La Herrería (capítulo 12)
Algunos cambios muy necesarios
(12)
Al cabo de un par de semanas Nora ya estaba casi totalmente restablecida. Raquel la ayudaba a cuidar de los perros y caballos de la masía, y en muchas ocasiones daban un paseo para charlar de sus cosas. Poco a poco Nora fue conociendo a Raquel, y Raquel a Nora. Se dieron cuenta de que la forma de pensar era la misma en la gran mayoría de las cosas. Y nació entre ellas algo muy parecido a un fuerte vínculo de sangre, como si fueran hermanas. Día a día la una fue abriendo su corazón a la otra, hasta que la vergüenza y el miedo a abrirse profundamente desaparecieron.
Recordó Nora la frase de que nadie era más libre que la más entregada de las esclavas, y lo comprendió en toda su magnitud. Ahora nada ocultaba a Raquel, ni Raquel a ella. Podían ser ambas totalmente espontáneas, sin tener que vigilar o medir sus palabras por si pudieran representar un problema de pudor o locura. Raquel conocía cada poro del cuerpo de Nora, por dentro y por fuera. Y Nora conocía cada cicatriz y centímetro de piel de Raquel por dentro y por fuera. Cada una se había alimentado con deseo y glotonería de todo lo que hubiera salido del cuerpo de la otra. Eran almas gemelas unidas de tal forma que jamás nadie podría separarlas, yendo incluso mucho más allá de la entrega de ambas a su propietario Juan.
Una mañana, en principio no distinta a las otras, Raquel y Nora fueron llamadas por Juan.
—Vestiros con ropa informal. Vamos a la ciudad.
—Sí, amo —contestaron ambas al unísono. Y rápidamente desaparecieron hacia el interior de la masía para prepararse inmediatamente.
Lo de “ropa informal” les dejaba perfectamente claro que debían ir con tejanos largos de tubo, blusa blanca, sandalias de tacón de aguja de 15 cm y chaqueta de cuero negro. Sin ropa interior, sin joyas ni perfumes, y perfectamente aseadas. La una ayudó a la otra, pues sabían que tenían 30 minutos exactos para aparecer de nuevo ante Juan perfectamente vestidas. Si juan hubiera dicho “ropa informal y limpias”, hubieran tenido que darse además 3 enemas cada una, y hubieran tenido una hora de tiempo.
Norma estaba algo intrigada, pues durante el viaje notó que Raquel estaba especialmente contenta y a la vez daba la sensación de guardar un secreto o sorpresa. Por mucho que Nora intentó sonsacarla, al final terminó aceptando que Raquel sabía algo respecto al viaje a la ciudad, y que su amo Juan le había prohibido mencionarle. Así pues, el tiempo de carretera estuvo plagado de risas, cuchicheos y comentarios entre ambas. Raquel no pudo ocultar su ansiedad interior, al desear poder decírselo a Nora y a la vez respetar la orden de su amo. Por las sonrisas picaronas de Raquel, Nora enseguida pensó que no podía ser nada malo.
La furgoneta entró a un aparcamiento privado. Nora, al estar de charla con Raquel, no pudo observar más que levantarse una barrera y entrar en un sótano muy especial, donde esperaban dos enfermeras con una silla de ruedas muy confortable y moderna. Al bajar del coche, Juan le indicó a Nora que se sentara en la silla. Nora obedeció. Y Raquel fue la que se colocó tras ella para llevar la silla de ruedas de vuelta al espacioso ascensor. Dos pisos más abajo, Nora fue conducida por Raquel a través de un laberinto de pasillos de blancas paredes, tubos de leds en el techo, y un montón de puertas cerradas a ambos lados. Iba seguida de su amo y las dos enfermeras.
Por fin llegaron a una habitación preciosa, blanca, con aire acondicionado. Una cama hospitalaria muy moderna, un montón de conexiones en la pared, y un televisor de 50 pulgadas frente a la cama. Raquel la ayudó a levantarse y le enseñó el enorme y totalmente equipado cuarto de baño. Luego la ayudó a desnudarse. Nora estaba algo nerviosa. Se dio cuenta de que aquello era lo que Raquel le había estado ocultando durante el viaje. De cualquier modo, si estaban allí era porque su amo así lo había estipulado, y ella no era nadie para oponerse o siquiera preguntar.
Raquel le puso una bata blanca abierta por detrás, unas zapatillas y un gorro. Luego la besó nerviosa y feliz en los labios. Colocó la ropa de Nora en un gran armario y se puso detrás de su amo Juan, a la espera. Esta vez fue una de las enfermeras la que ayudó a Nora a sentarse de nuevo en la silla de ruedas. Y de nuevo Nora volvió al blanco pasillo, aunque el viaje fue mucho más corto esta vez. Apenas unos 20 metros y Nora se encontró en un quirófano. Tres personas con bata blanca y la cara tapada por una mascarilla la estaban esperando. La ayudaron a colocarse boca arriba sobre la camilla, justo debajo de unos focos enormes y con unas luces tremendas. Una vez echada, miró a su derecha y vio a Raquel y a su amo Juan a tres pasos de la camilla, vigilándola y acompañándola. Antes de que el anestesista le diera una inyección y quedara dormida, Raquel le dio un beso en los labios y una caricia en la mejilla.
Despertó unas horas más tarde en la habitación. Esta aturdida por la anestesia, y apenas podía hablar. Al cabo de unos minutos la visión fue clara del todo y pudo ver a un lado de la camilla a Raquel, y al otro a su amo Juan. Intentó decir algunas frases, pero no pudo. Prefirió relajarse, cerrar los ojos y descansar.
Raquel y Juan no se movieron de su lado hasta que seis horas después Raquel despertó de nuevo. Nora intentó incorporarse, y Raquel accionó el mando de la cama para que pudiera estar cómoda medio incorporada. Entonces Nora se dio cuenta de que unos tubos salían por un costado hasta unas bolsas de plástico colocadas a los pies de la cama. Un líquido entre rojo y marrón claro las iba llenando gota a gota. También tenía una vía en la muñeca, por donde le suministraban suero y algo más que no supo identificar. Intentó hablar a Juan y a Raquel, pero se dio cuenta de que de su boca solo salía aire. No podía articular palabra alguna. Se puso nerviosa. Raquel se dio cuenta y enseguida la tomó de la mano sonriendo. Le dio de nuevo un beso en los labios y se sentó junto a ella. Su amo Juan se dirigió a Raquel.
—Díselo.
Luego se fue hasta el fondo de la habitación, y se sentó en una butaca justo frente a los pies de Nora.
—Nuestro amo me ha dado unos minutos para poder esperar a que despertaras. Ahora van a traer otra cama, y en unas horas voy a estar a tu lado exactamente en la misma situación que tú —. Los ojos de Nora pidiendo una explicación hicieron reaccionar a Raquel. —Tal como hablamos en distintas ocasiones, nos ha llegado el momento de prepararnos del todo tal como nuestro amo deseaba desde hace tiempo. Prefirió hacerlo las dos a la vez. Y tuve que esperar a que pasaras la última prueba y te unieras a nosotros. Han sido unas semanas terribles, pues no puedes imaginarte lo que me ha costado esperarte. La impaciencia me estaba devorando. De alguna forma ha sido para mí un castigo, tanto el tenerte que esperarte, como el no poder decirte de que se trataba. Y ahora, solo para que aprendiera humildad, nuestro amo ha dejado que seas tú la primera. Lo hemos hablado muchas veces entre tú y yo. Ahora se ha hecho realidad para ti, y lo será para mí en unas horas.
Raquel no pudo seguir hablando, pues entraron de nuevo dos enfermeras con la silla de ruedas, y se la llevaron al cuarto de baño. Al cabo de unos minutos Raquel salió sentada en la silla de ruedas, con la misma bata blanca, el mismo gorro y las mismas zapatillas que Nora unas horas antes. Una enfermera insertó una aguja en el tubo de Nora, y segundos después Nora quedó profundamente dormida. No tuvo tiempo de preguntarse qué había pasado. Juan, después de cerciorarse de que Nora estaba dormida y su estado era plenamente satisfactorio, salió de la habitación para estar al lado de Raquel en el quirófano.
Cuando Nora despertó de nuevo, encontró a su lado otra camilla con Raquel. Entre ambas, su amo Juan sentado en una butaca, dormido. Raquel también estaba con los ojos cerrados, así que Nora no quiso despertarles, cerró de nuevo los ojos y les acompañó en el sueño.
Volvió a abrir los ojos unas horas después. Todo había cambiado. Ahora la camilla de Raquel estaba pegada a la suya. Raquel la miraba cogiéndola de la mano. Al fondo, sentado en la butaca, su amo Juan ya despierto y mirando sonriente a ambas.
—No podéis hablar. Así que responder a mis preguntas meneando la cabeza con un SI o un NO.
Ambas asintieron. Nora, todavía algo dormida.
—Si bien Raquel ya lo sabía, Nora, tú no tenías ni idea de adonde íbamos ni de lo que te iban a hacer. Raquel llevaba semanas pidiéndomelo, pero pensé que era mucho mejor para ambas el hacerlo a la vez. Así os podréis ayudar la una a la otra, y entenderéis perfectamente todos los sentimientos que os puedan abordar. Sobre todo, tú, Nora. Pues si bien creo que lo habías comentado con Nora multitud de veces, no es lo mismo hablarlo que sentirlo una vez hecho.
Nora asintió de nuevo con la cabeza mientras Raquel, feliz, la miraba embelesada.
—He aprovechado que estabais en el quirófano para haceros una serie de modificaciones que pienso eran totalmente necesarias. Así que os voy a decir que ha pasado en ese quirófano en las últimas horas con vosotras dos.
Tanto Nora como Raquel asintieron de nuevo.
—Primero, os han extraído todos los dientes de la boca. Por ese motivo no podéis hablar. Simplemente porque solo saldrá aire de vuestras bocas. Al menos por el momento. Os han insertado cuatro implantes en el maxilar superior y cuatro en el inferior. Y os están preparando vuestras dentaduras nuevas. A partir de ahora ya no tendremos el problema de causar daño con los dientes cuando use vuestras bocas, por muy fuerte o brutal que sea ese uso.
Ambas asintieron sonriendo, pero ahora con la boca cerrada. No pudieron evitar las risas al verse sonreír la una a la otra, pues parecían abuelas con las encías totalmente limpias.
—En segundo lugar, a ambas os han quitado el capuchón del clítoris y os han puesto una anilla atravesándolo directamente. A partir de ahora, en cuanto llevéis ropa, sea la que sea, no vais a poder evitar el roce de la misma. Y lo mismo pasará con cuantos objetos pueda yo insertaros. Si vais desnudas, sentiréis hasta el más mínimo soplo de aire. Y el simple chorro del teléfono de la ducha puedo haceros volver locas. La herida ha sido cauterizada y no quedará señal alguna.
Solo con pensarlo, ambas sintieron un tremendo estremecimiento que les atravesó el cuerpo.
—En tercer lugar, como sabéis, soy muy quisquilloso con el vello. Así pues, habéis sido sometidas a una depilación láser muy especial. Si notáis la piel algo irritada, incluso en la cara, ya conocéis el porqué. No volverá a saliros ningún pelo en todo el cuerpo a excepción del cuero cabelludo. Y es una depilación de por vida.
Ambas asintieron varias veces, muy contentas.
—En cuarto lugar, me conocéis por mi desmesurada obsesión por estar con vosotras en todo momento. Sois mis zorras, y no quiero que nada ni nadie pueda separarnos. Un motivo de preocupación era el que pudierais quedar embarazadas, bien por uso mío o de alguien a quien yo hubiera autorizado. No desearía el perder vuestra total disponibilidad a causa de tener crías vuestras, por mucho que me hayáis expresado vuestro deseo darme esclavos o esclavas. La esclavitud es un estado que debe poder elegirse desde la total libertad. Jamás imponiéndola. Por ese motivo os han hecho una ligadura de trompas a ambas, basada en corte y posterior cauterización con láser.
Tanto Raquel como Nora quedaron calladas. El tener que enfrentarse a que ya no podrían será madres nunca más era un duro golpe. Pero a la vez sintieron algo interior que solo ellas podían comprender. Aquella decisión que había tomado Juan sobre el cuerpo de ellas, reafirmaba que sus cuerpos le pertenecían totalmente, que estaban a su total disposición, y que podía hacer con ellos lo que deseara y sin límite alguno. Y esa sensación de sentirse propiedad del amo de una forma tan brutal y profunda las llenaba de un orgullo y un sentimiento poderosísimo y muy difícil de entender por alguien ajeno a todo aquello.
—Por último, tenéis instalado en vuestro cuerpo un pequeño chip que transmite cierta señal. A través de los satélites puedo conocer vuestra posición en cualquier parte del mundo. Dado un caso de urgencia, puedo localizaros y estar con vosotras en 24 horas, estéis donde estéis. Como ya sabéis, cuido y vigilo lo que es mío. Y vosotras sois mías. Zorras, putas, perras, puercas o damas, sois mías en cuerpo y alma y para siempre. Y por ese mismo motivo, junto a ese minúsculo chip lleváis una pequeñísima capsula del tamaño de un grano de arroz. En su interior lleva un veneno que puede daros muerte en 15 segundos si yo así lo deseo. Una muerte plácida, indolora y fulminante. Si alguna de las dos desea que le sea retirada, decírmelo ahora y se hará al momento.
Ninguna de las dos pudo evitar un fuerte suspiro y alguna lágrima. Ambas hubieran deseado despojarse de tubos y vendas y devorar a su amo allí mismo. Sentirlo dentro de ellas, poseerlas incluso en las entrañas. Sentirlo. Y a la vez abrirlo en canal, meterse dentro de él y volver a coser para olvidar el resto del mundo. Juntos los tres para siempre.
Las dos semanas siguientes fue todo un espectáculo. Ni Nora ni Raquel podían hablar entre ellas a no ser con un lenguaje difícilmente comprensible debido a su falta de dentadura. Las encías debían fortalecerse y los implantes quedar bien sujetos antes de poder llevar los dientes. Así pues, cada vez que una deseaba decirle algo a la otra, o hablar con su amo Juan, era un espectáculo en el que ninguno de los tres podía retener las carcajadas. Cuando por fin abandonaron aquella clínica oculta y pudieron volver a la masía, de alguna manera fue un alivio para ellas el tener de nuevo la posibilidad de expresarse. Juan siempre necesitaba saber de ellas. Lo que sentían, lo que pensaban, lo que deseaban, los problemas que tenían, o los sueños por los que viajaban. Para conducir por los caminos que él deseaba llevarlas, debía saber cuándo y en que recodos debía girar, apretar el acelerador, frenar o ir más despacio. Que agujeros sortear y cuales debía coger de lleno. Conducir a ciegas era lo mismo que acabar destrozando lo que conducías. No quería trozos de carne sin voluntad. Quería almas y cuerpos de su propiedad, con una entrega y obediencia total, absoluta, ciega y sin condiciones.
En cuanto llegaron a la masía y tanto Nora como Raquel pudieron hablar de nuevo, lo primero que le hicieron saber a Juan era que estaban a la espera de la ceremonia del marcado como animales de su propiedad. Ninguna de ellas deseaba esperar más.
—¿Tanta prisa tenéis? —les preguntó Juan a ambas.
—Creemos que es el último paso. Así, estemos donde estemos y con quien usted nos mande estar, nos use por donde nos use sabrá con total certeza a quien pertenecen estas dos perras, amo.
La que lo dijo fue Nora, con una voz alta, fuerte, decidida y segura. En esa ocasión se adelantó a Raquel, que solo pudo sonreír y asentir feliz con su cabeza.
—En tal caso creo que no debemos posponerlo más. Me han pasado un encargo muy especial, y creo necesario que antes de aceptarlo, debemos dejar bien sujetos los lazos entre nosotros. Esta tarde haré una lista de todo lo necesario para ello. Mañana os la pasaré para que no falte detalle alguno. Tendréis dos días para prepararlo todo. Hoy es sábado. La ceremonia será el martes por la noche.
Nora y Raquel se pusieron ambas de rodillas delante de Juan en señal de acatamiento y respeto.
—Tomaros pues libre lo que queda de día. Necesitáis descansar, reponer fuerzas, y seguro que comentaros miles de cosas la una a la otra. Por mi parte iré pensando en la ceremonia para que no falte nada a última hora y esté todo perfecto.
Ambas se levantaron, y salieron hacia el interior de la masía. Deseaban poder desnudarse y dar un paseo bien largo por aquellas colinas. Tenían muchísimo de qué hablar entre ellas. Juan escuchó minutos después las risas de ambas llegar desde más allá del riachuelo. Sonrió, y volvió a escribir en su bloc de notas.