me lo pensé, porque además de estar loca, soy ágil como una gata… así que desde allí salté hacia el alféizar de la ventana contigua. Entré en un pequeño cuarto. Iba a salir por la puerta, cuando vi el pomo moverse, así que volví atrás rápidamente y me oculté tras las cortinas. Alguien entró y encendió la luz. Recé confiando en que el tejido fuera lo bastante tupido para que no se me viera con la luz encendida. Ni siquiera respiraba por miedo a que me descubrieran. Al cabo de un rato empecé a oír unos suspiros y gemiditos. Me asomé un poco por la apertura de las cortinas y la vi de espaldas a mí. Era la enfermera Oso. Estaba sentada frente a un ordenador, con las piernas abiertas y su mano entre ellas. Estaba masturbándose.

Entonces vi en la pantalla lo que la estaba excitando de esa manera. Reconocí a Sonia. Una Sonia con el cabello alborotado sentada sobre una cama. Parecía una diosa griega, con ese cuerpo perfecto, algo musculado pero a la vez femenino y voluptuoso. Ya la había visto en ropa interior, pero nunca la había visto así… Estaba resplandeciente. Sonreía mientras se quitaba el sujetador negro y blanco de encaje. Dejó al descubierto sus pechos opulentos, en los que destacaban unos pezones castaños erguidos. Sonrió, agitó su cabellera oscura y su belleza fue cubierta por otro cuerpo femenino desnudo. Su novia: una chica algo más menudita de la que sólo podía ver su espalda, su culo y su cabello rubio recogido en una cola de caballo.

Yo he visto escenas lésbicas en películas porno y nunca me han llamado la atención, tal vez porque lo que hacen las actrices porno no es real, no parece real… No sé. El caso es que ya no pensaba en mi situación de peligro escondida en ese cuarto, ni en la proximidad de la Oso que podía descubrirme en cualquier momento, ni en Hulkie siquiera… No podía pensar… me era imposible apartar la mirada de esa pantalla, estaba como hipnotizada.

Sus labios se unían, besándose con pasión, primero fue lengua con lengua, luego labios con piel

Y yo deseé ser esa boca, la que exploraba, la que degustaba con deleite el sabor de sus pezones castaños. Apreté los puños, rabiosa por no ser esas manos que deslizaban las braguitas y acariciaban el fino vello de su pubis. Acabé muriendo por no ser esa lengua, la que saboreaba cada palmo de su piel, la que despertó cosquillas en su vientre y la hizo reír; la que rodeó sus pezones de nuevo, y la hizo jadear; la lengua que tanteó sus ingles, removió sus labios, descubrió su clítoris y la hizo gemir de placer. Y en ese punto, en el punto en el que Sonia gemía con una mano agarrada a la coleta de la chica, se hizo todo negro.

La Oso sacó la mano de entre sus piernas y cerró el reproductor del pc rápidamente al oír que llamaban a la puerta. Era Lupe, la ayudante de la directora. Se saludaron y comentaron tonterías. Se me estaban durmiendo las piernas de estar tanto rato sin moverme, toda yo me estaba durmiendo del aburrimiento, hasta que la conversación empezó a hacerse más interesante

-Los juegos se han organizado para el último viernes del mes, Bella –afirmó Lupe-. Ten la enfermería preparada, porque esta vez sé que serán bastante sangrientos.

-Sonia y Hulkie se enfrentarán, ¿verdad? Era de esperar

-Sí, pero eso me trae sin cuidado. Si alguna de esas cae, deshacerse del cadáver no es difícil y nadie hace demasiadas preguntas. Ya lo hemos hecho antes…-puso voz profesional - "Salió del centro hace una semana… Qué lastima, morir en una pelea callejera, tan joven como era…"

-Sí – acordó la Oso-. Son todas unas don nadie, la que no es puta, es una drogata...

-Ya, pero es la otra, la Patosa, la que me preocupa… Esa es una niña de clase alta. En este caso sí que puede haber una investigación policial en toda regla, con la presión de su poderosa familia.

-Pero la jefa

-La jefa nada –la cortó Lupe-. La jefa la quiere muerta, y encima, nada discreto, no… Lo que quiere es una sesión privada con la chica y luego una muerte en el foso, montar un gran espectáculo de circo romano, con leones incluidos... y aquí, como no hay leones, pues perros-lobos hambrientos. Joder, ¿Cómo va a poder "tapar" eso? Podríamos tirarla por el acantilado y punto. Ha desaparecido. Y si encontraran su cadáver… pues habrá sido un accidente, tenía la mente perturbada… querría escapar y, claro, cayó… Sería jodido, pero mucho más seguro. Esto no me gusta nada… Pero nada de nada

Siguieron hablando un ratito más, hasta que Lupe se despidió. La Oso sacó entonces el pen-drive del ordenador y lo guardó en el primer cajón del escritorio, cerrándolo con una llave. Luego salió del cuarto. A mí me temblaba hasta el alma. Tuve que respirar profundamente varias veces porque sentía que me mareaba. Tenía las piernas rígidas. Cuando me tranquilicé un poco, volví a saltar de nuevo por la ventana hacia el corredor y giré hacia el pasillo de las habitaciones. Hulkie no estaba por allí ni me crucé con ninguna otra interna hasta llegar a mi habitación. Bueno, mi habitación no, la de Sonia.

Y allí estaba Sonia. Se levantó de un salto en cuanto me vio y pensé, por la expresión de su cara, que me iba a abofetear por haberla desobedecido. A esas alturas, ya todo me daba igual. En un par de semanas iba a terminar convertida en pienso Purina, comida para perros. Iba a morir, y devorada por lobos… Me volvió a entrar el mareo de nuevo. Oía a Sonia gritarme airada, pero ni la escuchaba. Por fin se calló y me dejó en paz.

Esa noche soñé con Sonia, diosa desnuda, que se convertía en lobo y me arrancaba el corazón para devorarlo. Me desperté gritando, como lo haría en tantas otras noches en las que, en cuanto cerraba los ojos, volvía a tener pesadillas. Intentar escapar de ese castillo en lo alto del acantilado era imposible, pero al menos tenía que intentar algo.

Los días siguientes estuve mucho más patosa que de costumbre. No necesitaba que Sonia me empujara para que las cosas se me cayeran de las manos. Temblaba como una hoja y apenas comía. Ella se dio cuenta y no dejaba de indagar para averiguar qué me pasaba.

Primero fue un tercer grado, Sonia me interrogaba como un general de la Gestapo, hasta que llegaba el momento en que yo ya no podía más y estallaba llorando. Como vio que ponerse dura no daba resultado y yo no soltaba prenda, comenzó otra táctica, en plan "amable", como si fuéramos colegas, amiguitas del alma… Lo cual me ponía todavía más nerviosa. ¿Qué le iba a decir? ¿Que había averiguado que me iban a matar, que se me iban a comer los perros? ¿Para qué? ¿Para que se burlara de mí? Eso sí que no… No podía confiar en nadie en esa jungla, así que me quedé calladita, ideando un plan de fuga.

Sonia se olía algo, por eso no me dejaba a solas ni a sol ni a sombra. El único momento que podría tener libre era el jueves, cuando ella tenía el bis a bis con su novia.

Por fin llegó el jueves, pero empezamos mal, ya que Sonia me encerró con llave en la habitación, pero una puerta no iba a detenerme habiendo ventanas. Salté de ventana en ventana hasta alcanzar la primera que estaba abierta. Entré en otra habitación. Sin detenerme, salí al corredor. Bendito Gran Hermano, que congregó a toda la peña en la sala de la tele. No había nadie por las habitaciones ni en los pasillos. Repetí la operación del jueves anterior y me colé en el cuartito de la Oso. ¡Bien! Estaba vacío. Hasta ahí llegaba mi brillante plan de fuga… Lástima no haber prestado demasiada atención a la serie Prison Break, que bien me hubiera servido. Pero allí no había conductos de ventilación ni nada parecido por donde colarme, entonces en cuanto salí del cuarto y doblé la esquina por un pasillo, me tropecé con la Oso, que me atrapó con sus garras y a la mierda mi fabuloso plan.

Como sé que todo el mundo pensaba que yo era idiota, no me fue difícil hacerme más la idiota.

-Yo sólo quería algo para colocarme… -me puse a berrear, cayéndome hasta la baba-. Necesito algooooo, dadme algoooo

La directora Asunción me miró con asco y luego, murmurando algo como "yonkis de mierda", ordenó a sus ayudantes que me llevaran al agujero.

Y aquí estoy ahora, atrapada en este agujero. Todo este centro es un agujero podrido, lleno de bichos, bichos malos, como Asunción, Lupe, la Oso, Hulkie... como Sonia… Un agujero lleno de mierda del que no voy a salir viva.


Intento abrir los ojos, pero me pesan demasiado. Noto el sabor de un zumo dulce y fresco en mis labios y bebo con ansia. Siento unas manos fuertes que me cogen en brazos y me sientan en una silla, ya que casi no me tengo en pie. Luego, el agua cálida cayendo sobre mi cabeza y mi piel. Abro los ojos. Estoy en la ducha con Sonia.

-Cierra los ojos, que te voy a lavar la cabeza. Lo siento, he tenido que cortarte el pelo. Las extensiones se te habían enredado y tenías el cabello como estopa, con algún que otro bicho correteando por allí, así que he tenido que cortar.

Su tono de voz es distinto, no es burlón ni autoritario. Casi diría que es dulce. Sus manos bruscas que me dieron tantos pellizcos, palmadas y empujones reprendiéndome, me sorprenden por su delicadeza. Puedo sentir sus dedos frotando mi cuero cabelludo con tanta energía como suavidad. Después, esas manos untadas con gel pasan sus palmas sobre mi cuello, mis brazos, mis axilas… Me siento tan avergonzada porque me vea así, tan… tan sucia y vulnerable y maloliente y horrible que se me saltan las lágrimas.

-Tranquila, nena… Shhh… No te asustes, cielo, que ya pasó todo, ahora estás a salvo. No te preocupes por nada, que ya estás conmigo

Sus palabras son como un bálsamo que cae sobre mí, limpiando en mi alma cualquier temor, tal y como sus manos suaves siguen limpiando mi piel. Ahora las noto pasar sobre mi espalda, y desde atrás, frotan mis tetas y mi vientre. Dejo escapar un suspiro al sentir sus dedos en mis pezones.

Abro los ojos y tengo a Sonia arrodillada frente a mí, enjabonándome los dedos de los pies. Lleva puesto un camisoncito blanco de algodón, tan empapado que se le trasparentan las tetas. Aguanto la respiración, mientras sus manos suben por mis muslos y llegan a la entrepierna; allí sus dedos enjabonados se entretienen abriendo pliegues y friccionando con sutileza, cuando lo que yo deseo es que esos dedos me invadan, me llenen… y me muerdo los labios por no gemir, al verla con ese camisón, tan pegado a su piel que sobresale en la fina tela el volumen de esos pezones que desearía acariciar y lamer, calmando la sed que me consume.

El agua se desliza sobre mi cuerpo, sobre mi cabeza, mi boca… pero no tengo sed de agua, sigo teniendo sed de Sonia y de sus manos sobre mi piel.

Me envuelve en una toalla, me toma en sus brazos de nuevo y me deja caer sobre la cama. Cuando vuelve del cuarto de baño, lleva puesto un albornoz y sostiene un tarro de crema.

-Tienes los músculos rígidos –me dice, peinando con sus dedos mis cabellos húmedos-, así que voy a darte un masaje para desentumecerlos. Relájate, muchacha, que estás muy tensa.

¿Tensa? Lo que estoy es excitada. ¿Cómo podría relajarme sintiendo sus manos aceitadas de nuevo por mi piel? La sed interior vuelve a ser insoportable. Sus manos alivian mi cuerpo pero torturan mi espíritu. Las yemas de sus dedos se deslizan sobre mí y son como ascuas que me abrasan. Me arde la piel del ansia febril que me atormenta, mi sexo desespera en ese fuego, derretido de deseo, y se me evapora el poco sentido común que me pudiera contener. No puedo soportarlo más…La deseo tanto, tanto, tanto… que mi mano agarra la suya y la conduce hasta mi coño.

Sonia me mira aturdida sin decirme nada. En sus ojos veo el brillo intenso de una inminente revolución que acaba venciendo a la calma, pero no hay una reacción brusca, ni burla, ni desdén, como yo estaba temiendo.

Mi diosa se viste de Venus, quitándose el albornoz, y me abandono en la íntima calidez de su cuerpo desnudo y de sus besos. Sus labios son la pulpa sabrosa de un fruto exquisito en los míos tan sedientos; su lengua, un oasis que inunda mi desierto y me hace florecer. La boca de Sonia juega con mis pezones y mi mente es torbellino, sus dientes mordisquean y nuestra respiración es un jadeo anhelante.

Tiemblo cuando sus labios besan mi vientre, mi ombligo y mi pubis… Mi coño palpita al sentir sus dedos deslizarse dentro, entrando y saliendo sin detenerse, y en el momento en que su lengua maravillosa comienza a acariciar mi clítoris, el torbellino se convierte en tornado y me corro embriagada en la espiral del placer, gimiendo convulsionada en la inmensa dicha de la lujuria y, agotada, sintiendo esas últimas contracciones de gozo, me quedo dormida.

Continuará

Nota: La imagen es un collage compuesto por imágenes extraídas de la red.