La Hermandad de la Concupiscencia (parte 3)
Continuación del relato de iniciación a una Hermandad secreta
Recuerdo haber pasado toda la semana muy cachondo. Demasiado. No recuerdo haber pasado tantos días seguidos así. Mi compi se aseguraba de que yo no saliera en horas nocturnas de casa o de que quedase con algún follamigo. Jorge se lo tomaba muy en serio. Nadie debía saber nada, pero tampoco podía mantener relaciones sexuales con nadie. ‘Aguanta hasta el sábado y verás como todo tendrá sentido’ me decía con insistencia mi amigo. El jueves por la noche enviaron un correo a mi compi indicando que el resultado de las pruebas me daba vía libre para participar en aquel juego desconocido.
Sábado. 22h de la noche. Estuvimos esperando en el lugar concreto que minutos antes le habían enviado al correo. Llegó muy puntual. Era el mismo coche, pero ahora solo estaba el conductor, que era el mismo que me había dado los 200 euros. El tío era amable pero no era de muchas palabras, estaba acostumbrado a mover a jóvenes hasta su desconocida guarida. Repetimos el ritual de siempre, móviles apagados y dentro de una caja de metal. Los cristales del coche eran tan oscuros que apenas podíamos percibir que ocurría fuera. Nos pusimos un antifaz en mitad del recorrido. Todo era demasiado extraño. Mi compañero me comentó que el primer día que participaba estaba muy nervioso, no estaba seguro de qué pasaría allí. Yo, en cambio, confiaba en la palabra de Jorge.
El coche se detuvo. Estábamos en medio de la nada. Ni carretera, ni asfalto, ni luces en el camino. Cerca había una casa bastante grande e iluminada con una luz muy tenue. Todos los coches que estaban aparcados en aquel lugar eran iguales, iguales que el coche que nos llevó a la clínica o a aquella mansión. Todo era muy homogéneo.
La casa tenía un gran jardín poco cuidado y unas escaleras que daban acceso al interior. Cuando llegamos al porche, Jorge se quitó la ropa.
-Tienes que desnudarte, Rubén. No podemos entrar con nuestra ropa -me dijo mientras yo lo imitaba.
En la primera dependencia, nada más acceder por el gran portón, nos recibió un hombre vestido de negro con un antifaz lo suficientemente grande como para no poder reconocer sus facciones. Nos entregó una bata de seda a cada uno. No pesaba nada. También nos entregó unas zapatillas muy cómodas y un antifaz como el de aquel hombre. Aquellos hombres parecían todos iguales. El conductor, el que se folló a mi amigo, el que nos recibió. Todos medían más de 1’90cm y se pasarían el día en el gimnasio.
-Nada de lo que aquí vaya a ocurrir puede salir de este lugar. Vuestras conversaciones sobre lo que suceda debe guardarse en el intimidad de vuestra vivienda y cuando no haya nadie presente. Las reglas las irás conociendo poco a poco -dijo aquel hombre misterioso.
Nos dirigió por aquella lujosa entrada hacia otra puerta más grande. Me sorprendía que el interior estuviera tan cuidado, tan limpio, tan brillante, tan lleno de lujo. El exterior era todo lo contrario, parecía un edificio en ruinas. Las ventanas estaban tapias por fuera, por dentro estaban ricamente decoradas de cortinas rojas. Dio un triple golpe en la puerta, y desde dentro alguien abrió.
Qué maravillosa escena estaba presenciando. Era una sala muy grande, me recordó a una iglesia circular por su planta, llena de lujo como un palacio. Estaban todos, o casi todos follando. Me llamaba la impresión de que los pasivos eran todos jóvenes, de mi edad o poco más. Luego me di cuenta que no, que también había jovencitos follándose a aquellos tiarrones. Era un festival de gemidos. Estaba muy asustado y muy cachondo. Ambas sensaciones a la vez. Miedo y vicio.
-Bienvenidos jóvenes principiantes. Te agradecemos 315 que nos hayas traído a otro principiante contigo. Bienvenido 316 -nos dijo el anfitrión que se situaba en el centro de la sala sentado sobre un enorme trono dorado, mientras un joven muy delgado se la estaba comiendo.
Aquello parecía una película, pero era más real que cuanto pudiera mi imaginación intentar adornar. Me habían asignado un número que debía hacer mío en esa sesión. Si no seguía el número pasaría al siguiente.
-Se os marcará con el triángulo invertido de vuestro rol. Seréis esta noche, porque así lo sois siempre y así lo preferís, pasivos -dijo mientras se levantaba de su asiento. Aquí probarás todo y más de lo que por tu mente pueda pasar. No pongas límite a tu deseo y saldrás contento de entre nosotros.
-Muéstranos, 315 a tu invitado y demuestra de que es digno de estar entre nosotros -dijo el misterioso hombre.
Acto seguido, Jorge me quitaba aquella bata, las zapatillas y me ayudaba a dar una vuelta lentamente para que todos pudieran verme desnudo. Varios de aquellos hombre se acercaron a tocar. Me sentí cubierto de tantos tíos. Me besaban el cuello, el pecho, me mordían suavemente los labios. Todo ello ocurriría como si fuera a cámara lenta. Me metieron dedos por el culo, no se cuantos me llegaron a meter, pero no podía saberlo, los cuerpos todeándome impedían ver todo con claridad. Varios se turnaron para comerme el culo.
-Ya basta. Comienza tu iniciación, joven. Si pasas serás digno de nosotros -dijo el anfitrión.
Subí a una plataforma elevada acompañado de los números 14 y 78. Me pusieron a cuatro patas con gestos muy amables. Me abrieron las piernas. Me metieron varios dedos por el culo. El 78 me metió su enorme polla en la boca. El 14 me lamió el ano durante un buen rato.
-¡Reventadlo! -dijo el anfitrión con voz elevada y con ganas de verme humillado por aquellos dos.
De repente, los gestos tiernos de aquellos dos hombres tornaron como si de dos toros en celo se trataran. Me azotaron con fuerza el culo y la cara mientras me metía su enorme pollón por la garganta. El número 14 me la clavo por el culo sin pensárselo. Pegué un grito de dolor. Me follaron durante varios minutos. Mi culo estaba temblando. No era dolor. Era cansancio. Me sentía como una puta viendo como dos hombres me empalaban alternándose mi culo y cien personas o más follaban mientas nos veían.
-¡En la boca, y te lo tragas! -exclamó con ímpetu el anfitrión al número 14.
Mientras el 14 se corría dentro de mi boca, el 78 continuaba follándome con fuerza. No paraba. Yo me acostumbraba a las embestidas tremendas de aquel pollón. Subieron varios tíos, no recuerdo cuántos. El 78 me dio la vuelta, me cogió las piernas con fuerza y continuó follándome con dureza mientras los demás se corrían en mi boca y en mi cara. Mantuve la boca abierta, la lengua sacada para no desobedecer las órdenes que indicaba el líder.
-¡Córrete dentro de su culo! -le ordenó el líder al número 78.
Aceleró las embestidas y me preñó sin dudarlo. Tenía tanta lefa en mi cara y mi boca que no podía respirar sin que se me metiera lefa por los orificios nasales, por los ojos. El antifaz solo ocultaba mi identidad no impedía que mis ojos quedaran protegidos de la viscosidad del semen. Tenía todos los agujeros llenos de lefa. No recuerdo haber visto esta imagen ni siquiera en el porno más hardcore.
-¡Sí! -gritó ocn fuerza el líder levantando el bastón que llevaba consigo. ¡Bienvenido a la Hermandad de la Concupiscencia, hermano!
Reí mientras todos continuaban follando. Jorge estaba comiéndole el culo a uno de aquellos tíos, un culo peludo como luego me contó en el piso. Otro le embestía con una larga y afilada polla. Él me guiñó un ojo mientras yo seguía riendo.