La Herrería (capítulo 3)
Cosas básicas
(3)
Nora se despertó dolorida. Sobre todo del ano. Le daba la sensación de no poderlo cerrar del todo. Como si hubiera quedado abierto para siempre. Al moverse se dio cuenta de que ya no estaba sobre el suelo directamente. Su amo le había puesto sobre una esterilla de goma-espuma de unos 3 cms de grosor cubierta con la roída manta. Ahora el suelo ya no era tan duro. La luz estaba encendida, así que pudo echar una mirada a la habitación.
El corazón le dio un vuelco. No lo podía creer. Miró tres veces antes de estar convencida. No había duda. Junto a la puerta. Su amo había instalado un enorme y redondo reloj de agujas. Marcaba las 5:45. La cuestión era si de la mañana o de la tarde. Se sentó sobre la manta, entrecruzó sus piernas, y se dispuso a pensar en lo ocurrido hacia unas horas. Y mientras su mente de una foto a otra de sus recuerdos, su vista se fijó en unos abiertos y extendidos papeles de periódico colocados en un perfecto cuadrado, en una esquina de la jaula. Dejó de pensar en las imágenes y se centró en aquellos papeles. Intentó descifrar su significado, pero por mucho que estuviera indagando, no conseguía dar con ello. Su vista se volvió al reloj de nuevo. Las 5:45. Evidentemente estaba parado. Con lo cual, ni siquiera la hora que marcaba podría ser la correcta. El amo era un cabrón. Ahora ella se sentiría todavía más encerrada, pues ahora era castigada a ver cómo ni siquiera el tiempo transcurría normalmente. Como si todo se hubiera parado, y la única vida posible era la suya entregada a su dueño. Ni siquiera el tiempo podía escapar de él. Ni transcurrir para ella. ¿Cuánto llevaría allí? ¿Tres o cuatro días?
La puerta se abrió y apareció su amo. Nora se puso enseguida de rodillas sobre la manta, con la mirada baja y las manos cogidas a la espalda. No lo pensó. Simplemente le salió así. Cuando se dio cuenta de ello, pensó que algo en ella estaba cambiando por dentro sin apenas darse cuenta.
El amo abrió la puerta de la jaula, y acto seguido se sentó en su silla, tomó el bloc de notas y se puso a escribir de nuevo sin prestarle atención. Nora no movió un músculo. Por fin el amo levantó la vista del bloc y le dirigió la palabra.
-Hoy te enseñaré tres reglas, de las cinco fundamentales que debes recordar el resto de tu vida. Son muy sencillas, cortas y claras. No admiten segundas lecturas, y son imprescindibles para toda esclava que se precie de ello.
Nora se le quedó mirando, callada, directamente a los ojos. No abrió la boca. Y, por la cuenta que le traía, puso toda su atención a las palabras de su amo.
-En primer lugar, toda orden que recibas de tu dueño se llevará a cabo de forma inmediata y en el lugar en el que te halles en ese momento. Si existe alguna duda, puedes siempre preguntar, ya que no vas a recibir castigo alguno por ello. Es mucho mejor que preguntes y lo hagas bien, a que metas la pata y te tenga que castigar. Si el amo piensa que no necesitas saber nada más, te lo hará saber. Y tanto si tu pregunta ha tenido respuesta como si no, acto seguido obedecerás la orden de forma inmediata. ¿Alguna pregunta al respecto?
Nora negó con la cabeza, entendiendo perfectamente lo que su dueño le había explicado. Era claro y conciso, y no tuvo ninguna duda acerca de aquella primera regla. Estaba pensando en lo que podría ocurrirle a ella si no fuese capaz de llevar a cabo la orden, cuando su amo siguió hablando.
-En segundo lugar, y muy importante, te has entregado voluntariamente como esclava para ser educada a gusto de tu seño, y ser de su propiedad el resto de tu vida en cuerpo y alma. Por ello, le debes entrega total, obediencia ciega y sinceridad absoluta. JAMÁS estarás a solas con nadie que no sea tu dueño. Y si tu dueño no ordena otra cosa, sólo a él le debes esa entrega, obediencia y sinceridad. A nadie más. Para el resto de la gente, mereces como mínimo el mismo respeto que la Virgen Maria.
Nora se quedó pensando en aquellas palabras y su significado. Aquél no era un amo corriente. Para él, ella no era un trozo de carne, pues si hubiera pensado así, le hubiera dicho que era la perra y puta más grande de todo el planeta Tierra, y que hasta la misma mierda tenía más valor que ella. Nora sintió que por primera vez, para un amo, era algo más que un trozo de carne sin voluntad. Aquel hombre le acababa de decir que incluso su vida y su muerte le pertenecían, pero que a la vez, si bien era de su total propiedad, para el resto de la gente será la mujer más valiosa que pudiera existir. No un coño para ser usado por cualquiera, ni una come-pollas, ni una zorra que solo vivía para que se la follaran o ser azotada. Y Nora se sintió todavía más su esclava. Aquellas palabras lograron que ella misma atara otra cadena a su piel y la pusiera en manos de aquel desconocido. Y al recordar lo pasado horas antes, cerró los ojos y unas lágrimas de entrega y gratitud cayeron por sus mejillas.
-En tercer lugar, vives para servir a tu dueño en cuerpo y alma. No para que él te sirva a ti. Por lo tanto, deberás desechar todo deseo tuyo, y tomarás los deseos de tu dueño como si fueran los tuyos. Estarás en todo momento preparada para él. Sea lo que sea, donde sea, cuando sea, como sea y con quien sea. Pero siempre a su lado, junto a él.
Aquellas palabras reafirmaban los pensamientos de Nora. No le quedaban ya argumentos para resistirse a aquel desconocido al que su corazón ya había tomado como amo.
-Y ahora me gustaría darte algunas aclaraciones, en vista de que pareces poner toda tu voluntad en tu educación. La de hoy es también muy sencilla, como todas las que te daré. En vista de que últimamente eras incapaz de retener tus necesidades, y de que las hacías incluso sobre ti misma, te he colocado unos papeles para indicarte donde debes hacerlas a partir de ahora mismo. Así iras poniendo un poco de orden en tu vida, según te vaya indicando. Quiero ver este lugar lo más limpio posible en todo momento. No quisiera volverte a castigar por motivos tan tontos.
A Nora se le pusieron los ojos como platos. La precaución le hizo quedarse quieta, sentada sobre sus talones sobre la roída manta. No movió un pelo, pero la mirada que dio a su amo fue más que suficiente. Sintió la terrible vergüenza cuando se lo hizo encima, y su piel todavía recordaba la sensación asquerosa de la diarrea corriendo por sus muslos hasta sus pies, en el centro de un charco de mierda. No tendría que haberle lanzado aquella mirada. Se dio cuenta demasiado tarde.
El hombre entró en la jaula, se abrió la bragueta, y empezó a orinar alrededor en el suelo, rodeando la manta sobre la que estaba Nora. Mientras lo hacía, no dejaba de mirarla atentamente. Aquellos ojos no mostraban odio, ni enfado, ni siquiera venganza o cabreo. Era simplemente otra clase magistral en la que le estaba enseñando a ella cuál era su posición y sus obligaciones. Cuando el hombre terminó, se cerró la bragueta, se dio media vuelta, y se volvió a sentar en la silla para seguir tomando notas en el bloc.
Nora se quedó congelada unos minutos. No se esperaba aquello. Su mirada recorrió todo el suelo lleno de orina. Y luego volvió a mirar a su amo, que seguía escribiendo algo. Pasaron unos minutos más hasta que su mente aceptó lo que era tan obvio. La jaula estaba sucia de nuevo y tenía que limpiarla a toda costa. Si usaba la manta, ella volvería a dormir totalmente sucia. Solo le quedaba una opción. Y la llevó a cabo. Se puso a 4 patas, y poco a poco, a lengüetazos, fue limpiando de orina el suelo de su jaula. De vez en cuando levantaba la cabeza para ver si su amo la estaba observando, pero siempre lo vio entregado a su tarea de más y más notas. Mientras iba limpiando, algo nuevo pasó por su mente. Algo que no esperaba. Recordó las manos del amo en sus entrañas, y eso la hizo humedecer copiosamente. Atada, sin poderse resistir, revivió como aquellas manos apoderándose de ella, tomándola desde lo más adentro de su cuerpo y alma. Y Nora, de nuevo asombrada de ella misma, pensó que aquella orina, momentos antes había formado parte del cuerpo de su amo. Y que ahora, a lengüetazos, estaba logrando que formaran parte de ella. De alguna manera, una ínfima parte del cuerpo de su amo ahora pasaba a formar parte del suyo. Y si había empezado lamiendo con asco, a partir de ese loco pensamiento, Nora empezó a lamer con deseo y fruición. ¿Se estaría volviendo loca?
Cuando Nora terminó, volvió de nuevo a su posición inicial, de rodillas, sentada sobre sus talones sobre la manta. El hombre, aunque no mostró en ningún momento poner atención sobre lo que estaba haciendo Nora, se levantó de la silla en ese mismo instante, y se marchó sin cerrar la puerta de la jaula… ni la de la habitación. Nora se quedó pensativa. Enseguida se dio cuenta del error del hombre, y tuvo la idea de aprovechar aquel descuido y marcharse de allí. Se levantó y se puso en pie. Se dirigió hacia la puerta de la jaula. Pero no pudo. Sus pies no la obedecían. Había algo que no la dejaba seguir adelante y escapar. Y no era miedo. Se dio media vuelta y se quedó mirando el interior de la jaula. Y se dio cuenta de que ahora aquello era su casa por propia elección. Su casa y su vida. O más bien, su vida ahora ya no le pertenecía. Se dio la circunstancia de que cuando Nora volvía a su manta, el hombre entraba en la habitación y la vio como Nora se arrodillaba de nuevo sobre su minimalista y sobria cama. No pudo evitar mostrar una muy pequeña pero sincera sonrisa.
El hombre entró en la jaula de Nora con una bandeja con comida y agua. Tomó el plato, y dejó caer la comida en el centro del suelo, lugar que minutos antes había limpiado Nora con la lengua. Junto a la comida colocó un cuenco con agua fresca. Luego volvió a su mesa, donde colocó la bandeja vacía. Se sentó, y en lugar de seguir tomando notas, se quedó mirando a Nora.
-¿Puedo hablar, mi Señor?
-Adelante, dime
-¿Da el permiso a esta esclava suya para comer?
-Puedes
Nora se sentó sobre el duro suelo, sin mover la “cama”. Pagada al lugar donde estaba depositada la comida. Y poco a poco, con toda la pulcritud de la que podía hacer gala, fue comiendo. Por supuesto, con los dedos, ya que no su amo no le había puesto cubiertos. De vez en cuando se chupaba los dedos para dejarlos limpios y a la vez no desperdiciar nada. Y en ocasiones tomaba un pequeño sorbo de agua. El hombre no dejaba de estudiarla en todos sus movimientos. Cuando por fin Nora terminó, colocó los huesos en el vaso vacío, terminó de limpiar el suelo con la lengua hasta dejarlo impoluto, y desplazándose a 4 patas, depositó el vaso junto a la abierta puerta de entrada de la jaula. El hombre no hizo movimiento alguno. Nora se lo quedó mirando. Luego volvió sobre la cama también a 4 patas y quedó en la misma posición inicial, de rodillas sobre ella.
El hombre no se movía. Pasaron muchos minutos, según podía contar la mente de Nora. Y la naturaleza hizo su efecto. El vientre y la vejiga de Nora volvieron a recordarle que necesitaban ser vaciados con urgencia. Y esta vez Nora, a pesar de la vergüenza, no se lo pensó. Si deseaba seguir adelante tenía que poner todo de su parte. Ella lo había elegido libremente, y debía asumir las consecuencias. Se fue hasta los papeles de periódico, se puso en cuclillas sobre ellos, y se vació lentamente. Quería morirse allí mismo, pues además de orina y heces, salieron unos cuantos pedos imposibles de reprimir. Todo ante la atenta vigilancia de su amo, al que después de aquello, ya no le quedaría nada de ella por descubrir. Nora había perdido el último vestigio o parcela de intimidad. Ya nada le quedaba para ella. Cuando terminó, usó una de las puntas del papel para limpiarse. Luego recogió todos los papeles he hizo una bola, con la que acabó de absorber todo rastro de orina del suelo. A 4 patas depositó la bola de papel con sus heces junto a la puerta, al lado del vaso de agua vacío. Luego, al volver a la cama tuvo unos instantes de duda. Por fin se dirigió de nuevo al lugar en el que habían estado los papeles de periódico, lo limpió a conciencia con la lengua, y por último se volvió a la cama de nuevo. El reloj marcaba las 5:45 cuando su amo tomó papeles de periódico y vaso, los colocó sobre la bandeja, y se marchó. De nuevo, sin cerrar ninguna puerta.
Nora se estiró sobre la cama para descansar. A pesar de las luces encendidas, se durmió enseguida. Estaba exhausta. Su cuerpo necesitaba recuperarse y su mente descansar ante el nuevo rumbo que estaba adquiriendo su nueva vida.
Cuando despertó, se encontró a su amo sentado en la mesa de siempre. En lo primero que se fijó fue en que sobre ella descansaban bien doblados unos tubos de goma. Y justo al lado, el potro de madera sobre el que su amo la había atado tiempo atrás (ni idea de cuánto) para hacerle el fisting. Al verlo, su corazón dio un vuelco. E inevitablemente empezó a humedecerse al margen de lo que ella pudiera pensar. Se dio cuenta de que su cuerpo estaba tomando la delantera en muchas ocasiones, y de que su mente era cada vez más débil. Deseaba como amo a aquél hombre. Tanto como jamás había deseado a nadie. Pero también quería presentar algo de resistencia, aunque cada vez le era más inútil.
-Ven, ayúdame –le dijo su amo.
Nora se levantó de la cama, desnuda como siempre. Desde que entró por primera vez en aquella jaula, días atrás, su cuerpo no había conocido más ropa de abrigo que aquella roída manta. Se acercó al amo, y entre ambos y siguiendo sus indicaciones, dejaron el potro justo en el centro de la jaula, como la vez anterior.
-Súbete.
Nora obedeció sin pensar. Se colocó a 4 patas sobre el potro y se puso lo más cómoda posible. Una pierna a cada lado, un brazo a cada lado, y recostada sobre aquella pequeña viga central donde al final de la misma colocaba su cabeza mirando de frente. Los pechos colgaban por ambos lados de la pequeña viga. El hombre fue atando a conciencia brazos, piernas, cadera, hombros y frente, hasta que Nora quedó totalmente abierta, expuesta e inmovilizada, de cara a la pared de hormigón.
Su amo acercó entonces una percha de hospital para sueros, y la colocó junto a norma. Luego tomó un tubo de goma de un centímetro de diámetro, lo insertó en un objeto de plástico, y este lo introdujo lentamente en el ano de Nora, debidamente lubricado. Nora cerró el ano instintivamente, al no esperárselo, pero una cachetada del hombre sobre las nalgas la sorprendió tanto que no pudo evitar que el hombre aprovechara el golpe para insertar la cánula unos 10 centímetros. Luego colocó el otro extremo del tubo de goma a una bolsa con agua tibia y algo de sal, para evitar problemas. Lentamente, mientras el hombre la acariciaba, el vientre de Nora se fue llenando hasta dejar la bolsa de 2 litros vacía. Nora disfrutaba como loca de aquellas caricias, y hubiera estado así el resto de su vida. Pero empezó a notar ciertas molestias en el vientre. Retortijones cada vez más fuertes. Poco a poco se fueron volviendo dolorosos, mientras la mano de su amo seguía acariciándole espalda y cuello. Intentó aguantar pero…
-Mi amo, duele mucho…
-Suéltalo todo.
El hombre colocó una tinaja de plástico tras Nora, y quitó diestramente la cánula en un segundo. Al hacerlo, una lluvia de agua y mierda salió disparada directamente sobre la tinaja de plástico. Nora estaba avergonzada otra vez por el espectáculo que estaba viendo su amo. Al principio salió enseguida, y sintió un alivio tremendo. Luego tuvo que hacer esfuerzos para ir eliminado los restos de agua que todavía quedaban en su vientre. Y aquello conllevaba inevitablemente expeler gases de forma continua. Al cabo de unos minutos Nora sintió la sensación de que todavía tenía agua dentro, a pesar de haberlo ya sacado todo. Tenía el ano totalmente dilatado y abierto, además de húmedo. El hombre tomó un poco de aceite en sus manos, y volvió a dar masaje a ano y vagina. Y también en los pechos, boca y pies. Nora notó un aroma especial pero no dijo nada. Se sentía feliz sintiendo a su dueño manipular aquél cuerpo que ya le pertenecía y le había sido entregado totalmente.
Al cabo de unos minutos, el hombre dejó de masajear ano y vagina de Nora, dejándolos totalmente dilatados. Luego se puso frente a ella, le tomó por la barbilla, y le sonrió. Apretó un botón, y el potro fue bajando lentamente hasta quedar al nivel del suelo. El hombre desapareció después de pasarle los dedos por los labios. Le escuchó marchar por la puerta.